CREO EN DIOS

 

Paul GUÉRIN

¿Por qué una catequesis adulta?

Para un cierto desempolvamiento

La fe común arrastra consigo una serie de creencias y de imágenes que no han sido nunca suficientemente criticadas y que son ciertamente criticables. Guarda también representaciones que no corresponden ya al estado actual de las ciencias religiosas: por ejemplo, a la manera de leer los Evangelios.

Este desempolvamiento no tiene nada que ver con una empresa de demolición. No se trata de poner la fe al gusto del día. Se trata, como dice Paul Ricceur, de "suprimir los falsos escándalos para descubrir el verdadero escándalo". Los falsos escándalos son las expresiones inadaptadas a nuestra mentalidad moderna, las lecturas demasiado rápidas de la Biblia... El verdadero escándalo es el choque del misterio de Dios Trinidad, de Dios Creador, de la Encarnación, de la Resurrección...

La catequesis de adultos no tiene por finalidad hacer creyentes a buen precio. Tiende a desbrozar el camino para aquellos que, actualmente, quieren creer a fin de ver con claridad el sentido de la fe y para que puedan lanzarse sin reserva mental a la aventura del encuentro con el Dios vivo, hoy.

Para una diversidad de lenguajes cristianos

Hay que salir de cierta idolatría teológica. Muchos cristianos se han acostumbrado a alinearse dentro de una ortodoxia, en una forma de lenguaje cristiano. Ahora bien, por ejemplo, el término "transustanciación" no es la única expresión posible de nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La organización actual de la Iglesia no es la única expresión posible del misterio de la Iglesia. El lenguaje de la Redención no es el único lenguaje posible para describir la salvación traída por Jesucristo. La fe supera los lenguajes para penetrar el misterio sobrenatural.

En la sociedad actual y en la Iglesia actual, que son pluralistas, es necesario que estén en circulación varios lenguajes. Cierto, hay lenguajes de "referencia", es decir, expresiones más tradicionales, más consagradas. Pero se necesita una diversidad de lenguajes:

—En primer lugar, por respeto a las verdades de la fe. Lo que se cree es siempre mayor que la manera con que se expresa. Si hay varias maneras de hablar, se confunden menos tanto la verdad divina como su expresión humana.

—También, para permitir en la Iglesia una verdadera unidad en la diversidad. Unidad en la fe, diversidad en la expresión, quedando la Iglesia enseñante como guardiana de esta unidad de múltiples facetas.

Elegir una expresión moderna no equivale a despreciar las expresiones antiguas. ¿En nombre de qué podemos juzgar que lo moderno es mejor que lo antiguo? Digamos con más modestia que tal expresión moderna parece a algunos más adaptada a su mentalidad de modernos, más apta para introducirlos en el misterio.

Para un aprendizaje de la Iglesia

Dialogar con aquellos que no creen o creen de manera diferente. Aprender a creer a cielo abierto. Acoger las sospechas de nuestro tiempo, las interrogaciones más críticas y no obstante, atreverse a hablar, atreverse a dar testimonio. Reconocer la pobreza de nuestro lenguaje y, sin embargo, admirar y expresar la grandeza de nuestra fe.

Esto supone un diálogo con nosotros mismos. Cada vez que tenemos un mal que comunicar con otro, descubrimos una desgracia interior: tenemos que comunicarnos un mal a nosotros mismos. De esta manera, para saber escuchar las voces de los otros. debemos aprender a escuchar lo que en nosotros habla de modo distinto: nuestras propias dudas, nuestras sospechas.

Un poco más seguros que los que nos han precedido, hablaremos menos que ellos para defendernos. Hablaremos para responder. No para replicar, sino para responder. Para decir que hay una Palabra totalmente distinta de la que nosotros no somos propietarios ni defensores, sino testigos.

Esta catequesis adulta se apoya en tres convicciones

La primera convicción es que la Biblia no puede ser "pasada por alto". La Biblia es la referencia. Pero la Biblia es Palabra de Dios a través de las palabras humanas y estas palabras humanas son de un contexto muy diferente al nuestro. Por tanto, hay que volver a traducir la Biblia para comprenderla bien. Se dice habitualmente: traducir es traicionar. Nosotros pensamos lo contrario: no traducir es traicionar.

