LA FE ES UNA RAZÓN PARA VIVIR

 

FE/RAZON: La condición de creyentes, adjudicada a los cristianos o a los fieles de cualquier otra religión, es en realidad una característica fundamental de la condición humana. Entre los llamados creyentes y los sedicentes no creyentes no media más diferencia que aquello que creen o dejan de creer.

El que confiesa creer en Dios, tanto como el que reconoce no creer, están en idéntica situación epistemológica: ambos carecen de argumentos racionales para fundamentar su opción existencial.

Pero ninguno de los dos puede vivir sin hacer esa opción en algún sentido o en el vacío. La vida es una cadena de actos de fe.

Hay, no obstante, otra diferencia más rudimentaria y como pie a tierra. Pues mientras el creyente se siente comprometido en su fe y con su fe, lo que puede producir la impresión (a los no creyentes) de que vive condicionado, mediatizado y reprimido; los no creyentes dan la impresión (a los creyentes) de vivir más liberados, con mayor margen de maniobras. Pero tal diferencia es más aparente (lo que les parece a unos o a otros) que real. Pues la fe, dimensión irrenunciable de la existencia, sale por sus fueros. Y así los no creyentes, por no tener motivos o razones para creer en Dios, acaban por encontrar pretextos para convertir en dioses, en absolutos, otras cosas: el poder, el dinero, el éxito, el placer o la revolución. Incluso puede rizarse el rizo convirtiendo en absoluto su pretendida posición neutral, como en el caso del agnosticismo.

ATEO/CREYENTE: Pero todos somos creyentes, de un Dios o de otro "Dios". La definición del hombre como animal racional no es más que una mutilación unidimensional de esa caja de sorpresas que es la vida y que somos cada uno. Y sólo a partir de la cristalización de la fe, como opción fundamental y fundante de una vida racional y autónoma, es posible la vida y la convivencia. Sólo a partir de esa toma de postura, que da la fe, la razón puede desplegar su poder creador en cualquiera de los ámbitos de la cultura. Sólo a partir de la fe, comienza a tener sentido la vida, los acontecimientos y las cosas. La fe es el poder de transfigurar en realidad lo caótico de la existencia. Sin fe la vida es un lío, con fe no es más que un ovillo que hay que deshilvanar pacientemente, día a día.

EUCARISTÍA 1988/11