Universidades
EnciCato
Las principales fundaciones han sido tratadas en artículos especiales; aquí se
presentan los aspectos generales del tema:
I. Origen y organización;
II. Labor académica y desarrollo;
III. Renacimiento y Reforma;
IV. Periodo moderno;
V. Acción católica.
I. Origen y Organización
Aunque el nombre universidad se da a veces a las célebres escuelas de Atenas y
Alejandría, generalmente se sostiene que las universidades surgieron por primera
vez en la Edad Media. Para las que fueron estatuidas durante el Siglo XIII, se
pueden dar con exactitud fechas y documentos; pero los comienzos de las más
antiguas son oscuros, de ahí las leyendas relacionadas con su origen: Oxford se
suponía fundada por el rey Alfredo, París por Carlomagno, y Bolonia por Teodosio
II (año 433). Estos mitos aunque han subsistido hasta la época moderna, son
ahora generalmente rechazados, y la única preocupación de los historiadores es
descubrir sus fuentes y seguir su desarrollo. Se sabe, sin embargo, que durante
los Siglos XI y XII tuvo lugar un resurgimiento de los estudios, de medicina en
Salerno, de derecho en Bolonia, y de teología en París. La escuela médica de
Salerno fue la más antigua y la más famosa de su género en la Edad media; pero
no ejerció influencia en el desarrollo de las universidades. En París, el
estudio de la dialéctica recibió un nuevo ímpetu de maestros como Roscellin y
Abelardo, y eventualmente reemplazó al estudio de los clásicos que,
especialmente en Chartres, había constituido un movimiento humanista enérgico
aunque de corta duración. El método dialéctico, además, fue aplicado a las
cuestiones teológicas y, principalmente a través de la obra de Pedro Lombardo,
se desarrolló en el Escolasticismo (vid.).Esto significó no sólo que toda clase
de cuestiones fueran puestas en discusión y examinadas con la mayor sutileza,
sino también que se disponía de una nueva base para la exposición de la doctrina
y que la teología misma era moldeada en la forma sistemática que presenta en la
obra de Santo Tomás, y por encima de todo, en la gran “Summa”. En Bolonia, el
nuevo movimiento fue práctico más que especulativo, afectó a la enseñanza, no a
la filosofía ni a la teología, sino al derecho civil y canónico. Con
anterioridad al Siglo XII, Bolonia había sido famosa como escuela de artes,
mientras que respecto a ciencia legal era superada de lejos por otras ciudades,
por ejemplo, Roma, Pavía, y Rávena. Lo que la convirtió en relativamente poco
tiempo en el principal centro de enseñanza del derecho, no sólo en Italia sino
en toda Europa, fue debido principalmente a Irnerius y a Graciano (vid.). El
primero introdujo el estudio sistemático del Corpus juris civilis en su
conjunto, y diferenció la carrera de derecho de la de Artes Liberales; el
segundo, en su “Decretum”, aplicó el método escolástico al derecho canónico, y
aseguró para su ciencia un espacio aparte distinto del de la teología. En
consecuencia, Bolonia, mucho antes de convertirse en universidad, atrajo un gran
número de estudiantes de todas las partes del Imperio, y sus maestros, a la vez
que se hacían más numerosos, alcanzaban un prestigio indiscutido.
La escuela que crecía así vigorosamente desde dentro fue aún más reforzada por
los privilegios que le otorgó el Emperador. En la “Auténtica” Habita publicada
en 1158, Federico I tomó bajo su protección a los estudiantes que acudían a las
escuelas de Italia por motivos de estudio, y decretó que podrían viajar sin
obstáculo o vejación, y que, en caso de que se presentara una queja contra
ellos, tendrían la opción de defenderse a sí mismos bien ante sus profesores o
bien ante el obispo. Esta concesión repercutió naturalmente en ventaja de
Bolonia; pero también sirvió de base a muchos privilegios concedidos
sucesivamente a ésta y otras escuelas. Que París disfrutara de una protección e
inmunidades similares desde una fecha temprana es altamente probable, aunque la
primera concesión que se registra fue hecha por Felipe Augusto en 1200. A esos
dos factores de crecimiento interno y ventajas externas, se tuvo que añadir un
tercero antes de que París o Bolonia se convirtieran en universidades: era
necesaria una organización colectiva. Ambas ciudades a mediados del Siglo XII
poseían los elementos requeridos en forma de escuelas, estudiantes, y
profesores. En París había tres escuelas especialmente destacadas: la de Saint
Víctor, adjunta a la iglesia de los canónigos regulares; Sainte-Geneviève-du-Mont,
dirigida primero por seculares y luego por canónigos regulares; y Notre-Dame, la
escuela de la catedral en la “isla”. Según una versión estas tres escuelas se
unificaron para formar la universidad; Denifle, sin embargo, (Die Universitäten,
655 ss.), mantiene que se originó sólo en Notre-Dame, y que esta escuela fue por
tanto la cuna de la Universidad de París. Esto no implica que la escuela de la
catedral como institución fuera elevada al rango de universidad por carta real o
pontificia. La iniciativa fue tomada por los profesores quienes, con la licencia
del canciller de Notre-Dame y sujetos a su autoridad, enseñaban bien en la
catedral o bien en viviendas particulares de la “isla”. Cuando estos profesores,
en el último cuarto del Siglo XII, se unieron en una corporación docente, se
había fundado la Universidad de París (Para la opinión más antigua, ver PARIS,
UNIVERSIDAD DE).
Este consortium magistrorum incluía a los profesores de teología, derecho,
medicina, y artes (filosofía). Como los profesores de una misma materia tenían
intereses específicos formaron de manera natural grupos más pequeños dentro del
organismo central. El nombre “facultad” originariamente designaba una disciplina
o rama del conocimiento, y se empleó en este sentido por Honorio III en su carta
(18 de Febrero de 1219) a los estudiantes de París; más tarde, llegó a
significar el grupo de profesores dedicados a enseñar la misma materia. La
organización más estrecha en facultades fue ocasionada en primera instancia por
cuestiones que surgieron en 1213, relativas a la concesión de grados. Luego vino
la redacción de estatutos para cada facultad en los que se regulaban sus propios
asuntos internos y se trazaban las líneas de demarcación entre su esfera de
acción y las de las demás facultades. Esta organización debe haberse completado
en la primera mitad, o quizá en el primer cuarto, del Siglo XIII, puesto que
Gregorio IX en la Bula “Parens scientiarum” (1231) reconoce la existencia de
facultades separadas. Los estudiantes, por su parte, con igual naturalidad, se
dividieron en grupos diferentes. Pertenecían a diversas nacionalidades, y los
del mismo país deben haberse dado cuenta de la ventaja, o incluso de la
necesidad, de asociarse en una ciudad como París a la que llegaban como
forasteros. Este fue el origen de las “Naciones”, que probablemente se
organizaron a primeros del Siglo XIII, aunque la primera evidencia documental de
su existencia data de 1249. Las cuatro naciones de París eran las de los
franceses, los picardos, los normandos, y los ingleses. Eran característicamente
asociaciones de estudiantes, formadas por motivos de administración y
disciplina, mientras que las facultades se organizaron para tratar asuntos
relativos a las diversas ciencias y a la labor docente. Las naciones, por tanto,
no constituían la universidad, ni se identificaban con las facultades. Los
maestros en artes estaban incluidos en las naciones y al mismo tiempo
pertenecían a la facultad de artes, porque su curso de artes era simplemente una
preparación para estudios superiores en una de las facultades superiores, y de
ahí que las artes formaran una facultad “inferior”, cuyos maestros se
clasificaban aún entre los estudiantes. Los profesores de las facultades
superiores no pertenecían a las naciones.
Cada nación elegía de entre sus miembros a un maestro en artes como procurador (proctor)
y los cuatro procuradores elegían al rector, esto es, el cabeza de las naciones,
no, al principio, el cabeza de la universidad. Como, sin embargo, la facultad de
artes estaba estrechamente relacionada con las naciones, el rector gradualmente
se convirtió en el funcionario principal de esa facultad, y fue reconocido como
tal en 1274. Su autoridad se extendió más tarde a las facultades de derecho y
medicina (1279) y finalmente (1341) a la facultad de teología; a partir de
entonces el rector es la cabeza de toda la universidad. Por otro lado, la
función de rector no otorgaba poderes muy amplios. Desde el principio la
autoridad principal había sido ejercida por el canciller, como representante del
Papa; y aunque esta autoridad, por razón de los conflictos con la universidad,
se había reducido en cierta forma durante el Siglo XIII, el canciller era aún lo
suficientemente poderoso como para hacer sombra al rector. Antes de que la
universidad empezara a existir, el canciller había otorgado la licencia para
enseñar, y esta función la siguió llevando a cabo, pese a todo el proceso de
organización y después de que las facultades con sus diversos funcionarios
estuvieran establecidas del todo.
