Archidiócesis de Toledo

EL CRISTIANO EN EL MUNDO DE LA CULTURA Y DE LA EDUCACIÓN



PLAN PASTORAL DIOCESANO'99:

PARTICIPACIÓN DEL CRISTIANO EN EL MUNDO 
DE LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN.
(Cf. Günthor A., vol. III, pag. 473-487;
Fernández A., op. cit., vol. III, pag. 791-805).


a) Conceptos y problemas

Los conceptos de cultura y de educación. Entre los bienes 
espirituales destacan estos dos, de los cuales dependen la vida 
personal del hombre. Nos pone deberes importantes desde el 
momento que cada uno es responsable del desarrollo de la propia 
persona y de la promoción de la personalidad del prójimo. El servicio 
a la pesona y a la sociedad humana se manifiesta y realiza a través 
de la creación y la transmisión de la cultura, del tal forma que 
constituye uno de las más graves responsabilidades de la convivencia 
humana (cf. ChL 44). No es extraño que los diversos sistemas 
políticos quieran transmitir a la sociedad un modelo concreto de 
cultura. Además el peligro más grave de la actualidad es la 
separación entre cultura y fe.

Por cultura entendemos en sentido objetivo el ambiente natural y 
humano plasmado por el hombre. En efecto el hombre plasma y da 
forma a la naturaleza física o ambiente, y busca ponerla en su 
servicio cada vez más, de tal forma que estructura la convivencia 
humana en el matrimonio, en la familia, en las comunidades más 
grandes del Ayuntamiento, del pueblo y de la familias de los pueblos y 
se crean formas en cuales se realiza la vida religiosa, vive y expresa 
su vínculo propio con los fundamentos originarios de la vida humana, 
por ejemplo mediante la filosofía y el arte. Por cultura en sentido 
subjetivo entendemos en cambio el comportamiento y la obra 
creadora del hombre, que da vida a una determinada forma del 
ambiente natural y humano.

A menudo se distingue entre cultura y civilización. Mientras la 
cultura indica todo el mundo estructurado por el hombre y su obra 
creadora en todos los campos, la civilización atañe solo a un sector 
particular, que es el mundo humano y natural, transformado por la 
técnica. Con la actividad técnica el hombre busca procurarse de 
forma más fácil y abundante lo necesario para vivir, además de 
perfeccionar las condiciones externas de su vida. Este es el 
significado más estricto de "civilización". No obstante en sentido más 
amplio resulta sinónimo de "cultura".

Mientras el hombre plasma el ambiente natural y humano, se 
desarrolla a sí mismo y busca conseguir la forma verdadera y propia 
del ser humano. Tal esfuerzo por plasmar las facultades y 
potencialidades presentes en él y el fruto de tal esfuerzo se llama 
"educación". Mientras que en el concepto de cultura está en primer 
plano el ambiente natural y humano del hombre y su estructuración 
humana, en el de educación está en primer lugar el hombre con su 
esfuerzo.

El Vaticano II ha buscado resumir todos estos aspectos en su 
definición de cultura: Por cultura entendemos todo aquello con lo que 
el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales 
y corporales; procura someter el orbe terrestre con su conocimiento y 
trabajo; hace más humana la vida social mediante el progreso de las 
costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa y 
comunica en sus obras experiencias espirituales y aspiraciones de 
utilidad para el género humano (cf. GS 53).

Según esta interpretación, la cultura abarca dos campos: el cultivo 
o perfección de la propia personalidad en su dimensión doble 
anímico-corporal y el desarrollo y dominio del universo. Es evidente 
que la perfección del hombre y del cosmos contribuirán al progreso 
de las costumbres y de las instituciones. 

Cultura, educación y persona. La cultura y la educación es algo 
que atañe a la persona humana y que existe sólo en el caso del 
hombre. El hombre crea cultura y se educa a sí mismo. El fin de la 
cultura y de la educación es él mismo. Mientras las otras criaturas se 
desarrollan dentro de los límites puestos desde el principio y guiados 
por los instintos, al hombre se le confía el mundo y su propia 
personalidad como una tarea y como realidad que debe libremente 
plasmar y perfeccionar. La estructuración del mundo y la educación 
de la propia personalidad van estrechamente unidos. El hombre se 
plasma a sí mismo mientras esctructura el mundo: la persona alcanza 
un nivel de vida verdadera y plenamente humano mediante la cultura, 
cultivando los bienes y valores naturales; por tanto, cultura y 
naturaleza están estrechamente unidas en la persona humana (GS 
53). Pero también es verdad lo contrario, que el hombre estructura el 
mundo tal y como es él mismo y que le imprime su propia huella. Los 
hombres de una época determinada crean una cultura rica de 
valores, mientras que otros de una época decadente proyectan hacia 
fuera su condición interior, encarnándola en una cultura decadente, y 
muchas veces hasta no-cultura. La cultura y la educación son 
expresiones externas y vitales de la persona humana. A la vez los 
hombres son formados y están sometidos al influjo de la cultura que 
domina. De aquí resulta que la cultura y la educación son campos 
que comportan una alta responsabilidad moral, campos en los cuales 
el hombre decide de sí mismo.

La estructura histórica y social de la cultura y de la educación. El 
hombre es histórico, es decir se transforma, y es social, es decir no 
vive aislado, sino en comunidad con otros hombres. Por tanto la 
cultura y la educación son realidades históricas y sociales. Los 
hombres crean a la vez su cultura y se influencian recíprocamente 
con su actividad cultural. Las culturas están sometidas a cambios y a 
la transformación histórica. Por eso no hablamos simplemente de 
cultura humana, sino de diversas culturas de las diferentes épocas y 
de los diversos pueblos. La estructura histórica y social de la cultura y 
de la educación no elimina la responsabilidad del individuo, como si 
fuesen el producto de la forma histórica y social de cultura cada vez 
más imperante. Además, no siempre el desarrollo cultura ha sido 
progresivo en orden al bien del hombre; la historia atestigua que ha 
habido épocas que han coseguido metas importantes, y que 
posteriormente han desaparecido, costando verdaderos esfuerzos el 
recuperarlas de nuevo. El individuo debe confrontarse con la cultura 
que lo rodea y colaborar activamente en matenerla y en cambiarla 
para mejorarla. El Vaticano II también describe el carácter histórico de 
la cultura y de la educación: De aquí que la cultura presenta un 
aspecto histórico y social, en virtud del cual se puede hablar de la 
pluralidad de culturas, así como de las diversas formas religiosas y 
sociales que constituyen el patrimonio propio de cada grupo humano 
(cf. GS 53). 

