RELACIONES HUMANAS   

                             
                               cristianos siglo veintiuno
 

 


         
            Los métodos pedagógicos
 

  
 

Una tarea tan importante como la formación no se puede ejercer sin preparación, sin metodología. Hay que conocer la teoría educativa y después, lógicamente, hay que aplicarla.

 

No es cuestión de dejarse llevar por el humor de cada momento. E improvisar en cada ocasión cualquier manera de hacer la formación.

 

La letra con sangre entra, se dijo y se aplicó durante muchas generaciones. Y es posible que la vara, o la amenaza del castigo, la coacción, sea todavía para algunos el mejor recurso didáctico. Aquí no vamos siquiera a discutirlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 



 

 

El método afirmativo

Centrándonos ya en los métodos didácticos, consideramos una primera agrupación bajo el paraguas de “métodos doctrinales”.

 

En todos ellos, se reparte información objetiva, y cuando la materia se presta a ello, se facilitan opiniones. Qué duda cabe, esta tarea se puede ejercer de muchas maneras, correcta e incorrectamente, con sentido de la oportunidad o con las más aviesas intenciones.

 

El primer método se denomina afirmativo. Es la manera más simple y espontánea de enseñar. Comunicar lo que se sabe. Ante hechos y datos comprobados sólo cabe la aceptación. El problema surgiría en cuestiones opinables. Pero cuando de la abundancia del corazón habla la boca, cuando se dicen las cosas con modestia, francamente, como se sienten, nadie tiene derecho a ofenderse. Todo lo más, y está expresamente permitido, se puede discrepar.

 

Este modo de enseñar suele llamarse también “magistral”.  Pero el término ya va cargado de aspecto negativo. Porque el método puede degenerar en un sistema autoritario de enseñanza. Esto es así porque lo digo yo. Sin razonamiento, sin permitir duda ni divergencia, obligando a comulgar con ruedas de molino. La formulación dogmática molesta tanto a quien aprende –hoy mucho más que antes- que se le hace difícil apreciar la bondad de un contenido expresado en términos categóricos.

 

Pero la principal debilidad del método afirmativo es su escasa eficacia a la hora de formar opinión. No calan los consejos externos, a menos que vayan avalados por experiencias estremecedoras. El consejo es gratificante para quien lo facilita. Pero es poco efectivo,  es difícil aprender en cabeza ajena.

 

 

El método interrogativo

 

El segundo método didáctico de nuestro esquema se llama interrogativo, aunque bien pudiera llamarse interactivo, si no fuera porque el nuevo término está ya gastado de tanto uso.

 

Muchos creen que la parte más jugosa de una conferencia es el coloquio posterior, algo así como el rico postre que anima una mediocre comida. Pasa en las ruedas de prensa, donde las preguntas finales marcan el interés y la curiosidad de la gente.

 

El método coloquial es valiente, el formador se expone a cualquier pregunta. Pero sobre todo se centra en los temas que interesan al otro. No hay que extenderse en las respuestas y ceder rápidamente la palabra al grupo.

 

Pero existe una interesante variante del método interrogativo, la mayéutica, que adoptó Sócrates para enseñar a sus discípulos. Contestando las sucesivas preguntas del maestro, el discípulo iba descubriendo y formulando una noción, un axioma. Mayéutica significa originariamente “arte de partear”, es el arte de sacar a la luz lo que está dentro del otro, aún sin saberlo. 

 

 

El método participativo

Y llegamos al método participativo, en el que todos se comunican en igualdad de condiciones. Todos aportan sus datos y expresan sus opiniones. La mesa redonda del rey Arturo. Hoy está de moda.

 

En una plasmación utópica del método, no hay cabeza visible. El formador será lógicamente el impulsor de la reunión, pero trata de diluirse y aparecer como un miembro más del grupo. No pretenderá que sus opiniones valgan doble como las de los presidentes de algunos consejos.  Aunque es inevitable que se deje notar el peso de las opiniones del experto. 

 

En realidad, el método participativo no es otra cosa que la multiplicación de los sillones de la cátedra. Es el sistema afirmativo que se hace extensivo a todos y cada uno de los alumnos. O sea, que volvemos a lo mismo de siempre, pero reconociendo que todos tienen mucho que enseñar y todos tienen mucho que aprender. Todo un avance.

 

Las formas son importantes, influyen en las actitudes. Las normas de la mesa redonda impiden el uso impune del dogmatismo autoritario. Está mal visto, pero además se puede responder. 

 

Mal usado, esta forma didáctica se convierte en jaula de grillos. O en discusiones estériles, porque nadie escucha sino los propios argumentos. Manipulado, por desgracia cosa frecuente en sectas y afines, sería una forma engañosa, sólo aparente, de participación democrática, cuando no se pretende otra cosa que llevarse al huerto a quienes se presten inocentemente al juego.    

  

 

La metodología experimental

 

No se trata de practicar en un laboratorio lo ya aprendido en forma doctrinal. Ni de aplicar en un taller la teoría ya aprendida. Y que conste que no quitamos ni un ápice de importancia a las prácticas que conducen al saber hacer. Pero no es eso.

 

El formador plantea el experimento y provee los medios. Luego deja que los aprendices lo realicen por sí mismos. Finalmente, modera la reflexión, que partiendo de los resultados de la prueba, lleva a la formulación de las conclusiones.

 

No están predeterminadas las conclusiones. Se parte de una hipótesis. Pero el grupo debe ser libre para concluir. O todo queda en una falacia y en una nueva manipulación de los deseos de aprender de la gente. 

