LA FAMILIA, ÁMBITO PRIVILEGIADO DE LA EDUCACIÓN PARA LA JUSTICIA
Mari Patxi AYERRA y Oscar AYERRA*
Todos hemos aplaudido al bebé que pronuncia por primera vez la
palabra «mío» ante cada uno de los juguetes, los dulces o el chupete
que siente como propiedad, repitiéndola cada vez que alguien
pretende tomar una de sus pertenencias. Nos hace muchísima gracia
y nos recuerda que por fin se comunica con el género humano; por fin
ese niño ha entrado en relación.
Y es que «mío», además de ser una de las primeras palabras que
pronuncia el niño, es una de las sensaciones mas claras que percibe.
La sensación de que ésta es mi madre, mi cuna, mi biberón, mis
cosas, mis pertenencias y mis personas, me da seguridad, me da la
sensación de ser yo, de estar y ser tenido en cuenta.
Luego, el paso al «nosotros» ya es otro cantar. Y son también los
que le rodean en la familia —esos mismos que han aplaudido al niño
cuando ha dicho el primer «mío» o se han reído a carcajadas cuando,
ante una bandeja de pasteles o ante el escaparate de una juguetería,
ha dicho: «¡Me lo pido, me lo pido!; ¡y este también, todos me los pido
para mí!»— los que le demuestran y le van enseñando poco a poco
que existe, pero que existe-con; que tiene necesidades, pero que
también tienen necesidades los de alrededor.
Y descubre a su hermano, a sus padres, que también necesitan su
espacio, su tiempo, sus cosas. Y la bandeja de pasteles hay que
compartirla, y el niño aprende a decir. «Me pido el de chocolate, y
este otro se lo dejo a mi padre, a mi madre, a mi hermano...» Y así
reconoce sus propias necesidades y, al mismo tiempo, descubre que
los otros también tienen las suyas que hay que satisfacer.
Este paso del yo al nosotros se da en la vida familiar. En algunas
familias se aplaude en exceso la gracia del niño del «mío, mio» y no
se le ayuda a vivir el «nosotros», esa palabra mágica que le volverá
solidario, atento a los demás y generoso.
* * *
Tan importante es reconocer al niño su espacio, su parcela, su
propiedad, su atención y cuidado necesarios, y el respeto a su
persona, sus cosas, su tiempo y sus necesidades, para favorecer su
autoestima como el facilitarle el reconocimiento de los otros, esos
seres humanos que viven junto a él y que también necesitan su propio
tiempo, su propio espacio, y se merecen la atención a su persona y a
sus necesidades.
Algunos padres que han tenido poco cubiertas sus necesidades
básicas de niños se vuelcan de tal manera en el hijo, le hacen tan
consciente del «mio», tan atento a sí mismo y a sus propias
necesidades, están tan dispuestos a satisfacer cualquier deseo del
niño, que no le dejan descubrir el nosotros y le convierten en un ser
egoísta y egocéntrico, blando, pues no conoce la frustración ni el
sacrificio de renunciar a algo en favor de alguien.
Gran parte de la juventud que hoy tenemos son los hijos de padres
que en su vida han carecido de tantas cosas y han necesitado tanto
que luego se han volcado en comprar a los hijos de todo, darles todas
las cosas habidas y por haber, todo el cuidado, todos los estudios y
posibilidades, y nunca les han pedido nada, nunca les han sugerido
siquiera la posibilidad de dar ellos algo a sus padres y así es como se
han convertido en unos jóvenes egocéntricos, incapaces de descubrir
que el otro también necesita algo; que sus padres le han dado todo,
pero que ellos apenas tienen nada, ni tiempo siquiera para si
mismos... Y de ahí surge esta generación blanda, que se frustra
enseguida, que no soporta un contratiempo, que en cuanto tiene un
trabajillo se gasta las cuatro petas en un gran viaje, en lugar de
ahorrar algo para su futuro o de compartir algo con alguien.
Es demasiado frecuente que hijos a los que no les ha faltado de
nada y han alcanzado un alto nivel intelectual se avergüencen de sus
padres por la poca cultura o el bajo nivel social de éstos, y hasta les
hacen de menos en momentos, pues se sienten muy superiores a
ellos por el hecho de tener una formación académica y unos recursos
a los que sus padres no han tenido acceso. Muchos de estos hijos
conocen ya en su juventud medio mundo, mientras que sus padres
aún no han salido de su pueblo natal. Este injusto reparto de
privilegios se fomenta en muchas familias como la cosa más natural y
está generando una juventud insensibilizada e insolidaria hacia sus
mayores.