Lados positivos y negativos de la situación cultural actual. ¿Dónde 
se sitúa la corriente de desarrollo histórico en la cultura actual del 
llamado mundo civilizado? El Concilio ha recogido el lado positivo de 
la cultura actual. Las posibilidades de estructura de forma más 
intensiva del mundo han sido bastante aumentadas por el grandioso 
desarrollo de las ciencias naturales y humanas, también sociales, del 
progreso de las técnicas, por el desarrollo y la organización de los 
medios de comunicación social (cf. GS 54). Los hombres están en 
camino hacia una forma de cultura humana más universal, provocada 
por el fenómeno del urbanismo, unido a la industrialización, amen de 
los intercambios entre los diversos pueblos y grupos sociales (GS 
54). A este desarrollo corresponde un rasgo particular de la 
educación actual: los progesos de las ciencias positivas (sobre todo 
de las ciencias naturales) y la mentalidad histórica llevan a los 
hombres a desarrollar una capacidad más crítica de juicio y a buscar 
la objetividad. Más aún la experiencia de la dependencia recíproca en 
el campo de la cultura y de la educación puede despertar cada vez 
más el sentido de una responsabilidad recíproca.

Tales ventajas no deben hacernos olvidar los peligros del 
desarrollo cultural actual. Los hombres estamos en peligro de perder 
la visión de conjunto, acontentándonos con un bien parcial o con su 
absolutización. Tal tentación puede también manifestarse en el gran 
ámbito de la actividad cultural y el hombre puede ser víctima de ello. 
En la actualidad los hombres están tentados a construir una cultura 
dominada unilateralmente por las ciencias naturales y por la técnica; 
es decir ver un mundo tecnicista, en el cual su lógica es 
predominantemente técnica, y no ética. Muchos absolutizan los 
métodos de estas ramas del pensamiento humano y 
consiguientemente para ellos existe sólo aquello que se puede 
establecer con el experimento; de tal forma se cierran el acceso a las 
realidades más profundas, que no pueden ser constatadas a base de 
experimentos, sino que dan a la vida humana sentido global y 
auténtico contenido. Además existe el peligro grande que los hombres 
se contenten con el bienestar material hecho posible por la técnica y 
no aspiren ya a bienes superiores. El Concilio indica claramente estos 
límites y estas unilateralidades preocupantes de la cultura moderna 
de corte predominantemente técnico: El progreso actual de las 
ciencias y de la técnica, debido a su método, no pueden penetrar 
hasta las íntimas esencias de las cosas, y pueden fomentar los 
peligros de cierto fenomenologismo, agnosticismo, antropocentrismo, 
cuando el método de investigación usado por ellos se considera sin 
razón como regla suprema para hallar toda verdad. Incluso existe el 
peligro que el hombre, fiándose demasiado de los descubrimientos 
modernos, piense que se basta a sí mismo y no busque ya cosas más 
altas (GS 57).

El Concilio habla también del otro gran peligro que la cultura 
técnica lleva consigo: el hecho que las posibilidades técnicas en las 
manos del hombre no sean portadoras de bendiciones, sino más bien 
de catrástofes, cuando el uso de las conquistas técnicas no está 
finalizada y guiada por una orientación a los valores superiores, es 
decir, cuando el "homo technicus" no es al mismo tiempo "homo 
sapiens": Nuestra época, mas que las anteriores, tiene necesidad de 
esta sabiduría, para que lleguen a ser más humanas todos sus 
nuevos descubrimientos. En efecto el futuro del mundo está en 
peligro, a no ser que se susciten hombres más sabios" (GS 15).

Características de la cultura actual. Hacer una descripción completa 
de la cultura actual es difícil (el Concilio en la GS n. 4-10 hizo una 
descripción valídisima). En la actualidad no se da una única cultura, 
sino más bien diversas culturas superpuestas. Si nos fijamos en los 
aspectos negativos, cabría destacar lo siguiente. En primer lugar hay 
una prevalencia del método experimental en detrimento de los demás 
saberes -tal y como ya hemos repetido suficientemente-. El método 
experimental comprende la realidad en algunos aspectos parciales, 
mientras que las ciencias humanistas como la filosofía, el arte y la 
religión, lo comprenden de una forma más integral y global. La 
segunda característica de nuestra cultura es cierto desprecio de la 
importancia de la razón y de la verdad objetiva. Como consecuencia 
inmediata cunde la aspiración generalizada por una vida placentera, 
confundiéndose valores éticos con útiles. Todo ello lleva a un 
relativismo ontológico, gnoseológico y ético. Finalmente se intenta 
proyectar indebidamente la democracia mayoritaria de los votos a la 
moral, y una exaltación de la libertad en sí misma, sin referencia a la 
verdad y el bien objetivos. 

Instrucción y educación. La unilateralidad de la cultura técnica 
resulta también del hecho que la instrucción en orden a una profesión 
especializada se la estima bastante, mientras que el estudio de las 
denominadas "letras" y la educación general dejar mucho que desear 
o incluso viene olvidada. La instrucción busca dar los conocimientos y 
las capacidades necesarias en un sector limitado de la vida, con el fin 
de capacitar para ejercer la profesión correspondiente y garantizarse 
así la existencia terrena. Mientras que la educación no está ligada a 
un fin inmediato, sino que tiende más bien a suscitar en el hombre el 
deseo de realidades superiores y a conducirlo a la madurez espiritual, 
moral y religiosa. El artesano, el técnico, el científico o el político bien 
instruidos son buenos especialistas; pero cuando falta la educación 
general, resultan deficientes como hombres; se podrá hablar de 
buenos técnicos, pero no de hombres buenos.

