FE - CULTURA - TEXTOS

1. Simposio internacional de intelectuales del Viejo Continente en el Vaticano

«No se puede entender Europa sin el cristianismo»

El Consejo Pontificio de la Cultura ha organizado un simposio internacional que se está celebrando en el Vaticano sobre el tema Cristo, fuente de una nueva cultura para Europa en los umbrales del nuevo milenio, como preparación del Sínodo de los Obispos de este continente que tendrá lugar en Roma en el próximo otoño. Al presentar el Congreso en su conferencia introductoria, el cardenal Paul Poupard, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, tras constatar los acontecimientos históricos que cambiaron la historia de Europa en 1989, recalcó que diez años después, hemos pasado de una euforia exagerada a una desilusión injustificada. Nuevas tensiones han surgido; nuevos conflictos dividen a los pueblos; se han levantado nuevos muros entre las naciones; han nacido nuevas incomprensiones entre las religiones; se han creado nuevas barreras entre las culturas. Por eso -afirmó el cardenal-, hombres y mujeres quieren construir una nueva Europa prestando atención a los signos de los tiempos, y recordó las palabras de Juan Pablo II en el discurso que pronunció en 1982 en Santiago de Compostela, reiterando que la identidad europea es incomprensible sin el cristianismo. Sólo a través de él se pueden encontrar las raíces comunes sobre las que está construida la tradición del viejo continente: su cultura, su dinamismo, su capacidad de expansión constructiva también en los demás continentes.

Y ante la constante indiferencia, ante la pluralidad deformada en un pluralismo escéptico, ante la secularización degenerada en un secularismo reductor, elementos que llevarían a una pérdida de confianza en el futuro, el cardenal Poupard propuso el simposio como un llamamiento a la esperanza, que se propone abrir los horizontes de una cultura nueva, inspirada por Cristo, que se manifiesta plenamente al hombre, quien descubre su vocación sublime. El cardenal Poupard, citando al escritor ruso Julij Schreider, a quien había invitado al simposio antes de que falleciera en Moscú, afirmó que el siglo que está por terminar se ha convertido en la apoteosis de la descristianización de la cultura, y mostró de manera evidente a dónde ha llevado este proceso: a la ilusión del totalitarismo y a la tristeza del relativismo posmoderno, donde ninguna verdad cierta es posible. Pero lo más importante -añadió el cardenal- es que se oyen voces que invocan el retorno de la cultura a su fuente primera: el Verbo divino. Éste es el desafío para cada cristiano y para la Iglesia toda: hacer de todos los sectores de la vida, y por ende de la cultura, una manifestación de la verdad.

El organizador del simposio concluyó destacando que la cultura es el medio de la comprensión mutua entre los hombres; y el amor es, sobre todo, la capacidad y la inspiración para comprender a los demás, pues, gracias a la cultura, Jesucristo se revela a todos los hombres de buena voluntad, dando sentido y alegría a la existencia humana.

En declaraciones a Alfa y Omega, el cardenal Paul Poupard hace un primer balance de las primeras sesiones del Congreso en el que han participado, entre otros, los profesores Stanislaw Grygiel, del Instituto Juan Pablo II de Roma, Alejandro Llano, de Pamplona (España), Mayor Zaragoza, el sueco Per Beskow, el filósofo español Julián Marías, y, aunque no pudo asistir personalmente, también Chiara Lubich, quien envió una conferencia, leída por una representante: Una fase de la historia de Europa se está concluyendo con este final de siglo trágico y con este final de milenio: es la de la Ilustración, la pretensión de hacer la historia sin Dios y, a veces, contra Dios; así como la pretensión de cientificismo, ese mito del progreso indefinido.

Ahora se abre una nueva etapa -explicó el cardenal Poupard-, es la del misterio que ilumina el conocimiento. De este modo, estamos debatiendo en el simposio sobre ciencia, antropología, bioética, problemas enormes como el de la ecología, donde constatamos el biocentrismo, que toma el lugar de la antropología. El Congreso está sirviendo para delimitar muy bien, añadió, cómo todo aquello que no pone al hombre en el centro es mortífero.

