Papa
Urbano VI
EnciCato
Bartolomeo Prignano, el primer Papa romano durante el Cisma de Occidente, nació
en Nápoles alrededor de 1318 y murió en Roma el 15 de octubre de 1389 según la
opinión de mucha gente, envenenado por los romanos. A temprana edad emigró a
Aviñón donde se hizo de muchos amigos poderosos. Fue consagrado Arzobispo de
Acerenza en el Reino de Nápoles el 21 de marzo de 1364 y el 14 de abril de 1377
Gregorio XI lo transfirió a la Sede arzobispal de Bari en la costa del
Adriático. En tanto que el Cardenal Vice Canciller Pedro de Pampelon permanecía
en Aviñón se le otorgó a Prignano la administración de la cancillería papal. A
la muerte de Gregorio XI el Cónclave lo propuso como candidato a la tiara.
Favoreciendo su elegibilidad estaba no solo su habilidad para los negocios, su
integridad y conocimiento legal sino también el hecho de ser súbdito de la Reina
Juana de Nápoles. El cónclave de 1378 abierto el 7 de abril (nueve días después
de la muerte de Gregorio XI) estuvo influenciado por la opinión pública romana y
consistió de cuatro cardenales italianos, cinco franceses y siete de la fracción
de Limoges. Los cardenales italianos y franceses aún cuando estaban ansiosos de
sacar adelante a sus propios candidatos, decidieron unánimemente oponerse al de
la facción de Limoges; a pesar de que estos últimos no tenían la fortaleza de
proponer un candidato, deseaban aliarse con los grupos de menor peso y así
alcanzar su objetivo. Su plan, sin embargo fue frustrado ya que los italianos y
franceses habían previamente resuelto elegir a un prelado externo al Sacro
Colegio. Roberto de Ginebra (uno de los cardenales franceses) llegó al extremo
de renunciar su derecho a favor de Prignano como también lo hizo Pedro de Luna
(sucesor de Roberto a la Sede de Aviñón). De esta manera incrementó
considerablemente las posibilidades de Prignano. Así, un italiano aún cuando no
romano estaba respaldado por rivalidad de las facciones. Tal vez los cardenales
italianos y franceses esperaban que al no ser cardenal, sería un Papa dócil y
por esta razón algunos de los miembros del grupo de Limoges, intranquilos por la
coalición de cardenales franceses e italianos fueron atraídos a su candidatura.
Este cónclave fue uno de los más cortos de la historia. Cuando los Cardenales
entraron al Vaticano una parte del populacho se introdujo al palacio y trataron
de extraerles la promesa de que se elegiría un papa italiano. El Cardenal
d’Aigrefeuille declaró que los cardenales no podían hacer tales concesiones, sin
embargo el pueblo desencantado permaneció dentro del Vaticano toda la noche,
bebiendo y gritando: "Romano lo volemo, o al manco Italiano". La mañana
siguiente mientras los cardenales celebraban misa sonó a rebato, y
repentinamente se unieron las campanas de San Pedro. El miedo y el desorden se
apoderaron de los cardenales; el guardián del cónclave les suplicó que se
apresuraran diciendo que el pueblo quería un romano o un italiano y que oponerse
sería peligroso. Entonces Pedro de Luna (Benedicto XIII) propuso la elección del
Arzobispo de Bari añadiendo que como todos sabían, era un hombre de edad madura,
santo y culto. Esta propuesta obtuvo el efecto deseado. Después de algunas dudas
todos los cardenales, con la excepción de Orsini (quien se declaro sin la
suficiente libertad) estuvieron de acuerdo en aceptar a Prignano, sin embargo
prefirieron mantener su elección en secreto hasta asegurarse de que éste
aceptaría. Se le solicitó a Prignano que hiciera acto de presencia en el
Vaticano acompañado de otros prelados para ocultar al pueblo la persona
seleccionada. El alboroto no cedió y los cardenales comenzaron a temer que su
elección no satisfaría a la multitud. Durante una calma se retiraron a desayunar
y reanudaron la elección de Prignano. Habiendo sido establecidos la legalidad y
ratificada la elección, Orsini anunció al pueblo la elección del papa omitiendo
mencionar el nombre. Pronto varias suposiciones corrieron entre la multitud,
algunos decían que el elegido era Tebaldeschi (un anciano Cardenal italiano) y
otros que Juan de Bar (uno de los odiados sirvientes de Gregorio) habría sido
elegido. La confusión aumentó. Repentinamente los cardenales tomaron una
decisión desesperada. Presentaron al pueblo a Tebaldeschi con la insignia papal
y comenzaron el "Te Deum" sin prestar atención al rechazo y las protestas. En
tanto, Prignano había llegado al Vaticano y declaró que aceptaba la dignidad
papal y el homenaje de todos los cardenales. Una cosa parece evidente: en el
momento en que los cardenales consideraron la selección de Prignano como válida,
eliminaron todas las dudas con una reelección y lo honraron como el válido
sucesor de San Pedro.