En Bolonia, hacia finales del Siglo XII, se establecieron asociaciones
voluntarias por los estudiantes extranjeros, esto es, por los no boloñeses, con
fines de mutuo apoyo y protección. Estos estudiantes no eran muchachos, sino
hombres maduros; muchos de ellos eran clérigos beneficiados. En su organización
copiaron la de las cofradías de comerciantes viajeros; cada asociación
comprendía un número de naciones, promulgaba sus propios estatutos, y elegía un
rector que estaba asistido por un cuerpo de consiliarii. Estas cofradías de
estudiantes fueron conocidas como universitates, esto es, corporaciones en el
sentido legal aceptado, no órganos de enseñanza. Originariamente en número de
cuatro, se redujeron a dos a mediados del Siglo XIII: universitas
citramontanorum y universitas ultramontanorum. Ni los estudiantes ni los
doctores boloñeses, al ser ciudadanos de Bolonia, pertenecían a la
“universidad”. Los doctores eran empleados, mediante contrato, y pagados por los
estudiantes, y estaban sometidos, en muchos aspectos, a los estatutos redactados
por los organismos estudiantiles. A pesar de esta dependencia, sin embargo, los
profesores mantenían el control de los asuntos estrictamente académicos; eran
los rectores scholarum, mientras que los jefes de las universidades eran los
rectores scholarium; en particular, el derecho de promoción, esto es, de
conferir grados, estaba reservado a los doctores. Estos también formaron
asociaciones, los collegia doctorum, que probablemente existían en la época de
la fundación de las “universidades” de estudiantes o antes. Al principio los
doctores tenían plena responsabilidad de los exámenes y concedían en su propio
nombre la licencia para enseñar. Pero en 1219 Honorio III dio al arcediano de
Bolonia autoridad exclusiva para conferir el doctorado, creando así un cargo
equivalente al de canciller en París. El doctorado mismo, en cuanto que
implicaba el derecho a ser miembro del collegium, se fue restringiendo
gradualmente al círculo más estricto de doctores legentes, esto es, los que
enseñaban efectivamente. Por otro lado, el control de los estudiantes fue
disminuido por el hecho de que, con vistas a contrarrestar los incentivos
ofrecidos por ciudades rivales, la ciudad de Bolonia, hacia el fin del Siglo
XIII, empezó a pagar un salario regular a los profesores en lugar de los
honorarios anteriormente entregados, en la cuantía que ellos estimaran
conveniente, por los estudiantes. Como resultado el nombramiento de los
profesores fue tomado a su cargo por la ciudad, y eventualmente por los
reformatores studii, una oficina establecida por la autoridad local. Mientras
tanto las dos “universidades” se estaban refundiendo en un único cuerpo y éste
estaba abocado a establecer relaciones más estrechas con el colegio de doctores;
de esa forma Clemente V (10 de Marzo de 1310) pudo hablar de una magistorum et
scholarium universitas en Bolonia. A comienzos del Siglo XVI sólo había un
rector.
El crecimiento de Oxford siguió, en sustancia, al de París A mediados del Siglo
XII las escuelas estaban florecientes: Robert Pullen (vid.), autor de las
“Sentencias” en las que se basó ampliamente la más famosa obra de Pedro
Lombardo, y Vacarius, el eminente jurista lombardo, son mencionados como
maestros. El número de estudiantes, ya considerable, se acrecentó en 1167 por un
éxodo procedente de París. Había dos naciones: los boreales (norteños) incluían
a los estudiantes ingleses y escoceses; los australes (sureños) a los galeses e
irlandeses. En 1274 se refundieron en una nación, pero los dos procuradores
siguieron diferenciados. En 1209, debido a las dificultades con la ciudad, 3.000
estudiantes se dispersaron. A su vuelta, el legado papal Nicolás publicó (1214)
una ordenanza que obligaba a la ciudad a pagar una suma anual para uso de los
estudiantes pobres y que “en caso de un clérigo fuera arrestado por los de la
ciudad, debería ser entregado en seguida a petición del obispo de Lincoln, o del
arcediano del lugar o de sus funcionarios, o del canciller o de cualquiera en
quien el obispo de Lincoln delegara este cargo” (Munimenta, I, p.2). Los
primeros estatutos fueron promulgados en 1252, y confirmados por Inocencio IV en
1254. El canciller era al principio un funcionario independiente nombrado por el
obispo de Lincoln para actuar como juez eclesiástico en materias escolásticas.
Gradualmente, sin embargo, fue absorbido en la universidad y se convirtió en su
cabeza.
El desarrollo en París y Bolonia explica el término por el que se designó al
principio a la universidad, esto es, studium generale. Esto no significaba
originaria ni esencialmente una escuela de aprendizaje universal, ni incluía a
todas las cuatro facultades; teología era a menudo omitida o incluso excluida
por las cartas iniciales. Apareció primero en Bolonia en 1360, en Salamanca
hacia el fin del Siglo XIV, en Montpellier en 1421; aunque cada una de estas
escuelas era un studium generale en el sentido original del término, esto es,
una escuela que admitía estudiantes de todas partes, disfrutaba de privilegios
especiales, y confería un derecho de enseñanza que era reconocido en todas
partes. Este jus ubique docendi estaba implícito en la propia naturaleza del
studium generale; fue explícitamente concedido por Gregorio IX en la Bula para
Toulouse, el 27 de Abril de 1233, que declara que “cualquier maestro examinado
allí y aprobado en cualquier facultad tendrá derecho a enseñar en todas partes
sin examen ulterior”.
Universitas, tal como se entendía en la Edad media, era un término legal; tomó
su significado del Corpus juris civilis, y quería decir una asociación tomada en
su conjunto, esto es, en su calidad colectiva: Empleado con referencia a una
escuela, universitas no significaba una recopilación de todas las ciencias, sino
más bien el grupo completo de personas dedicadas en una institución dada a
ocupaciones científicas, esto es, la entera corporación de maestros y
estudiantes: universitas magistorum et scholarium. Esta es la significación del
término en documentos oficiales relativos a París y Bolonia; así Alejandro IV
(10 de Diciembre de 1255) afirma expresamente que bajo el nombre universidad
entiende “todos los maestros y escolares residentes en París, cualquiera que sea
la sociedad o congregación a la que pertenezcan.” Gradualmente, sin embargo, los
términos universitas y studium llegaron a usarse indistintamente para significar
una institución de enseñanza: Universitas Oxoniensis y Studium Oxoniense fueron
ambos (nombres) aplicados a Oxford. Hay mención tan temprana como la de 1279 de
delicta in universitate Oxoniae perpetrata (Munimenta, I, 39), y en el siglo
siguiente aparecen (1306) frases tales como in universitate Oxoniae studere (ibid.,
87 ss.). Que los términos se habían vuelto prácticamente sinónimos al comienzo
del Siglo XIV aparece en una declaración de Clemente V, de 13 de Julio de 1312,
a resultas de que el arzobispo de Dublín, John Lech, había informado que en esos
lugares no había scolarium univeristas vel studium generale. Hacia 1300 también
la expresión mater universitas se usaba por los maestros de Oxford, y estos
pueden haberlo tomado de un documento de Inocencio IV (6 de Octubre de 1254) en
el que el Papa habla de Oxford como faecunda mater. Más tarde la expresión alma
mater se aplicó, por ejemplo en Paría en 1389; en Colonia en 1392; en Oxford en
1411. Alma fue probablemente sugerida por el uso litúrgico, como por ejemplo en
el himno que empezaba “Alma redemptoris mater”.
Las primeras universidades no tenían estatutos; se desarrollaron ex consuetudine.
Fuera de estas se desarrollaron rápidamente otras, por emigración, o por
establecimiento formal. Como las universidades al principio no poseían edificios
como nuestros modernos paraninfos y laboratorios, fue cosa fácil para
estudiantes y profesores, si no les satisfacía un sitio, encontrar acomodo en
otro. Los conflictos con el municipio a menudo llevaron a migraciones así,
especialmente donde alguna ciudad rival ofrecía incentivos: de ahí las
secesiones de Bolonia a Vicenza (1204), a Arezzo (1217), a Padua (1222), la
“gran dispersión” de París (1229), y la emigración (1209) de Oxford a Cambridge.
Pero causas de naturaleza menos tumultuosa actuaron también. Los privilegios
disfrutados por los primeros universitarios condujeron a otras ciudades a buscar
similares ventajas para mantener en ellas a sus propios estudiantes, y atraer
posiblemente a forasteros, aumentando de ese modo la prosperidad y el prestigio
locales. Bolonia y París sirvieron como modelos de la nueva organización, y los
deseados privilegios se buscaban ante el Papa o el gobernante civil. Se hizo, de
hecho, habitual en las cartas papales incluir una fórmula prefijada concediendo
a la nueva universidad “los mismos privilegios, inmunidades, y libertades que se
disfrutaban por los maestros y escolares de París” (o Bolonia); así Oxford,
Cambridge, St. Andrews, y Aberdeen fueron en gran medida modeladas sobre París,
y Glasgow sobre Bolonia. El modelo parisino fue también reproducido en las
primeras universidades alemanas, Praga, Viena, Erfurt, y Heidelberg; pero éstas
pronto comenzaron a separarse del original. Las naciones tenían menos
importancia; el rector podía ser elegido de entre cualquier facultad; la
autoridad se confería de manera permanente y dotaba a los profesores que
predominaban en el consejo de la universidad; y los colegios estaban bajo
control de la universidad, que mantenía la enseñanza en sus manos.
En Irlanda el primer paso hacia el establecimiento de una universidad fue dado
por John Lech, arzobispo de Dublín. A instancias suyas, Clemente V publicó, el
11 de Julio de 1312, una Bula para la erección de una universidad cerca de
Dublín; sin embargo, Lech murió un año después, y no se llevó a cabo nada hasta
que su sucesor, Alexander de Bicknor, en 1320, estableció una universidad en la
catedral de San Patricio con la aprobación del Papa Juan XXII. El primer
canciller fue William Rodiart, deán de San Patricio, y los primeros graduados
William de Hardite, O.P., Edward de Karwarden, O.P., y Henry Cogry, O.F.M. Las
clases se daban aún en 1358; en ese año Eduardo II publicó cartas-patentes
protegiendo a los miembros de la universidad en sus viajes, y en 1364, Lionel,
duque de Clarence, fundó una cátedra. La universidad fracasó por falta de
dotación, como pasó también con una fundada por el Parlamento irlandés en
Drogheda en 1465.