La segunda convicción es la voluntad de un verdadero diálogo con la Biblia. Interrogar a la Biblia con los problemas que hay en nosotros y dejarnos interrogar por la Biblia con las preguntas que hay en ella. No renunciar a nuestra personalidad de hombres modernos y no tratar de camuflar la personalidad propia de la Biblia.

La tercera convicción es que el trabajo de catequesis es un trabajo limitado. Creemos verdaderas las afirmaciones de la fe. Nos contentamos con preguntarnos: "¿Qué puede significar todo esto para nosotros?"

Hay finalmente un trabajo secundario. Lo más importante no es hablar de la fe sino vivirla. Entonces, ¿se puede vivir sin escuchar ni hablar?

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Creo en Dios

I. Por parte de la Biblia

A) Los términos bíblicos sobre la fe ..

En hebreo se encuentra la raíz Aman (de donde procede Amén) que evoca la solidez y la seguridad. Y la raíz Batah que evoca la seguridad y la confianza. En griego, las palabras Pistis y Elpis suponen los sentimientos de esperanza, certeza y confianza. A nivel de los términos más empleados, vemos pues que la Biblia expresa la fe en Dios por la experiencia de las relaciones interpersonales basadas en la confianza, una confianza asegurada. No es, por tanto, a nivel de la inteligencia donde la Biblia sitúa principalmente la fe, sino ante todo a nivel del corazón.

Sin embargo, el vocabulario del conocimiento se emplea también sobre todo en la época griega. La fe es el conocimiento de lo invisible (Carta a los Hebreos: "Como si viera lo invisible..." cap. 11).

Se describe también la fe como una escucha, una obediencia a la Palabra de Dios. El término bíblico fe trae en pos de sí otros términos. En particular la palabra prueba. Creer es forzosamente pasar por la prueba. Sobre todo la prueba de las exigencias de la fe: creer lleva a cambiar su vida y a avanzar cada vez más lejos hacia el encuentro de Dios. Después, la prueba de la ausencia y del silencio de Dios. Por amor de Dios se renuncia a las seguridades sensibles (confort, orgullo, mediocridad dorada, etc.) y en fin de cuentas se siente el vacío, la inutilidad de Dios, su impotencia ante la desgracia o el mal. Se encuentran aquí las etapas de la vía mística según San Juan de la Cruz: noche de los sentidos y noche del espíritu.

Por eso, la palabra fe va vinculada con frecuencia a fidelidad. La fe es una marcha larga: hay que seguir, buscar, esperar...

La palabra fe va seguida del término signos. Pero este término es ambiguo. Primero porque se le confunde con pruebas. Dios no puede ser probado porque en este mismo momento el espíritu humano manejaría a Dios a su antojo, encerrándole en el puño de la mano. Una realidad que nos supera puede ser presentida, pero no demostrada. Es presentida por los signos. La sonrisa es el signo de la amistad y no una prueba. La prueba nos deja en nuestro sitio, bien seguros. El signo nos llama a avanzar. Además, la palabra "signo" acoplada a la fe es equívoca porque la fe tiene necesidad de signos que debe llegar a superar. Ciertas cosas me hacen presentir a Dios y yo me desentiendo de estos signos para ir al encuentro de esta Realidad extraordinaria que me ofrece una señal. Pero Dios puede hacerse ver, la fe puede ser, a su manera, una visión directa. Entonces ya no tengo necesidad de signos y algunos pueden superarse totalmente. El único signo indispensable es Jesucristo.

Conocer a Dios no es una actividad que se pueda hacer de una manera desprendida, como la filatelia. Creer es comprometerse al encuentro de Dios, como nos comprometemos al amor o a la lucha por la justicia. Es un combate y no un desfile. En esta aventura de la fe hay que aceptar de antemano el ver cambiar todas nuestras ideas sobre Dios. La fe es una migración perpetua. Tal palabra, tal experiencia, tal idea nos llevaban hacia Dios y de repente se devalúan, hay que ir a otra parte para encontrar a Dios. De esta manera se desmorona la fe de la infancia, luego la de la adolescencia, después la de la juventud, etc... La fe es un éxodo.

