III. - El Don de Consejo.



Consejo es un acto de la prudencia, que prescribe la consideración y la elección de medios para llegar a un fin (2).

Así, pues, el don de consejo atiende a la dirección de las acciones particulares. Es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes. Lo que la sabiduría, la fe y la ciencia enseñan en general, el don de consejo lo aplica en particular. Por lo tanto, es fácil comprender su necesidad, puesto que no basta saber si una cosa es buena por si misma, sino que es necesario juzgar si es buena también en las circunstancias presentes, y si es mejor que otra y más propia para el fin que se pretende. Y todo esto se conoce por el don de consejo.

Sucederá alguna vez que, queriendo deliberar sobre lo que debemos hacer, nos parecerá una cosa, incluso a la luz sobrenatural, mejor y más perfecta, y puede ser que efectivamente lo sea por si misma. Pero, no obstante, de su ejecución se seguirán grandes inconvenientes, peligros o faltas, que no hubiesen sucedido si hubiéramos elegido otra cosa que, aunque menos perfecta, hubiese sido mejor porque no hubieran resultado Las malas consecuencias de La otra que nos parecía mejor.

La conducta más segura es la que se recibe del Espíritu Santo por el don de consejo, y no debíamos de seguir ninguna otra.

Primero, porque al seguirla podemos estar seguros de andar por los caminos de Dios y de su divina Providencia.

Segundo, porque es el medio de acertar siempre, siendo el Espíritu Santo La regia infalible tanto de nuestras acciones como de nuestros conocimientos.

Tercero,, porque esta dependencia del Espíritu Santo hace que vivamos con una gran paz, sin inquietudes ni cuidados, como los ojos de un príncipe que no se preocupan ni de su alimento, ni de su modo de vivir, ni de nada de lo que con su bienestar se relacione, dejándolo todo al cuidado de su padre.

Este don lo comunica el Espíritu Santo más o menos, según La fidelidad con que se corresponda. Al que le comunique poco, si es fiel en usar bien este poco, puede estar seguro que recibirá más, hasta que esté lleno en La proporción de su capacidad es decir, hasta que tenga tanto como le hace falta para cumplir los designios de Dios y llevar a cabo los deberes de su empleo y de su vocación. Pues se juzga con razón, que una persona está llena del espíritu de Dios cuando realiza suficientemente todas las funciones de su estado.

Nosotros, que hemos sido llamados a una Orden apostólica, en la que la acción y la contemplación deben ir unidas, podemos aspirar, sin presunción, a un grado más elevado tanto en la vida activa como en la contemplativa. Pues no puede llamarse vanidad el que cada uno aspire, a la perfección de su estado y al cumplimiento de los designios de Dios en toda La amplitud de su vocación.

Para esto, y porque nuestra vida activa es casi continua, necesitamos de un extraordinario don de consejo: si nos falta este don del Espíritu Santo, no haremos nada que no vaya lleno de defectos y toda nuestra conducta será puramente humana. No obraremos más que por principios de una destreza natural o por una prudencia adquirida. No seguiremos sino Las invenciones de nuestro espíritu que, comúnmente, son contrarias al espíritu de Dios.

Todas las mañanas debemos pedir al Espíritu Santo su ayuda para todas las acciones del día, reconociendo humildemente nuestra ignorancia y debilidad y diciéndole que seguiremos su dirección con entera docilidad de espíritu y de corazón.

Además, al principio de cada acción, le pediremos luz para hacerla bien, y al final, perdón de las faltas que hayamos cometido. De esta manera estaremos durante todo el día pendientes de Dios, que es el único que sabe en que situaciones especiales nos podemos encontrar, y puede por consiguiente guiarnos con certeza en todas las circunstancia por medio de su consejo, mejor que por todas las luces que podamos tener, bien sean de fe o de otro don cualquiera que no baja tanto a los casos particulares.