Importancia del arte para la cultura y para la educación. El arte 
(música, poesía, pintura, escultura, arquitectura) ha tenido siempre 
gran importancia para la cultura y para la educación humana. En la 
actualidad todavía se ha convertido en más importante, porque puede 
preservar al hombre de la especialización unilateral y de la 
superficialidad. El arte genuino no tiende a finalidades inmanentes 
limitadas, como tiende por ejemplo la técnica. En la obra de arte 
auténcia encontramos más bien la totalidad de la vida humana y 
somos introducidos en las profundidad de la existencia humana. Se 
mete en el centro, en el cual el ser, lo verdadero, el bien y lo bello 
están unidos, para irradiarlo. Aquí se encuentra el esplendor de la 
creación ordenada por Dios. La representación visible o audible de tal 
orden llega a ser símbolo de las realidades invisibles y no audibles, 
en último término de la imagen especular de la belleza de Creador 
mismo.

El arte no es utilitarista, libera al hombre del campo estrecho del 
utilitarismo y por esto se dirige de forma particular a todo el hombre. 
Existe arte sólo allí donde el hombre se abre a la totalidad de la vida 
con todas sus facultades. El ser humano viene gratificado por la 
grandeza y por la belleza de la creación en la cual descubre la huella 
de la belleza del Creador. Tal gratificación la encontramos ya en el 
artista mismo. Primero recibe y después da forma al que ha recibido. 
Por esto hablamos de inspiraciones que son concedidas al artista 
real. Su actividad es creadora y fecunda solamente cuando nace de 
la inspiración. 

En segundo lugar lo encontramos en el espectador. Incluso el que 
escucha y contempla debe abrise con todas sus facultades, si quieren 
experimentar la obra de arte y se evade mediante ella de la angustia 
de la vida cotidiana e introducirse en la profundidad. Ellos deben 
afirmar la verdad y el bien que irradian a través de la belleza de la 
obra de arte, y experimentarlos con el sentimiento. La importancia del 
arte verdadero como liberación del hombre de la mezcquindad de la 
vida terrena y guía de las realidades sobrenaturales fue puesta de 
manifiesto de forma especial por Pío XII.


VERDAD, BELLEZA Y ARTE-SACRO (cf. CEC 2500-2503).

La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito 
y de belleza moral. La verdad es bella por sí misma. La verdad no 
sólo es expresada a través de la palabra humana, también puede 
encontrar otras formas de expresión humana, complementarias, sobre 
todo cuando se trata de evocar lo que ella entraña de indecible, las 
profundidades del corazón humano, las elevaciones del alama, el 
Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre mediante la palabra, 
Dios se revela mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de 
su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, pues 
por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a 
contemplar a su Autor (Sb 13, 5), pues fue el Auto mismo de la 
belleza quien las creó (Sab 13, 3) (cf. CEC 2500).

El hombre, creado a imagen de Dios, expresa también la verdad de 
su relación con Dios Creador mediante la belleza de sus obras 
artísticas. El arte es una forma de expresión propiamente humana; 
por encima de la satisfacción de las necesidades vitales, el arte es 
una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano. 
Brota de su talento concedido por el Creador y del esfuerzo del 
hombre, y es un género de sabiduría práctica, que une conocimiento 
y habilidad para dar forma a la verdad de una realidad en lenguaje 
accesible a la vista y al oído. Por ello el arte entraña cierta semejanza 
con la actividad de Dios en la creación, en la medadi en que se 
inspira en la verdad y el amor de los seres. Como cualquier otra 
actividad humana, el arte no tiene en sí mismo un fin absoluto, sino 
que está ordenado y se ennoblece por el fín último del hombre que es 
la comunión con Dios (cf. CEC 2501).

El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su 
forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, 
el Misterio trascendente de Dios, Belleza sobreeminente de Verdad y 
de Amor, manifestado en Cristo, resplandor de su gloria e Impronta 
de su esencia (cf. Hb 1, 3), belleza espiritual reflejada en la Santísima 
Virgen, en los Angeles y Santos. El arte verdadero lleva al hombre a 
la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador, Salvador, Santo 
y Santificador (cf. CEC 2502).

A los obispos les compete vigilar y promover el arte sacro genuino y 
nuevo en todas sus formas, y apartar con la misma atención religiosa 
de la liturgia y de los edificios de culto todo lo que está de acuerdo 
con la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro (cf. SC 
122-127) (cf. CEC 2503; 2513). 

Cultura, educación, arte y religión. A veces la religión, y más en 
concreto, la Iglesia son vistas sólo en cuanto portadoras de cultura. 
Se las considera entonces como medios para la conservación y la 
promoción de la cultura, de la educación y del arte. Ciertas 
tendencias liberales y secularizadas por esto están dispuestos a darle 
su puesto en la sociedad sólo desde este punto de vista. Estas 
concepciones desconocen la naturaleza de la religión y, sobretodo, la 
naturaleza de la Iglesia. El objetivo de éstas no es solamente servir al 
progreso cultural y a la educación natural de la humanidad. La Iglesia 
sobre todo tiende más bien a llevar a los hombres a la comunión 
sobrenatural con Dios, comunión que supera las posibilidades, las 
capacidades y las instancias naturales. Tal trascendencia de la 
religión y de la Iglesia dice claramente que ellas no están unidas a 
una cultura determinada, sino que pueden y deben encarnarse en las 
diversas culturas para comunicar la salvación a todos los hombres de 
todas las culturas (cf. GS 58). La Iglesia puede estrechar un vínculo 
sólo con aquellas culturas, que al menos de forma incipiente tienen 
como contenido los valores genuinamente humanos; ella no puede 
unirse a aquellas pseudoculturas que tienen como fundamento una 
imagen exclusivamente materialista del hombre y que niegan en línea 
de principio la libertad y la ordenación del hombre a los valores 
superiores. Tales pseudoculturas materialistas rechazan de entrada 
cualquier relación con la religión y con la Iglesia.

