Catequesis sobre el Espíritu Santo (1998)

 

1-El Espíritu Santo, Señor y dador de Vida

2-La Iglesia, obra del Espíritu Santo

3-El Espíritu Santo y el anuncio de la Palabra

4-El Espíritu Santo y celebración Litúrgica

5-El Espíritu Santo y la vida cristiana

6-El Espíritu Santo: Ministerios, carismas y tareas en la Iglesia


 

Primera Catequesis: Los Santos, 15 de Febrero de 1998

El Espíritu Santo, Señor y dador de vida

Canto de Entrada:

Oh Señor, envía Tu Espíritu

Oh Señor, que mi alma te bendiga,

oh Dios tú eres grande;

vestido de esplendor y belleza.

Sobre el agua construyes tus moradas,

oh Dios, en las alturas;

y en alas del viento tú caminas.

Es el viento quien lleva tus mensajes,

oh Dios, por los espacios;

y tienes un esclavo en el fuego.

Con los frutos que vienen de la tierra, oh Dios, nos alimentas;

tú haces germinar el pan nuestro.

De tu amor, esperando están los hombres, oh Dios, el alimento;

tú abres la mano y los sacias.

Les envías el soplo de tu boca,

oh Dios y son creados;

renuevas la faz de la tierra.

Lectura del profeta Ezequiel 37, 1-14

En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí y, con su Espíritu, el Señor me sacó y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: era innumerables sobre la superficie del valle y estaban completamente secos. Me preguntó: Hombre mortal, ¿podrán revivir estos huesos? Yo respondí: Señor, tú lo sabes. Él me dijo: Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: ¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: Yo mismo traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis. Pondré sobre vosotros tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre vosotros piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y sabréis que yo soy el Señor.

Y profeticé como me había ordenado, y a la voz de mi oráculo hubo un estrépito, y los huesos se juntaron hueso con hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones, la carne había crecido y la piel los recubría; pero no tenían espíritu. Entonces me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hombre mortal, y di al espíritu: Así dice el Señor: De los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan. Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable.

Y me dijo: Hombre mortal, estos huesos son la entera casa de Israel que dice: Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados. Por eso, profetiza y diles: Así dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

Salmo responsorial (103)

Bendice alma mía al Señor.

Bendice, alma mía, al Señor:

¡Dios mío, qué grande eres!

Cuántas son tus obras, Señor,

y todas las hiciste con sabiduría;

la tierra está llena de tus criaturas.

escondes tu rostro, y se espantan;

les retiras el aliento, y expiran

y vuelven a ser polvo;

envías tu aliento, y los creas,

y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,

goce el Señor con sus obras,

cuando El mira la tierra, ella tiembla;

cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor,

tocaré para mi Dios mientras exista:

que le sea agradable mi poema,

y yo me alegraré con el Señor.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-8

Querido Teófilo: En mi primer libro escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas abundantes de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.

Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primer día de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Catequesis

· ¿Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Señor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

· El Señor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ¡no te preocupes! ¡Descansa en el amor de Dios! ¡Él lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

· La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del año 2000: éste es un tiempo de gracia del Señor. El Señor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. Si recordáis:

· Hace dos años nos reunimos, como ahora, a nivel arciprestal, para tratar de acoger esta llamada que la Iglesia nos hacía.

· El año pasado, a nivel parroquial, reflexionamos sobre Jesucristo, único Salvador.

· Este año, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, sobre su presencia y acción en la Iglesia.

· Tanto Jesús como la Iglesia nos enseñan que todos los cristianos recibimos el Espíritu Santo en el sacramento del bautismo, y que toda la vida cristiana está movida por el Espíritu Santo.

· Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? ¿Qué hace en la Iglesia? ¿Qué hace en la vida cristiana? ¿Cómo actúa en cada uno de nosotros? ¿Qué hace en tu vida?

· El Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia:

· la guía en su misión, y en ella le descubre constantemente nuevos campos de acción y tareas a realizar.

· la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado. En nuestros días hemos visto por ejemplo la acción impresionante del Espíritu en personas como la Madre Teresa de Calcuta o en la predicación del Papa Juan Pablo II, especialmente en su reciente viaje a Cuba…

· Se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas.

· El Espíritu Santo es la fuerza que impulsa tu vida de creyente; y, si te dejas llevar por él, produces los frutos propios del Espíritu.

· Es la fuerza que te capacita para confesar a Jesucristo: Nadie puede decir: Jesucristo es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo (1 Co 12, 3).

· Es quien obra en tu vida una doble apertura:

· a Dios, expresada sobre todo en la oración

· a los hermanos, expresada en el servicio generoso de la caridad.

· es la prenda firme de la esperanza cristiana (Rom 8, 18-27).

· El Espíritu Santo es la presencia activa y la acción presente del Señor glorificado en la Iglesia y en el mundo. El Espíritu Santo el don de la nueva vida, es, también, el dador de este don, una verdadera persona divina.

· Esta presencia activa comienza a actualizarse y hacerse presente en el bautismo, por el que nos hacemos criaturas nuevas. El bautismo nos convierte en hijos, nos da la vida divina.

· En el bautismo Dios realiza en el hombre, por el Espíritu Santo, una transformación real y esencial: Dios no sólo declara justo al hombre, sino que hace que sea justo. Este nuevo nacimiento presupone y comporta el perdón de todos los pecados.

· Esta liberación del pecado trae consigo también la liberación del poder de la muerte. Trae consigo nueva comunión y amistad con Dios, reconciliación y paz.

· La reconciliación con Dios sólo es posible mediante la fe. La fe es el principio de la salvación: "El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado" (Mc 16, 16). La fe significa estar identificado con la actitud fundamental y más íntima de Jesús. Vivir cristianamente es vivir en la fe y por la fe. Por medio de la fe el Espíritu Santo nos hace descubrir el punto de vista de Jesucristo que ve a Dios como Padre, y el punto de vista del Padre que ama al mundo.

· La fe no es una teoría. La fe es una vida, una historia de amor entre Dios y nosotros, entre Dios y tú. Dios te ama, Dios te busca desde toda la eternidad, quiere vivir una historia contigo, una historia de amor y de salvación.

· Esta es la radical diferencia entre el cristianismo y las demás religiones: aquí no sólo eres tú quien busca a Dios: es Dios mismo quien te busca a ti. Es Dios mismo quien ha venido en persona -en Jesucristo- a hablarte al corazón y a mostrarte el camino de la vida.

· Esto es un misterio que nunca comprenderás. Pero no importa. A Dios no se le estudia: a Dios se le ama. Y la fe, misterio de amor, es un don que has de pedir al Señor. El Señor sólo se revela a los pobres, a los pequeños.

· Esta lógica de la fe que nos otorga el Espíritu, te introduce, además, en un mundo de valores que contradicen los criterios mundanos. La lógica de la fe no es otra cosa que alcanzar y transformar con la fuerza del Espíritu Santo los criterios de juicio, los valores determinantes... Es pensar como pensó Jesús, amar como amó Jesús, vivir como vivió Jesús, obedecer la voluntad del Padre, como lo hizo Jesús: es, en definitiva, tener a Jesucristo como único Señor y único Maestro, y tratar de que tu vida se parezca cada día más a la Cristo.

· Esta vida nueva que Dios te regala en el Espíritu, es todavía una experiencia provisional: son las primicias de la herencia definitiva que encontrará su plenitud en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Dios te ama tanto que no te ha creado para vivir cien años. El amor de Dios es tan grande que ni el tiempo puede ponerle límites: Dios te ama para toda la eternidad, para siempre.

· El Espíritu Santo viene sobre todos los bautizados y realiza en ellos lo que Jesús anunció a los apóstoles. Jesús llama al Espíritu Santo "paráclito", es decir, el "defensor", el "abogado", el que asiste a los discípulos.