Los fundadores: Papas y gobernantes civiles
En vista de la importancia de las universidades para la cultura y el progreso,
es bastante comprensible que hubiera una considerable discusión y divergencia de
opinión respecto a la autoridad a la que debería atribuirse el honor de su
fundación. Se ha mantenido, por ejemplo, que sólo el Papa podía establecer una
universidad; por el contrario, se ha sostenido que tal establecimiento era
prerrogativa exclusiva de los gobernantes civiles, esto es, el emperador y el
rey. Estas, sin embargo, son opiniones extremas, ninguna de las cuales concuerda
con los hechos, mientras que ambas se basan en el estudio de un grupo limitado
de universidades y, en gran medida, en un fallo de apreciación de las relaciones
de la Iglesia y el Estado en el Siglo XIII. De las malas interpretaciones en
este último punto se han derivado conclusiones erróneas, no sólo respecto a los
orígenes de las universidades, sino también a la actitud general de la época
hacia el papado y viceversa. Una vez se ha establecido, por ejemplo, que, según
la opinión prevaleciente en el Siglo XIII, sólo el Papa podía fundar una
universidad, es fácil interpretar cualquier fundación similar por un monarca o
cualquier iniciativa tomada por un municipio, como una evidencia de hostilidad a
la Santa Sede y un primer paso hacia esa “emancipación” que llegó a suceder
efectivamente en el Siglo XVI. Por la misma clase de razonamiento se infiere que
el Papa tomaba a mal la acción del poder civil al conceder estatutos y reprimía
todos los intentos de libertad por parte de las propias universidades. Para
colocar estas conclusiones bajo la luz apropiada, es suficiente con echar un
vistazo a los diversos modos de fundación.
Con anterioridad a la Reforma se establecieron 81 universidades. De estas, 13 no
tuvieron carta; se desarrollaron espontáneamente ex consuetudine; 33 tuvieron
sólo carta papal; 15 fueron fundadas por la autoridad imperial o real; 20 por
cartas papales e imperiales (o reales) a la vez. Una vez las universidades más
antiguas, especialmente París y Bolonia, habían crecido en fama e influencia de
forma que sus graduados disfrutaban de la licentia ubique docendi, se reconoció
que una nueva institución, para convertirse en studium generale, requería la
autorización de la suprema autoridad, esto es, del Papa como cabeza de la
Iglesia o del emperador como protector de toda la Cristiandad. Así en “Las Siete
Partidas” (1256-1263), Alfonso el Sabio declara que un “studium generale debe
establecerse por mandato del Papa, del emperador, o del rey”; y Santo Tomás (Op.
contra impug.relig., c.iii): “ordinare de studio pertinet ad eum qui praest
republicae, et praecipue ad authoritatem apostolicae sedis qua universalis
ecclesia gubernatur, cui per generale studium providetus”,esto es, en cuestión
de universidades la autoridad pertenece al gobernante principal de la sociedad y
especialmente a la Sede Apostólica, la cabeza de la Iglesia universal, “cuyo
interés es promovido por la universidad”. Estas últimas palabras contienen la
razón esencial para buscar la autorización del Papa: la universidad no iba a ser
una institución meramente local o nacional; su enseñanza y sus grados iban a ser
reconocidos en todo el mundo cristiano. Por otro lado, en el orden civil, el
emperador era (el poder) supremo; de ahí que otorgara a las universidades
fundadas por él, sin ninguna carta papal, el derecho a conceder grados en todas
las facultades, incluidas la teología y el derecho canónico. Las cartas
imperiales eran reconocidas por los papas y, cuando era necesario, se concedían
privilegios adicionales. No se puede decir entonces que la acción de Maximiliano
I al fundar la universidad de Wittenberg (1502) fuera un acontecimiento de los
que hacen época; Carlos IV había hecho lo mismo mucho antes con Siena, Arezzo y
Orange; y las cartas con las que fundó Pavía y Lucca precedieron veinte años a
las concesiones papales. Los reyes no estaban en el mismo plano que el
emperador. De hecho, podían fundar una universidad, nombrar al canciller, y
autorizarle a conferir grados; pero no podían establecer un studium generale en
el sentido pleno del término; lo que fundaban era una universidad respectu regni,
esto es, los grados que otorgaba eran válidos sólo dentro de los límites del
reino. Esta fue la situación de Nápoles, fundada (1224) por Federico II, y
especialmente en las universidades españolas. Los propios reyes eran conscientes
de sus limitaciones a este respecto, y por consiguiente buscaban la autorización
papal. Los papas por su parte, reconocían las cartas reales como válidas, y
añadían a ellas el carácter de universidad requerido por un studium generale. En
algunos casos la intervención papal era necesaria y se buscaba, no simplemente
para confirmar lo que el rey había establecido, sino para salvar o revivir la
universidad: tales fueron, por ejemplo, las medidas tomadas por Honorio III
(1220) para Palencia, por Clemente VII (1379) para Perpiñán, y por Julio II
(Pablo II ) (1464) para Huesca—todas ellas fundaciones reales que no mostraron
vitalidad hasta que el Papa vino en su ayuda. El poder de los obispos y los
municipios era, por supuesto, aún más restringido. Podían tomar la iniciativa,
llamando a profesores, estableciendo cursos de estudio, y proporcionando fondos;
pero más pronto o más tarde estaban obligados a buscar la autorización del Papa.
Este fue el caso, notablemente, en Italia, donde las ciudades libres y
emprendedoras (Treviso, Pisa, Florencia, Siena), estimuladas por el ejemplo de
Bolonia, acometieron la fundación de sus propias universidades. En Siena,
pareció al principio que el intento de prosperar sin carta imperial o papal
tendría éxito; el studium, inaugurado en 1275, tenía abundantes fondos y un
extenso cuerpo de profesores y estudiantes que continuamente se incrementaba por
emigración desde Bolonia (1312); con todo en 1325 estaba al borde del colapso, y
su existencia no se vio asegurada hasta que obtuvo privilegios de universidad de
Carlos IV en 1357 y concesiones papales de Gregorio XII en 1404. San Andrews en
escocia fue más afortunada. Fue fundada por el obispo Henry Wardlaw en 1411;
pero poco después de su apertura el obispo en un documento dirigido el 27 de
Febrero de 1412 a los maestros y estudiantes habla de la “universitas a nobis
salva tamen sedis apostolicae auctoritate de facto instituta et fundata”. Seis
meses después (28 de Agosto de 1412), Benedicto XIII (Aviñón) publicó la carta
de fundación, y nombró a Wardlaw canciller. No hay base, por tanto, para la
inferencia de que la fundación de universidades por el poder civil y su
organización por laicos para estudiantes laicos fuera un síntoma de antagonismo
contra la Santa Sede o un intento de emancipación de la autoridad de la Iglesia.
Tal interpretación de los hechos meramente proyecta ideas modernas hacia un
periodo anterior en el que prevalecía un espíritu enteramente diferente. Ese
espíritu fue de cooperación, incluso de emulación, en una causa común; y ni el
espíritu ni la causa habría sido posible si no fuera por la unidad de fe y de
jurisdicción jerárquica que mantenía a Occidente reunido en una Iglesia. Si esta
unidad hubiera incluido a toda la Cristiandad, el Oriente habría tenido sin duda
su parte en el movimiento universitario; en cualquier caso, es significativo que
en Rusia y los demás países dominados por la Iglesia Cismática Griega no se
estableciera ninguna universidad durante la Edad Media.
Aparte de publicar cartas los papas contribuyeron de diversas maneras al
desarrollo y prosperidad de las universidades. (1) Los clérigos que tenían
beneficios fueron dispensados de su obligación de residencia, si se ausentaban
para acudir a la universidad. Los estudiantes, tanto clérigos como laicos,
disfrutaban de ciertas exenciones, por ejemplo, de impuestos, del servicio
militar, de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, y de citación a
tribunales que estuvieran a cierta distancia de París (privilegium fori ).
Salvaguardar estos privilegios era tarea especial del conservador apostólico,
habitualmente un obispo o arzobispo nombrado por el Papa con este fin. (2) Por
la Bula “Parens scientiarum” (1231), la carta magna de la universidad de París,
Gregorio IX autorizó a los maestros, en el caso de una ofensa cometida por
alguien contra un maestro o un estudiante y no reparada dentro de los quince
días, a suspender sus clases. Este derecho de suspensión fue frecuentemente
usado en los conflictos entre ciudad y toga. (3) En diversas ocasiones los papas
intervinieron para proteger a los estudiantes contra las usurpaciones de las
autoridades civiles locales: Honorio III (1220) tomó partido por los estudiantes
de Bolonia cuando el podestà redactó estatutos que interferían sus libertades;
Nicolás IV (1288) amenazó con suspender el studium
en Padua salvo que las autoridades municipales abrogaran en quince días las
ordenanzas que habían redactado contra los maestros y estudiantes. Incluso el
canciller de París, cuando pidió a los maestros un juramento de obediencia
personal a él, fue frenado por Inocencio III (1212), y sus poderes muy reducidos
por acción de papas posteriores. De hecho se convirtió en bastante común para la
universidad presentar sus quejas ante la Santa Sede, y su apelación
habitualmente obtenía éxito. (4) En muchos casos, especialmente en Alemania, la
dotación de las universidades se obtenía, en gran parte, si no completamente, de
las rentas de los monasterios y capítulos. Más de una vez el Papa intervino para
asegurar el pago de su salario a los profesores, por ejemplo, Bonifacio VIII
(1301) y Clemente V (1313) en Salamanca; Clemente VI (1346) en Valladolid; y
Gregorio IX (1236) en Toulouse, donde el Conde Raimundo había rechazado pagar
los salarios. Los papas también dieron ejemplo de dotar colegios, y estos,
fundados por reyes, obispos, sacerdotes, nobles, o ciudadanos privados, no sólo
fueron lugares de residencia para estudiantes sino también el principal apoyo
financiero de la universidad.