La familia es el lugar donde el individuo aprende a vivir en
sociedad; donde, a través de ese hermano con el que compartes
pastel, habitación, jersey o sillón, descubrirás al hermano, al
compañero de vida que necesitará de ti y tú de él, y al que tendrás
que hacer un hueco en la vida para que también viva, y viva bien.
Cuando en una familia se reparte, milimetradamente y con humor,
ese bombón tan rico; cuando nadie se queda con el pescuezo del
pollo porque es lo peor; cuando el último bocado se queda en la
fuente porque todos lo desean y todos se lo ofrecen los unos a los
otros; cuando cualquiera sirve el agua al que lo necesita, aun antes
de pedirla, se está construyendo el «Nosotros» con mayúscula. Y la
vida está hecha de esos pequeños detalles que nos hacen vivir
atentos los unos a los otros y que nos lanzarán al mundo a vivir de la
misma manera.
* * *
Si «justicia» es la virtud que nos hace dar a cada uno lo que le
corresponde, hoy la sociedad está montada para vivir mal la justicia.
La familia da un culto exagerado a los nuevos niños, esos seres tan
escasos como cotizados en bolsa y tan molestos en nuestro ritmo de
vida.
Hoy una pareja, cuando espera al primer hijo, le prepara una
habitación de película, habilitada con todos los chismes que un niño
puede necesitar o soñar; mejor dicho, con muchos más de los que
pueda utilizar en toda su vida. Los padres, los abuelos y los cercanos
confundirán la espera ilusionada del nuevo ser con los mil
cachivaches que rondan su llegada. Las tiendas especializadas tienen
un gran negocio montado con este culto estético y ornamental que se
está dando al niño. Y ése es sólo el comienzo de algo que durará toda
la vida: que se crea el rey de la casa, el ombligo del mundo, y viva así
durante toda su niñez y juventud. De este modo se convertirá en un
adulto egoísta, incapaz de descubrir las necesidades de los demás.
Y es en la familia donde se aprende a vivir la justicia. cuando se
descubre al otro no sólo entre los miembros de la familia, sino también
en los de fuera. Cuando se interesan por otros seres humanos,
cuando en la mesa se comparten los gozos y las sombras de otras
personas más lejanas a la familia, cuando se recibe a los vecinos y
amigos, cuando se acoge, se comparte, se interesan por otras vidas.
El modo de ver la televisión en familia, el modo de comentar los
acontecimientos, el dolor de otros hombres, las injusticias sociales, el
reparto solidario... irá condicionando la forma de sentir de cada
persona desde su infancia. Un crioc que siente que nada de lo que les
ocurre a los demás en su familia deja a nadie indiferente, será un
adulto solidario y participativo.
* * *
Hay también otros comportamientos que «contagian» justicia, como
son el respetar la propiedad de los demás, el ir a devolver el cambio
que le han dado de más al niño en la tienda de la esquina, el cuidar el
ascensor que es de todos, el no tirar las pipas al suelo para que no
tenga que limpiar el portero, el pisar con cuidado sobre el portal
recién fregado... Son pequeños detalles de la vida cotidiana que le
van haciendo a uno exquisito para el amor, sensible a la justicia, a las
necesidades del otro.
También hay pequeños comportamientos domésticos que se
inoculan en la vida familiar, como son reciclar los papeles, tirar los
vidrios al contenedor, aunque resulte mucho más cómodo echarlos a
la basura; buscar un punto limpio para abandonar los
electrodomésticos o usar ropa de segunda mano que todavía está en
buen uso. Si, como telón de fondo familiar, se vive el valor de que hay
que ser austeros y reciclar, para no gastar lo que en justicia necesitan
otros, los miembros de esa casa serán solidarios casi de manera
inconsciente y habitual. Juntos cuidarán el mundo como algo normal y
natural.