Finalmente, la Biblia establece un vínculo estrechísimo entre el conocimiento de Dios y el amor de los demás (sobre todo en el Evangelio y las Cartas de San Juan).

B) Las grandes convicciones bíblicas sobre la fe (Aquí me refiero, sobre todo, al Antiguo Testamento.)

1. La Biblia no habla de Dios, deja a Dios hablar e invita a escucharle y a responderle.

2. Para la Biblia, la existencia de Dios se impone como un hecho inicial: "Los que no creen en El son inexcusables" (San Pablo). "En ninguna parte de la Biblia se da por supuesto un descubrimiento de Dios, un proceso progresivo del hombre que desemboca en el planteamiento de su existencia" (Vocabulario de teología bíblica—Dios). Sin embargo, la Biblia afirma con fuerza que "nadie ha visto nunca a Dios".

3. En la Biblia, hay dos nombres divinos. El nombre El, nombre corriente de Dios en el Antiguo Oriente. Es el Dios de todos. Y el nombre de Yahvé, un nombre nuevo, que Moisés aprende en su encuentro con Dios (Ex 3). Es el Dios que se revela a Moisés "en el marco salvaje del desierto y en la angustia del destierro, bajo la figura terrible del fuego". Pero este mismo Yahvé, terrible y extraño, es también Dios de la fidelidad y de la salvación. Se acuerda de Abraham y marcha a liberar a los Hebreos. (Parece que la palabra Yahvé significa, a la vez, "Yo soy el que soy", por tanto el incognoscible, y "Yo estoy con vosotros", el compañero del desierto.)

Para la Biblia, Dios es una vitalidad inagotable, una presencia imponente, una pasión devoradora. Absolutamente nada de primer principio imperturbable.

4. D/TRASCENDENCIA: Dios no debe ser representado por nada. El viejo catecismo justificaba esta prohibición absoluta al decir que "Dios es espíritu puro". Pero los Hebreos no tenían ninguna idea de un espíritu puro. Para ellos Dios era forzosamente corporal de una manera o de otra. Y, no obstante, prohibían su representación por cualquier cosa. Es que, para la Biblia, Dios es radicalmente diferente del mundo y del hombre. Y esta diferencia es tan profunda que no podemos comprenderla verdaderamente. Por eso, en realidad el hombre es siempre idólatra cuando piensa en Dios o habla de Dios. Esta idolatría tiene formas groseras cuando se imagina a Dios bajo la imagen de la fecundidad, del poder, del terror, de la seguridad maternal, etc. Puede tomar formas sutiles: Dios-Belleza, Dios-Inteligencia, Dios-Orden del Cosmos... Sólo la contemplación de Jesucristo y la unión a Cristo nos puede librar un poco de esta idolatría, es decir, de esta manera de coger a Dios en nuestras palabras, en nuestras imágenes o en nuestras experiencias. Dios es el Más Allá.

II. Nuestras reacciones de cristianos modernos

l. La Biblia dice: "Su existencia es evidente." Constatamos que esta evidencia no es compartida por todos. Es un hecho, sean cualesquiera las razones. Nuestro mundo moderno no es un mundo religioso al ciento por ciento. Muchos de nuestros contemporáneos no se plantean de una manera espontánea el problema de Dios. Notemos que la Biblia no da una gran importancia a esta cuestión de la existencia de Dios conocida o no de manera espontánea. Religiosos o no religiosos, los hombres han de convertirse con todo al Dios vivo y verdadero. Lo que quiere decir que hay una manera de creer en Dios que es de hecho una creencia en un Dios muerto y falso. La fe no es solamente admitir que Dios existe, es volverse a El que avanza hacia nosotros. Cualquiera que cree en Dios de una manera espontánea tiene que convertirse de la misma manera que el que es ateo espontáneamente.

2. Muchos de entre nosotros tienen la impresión de que la fe es un círculo vicioso. "Para encontrar a Dios, hay que admitir de principio que existe. Si meto a Dios en la caja, es evidente que lo encontraré." Muchos modernos querrían la certeza al principio de su marcha hacia Dios y la Biblia tiene el aire de decir que la certeza está al final del camino. La cuestión que queda es ésta: "¿En nombre de quién partiré yo sobre este camino de la fe y en nombre de quién continuaré avanzando?'