La conclusión es clara: Construyamos la casa europea con diferentes ladrillos, pero no olvidemos que aquellos que ha traído Cristo tienen, además, el cemento del amor.

J. C. Roma

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2. Cultura, hombre y fe Las culturas, al estar en estrecha relación con los hombres y con su historia, comparten el dinamismo propio del tiempo humano. Se aprecian, en consecuencia, transformaciones y progresos debidos a los encuentros entre los hombres y a los intercambios recíprocos de sus modelos de vida. Las culturas se alimentan de la comunicación de valores, y su vitalidad y subsistencia proceden de su capacidad de permanecer abiertas a la acogida de lo nuevo.

¿Cuál es la explicación de este dinamismo? Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y sobre ella influye. Él es, al mismo tiempo, hijo y padre de la cultura a la que pertenece. En cada expresión de su vida, lleva consigo algo que lo diferencia del resto de la creación: su constante apertura al misterio y su inagotable deseo de conocer. En consecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la tensión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina.

La forma en la que los cristianos viven la fe está también impregnada por la cultura del ambiente circundante, y contribuye, a su vez, a modelar progresivamente sus características. Los cristianos aportan a cada cultura la verdad inmutable de Dios, revelada por Él en la historia y en la cultura de un pueblo. A lo largo de los siglos se sigue produciendo el acontecimiento del que fueron testigos los peregrinos presentes en Jerusalén el día de Pentecostés. El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad. Encíclica «Fides et ratio», 71 _________________________________________________

3. UNIVERSIDAD/TESTES

Jesucristo y los universitarios

Estoy empezando a descubrir a Dios en mi vida. Rosa. 20 años. Ciencias Empresariales.

Ésta y muchas otras respuestas, que escogemos a continuación, revelan la disposición de los universitarios que acuden a las catequesis en la Universidad de Madrid.

Me he encontrado compañeros que jamás hubiera imaginado que eran cristianos. Luis 21 años. Ingeniería.

Yo nunca había hablado de la fe, de mis creencias, con los amigos de la Facultad. La catequesis está reafirmándome, me ayuda a confesar lo que pienso. Inés 21 años. C. Económicas.

Lo que me ha enganchado es cuando dijeron que lo que se estaba anunciando, la Buena Noticia, era algo para mí. Siempre había creído que eso era para los demás. Germán. Aparejadores.

Lo que más me sorprende es que no hay discursos, ni se nos dice: «Tenéis que hacer esto, o no hacer lo otro», sino que se habla de la propia vida y de la experiencia del encuentro con Jesucristo resucitado. Antonio 22 años. Informático.

El capellán de la Facultad me ofreció la oportunidad. Yo vivía un cristianismo superficial. Aquí he encontrado la respuesta a lo que buscaba. Lo recomiendo a todos los universitarios. Carlos 26 años. Medicina (MIR).

Fui invitada por unas amigas, y quedé entusiasmada. Los testimonios que escuché me atraparon. El clima de comunión que observo me invita a seguir. Beatriz 18 años. Trabajo Social.

La catequesis es como si me subiera a un balcón y observara mi vida desde otra perspectiva, pues al estar en medio de la vorágine diaria del trabajo, el estudio, etc... te impides, a ti mismo, ver tu propia vida y conocer tus errores, para empezar de nuevo. Carlos 26 años. Carrera Diplomática.

Pensé que aquella «tía» le echaba mucho valor para hablar como lo hizo delante de tanta gente. Me pregunté qué era lo que le movía para hablar así en clase. Qué fuerza poseía para dar aquel testimonio. Por eso estoy aquí, y lo empiezo a comprender. Belén. 20 años. Derecho.