Y un niño que ha sido criado en una familia en la que hay
sensibilidad hacia la injusticia, en la que se comenta y se acude en
familia a manifestaciones y a actos solidarios, será un adulto que
luchará por construir una sociedad más justa y más humana, un
mundo mejor repartido. Una familia sensible a la diferencia de clases,
al racismo, al machismo, enviará al mundo a seres que participarán en
el cambio de todos estos temas que nos dificultan y oscurecen la vida.
Cuando alguien de una familia participa como voluntario en alguna
organización determinada, toda la familia se suele enriquecer de la
vivencia de esa persona. (Desde que un hijo mío de 22 años colabora
en una residencia de ancianos, parece que a nuestra mesa se sientan
ellos, con sus anécdotas, gozos y sombras... Puedo decir que les
queremos y que todos nos vamos haciendo más sensibles a un
mundo que hasta hace muy poco nos era absolutamente
desconocido).
La justicia es un hábito del corazón que se adquiere en la familia
de una manera natural, desde los comportamientos cotidianos hacia
los más desfavorecidos. Cuando se abre la puerta con naturalidad a
toda persona que viene a pedir y se la acoge, interesándose por su
historia y su persona, si después de hablar con él, ayudarle y
ofrecerle la información de algún recurso posible, se le despide por la
sensación de haberle dado lo que era justo, en vez de mirar por la
mirilla con desconfianza y defenderse de alguien que parece nos
viene a quitar de lo nuestro, estaremos inculcándonos unos a otros un
estilo justo y solidario, una sensibilidad hacia los más desfavorecidos.
Siempre recordaré a un señor que vino a pedir a nuestra puerta en
el momento justo en que nos sentábamos a la mesa mis tres hijos
pequeños y yo. Le invitamos a comer lentejas con nosotros, y él, tras
un tira y afloja aceptó con gusto. Nos contó su vida, nos sensibilizó
con su problema, nos hizo el precioso regalo de darnos a conocer un
doloroso mundo desconocido para nosotros y disfrutar del placer de
compartir la comida con alguien que valoró el calor, el sabor y la
comodidad, esas cosas a las que nosotros estamos tan
acostumbrados. Al terminar, mis hijos le dieron el dinero de sus
huchas.
No faltó quien nos consideró arriesgados, sobre todo no estando
mi marido en casa: veían el peligro de que nos hubiera dado un susto
el buen señor, del que todavía recuerdo su nombre con gran cariño.
Pasado un año' volvió por casa para comentarnos que ya había
encontrado trabajo, y traía el dinero para devolvérselo a mis hijos.
Esta lección de vida no se nos ha olvidado jamás. Fue un regalo de
Dios para que practiquemos la justicia como estilo de vida... que no lo
hacemos demasiado.
Cuando los niños ven que sus padres compran «La Farola» al
transeúnte que se acerca a vendérsela al coche, y le saludan
cálidamente, están aprendiendo a solidarizarse con los necesitados, a
practicar la justicia de favorecer el que todos tengamos un trabajo.
Cuando en una casa se cuida de la vecina mayor, se tiene detalles
con la recién enviudada, se ayuda al anciano que baja la escalera con
dificultad, se llama frecuentemente y con ternura a esa persona
enferma...,se está inoculando una sensibilidad y un sentido de la
justicia que es dar a cada uno lo que necesita, aquello a lo que tiene
derecho.
Es importante también saberse privilegiados, reconocer lo
beneficiado que ha salido uno en el reparto de los bienes
económicos, afectivos, culturales o de cualquier otro tipo. Muchas
veces, personas que tienen demasiado se pasan la vida mirando a los
que tienen aún más que ellos, y desde ahí están siempre
considerando como injusto el reparto que se vive. Hay que saber vivir
mirando a los de abajo y trabajar para que todos tengamos las
necesidades mínimas cubiertas; e incluso entonces nadie puede
quedarse tranquilo.
El tema de los malos tratos a mujeres está de moda últimamente y
se va haciendo objeto de mil chistes malévolos y de muy mal gusto
que aplauden sutilmente esta injusticia social, desgraciadamente tan
frecuente. La forma de comentar este y otros temas parecidos en la
familia será la que marcará la sensibilidad de los individuos de esa
casa. Lo mismo ocunre con los temas de terrorismo y de tragedias
sociales.