Las culturas que en línea de principio al menos están abiertas al 
hombre verdadero y pleno, pueden representar una preparación a la 
verdadera religión de Cristo. Este es el primer aspecto que hemos de 
poner en claro, cuando queremos comprender la relación positiva 
entre la Iglesia y la cultura. El Vaticano II ha pronunciado en torno a la 
cultura occidental moderna, en la medida en que ella pretende ser 
exclusivamente inmanente y hostil a la religión, lo siguiente: a través 
de una cultura de este tipo el espíritu humano, libre ya de la 
esclavitud de las cosas, puede alzarse más expeditamente al culto y a 
la contemplación del Creador. Más aún, bajo el impulso de la gracia, 
se dispone a reconocer al Verbo de Dios (cf. GS 57).

La segunda afirmación respecto al vínculo positivo entre cultura 
genuina y religión revelada es la siguiente: el evangelio está en 
condiciones de purificar, promover, orientar y elevar a un fin superior 
las actividades culturales del hombre: El Evangelio renueva 
constantemente la vida y la cultura del hombre, caído por el pecado y 
redimido, combate y elimina los errores y males que provienen del 
pecado. Purifica y eleva incesantemente la moral de los pueblos. Con 
su riqueza divina fecunda desde dentro las cualidades espirituales y 
las tradiciones de cada pueblo, las consolida, perfecciona y restaura 
en Cristo. De esta forma la Iglesia, al cumplir su misión propia, 
contribuye también a la cultura humana. Si la Iglesia es creadora de 
cultura, lo es en virtud de ser para la evangelización -que resulta ser 
su misión específica- (GS 58).

Cultura y ética. La relación entre cultura y moral es sólo parte de la 
integración del Evangelio en la cultura (inculturación y evangelización 
de las culturas). Históricamente la fe cristiana ha influido 
notablemente en las diversas áreas culturales en las que se implantó. 
Esta constante parece interrumpirse en la actualidad cuando Pablo VI 
afirmá que la ruptura entre Evangelio y cultura constituye sin duda 
alguna el drama de nuestro tiempo (cf. EN 20). De aquí la urgencia de 
una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente, de las 
culturas. Así pues, la relación entre cultura y ética es hoy díficil, la 
cual debe ser superada por una insercción mutua en la cual se evite 
el relativismo ético y haya una influencia benéfica recíproca. En 
primer lugar, hemos de evitar el relativismo ético, pues en todas las 
culturas existen costumbres, usos, dichos, de sentido moral, 
fuertemente enraízadas, y no siempre son éticamente lícitas. Puesto 
que la fe debe incidir en la cultura, ya que la fe no inculturizada no es 
integralmente fe, la ética cristiana no puede subordinarse a unas 
constantes culturales determinadas cuando éstas se oponen a 
principios éticos determinantes del Evangelio. En tal caso será la fe 
quien aporte novedades éticas y quien deba purificar de las 
corruptelas existentes a las diversas culturas en orden a su 
impregnación Evangélica. La fe es inspiradora de criterios de juicio, 
de valores, de líneas de pensamiento y de modelos de vida (cf. 
Libertatis conscientia -LC- 96). La moral ha de situarse de modo 
crítico ante cualquier cultura con el fin de purificarla de elementos 
espúreos, como la sal y la levadura evangélicas, y así elevarlos e 
integrarlos en el proceso de evangelización.

En segundo lugar hemos hablado de una influencia recíproca entre 
cultura y ética. Esta relación se debe cultivar por la influencia que 
tiene la cultura en las ideas morales y por el encuentro fructuoso 
entre ambos, de tal forma que supone un enriquecimiento para la 
cultura misma al ser impregnada de los valores éticos y evangélicos, 
y, a su vez, el gran alcance de que la cultura sea portadora de 
valores morales para la conducta del hombre de cada época y 
cultura.

Podemos además hablar de una cultura cristiana, que reina allí 
donde los cristianos toman en serio su fe y buscan el cumplimiento de 
sus deberes en el mundo según las directrices de la fe y en base a 
los motivos que ella le sugiere. La cultura cristiana genuina no 
consiste sólo en obras del arte cristiano, sino en una estructuración 
de toda la vida dignamente humana. La fe lleva este fruto tanto más 
rápidamente y en medida mayor, cuanto más está viva y orientada 
completamente a Dios. En cambio cuando la fe desaparece y pierde 
su fuerza, se debilita también su capacidad de crear y de conservar la 
cultura. Paralelamente a la desaparición de la fe procede también la 
decadencia de la cultura cristiana.

La relación mutua entre religión y cultura viene a la luz hasta en los 
sistemas totalitarios ateos y precisamente en el hecho que la opresión 
de la religión viene acompañada de la opresión de la cultura genuina. 
Tales sistemas privan a las formas superiores de la cultura de su 
legítima autonomía. No son la religión genuina y la fe cristiana las que 
minan la autonomía de la cultura, que es legítima dentro de ciertos 
límites, sino la antireligiosidad y la falta de fe. En los sistemas ateos el 
arte no guía a los hombres a las realidades superiores (que 
precisamente vienen negadas), sino que se ve obligada al servicio de 
las ideologías dominantes, como instrumento de consolidación del 
sistema. Es posible que la cultura, desviada de su propio fin, sea 
obligada a servir al poder político o económico (GS 59). Lo mismo 
puede ocurrir a la ciencia, que de búsqueda objetiva de la verdad 
puede llegar a ser transformada en instrumento de agitación y de 
servidumbre al poder político.