La pureza de corazón es un medio excelente para obtener el don de consejo, al igual que los demás dones precedentes. Una persona que se dedicase, constantemente a purificar su corazón y que tuviese un sólido y buen juicio, adquiriría gran prudencia sobrenatural y destreza divina para manejar toda clase de asuntos; tendría abundancia de, luces y de conocimientos infusos para la dirección de las almas, y encontraría mil santas maneras de ejecutar las empresas dirigidas a la mayor gloria de Dios. La prudencia humana, a pesar de todos sus conocimientos y destrezas, tiene en esto muchos fallos y consigue poco resultado. Por la pureza de corazón y una fiel dependencia de la dirección del Espíritu Santo, adquirieron San Ignacio y San Francisco Javier un extraordinario don de prudencia, que los hace admirar tanto.

Los directores de almas y los superiores especialmente deben sacar de la oración las luces para desempeñar las funciones de su cargo. Es un error creer que los mas sabios son los que dan mejores resultados y los mas aptos para desempeñar los cargos y para conducir las almas. Los talentos naturales, la ciencia y la prudencia humana, sirven muy poco en materia de dirección espiritual, al lado de las luces sobrenaturales que comunica el Espíritu Santo y cuyos dones están muy por encima de la razón. Las personas mas indicadas para guiar a los demás y aconsejar en lo que atañe a las cosas de Dios, son las que teniendo la conciencia pura y el alma exenta de pasión y desprendida de todo interés, y poseyendo ciencia y talentos naturales suficientes, aunque no, sean en un grado superior, están muy unidas a Dios por la oración y sometidas a todos los movimientos del Espíritu Santo.

Los directores subalternos tienen mucha necesidad del don de consejo, sobre todo en las ocasiones relacionadas con la practica de la obediencia; ya que un inferior que no tiene nadie a quien mandar, no se encuentra, en el ejercicio de esta virtud, con las mismas dificultades que un inferior que es a la vez superior de algunos; estando obligado a obedecer por un lado, y a cumplir los deberes de su cargo, por el otro, esta en peligro de obedecer demasiado a favor o en contra de su cargo o a caer en el otro extremo de no obedecer bastante. En esos conflictos, los que se dejan guiar por los dones del Espíritu Santo no pueden equivocarse; pero tenemos la desgracia de no conocer bastante en la practica estos sublimes dones que son los principios por los que se regían los santos, porque no nos dedicamos con toda el alma a conseguir la perfección.

Los sabios deben guardarse bien de un cierto espíritu de suficiencia, de confianza en sus luces y del apego a su manera de pensar. Los que gobiernan con la luz del Espíritu Santo el Estado, o cualquier otro cuerpo eclesiástico, religioso o civil, no lo harían siempre según el gusto de los que solamente se guían por la prudencia humana. Estos los critican con frecuencia. porque su vista no se extiende mas allá de los limites de la razon y del sentido común, que son los únicos principios de su manera de proceder: no ven absolutamente nada de la dirección del Espíritu Santo, que está infinitamente por encima de todos los razonamientos humanos y miras políticas. El gobierno de los superiores, o mejor dicho, el gobierno de Dios por medio de los superiores, precisamente por ser sobrenatural, lleva consigo el que los fallos que en su desempeño se cometen hayan de ser forzosamente grandes y de penosas consecuencias. Los superiores no solamente deben tener celo para castigar las faltas de los inferiores, sino también caridad para prevenir con oportunos avisos las faltas que podrían cometer: hasta conviene muchas veces que se contenten con una secreta y paternal reprimenda, obligando así, por la dulzura, a corregirse al que ha faltado y evitando otras faltas que la aspereza de la penitencia podría hacerle cometer.

Los buenos superiores se alegran de tener en sus manos el poder de la autoridad para hacer el bien a sus súbditos y para aliviarlos, y no para perjudicarlos y mortificarlos. Una regla importante para el buen, gobierno, es evitar la multiplicación de ordenes inútiles, que no sirven mas que para sobrecargar a los inferiores y hacer pesado el yugo de la religión, que mas bien convendría aligerar. Debe exigirse solamente el exacto cumplimiento de las reglas y ordenes ya establecidas. Los pecados de los santos son: no seguir ciertas luces del Espíritu Santo y omitir algunos puntos de perfeccion, como por ejemplo, si teniendo varias luces del Espíritu Santo sobre una misma cosa, siguen la mis fácil por dejadez de espíritu o por irreflexión.

