«LOS CATÓLICOS EN LA VIDA PÚBLICA»

 

JOSE Mª. MARTIN PATINO
Prof. de Teología
Univ. Comillas. Madrid

 

Diez folios son insuficientes para hacer un análisis serio de las cuestiones actuales que proponen los obispos españoles en su reciente declaración colectiva sobre «Los Católicos en la Vida Pública". Damos por supuesto que el lector tendrá la posibilidad de leer atentamente el documento integro. Estas lineas pretenden más bien suscitar al menos la curiosidad y, si es posible, el interés por un tema que nunca en España el magisterio episcopal habla desarrollado de una manera tranquila y sistemática. El contexto actual sociopolitico, el tiempo electoral y nuestro pasado histórico ponen en el primer plano de la actualidad un discurso religioso que ya ha empezado a ser manipulado por las diversas tendencias dentro y fuera de la Iglesia. Renunciamos, pues, a exponer el esquema ordenado de las ideas tal como están en el documento, y preferimos fijarnos exclusivamente en los puntos clave más debatidos o más inconscientemente desatendidos en la conciencia católica española.

FE/POLITICA: En esta selección, que inevitablemente resultará subjetiva, queremos destacar tres capítulos fundamentales: las raíces y exigencias de la dimensión social de la fe cristiana; las formas de esa presencia cristiana en la vida pública, o el problema de la confesionalidad del poder social o político; y la originalidad cristiana de esa presencia.

Todo el documento habla de "presencia" en la vida pública, aunque los obispos, en la última redacción del texto, suprimieron esa palabra del título. Lo "público" y la "vida pública" no tienen aquí un sentido jurídico, como poder público, sector público, servicio público, etc. Lo público es una dimensión social. Hay que relacionarlo no tanto con el poder o la coacción como con la publicidad.1 Un individuo, una institución, un discurso, tiene una dimensión pública en cuanto tiene público o trata de señalar conductas relacionadas con la cosa pública o el bien común. La palabra "presencia" fue afortunadamente suprimida. Habría inclinado el debate hacia una de las formas de participación o mediación de lo cristiano en la vida pública. En síntesis, lo que vamos a tratar de analizar es un discurso religioso del magisterio episcopal que, brevemente, podría formularse con la frase siguiente: Los obispos piden a todos los católicos españoles que participen en la vida pública o asuman la responsabilidad que les incumbe en ese campo, pero no como en otras épocas de nuestra historia ni como las demás fuerzas sociales o políticas. Sin confundirse ni identificarse con ninguna de ellas, y mucho menos como otro poder paralelo a las mismas.

I. DIMENSIÓN SOCIAL DE LA FE CRISTIANA

Preferimos titularlo así, aunque los obispos dedican el segundo capítulo del documento a explicar los "Fundamentos cristianos de la actuación en la vida pública". Personajes importantes del catolicismo español, como el Cardenal Herrera Oria, denunciaron esta carencia o mutilación de los católicos españoles. Seguramente pertenece a aquellos vicios del catolicismo español que Ortega atribuía más a la manera española de entender el catolicismo que al catolicismo como tal. En junio de 1984 el secretario de la Conferencia Episcopal denunciaba en la revista "Ecclesia"2 cuatro defectos de los católicos españoles: Atonía religiosa, fragmentación del cuerpo social de la comunidad católica, inoperancia apostólica y falta de actualización. Los cuatro defectos tienen mucho que ver con esa manera de ver los cristianos españoles lo social y lo público que ahora quieren corregir los obispos. Sin duda, se podrían ofrecer no pocas explicaciones, extraídas de nuestra historia reciente. La misma confesionalidad del Estado ha hecho a la Iglesia más presente en el Boletín Oficial del Estado que en la misma sociedad. El desinterés del católico medio puede explicarse también por una especie de delegación o abdicación de los seglares en el obispo, cuyo protagonismo, lejos de disminuir, ha crecido después del Concilio: Se daba por supuesto que la dimensión pública de la Iglesia era competencia exclusiva de sus representantes auténticos, y el seglar, todo lo más, un instrumento de la jerarquía.

CSO-POLITICO: Los obispos no han elegido el lenguaje de los hechos, sino el de la doctrina actualizada de la Iglesia. El hombre de la calle se mueve, en cambio, en un mundo de memorias y experiencias concretas. Tiene más fuerza para él "la razón de los hechos" que han condicionado su vida que las teorías un tanto abstractas de las matizaciones y de la lógica deductiva. No entiende, por ejemplo, que si la separación o contraposición entre los asuntos de este mundo y los dedicados a la propia salvación eterna es contraria a la unidad del proyecto de Dios creador y salvador y constituye una deformación de la vida cristiana, se le haya insistido tanto en "el negocio de su salvación personal" y tan poco en sus responsabilidades sociales. Bastaría retroceder unas décadas para recordar que el compromiso político no era precisamente el fuerte del discurso religioso imperante en la Iglesia española. El conocimiento pragmático que tiene el seglar medio sobre la Iglesia es un nido de prejuicios que han venido minando la credibilidad del mismo magisterio. Baste esta observación para situarnos en el género literario del documento que tratamos de comentar. Personalmente, pienso que una cierta autocrítica y explicación del pasado hubiera dado más veracidad práctica a la doctrina propuesta. Alguna culpa tendremos los clérigos de esta deformación individualista de los católicos españoles.