II. Labor Académica y Desarrollo
El año académico
En un primer periodo se daban clases a lo largo de todo el año, con cortos
descansos en Navidad, Pascua, y Pentecostés y unas vacaciones más largas en
verano. En París estas vacaciones fueron limitadas por orden de Gregorio IX
(1261) (1231?) a un mes, pero para finales del Siglo XIV se había extendido para
la facultad de artes del 25 de Junio al 25 de Agosto, para teología y derecho
canónico del 28 de Junio al 15 de Septiembre. El año empezaba realmente el 1 de
Octubre, y estaba dividido en dos periodos; el ordinario largo, de 1 de Octubre
a Pascua, y el ordinario corto, de Pascua a finales de Junio. En Bolonia las
vacaciones comenzaban el 7 de Septiembre, y el año escolar se abría de nuevo el
19 de Octubre; éste, sin embargo, se interrumpía durante diez días en Navidad,
dos semanas en Pascua, y tres semanas en carnaval. En Alemania, había
considerable diferencia entre los calendarios de las diversas universidades e
incluso entre los de las diferentes facultades de la misma universidad. En
general, el año empezaba hacia mediados de Octubre y terminaba hacia mediados de
Junio. Pero en Colonia, Heidelberg y Viena había un ordinario corto del 25 de
Agosto al 9 de Octubre. Las vacaciones, sin embargo, no constituían una
suspensión completa de la labor académica; continuaban las clases
extraordinarias, dadas en su mayor parte por licenciados, y se daba crédito a
los estudiantes que asistían a ellas. Hacia mediados del Siglo XV, la división
del año en dos semestres, verano e invierno, se introdujo en Leipzig, y
eventualmente fue adoptada por las demás universidades alemanas.
Clases
Tanto el calendario anual como el programa diario tenían en cuenta la distinción
entre clases ordinarias y extraordinarias o cursillos. Esto se originó en
Bolonia donde ciertos libros de derecho civil (“Digestum Vetus” y “Codex”) eran
ordinarios, mientras que otros (“Infortiatum”, “Digestum novum”, y los libros de
texto más breves) eran extraordinarios. En derecho canónico, los libros
ordinarios eran el Decretum y los cinco libros de las Decretales (Gregorio IX);
los extraordinarios eran las Clementinas y las Extravagantes. Las clases
ordinarias estaban reservadas a los doctores, y se daban por las mañanas; las
clases extraordinarias, conocidas en parís como cursillos, y dadas por maestros
o por licenciados, se asignaban a las tardes durante el año; en vacaciones
podían darse a cualquier hora del día, pues las clases ordinarias estaban
entonces suspendidas. Cursillo quería decir o que la clase era seguida por los
cursores, esto es, los candidatos a la licencia, o que pasaba rápidamente por la
materia, mientras que el tratamiento en la clase ordinaria era más completo.
En todas las facultades el trabajo de enseñanza se centraba en libros, esto es,
los textos, compilaciones, y glosas que eran considerados como las autoridades
principales en cada materia. Al comienzo del año (o semestre) los libros se
distribuían entre los profesores, que estaban obligados a usarlos de acuerdo con
las regulaciones establecidas por cada facultad relativas al programa diario, la
duración del curso, el aula que debía usarse, el vestido académico que se había
de llevar, y el método a seguir. La clase era en sentido estricto una praelectio
(de donde el alemán Vorlesung); el profesor tenía que leer el texto; en las
clases ordinarias no se permitía dictar nada más allá de las divisiones y
conclusiones y cuantas correcciones en el texto juzgaba necesarias. Se suponía
que los estudiantes tenían sus propios ejemplares del texto; si eran demasiado
pobres para procurarse los libros, el profesor podía dictarles el texto a ellos,
no en la clase ordinaria sino en clases especiales o ejercicios (recitaciones).
El plan de la clase era analítico: explicación cuidadosa y definición de
términos (ponere et determinare); división de la materia y discusión de los
diversos puntos seguidos por un resumen de lo esencial (scindere et summare);
presentación de los problemas sugeridos por el texto (quaestiones), y solución
de objeciones. En las clases de derecho la lectura de glosas era una
característica importante, y se proponían frecuentemente casos para ilustrar los
principios. En las clases ordinarias, se daba por supuesto que los estudiantes
no hacían preguntas; en las extraordinarias se permitía una mayor libertad,
siendo los estudiantes animados a expresar sus dudas respecto al sentido de los
textos y a solicitar mayor información sobre los asuntos oscuros. Una formación
más completa, sin embargo, se daba en la recapitulación y en las recitaciones
que los maestros tenían en épocas establecidas para el tratamiento de problemas
especiales. Los ejercicios, llevados a cabo en forma dialéctica, concedían plena
oportunidad de discusión entre estudiante y maestro; y servían como exámenes en
los que se constataba el progreso del alumno. Pero el ejercicio académico más
importante era la disputa. Esta era de dos clases, d. ordinaria y d. de
quodlibet. La disputa ordinaria tenía lugar cada semana y duraba desde la mañana
hasta el mediodía, o hasta la tarde según el número de participantes. En el día
reservado para este propósito se suspendían las clases y otros ejercicios, de
forma que todos los maestros, licenciados y estudiantes pudieran estar presentes
en la disputa. Uno de los maestros (disputans) anunciaba en forma de cuestión o
tesis, la materia del debate; otros maestros (opponentes) presentaban argumentos
contra la tesis; las respuestas a los argumentos se daban por dos o tres
licenciados (respondentes) nombrados para la ocasión. El número de argumentos se
fijaba por estatuto o era fijado por el decano de la facultad cuya función era
presidir. Durante la disputa se empleaba la forma silogística. La disputatio de
quodlibet se celebraba sólo una vez al año, pero con mayor solemnidad que la
ordinaria, y sobre una gama más amplia de asuntos. El maestro elegido o
designado para la ocasión, conocido como el quodlibetarius tenía que debatir una
cuestión independiente con cada uno de los demás maestros que elegían apuntarse
en las listas. La disputa duraba varios días, a veces una quincena. Los
argumentos y sus soluciones se escribían y conservaban en forma de libro. Un
ejemplar puede encontrarse en las “Quodlibetales” de Santo Tomás. Era
principalmente a partir de estas clases, recitaciones, y disputas como se
desarrollaba la obra de los doctores medievales; de forma que los diversos
comentarios, summae, y libros de “sentencias” nos proporcionan la mejor idea de
la enseñanza de la universidad tanto en su contenido como en su método.
Cursos de estudio: Grados
La distribución de las materias a estudiar y de los libros a ser leídos en la
carrera se regulaba con vistas a los grados, esto es, los diversos pasos (gradus)
por los que el estudiante avanzaba desde el estadio de simple alumno al de
maestro o doctor. El sistema de grados se desarrolló a partir de la necesidad de
restringir el derecho a enseñar, y consiguientemente de fijar las
cualificaciones que el maestro debía poseer. No surgieron, como no lo hizo la
propia universidad, repentinamente, ni en todas partes presentaron los mismos
detalles. Tres grados, sin embargo eran generalmente reconocidos: bachillerato,
licenciatura, y doctorado o maestría. Los requisitos para estos variaron en
diferentes periodos y en diferentes universidades; cada facultad, además, tenía
sus propias regulaciones respecto a la duración de las carreras y las materias
de estudio; en particular, había una diferencia bastante grande entre la
facultad de artes y las facultades superiores teología, medicina, y derecho.
Para las carreras de artes, ver ARTES, LICENCIADO EN; ARTES, FACULTAD DE; ARTES,
MAESTRO EN.
En teología, los textos eran la Biblia y las “Sentencias” de Pedro Lombardo; en
derecho, los libros arriba mencionados; en medicina, las obras de Galeno,
Avicena, y otros autores prescrito para Montpellier por Clemente V en 1309. La
carrera médica incluía también trabajos prácticos en anatomía, para las que
servían de guía la “Anatomía” de Mondino (1275-1326) de Bolonia y un texto
similar de Henri de Mondeville (1260-1320) de Montpellier. Más adelante, se
requería del estudiante, antes de su graduación, que acompañara al profesor en
las visitas de este último a los enfermos con la finalidad de estudio clínico.
Para los grados en las facultades superiores, ver DOCTOR.
Estudiantes
El rasgo más visible del cuerpo estudiantil en su conjunto era su carácter
cosmopolita. Esto se evidenciaba en la división en naciones arriba mencionada.
La Universidad de Bolonia debió su origen principalmente a las asociaciones de
estudiantes extranjeros, y entre estas los alemanes disfrutaron de excepcionales
privilegios. En París la nación inglesa fue destacada, y los estudiantes
irlandeses se encontraban en las universidades continentales mucho antes de que
fueran expulsados de las universidades inglesas en 1423. Cuál fuera el número
total en algunas de las universidades más antiguas es una cuestión debatida.
Según Odofredo, Bolonia, a fines del Siglo XII, tenía 10.000; Oxford, según
Richard Fitz Ralph (muerto en 1360), tuvo en una época 30.000, y en la suya
6.000; los relatos más antiguos daban a París entre 20.000 y 40.000.
Estimaciones recientes han reducido esas cifras, concediendo a París un máximo
de 6 ó 7.000, a Bolonia aproximadamente lo mismo, a Oxford 1.500-3.000 (Rashdall,
op.cit. infra). Para las universidades alemanas, las cifras son aún más
pequeñas; en 1380-89 Praga tenía 1.027, en la segunda mitad del Siglo XVI Viena
tenía 933, en 1450-1479 Colonia tenía 852, en 1472 Leipzig tenía 662; mientras
que Greifswald en 1465-1478 tenía sólo 103 y Friburgo, en 1460-1500, sólo 143 (Paulsen).
En lo que respecta a la edad las diferencias eran considerables. Un muchacho
podía empezar artes entre los doce y los quince años de edad y graduarse a los
veinte o veintidós. Los estudiantes de las facultades superiores eran, por
supuesto, hombres mucho mayores. Los candidatos al doctorado en teología en
París deben haber sido de más de treinta años; y no era raro en sacerdotes que
ya habían pasado algún tiempo en el ministerio, matricularse en la universidad;
un abad, un preboste, o incluso un obispo podían convertirse en estudiantes sin
sacrificar su dignidad.
El frecuente uso de la palabra clericus o “clérigo” para designar a un
estudiante de universidad, no implica que todo estudiante fuera un eclesiástico.