3. Ciertas páginas de la Biblia dan la impresión a nuestros hombres modernos de un Dios tirano o simplemente autoritario que tiene necesidad de humillar al hombre para "colocarle un poco en su sitio" (por ejemplo el cap. 9 de la Carta a los Romanos). Este Dios no parece dejar al hombre el suficiente "campo libre" para existir. Pero esta reivindicación legítima de autonomía ha de ser lógica consigo misma. Si ya no queremos un Dios que nos trate como chiquillos, no habrá que llorar en seguida cuando Dios nos deje solos frente a la vida, frente al mundo, frente al mal, presas del miedo o de la culpabilidad.

4. Finalmente, una cuestión apenas sugerida por la Biblia y crucial para nosotros: Necesito descubrir una Causa Primera de todo lo que existe. ¿Pero de dónde procede esta cuestión de la Causa Primera? ¿De la realidad o simplemente de la manera en que está fabricado mi cerebro que busca las causas? ¿De dónde procede Dios? ¿Está oculto en el centro de las cosas? ¿No es simplemente una proyección de mí mismo sobre las cosas, una imagen sin la que no me puedo pasar y que yo coloco de manera inconsciente sobre todo aquello que veo y vivo? Necesito a Dios, cierto, pero ¿existe Dios fuera de mí? Esta cuestión se ha planteado sin cesar por todas las ciencias llamadas ciencias humanas (sociología-psicología, etc.). "¿No es Dios el Yo humano colgado del cielo? ¿No es Dios una invención de la sociedad para darse confianza a sí misma, una hermosa bandera ondeando por encima de la muchedumbre?, etc."

Ahora bien, es evidente que las religiones paganas combatidas por los profetas bíblicos caían directamente bajo el golpe de estas críticas: Baal era la virilidad divinizada, Astarté la fecundidad divinizada, etc. Y nos cae simpático a nosotros modernos el oír gritar a los profetas: "No es..., no es... Es Otro distinto y, no obstante, no es un extraño. Es el Santo que propone una Alianza."

III. Tratar de expresar la fe en nuestra situación moderna

Muchos documentos tradicionales parecían partir de Dios (en particular el catecismo antiguo). Era el punto de partida de la reflexión. Para nosotros esto es difícil o casi imposible. Nuestro punto de partida es el hombre con todos sus deseos y, entre otros, el deseo de Dios, la necesidad de Dios.

Esta "necesidad" de Dios no es sencilla, es muy compleja. Se puede expresar como una necesidad de una Presencia, como una sed de salvación ("sin Ti estoy perdido"), como una exigencia de verdad ("¿la vida, en el fondo, qué es?"), verdad sobre el hombre, sobre el mundo, sobre el destino del hombre. Necesidad de certeza, necesidad de esperanza ("¿para qué sirve la vida?"). La necesidad de Dios puede tomar formas sorprendentes como la necesidad de acción de gracias. "Nosotros los ateos, decía un joven, no tenemos a nadie a quien agradecer."

Pienso que esta necesidad religiosa, este deseo absoluto es la necesidad fundamental del hombre, que es inextinguible e irreprimible. Pienso que si no se acepta en una actividad propiamente religiosa (pero en el sentido amplísimo de la palabra religión: fe, arte, contemplación...), este deseo de absoluto envenena la existencia como todo deseo rechazado. Y en particular el ámbito de la política, lugar privilegiado del rechazo religioso. Pero el reconocimiento de este deseo religioso deja intacto el problema de la existencia de Dios.

"Tengo sed." ¿Pero es que esto prueba que hay una fuente? La sed crea espejismos. Me parece que en nuestra situación de cristianos modernos la verdadera respuesta no es de orden intelectual. Es de orden vital. "Veamos: remontemos la corriente de nuestro deseo. Vayamos hasta el final de nuestro deseo de Dios." Aquí se encuentra la palabra clave de la Biblia: "Buscad al Señor" y no "discutid de Dios". Para comprender mejor hasta qué punto es válida esta manera de hacer, es menester unir la búsqueda de la fe a la búsqueda del amor. El amor que es una forma de conocimiento comprometido, de conocimiento comprometedor (mientras que el conocimiento intelectual debe ser desprendido, "objetivo").