Compromiso con este mundo

El Dios de la salvación es también el Creador del Universo. De este articulo de la fe, tan aprendido y repetido, no hemos sabido asumir su consecuencia mas obvia: «Cualquier separación o contraposición entre la esperanza de la vida eterna y la responsabilidad del hombre sobre la creación y sobre da historia atenta contra la unidad indivisible de Dios y de su plan de salvación» (n.° 42).3 Todo lo creado y su desarrollo es objeto y término de la acción salvadora de Jesucristo. El mundo de lo secular, la técnica, la cultura, la economía, la política son instrumentos por los que el hombre pone a su servicio la naturaleza y va construyendo su propia historia. El hecho de que esas estructuras hayan sido pervertidas por el pecado no puede significar que sean ajenas a Jesucristo

El proyecto de Dios sobre el hombre.

"La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad en que vive están mutuamente condicionados" (n.° 54). La vida social no es algo sobreañadido al ser humano. La gracia y el pecado no actúan únicamente en el mundo interior de las intenciones y componentes de la conducta individual. "Hay comportamientos, instituciones y estructuras que favorecen la vida justa, la dignificación del hombre y el desarrollo integral de la persona" que deben ser interpretados bajo categorías éticas, religiosas y cristianas (cir. n.° 55 y ss.).

La «caridad-política».

El término ya fue utilizado por Pablo VI. Los obispos urgen con él el argumento de que no puede entenderse ni desarrollarse la vida teologal del cristiano sin incluir "la dimensión social y política" de la caridad como virtud teologal. Hasta el presente ha sido entendida la caridad como ejercicio de suplir deficiencias de la justicia. Parece increíble que no hayamos contemplado su cara más positiva: "Se trata más bien de un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres" (n.° 61).

Elogio de la dedicación a la política.

Hacía verdadera falta legitimar la función de los políticos. Lo político es más bien considerado como un morbo o como una erótica del poder. El desprestigio habrá que atribuirlo a otras muchas causas históricas. Aquí interesa subrayar únicamente la dicotomía entre acción política y conciencia religiosa que han venido padeciendo los católicos españoles dedicados a la acción política. Merece la pena releer el párrafo íntegro de los obispos:

«Impera en nuestra sociedad un juicio negativo contra toda actividad pública y aun contra quienes a ella se dedican. Nosotros queremos subrayar aquí la nobleza y dignidad moral del compromiso social y político y las grandes posibilidades que ofrece para crecer en la fe y en la caridad, en la esperanza y en la fortaleza, en el desprendimiento y en la generosidad; cuando el compromiso social o político es vivido con verdadero espíritu cristiano, se convierte en una dura escuela de perfección y en un exigente ejercicio de las virtudes. La dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre» (nº 63)

Cooperación con los no creyentes.

Es una circunstancia y, a la vez, una condición imprescindible. La acción social, la creación de un marco político, exige, por su propia definición, diálogo, colaboración, compromisos y hasta alianzas con otras fuerzas sociales. Exige incluso la apertura a todos los hombres y mujeres, sean o no cristianos. Para ello tiene que existir una base común de diálogo para la actividad social. Los obispos proponen como base de entendimiento y, a la vez, como condición de esa necesaria colaboración "el reconocimiento de la persona humana, fundamento de la convivencia social". "El reconocimiento práctico de la dignidad de la persona humana da a la vida social y pública un verdadero contenido moral cuando las instituciones, las normas, los proyectos y los programas sociales o políticos tienden al reconocimiento efectivo de las exigencias del ser y del actuar del hombre" (n.° 67). Luego hablaremos de los contenidos mínimos que, a juicio de los obispos, comporta este reconocimiento. En una época en la que varios discursos políticos presumen de ser humanistas, es imprescindible hablar de contenidos concretos que definan lo cristiano. Pero no se puede dar por supuesto que el lenguaje sobre el hombre sea unívoco y, por tanto, suficiente para crear esa base común de diálogo. Aquí queda apuntada únicamente la necesidad de ese diálogo y, por tanto, del discurso común en el que pueda apoyarse. Cerramos este capítulo de la dimensión social de la fe cristiana, que hoy resulta evidente, con una consideración obvia: ¿Cómo es posible que algo tan consustancial al evangelio haya sido prácticamente ignorado por nuestro cristianismo individualista? ¿No vivimos en tal diversidad que apenas se puede hablar de contenidos concretos con hombres y mujeres de nuestro entorno, sino de pura coherencia, de rectitud moral, de justicia, de paz, de igualdad y de libertad en sus sentidos más obvios y generales?