· El Espíritu de la verdad no puede ser reconocido por el mundo, porque el mundo se opone a Dios y a su plan de salvación.

· El Espíritu da testimonio de Cristo, ante todo, en el corazón de los discípulos, preparándolos y fortaleciéndolos mediante la verdad para hacer frente a la acción de Satanás, príncipe de este mundo, que ha intentando hacer fracasar el proyecto salvador de Dios para los hombres.

· El Espíritu convierte también a los mismos discípulos en testigos de Jesús ante el mundo, que ha rechazado su mensaje.

· En el testimonio del Espíritu los discípulos encuentran la fuerza necesaria para no dejarse encadenar por la mentira del mundo y para permanecer fieles en su testimonio, porque el Espíritu de la verdad les da la certeza de la justicia de Cristo.

· Jesús presenta al Espíritu Santo precisamente como el maestro interior del cristiano. Él te ayudará a recordar el sentido y el valor de todo lo que Jesús ha dicho y hecho. La verdad de Dios ya ha sido revelada: lo que hace el Espíritu es dar a los discípulos una inteligencia cada vez más profunda del misterio de Cristo.

· El Espíritu hace a Cristo presente y actual de modo que la verdad de Cristo penetre en tu corazón e ilumine tu conciencia para que vivas de Él.

· Porque la vida cristiana no está ya hecha, sino haciéndose. Hay que crecer cada día hasta que alcances la meta, que es la vida eterna. Y en este crecimiento, el Espíritu va transformado tu corazón, va esculpiendo en él el rostro de Cristo, poco a poco va modelando tu corazón, si le dejas, para que sea cada día más parecido al Cristo.

Diálogo en grupo

¿Qué actitudes pueden ayudarnos a escuchar al Espíritu Santo y descubrir su presencia activa entre nosotros?

¿Qué cosas concretas descubres que te ayudan a crecer en la fe? ¿Qué cosas concretas descubres que "matan" o "perjudican" tu fe? ¿Cómo podemos ayudarnos unos a otros a crecer en la fe?

¿Experimentas que tu fe está viva, que va creciendo? Explica como ves este proceso en tu vida.

Los discípulos estaban encerrados en una casa por "miedo" a los judíos. ¿Cuáles son los "miedos" que tú tienes hoy.


Segunda Catequesis: Casas Bajas, 22 de Marzo de 1998

La Iglesia, obra del Espíritu Santo

IGLESIA PEREGRINA

Todos unidos, formando un solo cuerpo,

un pueblo que en la Pascua nació.

Miembros de Cristo en sangre redimidos,

Iglesia peregrina de Dios.

Vive en nosotros la fuerza del Espíritu,

que el Hijo desde el Padre envió.

Él nos empuja, nos guía y alimenta,

Iglesia peregrina de Dios.

Somos en la tierra semilla de otro Reino,

somos testimonio de amor.

Paz para las guerras y luz para las sombras,

Iglesia peregrina de Dios.

Lectura de la primera carta de San Pedro 2, 4-9

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Dice la Escritura: Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado. Para vosotros los creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos es la "piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular", en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan a lo no creer en la palabra: ese es su destino.

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais "no pueblo", ahora sois "Pueblo de Dios", antes erais "no compadecidos", ahora sois "compadecidos".

Salmo responsorial 131, 8-14

Promesas a la Casa de David

Levántate, Señor, ven a tu mansión,

ven con el arca de tu poder:

que tus sacerdotes se vistan de gala,

que tus fieles vitoreen.

Por amor a tu siervo David,

no niegues audiencia a tu Ungido.

El Señor ha jurado a David

una promesa que no retractará:

"A uno de tu linaje

pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza

y los mandatos que les enseño,

también sus hijos, por siempre,

se sentarán sobre tu trono".

Porque el Señor ha elegido a Sión,

ha deseado vivir en ella:

"Esta es mi mansión por siempre,

aquí viviré, porque la deseo.

ACABAMOS DE OÍR TU PALABRA

Acabamos de oír tu Palabra

repetida a través de los siglos

y quizás ni siquiera estrenada

Tu Palabra es susurro y no oímos.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 15-26

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.

Le dijo Judas, no el Iscariote: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

Catequesis

· ¿Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Señor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

· El Señor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ¡no te preocupes! ¡Descansa en el amor de Dios! ¡Él lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

· La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del año 2000: éste es un tiempo de gracia del Señor. El Señor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. No importa el tiempo que estás "perdiendo" para escuchar el Señor. Con el Señor nunca perdemos el tiempo. Porque Él es generoso, Él siempre nos da el ciento por uno.

· Este año, si recordáis, es el año del Espíritu Santo. En la catequesis pasada, que celebramos en Los Santos, vimos como El Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia: Vimos como el Espíritu Santo la guía en su misión, la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas.

· Hoy, el Espíritu nos invita a profundizar un poco más en el misterio de la Iglesia. Porque efectivamente, la Iglesia no es una obra humana, sino que la Iglesia es obra del Espíritu Santo.

· A veces escuchamos la frase: "Cristo, sí; Iglesia, no". Con ella se pretende expresar un cierto rechazo a la Iglesia. Unas veces se hace por ignorancia, otras por falta de credibilidad de los cristianos, otras por un rechazo claro del mensaje cristiano predicado por la Iglesia, otras como resultado de una mala experiencia eclesial, otras...

· La fe cristiana, tal como la expresa el Credo, considera la Iglesia como "creación del Espíritu", como la primera obra que realiza el Espíritu Santo.

· La Iglesia, el nuevo pueblo de Dios es la comunidad de discípulos del Señor que ha sido constituido por el Espíritu Santo como signo visible y eficaz del amor de Dios revelado de una vez para siempre en Jesucristo.

· El Espíritu ha creado la Iglesia como ámbito de su presencia permanente. La Iglesia es sacramento del Espíritu, el espacio en que Él otorga el perdón de los pecados y comunica la vida eterna. En Pentecostés el mismo Espíritu pone en marcha la historia de la Iglesia o comunidad cristiana.

· La Iglesia no nace como consecuencia de la simpatía de los apóstoles por Jesús ni de la amistad entre los apóstoles, ni de su decisión de continuar la obra de Jesús. La Iglesia no es una obra humana. Lo que hace y constituye como Iglesia a los que "estaban juntos en el mismo lugar" (Hechos 2, 1) es que fueron llamados por Jesucristo a seguirle, y que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse".

· El Espíritu de Jesús hace continua su obra en la Iglesia. Lo que la Iglesia anuncia, testimonia, celebra, es siempre y gracias al Espíritu Santo. El Espíritu que residía y actuaba en Jesús, reside y actúa ahora en la Iglesia. La Iglesia es obra del Espíritu Santo. La Iglesia continúa la obra de Jesús. La Iglesia es sacramento de salvación, lo que significa que hoy Dios continúa haciéndose presente, visible y operante en la Iglesia.

· Y todo ello a pesar de las limitaciones, de los defectos y del pecado de los que hemos sido llamados a la Iglesia. Dios no llama a los "mejores". Llama a quien quiere. La llamada no es un mérito nuestro, sino un don, un regalo de Dios. Y Dios elige a "siervos inútiles" para que se manifieste que la fuerza y el poder vienen del Señor, y que la vitalidad de la Iglesia sólo puede comprenderse porque Dios está en ella, la guía y la protege.

· Por eso, podemos decir con San Cipriano de Cartago que "Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre". No podemos ser cristianos al margen de la Iglesia, porque esa ha sido la voluntad de Jesucristo. El Señor no nos quiere "solitarios", sino formando un pueblo, su pueblo, viviendo en comunidad y en comunión fraterna.

