HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XVIII

LOS MONJES CARTUJOS

Otra congregación de monjes santos llamados Cartujos, tienen su origen y el superior en los confines de Borgoña. Habitan en cartujas en número no mayor de doce -número nunca superado- bajo la autoridad de un prior que se constituye en el décimo tercer monje del grupo. Cada uno tiene su celda de la cual no puede salir, salvo para la misa y maitines, en las fiestas donde comen todos juntos y cuando se reúnen para la colación y la predicación de la palabra divina. Los demás días comen solos en sus celdas: preparan ellos mismos su alimento. Tres días a la semana, según la regla, ayunan pan y agua. Llevan permanente cilicio, tienen limitado el derecho de propiedad, y cuando salen no van más allá de los límites establecidos. Está previsto que los priores de los monasterios queden exceptuados de esta medida, en ocasión del capítulo general, cuando las Cartujas se reúnen una vez al año, también si se ven obligados a salir por necesidades del monasterio. Poseen un número determinado de animales y superficies de tierras bien definidas, gracias a las cuales aseguran su modesta y austera subsistencia. En la forma de alimentarse no se diferencian de los Cistercienses.

Si ocurre que alguno le sustrae algo o lo culpan de  una u otra manera,  no intenta acción alguna contra el culpable.  Así no se  escandalizan por causa de sus vecinos, aunque actúen como enemigos a su respeto, y no necesitan de abogado para su proceso o para querellar. Igualmente no van a un tribunal como los laicos, para no hacerse uno de ellos con grave daño para su  alma, y no pierden de vista lo que Pablo dice a los Corintios: Ya es pecado que haya pleito entre vosotros ¿Por qué no preferís sufrir  una injusticia y soportar ser engañados? Pablo asimismo explica:   ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? Pablo que se trata de iniquidad, según me parece, cuando por cualquier ventaja temporal, se generen sentimientos de rencor hacia el propio hermano, lo cual desquicia y escandaliza. ¿Cómo, en efecto, tendría uno en sí el amor de Dios cuando, en vez de devolver bien por mal, se aman más los bienes terrenos que el alma del propio hermano? ¿Acaso no debemos según el orden de la caridad, amar más el alma de nuestro prójimo que la salud y la vida de nuestro cuerpo?

La rigurosa severidad de esta Orden religiosa hace que sus miembros se purifiquen al calor del fuego del Espíritu Santo, igual que las llamas purifican el oro y libran de escoria a la plata. Por este motivo los falsos frailes no toleran mucho tiempo esta vida. Los enemigos de la cruz de Cristo al tener por dios su vientre, permanecen algún tiempo en otras congregaciones, soportando sus observancias como trabajos forzados. No son los únicos que se sienten víctimas de la rudeza de la vida y el despojo de la celda: el rigor de la regla hace que vuelen y cambien como paja pues no caminan por la vía de la verdad. Aunque estén junto a otros hermanos santos o entre los árboles del paraíso, no podrán disimular y permanecer ocultos mucho tiempo, sin que su desnudez sea pronto descubierta, como leemos de nuestros primeros padres, pues para emprender un camino tan arduo hay que estar revestidos de la gracia de lo alto.

Conocimos a uno de éstos que estando en su celda fue presa de gran hambre antes de la hora de comer: sintiéndose casi imposibilitado de recitar las horas en razón de la mucha debilidad que sentía, tuvo la visión de Satanás que entraba a su celda bajo la apariencia de una mujer muy hermosa, la cual comenzó a cocinar de prisa en el fogón el plato de comida que deseaba el hermano. El tentador, que lo había arrastrado a tan vehemente deseo, sopló con fuerza el fuego e hizo arder la leña. Una vez que los guisantes muy bien aderezados estuvieron preparados, se los ofreció al hermano en una escudilla, desapareciendo luego el cocinero diabólico de su vista. Apercibido el hermano de la tentación, multiplicó sus plegarias y se hizo fuerte con repetidos signos de la cruz; logrando con la ayuda de Dios liberarse del engaño y soportar el apetito hasta  la hora de la comida. .Preguntándose luego si debía comer, no obstante, el plato preparado por el demonio, consultó a su prior, hombre santo, prudente y religioso. Este le respondió que nada de lo creado por Dios debe rechazarse antes bien cuidara de aceptarlo en acción de gracias. Después de haber comido, el hermano afirmó que en verdad, ni en el siglo ni en la vida religiosa, había comido un alimento tan bien preparado y con tal arte.