Nos gusta en mi familia, al bendecir la mesa, incluir en nuestra
oración a las personas a las que les han ocurrido acontecimientos
desagradables y dolorosos, conocidas o no, cercanas o lejanas,
víctimas o verdugos. Siento yo el presentar al Señor noticias que
habían pasado desapercibidas para algunos, nos solidariza de alguna
manera, nos sensibiliza con las personas, nos ablanda el corazón y
nos saca un poco de nosotros mismos y de nuestra vida pequeña,
nos universahza el corazón, ese que se queda tan tranquilo sólo con
lo propio.
* * *
Denunciar la injusticia también es algo que se aprende en la vida
familiar por contagio. Cuando alguien se compromete en una causa
justa, o sugiere acudir a una manifestación o recoger firmas o
cualquier otro gesto solidario, genera en los demás miembros de la
familia un interés por otros que se va haciendo habitual y
compromete conla justicia.
Por último, el ser austeros, no con el objetivo de ahorrar, sino con
el de no gastar para compartir con otros, porque se está atento a las
bolsas de pobreza que nos rodean, también es practicar la justicia.
Del mismo modo que reutilizar la ropa usada, reciclar. compartir lo
propio con otros, usar este libro o esta chaqueta con cuidado para
que pueda servir a otra persona.... es un estilo solidario y justo que,
además de contribuir a una sociedad más justa y más humana, facilita
el ser una persona más libre, al necesitar menos cosas; más
ordenada y cuidadosa, al tener que tratar las cosas con esmero para
que las herede otro; y mejor ciudadana del mundo, pues genera
menos deshechos.
Todo esto no es nada fácil. Hay un «egoísmo familiar bendecido».
Todo el mundo aplaude el que cada uno quiera dar lo mejor a los
suyos, incluso el derroche exagerado. Parece que eres mejor padre si
consigues que tus hijos estudien más lejos. A mi me ha resultado un
tema difícil.. Y puedo decir que mis hijos han tirado de mí hacia la
justicia en muchos momentos. Recuerdo en una ocasión, hace ya
años, en que a mi marido le dieron una inesperada paga de
beneficios, que inmediatamente soñamos invertirla en un fin de
semana familiar en un parador de turismo, gran capricho deseado por
todos. Cuando comentamos el evangelio de aquel domingo, los chicos
nos plantearon que lo más justo era entregar ese dinero, con el que
no contábamos, a no sé qué necesidad urgente que andaba por ahí.
Nosotros nos miramos... conseguimos dar la mitad... no hubo parador,
claro está. Pero nos dieron una gran lección de solidaridad y justicia,
nos devolvieron lo que tanto les habíamos querido enseñar.
También hemos recibido de los hijos reproches por haber tenido
ellos menos que otros niños, y aplausos por haber sabido compartir
en muchos casos. Nos han llamado «ratas» o «roñas» muchas veces,
y se han sentido orgullosos otras tantas... Esto es un lío.
Menos mal que, como familia cristiana, Dios nos invita a amar con
ternura, practicar la justicia y caminar por la vida de su mano. Pues
estemos muy atentos a las necesidades de ternura que tienen los
nuestros y no escatimemos caricias, detalles y mimos; practiquemos
un reparto justo de tareas, de espacios, de afectos, de chismes, y
salgamos al mundo a aportar cada cual su compromiso con los demás
para construir una sociedad más justa y más humana; y todo ello,
cogidos siempre de la mano de Dios, que nos quiere a todos
muchísimo, pero especialmente a aquellos a los que en el reparto
injusto de la vida les ha tocado menos. Y que él subsane nuestros
errores cuando nos pasamos y cuando no llegamos.
Que ese Dios Padre nos enseñe la mejor manera de ser padres,
de inventar unas familias donde se practique el amor y la justicia como
forma de vida, y nos sugiera siempre el gesto y la palabra oportunas,.
que no lo tenemos nada fácil. Amén.
* * *
Para avalar lo anterior, ahí van dos realidades familiares opuestas,
para que cada uno elija.
1
Historias de un ser humano poco humano del año 2000
Me llamo Jorge y acabo de llegar a este mundo. Tengo una familia
estupenda. Me esperaban ya desde hace mucho tiempo; bueno, al
principio no pensaban en mí, porque mis padres estaban muy
ocupados en su trabajo y sus viajes, pero al final decidieron que yo
naciera, porque se les iba a pasar la juventud y casi no les daba
tiempo de tenerme.