· Es el Espíritu Santo quien crea la comunión en la Iglesia, es decir, el que hace que la Iglesia sea comunión con el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo es el autor de la comunión en un doble sentido: trinitariamente, como comunión en la vida divina; eclesialmente, como comunión fraterna. La comunión con Dios es el fundamento y la causa de la comunión eclesial.

· Si la Iglesia en cuanto comunión fraterna es resultado, consecuencia y reflejo de la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es al mismo tiempo, signo de ella y su signo eficaz. La comunión en la Iglesia nunca será el resultado del esfuerzo personal de los cristianos o fruto del consenso y el pacto.

· Sin la comunión con la Trinidad, la Iglesia se convierte o parece un club o asociación de amigos; sin la comunión real entre los hermanos, se convierte en estructura sin alma, en "campana ruidosa o platillos que aturden" (1 Co 13, 1). En la comunión, la Iglesia se está jugando su propio ser y su propia credibilidad: "En eso conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros" (Jn 13, 35).

· La comunión de lo santo se refiere, ante todo, a la comunión eucarística: el Cuerpo de Cristo une en una (y única) Iglesia a la comunidad esparcida por todo el mundo. La "comunión de los santos" se refiere a los dones santos, a lo santo que Dios concede a la Iglesia en la celebración eucarística como auténtico lazo y vínculo de unidad.

· Pronto se pensó en la Iglesia como comunidad de los que son uno a raíz del banquete eucarístico. Y de ahí se pasó a incluir el concepto de Iglesia como comunión de los santos, como comunión que va más allá de lo visible y social en la Iglesia, que supera las barreras y límites de la muerte. Por ello, hasta que el Señor venga al final de los tiempos, sus discípulos, unos peregrinamos en la tierra, otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando a Dios en el cielo.

· Es el Espíritu el que nos une y forma como cuerpo de Cristo pero creando y manteniendo la diversidad de funciones, dones y carismas que han de estar puestos al servicio de la unidad del propio Cuerpo de Cristo.

· Este cuerpo tiene como cabeza a Cristo, como condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, por ley el nuevo mandamiento del amor, y como fin dilatar más y más el Reino de Dios.

· El día de Pentecostés nace la primera comunidad cristiana, madre y modelo de todas las demás. En los Hechos de los Apóstoles se nos dice que "eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones" (Hechos 2, 42). La primitiva comunidad cristiana, aún pequeña e insignificante, ha marcado la figura esencial de toda comunidad cristiana.

· En aquella experiencia histórica e irrepetible se dibuja la figura esencial de toda comunidad cristiana verdadera: comunidad concreta de creyentes en Cristo, hombres y mujeres de carne y hueso, santos y pecadores:

· reunidos bajo la guía de los pastores,

· compartiendo los bienes materiales y espirituales,

· celebrando y predicando el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, anunciándolo como único salvador del mundo,

· actualizan su salvación en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía,

· y viven de y en la caridad.

· Cada comunidad cristiana ha de configurarse como comunidad de fe, de culto y oración, de relaciones fraternales y de testimonio de amor.

Diálogo en grupo

· ¿Por qué es necesaria la Iglesia para ser cristiano? ¿Cómo ves tú en tu vida esta necesidad y cómo vives tu pertenencia a la Iglesia?

· ¿Cuáles son las críticas a la Iglesia que con mayor frecuencia escuchas a tu alrededor? ¿Cómo responderías a estas críticas?

· Compara las características de la primera comunidad cristiana con tu experiencia eclesial, ¿En qué cosas concretas deberíamos crecer?

· ¿Qué te ayuda a crecer como Iglesia? ¿Qué te dificulta a crecer como Iglesia?

· ¿Qué puedes aportar tú para que tu comunidad eclesial sea mejor, sea más fiel a Jesucristo?

SÍ, ME LEVANTARÉ

Sí, me levantaré.

Volveré junto a mi Padre.

A ti, Señor, elevo mi alma,

tú eres mi Dios y mi Salvador.

Mira mi angustia, mira mi pena,

dame la gracia de tu perdón.

Mi corazón busca tu rostro;

oye mi voz, Señor, ten piedad.


Catequesis de preparación del Jubileo del Año 2000

Tercera Catequesis: Ademuz, 26 de Abril de 1998

El Espíritu Santo y el anuncio de la Palabra

Oh Señor, envía Tu Espíritu

Oh Señor, que mi alma te bendiga,

oh Dios tú eres grande;

vestido de esplendor y belleza.

Sobre el agua construyes tus moradas,

oh Dios, en las alturas;

y en alas del viento tú caminas.

Es el viento quien lleva tus mensajes,

oh Dios, por los espacios;

y tienes un esclavo en el fuego.

Con los frutos que vienen de la tierra,

oh Dios, nos alimentas;

tú haces germinar el pan nuestro.

De tu amor, esperando están los hombres,

oh Dios, el alimento;

tú abres la mano y los sacias.

Les envías el soplo de tu boca,

oh Dios y son creados;

renuevas la faz de la tierra.

Lectura del profeta Isaías. 55, 1-3. 6-11

Esto dice el Señor: Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor.

Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.

Salmo 118, 169-176

Que llegue mi clamor a tu presencia,

Señor, con tus palabras dame inteligencia;

que mi súplica entre en tu presencia,

líbrame según tu promesa;

de mis labios brota la alabanza,

porque me enseñaste tus leyes.

Mi lengua canta tu fidelidad,

porque todos tus preceptos son justos;

que tu mano me auxilie,

ya que prefiero tus decretos;

ansío tu salvación, Señor;

tu voluntad es mi delicia.

Que mi alma viva para alabarte,

que tus mandamientos me auxilien;

me extravié como oveja perdida:

busca a tu siervo, que no olvida tus mandatos.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 2 1-5

Hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las Palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. (Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar).

Y dijo: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo consagrado por Dios.

Catequesis

· ¿Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Señor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

· El Señor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ¡no te preocupes! ¡Descansa en el amor de Dios! ¡Él lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

· La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del año 2000: éste es un tiempo de gracia del Señor. El Señor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. No importa el tiempo que estás "perdiendo" para escuchar el Señor. Con el Señor nunca perdemos el tiempo. Porque Él es generoso, Él siempre nos da el ciento por uno.

· Este año es el año del Espíritu Santo. En las catequesis pasada, que celebramos en Los Santos y en Casas Bajas, vimos como el Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia: Vimos como el Espíritu Santo la guía en su misión, la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas.

· Hoy vamos a hablar de la Palabra de Dios. La Iglesia nos invita a descubrir cómo Dios nos habla a través de su Palabra, y así la Palabra de Dios es uno de los grandes regalos que Dios nos ha hecho. Dios ha querido revelarse a sí mismo y manifestarnos el misterio de su voluntad. ; por Cristo, la Palabra hecha carne, y el Espíritu Santo podemos llegar hasta el Padre y participar de su naturaleza divina.En esta revelación, Dios, que nos ama más que nadie, nos habla como amigos, trata con nosotros para invitarnos y recibirnos en su compañía.

· La revelación es Dios que se comunica y se da a sí mismo. Es el diálogo amoroso de Dios con el hombre. Un diálogo que ha partido de la iniciativa del mismo Dios: Dios nos ha amado primero y nos busca para entregarse y hacernos vivir una vida nueva.

· Toda la Historia de la Salvación nos presenta a Dios actuando y revelándose a Sí mismo por medio del Espíritu y la Palabra. Abrahán, Moisés, David, los profetas... son personas que dialogan con Dios, que movidos en su corazón, en lo más profundo de sí mismos, por el Espíritu Santo son capacitados para escuchar con atención y responder con toda su vida a las palabras que Dios les dirige. En este diálogo entre Dios que habla y el hombre que escucha y obedece, Dios, por su Palabra y su Espíritu, transforma la historia humana en Historia de Salvación.