En Bolonia estaba claramente trazada la distinción entre el scholaris y el
clericus; los estatutos referentes al rector preveían que debía ser un
estudiante de Bolonia y, además, “un clérigo soltero, que llevara vestido
clerical y no perteneciera una orden religiosa”. Disposiciones similares se
encuentran en Florencia, Perugia, y Padua. Mucho antes del surgimiento de las
universidades, los clérigos disfrutaban de ciertos privilegios e inmunidades, y
estas se extendieron, cuando se establecieron las universidades, a todos los
estudiantes, laicos y clérigos por igual. El laico había de llevar naturalmente
el ropaje clerical no meramente como vestido académico sino como evidencia de
que tenía derecho a los privilegios clericales. Incluso en París y Oxford, donde
el elemento eclesiástico dominaba, el disfrute de esos privilegios no dependía
de la recepción de la tonsura, esto es, de la admisión al estado clerical en
sentido canónico (Rashdall, II, 646). El celibato, sin embargo, era obligatorio
para todos los estudiantes y maestros; como regla, un maestro que se casaba
perdía su posición, y aunque a veces se menciona a estudiantes casados, por
ejemplo, en Oxford, estaban incapacitados para obtener grados. Aun así, el
celibato no estuvo universalmente vigente; había profesores casados de medicina
en Salerno, y en la universidad de la Curia Romana, que estaba bajo la directa
supervisión del Papa, los maestros de derecho tenían sus mujeres e hijos. Uno de
los famosos canonistas de Bolonia fue Joannes Andrea (1270-1328), cuya hija
Novella a veces daba clase en su lugar. En París la obligación del celibato para
los maestros en medicina fue suprimida por el cardenal d’Estouteville en 1452,
para los de derecho por los estatutos de 1600. El primer rector de Greifswald
(1456) estaba casado, y también lo estaba el rector de Viena en 1470. En otras
universidades alemanas el requisito del celibato permaneció en vigor más tiempo,
debido en parte, al menos, al hecho de que muchas de las cátedras estaban
dotadas con la renta de canonjías; pero esto no implicaba que los laicos
estuvieran excluidos de los puestos universitarios.
Un elemento importante en el cuerpo estudiantil y en el conjunto de la vida
universitaria fue aportado por las órdenes religiosas. En Italia habían sido
durante mucho tiempo los profesores reconocidos de teología, y cuando se
estableció la facultad de teología en Bolonia en 1260, proporcionaron los
profesores y la mayoría de los estudiantes. Los dominicos se establecieron en
París en 1217 y en Oxford en 1221; los franciscanos en París en 1230 y en Oxford
en 1224. En ambas universidades tenían también conventos los carmelitas y los
agustinos. Los miembros de estas órdenes en su vida de comunidad disfrutaban de
muchas ventajas; un hogar permanente en el que sus necesidades materiales
estaban aseguradas, horario regular de estudio, disciplina, y práctica
religiosa; y para cada orden el vínculo de fraternidad era una fuente de fuerza
y solidaridad. No es entonces sorprendente que los religiosos ocuparan un alto
rango como alumnos y profesores. De los clérigos seculares algunos vivían en
apartamentos, otros con sus maestros, y otros aun, los “martinets”, con los
ciudadanos. Los estudiantes frecuentemente se asociaban y vivían en una
residencia alquilada (hospicium) bajo la dirección de uno de los suyos, un
licenciado o maestro elegido por ellos como director. Para los estudiantes más
pobres se establecieron colegios y se dotaron con becas por fundadores
generosos. Entre 1200 y 1500 París tuvo seis colegios; Oxford, once; Cambridge,
trece. Los fundadores fueron principalmente obispos, canónigos, u otros
eclesiásticos; pero los laicos, incluyendo los soberanos, tuvieron su parte (ver
OXFORD, UNIVERSIDAD DE: I. Origen e Historia). En Bolonia el más famosos fue el
Colegio de España fundado por Gil de Albornoz, cardenal arzobispo de Toledo
(muerto en 1367). Los colegios en las universidades alemanas fueron
primariamente para beneficio de los maestros, aunque los alumnos también eran
recibidos. Los residentes en colegios de París eran estudiantes de artes o
teología; eran conocidos como socii (socios) y estaban gobernado por un maestro,
o por varios maestros si los estudiantes pertenecían a facultades diferentes. Se
requería de los maestros que tuvieran recitaciones de las materias tratadas en
las escuelas de la universidad y que “instruyeran fielmente a los alumnos en la
vida y doctrina”. Esta tutoría se hizo gradualmente más importante que las
clases de la universidad, y atrajo a los colegios a un gran número de
estudiantes aparte de los que tenían bolsas de estudio o becas; para la mitad
del Siglo XV casi toda la universidad residía en los colegios, y los paraninfos
servían sólo para la conclusión y los comienzos. De esta manera, la Sorbona,
originariamente un hospicio para clérigos pobres , se convirtió en el centro de
la enseñanza teológica en París. La universidad, sin embargo, reclamó y ejerció
el derecho de inspección y de actuación disciplinaria. En 1457 obligó a los
“martinets” a vivir en algún colegio o cerca de él, y prohibió la emigración de
estudiantes de casa de un maestro a la de otro; y en 1486 decretó que los
profesores de los colegios debían ser nombrados por la facultad de artes.
Con la fundación de los colegios, mejoró la disciplina. Las primeras
regulaciones universitarias trataban principalmente de asuntos académicos,
dejando a los estudiantes bastante libertad en otros aspectos. Según todos los
relatos, esta libertad significó licencia en sus diversas formas—peleas, bebida,
y ofensas más graves a la moralidad. Aun teniendo en cuenta la exageración de
algunos escritores que acusan a los estudiantes de todos los crímenes, resulta
claro de los estatutos de los colegios que era muy necesaria una reforma. Debe,
sin embargo, recordarse que en cualquier época los elementos borrascosos y
rebeldes son más visibles que los estudiantes serios y concienzudos; y sin duda
es mérito de la universidad medieval, como factor social, que tuviera éxito en
imponer alguna clase de disciplina al abigarrado tropel de trataba de enseñar.
Cuando llegó la reforma, compitió bastante, en minuciosidad y rigor, con la
forma de vida monástica. Pero no pudo evitar la supervivencia de ciertas
prácticas, por ejemplo, la iniciación y deposición del bejaumus (pico amarillo),
la forma medieval de las novatadas; ni estableció una tranquilidad perfecta en
la universidad.
Agitaciones de una naturaleza más seria afectaron al desarrollo de las
universidades. Tanto París (1252-1261) como Oxford (1303-1320) se enredaron en
querellas con los frailes mendicantes. Los repetidos conflictos con la ciudad,
especialmente la “matanza” de 1354 en Oxford, se volvieron finalmente en
beneficio de la universidad, que, como dice Rashdall (II, 407) “prosperó por sus
propias desgracias”. Fue el canciller quien más se aprovechó y cuya jurisdicción
se extendió gradualmente hasta que, en 1290, incluía “todos los crímenes
cometidos en Oxford cuando una de las partes fuera un estudiante, excepto los
alegatos de homicidio y mutilación” (Rashdall, II, 401). En 1395, una Bula de
Bonifacio IX eximía la universidad de toda jurisdicción episcopal o
archiepiscopal; pero a consecuencia de la oposición del arzobispo la Bula fue
revocada por Juan XXIII en 1411, sólo para ser renovada en 1479 por Sixto IV. El
conflicto entre Nominalismo y Realismo fue en sí mismo una disputa escolástica;
con todo estaba estrechamente relacionada con la “reforma” inaugurada por Wyclif;
y mientras que Wyclif puede ser considerado como un campeón de la libertad
intelectual, es interesante señalar entre sus errores condenados en Constanza
(1415) y por Martín V (1418), la proposición de que “las universidades con sus
estudios, colegios, graduaciones, y maestrías, fueron introducidas por vano
paganismo; hacen a la Iglesia el mismo bien que el diablo” (Denzinger-Bannwart,
“Enchiridion”, n.609)
En la apreciación más calmada de los historiadores modernos la universidad
medieval fue un potente factor de ilustración y orden social. Despertó el
entusiasmo por aprender, e impuso disciplina. Su formación aguzó la
inteligencia, aunque subordinó la razón a la fe. Fue el centro en el que la
filosofía y la jurisprudencia de la antigüedad fueron restauradas y adaptadas a
los nuevos requerimientos. De ella ha heredado la universidad moderna los
elementos esenciales de enseñanza colectiva, organización en facultades,
carreras, y grados académicos; y la herencia ha sido transmitida a través de los
múltiples trastornos que hundieron la enseñanza antigua y rompieron en dos la
Cristiandad.
III. Renacimiento y Reforma
El efecto de la “nueva enseñanza” en las universidades alemanas fue
revolucionario. Al principio los profesores humanistas se llevaron bien con el
resto de la facultad; pero cuando afirmaron su superioridad como representantes
del único conocimiento real, se siguieron amargos ataques y recriminaciones. Los
humanistas ridiculizaban el latín bárbaro de la universidad y las lamentables
traducciones de Aristóteles utilizadas en comentarios y clases. Luego
acometieron contra el método escolástico de enseñanza con sus interminables
nimiedades y disputas, y se esforzaron por sustituir la retórica con la
dialéctica. Finalmente atacaron el contenido mismo, declarando que se pasaba
mucho tiempo para conseguir muy poco conocimiento de casi ningún valor. Todas
las acusaciones se redactaron en publicaciones que se distinguían por su
brillante estilo y aguda invectiva; por ejemplo, las “Epistolae obscurorum
virorum”, escrita contra los profesores de artes y teología, especialmente los
de Leipzig y Colonia. Esta violenta sátira contenía mucho que era falso o
exagerado, y por tanto calculado más para añadir nueva perturbación que para
llevar a cabo la reforma que realmente se necesitaba. Los mejores días del
escolasticismo, en efecto, habían pasado; las universidades ya no tenían los
líderes del pensamiento que habían producido en el Siglo XIII; tanto los
estudios como la disciplina estaban en decadencia. El Humanismo triunfó, en
primer lugar, porque, como reacción y novedad, atraía a los hombres más jóvenes
que estaban ansiosos de liberarse de la sequedad de los ejercicios escolásticos
y de las restricciones impuestas por los estatutos de los colegios. Su conducta
revoltosa y sus incesantes pendencias con las gentes de la ciudad dieron a los
príncipes y a las autoridades municipales un pretexto para emprender reformas
universitarias; y la reforma consistió en colocar bajo control a los humanistas.