II LAS FORMAS DE PRESENCIA O DE PARTICIPACIÓN

Lógicamente, tendríamos que hablar antes de la originalidad cristiana de esa participación, tanto en su forma de testimonio individual como colectivo, que, más que limitar o condicionar la participación, la engrandece. Preferimos, sin embargo, dejar para el capítulo final ese nudo de cuestiones en que se trenzan los hilos de mayor interés y donde posiblemente se tiene que plantear el debate de la laicidad cristiana, que aquí, como en la Iglesia italiana, está bloqueando las conductas, camuflando temas como el de la eficacia y oscureciendo en general la nueva presencia de la Iglesia en una sociedad democrática. Los distintos caminos del neoconfesionalismo o de la confesionalización del poder tienen que evitarse con el criterio mismo de la identidad evangélica y de su irrenunciable originalidad. "Todos los miembros de la Iglesia, sacerdotes, religiosos y seglares, hombres y mujeres, cada uno según su propia vocación, han de sentirse responsables de esta dimensión imprescindible de la misión confiada por Jesucristo a la Iglesia" (nº. 97) Pero son los seglares, «por su condición secular», los que deben asumir «como vocación propia» la participación en las instituciones y tareas de la sociedad civil. Se realiza tanto de forma individual como asociada. "No es fácil distinguir el ámbito puramente privado del público en la vida de cada persona. Es importante tomar conciencia de ello. Nuestro comportamiento individual tiene repercusiones sociales que van más allá de nuestras previsiones. Ser conscientes de ello debe llevarnos a todos a inspirar los comportamientos personales, familiares y profesionales en los criterios morales que rigen la vida social del cristiano» (n. 112). Esta observación de los obispos debería valer también para los sacerdotes, religiosos y obispos y aun para las mismas instituciones de la Iglesia, que inevitablemente tienen también una mayor dimensión pública y aun política. El lenguaje de los hechos es más convincente que el de las palabras.

El testimonio individual.

Los obispos se fijan particularmente en el ejercicio de la profesión y en el voto democrático. La valoración de la actividad profesional no puede quedarse solamente en la adquisición de los recursos económicos necesarios para el profesional y su familia. Tiene que juzgarse con valores más amplios: la realización de la persona, la posibilidad de la auténtica vida familiar, el incremento del bien común y el enriquecimiento del patrimonio de la sociedad y de toda la familia humana. Lo característico cristiano tiene exigencias aún más amplias que dejamos para el capítulo siguiente. "Es particularmente oportuno señalar la importancia social y cristiana que tiene en estos momentos de crisis el espíritu de iniciativa y de riesgo, sin caer en el fácil recurso de descargar las responsabilidades en la dificultad del momento o en las deficiencias de los organismos públicos" (n. 115). En cuanto al voto democrático, "por el que encomendamos a unas instituciones determinadas y a personas concretas la gestión de los asuntos públicos", los obispos, una vez más. acuden a la responsabilidad y conciencia de cada católico. Se debe elegir a "aquellas personas que ofrezcan más garantías de favorecer realmente el bien común, considerado en toda su integridad", entendiendo por tal "el conjunto de condiciones de vida social con que los hombres, las familias, los grupos y las asociaciones puedan lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección", tal como lo entiende la constitución conciliar Gaudium et Spes en su número 74. Lógicamente, no puede reducirse a los aspectos materiales de la vida, con ser estos de primera importancia. El "plus" específico cristiano y el problema del dirigismo del voto por medio de las intervenciones de la jerarquía constituye otra de las cuestiones abiertas que sólo puede solucionarse con la comprensión de la originalidad y naturaleza de la laicidad cristiana.

Participación en la vida asociativa pública.

Una afirmación fundamental de la democracia parlamentaria, sancionada por nuestra constitución, necesita ser subrayada por los obispos. Sin ese supuesto no podríamos entendernos, aunque en la práctica se transija con leyes que ignoran el principio o lo subordinan de mil maneras a otras metas como la de la igualdad. Nos referimos al protagonismo de la sociedad, que debe ser cada vez más el sujeto de su propia soberanía.

«Una vida democrática sana cuyo verdadero protagonista sea la sociedad, tiene que contar con una amplia red de asociaciones por medio de las cuales los ciudadanos hagan valer en el conjunto de la vida pública sus propios puntos de vista y defiendan sus intereses materiales o espirituales» (nº 72). Ya lo había recordado Pablo VI en el numero 25 de la «Octogesima Adveniens».4 Los obispos se limitan a recordar la importancia de esos organismos sociales, la pertenencia a los cuales por parte del ciudadano debe ser libre y responsable, y dentro de los cuales el individuo se obliga a «observar unas pautas de comportamiento, a sostener unas determinadas ideas o actitudes, y a luchar cívicamente por unos ideales» (n.° 73).