· Estas son las actitudes básicas que el Señor nos invita a vivir a cada uno de nosotros: escuchar y responder. Vivir la historia personal de cada día no como una triste fatalidad del destino, sino como una historia de amor y de salvación que Dios va haciendo en nuestra vida. Una historia hermosa y llena de sentido porque está garantizada por Dios que es fiel y no dejará de a amarnos nunca.

· Una historia en la que hemos de estar atentos para escuchar a Dios que nos habla de muchas maneras, pero que lo hace de una manera muy especial a través de su Palabra, que es Palabra de vida, de amor, de salvación.

· Una historia en la que hemos de estar atentos para responder a Dios. Amor con amor se paga. Y la mejor respuesta que podemos dar al amor de Dios es abrirle el corazón y dejar que Él lo ilumine y lo transforme con su Palabra. Responder al Señor es fiarnos de Él, fiarnos de que su Palabra es vida y dejar que esta Palabra nos transforme y nos haga vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

· Ahora, en esta etapa final, Dios nos ha hablado por medio del Hijo: Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne. La predicación de la Iglesia es y ha sido siempre anuncio de Jesucristo. Jesucristo no sólo encarga a los Apóstoles la proclamación a todos los pueblos del Evangelio, sino que los capacita para ello otorgándoles el mismo Espíritu que se había manifestado en Él, en sus obras y palabras a lo largo de su ministerio.

· De este modo, la Palabra de Dios, proclamada en Jesucristo y anunciada después por los Apóstoles, se ha transmitido en la Iglesia y ha llegado hasta nosotros: por medio de las Sagradas Escrituras, de la Tradición apostólica y del Magisterio de los obispos, bajo la acción del Espíritu Santo.

· El Señor nos invita a escuchar su Palabra en la Iglesia. Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre. La Iglesia es la que nos va explicando el sentido de la Palabra de Dios. Por ello es fundamental que escuchemos la Palabra de Dios en comunión con la Iglesia que nos la entrega. Por eso hemos de escuchar con atención y gratitud la voz del Papa y de los Obispos.

· La Sagrada Escritura no es cualquier cosa; no es una opinión más entre tantas que escuchamos cada día. La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo. Para su composición Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos, de modo que, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería. Dios es el verdadero autor de la Sagrada Escritura, aunque en ella nos hable por medio de hombres en lenguaje humano.

· Leída, creída e interpretada con el mismo Espíritu con que fue escrita, y en la Tradición viva de la Iglesia, la Escritura es para ésta la norma suprema de su fe: inspirada por Dios, ella nos transmite la Palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y de los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Al Magisterio de la Iglesia le ha sido encomendada la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, que ejerce en nombre de Jesucristo.

· La Iglesia existe para evangelizar. La Palabra de Dios no puede quedarse escondida en la Iglesia, sino que ha de ser comunicada a todos los hombres. Sólo gracias al Espíritu, la palabra de la Iglesia puede ser anunciada como Palabra de Dios y ser acogida como tal. Por eso, la Iglesia, en su predicación y enseñanza no se limita a repetir cuanto hizo y dijo Jesús, sino que lo actualiza y adapta a las nuevas y múltiples situaciones y necesidades con las que se encuentra.

· Esta actualización sólo es posible por el Espíritu. Su poder es el que permite anunciar íntegramente a Cristo y, al mismo tiempo, hacerlo de modo apropiado a los hombres de nuestra época. El Espíritu se convierte en el agente principal de la nueva evangelización.

· La proclamación de la Palabra que hace presente y significativo a Jesucristo no se realiza sin el Espíritu. Sin el Espíritu, el predicador solo pronuncia palabras humanas. Y si el Espíritu no actúa en quien escucha la predicación, éste únicamente oye palabras humanas.

· El Espíritu actúa en el ministro para que pueda transmitir correctamente la Palabra de Dios y adaptarla a la situación y necesidades de sus oyentes. La acogida del Espíritu por parte del ministro de la Palabra se traduce necesariamente en oración, estudio, conocimiento de las Escrituras y de la sociedad actual. Es necesario que en nuestra oración pidamos por todos los que tienen que anunciar de alguna manera la Palabra: el Papa, los Obispos, los sacerdotes, los catequistas, los padres...

· El Espíritu actúa también en el oyente de la predicación. Para aceptar la predicación como Palabra de Dios, es necesario que el Espíritu Santo convierta el corazón del oyente y lo mueva a asentir a eso que se le dice. Por ello, cada vez que escuchamos la Palabra de Dios hemos de pedirle al Espíritu que esta Palabra no sea para nosotros letra muerta, sino que sea palabra de vida y de salvación porque ilumina nuestra vida y transforma nuestro corazón.

· Es necesario que la Palabra de Dios no esté olvidada en nuestra vida, ni se reduzca a una escucha pasiva cuando celebramos la Eucaristía. No podemos quedarnos con una escucha meramente informativa, como si la cosa no fuera con nosotros; como si la Palabra no se dirigiera hoy a nosotros, como si estuviéramos leyendo "batallitas" de hace miles de años.

· Es necesario que la Palabra de Dios esté viva en nuestro corazón. Que descubramos que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. El Señor nos invita a descubrir el gran tesoro que es su Palabra y ¡a disfrutarlo! A fiarnos de su Palabra cada día, a vivir guiados por ella y a vivir la vida como una gran historia de amor entre Dios y nosotros.

Diálogo en grupo

· ¿Cómo tratas de "escuchar" a Dios cada día? ¿Cómo vives la Palabra de Dios en tu vida?

· ¿Qué cosas concretas estarías dispuesto a hacer para mejorar tu conocimiento y vivencia de la Palabra de Dios? ¿Qué cosas podríamos hacer a nivel colectivo?

· ¿Cómo podemos mejorar la comprensión, la aceptación de la Palabra de Dios que se proclama en la Eucaristía?

· ¿Quién y cómo te ha transmitido la Palabra de Dios? ¿Cómo puedes transmitir la Palabra de Dios a los demás?

Canción del Testigo

Por ti, mi Dios, cantando voy

la alegría de ser tú testigo, Señor.

Me mandas que cante con toda mi voz,

no sé cómo cantar tu mensaje de amor.

Los hombres me preguntan cuál es mi misión;

les digo: "testigo soy".

Es fuego tu palabra que mi boca quemo;

mis labios ya son llamas y ceniza mi voz.

Da miedo proclamarla, pero tú me dices:

"no temas, contigo estoy".


Catequesis de preparación del Jubileo del Año 2000

Cuarta Catequesis: Torrebaja, 24 de Mayo de 1998

El Espíritu Santo y la celebración litúrgica

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1, 3-14

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros -que habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el que creisteis- habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu prometido; el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.

Salmo 103

Himno al Dios creador

Envía tu Espíritu, Señor, para que nos lleve hacia ti

Bendice, alma mía, al Señor:

¡Dios mío, qué grande eres!

Cuántas son tus obras, Señor;

la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento y expiran,

y vuelven a ser polvo,

envías tu aliento y los creas,

y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios por siempre,

Goce el Señor con sus obras.

Que le sea abradable mi poema

y yo me alegraré con el Señor.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 4, 21-24

En aquel tiempo dijo Jesús a la samaritana: Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.

Catequesis

· ¿Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Señor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

· El Señor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ¡no te preocupes! ¡Descansa en el amor de Dios! ¡Él lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

· La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del año 2000: éste es un tiempo de gracia del Señor. El Señor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. No importa el tiempo que estás "perdiendo" para escuchar el Señor. Con el Señor nunca perdemos el tiempo. Porque Él es generoso, Él siempre nos da el ciento por uno.