Estos conflictos y medidas para remediarlos, sin embargo, eran sólo la
superficie de un movimiento mucho más profundo. Antes de imponerse en las
universidades, el Humanismo había triunfado en las clases más altas e
influyentes del pueblo sirviendo, en forma de literatura, al espíritu de lujo
que el desarrollo y creciente riqueza de las ciudades había engendrado. Sin duda
había encanto en la dicción elegante de los humanistas; pero su fuerza de
atracción residía en la rehabilitación de las opiniones e ideales de vida que el
naturalismo del mundo pagano había expresado en forma perfecta y que devolvía a
los hombres a sí mismos y a la tierra. Aristóteles había triunfado en el Siglo
XIII; en el XV fue vencido por los oradores y los poetas.
El Renacimiento, que se originó en Italia, se había extendido desde allí a los
países del norte. Su introducción en las universidades de Italia y Francia no
condujeron a una revuelta contra la Iglesia; los papas fueron sus
patrocinadores, y muchos distinguidos humanistas permanecieron fieles al
catolicismo. En Alemania e Inglaterra, por el contrario, el Renacimiento se
fundió con otro movimiento que tuvo consecuencias mucho más serias. Lutero,
aunque no simpatizaba con el Humanismo, se inclinaba por hacer desaparecer la
teología escolástica mediante la vuelta, como reclamaba, a la pura enseñanza del
Evangelio; y habría acabado con las universidades, que él denunciaba como
talleres del diablo. Las violentas discusiones teológicas suscitadas por la
doctrina reformadora tuvieron un efecto desastroso, no sólo para el Humanismo,
sino también para la vida de las universidades. Algunas de ellas cerraron sus
puertas, y casi todas estuvieron en peligro de disolución por falta de
estudiantes. Melanchton declaró que la filosofía era el culto a los ídolos y que
él único conocimiento necesario para un cristiano tenía que obtenerse de la
Biblia. Pero los reformadores se dieron cuenta pronto de que su causa no podía
prescindir de la educación superior; y fue el propio Melanchton quien reformó
las universidades existentes y organizó las nuevas, esto es, las fundaciones
protestantes, Marburgo (1527), Königsberg (1544), Helmstadt (1574). La dotación
se obtuvo de las rentas de los monasterios confiscados y de otras propiedades de
la Iglesia; la filología clásica y la nueva teología ocuparon el lugar del
escolasticismo; y las universidades se convirtieron en instituciones estatales
bajo control de los príncipes seculares. Como resultado, las universidades
perdieron en gran parte su carácter internacional. En lugar del studium generale
medieval, surgió una multitud de instituciones cada una limitada a su propio
territorio y fieles al credo de sus fundadores.
Durante los Siglos XVI y XVII, la organización tradicional se conservó; pero la
cultura clásica estaba en decadencia, y hubo poco progreso en otras ramas. “A
fines del Siglo XVII las universidades alemanas habían descendido al nivel más
bajo que nunca habían alcanzado en la estimación pública y en su influencia
sobre la vida intelectual del pueblo alemán...La ciencia académica ya no estaba
en contacto con la realidad y sus ideas predominantes; se quedó pronto en un
sistema obsoleto de instrucción por organización y estatutos, y un penoso
conformismo fue el único resultado de su actividad. Añadido a esto estaba la
grosería prevaleciente de la vida en su conjunto. Los estudiantes se habían
hundido en las profundidades más bajas, y las jaranas y pendencias, llevadas a
los límites de la brutalidad y bestialidad, llenaban en gran medida sus días” (Paulsen,
“Las universidades alemanas”, p.42).
Cuando Erasmo vino a Inglaterra en 1497, los estudios clásicos importados de
Italia ya se cultivaban en Oxford por hombres como Colet, Groeyn, Lynacre y sir
Thomas More. En 1516, Richard Fox, obispo de Winchester, dotó la primera cátedra
de griego y fundó el Corpus Christi College. En 1525, Wolsey fundó el Cardinal
College y contrató a eminentes profesores para “cultivar la nueva literatura al
servicio de la vieja Iglesia” (Huber). Pero sus magnificentes designios fueron
interrumpidos por la cuestión del divorcio de Enrique (VIII) y Catalina de
Aragón. En Cambridge también el movimiento renacentista fue promovido por las
enseñanzas de Erasmo y los esfuerzos del obispo Fisher; pero al mismo tiempo los
escritos de Lutero estaban siendo estudiados por un grupo de estudiantes bajo
(la dirección de) Tyndale y Latimer, y fue Cranmer, entonces un miembro de la
junta del Jesus College, quien sugirió que la legalidad del matrimonio de
Enrique fuera remitida a las universidades de la Cristiandad. Después de alguna
oposición tanto Oxford como Cambridge dieron una opinión favorable al rey; y
finalmente se declararon por la separación de Roma que se consumó por la Ley de
1534. Por las Interdicciones Reales de 1535, se abolió la enseñanza del derecho
canónico y de las Sentencias; Aristóteles, sin embargo, se mantuvo, y se fomentó
el estudio del derecho civil, el hebreo, las matemáticas, la lógica, y la
medicina. El expolio de los monasterios, que habían dado asilo a muchos de los
estudiantes más pobres, redujo las cifras en las universidades. En 1549 una
inspección real eliminó de los estatutos toda huella de papismo, y abolió
numerosos estipendios que anteriormente se daban para misas. En un espíritu de
iconoclastia, altares, imágenes, y estatuas fueron arrancadas de las capillas de
los colegios, y muchos valiosos manuscritos de las bibliotecas fueron quemados.
Bajo el breve gobierno de María (Tudor) los protestantes sufrieron a su vez;
Cranmer, Ridley, y Latimer perecieron en la hoguera en Oxford, y los estatutos
anticatólicos fueron derogados. Durante el reinado de Isabel y la cancillería de
Leicester, todo estudiante de Oxford mayor de dieciséis años estaba obligado a
suscribir al matricularse los Treinta y Nueve Artículos y la (Ley de) Supremacía
Real, una medida que hizo de la universidad una institución exclusiva de la
Iglesia de Inglaterra. En Cambridge un mandato real de 1613 requería de todos
los candidatos a la licenciatura en teología, o al doctorado en cualquier
facultad suscribir los Tres Artículos. En ambas universidades, el puritanismo
fue un elemento perturbador, y un buen número de sus seguidores fue obligado a
abandonar Cambridge. En 1570 entraron en vigor los estatutos isabelinos “habida
cuenta de la nuevamente creciente audacia y la excesiva licencia de los hombres”
como declara el preámbulo. Estas nuevas regulaciones limitaban el poder de los
procuradores y disponían que fueran elegidos, no como anteriormente, por los
regentes, sino según una rotación de colegios. El código isabelino permaneció en
vigor durante casi tres siglos. Bajo Carlos I se tomaron disposiciones similares
respecto a Oxford por los estatutos de Laud (1636), y toda la administración de
la universidad fue confiada al vicecanciller, a los procuradores, y a los
directores de los colegios. “Este estatuto estereotipó eficazmente el monopolio
administrativo de los colegios, y destruyó toda huella de la antigua
constitución democrática que había sido controlada únicamente por la autoridad
de la Iglesia medieval” (Brodrick). Oxford se gobernó por este código hasta
1854.
En Escocia, tras la abolición de la jurisdicción papal y la ratificación de la
doctrina protestante en 1560, las universidades sufrieron gravemente. “Para St.
Andrews, como para las demás universidades, la reforma hizo un serio daño. Su
constitución y organización fueron alteradas por la disidencia eclesiástica; su
renta se vio muy reducida por la rapacidad de los nobles que se apropiaron de la
parte del león del patrimonio de la Iglesia. De una renta muy disminuida había
que sostener los estipendios de las parroquias que pertenecían a ellas. Esto fue
acompañado necesariamente de una reducción de los salarios de los profesores, a
la que ciertas concesiones de sucesivas administraciones hicieron pequeñas pero
insuficientes enmiendas. La asistencia de estudiantes se vio también afectada
negativamente” (Kerr, p. 108). Aunque se propusieron varios planes de reforma,
especialmente por Knox, se mostraron ineficaces debido a los tumultos sobre
religión y a las alternativas entre episcopalismo y presbiterianismo. Las
universidades se convirtieron en instituciones del estado en 1690 y los exámenes
religiosos fueron puestos en vigor para todos, médicos y funcionarios. Los
currículos y la organización, sin embargo, conservaron durante mucho tiempo sus
rasgos medievales. Durante los Siglos XVII y XVIII, se introdujeron diversas
modificaciones en las carreras; se fundaron nuevas cátedras y mejoraron las
condiciones financieras.
En París este periodo fue testigo de la larga querella entre la universidad y
los jesuitas (Ver COMPAÑÍA DE JESÚS: Historia; Francia), las irrupciones del
galicanismo y del jansenismo, y la sustitución de la supremacía papal por la
real. Ya en 1475 (1457), Carlos VII había colocado la universidad bajo la
jurisdicción del Parlamento; para finales del Siglo XVI la secularización era
completa. Si Richelieu, reconstruyendo la Sorbona, y Mazarino estableciendo el
Collège des Quatre-Nations, realzaron el esplendor externo de la universidad, no
la dotaron de vitalidad suficiente como para detener el nuevo movimiento
filosófico que culminó en la obra de los enciclopedistas y en la Revolución. En
1793 la universidad fue suprimida y con ella todas las demás universidades de
Francia. Napoleón I las reorganizó como facultades bajo la única universidad
imperial situada en París; y esta disposición continuó hasta que, en 1896, se
restauraron las facultades a su rango universitario.