Durante todo el tiempo que yo he estado dentro de mi madre, los
dos me han esperado con muchos sueños y mucho cariño. Han hecho
un curso juntos para preparar mi parto, han visitado una y mil veces al
médico y me han acariciado muchísimo a través de la barriga de mi
madre, que no se puso demasiado grande, pues es muy metódica y
cuidadosa y no quería perder su silueta para siempre. Me han
preparado una habitación maravillosa, de esas que vienen en las
revistas de las tiendas pro-natal, o como se llamen, en la que no falta
detalle y todo en la casa está como esperándome. Casi me gusta
tanto mi cuarto como el que tenía dentro de mi madre... Sólo me falta
estar bañándome todo el día, como lo hacia dentro de ella; pero, por
lo demás, lo tengo todo: música. luces especiales, dibujos, juguetes,
una cuna y un moisés, un baño... Bueno, no puedo contarlo todo,
pero tengo tanta ropa que dudo que me de tiempo a ponérmelo todo,
porque digo yo que me haré mayor.
En la familia están todos encantados conmigo. Debo de ser
precioso. Mis padres, que están un poco agitados porque ni siquiera
duermen tranquilos, porque se pasan el día y la noche espiándome,
me cuidan mucho y presumen de mí; pero la que más presume es mi
abuela, que lleva pegada en su carpeta una foto mía, como si yo
fuera un artista de esos que vienen en las revistas a doble página.
Tengo mucha suerte de haber nacido en esta familia, y se ve que
ellos tienen la suerte de tener un niño como yo, pues todo lo que
hago cae bien. Soy hijo único, nieto único, sobrino único. Tengo
suerte.
¡Qué vida más ajetreada llevo...! Me paso el día en el coche, en
una sillita muy especial, de casa en casa, de cuna en cuna, y de la
guardería al chalet de los abuelos. Mis padres son unos trabajadores
muy buenos, que no pueden nunca faltar a su trabajo, pero que se
ocupan tanto de mí y están tan preocupados de tener que dejarme
que, cuando están conmigo, no paran de hacerme caso y responder a
todos mis gestos y peticiones. ¡Qué gran suerte tengo de ser yo...!
Mi madre ha llorado al dejarme en la guardería... Bueno, es que yo
lo he hecho primero, porque me he dado cuenta de que así vuelve
antes y me trae alguna cosa, para compensar. Ella se siente mal por
tener que ir al trabajo y dejarme, y a mi padre le pasa lo mismo. Y
cuando echo unas lagrimitas al despedirme, ya sé yo que luego hay
mimo o regalo seguro. Y si se lo hago a la abuelita... no digamos:
vuelve volando a buscarme.
Mi cuarto lo han remodelado; como me voy haciendo mayor, dicen
que algunas cosas se me quedan pequeñas o no me van por la
edad... Yo no lo entiendo muy bien, pero me siguen comprando miles
de cosas, no vamos a caber en la casa ellas y yo, pero dicen que
tener un niño es así de complicado, y que hay que rodearlo de un
número infinito de chismes. A mí la verdad, me gusta jugar con la
espumadera de la cocina. el cable del teléfono o los ceniceros del
salón... Pero ellos prefieren que juegue con otras cosas más caras...
Me siguen vistiendo como a un príncipe. No hay nada que se me
niegue. Llevo unos zapatos igualitos que los de mi padre. pero
parecen de juguete. Creo que son carísimos, por lograr tan buena
imitación en tan poco espacio. Pero toda la ropa que llevo es de
marca. ¡Ah, me han comprado una moto alucinante!
Ya me voy haciendo mayor. No os imagináis lo alto que estoy.
Todos están encantados conmigo y sorprendidos de tanto como sé.
Me siguen comprando infinidad de cosas. estudio mucho, voy a clase
de judo, monto a caballo, y ahora tengo ilusión por aprender a jugar al
tenis. Manejo el video y el ordenador de maravilla, y la tele es mi
mejor amiga. Hablo inglés casi tan bien como el español, los idiomas
para mí no van a tener ninguna dificultad. No me queda un momento
libre, igual que a papá y mamá.
Sigo siendo un gran hombre... este cuerpo mio creciendo, mi
cabeza también, y sigo siendo el centro de la familia, de la creación...
del universo. Voy a cumplir los dieciocho, y entre todos me van a
regalar el carnet de conducir y el coche. ¿No tengo una familia
fantástica?