· Este año es el año del Espíritu Santo. En las catequesis pasadas, que celebramos en Los Santos, en Casas Bajas y en Ademuz, vimos como el Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia: Vimos como el Espíritu Santo la guía en su misión, la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas. Y vimos como Dios nos habla por medio de ese gran regalo que es su Palabra maravillosa.

· Hoy vamos a ver como el Espíritu Santo actúa en la celebración litúrgica. En Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo, ha dado comienzo una nueva era en las relaciones entre Dios y los hombres.

· En primer lugar, en la Encarnación del Hijo de Dios, Dios mismo ha venido al encuentro del hombre: en las palabras y obras de Jesús podemos contemplar las palabras y obras del Padre. El hombre que busca a Dios se encuentra en Jesucristo con Dios que busca al hombre.

· En segundo lugar, todos los momentos de la vida del Señor Jesús culminan y adquieren a la vez su verdadero sentido en la Pascua, su "paso de este mundo al Padre". En el misterio Pascual, la naturaleza humana de Cristo, verdadero Hijo del Hombre es re-creada de modo glorioso y asumida en el Misterio de Dios.

· Cristo se ha convertido en el Sumo Sacerdote perfecto entre Dios y los hombres. Este sacerdocio perfecto es ejercido por Cristo en un doble sentido: Él intercede permanentemente ante el Padre por los hombres, en virtud de la ofrenda de su propia vida en la cruz; y envía el Espíritu Santo para escoger y santificar un pueblo sacerdotal, consagrado para anunciar las grandezas de Dios.

· El Espíritu Santo nos transforma interiormente y nos incorpora a Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, haciendo de nosotros pueblo de Dios. Así, la Iglesia es capacitada para realizar las "obras de Cristo": A través de la liturgia, principalmente de los sacramentos, Cristo continúa realizando en la historia, por medio del Espíritu, su obra de redención y santificación de todo el género humano.

· Por este motivo, la liturgia de la Iglesia, es, a la vez, obra de Cristo y acción de la Iglesia. La obra de nuestra santificación, que Cristo ha realizado de una vez para siempre, constituye el culto perfecto al Padre. La obra de Cristo es perfecta y completa; sin embargo, para que se realice en la Iglesia con toda su eficacia, es preciso que los cristianos participen en la liturgia consciente, activa y fructuosamente. Por eso, la liturgia debe ser precedida por la evangelización, la fe, y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles.

· La comunión con el Espíritu Santo santifica a la Iglesia. Hasta que llegue a la consumación de la historia, la Iglesia es aún peregrina en este mundo. En las palabras y los gestos de la liturgia de la Iglesia, el Espíritu Santo comunica su gracia en el corazón de los fieles, conduciéndonos a la santidad perfecta en la comunión eclesial.

· En la vida litúrgica de la Iglesia el Espíritu Santo nos hace participar del Misterio Pascual. Toda acción litúrgica es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. Esta preparación para el encuentro gozoso con el Señor Resucitado la realiza el Espíritu Santo, en y con la Iglesia, de diversos modos:

· El Espíritu Santo nos constituye como asamblea orante. Dios mismo convoca y constituye a la Iglesia, como asamblea reunida en torno a Cristo Glorificado. La asamblea litúrgica es la mayor expresión de la Iglesia, pues manifiesta de modo visible las obras de Cristo, quien nos ha congregado en un solo pueblo, por encima de todas las diferencias humanas, raciales, culturales y sociales. Los cristianos no se reúnen por sus afinidades, sino como respuesta a la iniciativa de Dios. El Señor resucitado es quien preside invisiblemente toda asamblea litúrgica por medio de sus ministros. En la celebración de los sacramentos esta presidencia del Señor se ejerce por medio del obispo o del presbítero. Sin embargo, toda la asamblea de los fieles es liturgo, es decir, oficia y participa activamente en la celebración comunitaria. Constituida así como "Cuerpo Místico" de Cristo, la asamblea litúrgica es introducida por el Espíritu en la presencia de Dios, a la escucha de su Palabra. Así se realiza de modo eminente la comunión de los santos, unidos a los hermanos que se reúnen en otros lugares, y a quienes se durmieron en el Señor.

· También la proclamación del Antiguo Testamento nos prepara para recibir a Cristo. Por medio de la oración de los Salmos y de la lectura del Antiguo Testamento, la Iglesia hace memoria "de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo. Por este motivo, el Antiguo Testamento impregna todas las fórmulas litúrgicas, y la Iglesia revive todos los años los grandes acontecimientos de la historia de la salvación. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia.

· Para encontrarse con su Señor, la asamblea litúrgica debe prepararse como un pueblo bien dispuesto. Los fieles han de abrir sus corazones a la acción del Espíritu Santo, que es quien suscita la fe, la conversión y la adhesión a la voluntad de Dios, dándonos un "corazón nuevo". Este clima celebrativo en el Espíritu Santo se significa y se expresa a través de lo signos concretos de la celebración, como el silencio contemplativo, la alegría del canto, la proclamación de la Palabra, la homilía que ayuda a los fieles a encontrar al Señor en su propia vida, las plegarias, los gestos, etc.

· El Espíritu Santo es quien nos guía hacia la verdad plena. La liturgia es anámnesis, memorial del misterio de Cristo. El Memorial hace continuamente presentes los acontecimientos sucedidos en el pasado, de modo que reproduzcan, aquí y ahora, su fuerza y su eficacia para nosotros.

· La liturgia cristiana es siempre celebración de las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. Al hacernos memoria de lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado y de lo que sigue haciendo por nosotros en el presente, el Espíritu Santo nos dispone interiormente y nos da la gracia de responder a la Palabra de Dios con la fe, como consentimiento y compromiso personal, como aceptación gozosa de que Dios continúe realizando su salvación en el futuro en nosotros y por medio de nosotros.

· El Espíritu Santo continúa así realizando para nosotros en la liturgia, aquí y ahora, la salvación ya realizada por Cristo en el pasado. Mediante la participación en la liturgia de la Iglesia, el Espíritu Santo realiza en nosotros el misterio de la comunión. El fruto del Espíritu en la liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad santa y comunión fraterna.

· El Espíritu Santo actúa de manera especial en la celebración de los sacramentos, en torno a los cuales gira la vida litúrgica de la Iglesia. Aunque es la Iglesia la que realiza los Sacramentos, éstos, por obra del Espíritu Santo, "realizan" a su vez a la Iglesia.

· Cristo Resucitado actúa de manera especial en los sacramentos por medio del ministerio ordenado o sacerdocio ministerial. Los obispos, presbíteros y diáconos han sido puestos al servicio de los que han recibido el sacerdocio bautismal. Este servicio se realiza de manera eminente en la celebración de los sacramentos, pues en ellos es Cristo quien actúa en favor de la Iglesia.

· La participación de los cristianos en el sacerdocio de Cristo es única por los sacramentos del bautismo y la confirmación, y a la vez diversa por la participación en el sacramento del orden.

· El Espíritu santifica a la Iglesia principalmente en los sacramentos, haciéndolos eficaces: Él es quien actúa en los sacramentos para hacer que comuniquen la gracia que cada uno de ellos significa. Los sacramentos no se realizan por la santidad o los méritos del ministro ordenado o de los fieles, es decir, "en virtud de la justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (Santo Tomás).

· Los sacramentos son necesarios para la salvación. Mediante los sacramentos Cristo completa en nosotros su obra salvadora.

· La experiencia religiosa ha utilizado siempre en todas las culturas el lenguaje simbólico como mediación del encuentro con la divinidad. La relación entre el hombre y Dios se expresa y se realiza no sólo por medio de palabras, sino también por medio de signos, símbolos y gestos.