IV. Periodo Moderno
En Alemania, el Siglo XVIII trajo decididos cambios que algunos autores (Paulsen)
consideran el origen de la universidad moderna. Desde Halle, fundada en 1694, la
filosofía racionalista de Christian Wolff se extendió a todas las universidades
protestantes, y desde Göttingen (1737) lo hizo el nuevo Humanismo, especialmente
el estudio del griego. La libertad de investigación se convirtió en el rasgo
característico de la universidad; la clase sistemática reemplazó a la exposición
de textos; los ejercicios de seminario sustituyeron a las disputas; y el alemán
fue utilizado en vez del latín como vehículo de instrucción. La fundación de la
Universidad de Berlín (1800) fue otro avance en el camino de la cultura
científica libre. La filosofía se convirtió en la materia principal de estudio.
Lo siguiente en importancia fue la filología, románica clásica y germana. El
desarrollo del método histórico y su aplicación a todas las ramas de la
investigación están entre los principales logros del Siglo XIX. En ciencias
naturales se reconoció como indispensable la formación en laboratorios, y el
estudio de la medicina se estableció sobre una nueva base mediante métodos de
investigación mejorados. La investigación especializada con becas productivas ,
más que la acumulación de conocimientos, fue tenido por el objetivo de la labor
universitaria. Como resultado los departamentos de ciencias se multiplicaron y
en cada uno de ellos se incrementó rápidamente el número de cursos. Este fue el
caso especialmente en la facultad de filosofía, que llegó a incluir
prácticamente todo lo que no pertenecía a teología, medicina, o derecho. El
grado de licenciado en artes desapareció, el de maestro en artes se refundió con
el doctorado en filosofía, y éste tuvo su significación principal como requisito
para la enseñanza. Se asignó gran importancia a la preparación de los maestros
para escuelas y gimnasios, mientras que en la propia universidad, la selección
de profesores fue asegurad mediante el sistema de los Privatdozents, esto es,
instructores que tenían el privilegio de enseñar pero no derecho oficial ni
salario. Estos instructores a menudo enseñan en varias universidades antes de
ser promovidos al profesorado, y así adquieren una amplia experiencia tanto como
se familiarizan con las condiciones de las diferentes partes del imperio. Los
estudiantes también son animados a pasar de una universidad a otra. Ya no viven
en colegios, ni están exentos del control municipal ni del servicio militar. La
mayor parte de ellos, sin embargo, son miembros de alguna Verein o Verbindung,
que desarrolla el espíritu social, aunque a menudo anima a duelos, borracheras y
otras prácticas que apenas favorecen el progreso intelectual o moral.
En Inglaterra y Escocia el Siglo XIX fue marcado por cambios numerosos y de
largo alcance. Una sucesión de estatutos revisó el sistema de exámenes y grados;
las pruebas religiosas fueron abolidas en las universidades inglesas en 1871, en
las escocesas en 1892; muchos de los juramentos tradicionales desaparecieron, y
las restricciones impuestas por el código isabelino fueron en gran parte
retiradas. La tendencia de la legislación (Leyes de 1854, 1856,1877) estaban en
línea con las reformas recomendadas por la Comisión Real en 1852, esto es, “la
restauración en su integridad de la antigua supervisión de la universidad sobre
los estudios de sus miembros mediante la extensión de sistema profesoral,
añadiendo a ese sistema tantos instrumentos suplementarios como sean precisos
para que pueda obviar las indebidas usurpaciones del de las clases
particulares...la retirada de toda restricción sobre elecciones a las juntas de
gobierno y becas...una adecuada contribución de los fondos colectivos de los
diversos colegios a hacer el curso de la enseñanza pública, llevado a cabo por
la propia universidad, más eficiente y completo”. Este movimiento hacia un
resurgimiento de la autoridad de la universidad ha sido promovido por Lord
Curzon en sus “Principios y métodos de reforma universitaria” (1909). El
monopolio de la educación superior hasta entonces disfrutado por Oxford y
Cambridge fue roto por la creación de nuevas universidades; Durham se estableció
en 1832, y la Universidad de Londres, fundada en 1825 y establecida como una
institución que examinaba y confería grados en 1838, fue reorganizada sobre una
base más amplia en1889.El movimiento de extensión universitaria, inaugurado en
Cambridge en 1867, fue seguido también por Oxford. Las mujeres fueron admitidas
a los exámenes y grados en Londres en 1878, en Cambridge en 1881 y en Oxford en
1884. Las universidades escocesas fueron remodeladas en 1858 y en 1889; el
sistema de estudios y grados fue reorganizado y se consiguió una mayor
uniformidad en su gobierno. En Aberdeen y Glasgow, sin embargo, el rector es
elegido aún por los estudiantes matriculados, que están divididos en cuatro
naciones como en la Edad Media. Las mujeres fueron admitidas como estudiantes en
1892.
Para las primeras fundaciones en América ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS.
En los Estados Unidos las universidades más antiguas se desarrollaron a partir
de colegios modelados según los de Inglaterra; Harvard (1636), Yale (1701),
Princeton (1726), Washington y Lee (1749), la Universidad de Pennsylvania
(1751), King’s, esto es, Columbia (1754), Brown (1764). El primer paso hacia la
instrucción universitaria fue la añadidura de estudios de graduación proseguidos
por estudiantes residentes (mencionados en Harvard hacia fines del Siglo XVIII).
Durante el primer cuarto del Siglo XIX, los estudiantes americanos comenzaron a
estudiar en Alemania y naturalmente, al volver a su propio país, buscaron
introducir elementos de las universidades alemanas. No fue, sin embargo, hasta
1861 que se otorgó el doctorado en filosofía (Yale); desde esa época, las
universidades se han desarrollado rápidamente pero no según un plan uniforme de
organización. En todas estas instituciones hay una combinación de estudios de
graduación e inferiores, y en muchas de ellas departamentos de ciencia pura
existen junto a escuelas profesionales; pero sería imposible seleccionar ninguna
de ellas como la universidad americana típica, y es difícil agruparlas sobre una
base puramente educativa. Esta diversidad es en gran medida debida al hecho de
que las instituciones americanas, especialmente las más recientes, han sido
organizadas para enfrentarse con necesidades reales más que para perpetuar
tradiciones; y puesto que esas necesidades estaban cambiando constantemente, es
bastante comprensible que aparecieran nuevas formas de organización
universitaria y que las formas más antiguas debieran ser revisadas
frecuentemente. Aparte, sin embargo, de los detalles, lo que puede llamarse la
situación de la universidad presenta ciertos rasgos que son dignos de señalarse.
(1) Las universidades más antiguas fueron establecidas y dotadas por individuos
privados, y han conservado su carácter privado. Incluso cuando los estados han
organizado universidades propias, no se han tomado medidas para evitar las
fundaciones privadas; estas últimas son de hecho como de una clase más
influyente que las controladas por el Estado, y, por otro lado, las
universidades privadas están facultadas para dar grados mediante cartas
otorgadas por el Estado. Esta libertad está mucho más de acuerdo con el espíritu
de las instituciones americanas y es más esencial a la prosperidad nacional que
cualquier uniformidad inflexible e inalterable bajo el dominio estatal.
(2) Desde el principio, como declaran explícitamente las cartas más antiguas, la
promoción de la moralidad y la religión, no meramente de forma general, sino de
acuerdo con la fe de alguna denominación cristiana, era una de las finalidades
confesadas de los fundadores; y las escuelas de teología se mantienen aún en
Harvard, Yale, y Princeton. Pero las universidades estatales y casi todas las
universidades privadas fundadas más recientemente excluyen la teología. Hay una
tendencia decidida que cuenta con un poderoso respaldo financiero a hacer la
universidad no-sectaria, eliminando toda prueba religiosa y quitando influencia
a las denominaciones.
(3) Además de las asignaciones estatales, se aportan grandes sumas por personas
individuales a la dotación de las universidades y al establecimiento de
institutos de investigación científica. Tal liberalidad es una evidencia del
interés práctico tomado en la educación, que se considera como el mejor medio de
perfeccionamiento de las condiciones morales, sociales, y económicas. Si el
resultado final será la aplicación de un test del dinero para decidir qué sea y
qué no sea una universidad, dependerá en gran medida de los niveles de cultura
que se adopten y de la idea de sus funciones como poder social que se forme la
institución a la que se confía tanta riqueza.
(4) El carácter práctico de la formación universitaria se muestra por la
atención que se presta a la instrucción técnica en todas sus formas. La
preferencia por la ciencia aplicada manifestada por muchos estudiantes tiene un
serio efecto no sólo en la política y currículo de la universidad, sino también
en la labor de las escuelas secundarias y elementales, en las que el valor
relativo de los estudios vocacionales y culturales se debate intensamente.
(5)Como la eficiencia de la universidad está en parte determinada por la calidad
y extensión de la educación previa del estudiante, uno de los principales
problemas que demandan solución en la actualidad es la relación entre la
universidad y las escuelas preparatorias. En la empresa de garantizar relaciones
satisfactorias entre colegio, escuela superior, y escuela elemental, la
universidad ejerce una influencia que va impregnando más el sistema educativo
conforme éste se articula más completamente. Toda la problemática del ajuste
será resuelta probablemente no tanto por la discusión o la legislación cuanto
por la formación de los profesores, que tiene ahora un destacado lugar en cada
una de las universidades más grandes.