De «Jesús» sólo he oído hablar en la televisión. Espero que esto cambie mi vida. Belén. 18 años. Derecho. (más testimonios abajo)

«Ayudad a los necesitados» Una de las iniciativas propuesta en esta Misión en la Universidad fue presentada en el Encuentro de Solidaridad presidido por monseñor César Franco, en la Complutense: Se trata de una amplia oferta de voluntariado con diversas ramas: ancianos, enfermos, poblados de chabolas, deficientes, minusválidos... para estudiantes y profesores. Los que quieran ejercitar la acción caritativa en este marco, pueden acudir a cualquiera de las capillas universitarias, o llamar al 91 394 18 25.

RECELOS

La presencia de la Iglesia en el mundo universitario es observada con recelo por parte de algunos, quienes se resisten a aceptar la entrada de lo espiritual en un ambiente que consideran únicamente profesional y técnico. He aquí algunas experiencias:

El anuncio de la Misión revolucionó algunas Facultades -comenta un grupo de universitarios-. En una, rompieron los carteles que habían puesto; en otra colocaron otros anuncios atacando a la Iglesia como: «La Iglesia opresora que no deja pensar». En una tercera, tacharon los horarios en los que se exponía la catequesis y pusieron otra hora, con la consiguiente confusión.

 

El clima de convocatoria -dice un universitario de la Autónoma-, y luego el inicio de la catequesis, avivaron mi fe. Fue así cuando, en una de las clases, el profesor aludió a la Iglesia con ácida ironía; me levanté y dije: -Por favor, no hable así de la Iglesia. Pero, al poco rato, el profesor volvió a hacer un comentario jocoso e insultante para los apóstoles y para el Papa. De nuevo interrumpí: -Le pido que no hable así de la Iglesia, porque yo soy la Iglesia. Al terminar la clase, el profesor se me acercó y me pidió disculpas.

Una alumna que tenía que invitar a la catequesis, al entrar en el aula, se quedó helada. Estaba dando clase un profesor al que ella conocía y sabía que era ateo. ¿Qué hacer?, se preguntó. Ana, con sólo 19 años, tímida y que jamás había hablado en público, se armó de valor y solicitó permiso. El profesor aceptó: Anuncie lo que quiera, pero de prisa. Al ver el profesor que la alumna hacía ademán de llamar a quienes la acompañaban, precisó: Usted sola, y rápido. Ana, ante un centenar de estudiantes, dio su testimonio de fe y anunció la Misión. Más tarde se encontró al profesor, quien acercándose le dijo: Quiero que sepa que me ha encantado lo que ha dicho. Si otro día tiene que volver a hablar conmigo, estoy a su disposición.

En nuestra Facultad -comentan unos estudiantes de Somosaguas- no ha habido grandes problemas. Los estudiantes de extrema izquierda se metieron con nosotros. Eso dio lugar a que un tercer grupo les dijera: «Os pasáis la vida hablando de solidaridad, tolerancia y democracia, pero no dejáis expresarse a los cristianos».

En estos muros que albergan ciencia y cultura, Jesús sale al encuentro de todos aquellos que quieran escuchar su mensaje. La fe quiere entablar un diálogo con los diferentes saberes, no hay que olvidar -dijo monseñor Franco, obispo auxiliar de Madrid y responsable en la Misión- que la Universidad nació dentro del ámbito de la Iglesia, de su vocación de universalidad, de la necesidad que tiene el hombre de conocer la verdad. La Universidad ha servido para que las personas que no conocen a Cristo tengan contacto con Él, a través de los cristianos que estudian o trabajan junto a ellos. El verdadero modelo es el joven cristiano que no tiene miedo a decir: aquí estoy, ésta es mi vida y la vivo así. Gregorio Palacio _________________________________________________