· Las celebraciones sacramentales están entretejidas de signos y símbolos tomados del orden de la creación (agua, fuego, pan, vino, aceite…), de las relaciones humanas (saludos, abrazo, paz, posturas corporales…) y del culto de la antigua alianza (unción, imposición de manos…). Todos estos signos fueron asumidos por Jesús, pero dándoles un sentido nuevo. Con su entrega en la cruz, Cristo mismo se convierte en el sentido de todas las realidades simbólicas contenidas en la creación y en la historia de la salvación.

· Los signos y símbolos utilizados en los sacramentos son acompañados y vivificados siempre por la palabra de las fórmulas litúrgicas, que expresan el diálogo entre la Palabra de Dios y la respuesta de fe de la comunidad.

· La Liturgia de las Horas u Oficio divino es la oración pública de la Iglesia. Es la oración de la Esposa dirigiéndose al Esposo. En la Liturgia de las Horas oramos con la Iglesia con sus mismas plegarias y con su mismo ritmo de oración. La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración eucarística, está llamada a ser la oración de todo el pueblo de Dios. Cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida.

Diálogo en grupos

¿Somos conscientes de que en toda acción litúrgica es el Espíritu Santo el que actualiza y realiza la salvación que Cristo consiguió para nosotros?

¿Cuáles son los principales defectos que observamos en nuestras celebraciones litúrgicas, especialmente en las celebraciones eucarísticas?

¿Vivimos los sacramentos como un encuentro personal con el Señor que nos otorga la salvación en ellos?

¿Entendemos los signos, símbolos, gestos y ritos a través de los cuales se realiza la salvación en los sacramentos?

¿Qué podemos hacer para mejorar, progresivamente nuestras celebraciones litúrgicas?


Catequesis de preparación del Jubileo del Año 2000

Quinta Catequesis: El Cuervo, 28 de Junio de 1998

El Espíritu Santo y la vida cristiana

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 5, 16-27

Gálatas 5, 16-25

Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley.

Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no herederán el Reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, lealtad, dominio de sí. Contra esto no va la Ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.

Salmo 1

LOS DOS CAMINOS DEL HOMBRE

Dichoso quien confía en el Señor

Dichoso el hombre

que no sigue el consejo de los impíos,

ni entra por la senda de los pecadores,

ni se sienta en la reunión de los cínicos;

sino que su gozo es la ley del Señor,

y medita su ley día y noche.

Será como un árbol

plantado al borde de la acequia:

da fruto en su sazón

y no se marchitan sus hojas;

y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;

serán paja que arrebata el viento.

En el juicio los impíos no se levantarán,

ni los pecadores

en la asamblea de los justos;

porque el Señor

protege el camino de los justos,

pero el camino de los impíos acaba mal.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 14, 15-18. 25-26

Si me amáis guardaréis mis mandamientos. Yo rogaré al Padre para que os envíe otro Defensor que os ayude y esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad. Los que son del mundo no pueden recibirle, porque ni le ven ni le conocen; vosotros, en cambio, le conocéis, porque vive en vosotros y está en medio de vosotros. No os dejaré huérfanos; volveré a estar con vosotros.

Os he dicho todo esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

Catequesis

· ¿Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Señor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

· El Señor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ¡no te preocupes! ¡Descansa en el amor de Dios! ¡Él lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

· La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del año 2000: éste es un tiempo de gracia del Señor. El Señor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. No importa el tiempo que estás "perdiendo" para escuchar el Señor. Con el Señor nunca perdemos el tiempo. Porque Él es generoso, Él siempre nos da el ciento por uno.

· Este año es el año del Espíritu Santo. En las catequesis pasadas, que celebramos en Los Santos, en Casas Bajas, en Ademuz y en Torrebaja, vimos como el Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia: Vimos como el Espíritu Santo la guía en su misión, la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas. Y vimos como Dios nos habla por medio de esos maravillosos regalos que son la Palabra y los Sacramentos.

· Desde el día de nuestro bautismo, el Espíritu Santo habita en nosotros corazón y nos hace hijos de Dios. Por la fe y el bautismo participamos de la muerte y resurrección de Cristo. El bautizado es un hombre nuevo, es "hechura de Dios". En el bautismo el Espíritu Santo da forma y personalidad a quien lo recibe: lo constituye en Cristiano e hijo de Dios.

· La vida cristiana es una vida que está llamada a la plenitud, a la santidad. Tú estás llamado a ser santo. Es el Señor Jesús el que en su palabra y en su vida nos va indicando el camino a seguir para alcanzar la santidad.

· Nuestra vida cristiana no consiste en una superación constante que conseguimos sólo a base de nuestro esfuerzo y superación pesonales, sino que el Espíritu Santo es quien va haciendo en nosotros vida esa santidad. Los cristianos creemos firmemente que el Espíritu Santo está y camina con nosotros, nos acompaña a lo largo de nuestro camino de santificación, obra y actúa en lo más íntimo de cada uno.

· Vivir, pues, como hijos de Dios exige al cristiano cooperar con el Espíritu con humildad, docilidad y confianza, necesarios e imprescindibles para seguir a Jesús y llegar a identificarnos con él. En nuestro seguimiento de Jesús, el Espíritu de Jesús que vive en nosotros nos va transformando internamente para que seamos y actuemos como el Hijo. Para ello nos concede sus frutos y sus dones.

· ¿Cuáles son esos dones? Los llamados tradicionalmente siete dones del Espíritu Santo: don de sabiduría, don de entendimiento, don de consejo, don de fortaleza, don de ciencia, don de piedad, don de temor de Dios.

· La sabiduría es el conocimiento profundo y la conducta prudente en la vida. Es gustar, saborear el sentido íntimo, a la vez espiritual y corporal, que hace llegar hasta los huesos el entendimiento y el placer sereno de la belleza de las cosas y el orden que Dios puso en ellas.

· La inteligencia es el don de entender lo más importante: entender a Jesús, entender su doctrina, entender a su Padre y al Espíritu. Entender, profundizar, interiorizar, penetrar, llegar al corazón.

· Consejo: Después de haber gustado y entendido hay que aplicar a las situaciones concretas de la vida, en nosotros y en los demás, la voluntad de Dios. Aconsejarnos y aconsejar. Cada instante trae su necesidad de reflexión. El consejo es la sabiduría en acción. Aconsejarnos es el gran servicio que podemos prestarnos unos a otros.

· Fortaleza: Hemos conocido el camino. Ahora hay que recorrerlo. Sabemos lo que hay que hacer. Ahora hay que hacerlo. Necesitamos fuerzas para obedecer la llamada del Señor. Dios nos da los santos deseos y la fuerza del Espíritu para llevarlos a cabo. Ese es el don de fortaleza.

· Ciencia: Conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas. Entender la naturaleza y sus leyes porque vemos en ella a Dios que la creó. Ver en su belleza, en su grandeza y en su verdad el reflejo de la belleza y la verdad de Dios.

· La Piedad es el sentimiento de amor, reverencia, intimidad, que un buen hijo siente para con sus padres. Es la virtud de la familia. Es el don de sentirse hijo. El don de tener a Dios por Padre y saberlo y disfrutarlo con paz doméstica y alegría filial. Es saberse heredero de todo lo bueno, protegido en la vida y bienvenido en la muerte al gozo sin fin en la morada del Padre. Es sentir ternura, obediencia, admiración y afecto hacia Dios como Padre en mayor y más verdadera ejemplaridad que cualquier padre de la tierra. Es el don sagrado de la filiación.

· El Temor de Dios es el respeto que se debe tener a Dios. No es temor a ser castigado, sino temor a ofender, a hacer algo que entristezca al Padre, a hacerse indigno de la familia, a traicionar el hogar.