Cuando se ve que no hay ningún mal en hacer o en decir alguna cosa, que no procede uno movido por ninguna inclinación ni afecto natural, por un motivo de complacencias, por el ejemplo de los demás o por algún habito o costumbre; y que por otra parte se esta dispuesto a seguir otra conducta si el Espíritu Santo la inspirase; y esta uno igualmente inclinado a resolverse en pro o en contra, según el movimiento del Espíritu Santo: cuando concurren estas tres circunstancias, se puede de ordinario obrar con seguridad v no hay peligro de sobrepasarse. En diversos lugares de la Sagrada Escritura pueden señalarse rasgos admirables del don de consejo: El silencio de Nuestro Señor delante de Herodes, las respuestas que dio para salvar a la mujer adultera y para confundir a los que le preguntaban si se debería pagar tributo al Cesar; el juicio de Salomon; la empresa de Judit para librar al pueblo de Dios del ejereito de Holofernes; la conducta de Daniel para justificar a Susana de la calumnia de los dos ancianos y la de San Pablo cuando convoco a los fariseos y saduceos y apelo del tribunal de Festo al de Cesar.

El vicio opuesto al don de consejo, es la precipitación a obrar con demasiada prontitud y sin haber considerado bien antes todas las cosas, siguiendo unicamente el ímpetu de la actividad natural y sin tomarse el debido tiempo para consultar al Espíritu Santo. Este defecto, lo mismo que los otros que se oponen a los dones precedentes, a saber: la necedad, la grosería y la ignorancia, son pecados cuando provienen de falta de diligencia para disponerse a recibir las inspiraciones del Espíritu Santo; cuando no se toma el tiempo necesario para pedirle consejo antes de obrar, y cuando al obrar se precipita uno tanto que no se esta en condiciones de recibir su asistencia, o cuando se deja uno llevar y obscurecer por la impetuosidad de una pasión. El apresuramiento es muy contrario al don de consejo. El santo Obispo de Ginebra combate frecuentemente este defecto en sus escritos,. Debemos evitarlo a toda costa, porque llena el espíritu de tinieblas, pone alboroto, amargura e impaciencia en el corazón, alimenta el amor propio y hace, que nos apoyemos en nosotros mismos. En cambio el don de consejo, iluminando el espíritu, derrama en el corazon una unción y una paz completamente opuestas al apresuramiento y a sus efectos. La temeridad es también muy contraria a este don. Porque confiando demasiado en uno mismo, no se presta la debida atención a las luces y a los consejos de la razón y de la gracia. Estamos muy sujetos a este vicio, tanto mas cuanto que nos falta cordura y madurez de espíritu, estamos acostumbrados a una conducta pueril y tenemos demasiada buena opinn de nosotros mismos.

Es también un defecto opuesto al don de consejo la lentitud. En las determinaciones es indispensable obrar con sensatez; pero una vez tomada la resolución según la luz del Espíritu Santo, debemos ejecutarla con rapidez, porque si se deja, las circunstancias cambian y las ocasiones se pierden. La bienaventuranza correspondiente, a este don es la quinta: ((Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzaran misericordia)) (1). Y la explicaron que da San Agustín, es que Dios no deja de ayudar con su gracia a los que con desprendimiento asisten a los demás en sus necesidades. Dice: ((Est autem justum consilium., ut qui se a potentiori adjuvari vult, adjuvet infirmiorem in qua eat ipse potentior. Itaque beati misericordes, quia ipsorum miserebitur Deus)).

No se señala el fruto del Espíritu Santo que directamente corresponde a este don de consejo, porque es un conocimiento practico que, no tiene otro fruto, propiamente hablando, que la operación que dirige y a la que tiende. Sin, embargo, como este don dirige especialmente las obras de misericordia, puede decirse que los frutos de bondad y benignidad le pertenecen en cierto modo.

Cortesía de http://www.xs4all.nl/~trinidad/dones/sabiduria.html
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