. Ahora experimentamos el peligro de que esos organismos intermedios se reduzcan a los partidos políticos y sindicatos. La expansión indebida del poder político amenaza las libertades de la sociedad y a la misma espontaneidad social. Por otra parte, se está intentando confundir el "corporativismo de Estado" con las corporaciones de intereses libremente asociadas. No puede intentarse la vertebración de la sociedad sin la transparencia de los intereses grupales, que son elementos de integración y no de presión, dominio o limitación de la libertad individual

Aun dentro de los partidos políticos, "el ciudadano verdaderamente libre no debe someter los imperativos de su conciencia a las imposiciones del grupo o partido en el que milita. Una claudicación semejante allana el camino a procedimientos dictatoriales, incompatibles con el respeto debido a la persona humana, que es siempre la base de cualquier proyecto auténticamente democrático" (n.° 74). "Una sociedad en la que es deficiente la vida asociada de los ciudadanos es una sociedad humanamente pobre y poco desarrollada, aunque sea económicamente rica y poderosa" (n.° 125). "La carencia o anquilosamiento de las asociaciones civiles debilita la participación de los ciudadanos, empobrece el dinamismo social y pone en peligro la libertad y el protagonismo de la sociedad frente al creciente poder de la Administración del Estado" (n.° 126). "Los cristianos, en el ejercicio de sus derechos y deberes de ciudadanos, deben participar en estas asociaciones estrictamente civiles y promoverlas ellos mismos como uno forma importante de cumplir sus responsabilidades en la construcción del bien común" (n.° 128). La voluntad de la Iglesia española se expresa, pues, claramente. Pero habrá que distinguir los diversos tipos de asociaciones para conocer el papel de la Iglesia y la función de la vocación cristiana dentro de las mismas.

Los diversos tipos de asociaciones.

El criterio de la pluralidad alcanza no sólo a las asociaciones eclesiales de carácter apostólico, sino a aquellas seculares y civiles en las que deben participar los cristianos. La diferencia entre estos dos grandes grupos, apostólicas y seculares, fue subrayada por el mismo Juan Pablo II en el discurso de Loreto, sobre el que se han volcado los partidarios de la unidad de acción de los católicos en el mundo secular. En la declaración episcopal que comentamos no se da pie a ningún tipo de ayuda colateral, desde la asociación apostólica, a una opción política concreta o a uno o varios partidos determinados. La libertad de asociación dentro de la Iglesia y de los cristianos en la vida civil se justifica por el hecho de las "mediaciones", que hasta ahora sólo vienen aplicándose a las "cuestiones temporales", cuando en realidad la mediación entre Dios y los hombres es un hecho revelado en Jesucristo y formulado dogmáticamente desde el concilio de Calcedonia. Hasta los mismos hechos undantes del cristianismo son mediaciones humanas. El mismo Magisterio de la Iglesia es una mediación necesaria y obligatoria: echamos de menos en el documento episcopal alguna palabra o distinción entre las mediaciones normativas y aquellas otras que no deben serlo, sencillamente porque no entran de lleno en el campo del carisma encomendado al Colegio Apostólico. La reflexión teológica es otra mediación: "fides quaerens intellectum".

En la acción social y política concurren "otras muchas consideraciones intelectuales" a las que acuden los obispos para explicar que "de una misma inspiración cristiana puedan nacer, en hombres, grupos y coyunturas diferentes, fórmulas y procedimientos distintos para conseguir objetivos éticamente coincidentes" (n.° 75). Modestamente pensamos que el elemento específico de la opción política no es tanto el hecho mismo de la mediación de otros saberes científicos, sino su natural coyunturalidad. La ideología política y las estrategias del poder son, por sí mismas, apreciaciones de la realidad en las que pesan más la prudencia y el conocimiento subjetivo que las mismas ciencias políticas, jurídicas y sociales.

Las asociaciones apostólicas o eclesiales se distinguen de las seculares y políticas por sus fines y por sus medios. Las primeras, en ningún caso intentan conquistar el poder. Para las segundas, esa conquista y la influencia en el mismo son precisamente su objetivo característico. Completaremos esta reflexión cuando hablemos del derecho del Magisterio eclesiástico a orientar el voto de los católicos en situaciones extremas. La "inspiración cristiana" sólo hasta cierto punto puede constituir un elemento diferenciador. La unidad de conciencia del cristiano que defienden los obispos preside toda su actividad privada y pública, apostólica y política.