· Y, ¿cuáles son los frutos que el Espíritu Santo va obrando en nuestra vida? San Pablo nos dice que son: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, lealtad, dominio de sí (Gal 5, 22).

· El amor, la caridad es el primer fruto del Espíritu. Amar es dar la vida. Es el Espíritu mismo presente y activo en nuestro corazón.

· El segundo fruto del Espíritu es la alegría. El Espíritu trae la alegría. Mejor aún, el Espíritu es la alegría. La certeza y la experiencia del amor de Dios nos hace vivir con alegría, incluso en medio de la cruz: todo se torna un signo del amor de Dios. Por eso la alegría no está fuera de nosotros, en las fiestas o en la juerga. La alegría brota en el corazón: es dejar "salir" el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones.

· El tercer fruto del Espíritu es la paz. La paz es la perfección de la alegría. El fundamento de la paz es la paz con Dios. La relación humilde y confiada del hijo con el Padre, con la conciencia de nuestras limitaciones y nuestros fallos y con la fe en su misericordia que mantiene su amor y su fidelidad por encima de todo. Quien experimenta la paz con Dios puede buscar la paz con los hermanos.

· El cuarto fruto del Espíritu es la paciencia. Dios tiene paciencia con nosotros. Y el Espíritu nos lleva a aprender de Él para tener nosotros con los demás la paciencia que Él tiene con nosotros. Es saber esperar, como el labrador. Dar tiempo. Confiar.

· El quinto fruto del Espíritu es la amabilidad. No se trata sólo de hacer el bien, sino de hacerlo con delicadeza y con cariño. La verdad sin caridad pierde su credibilidad y su atractivo. El Espíritu es quien nos enseña a combinar la firmeza con el tacto, a mantener nuestras convicciones y practicar la humildad.

· El sexto fruto del Espíritu es la bondad. Sólo Dios es bueno. La bondad que nos da el Espíritu es la fuerza para hacer el bien, para hacer cada día las acciones de Dios, para pasar por el mundo haciendo el bien.

· El séptimo fruto del Espíritu es la lealtad, la fidelidad. La fidelidad es la virtud que guarda a las demás y asegura su fruto. La persona en quien vive el Espíritu es fiel, es de fiar. Debilidades y flaquezas las habrá siempre, pero los principios, los valores fundamentales, los criterios de fe y de moral han de permanecer firmes, y ahí se nos exige fidelidad absoluta, sin vacilaciones ni sombras. No se puede servir a dos señores.

· El último fruto es la templanza, el autodominio. El no dejarse arrastrar por las pasiones ni por la apatía, sino ser dueño de uno mismo en cualquier circunstancia. No se trata de quitar su realidad al sufrimiento y al gozo, sino de rebajar los bandazos que dan a nuestra frágil barca.

Diálogo en grupos

· ¿Tenemos conciencia clara de que el Espíritu Santo habita y vive en nosotros desde el día de nuestro bautismo?

· Normalmente, en nuestra vida ¿contamos con el Espíritu Santo, con las fuerzas que Él nos da? ¿Por qué razones?

· ¿En nuestra manera de pensar, enjuiciar y valorar las cosas de este mundo y de nuestra vida, ¿nos dejamos inspirar e influir por el Evangelio, o actuamos al margen de Jesucristo?

· ¿Qué nos impide descubrir y experimentar en nosotros la fuerza y el poder transformador del Espíritu Santo?


Catequesis de preparación del Jubileo del Año 2000

Sexta Catequesis: Vallanca, 19 de Julio de 1998

El Espíritu Santo: Ministerios, carismas y tareas en la Iglesia

Lectura de la Carta a los Romanos 12, 4-8

Hermanos: Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno. Pues así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos don diferentes, según la gracia que se nos ha dado, y se han de ejercer así: Si es la profecía, teniendo en cuenta a los creyentes; si es el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, dedicándose a enseñar; el que exhorta, a exhortar; el que se encarga de la distribución, hágalo con generosidad; el que preside, con empeño; el que reparte la limosna, con agrado.

Canto o Salmo responsorial 88

Cantaré eternamente, Señor, tus misericordias.

Encontré a David, mi siervo,

y lo he ungido con óleo sagrado;

para que mi mano esté siempre con él

y mi brazo lo haga valeroso;

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán

por mi nombre crecerá su poder:

extenderé su izquierda hasta el mar,

y su derecha hasta el Gran Río.

Él me invocará: "Tú eres mi padre,

mi Dios, mi Roca salvadora";

y lo nombraré mi primogénito,

excelso entre los reyes de la tierra.

Cantaré eternamente, Señor, tus misericordias.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 16-21

En aquel tiempo Jesús llegó a Nazaret, el lugar donde se había criado, y, como tenía por costumbre, entró el sábado en la sinagoga y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron el libro del Profeta Isaías, y, al abrirlo, encontró el pasaje que dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor.

Cerró luego el libro, lo devolvió al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente, y él comenzó a hablar. Les dijo: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

Catequesis

· ¿Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Señor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

· El Señor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ¡no te preocupes! ¡Descansa en el amor de Dios! ¡Él lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

· La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del año 2000: éste es un tiempo de gracia del Señor. El Señor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. No importa el tiempo que estás "perdiendo" para escuchar el Señor. Con el Señor nunca perdemos el tiempo. Porque Él es generoso, Él siempre nos da el ciento por uno.

· Este año es el año del Espíritu Santo. En las catequesis pasadas, que celebramos en Los Santos, en Casas Bajas, en Ademuz, en Torrebaja y en El Cuervo, vimos como el Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia: Vimos como el Espíritu Santo la guía en su misión, la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas. Y vimos como Dios nos habla por medio de esos maravillosos regalos que son la Palabra y los Sacramentos. También vimos como la vida cristiana es una vida que está llamada a la plenitud, a la santidad. Tú estás llamado a ser santo. El Espíritu Santo es quien va haciendo en tu vida esa santidad. Para ello te concede sus frutos y sus dones.

· Hoy vamos a ver como en la Iglesia, pueblo de Dios, todos los miembros tenemos la misma dignidad e igualdad, pero el Espíritu Santo nos da dones diferentes para que los pongamos al servicio del bien común. También suscita ministerios y tareas diferentes en la Iglesia

· El consumismo del mundo de hoy lleva a mucha gente a pedir una religión a la carta: cojo lo que me sirve o me apetece. Hay quien quiere hacerse un Evangelio y una Iglesia a su medida… Muchos ven en la Iglesia como una oficina de servicios religiosos a los que se acercan cuando hay necesidad: bautizos, bodas, entierros… ¡Cuán lejos se está de vivir y disfrutar la Iglesia como el pueblo de Dios que Él se ha elegido para que continúe la misión de su Hijo y sea comunidad de hermanos al servicio de toda la humanidad!

· La Iglesia existe para seguir realizando la misión de Cristo: servir a todos y cada uno de los hijos de Dios. Todo cristiano es servidor no por voluntad propia, sino por aquel que lo ha constituido en hijo: por Dios. Sin embargo, dentro de esta dignidad e igualdad, el Espíritu llama para servicios diferentes: sacerdotes, religiosos y laicos todos hemos recibido el Espíritu para la edificación de la Iglesia.

· Dios ha querido salvar a los hombres constituyendo un pueblo: la Iglesia. A la Iglesia, pueblo de Dios, pertenecen todos los que creen en Cristo y han sido bautizados. La identidad de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios. Su ley es el mandamiento nuevo de amar como el mismo Cristo nos ha amado. Su misión es acoger la salvación y llevarla a todos los hombres. Su destino es el Reino definitivo de Dios.