El mismo San Juan vincula el conocimiento del amor al conocimiento de la fe: "El que ama conoce a Dios, el que no ama no conoce a Dios." Ahora bien, de hecho, el amor comienza más o menos y se apoya siempre en gran parte en la necesidad del otro (por ejemplo en la necesidad de tener un niño). Pero muy pronto se descubre que hay que guardar cierta distancia entre uno mismo y aquel a quien se ama (llámese esta distancia respeto, pudor, discreción...) a fin de que el otro no sea visto únicamente como objeto de nuestro deseo o de nuestra necesidad. Distancia necesaria para que el otro sea visto por sí mismo, o más bien para que el otro se revele en su personalidad, que su presencia original se imponga a nosotros, poco a poco o bruscamente. Esta "revelación" del otro supone de nuestra parte una buena dosis de desprendimiento. Pero sobre todo, la atención a lo que no es nosotros y esta forma de acogida que podemos llamar contemplación.

El desprendimiento de uno mismo es bien necesario en los períodos del amor en que predomina la fidelidad por la fidelidad. El otro (pensemos en particular en el niño) quizá no pueda corresponder del todo a lo que nosotros esperábamos de él. Hay de esta manera períodos del amor en que la necesidad del otro conoce un eclipse profundo. Pero el amor consigue también puntos de certeza que son puntos de no retroceso: "Estoy seguro de él y él está seguro de mí." Una de las mejores expresiones de este conocimiento del amor nos la proporciona Anne Philippe en Temps d'un soupir: "Tú eres misterio y yo estoy segura de ti."

Incapacidad de definir al otro y casi imposibilidad de hablar de él. Y certeza, sin embargo, de que está allí y que la alianza no puede romperse ya.

IV. Decir «Yo creo en Dios», es decir varias cosas

La fe en Dios no es un acto aislado, muy circunscrito en una zona de nuestra conciencia (por ejemplo la inteligencia). Es una aventura que se apodera de todo el hombre y que conoce etapas muy variadas. Una etapa no queda reemplazada por la siguiente. Esta integra a la anterior como en todo crecimiento.

Los diversos sentidos de "Yo creo en Dios" enumerados a continuación no son etapas muy claras sino ciertos aspectos o facetas de un sentimiento inmenso. Facetas que pueden ser dominantes en un momento u otro de nuestra vida de fe.

a) Decir "Yo creo en Dios" puede querer decir: "Tengo necesidad de Dios" y este aspecto de la necesidad, descrito por ciertos creyentes, es en efecto permanente en toda vida de fe. Tengo necesidad de Dios contra el absurdo, contra la soledad, contra el mal, contra la muerte... Tengo necesidad de Dios para sentir que vivo, para tener el derecho a cantar, de esperar... Tengo necesidad de Dios para sumergirme en algo inmenso, más grande que yo y sólo Dios es más grande que yo.

Es demasiado fácil denigrar esta necesidad de Dios atacando las formas supersticiosas o las formas exaltadas de la religión: la medalla que protege de las malas miradas o la reunión religiosa que conduce a la embriaguez colectiva y en la que se olvide la duración de lo real. Los y las que confiesan sin avergonzarse de su necesidad de Dios desconfían, gracias a la Biblia, de estas formas bastardas. Lo que no quiere decir que estén perfectamente purificadas. Pero una fe pura es tan insulsa como un amor puro.

b) Decir "Creo en Dios" puede querer decir: "Sé que Dios está aquí". Es el choque de la conversión expresado a su manera por Isaías en el capítulo 6 de su libro. "Me apoyé en Dios, me golpeé en la cabeza." Todos los relatos de conversión intentan, sin conseguirlo, describir la irrupción de esta Presencia en la vida de un hombre, de este momento en que uno ha sido tomado, cogido por esta serenidad increíble que disipa pacíficamente todas las dudas, en que todos los muros desaparecen, en que todo se hace posible, en que todo tiene su lugar, su verdadero lugar, en una luz que no respeta nada pero que no denigra nada. Experiencia única de una capitulación sin la menor humillación.