Las asociaciones eclesiales apostólicas deben distinguirse netamente de las seculares y políticas. Existe, por ejemplo, cierta unanimidad en la renuncia que debe hacer todo grupo apostólico a la conquista del poder e incluso a cualquier tipo de coacción política. Los medios y las estrategias deben ser también diferentes. Y aunque en una democracia la presión social y la libertad de expresión estén perfectamente legitimadas, el gruño apostólico debe autolimitarse para estilizar sólo aquellos medios y perseguir aquellos fines que son propios del Evangelio. Una v otras pueden y deben nacer de la "inspiración cristiana", aunque este principio motor actúe de manera diversa y mantenga diversas exigencias.

Tenemos así asociaciones eclesiales propiamente dichas, reconocidas formalmente como tales por la jerarquía, cuya misión y ámbito de acción se dirige a los creyentes, a la formación de su fe y de su espíritu cristiano. En el otro extremo podemos situar a las asociaciones netamente seculares (partidos políticos, sindicatos. asociaciones vecinales, cooperativas, etc.). Y entre ambos tipos hay que clasificar a las instituciones eclesiales que trabajan en el canino de las realidades temporales: tales son las que "se dedican a finalidades de orden social, educativo o asistencial, nacidas del dinamismo espiritual de la Iglesia y promovidas por las autoridades eclesiásticas, instituciones religiosas o asociaciones diversas de fieles " (nº 147).

Para que la libertad de enseñanza "pueda realizarse adecuadamente en una sociedad democrática, sobre todo cuando esa libertad no es plenamente reconocida, es imprescindible que cuente con una base social organizada y activa» (n.° 152). En el ámbito sociocultural, los obispos se refieren expresamente a «instituciones de inspiración cristiana que estén al servicio de la formación de una opinión responsable y activa, con una inquebrantable pasión por la verdad, no sometidas a los poderes económicos o políticos que pretendan imponerles sus intereses particulares» (n.° 157). En tal definición caben las editoriales católicas, las empresas periodísticas o de medios de comunicación y aun las asociaciones de profesionales católicos. Los profesionales católicos son también exhortados a asociarse: «necesitan también asociaciones que les faciliten la formación cristiana especifica exigida por la complejidad de su actividad profesional y les permitan manifestar públicamente su postura» (n.° 165),

El campo de necesidades asociativas católicas es amplísimo. La iglesia española podría proponer un plan de prioridades o necesidades mas urgentes. Los obispos se comprometen a alentar el asociacionismo católico y piden que toda la comunidad cristiana se convierta en alentadora del compromiso público. En no pocos pasajes dé la declaración se oye como un grito de auxilio pidiendo ayuda a todos los miembros de la Iglesia. "Estamos persuadidos de que alentar cuanto se refiere a conseguir una auténtica presencia de los cristianos en las realidades temporales es una urgente necesidad de nuestras Iglesias particulares. La actual normativa vigente en la legislación eclesiástica ofrece amplios márgenes de libertad y operatividad para que pueda desarrollarse el dinamismo del cuerpo eclesial que asegure la debida capacitación y formación de los seglares para la vida pública" (n.° 186). Vuelve, pues, el asociacionismo católico. ¿No es anacrónica la militancia de otros tiempos? ¿No corremos el peligro de responder a la hostilidad con la hostilidad? ¿Volveremos a caer en el error de intentar construir un mundo aparte, del tipo de la "societas perfecta", en que se haga prácticamente imposible la penetración apostólica y se ahonde el abismo trágico entre la llamada cultura cristiana y el resto de la sociedad? A estas preguntas intentamos responder con textos de la misma declaración episcopal en el capítulo siguiente.

III. ORIGINALIDAD DE LA PRESENCIA PUBLICA DE LOS CRISTIANOS

Sería injusto negar el vitalismo de los seglares, y en general de la Iglesia española, durante el último medio siglo. Institutos seculares como el "Opus Dei" o la ACNP; la explosión masiva de los años cuarenta, que tuvo su expresión en las peregrinaciones, consagraciones y coronaciones; las misiones rurales de las grandes capitales españolas; los Cursillos de Cristiandad, la Acción Católica, las "comunidades de base", etc., demuestran que el laicado católico era una buena masa para la renovación del Concilio. Pero ¿cómo conjugar esta fuerza social con la irrelevancia y con la atonía que ahora denuncian los obispos españoles? ¿Tendrá razón Stanley G. Payne en su obra "El Catolicismo Español" cuando concluye que, "a pesar de lo mucho que se habla de la religión profética, una descripción más acertada del catolicismo transformado sería la de la religión mimética? Según él, "poco ha habido que sea original o profético en el reciente catolicismo español".5 El contexto sociopolítico, y no la originalidad misma del Evangelio, habría determinado los cambios.