(6) Aunque las mujeres han formado desde hace tiempo la mayoría del profesorado
en las escuelas elementales y públicas, no fueron admitidas en las universidades
hasta aproximadamente mediados del Siglo XIX. El movimiento coeducativo comenzó
en las universidades estatales del Oeste, recibió un nuevo ímpetu en la
Universidad de Michigan en 1870, y luego se extendió rápidamente al Este. En
algunas universidades todos los departamentos de instrucción están hoy abiertos
a las mujeres en pie de igualdad con los hombres; en otras, las mujeres están
excluidas de las carreras de derecho, medicina, e ingeniería y reciben enseñanza
separada en colegios filiales.
(7) En los años recientes, la extensión universitaria, los cursos por
correspondencia, y los exámenes locales han capacitado a la universidad para
ensanchar su esfera de actividad. Puede parecer en realidad que el movimiento
centrípeto que en la Edad Media traía a los estudiantes de todas partes al
studium generale, se hubiera hoy revertido o al menos reconsiderado en dirección
opuesta.
V. Acción Católica
Las universidades de Francia, Italia, y España, aunque afectadas en alguna
medida por la Reforma, habían permanecido leales a la Fe Católica, y conservaron
sus cátedras de ciencia eclesiástica. Lovaina especialmente, mientras
desarrollaba a un alto grado las humanidades, resistió las acometidas del
protestantismo. El Concilio de Trento ordenó que se tomaran disposiciones para
el estudio de la Escritura, que los beneficiados que estudiaban en las
universidades disfrutaran de sus privilegios tradicionales, que los obispos y
otros dignatarios fueran seleccionados con preferencia de entre profesores de la
universidad y graduados (Sess. V, can.i; VII, xiii; XIV, v; XXII, ii; XXIII, vi;
XXIV, viii, xii, xvi, xvii). También dispuso sobre la educación de los
sacerdotes mediante sus decretos relativos al establecimiento de seminarios
eclesiásticos. (Ver SEMINARIOS ECLESIÁSTICOS). Pero la Iglesia no perdió el
interés en las universidades ni desistió de establecer nuevas. A pesar de la
pérdida de rentas derivada de la confiscación de propiedades eclesiásticas, se
fundaron universidades o academias en Dillingen (1549), Würzburg (1575),
Paderborn (1613), Salzburgo (1623), Osnabruck (1630), Bamberg (a648), Olmutz
(1581), Graz (1586), Linz (1636), Innsbruk (1672), Breslau (1702), Fulda (1732),
y Münster (1771). A este periodo pertenecen también las universidades francesas
de Douai (1559), Lille (1560), Pont-à-Mousson, más tarde Nancy (1572), y Dijon
(1722); las italianas de Macerata (1540), Cagliari (1603), y Camerino (1721);
las españolas de Granada (1526) y Oviedo (1574); Manila en Filipinas (1611) y
las fundaciones sudamericanas (ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS). La mayor
parte de estas nuevas universidades fue confiada a los jesuitas, cuyos colegios
rivalizaban con las universidades en materia de estudios clásicos, y las
superaban en cuestión de disciplina. Después de la supresión de la Compañía
(1773), las cátedras que habían ocupado fueron, bien abolidas, bien transferidas
a profesores seculares. Entre los documentos papales tratando de las
universidades deben citarse: la Constitución “Imperscrutabilis”, dirigida por
Clemente XII (4 de Diciembre de 1730) a Felipe V de España respecto a la
Universidad de Cervera; la “Quod divina sapientia”, publicada el 28 de Agosto de
1824 por León XII para la reforma de los estudios en los Estados Pontificios y
algunas otras provincias de Italia; el Breve por el que Gregorio XVI, el 13 de
Diciembre de 1833, aprobó la acción de los obispos belgas de restaurar la
Universidad de Lovaina; y la Carta Apostólica de Pío IX, de 23 de Marzo de 1852,
aprobando los estatutos de la Universidad de Dublín, cuya fundación había sido
decidida por el episcopado irlandés en el Concilio de Thurles en 1850.
Durante la última mitad del Siglo XIX las universidades españolas e italianas
fueron asumidas por el Estado, y las facultades de teología desaparecieron. En
Francia, bajo el actual sistema, no hay ninguna facultad de teología en las
universidades estatales; las facultades católicas de París, Burdeos, Aix, Ruán y
Lyon fueron abolidas en 1882, y las facultades protestantes de París y Montauban
se convirtieron en escuelas teológicas libres en 1905. En 1875, sin embargo, los
obispos franceses establecieron universidades católicas independientes o
institutos en Angers, Lille, Lyon, París y Toulouse. En Alemania, aunque todas
las universidades son instituciones estatales, hay facultades católicas de
teología en Bonn, Breslau, Friburgo, Munich, Münster, Estrasburgo, Tübingen, y
Würzburg. Los profesores son nombrados y pagados por el Estado, pero deben ser
aprobados por los obispos, que tienen también el derecho de supervisar la
enseñanza. Las universidades austriacas, aunque dañadas en el Siglo XVIII por el
jansenismo y modificadas por diversas reformas en el Siglo XIX, conservan
todavía la enseñanza de teología en las facultades de Graz, Innsbruck, Cracovia,
Lemberg, Praga, Olmutz, Salzburgo, y Viena; y en Hungría en Agram y Budapest.
Debe señalarse, sin embargo, que en Alemania y Austria la existencia de una
facultad de teología no hace católica a toda la universidad; las demás
facultades pueden incluir miembros que no profesen dicho credo. Esta situación
naturalmente da origen a dificultades para los estudiantes católicos,
especialmente en filosofía e historia. En países donde se disfrutaba una mayor
libertad, la Santa Sede ha animado a nuevas fundaciones. Pío IX dio carta de
fundación a Laval, Canadá (1876); León XIII a Beirut, Siria (1881), y a Ottawa,
Canadá (1889). La Universidad de Friburgo, Suiza, establecida en 1889, fue
cálidamente aprobada por León XIII. El proyecto de fundar una universidad
católica en los Estados Unidos fue sugerido en el Segundo Concilio Plenario de
Baltimore en 1866; su ejecución fue resuelta en el Tercer Concilio Plenario en
1884, y los estatutos de la Universidad Católica de América fueron aprobados por
León XIII en la Carta Apostólica de 7 de Marzo de 1889.
Ley actual de la Iglesia
Las principales normas ahora en vigor relativas a las universidades son las
siguientes:
Para el establecimiento de una universidad católica completa, incluyendo las
facultades de teología y derecho canónico, es necesaria la autorización del
Papa; y esta sola basta si la fundación se hace con fondos eclesiásticos o
dotación privada. Si se utilizan para esta finalidad fondos públicos del estado,
se debe obtener igualmente autorización del poder civil. La Iglesia, además,
reconoce el derecho del Estado, o de corporaciones o individuos bajo control del
Estado, a establecer facultades puramente seculares, por ejemplo, de derecho o
medicina (Clemente XII, Const. “Imperscrutabilis”, 1730). La Iglesia requiere
que en las universidades fundadas por el poder civil para católicos, las
facultades de teología y derecho canónico, una vez sean establecidas
canónicamente, permanezcan sujetas a la autoridad eclesiástica suprema, y
además, que los profesores en las demás facultades sean católicos y que su
enseñanza esté de acuerdo con la doctrina católica y los principios de una sana
moral.
Tal como aparece en las cartas papales recientes, la universidad disfruta de
autonomía, por ejemplo, en el nombramiento de profesores, la regulación de los
estudios, y la concesión de grados de acuerdo con los estatutos.
Por la Constitución "Sapienti Consilio", de 29 de Junio de 1908, la Congregación
de Estudios está encargada de todas las cuestiones relativas al establecimiento
de nuevas universidades católicas y de los cambios importantes en las ya
fundadas.
Los grados en teología y derecho canónico otorgados sin examen por la Santa Sede
a través de la Congregación de Estudios, dan al que los recibe los mismos
derechos y privilegios que los grados conferidos tras examen por una universidad
católica (Cong. Stud., 19 de Diciembre de 1903; Roviano, “De Jure ecclesiae in
universitatibus studiorum” Lovaina, 1864; Wernz, "Jus Decretalium", III, Roma,
1901).
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Historical Sketches, III (Londres, 1872); DRANE, Christian Schools and Scholars
(2ª ed., Londres, 1881); DENIFLE, Die Universitaten des Mittelalters bis 1400 (1
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1888); HINSCHIUS, System des kathol. Kirchenrechts, IV (Berlín, 1888); RASHDALL,
The Universities of Europe in the Middle Ages (Oxford, 1895); LAURIE, Rise and
Early Constitution of Universities (Nueva York, 1898); NORTON, Readings in the
History of Education: Medieval Universities (Cambridge, Massachusetts, 1909);
WALSH, The Thirteenth the greatest of Centuries (Nueva York, 1910).
Especial.-Francia: Chartularium Univ. Paris., ed. DENIFLE y CHATELAIN (París,
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Universitaten im Mittelalter in VON STREL, Histor. Zeitschr. (1881); IDEM, Gesch.
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BOLONIA, UNIVERSIDAD DE. España: DE LA FUENTE, Hist. de las Universidades. . .en
España (Madrid, 1884-1889). América: ROSS, The Universities of Canada, Appendix
to Report of the Minister of Education (Toronto, 1896); Report of the
Commissioner of Education (Washington, D.C.), una publicación anual; ZIMMERMANN,
Die Universitaten in dem Vereinigten Staaten Amerikas (Friburgo, 1896); PERRY,
The American University in Monographs on Education in the U.S., ed. BUTLER (Albany,
1900); S. DEXTER, A Hist. of Education in the U.S. (Nueva York, 1904); DRAPER,
American Education (Nueva York, 1909). Información relativa a todas las
universidades del mundo se da en Minerva (Estrasburgo), cuyo Handbuch (Manual)(vol.
I, 1911) describe la organización, y el Jahrbuch (Anuario), ahora en su vigésimo
año, contiene anuncios anuales de cursos, equipamiento y estadísticas
EDWARD A. PACE
Transcrito por Michael T. Barrett
Dedicado a las Benditas Ánimas del Purgatorio
Traducido por Francisco Vázquez