Estoy pintándome una cazadora... no me gusta la ropa tan nueva,
parezco un pijo. Yo quiero ser alguien más sencillo, por eso rompo mi
ropa, para no parecer un niño bien. En casa se pasan muchísimo en
el nivel económico... a mi me gustaría ser «okupa»: ellos sí que tienen
libertad... Esto no es justo; no hay derecho que mis padres vivan tan
bien, y la sociedad tan mal repartida. En mi cuarto tengo pancartas y
música subversiva. El mundo es una kaka...
En la universidad voy bien, y eso que estudio una carrera doble.
Quiero terminar pronto para formarme bien en Estados Unidos, que es
el único lugar de donde salen profesionales como Dios manda.
He encontrado a la mujer de mi vida. Estoy enamorado... si no
consigo que ella me mire. me suicido. Tengo todo en la vida, y me
falta su amor. Dudo que pueda seguir viviendo... Nadie puede
ayudarme. La vida es injusta...
Son retazos de vida de un ser humano... Poco humano...
2
Mi familia y la justicia
¡Qué fácil y qué difícil a la vez me resulta educar para la justicia
dentro de la familia...!
Recuerdo cuando un gran amigo con el que compartí comunidad
cristiana decía: «Yo quiero lo mejor para mis hijos». Al oírlo se me
llenaban los oídos de marcas, lujos y privilegios. ¡Lo mejor para mis
hijos! Esta expresión ha retumbado en mis oídos durante mucho
tiempo. Cuando yo la oí, no había nacido ninguno de mis tres hijos,
pero me provocó una reflexión que ha durado años: yo también quicio
«lo mejor» para mis hijos: pero quiero los mejores valores. no los
mejores privilegios materiales. Y frecuentemente esos valores chocan
con lo material.
En la familia nos arropamos afectivamente; nos ayudamos
incondicionalmente, sobre todo en los momentos de crisis profundas.
En los momentos muy críticos, ahí está el clan para echarte un capote
incondicional y hacerte más llevadera la situación difícil.. Pero, a la
vez, la vivencia entre hermanos, desde el momento del nacimiento,
conlleva la vivencia del conflicto, se comparte el espacio de la casa, el
papel dentro de la familia, los juguetes, los afectos, el baño, el lugar
en la mesa, la comida, los caprichos... Se aprende a vivir la
fraternidad.
Entre nuestros amigos hay tendencia al hijo único. Nos vamos
encontrando con que la vivencia de la fraternidad es cada vez más
difícil: tenemos que aprender más de la televisión que del hermano.
Pero los que tienen la suerte de vivir con un hermano están
aprendiendo a vivir (a desenvolverse) en un Mundo (real) de recursos
limitados, donde los lujos de uno se basan en las necesidades
insatisfechas de los otros. Y es que en las familias no se aceptan las
injusticias (ni los privilegios particulares) con tanta facilidad como las
aceptamos en la sociedad en general.
La familia es una maqueta vivencial del Mundo, y en el Mundo no
existen los hijos únicos: en el Mundo existen las familias numerosas
que tienen que compartir los bienes materiales, los talentos, los
esfuerzos y la vida.
El sábado pasado, una amiga me regaló tres zumos en tetrabrik
para mis tres hijos, uno de ellos ausente. La niña de siete años se
tomó el suyo. Horas más tarde, cuando estaban los tres juntos. se
repartieron los otros dos, y a ella no le tocó. «¡Qué morro...!», dijo. A
ella ya no le tocaba zumo. y a sus otros dos hermanos sí. Ya había
olvidado que el suyo se lo había tomado antes... ¿Cuántas veces los
adultos gozamos de privilegios que queremos repetir y monopolizar
igual que la niña?' Le quitamos el zumo al mayor y se lo dimos a ella.
pero le dijimos que su hermano no lo había tomado antes y que, si se
lo bebía ella, éste sería ya su segundo zumo... Le costó, pero lo
entendió y se lo devolvió a su hermano.
En una familia no es necesario que nos planteemos la necesidad
de educar para la justicia. sino la necesidad de vivir la justicia y cómo
vivirla en pequeños detalles cotidianos. «Los niños aprenden lo que
viven». «Los niños no obedecen, imitan». En todo momento. en cada
una de las situaciones, por inocentes que puedan parecer, estamos
educando hacia la justicia o alejándonos de ella.