"Primero pensamos, con razón, que creer en Dios tenía que llevarnos a un compromiso temporal; luego nos dijeron que creer era comprometerse; después pareció que este compromiso tenía que pasar por una opción política de izquierdas; más tarde se nos ha ido diciendo que el compromiso político de izquierdas es ya el contenido real y secularmente válido de la fe. Este compromiso liquida las raíces de la fe y de la Iglesia".6 Quien relea despacio los discursos de las VIl Jornadas Nacionales de Acción Católica, celebradas de 9 al 12 de junio de 1966 en el Valle de los Caídos, comprenderá ahora hasta qué punto la Jerarquía y los cuadros militantes del laicado católico fueron Incapaces de entenderse, por el mimetismo del pasado de los unos y por la falta de originalidad cristiana en el compromiso temporal de los seglares. Lo especifico cristiano es profundamente creador. Es noticia en un mundo injusto dominado por la idolatría de los poderes. Si en el régimen autoritario la confusión de la iglesia con el poder público resultaba escandalosa, ahora, en la democracia la seducción de la mayoría sociológica y de la coacción política apoyada en esas mayorías amenaza más sutilmente la identidad de la presencia de los católicos en la vida pública.

Es lógico que los obispos se preocupen por recobrar esa identidad. Aquí no podemos abarcar toda la complejidad de la identidad de la comunidad católica en una sociedad plural y secularizada. Los obispos se refieren concretamente a la especificidad cristiana de la presencia de los seglares en la vida pública. Temo que sus advertencias queden dispersas a lo largo de todo el documento. Voy a intentar agruparlas, no sólo por su importancia intrínseca, sino también por su misma necesidad de ulteriores concreciones y aclaraciones. Se trata, en sustancia, de definir la laicidad cristiana, sin confundirla con la finalidad y estrategia de otras fuerzas sociales legitimadas por la democracia parlamentaria. Del hecho de que la Constitución ofrezca diversas opciones y libertad de acción a todos los ciudadanos no se deduce que la Iglesia o los católicos, individualmente o asociados, puedan hacer uso de todas. Deberán elegir solamente aquellas que sean más coherentes con sus convicciones religiosas. Mencionemos al menos cuatro puntos: El "plus" de radicalidad exigible a un católico; el riesgo de confundir el progreso humano con el establecimiento del Reino; la tentación atávica de bautizar los poderes mundanos; y la necesidad de descubrir la laicidad cristiana en su propia autonomía y en la comunión de la Iglesia.

Radical actitud de amor a Dios y al hombre.

Los cristianos en la vida pública no pueden limitarse al puro cumplimiento de las normas legales. Su conducta tiene que regirse por las condiciones religiosas y morales, más allá de los criterios estrictamente jurídicos.

Puede parecer un contrasentido que los obispos exijan, como notas distintivas de la acción pública, la pobreza cristiana, la mansedumbre, la solidaridad y el amor a la justicia y a la paz, en un campo dominado por la voluntad de poder, por la ambición y por la coacción. «La preferencia por los procedimientos pacíficos y conciliadores es actitud obligada para cualquier cristiano que actúa en la vida pública» (nº. 87). La historia de la derecha católica española no parece demostrar que ésta haya sido su nota distintiva. Un giro copernicano tendría que darse en los sectores más conservadores de nuestra sociedad. «El cristiano ha de buscar en sus actuaciones públicas el ejercicio del amor, solidario y desinteresado, que requiere siempre la preferencia por los más pobres e indefensos, la renuncia a la imposición y a la violencia, la preferencia por los procedimientos de diálogo y entendimiento" (nº. 881.

Tendemos a refugiarnos en la naturaleza misma de la lucha por el poder y por la eficacia, a aceptar el lenguaje de la fuerza social o política del adversario. Aun en esos "momentos estrictamente técnicos y seculares, a través de los cuales se hacen operativos los proyectos y programas, éstos deben estar regidos por criterios éticos: la preparación profesional debe ser rigurosa y exigente; el análisis de la realidad, objetivo; el manejo de los datos y la información, veraces; las estrategias, honestas y justas" (n.° 77). Como formas inmorales e idolátricas califican los obispos el "someterlo todo al éxito personal, a la posesión del poder, a la eficacia, al honor o al dinero". La simple lectura de estos criterios preferenciales puede desanimar a muchos de nuestros políticos católicos. Pero es en ellos donde reside la opción religiosa y personal del cristiano con vocación política. Y es ésta la "alternativa" que un católico está llamado a llevar a la vida pública, mucho antes que los contenidos y soluciones concretas que le enfrentan con las ideologías y los partidos en la propuesta de modelos y en la elaboración de las leyes. Estoy seguro de que este sermón de la honradez y del desinterés aumentarla la credibilidad de los católicos y no disminuiría el número de sus seguidores o electores. La corrupción administrativa es incongeniable con la fe cristiana. No se trata de ser menos "políticos", sino de dignificar esa actividad desprestigiada.

El riesgo de confundir el progreso del hombre con el crecimiento del Reino.