Un participante en la Misión Universitaria habla para «Alfa y Omega» «Yo tengo una razón para vivir» Tengo 26 años y pertenezco a la Fraternidad Misionera Verbum Dei. Soy licenciado en Medicina por la Universidad Complutense y estoy preparando las oposiciones del M.I.R. Cuando ingresé en la Facultad de Medicina, tenía mucha ilusión en que la carrera fuera útil para los demás. Con los años fui perdiendo esta ilusión. Nos preocupábamos más de luchar por las mejores notas que de ser respuesta a realidades mucho más importantes: el hambre, la violencia, la droga... Yo buscaba la respuesta en la Medicina, pero ni en el ambiente, ni en la propia Medicina, las encontraba. Vivía con un deseo profundo de felicidad, creyendo que podía existir una alegría auténtica y duradera, que no acabara un sábado a las 5 de la madrugada. Una alegría de vivir que no me la robara un lunes a las 8:30 de la mañana al entrar en la Facultad. ¿Es posible ser feliz sin que te lo robe cualquier situación de la vida? Ésta era la pregunta que me rondaba la cabeza. Como también si el amor podía ser una experiencia estable y no un sentimentalismo superfrágil... hoy te quiero porque lo siento; mañana no te quiero porque el sentimiento pasó.

Un día en el Metro vi este anuncio de la llamada lanzadera del Parque de atracciones: Nunca pensaste llegar tan alto. Nunca creíste bajar tan rápido. Sinceramente, así vivía yo mi vida. Llegó un momento en que tiré la toalla. Está claro que lo que echaba en falta era el amor. ¿Pero qué calidad de amor? La respuesta es Cristo. Y ésta era la calidad de amor que faltaba en mi vida: Cristo.

Cristo ha sido en mi vida la respuesta a todos esos deseos de felicidad, estabilidad, alegría. Cristo ha abierto un nuevo sentido a mi vida, a mi forma de vivir la carrera, la familia, etc...

¿Cómo encontré en Cristo? Fue a través de una persona a la que un día conocí en la Facultad. Alguien como tú y como yo. Una persona que se había encontrado con Cristo. En ese momento yo había desistido de buscar respuesta en el cristianismo, porque después de algunos años de probarlo, no me convencía. Iba a misa, rezaba (sobre todo en época de exámenes), ayudaba a la gente, etc... pero a mí esta experiencia se me quedaba muy pequeña, porque yo no me encontraba con este Cristo con el que se puede convivir, compartir la propia vida y afrontar todas las situaciones. Esta forma de vivir el cristianismo fue la que yo vi en esta persona. Al principio, vi su alegría un lunes por la mañana y un jueves por la tarde, su delicadeza y respeto, siempre pendiente de los demás. Pero poco a poco iba descubriendo en esta persona una forma diferente de afrontar los problemas, de vivir el día a día. Esta persona me hizo descubrir cuál era la clave que había encontrado en su vida. Y esa clave era una persona, no una moral, ni un cumplimiento. Una persona: Cristo, que respondía a todos sus deseos y aspiraciones.

Empecé a compartir la fe con otros, a escuchar la Palabra de Dios. Al ver lo que esto enriquecía mi vida, descubrí la urgencia de comunicarlo a los demás. Y a través de mi vida otras personas, entre ellas, compañeros de mi Facultad, fueron conociendo a Dios y creciendo en la fe. Esto le dio a mi vida una alegría que nunca hubiese soñado tener.

Todos somos conscientes de que no son dos, ni tres, las personas que están sin una razón firme para vivir, que están como yo estaba antes. Son muchos los jóvenes que no tienen nada claro el porqué están haciendo su carrera, con miedo frente al futuro incierto que les espera. Jóvenes a nuestro lado que vuelven vacíos a sus casas después de un viernes de minis, que han perdido la esperanza de encontrar un sentido para vivir, un Amor capaz de llenarles el corazón.

Frente a esta situación me quema por dentro la misma urgencia que a Cristo: He venido a prender fuego a la Humanidad y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! La misma urgencia, porque a mí la experiencia del encuentro con Cristo me ha cambiado la vida, y no dudo un instante en proponer mi propia vida a cualquier persona. Por esto anuncio a Cristo, porque creo que toda persona tiene derecho a vivir una vida de verdad, plenamente feliz.

Me siento muy afortunado, porque es para mí una suerte poder dar gratis el tesoro que gratis recibí. Poderme unir a las palabras de Cristo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Es para mí un regalo, un deber y siempre la mayor alegría, poder anunciar a Cristo y poder así devolverle un poquito del amor que él me ha dado. Miguel Ángel Palencia