Existen unos valores irrenunciables de la ética cristiana hacia el 
campo de la cultura: la existencia del Dios vivo de la Biblia, del cual 
deriva el hombre por creación, así como el dato histórico del pecado 
original, y la redención de Jesucristo; la dignidad de la persona, 
imagen de Dios, de lo cual deriva los derechos fundamentales del 
hombre, razón por la cual el hombre es valor superior a todas las 
otras cuestiones sociales, económicas y políticas; la prioridad de la 
vida, ante toda civilización de la muerte; la libertad humana frente a 
toda exaltación negativista del hombre y de sus esclavitudes actuales; 
la prioridad del ser sobre el tener, y del ser personal sobre la simple 
acción; el valor de la justicia para los pueblos; importancia de la 
verdadera tradición de la fe vivida por los testigos; la preeminencia de 
la caridad, como ley fundamental del cristiano en su comportamiento 
individual y social. Todos estos valores son las grandes aportaciones 
que el cristianismo ofrece a la cultura actual. El Evangelio renueva 
constantemente la cultura del hombre caído y aleja los males que 
proceden de la seducción del pecado. Purifica y eleva las costumbres 
de los pueblos, y fecunda desde dentro las cualidades espirituales y 
las dotes de cada pueblo y cultura; les da solidez, las enriquece y 
restaura en Cristo. Así la Iglesia, por el sólo hecho de cumplir su 
propia misión, impulsa la cultura humana y contribuye a ella (cf. GS 
58). 

b. Deberes del cristiano en el campo de la cultura y de la educación.

El deber cultural del cristiano. El cristiano es responsable de su 
propia educación, de la cultura y de su ambiente natural y humano, 
además de la educación del prójimo. La educación no es sólo una 
instancia personal, sino esencialmente también una instancia social. 
Quien se educa a sí mismo, educa en un cierto sentido también al 
prójimo. Y viceversa, es difícil que se de una educación, cuando se 
vive en un ambiente no educado, falto de cultura. Las razones de la 
tarea cultural del cristiano son las siguientes:

- La responsabilidad ante el desarrollo de las facultades y de los 
talentos concedidos por Dios a cada uno y ante la justa 
estructuración del mundo. El amor por las cosas celestiales debe 
promover el esfuerzo terrestre del cristiano. Su amor a las cosas de 
arriba aumenta la importancia de la misión que les incumbe de 
trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más 
humano. El misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos nuevos 
estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, 
sobre todo, para descubrir el sentido pleno de la actividad cultural 
dentro del contexto de la vocación total del hombre. Con su actividad 
cultural el hombre realiza la tarea recibida de Dios de someter la tierra 
y de perfeccionar la creación, y se cultiva a sí mismo (cf. GS 57).

- El amor al prójimo tiene como contenido también la promoción 
cultural de estos. Cuanto más un individuo es confiado a los cuidados 
de nuestro amor, tanto más somos responsables incluso de sus 
formación cultural. Así los padres son responsables y deben 
dedicarse con todas las fuerzas a la educación de sus hijos. Dentro 
del Estado los ciudadanos deben crear una base amplia y sólida para 
la educación de los niños y jóvenes por ejemplo a través de una justa 
legislación escolar y con sacrificios económicos que lo financien. Tal 
responsabilidad es más amplia en la actualidad, tomando 
dimensiones mundiales: los pueblos desarrollados deben ayudar a lo 
pueblos en vías de desarrollo también en el campo cultural. Los 
hombres tienen derecho a la educación (GE 1). No cuidarse, en el 
ámbito de sus propias posibilidades, de la educación del prójimo 
equivale a faltar contra la justicia y contra el amor. Esto es también 
verdad ante los pueblos extranjeros. La promoción cultural puede ser 
realizada con ayudas financieras, aceptando estudiantes que 
provengan de países en vías de desarrollo o incluso yendo a trabajar 
como auxiliares a tal país. La historia de la colonización muestra como 
en ciertas épocas desgraciamente los cristianos han tenido poca 
conciencia de estos deberes tan evidentes. Los colonizadores se han 
contentado con disfrutar del país extranjero y a menudo se han 
esforzado poco por elevar la educación y la cultura de los pueblos 
autóctonos.

- El apostolado del cristiano. El cristiano sabe que la educación 
humana genuina conduce a la fe y confirma en la fe. Más aún sabe 
que el compromiso por la cultura y por la educación del prójimo es un 
testimonio de su fe. Finalmente también es consciente que 
precisamente él tiene el deber de indicar el sentido último y profundo 
de cada cultura y de toda educación y de salvar el peligro de 
unilateralidad en estos campos.

El hombre y sobre todo el cristiano tienen el deber de promover la 
cultura y la educación, tanto propia como del prójimo. Quizá en el 
pasado no había esta claridad de conciencia, pero ahora resulta más 
evidente: Hoy es posible liberar a muchísimos hombres de la miseria 
de la ignorancia. Por eso uno de los deberes de los cristianos es que 
se den las normas fundamentales para que se haga efectivo el 
derecho de todos a la cultura, exigido por la dignidad de la persona 
humana. Es preciso procurar la llamada cultura básica, sin olvidar la 
posibilidad de llegar a estudios superiores, pues todo ello va en orden 
al bien común de la sociedad misma (cf. GS 60).

Ningun desprecio y niguna presunción, sino apertura. Para precisar 
la responsabilida ante la educación propia y del prójimo, y de la 
cultura, debemos mirar en primer lugar la absolutización del nivel 
cultural de una determinada época o de un pueblo determinado. Una 
epoca cultural absolutizada, que ignora el pasado y se cierra ante 
otras culturas contemporáneas, está condenada a la esterilidad. La 
cultura y la educación genuinas están abiertas al pasado y a las 
diversas culturas del presente. Lo que el Concilio afirma respecto de 
la Iglesia, vale también para cada individuo: debe tener conciencia 
clara de cuanto debe a la historia y al desarrollo de la humanidad y 
saber qué valores representan la experiencia del pasado histórico 
(GS 44). Esto es verdad de forma particular para la educación 
teológica genuina: no se da teología digna de este nombre, que no 
esté enraízada en la tradición.