He aquí una distinción fundamental cuyo olvido ha llevado a muchos católicos españoles a la sacralización de la acción política y a la intransigencia. "El esfuerzo del hombre a lo largo de la historia por humanizar la naturaleza y establecer una sociedad libre y justa no puede encontrar su plenitud sino en el misterio pascual de Cristo. Este esfuerzo y sus resultados pasarán por la ruptura de la muerte y serán asumidos y elevados en la resurrección y en la vida eterna" (n.° 52). No es ésta una advertencia baladí. No se pueden separar del todo el progreso histórico del hombre y la plenitud del Reino de Dios. Pero la acción política por sí misma no trata de salvar al hombre para la vida eterna, ni de someterlo a la Iglesia, ni de exigirle comportamientos que sólo la fe cristiana en su horizonte de transcendencia puede descubrir, respetando la libertad religiosa. La fuerza de la verdad tiene que abrirse paso por sí misma. El diálogo tiene márgenes ilimitados. Hay que confiar mucho más en la verdad del evangelio que en la coacción de la ley. La distinción entre lo deseable y lo exigible políticamente es coherente con el orden moral objetivo que predica la Iglesia; la libertad religiosa, reconocida solemnemente por el Concilio, es incluso un elemento integrante de ese orden objetivo. No es esta distinción la que rompe la unidad interior del cristiano ni la que le lleva a utilizar principios morales distintos para su vida religiosa privada y su actuación pública. Sus convicciones morales más profundas, como el respeto y defensa de la vida prenatal o la indisolubilidad del vínculo matrimonial, de las que no puede abdicar una conciencia cristiana, no siempre podrán traducirse en el ordenamiento jurídico y siempre tendrán que ser defendidas por medios pacíficos y testimoniales. Distinguir adecuadamente en cada momento la inmoralidad intrínseca de un hecho y la función que corresponde al Estado respecto de la permisividad o prohibición coactiva del mismo, entra dentro de la prudencia política y la coyunturalidad de cualquier decisión política que mire al bien común y al conjunto de todos los ciudadanos. El mensaje de la cruz y la presencia del pecado no son imponibles por el poder, sin que esta afirmación relativice en lo más mínimo ningún principio de la moral católica.

La tentación de confesionalizar el poder.

Tocamos aquí una de las cuestiones más vidriosas que han oscurecido no pocos momentos de nuestra vida pública. Los obispos apoyan la "inspiración cristiana", pero rechazan todo tipo de confesionalización del poder político. El asociacionismo católico, tanto en sus instituciones eclesiásticas que actúan en el campo secular como en las mismas agrupaciones o instituciones seculares, tiene aquí su talón de Aquiles. El poder social o político tiende, por su misma naturaleza, a confesionalizarse o dogmatizarse. Es como una condición de su eficacia y de la relevancia humana que parece necesitar para hacerse visible y definidamente católico.

Una sociedad libre tiene que garantizar la vitalidad e iniciativa del cuerpo social. Carece de todo fundamento la pretensión de excluir a los católicos de esa libertad con el argumento de que eso supondría una ingerencia de la fe religiosa en la vida política. <La concepción cristiana del hombre y de la vida, que hunde sus raíces en el valor inalienable de la persona humana, tiene pleno derecho de ciudadanía en el concierto de las aportaciones sociales ordenadas a crear una convivencia que se dice basada en los derechos humanos" (nº. 130). Los cristianos tienen derecho a asociarse como tales cristianos siempre que no confesionalicen sU poder social o político. De ahí que los obispos llamen la atención sobre algunas cautelas necesarias: "Evitar cualquier pretensión de apropiación exclusiva del nombre de católico o cristiano para un determinado proyecto político o social" (nº. 132). Ningún partido o grupo político puede identificarse con los intereses de la Iglesia o pretender actuar en nombre de ella. «En todo caso, los proyectos o programas que pongan como base de su actuación la concepción cristiana de la vida habrán de afirmar prácticamente la integridad de la misma, evitando las mutilaciones o paralizaciones que la deformen» (n.° 134)

Será preciso que los estatutos de la asociación secular recojan aquellos objetivos concretos que la doctrina social católica considera bienes irrenunciables de la persona, de la familia y de la sociedad en general. Será preciso que sus miembros estén motivados por una experiencia personal de la vida cristiana vivida y alimentada en el seno de la comunidad cristiana. Esto es particularmente importante cuando los cristianos pertenecen a partidos que, coincidiendo en gran parte con el proyecto cristiano, sin embargo, inspiran su ideología en filosofías o cosmovisiones que excluyen la transcendencia. "No se trata, pues, de restaurar formas ya superadas de confesionalismo, creando un orden político-social paralelo al del Estado o poniendo las instituciones políticas al servicio de los intereses de la Iglesia. Cualquier interpretación en este sentido desconocería radicalmente el modo de entender hoy la naturaleza, los objetivos y el modo de presencia de los cristianos en la vida pública" (n.° 137). "La confesionalidad de una institución secular no consiste únicamente en su original inspiración cristiana, sino que añade la responsabilidad de la Iglesia como tal y de la autoridad eclesiástica respecto del carácter cristiano del proceso de realización del proyecto y de los resultados obtenidos" (n.° 139).