En las familias se producen muchos conflictos, casi todos los días,
entre hermanos y entre hijos y padres; según la forma en que
resolvamos los conflictos, estaremos viviendo más o menos cerca de
la justicia, y además les estaremos enseñando caminos para resolver
las situaciones conflictivas.
El otro día, mi hijo de diez años, al acabar de cenar, se fue con su
hermana, de siete, a ver la televisión. Cogió el mando de la «tele» y
ejerció el «poder» de elección de canal. Su hermana protestó, pero
no se llegó al consenso. Al rato, cuando se tenían que acostar, él
pretendía que fuera su hermana la primera en ir al baño, y él
quedarse un rato más viendo la televisión. Nosotros le explicamos que
ahora le tocaba a ella el privilegio de quedarse un rato más, puesto
que él ya había tenido el privilegio de mandar en la televisión.
Recalcamos la necesidad de compartir privilegios. Hubo fricciones,
pero de vez en cuando insistimos en esta idea de compartir los
privilegios que siempre se generan, ya sea prepararse la leche,
comerse el pico de la barra de pan....
De aquel refrán antiguo, «cuando seas padre comerás dos
huevos», hemos pasado a que si hay pocos huevos se los comen los
hijos. En el pueblo de mi mujer dicen: «Cómetelo tú, que me alimenta
a mi». Desde luego, somos una generación muy sacrificada: en
tiempos de recursos limitados nunca comemos: o por ser hijos (antes)
o por ser padres (ahora).
Tenemos facilidad para ser excesivamente serviciales con nuestros
hijos, o porque tardamos menos en hacerlo nosotros o porque «les
queremos tanto, que se lo hacemos todo». En la familia educamos
para servir o para ser servidos, y hay que ser conscientes de que
cuando nosotros se lo hacemos todo, les estamos inculcando la idea
de que han nacido para ser servidos, y ese papel lo repetirán en sus
relaciones con el Mundo. Pero también tenemos que tener cuidado de
que no sean ellos los únicos servidores de la casa,. que no nos sirvan
exclusivamente ellos. Optemos por la opción de ayudarnos entre
todos: que la familia sea una barca en la que rememos todos, y
rememos con alegría... Que vayan al Mundo y sepan remar.
El otro día había cinco quesitos para repartir entre tres: uno para el
padre y dos para cada hijo. El mayor, de diez años, se dio cuenta y
repartió el suyo conmigo. La hermana, al verlo, hizo lo mismo...
Es curioso, porque cuando voy a un bar y me siento en una mesa
al irme me gusta poner las sillas bien y llevar los vasos sucios hasta la
barra, donde normalmente un camarero me sonríe y me da las
gracias. Aunque no sea mi obligación, creo que es una manera de
vivir la vida hacia los demás. Y mis hijos van aprendiendo un estilo.
Los niños, desde muy corta edad, pueden sentirse útiles en la
familia, secando cubiertos, haciendo la cama, bajando la basura,
poniendo la mesa, apretando un tornillo de un taburete, cantando una
canción, contando un chiste, o diciéndonos lo que han hecho en el
colegio... Sentirse útil en la familia es el primer paso para sentirse útil
en la vida.
En las familias se viven conflictos, los recursos son limitados; y
cuanto más limitados, más frecuentes son los conflictos. Pero también
nos enseñan mucho: la forma en que los silenciamos, los mantenemos
o los resolvemos, condiciona la vida familiar y es un aprendizaje
importante para la vida, para el Mundo. La familia actúa como un
laboratorio en el que sus miembros experimentan la forma de
actuación y relación que tendrán con el Mundo.
De la misma forma, la vivencia de la reconciliación familiar es una
parcela que condiciona las relaciones humanas fuera de la casa. Los
niños tienen dificultades para pedir perdón, y para aprender necesitan
vernos a nosotros pedir perdón entre la pareja, a ellos e incluso a
otras personas. Cuando mi mujer y yo nos gritamos por cualquier
pequeñez cotidiana, cuando por nervios, prisas, tensiones del trabajo
o por cualquier otra razón nos damos un grito impresionante delante
de los niños, ellos se convierten en espectadores de una discusión
entre la pareja. Cuando se nos pasa, intentamos pedirnos perdón
delante de ellos, porque muchas veces hemos peleado en su
presencia, pero las reconciliaciones han sido sólo en la intimidad.