Si es importante mirar al pasado, es importante también mirar a las 
culturas contemporáneas. Quien absolutiza una determinada forma 
de cultura, se priva de los tesoros ocultos en las diferentes formas de 
cultura humana, a través de las cuales se desvela más plenamente la 
naturaleza misma del hombre y se abren nuevos caminos hacia la 
Verdad (cf. GS 44). La apreciación de las otras culturas, que poseen 
valores reales, sean o no cristianos, ha sido una instancia que el 
Concilio ha expresado continuamente en diversos documentos. Dicha 
instancia tiene especial relieve en el campo misionero de la Iglesia, 
puesto que tanto los miembros de un pueblo ya convertido al 
cristianismo, como los misioneros que provienen de otro pueblo y de 
otra area cultural deben respetar y estimar altamente la herencia 
cultural, la lengua y las costumbres del pueblo interesado, en orden a 
su impregnación del Evangelio (AG 26; LG 17; GS 42; 76, GE 1).

El deber particular de apreciar altamente el arte para la cultura y la 
educación humana. Como ya hemos dicho anteriormente en la 
denominada cultura técnica el arte reviste una importancia especial. 
Ocuparse del arte significa crear y un contrapeso a la unilateralidad 
del pensamiento y de la actividad predominantemente técnico. Este 
hecho comporta algunos deberes morales, que varían según las 
capacidades y posiciones sociales de los individuos. Los artistas 
deben tener conciencia que hoy les incumbe a ellos un papel de 
indicar a los hombre -a través de sus obras, que son como signos y 
símbolos de las realidades sobrenaturales (SC 122)- los valores más 
profundos del ser humano y los fundamentos últimos de la existencia 
humana, es decir, en el fondo les compete indicar a Dios mismo en su 
verdad, bondad y belleza. Aquellos que tienen medios financieros y 
posibilidades, deberían comprometerse como mecenas en encargar 
obras de arte a artistas dotados, especialmente cuando, en calidad 
de autoridades públicas, tienen una responsabilidad particular ante el 
bien común. Finalmente los padres y otros educadores deberían 
tener especial cuidado con la educación artística de las personas a 
ellos confiadas.

Hoy la creación artística y la educación por medio del arte no sólo 
luchan contra la dificultad del pensamiento técnico utilitarista, sino 
que van también contra el problema del pluralismo dominante. 
Cuando los hombres tienen ideas diversas en gran parte a propósito 
de lo verdadero y de lo bueno, terminan por diverger también ante lo 
bello. Así como a menudo no se ponen de acuerdo sobre la verdad o 
el bien, tampoco son concordes respecto a lo bello. Mientras que en 
épocas pasadas la sensibilidad artística era bastante unitaria y las 
obras de arte se expresaban y se correspondían en conformidad al 
gusto artístico general, hoy los pareceres están muy divididos. Por 
ello unos se siente atraídos y enriquecidos por una determinada obra 
de arte, mientros que a otros le disgusta e incluso hasta les indigna.

Un pluralismo limitado tiene derecho a existir también en arte. Pero 
no debería desatender determinados valores fundamentales del 
hombre, incluso morales, y, por cuanto atañe al arte sacro, 
determinados valores religiosos. Cuando existe una convicción común 
a propósito de estos valores fundamentales y entre los cristianos una 
comunión genuina de fe, vienen continuamente a la luz auténticas 
obras de arte; entonces los artistas llegan a superar el estadio del 
ensayo y de la búsqueda justificada de lo nuevo (GS 62) y llegan a la 
creación de obras con valor universal y perenne. El Concilio enumera 
los valores fundamentales que una obra de arte no debe contradecir, 
cuando habla de arte sacro; tales valores sin embargo deberían 
encontrarse en cada obra de arte, al menos de forma analógica: no 
debe ser contraria a la fe y a las costumbres y a la piedad cristiana, ni 
ofender al genuino sentido religioso, bien porque sea depravada en 
sus formas, bien porque le falte algo, sea mediocre o falsa en la 
expresión artística (SC 114).

El Estado y las instituciones culturales. La cultura es la estructura 
vital de un pueblo que se ha acumulado a través de su historia. En 
ella se plasma el alma nacional, el espíritu de un pueblo. Por eso 
influye notablemente en su vida y comportamiento. Y, por lo mismo, 
debe cuidarse, dado que ayuda a encarnar un estilo de vida de 
acuerdo con los principios morales que le dan origen.

Por tanto, la cultura no es patrimonio del Estado, sino de la 
sociedad. Pero resulta una tentación para los poderes públicos 
manipular la cultura, precisamente por su fuerza de influjo. Abuso que 
debe evitarse, ya que a la autoridad pública corresponde no fijar el 
carácter de las formas de cultura, sino facilitar las condiciones y la 
ayuda para desarrollar la vida cultural entre todos, incluídas la de las 
minorías. Hemos de insistir en que la cultura no quede sometida al 
poder político o económico, apartándola de su finalidad propia (cf. GS 
59).

Ofrecer a los ciudadanos por parte del Estado un determinado tipo 
de cultura -una determinada concepción de vida- es dirigismo cultural 
y moral de la vida social a través muchas veces de los medios de 
comunicación social de naturaleza pública y, en definitiva, de 
manipulación de la cultura (cf. CEE, Los católicos en la vida pública, 
30; La Verdad os hará libres 14). 

Por el contrario el Estado tiene una función meramente subsidiaria 
en la conservación, transmisión y desarrollo de la cultura (cf. GS 69; 
75; LN 94). De aquí la urgencia del Magisterio en insistir en la 
presencia de los cristianos en la vida cultural de los pueblos. La 
Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes con creatividad 
intelectual en los puestos privilegiados de la cultura, como son el 
mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de 
investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y 
de la reflexión humanista. Su presencia no se destina sólo al 
reconocimiento y a la purificación eventual de los elementos de la 
cultura existente críticamente ponderados, sino también a su 
elevación mediante las riquezas originales del Evangelio y de la fe 
cristiana (cf. ChL 44).