Especificidad de la «laicidad cristiana».

Quizá sea éste el punto más oscuro del debate abierto en torno a la acción de los seglares en la vida pública. Aquí se enfrentan la autonomía de las mediaciones seculares, la comunión doctrinal y la consiguiente intervención de la jerarquía. Los seglares, por su doble condición de miembros de la Iglesia y de estar más plenamente insertos en el mundo, son evidentemente los llamados a hacer esta síntesis, no siempre fácil. Los obispos reconocen el valor de las "consideraciones intelectuales, técnicas y coyunturales", que forman un complejo haz de mediaciones. Las ciencias sociales y políticas no se deducen de los "imperativos y consideraciones religiosas".

«Solo en situaciones extremas, cuando entran en juego valores básicos de la vida social, como son la paz, la libertad, los derechos fundamentales de la persona, o la misma pervivencia del bien común la autoridad de la Iglesia, en ejercicio de su responsabilidad moral y no como instancia política, puede señalar la obligatoriedad moral de un determinado comportamiento social o político para los miembros de la Iglesia» (n.° 76). Los términos del intervencionismo magisterial de los obispos están tomados de la constitución Gaudium te Pes, número 43. Pero son tan generales que no llegan a disipar el temor de que su aplicación concreta, en un determinado momento, no tenga suficientemente en cuenta la coyunturalidad y la complejidad de las consideraciones que inciden necesariamente en cualquier opción política concreta. El debate que actualmente divide a la Acción Católica italiana y su enfrentamiento con los llamados allí "cristianos de la presencia" demuestra que no existe una respuesta clara en situaciones en las que la autoridad eclesiástica preferiría una mayor unidad política entre todos los católicos. ¿Se desconfía de la madurez del laicado? ¿Invaden los obispos campos ideológicos, científicos, técnicos y meramente coyunturales? ¿No existe el peligro de canonizar actitudes políticas concretas que más tarde se revelan como meramente coyunturales? Decidir que determinada norma es componente esencial del bien común, ¿no equivale a invadir terrenos estrictamente políticos o de las ciencias jurídicas y sociales?

Prudentemente, los obispos españoles no entran en esta discusión, sobre la que se está vertiendo tanta tinta en la sociedad italiana. No parece que sea prudente comprometer a la Iglesia en decisiones que no gocen de la evidencia de la deducción lógica de los principios siempre defendibles. El tema de las mediaciones es muy complejo, y las experiencias vividas en nuestro pasado más reciente, al margen de los enfrentamientos que pueden ser necesarios, no arrojan la luz suficiente para determinar concretamente cuándo es apostólica una determinada orientación del voto de los católicos. En esas mismas "situaciones extremas" a las que aluden los obispos, debería perderse el miedo a la complejidad y evitar las simplificaciones, que suelen crispar más que iluminar la fe de los seglares.

Si la Iglesia reconoce el valor de la laicidad del Estado y exige, con todo derecho, su neutralidad, reclamar su beligerancia concreta en una ley determinada se presenta no pocas veces como una contradicción y acrecienta la duda sobre su legitimidad y sobre la confianza que ella ha puesto en sus fieles seglares.

J.M. MARTIN PATINO
SAL TERRAE 1986 nº5, págs. 395-411

....................

1. Hacemos esta salvedad para que no se entienda "presencia pública" como poder publico o militancia socialmente relevante, tal como sigue siendo entendida por una de las tendencias hoy más discutidas.

2. Fernando SEBASTIAN AGUILAR, "La puerta estrecha", en Ecclesia 2179 (23 de junio de 1984), p. 759.

3. Los números entre paréntesis corresponden al documento episcopal. En adelante referiremos siempre los textos entrecomillados al número del texto que comentamos.

4. He aquí el texto de Pablo VI: "No pertenece al Estado, ni siquiera a los partidos políticos que se cierran sobre si mismos, el tratar de imponer una ideología por medios que desembocarían en la dictadura de los espíritus, la peor de todas. Toca a los grupos establecidos por vínculos culturales y religiosos -dentro de la libertad que a sus miembros corresponde- desarrollar en el cuerpo social, de manera desinteresada y por su propio camino, estas convicciones íntimas sobre la naturaleza, el origen y el fin del hombre y de la sociedad".

5. Staniey G. PAYNE, El Catolicismo Español, Ed. Planeta, Barcelona 1984, p. 288.

6. Fernando SEBASTIAN AGUILAR, art. cit., p. 759.