Creo que pidiendo perdón y perdonándonos delante de ellos les
estamos enseñando dos cosas: que todos nos equivocamos en algún
momento, y también les mostramos la herramienta para pedir perdón
y perdonar.
Hace unos meses se celebró la campaña del Domund. En el
colegio de los niños les dieron unos sobres para que llevaran dinero,
pero no de los padres, sino suyo, «hasta que les doliese». Mi hija
Edurne (7 años) llegó a casa, abrió su hucha y llenó el sobre. Cuando
nos lo contó, nosotros limitamos la cantidad a entregar. Ella nos
explicó que la profesora había dicho que «había que dar el dinero
hasta que doliese»... Después fue a hablar con su hermano Aitor (10
años) y le convenció para que él llevase otro sobre. Cada uno llevó su
sobre... ¿Quién educa a quien, los padres o los hijos?
En los semáforos de Madrid venden pañuelos de papel, periódicos
alternativos, ambientadores... Nosotros no los compramos. Antes, al
ver que se acercaba algún vendedor, cerrábamos la ventanilla. Ahora
hemos decidido abrirla y, de forma cercana, comprar o no comprar,
pero siempre cuidando la comunicación y la dignidad del vendedor.
Aunque, cuando no compramos, nuestros hijos nos reprenden por no
ayudarles, y nosotros les explicamos nuestros motivos.
Es curioso cómo la mayoría de nosotros vivimos situaciones
económicas ajustadas, pero cuando llega una boda, comunión o
bautizo «tiramos la casa por la ventana», y nuestro derroche provoca
que el vecino se vea «obligado» (de alguna manera) a hacerlo igual.
En casa estamos intentado celebrar de forma alternativa, acentuando
más lo religioso y sustituyendo el banquete del restaurante por un
«compartir» lo que aportamos entre todos, en los salones
parroquiales... Comemos menos langostinos, pero nos sentimos
mucho más cerca unos de otros. Y además podemos invertir el dinero
ahorrado en proyectos solidarios.
La fantasía de los Reyes Magos a veces nos inducía a intentar
complacer todas las ilusiones de nuestros hijos (que con ayuda de la
televisión son casi infinitas). Nosotros les explicamos que el número
de juguetes es limitado y que hay que repartirlo entre todos los niños
del Mundo... La verdad es que no lo entienden muy bien. Edurne (7
años) está encaprichada con una mascota virtual (especie de reloj de
vivos colores con el que te comunicas mediante unos botoncitos y le
ayudas a hacerse mayor, estar contento, comer, mimar... y crece o se
muere). Aprovechamos para explicarle que en la vida no se puede
tener todo lo que se quiere. Pero ella insiste y pone mala cara. En la
tienda de al lado lo venden sólo por 1.500 pesetas, y ella tiene ese
dinero, que se lo han regalado por «reyes». Insistimos que en la vida
no se puede tener todo lo que se quiere. Le propusimos que hablara
con una amiga que tiene dos (es hija única) para que, cuando se
canse, le regale uno... ¡Qué difícil es educar! Pero merece la pena.
En casa estamos empezando una nueva etapa: cuando «los
mayores» nos necesitan, cuando van perdiendo habilidades y
ganando dependencia de sus hijos... Son momentos de dolor, de
difícil consenso entre los hermanos. Hay que dar una respuesta de
acogida cuando vienen a pasar el día o cuando tengamos que
acogerlos definitivamente. Necesitamos cultivar la tolerancia y la
generosidad, hay que compartir el tiempo, el humor, los detalles, el
espacio y la vida con los abuelos; son momentos difíciles, pero son
momentos de optar por la justicia, la solidaridad y el amor. Y optar
como familia, elegir juntos cómo queremos tratar a nuestros ancianos.
Así, con estos y mil detalles más vamos intentando vivir juntos la
justicia en familia.
AYERRA-MP-y-O
SAL TERRAE 1998/02. Págs. 119-147
........................
* MARI PATXI AYERRA es madre de familia y animadora socio-cultural.
Madrid.
ÓSCAR AYERRA es padre de familia y pedagogo. Madrid.
______________________________________________