HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXIII

LOS CANÓNIGOS DE ARROUAISE

Hay otros canónigos regulares que se llaman de Arrouaise, porque la primera abadía, cabeza  de otras, tomó ese  apelativo. Situada en la diócesis  de Arras, tiene por fundamento la regla de san Agustín, a  fin  de crucificar más severamente el cuerpo con sus pasiones y deseos desordenados y han excluido el consumo de carne de su refectorio. Además no usan camisa, sino túnicas de lana que visten por la noche en el dormitorio. Tienen otras prescripciones necesarias y honestas: construyendo con prudencia sobre estos fundamentos se previenen contra los peligros que les acechan.

Donde hay muchas congregaciones y comunidades, lo mejor para proteger el valor de la vida religiosa es que gobierne un único superior, el cual es cabeza y vínculo de unidad entre los miembros. Es por esto que se reúnen en concilio general una vez por año, bajo el principal abad general. En esta ocasión, por unanimidad, según lo que estimen saludable para la vida religiosa, corrigen lo que sea necesario, eliminan lo superfluo, establecen y añaden lo necesario o, según el cambio de tiempos y lugares, modifican lo que sea conveniente. Estas novedades no les impiden restaurar las costumbres más venerables como son las primeras instituciones de los antiguos Padres, que permanecen firmes y sin cambios.

Visitan por ellos o por otros idóneos prolijamente las abadías inferiores y sus filiales; así el abad principal vela para fortalecer la vida religiosa, a fin de que el estatuto de la religión, fortalecido, no sea abandonado por descuido y caiga en la corrupción.

Entre las comunidades y congregaciones, están las que dependen de un abad y de un solo superior, que desaparecerían si éste muere y no cuenta con un aliado de confianza ni de un sucesor; ahora bien, un hilo múltiple no se rompe fácilmente; como en una  plaza fuerte un hermano es apoyo y socorro para otro. Si cuando la cabeza del monasterio se encuentra  débil,  y los miembros recurren a los prelados seculares, se encontrarán entre Scylla y Caribde.

Huyendo de la espada se exponen al tiro de ballesta. En efecto, además de regocijarse por las disputas que surgen entre los religiosos, como si los pecados se volvieran más grandes en aguas cenagosas, ciertos sacerdotes aprovechan la ocasión para obtener dinero de una de las partes en disputa, cuando no de ambas. Si los regulares aciertan con un prelado justo y temeroso de Dios que, sacudiendo sus manos, rehúsa aceptar dinero por defenderlos, otros apelan al Señor Papa y encuentran el modo de prolongar hasta el cansancio la disputa. Así hipotecan neciamente el pobre monasterio o convento por los gastos inútiles que se imponen a las partes, disipando las buenas rentas y las grandes posesiones.