1. FE/INDIVIDUALISMO

NO HAY REVELACIÓN A DOMICILIO

En un tiempo como el que corremos quizá sea preciso decirlo así de claro. No, no existe revelación a domicilio. No hay revelaciones especiales para particulares. Ni para los individuos ni para las comunidades singulares.

Porque estamos en un tiempo en que se valora también mucho lo individual, la persona, las minorías, los grupos... y es bueno.

Pero todo tiene su peligro cuando se extrema. Valoramos los derechos humanos, los derechos individuales, la necesidad de la responsabilidad personal hasta tal punto que la persona llega a pensar que no "se realiza" sino en la medida en que todo pasa por el filtro de las propias decisiones, la propia racionalidad. Como si en la vida ya no hubiera sitio para la confianza, para la fe, para lo gratuito, para lo que nos viene de fuera o sobrepasa nuestras individuales capacidades. Y en lo que se refiere a la fe, esto se traduce en la aparición creciente de creyentes (?) que sólo creen lo que pasa por su cabeza, muchas veces bien estrecha.

Sí, tenemos cada vez más creyentes que creen sólo lo que quieren.

Uno cree en el cielo, pero no cree en el infierno ni en su posibilidad. Otro cree todavía en el limbo, pero no en la Inmaculada Concepción ni acogiéndose siquiera a las mejores interpretaciones hermenéuticas. Diríamos que algunos creen en las páginas pares de su ejemplar del Evangelio y rechazan las impares.

Como si la revelación cristiana debiera someterse al propio capricho personal: una revelación a domicilio.

No, no hay revelación a domicilio. Sólo ha habido una revelación fundamental, una Palabra verdadera y completa, un único nombre bajo el que nos es otorgada la salvación: Jesús. Y ésta es la fe de la Iglesia, y "la fe de los Apóstoles".

La fe no es un asunto individual. La fe es esencialmente eclesial. En algún sentido, el sujeto de la fe es la Iglesia de Jesús, como comunidad asentada sobre el testimonio de los Apóstoles, en una continuidad viva de creyentes que a lo largo de la historia, de generación en generación, van entregándose la fe en Jesús (la "tradición" apostólica).

Para los cristianos, creer es compartir la fe de los apóstoles, estar en comunión con ellos en la interpretación de unos hechos concretos de los cuales ellos fueron testigos. Y, a través de ellos, vivir en comunión con la vivencia religiosa de Jesús, con la fe de Jesús, que es la que reconocemos como arquetipo y norma común, universal y definitiva de la fe. Y esto es lo que significa que una de las notas características de la Iglesia y de la fe es el ser "apostólica" (FE/APOSTOLICA).

Por más importancia que, gracias al Vaticano II, demos a las iglesias locales, ninguna iglesia local es autónoma enteramente.

La comunión con las demás iglesias locales y con la Iglesia universal es un requisito de verificación de su apostolicidad. Y ahí es donde engarza el sentido del ministerio apostólico, que mantiene a la Iglesia unida en vivo a la tradición de los Apóstoles, bajo el ministerio pastoral supremo del sucesor de Pedro. Y junto con él los sucesores de los apóstoles, los obispos.

Y hay quienes tienen tan hechos sus propios criterios que la palabra del sucesor de Pedro les es absolutamente indiferente, o les interesa menos que la palabra más rasgada del último libro de turno (tienen revelación a domicilio, o una "comunión apostólica" servida en la sección de novedades de su librería habitual). Ni una cosa ni otra.

DABAR 1980, 37