Esta presencia creadora de los cristianos incluye también a las 
culturas ajenas, en las que todavía el cristianismo no ha ofrecido 
influjo alguno. Incluso los nuevos convertidos pueden prestar una 
colaboración decisiva en el desarrollo cultura de esos pueblos y 
culturas. Los cristianos han de reflejar esta renovación de la vida, en 
el ambiente de la sociedad y de la cultura patria, según las 
tradiciones de su nación. Tienen que conocer esa cultura, restaurarla 
y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, por fin, 
perfeccionarla en Cristo, para que la fe en Cristo y la vida de la Iglesia 
no sea extraña a la sociedad en que vive, sino que empiece a 
penetrarla y transformarla (AG 21).

La ética y los medios de comunicación social.

Dentro de la sociedad moderna, los medios de comunicación social 
desempeñan un papel importante en la información, la promoción 
cultural y la formación. Hoy la dimensión social de la verdad ha 
crecido en desproporción debido al descubrimiento de los medios de 
comunicación social. Su acción aumenta en importancia por razón de 
los progresos técnicos, de la amplitud y la diversidad de las noticias 
transmitidas, y la influencia ejercida sobre la opinión pública.

La Iglesia otorga un juicio globalmente positivo a la utilización de 
estos medios. Ella reconoce sus grandes ventajas y posibilidades 
para el progreso de la humanidad, en cuanto que pueden ayudar a 
fomentar un diálogo entre los hombres y llevarles a formar una 
verdadera comunidad de personas. La información de estos medios 
es un servicio del bien común .

El Concilio dedicó un Decreto explícito llamado Inter mirífica y el 
Catecismo de la Iglesia Católica hace un resumen del mismo (cf. CEC 
2493-2499), cuyos puntos fundamentales son:

- Ambivalencia. Los medios de comunicación prestan ayuda vailosa 
a la humanidad, puesto que contribuyen a unir y cultivar el espíritu y a 
propagar y consolidar el Reino de Dios. Pero también pueden ser 
utilizados contra los mandamientos divinos, e ir en perjuicio del ser 
humano (n. 2).

- Valor ético. El empleo de los medios debe estar regulado por la 
moral (n. 4). Su uso debe también tener en cuenta las circunstancias 
del fin, las personas, el lugar, el tiempo y aquellas condiciones que 
pueden hacerlos perder de honestidad y cambiarla (n. 4).

- Recta conciencia. Los usuarios deben formar su conciencia moral 
para un empleo provechoso de los medios, sobre todo en orden a la 
información, de tal forma que contribuya al bien común y al mayor 
progreso de la sociedad humana entera. El derecho de información 
exige que ésta sea objetivamente verdadera, sea salvada la justicia y 
la caridad, y que sea íntegra. En cuanto al modo debe ser honesta y 
conveniente, es decir que respete las leyes morales del hombre y los 
legítimos derechos y dignidad (n. 5). 

La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, 
la libertad, la justicia y la solidaridad: "El recto ejercicio de este 
derecho exige que, en cuanto a su contenido, la comunicación sea 
siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la caridad; 
además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente, es 
decir, debe respetar escrupulosamente las leyes morales, los 
derechos legítimos y la dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de 
la noticia como en su divulgación" (n. 5).

- Primacía del orden moral objetivo, puesto que es el único que 
supera y ordena congruentemente todos los demás órdenes 
humanos, incluidos el de los medios y el del arte (n. 6).

- Tratamiento del mal moral. Deberán cuidar al extremo el 
tratamiento del mal moral. Es cierto que su conocimiento puede servir 
para conocer y descubrir mejor al hombre; pero debe evitarse el 
riesgo de que produzca mayor daño que utilidad a las almas, cuando 
por ejemplo no se atiendan las leyes morales, en especial cuando son 
deseos depravados (n. 7).

- Opinión pública. Una de las finalidades de los medios de 
comunicación es la formación de la opinión pública sana (n. 8). "Es 
necesario que todos los miembros de la sociedad cumplan sus 
deberes de caridad y justicia también en este campo, y así, con 
ayuda de estos medios, se esfuercen por formar y difundir una recta 
opinión pública" (n. 8). La solidaridad aparece como una 
consecuencia de una información verdadera y justa, y de la libre 
circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el respeto 
del prójimo.

- Deberes de los usuarios. El uso lícito de los medios en el usuario 
supone la recta elección, evitando todo aquello que puede ser causa 
u ocasión de daño espiritual para ellos o para otros; evitar el mal 
ejemplo que puede ocasionar. Los cristianos no deben favorecer las 
malas producciones, ni oponerse a las buenas, ni contribuir 
económicamente a empresa que tan sólo persigan el lucro en la 
utilización de los mismos. Deben atender al juicio y criterios de las 
autoridades competentes, con la obligación de formar su conciencia 
recta, en especial los jóvenes, los cuales deben ser moderados y 
disciplinados en el uso de tales medios. Tener una actitud crítica para 
discernir; los padres tienen la obligación de vigilar cuidadosamente 
que los hijos hagan un uso adecuado de los medios, de forma que lo 
que pueda ofender a la fe o a las buenas constumbres no entre en el 
hogar y que no lo vean en otra parte (n. 9-10).

Los medios de comunicación social (en particular, los mass-media) 
pueden engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo de 
éstos, consumidores poco vigilantes de mensajes o de espectáculos. 
Los ususarios deben imponerse moderación y disciplina respecto a 
los mass-media. El bien integral (en una palabra el bien moral) del 
hombre y su desarrollo genuino han de ser el criterio superior que 
regula el empleo de los medios de comunicación social. Que el 
usuario no se convierta en víctima de intereses comerciales o de 
manipulación ideológica. Desde el momento en que tales medios 
deben servir al hombre, y puesto que el hombre está orientado hacia 
la verdad, el servicio a la verdad se constituye en norma vinculante y 
suprema de los medios de comunicación.

