FAMILIA

Compartir la vida

Por Yusi Cervantes Leyzaola
Fuente: El Observador


Un hombre y una mujer se casan porque se aman y quieren tener una vida en común. Suena muy bien. Pero, ¿qué significa? Esto quiere decir que van a compartir lo que tienen y lo que saben. Las alegrías, las penas, las labores cotidianas, un proyecto de vida.

Pero no significa que cada uno vaya a anular su propia vida. El ser humano no debe perderse en la relación, ni siquiera disminuirse. Para esto es indispensable el mutuo conocimiento, con plena confianza. ¿De qué otra manera, si no, van entonces los esposos a poder sentarse en la mesa de las discusiones? Si alguno de los dos no manifiesta lo que desea, cuáles son sus necesidades, qué quiere de la vida, no se establece un acuerdo entre dos iguales, requisito básico para la vida en común.

Pero hay barreras que se oponen a la comunicación. Algunas son técnicas, otras emocionales; las hay de omisión e incluso de falta de auténtico interés en el otro. Tal vez la más difícil de vencer sea el miedo. No es tanto el miedo a no ser comprendido, porque nadie puede comprender del todo; pero sí lo es a no ser respetado, aun si uno está en el error, a no ser aceptado incondicionalmente. O tal vez sea el miedo del débil frente al fuerte, del que obedece frente al que manda, del que está sujeto, del que es dependiente, de la parte sumisa. Sí, otra vez: el matrimonio es la relación de dos iguales, de dos compañeros, de dos amigos, y el miedo es señal de que eso no está ocurriendo así.

En la relación conyugal es de vital importancia el respeto firme de ambos como seres humanos. Sin este respeto, la vida en común puede convertirse fácilmente en que uno de los dos es parte de la vida del otro, como sombra casi.

Este respeto significa cuidado por la libertad del otro, por su dignidad. Significa lealtad y apoyo efectivo para que el otro sea lo que verdaderamente quiere ser, para que realice su misión en la vida.

Como es obvio, ambos deben participar activamente en el proyecto común. Suena poco romántico, pero la relación es sentarse a discutir qué van a hacer con su tiempo, con sus hijos, con el dinero, con las tareas hogareñas. Decidir dónde van a vivir, cómo van a vivir. Es un ponerse de acuerdo en relación a los mil y un detalles de la vida cotidiana en el presente y en el futuro. Es un acuerdo donde son dos, ambos iguales, ambos con la misma calidad de voto.

Una relación así tiene como consecuencia que ambos pueden crecer como personas, que ambos son fuertes y realmente adultos, en "esa forma singular de amistad personal", de la que hablaba Pablo VI.

Algunos consejos

1.-Conserve su individualidad. El matrimonio no es subordinación ni anulación. Es más, el matrimonio no es posible si no hay dos personas, y estamos hablando de personas completas.

2.- Preocúpese si nunca hay conflictos. Generalmente la ausencia total de conflictos no significa un entendimiento perfecto -esto es prácticamente imposible, puesto que cada uno tiene una personalidad distinta, historia, educación y familias de origen diferentes-, sino el sometimiento de una de las partes al parecer y el estilo de vida de la otra.

3.- Enfrente la relación sin miedo. Ambos deben actuar como adultos, como iguales, con auténtica confianza.

4.- Respétense el uno al otro. Como algo sagrado, por encima de todo, a pesar de los desacuerdos

5.- Practiquen la generosidad uno con el otro. Sin ella no es posible compartir la vida. Ejerzan la benevolencia.

6.- Practiquen la lealtad. Esto, más que fidelidad sexual -que está incluida-, significa estar ahí. Es la certeza que tienen ambos de contar el uno con el otro.

7.- No esperen de la relación lo que no puede dar. No esperen la perfección. Compartan exactamente lo que tienen. No esperen que el otro les de la felicidad, o que llene sus carencias emocionales. Esto es responsabilidad de cada quien. Pero sí pueden compartir y acrecentar su felicidad y enriquecerse uno al otro.

8.- Incluyan a los hijos en su vida en común. Formen con ellos una auténtica comunidad de amor.

9.- No se olviden, en su proyecto de vida, de los demás. Es decir, que su comunidad esté abierta a todo aquel a quien pueda servir.

10.- Que Dios sea parte de sus vidas. Permanentemente. En forma cotidiana. Mantengan una relación de amor con Él.

Que la familia sea una comunidad

Toda familia debería tener como meta el formar una verdadera comunidad, donde todos aportan cuanto tienen y cuanto son, donde todos son responsables y parte viva de la familia, donde todos se conocen, se aceptan y se respetan.

La comunidad familiar significa una profunda vivencia de amor. Y un aprendizaje del compromiso que tenemos de ser sensibles, estar al tanto de lo que sucede a los otros y ayudar cuando haga falta. Una familia así da mucho a sus miembros: seguridad, cariño, soporte, solidaridad. Pero, sobre todo, la certeza de que pase lo que pase, cada uno tiene un sitio propio, adonde siempre puede acudir. ¿Cómo lograrlo? Proponemos algunas sugerencias:

-Educando a los miembros -sí, incluso los padres- para la colaboración. Que cada quien tenga tareas específicas en la casa, haciendo a un lado la vieja idea de que las labores domésticas son responsabilidad solamente de la mujer.

-Permitiendo la participación.- Algunas mujeres se erigen en señoras del hogar y bloquean la participación de los demás -«deja, yo lo hago»-, con lo que apagan la iniciativa y el interés del marido y de los hijos por colaborar.

-Tomar en común las decisiones de la familia.- Esto es, incluir a los hijos lo más posible. Cuando la decisión corresponda exclusivamente a los padres, los hijos deben ser de todos modos escuchados seriamente y del mismo modo, tomados en cuenta.

-Darle importancia a las actividades en común, tanto las que tienen que ver con los deberes, como las recreativas.- Las actividades en común realizadas con frecuencia tienen el poder de fomentar la unión, el espíritu de cooperación y la solidaridad.

-Cultivar los valores que crean comunidad, como la confianza, la disposición a conocerse, la mutua aceptación, el respeto, la comunicación y el reconocimiento del otro.