· Cristo ha comunicado la misma unción del Espíritu Santo al pueblo por él fundado, convirtiéndolo en pueblo mesiánico y haciéndolo partícipe de su dignidad y misión sacerdotal, profética y real.

· Los bautizados, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedamos consagrados como "casa espiritual" y "sacerdocio santo". Este sacerdocio común de los fieles, por el cual todos estamos llamados a la santidad, lo ejercemos a través de la oración, de la ofrenda de nuestras vidas y del testimonio que debemos dar de Cristo en todas partes. Y se alimenta y expresa en la participación en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía.

· El pueblo de Dios participa también del carácter y de la misión profética de Cristo dando testimonio de Él con su vida de fe y de amor. Para que pueda dar este testimonio, el Espíritu suscita y sostiene en todo el pueblo el sentido sobrenatural de la fe, con el que, bajo la dirección del magisterio eclesial, acoge la palabra de Dios, se adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente a su vida.

· El pueblo de Dios participa en la misión real de Cristo. Por eso, los cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos, sobre todo en los más pobres, y llevándolos con paciencia y humildad al Rey, para quien servir es reinar.

· El pueblo de Dios es uno y único, y ha de extenderse por todo el mundo a través de los siglos para que se cumpla el designio de Dios. En este pueblo único, todos sus miembros tienen la misma dignidad, ya que, renacidos en el mismo bautismo, todos tienen la misma gracia de hijos, la misma fe, un amor sin divisiones y la misma vocación a la santidad. Por eso, en la Iglesia no hay ninguna desigualdad por razones de raza o nacionalidad, de sexo o condición social.

· Ahora bien, dentro de esta igualdad fundamental, el Espíritu Santo, reparte una diversidad de dones que capacitan para distintos ministerios, servicios y actividades, en orden a construir y renovar al mismo pueblo. El Espíritu reparte multitud de carismas especiales, personales o colectivos, para subvenir a las necesidades concretas del pueblo de Dios.

· Toda esta diversidad no destruye ni anula la unidad del Pueblo de Dios ni la igualdad fundamental de sus miembros, sino que la enriquece y potencia.

· El mismo Señor instituyó a algunos como "ministros" (=servidores), que tuvieran la sagrada potestad de actuar en su nombre y con su autoridad de Cabeza de la Iglesia. Este ministerio fue instituido por Jesucristo cuando llamó a los doce Apóstoles y los envió como el Padre lo había enviado a él. Y el mismo Señor quiso que estos Doce formaran una especie de "colegio" o grupo estable, al frente del cual puso al apóstol san Pedro, a quien entregó las llaves de la Iglesia y nombró pastor de todo el rebaño con la potestad de atar y desatar.

· Como esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, los mismos Apóstoles se preocuparon de nombrar sucesores, a los que transmitieron el don del Espíritu. Y este ministerio eclesial, que hereda y continúa el ministerio apostólico, está ejercido ya desde antiguo por tres grados: obispos, presbíteros y diáconos, que son conferidos por el sacramento del Orden. Los obispos y presbíteros participan del sacerdocio de Cristo y tienen capacidad de actuar "en persona de Cristo cabeza": por eso son llamados "sacerdotes". Los diáconos tienen la misión de ayudarles y servirles en este cometido.

· Entre estos ministerios, ocupa el primer lugar el de los obispos, que son los transmisores de la semilla apostólica. Por eso, forman un colegio que tiene por cabeza al obispo de Roma y sucesor de Pedro, el Papa. Éste ejerce la potestad suprema, inmediata y directa sobre todos los fieles, y su magisterio goza del privilegio de la infalibilidad cuando enseña, como supremo maestro, una verdad revelada para que sea aceptada por todos los creyentes.

· Cada obispo es puesto al frente de una iglesia particular, la diócesis, para que sea principio y fundamento visible de su unidad y para que ejerza en ella los oficios de maestro de la fe, gran sacerdote, y pastor propio.

· La función ministerial de los obispos ha sido encomendada también a los presbíteros. Pero ellos no tienen la plenitud del sacerdocio como los obispos, sino que dependen de éstos en el ejercicio de su ministerio. Son los colaboradores necesarios del Orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo.

· En el grado inferior están los diáconos a quienes también se les imponen las manos para servir a la Iglesia en el ministerio de la Liturgia, de la Palabra y de la caridad. Por el carácter que reciben en la ordenación, el Espíritu Santo les configura con Cristo, el servidor de todos. Por eso, los diáconos son el signo eclesial del amor al prójimo.

· Llamamos laicos a todos los miembros del pueblo de Dios que no son ministros ordenados ni religiosos. Participan plenamente por el Espíritu Santo de su dignidad profética, sacerdotal y real, y ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo de Dios con plenitud de derechos y obligaciones. Por eso están llamados a compartir la común vocación a la santidad.

· Esta común vocación a la santidad presenta en los laicos una modalidad propia: su carácter secular. Los laicos viven en medio del mundo y de los negocios temporales, y allí les llama Dios para que busquen su Reino ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios.

· La vocación propia de los laicos exige, en primer lugar, que participen de forma peculiar en la tarea de evangelización o apostolado: deben trabajar para que el mensaje de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres. A ellos les corresponde testificar, con obras y palabras, que la fe cristiana constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea. Y lo pueden realizar, además de individualmente, reunidos en diversas comunidades o asociaciones.

· Los laicos son llamados por Cristo y ungidos por el Espíritu Santo para servir a las personas y a la sociedad, es decir, a esforzarse para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana impregnen la familia y las realidades sociales, culturales, políticas y económicas. Su compromiso es indispensable para que la Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo.

· El Espíritu Santo enriquece la Iglesia con sus dones gratuitos, sus carismas. Son gracias que, aunque sean concedidas a una persona, tienen siempre una utilidad eclesial, ya que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Son los dones de enseñar, de cuidar a los enfermos, de preocuparse por los más pobres, de construir la fraternidad, de penetrar el misterio divino…

· En todos los tiempos el Espíritu Santo concede con abundancia estos dones a todo tipo de cristianos. Los carismas han de ser acogidos con gratitud y alegría, tanto por parte de quienes los reciben como por parte de toda la Iglesia. El juicio sobre su autenticidad y sobre su ordenado ejercicio, pertenece a aquellos que presiden la Iglesia, a quienes especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo todo y retener lo que es bueno, para que los carismas cooperen de verdad al bien común.

· La vida consagrada se caracteriza por la profesión de los consejos evangélicos en un estado de vida estable y reconocido por la Iglesia. Los que asumen libremente este estado se comprometen a practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. Se proponen, bajo el impulso del Espíritu, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amando por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.

· Entre las distintas formas de vida consagrada destaca la vida religiosa, que se distingue por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia.

· Otra forma de vida consagrada es la de los institutos seculares, en los que sus miembros, asumiendo también los consejos evangélicos y una vida de fraternidad específica, viven en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad y se dedican a procurar la santificación del mundo desde dentro de él.

· Existen también las sociedades de vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos públicos, buscan un fin apostólico específico y, llevando una vida fraterna en común, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de sus constituciones.

Diálogo en grupo

· ¿Cuál es nuestra situación respecto de la Iglesia: de cristiano consumista de cosas religiosas o de cristiano que conoce su lugar y responsabilidad en la Iglesia?

· ¿Cuál es la misión de los laicos en la Iglesia? ¿Cuál es la misión a la que el Señor te llama en tu parroquia?

· ¿Cuál es el papel de los Obispos, sacerdotes y diáconos en la Iglesia?

· ¿Qué es la vida consagrada? ¿Cuál es su papel en la Iglesia?

· ¿Tenemos conciencia clara de que somos un pueblo sacerdotal, profético y real formado por personas con una particular vocación, ministerio, carisma o servicio en la Iglesia?