Es de lamentarse que después de la elección Prignano no mostró las cualidades
que lo habían distinguido antes. Enseguida riñó con el Sacro Colegio. Deseoso de
cambiar la Iglesia de la cabeza a los pies, comenzó correctamente con una
reforma a la Curia aún cuando no fue con la debida prudencia. No fue inteligente
abusar de los cardenales y altos dignatarios de la Iglesia e insultar a Otón de
Brunswick (esposo de Juana de Nápoles). A pesar de esto sin embargo, en un
principio la opinión pública le fue favorable y no sólo los cardenales en Roma
sino también los seis de Aviñón se plegaron a él. Sin embargo la tempestad que
se desató en Fondi en septiembre de ese mismo año ya estaba haciendo fermento en
Roma a las pocas semanas de su elección. Los embajadores de Urbano sin duda
imitando a los cardenales franceses y de Limousin dejaron Roma demasiado tarde
cuando las calumnias ya estaban ampliamente difundidas sobre la ilegitimidad de
la elección Papal. Con el terreno así preparado, la oposición ganó fuerza en
Roma; el castillo de San Angelo nunca ondeó los colores de Urbano y los
descontentos encontraron ahí refugio y la protección de la tropa. El calor de
principios de mayo le dió a los cardenales insatisfechos un pretexto para salir
de Roma a Anagni pero no se hizo público ningún signo de rebelión, con los
oponentes de Urbano prefiriendo tal vez mantener su proyecto en secreto por el
momento. Eventualmente se levantaron las sospechas papales y en junio solicitó a
los tres cardenales romanos que no habían seguido a los otros que se les unieran
y trataran de restablecer mejores relaciones. Los cardenales franceses renovaron
su voto al Papa pero se reunieron el mismo día para establecer la ilegalidad de
la elección de abril. Y además se ganaron eventualmente a los miembros italianos
del Sacro Colegio.
Entre tanto, en nombre del Papa los cardenales señalados propusieron dos
expedientes para zanjar las diferencias: un concilio general o un compromiso.
Estos medios fueron ambos usados durante el Cisma de Occidente. Pero los
oponentes de Urbano decidieron el uso de medidas violentas e hicieron públicas
sus intenciones en una carta sumamente impertinente. Esta carta fue seguida el
dos de agosto por la famosa "Declaración", un documento más apasionado que
exacto, que asumía a la vez las parte de historiador, jurista y acusador. Siete
días más tarde publicaron una encíclica repitiendo las acusaciones falsas e
injuriosas contra Urbano y el 27 de agosto dejaron Anagni para Fondi donde
gozaban la protección de su señor (el archi enemigo de Urbano) y estaban cerca
de Juana de Nápoles, ésta última habiendo mostrado en un principio gran interés
por Urbano pero pronto decepcionada por su comportamiento caprichoso. El 15 de
septiembre los tres cardenales italianos se unieron a sus colegas influenciados
tal vez por la esperanza de llegar ellos mismos al papado o temerosos tal vez de
las noticias de que Urbano estaba a punto de crear veintinueve cardenalatos para
suplir las vacantes dejadas por los trece franceses. Carlos V de Francia cada
vez más dudoso de la legitimidad de la elección de Urbano, alentó a la facción
de Fondi a elegir un Papa legal y más del gusto de Francia. El 18 de septiembre
llegó una carta de él en la que apresuraba una solución violenta. El 20 de
septiembre Roberto de Ginebra fue elegido Papa, y en este día comenzó el Cisma
de Occidente.
Los italianos se abstuvieron de la elección pero estaban convencidos de su
carácter canónico. Roberto asumió el nombre de Clemente VII. Los fieles a los
papas asumieron limites definidos entre septiembre de 1378 y junio de 1379. Toda
la Europa occidental (con excepción de Inglaterra, Irlanda y los dominios de
Inglaterra en Francia) se sometieron a Clemente VII; la mayor parte de Alemania,
Flandes e Italia (con la excepción de Nápoles) reconocieron a Urbano. Los fieles
a Urbano eran más numerosos, los de Clemente más impresionantes. Entretanto,
Urbano nombró 28 cardenales, cuatro de los cuales rechazaron el purpurado. Es
muy difícil definir con exactitud que tanto del cisma puede ser atribuido al
comportamiento de Urbano. Indiscutiblemente el largo exilio en Aviñón fue su
causa principal ya que disminuyó el reconocimiento a los papas e incrementó
inversamente la ambición de los cardenales, quienes siempre estaban luchando
para obtener mas influencia en el gobierno de la Iglesia. Cualesquiera que hayan
sido las causas de este suceso, lo cierto es que la elección de Urbano fue legal
y la de Clemente no canónica.