Esta experiencia es inolvidable. "No puedo vivir como si nada me hubiera sucedido." Pero esta experiencia se disipa y todos los maestros espirituales ponen en guardia a sus discípulos contra la tentación de querer recrear esta experiencia de manera más o menos artificial.

c) Decir "Creo en Dios" puede querer decir: "Le estoy buscando" porque Dios escapa cada vez más a mi capacidad. Mi oración resuena en el vacío, mis llamadas quedan sin respuesta: Dios aparentemente no me da ni luz, ni apoyo, ni sostén. "Me deja caer." Este o estos períodos de búsqueda estéril (el tránsito por el desierto) son muy importantes para la vida de fe: subrayan el respeto que Dios tiene por nuestra libertad. Dios no se impone, nos deja llegar hasta El. Nos recuerdan la transcendencia de Dios. Cualquiera que sean las experiencias que hemos podido tener de la presencia de Dios, Dios está siempre por encima de lo que hemos podido presentir de El. Debemos, pues, peregrinar perpetuamente hacia su encuentro.

En estos períodos desérticos la única certidumbre que nos queda es que no podemos pasar sin buscarle. La fidelidad de Dios hacia nosotros se expresa por nuestra terquedad humana en seguir en pos de El. "No me buscarías si no me hubieses encontrado."

d) Decir ''Creo en Dios" puede querer decir: "Yo le veo sin verle". La fe es entonces una certeza absoluta de la presencia de Dios en una ausencia desconcertante de representaciones, de sensaciones, de consuelos.

Este estado de la fe no queda reservado del todo a los grandes místicos. Lo viven personas que combinan dentro de sí una gran angustia y una fe imperturbable. Dios no les libra de ninguna tristeza, de ninguna angustia. Si se quiere, Dios no les sirve para nada. Y no obstante, están absolutamente seguras de El, de su amor. Esta es la forma espectacular de esta fe.

Pero hay también formas más tranquilas: algunos creyentes han renunciado completamente a exigir a la "religión" ser una droga o calmante. Viven su vida humana dentro de una gran autonomía: se les tomaría por ateos. Se les ve tan sacudidos, vacilantes o imperfectos como los demás. Pero saben que Dios está allí. Es un secreto hondamente enterrado, algo que, en fin de cuentas, no depende solamente de ellos: una evidencia sobre la que no tienen ningún poder, porque no la han instalado en ellos, les ha sido dada. Se contentan con decir "sí" y permanecen en este "sí". Los autores espirituales llaman a esto la Paz, "esta paz que supera todo lo que podemos imaginar" (San Pablo). Esta paz marca el camino del creyente para siempre. Sean los que fueren los golpes del viento, los embates de las olas, su centro de gravedad está tan anclado que ya no puede zozobrar. Pero no es nada. Es así.

Los que conocen este aspecto de la fe se encuentran a sus anchas en el diálogo con los ateos. Ni paternalistas, ni agresivos, comprenden perfectamente lo que es una vida sin Dios y dan tranquilamente el testimonio de una vida con Dios.

Conclusión

Nuestra reflexión sobre la fe en Dios nos ha llevado señalar dos evoluciones:

1. Se veía la fe en Dios como una certeza de orden intelectual (sé que la materia está compuesta de tales y tales elementos) y ahora hemos sido llevados a ver la fe como una certeza de orden personal o intuitivo (conozco el amor que alguien tiene por mí).

2. Se partía de una certeza de fe adquirida por mis propias fuerzas (he reflexionado, he buscado) y se llega a una certeza de fe recibida, dada (Dios está ahí. no lo puedo negar).

PAUL GUERIN
YO CREO EN DIOS. Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978, págs. 7-21

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LIBROS UTILIZADOS PARA ESTE CAPITULO

Vocabalaire de théologie biblique, 2ª. ed., Le Cerf, París, 1970. Edición castellana: Herder, Barcelona. Artículos "Fe", "Dios".

R. DE VAUX, Histoire ancienne d'lsrael, Gabalda, París, 1972. Edición castellana: Cristiandad. Madrid. 1975 (2 vols.).