- Los sujetos activos. Los periodistas, escritores, actores, 
productores, realizadores, directores, vendedores, críticos, etc. deben 
trata las cuestiones económicas, políticas o artísticas de modo que no 
produzcan daño al bien común. Deben asociarse en aquellas 
entidades que impongan a sus miembros el respeto de las leyes 
morales en las empresas y quehaceres de su profesión (n. 11).

- Deberes de las autoridades. "La autoridad civil tiene en esta 
materia deberes peculiares en razón del bien común, al que se 
ordenan estos medios. Corresponde, pues, a dicha autoridad... 
defender y asegurar la verdadera y justa libertad" (n. 12). 
Promulgando leyes y velando por su aplicación, los poderes públicos 
se asegurarán de que el mal uso de los medios no llege a causar 
"graves peligros para las costumbres públicas y el progreso de la 
sociedad", protegiendo en especial a los jóvenes (n.12). Deberán 
sancionar la violación de los derechos de cada uno a la reputación y 
al secreto de la vida privada. 

- Compromiso de los católicos para que utilicen los medios para las 
más variadas formas de apostolado y se adelanten a las malas 
iniciativas. Los pastores cuiden estos medios tan unidos a su deber 
ordinario de predicación de la Palabra (n. 14).

- Deberes de formación para sacerdotes, religiosos y laicos que, 
poseyendo la debida pericia en su empleo, puedan dirigirlos a los 
fines del apostolado (n. 15), formación que debe ser extensible a 
todos los católicos (n. 15-18).

La eticidad de los profesionales de los medios de comunicación 
social demanda especial atención, dado que la pasión por la 
información va en parejo al deseo de llamar la atención y al afán de 
popularidad, tan difícil de separa en esta profesión. Por otra parte su 
fuerza en las sociedades democráticas es tan decisiva que constituye 
uno de los principales medios eficaces para la defensa de los valores 
democráticos genuinos. Los instrumentos de comunicación social 
deben guiar al hombre hacia el bien. Se abusa gravemente cuando a 
través de ellos se exaltan el mal o el vicio. Entre otros es un deber 
presentar como valores positivos la religiosidad, la fidelidad 
matrimonial, la honestidad en la vida económica. Cuando se refieran 
a crímenes o aberraciones morales, se debe poner de relieve también 
su calificación moral negativa.

El respeto de la dignidad del hombre exige también que no se 
descubran, ni se den a conocer en público las debilidades y los 
errores de las personas, a no ser que fuera requerido por el bien 
común o por otro motivo grave. El respeto de la dignidad del hombre 
exige que no se viole la esfera íntima de las personas y que no se 
alimente al público con noticas sobre la vida privada. Esta regla no se 
aplica solo a las debilidades morales, sino también a los hábitos de 
vida, las amistades, las condiciones financieras, etc.

Por razón de su profesión en la prensa, sus responsables tienen la 
obligación, en la difusión de la información, de servir a la verdad y de 
no ofender a la caridad. Han de esforzarse por respetar con una 
delicadeza igual, la naturaleza de los hechos y los límites y el juicio 
crítico respecto a las personas. Deben evitar ceder a la difamación.

La autoridad civil tienen obligación de dar a tiempo y honestamente 
las informaciones que se refieren al bien general y responden a las 
inquietudes fundadas en la población. Nada puede justificar el 
recurso a falsas informaciones para manipular la opinión pública 
mediante los mass-media. Estas intervenciones no deberán atentar 
contra la libertad de los individuos y de los grupos.

La moral denuncia la llaga de los estados totalitarios que falsifican 
sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass-media un 
dominio político de la opinión, manipulan a los acusados y a los 
testigos en los procesos públicos y tratan de asegurar su tiranía 
yugulando y reprimiendo todo lo que consideran" delito de opinión".

1. La Constitución Española reconoce el derecho a la educación y 
a la libertad de enseñanza (cf. art. 27). La educación tiene por objeto 
el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto de los 
principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades 
fundamentales (n. 2). Los poderes públicos han de garantizar el 
derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación 
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones 
(n. 3). La enseñanza básica es obligatoria y gratuita (n. 4). Los 
poderes públicos garantizan el derecho de todos a la educación 
mediante una programación general con participación de los 
interesados (n. 5). Se reconoce la libertad de creación de centros 
privados (n. 6). Los profesores, los padres y los alumnos intervendrán 
en el control y gestión de los centros de enseñanza (n. 7). Se 
reconoce la autonomía de las universidades (n. 10).

2. El periodista debe informar sobre la verdad con objetividad. Sin 
embargo en estos últimos tiempos hemos pasado de un periodismo 
objetivo a un periodismo subjetivo, polémico y al servicio de 
determinados partidos e ideologías. De esta forma los medios de 
comunicación no sirven ya a la comunicación, es decir, a la comunión 
de los hombres en la verdad, sino que siembran una división 
progresiva. Es necesario dar la noticia de los acontecimientos de la 
forma más objetiva posible, más correspondiente a su significado y a 
su importancia. Es faltar a la verdad presentar lo importante como 
secundario y lo secundario como las cosa principal. Asimismo callar 
un hecho importante puede constituir una forma particular de faltar a 
la verdad. Especialmente es todavía más grave cuando varios 
periodistas o agencias se ponen de acuerdo en cubrir con manto de 
silencio una cosa importante que debería haber comunicado 
absolutamente. Por último, la verdad exige que las noticias sean 
comunicadas con todos los elementos completos. Callar un elemento 
importante puede constituir delito contra la verdad; razón por la cual 
el periodista debe tratar de conocer del modo más completo posible 
un hecho determinado y las causas que lo provocaron. 

Archidiócesis de Toledo