Si los primeros días del pontificado de Urbano fueron ingratos, su mandato fue
una serie de tragedias. Es verdad que logró con éxito retomar el castillo de San
Angelo y dominar una revuelta de los romanos, pero estos fueron los únicos
éxitos alcanzados. Pronto Nápoles estuvo en agitación. La reina Juana se inclinó
hacia los clementinos y fue depuesta por Urbano. Carlos de Durazzo tomó su
lugar. Colocó bajo arresto a la reina y tomó posesión del reino, pero pronto
perdió el favor del Papa por no cumplir sus compromisos con Francisco Prignano
(el sobrino indigno e inmoral de Urbano), con lo que Urbano no esté libre del
cargo de nepotismo. Enseguida en contra del consejo de sus cardenales, el Papa
se dirigió al sur de Italia y fue recibido por el mismo rey en Aversa pero fue
hecho prisionero la noche de su llegada (30 de octubre de 1383). Con la
intervención de sus cardenales se llegó a un acuerdo y Urbano dejó Aversa para
dirigirse a Nocera. Ahí tuvo que soportar el más indigno trato de Margarita, la
esposa de Carlos. El malentendido entre Urbano y Carlos se acrecentó aún más,
después de la muerte de Luis de Anjou, enemigo de éste último; el Papa, terco e
intratable continuó con una actitud medio hostil, medio dependiente hacia Carlos
y creó catorce cardenalatos con solamente los napolitanos aceptando la dignidad.
Día a día se distanciaba de los miembros más ancianos del Sacro Colegio. Nadie
enterado de las ideas corrientes en ese entonces en el Sagrado Colegio se
sorprendería de que el ejemplo de 1378 tomara adeptos. Muy irritados por el
desconsiderado comportamiento de Urbano, los cardenales Urbanitas llegaron a un
modo más practico de acción; propusieron deponerlo, o al menos arrestarlo. Pero
el complot le fue revelado y seis de ellos fueron hechos prisioneros y
confiscadas sus posesiones. Los que no confesaron fueron torturados y el Rey y
la Reina de Nápoles fueron excomulgados ya que se sospechaba eran cómplices.
Como consecuencia Nocera fue sitiada por el Rey, Urbano defendió con gallardía
el lugar, anatematizando de dos a tres veces diarias a sus enemigos desde las
murallas. Después de casi cinco meses el cerco a Nocera fue roto por los
Urbanitas con Urbano escapando a Barletta, desde donde una flota genovesa lo
llevó a él y a los cardenales prisioneros a Génova. Durante el viaje, el obispo
de Aquila, uno de los conspiradores fue ejecutado y los cardenales con la
excepción de Adán Aston fueron ejecutados en Génova a pesar de la intervención
de Dogo. Puede asegurarse que los cardenales habían conspirado contra Urbano con
vistas a deponerlo, pero que pretendieran quemarlo como hereje puede ser solo un
rumor fantasioso. De todas formas, él actuó de manera muy torpe tratándolos tan
cruelmente ya que entonces alienó a algunos fieles seguidores, como lo muestra
el manifiesto de cinco cardenales que permanecieron en Nocera y renunciaron a su
obediencia hacia él.
A la muerte del Rey Carlos asesinado en Hungría (febrero de 1386) nuevamente
Urbano trató de establecer su autoridad en el reino; salió a Lucca rechazando
tratar con la Reina-Viuda Margarita y rechazó la propuesta de un Concilio
general que proponían algunos príncipes alemanes a la insistencia de Clemente
VII aún cuando él previamente había propuesto el mismo expediente. Insultó a los
embajadores y presionó al Rey alemán Wenceslao a que viniera a Roma. En agosto
de 1387 proclamó una cruzada en contra de Clemente y en septiembre salió a
Perugia donde permaneció hasta agosto de 1388, reclutando soldados para una
campaña contra Nápoles que había caído nuevamente en manos de los clementinos y
cuya posesión era muy importante para su seguridad. Al no recibir su paga, la
tropa desertó y Urbano regresó a Roma donde su temperamento refractario le trajo
dificultades que solo pudo eliminarlas una interdicción. También fue en Roma
donde fijó el intervalo de treinta y seis años entre jubileos, el primero de los
cuales habría de celebrarse el siguiente año, 1390.
Pero no vivió para abrirlo. Urbano habría sido un buen Papa en circunstancias
más pacificas, pero ciertamente fue incapaz de curar las heridas que la Iglesia
había recibido durante el exilio de Aviñón. Si el genio de un Gregorio VII o un
Inocente III fue apenas capaz de triunfar sobre las ambiciones de los
cardenales, la mala conducta de la alta y baja clerecía y la indisciplina del
laicado, estos obstáculos sólo podían llevar al naufragio al inestable y
pendenciero Urbano.
WILLIAM MULDER
Transcrito por Carol Kerstner
Traducido por Felipe J. Pérez Sariñana