 

El método experimental es esencialmente inductivo. Parte de hechos, que son rigurosamente analizados por el grupo discente hasta llegar al axioma teórico. Es el proceso inverso al deductivo, que parte de una teoría ya construida y baja a conclusiones de nivel práctico.

 

Hablamos de experimento porque se produce con fines didácticos, pero no es otra cosa que la reproducción del fenómeno de la experiencia. Cuando vivimos conscientemente, sin rutinas, cuando reflexionamos sobre lo que hicimos y lo que nos acarrea, decimos que aprendemos por experiencia. Lo que hemos descubierto en la vida constituye nuestro más auténtico saber. Nadie nos lo ha dicho. Lo hemos ido aprendiendo paso a paso. Es el conocimiento que más ha arraigado en nosotros.

 

La metodología experimental es cara. Requiere un esfuerzo de preparación y un tiempo de ejecución y reflexión. Por ello se debe aplicar a la formación de criterios y principios, a lo que vale la pena aprender bien y para siempre.

 

Es raro –y lamentable- encontrar ejemplos en la escuela o en la facultad. Pero se ha desarrollado generosamente en la formación empresarial, que ha creado atractivos juegos y escenificaciones, en los que los participantes se implican personalmente, como si lo hubieran vivido en la realidad. Las conclusiones se fijan en lo profundo, se hacen vivencias.

 

Está muy extendido el empleo de casos, escritos o filmados, que en cierta medida reproducen hechos reales y se prestan a la reflexión común.

 

 

El método convivencial   

 

Cuando todavía no se comprenden las palabras y la capacidad de  raciocinio es aún muy escasa, el niño aprende básicamente por identificación, esto es, por imitación de quienes le rodean.

 

Aprendemos por ósmosis. Es una vía de aprendizaje que nos acompaña siempre, aunque va decreciendo conforme nos hacemos más impermeables. Es índice de juventud.

 

Tendemos a copiar lo que vemos. Somos camaleónicos, nos conforma el medio ambiente. Para lo bueno y, especialmente, para lo malo. Así se explica el efecto demoledor de las malas compañías. La publicidad conoce bien los entresijos de la identificación y utiliza su técnica.

 

La identificación se agudiza con la admiración de quien apreciamos como modelo. Inconscientemente creemos e imitamos a quien queremos. El cine, la música, el deporte crean líderes que se imitan en todos sus detalles.

 

El aprendizaje por identificación se propicia en la convivencia con los buenos amigos. El método didáctico convivencial no es otro que fomentar esa reunión y contacto con personas de las que vale la pena aprender.

 

Es necesario creer en la eficacia del buen ejemplo. Es un proceso lento de aprendizaje pero sólido y duradero.


 

Conclusiones
 

Destacan varias directrices hacia las que se mueve la buena formación. Por un lado, la tendencia a incrementar la metodología activa, en detrimento de la pasiva. La experimentación representa el sistema en principio ideal. Aun dentro de los métodos doctrinales, se considera más activo el que requiera una mayor participación.

 

Cada vez están más reconocidos los valores de la formación en grupo. El rol del formador es el de coordinar el aprendizaje, pero como todo buen árbitro, ha de pasar inadvertido.



 

No habría que hablar de enseñanza

sino de aprendizaje.

 

Porque lo importante no es que el formador enseñe, sino que el alumno aprenda.

 

El formador -padre, madre, profesor, directivo, catequista- no ha de contentarse con haber contado su historia, su película o su sermón. Sólo podrá satisfacerle el hecho de que los hijos, los escolares, los colaboradores, los catecúmenos, lo hayan asimilado como propio. Su tarea no es enseñar sino lograr que el otro aprenda.

 

Nadie puede negar que la labor del formador es muy complicada. La última meta no está centrada en él sino en los otros. Se trata de conseguir algo que no depende directamente de sí mismo sino de la voluntad de los otros.

 

El éxito de la formación no se mide observando la actuación del docente sino los hechos posteriores de los discentes.

 

El fin que se persigue no es en modo alguno que el formador suelte un buen discurso. No se busca su lucimiento personal, ni siquiera su tranquilidad de conciencia.

 

El deber del formador es procurar que el otro sepa hacer algo y quiera hacerlo. Su obligación no acaba hasta no poner todos los medios necesarios para que el otro cambie su comportamiento.

 

El protagonista de la comunidad escolar es el alumnado. No tiene sentido una escuela sin escolares, por muy cualificado que sea su claustro de profesores. Cierto, cumplen una misión formidable tanto el personal directivo como el personal docente. Pero sólo ganan su sentido cuando sirven y porque sirven a todos y cada uno de los alumnos.       

 

La metodología de Jesús de Nazaret

 

Sólo un breve apunte. Aunque sería emocionante recordar tantos entrañables pasajes de su vida, ejemplos paradigmáticos de los diferentes recursos pedagógicos.

 

Predicó con sencillez, con convicción, tal y como ha de hacerse la exposición doctrinal. Planteó muchas preguntas a sus discípulos y a cuantos se le acercaban, aun conociendo todas las respuestas. Entabló múltiples diálogos y reuniones, dejando que se expresaran unos y otros.

 

Pero la singularidad de su enseñanza está en sus parábolas, un género pedagógico asimilable por entero en el ámbito del método experimental. Utilizó realmente métodos activos.

 

Y finalmente nos dejó su ejemplo. Ha sido el modelo más imitado a lo largo de todas las generaciones posteriores. No en vano ha sido el mejor formador, por antonomasia, el Maestro.