Reino
Latino de Jerusalén
(1099-1291)
EnciCato
El Reino Latino de Jerusalén fue fundado como resultado de la Primera Cruzada en
1099. Destruido por primera vez por Saladino en 1187, fue de ahi reestablecido
alrededor de San Juan de Acre y mantenido hasta la captura de esa ciudad en
1291. Durante estos dos siglos fue para Europa Occidental un verdadero centro de
colonización. Como una propiedad de la cristiandad, retuvo su carácter
internacional hasta el final, aunque el elemento francés predominaba entre los
señores feudales y los oficiales del gobierno, los italianos por otrro lado
adquirieron preponderancia económica en las ciudades.
1. Reyes y Sucesión en el Trono
La sucesión de los reyes es como sigue:
Godofredo de Bouillon, elegido Señor de Jerusalén el 22 de julio de 1099, no
asumió la corona real y murió el 18 de julio de 1100, habiendo fortalecido la
nueva conquista con su victoria sobre los egipcios en Ascalón (12 de agosto de
1099).
Después de su muerte los barones invitaron a su hermano, Balduino, Conde de
Edesa, para asumir el liderazgo de Jerusalén. Balduino aceptó y fue coronado Rey
de Jerusalén por el Patriarca Daimberto en la basílica de Belén (25 de diciembre
de 1100). Balduino I (1100-118) fue el verdadero fundador del reino. Con la
ayuda de nuevos cruzados y especialmente la ayuda de las flotas genovesa, pisana
y veneciana tomó posesión de las principales ciudades de la costa de Siria.
Además, el Condado de Trípoli y el Principado de Edesa se volvieron feudos del
nuevo reino, pero el Principado de Antioquía conservó su independencia. Balduino
I atacó también al Califato de Egipto pero murió en El-Arish (1118) en el curso
de su expedición.
Su sobrino, Balduino de Burgo, Conde de Edesa, fue escogido por los barones para
sucederlo. Balduino II (1118-1131), quien había seguido a Godofredo de Bouillon
en la cruzada, era un valiente caballero y, en 1124, tomó posesión de Tiro. En
1129 casó a su hija Melisenda con Fulco, Conde de Anjou, quien era el padre de
Godofredo Plantagenet y tenía ya sesenta años de edad.
Fulco (1131-1141) sucedió a su suegro.
Bajo su hijo, Balduino III (1144-1162), quien se casó con Teodora Comnena, el
reino alcanzó sus mayores dimensiones después de la captura de Escalón (1153),
pero el principado de Edesa le fue arrebatado en 1144.
Amalrico I (1162-1174), hermano de Balduino III, lo sucedió en el trono a su
muerte, tenía apenas 27 años de edad. Fue uno de los soberanos más brillantes de
Jerusalén, y pensó sacar partido de la anarquía que prevalecía en Egipto
apoderándose de ese país, llegó al Cairo en dos oportunidades (1167 y 1168); y,
por el momento, mantuvo a Egipto bajo su protectorado. Pero la formación del
poder de Saldino pronto puso en peligro al reino.
Amalrico murió prematuramente en 1174, dejando como su sucesor a su hijo
Balduino IV (1174-1185), un hombre muy bien dotado, quien había sido alumno de
Guillermo de Tiro, pero fue atacado con lepra y quedó incapacitado para hacerse
cargo de los asuntos. Primero reinó bajo la tutela de Milón de Planci y,
asistido por Renaud de Chatillon, inflingió una derrota sobre Saladino en Ramleh
(1177).
Para 1182 la terrible enfermedad había ganado tanto terreno que el desafortunado
Balduino “el Leproso” (“le Mesel”) hizo coronar al hijo de su hermana Sibila y
del Conde de Monferrato bajo el nombre de Balduino V. También hizo que Sibila
tomara como segundo esposo a Guido de Lusignan, quien se había puesto al
servicio de Balduino y había sido nombrado por él como regente del reino. Sin
embargo, como Guido parecía incompetente, los barones le arrebataron la regencia
y la confiaron a Raimundo, Conde de Trípoli. Balduino IV murió en 1185, a la
edad de 25 años, sin haberse casado, y dejó al reino como presa de discordia y
expuesto a los ataques de Saladino.
El joven Balduino V, su sobrino, murió en 1186, supuestamente envenenado.
Debido principalmente a la mediación de Renaud de Chatillon que los barones
eligieron a Guido de Lusignan (1186-1192) y Sibila soberanos de Jerusalén.
Incapaz de defender su reino contra Saladito, Guido fue hecho prisionero en la
batalla de Tiberíades (4 de julio de 1187), a la cual le siguió la captura de
Jerusalén (2 de octubre), y compró su libertad cediendo Ascalón a Saladino. El
reino de Jerusalén fue destruido. Luego se desarrolló la Cruzada de san Juan de
Acre, de la cual Guido comenzó el asedio en 1188. Sin embargo, la Reina Sibila
murió en 1190 y Conrado de Monferrato, quien se había casado con Isabela, la
hermana de Sibila, disputó el título de rey con Guido de Lusignan, y esta
rivalidad duró a lo largo del asedio de san Juan de Acre, cuya ciudad capituló
el 11 de julio de 1191. El 28 de julio, Ricardo Corazón de León, Rey de
Inglaterra, impuso su arbitramiento sobre los dos rivales y decidió que Guido
debería ser rey mientras viviera y dejar a Conrado como su sucesor, éste último
recibió Beirut, Tiro y Sidón como garantías; pero el 29 de abril de 1192,
Conrado fue asesinado por emisarios del “Anciano de las Montañas”. Guido, por su
parte, renunció al título de rey (mayo de 1192) y compró la isla de Chipre a los
Templarios.
Murió en 1194 y su viuda nombró a Enrique I, Conde de Champagne (1194-1197),
quien fue elegido rey, pero en 1197 Enrique murió en un accidente.
Isabela se casó con un cuarto marido, Amalrico de Lusignan (1197-1205), hermano
de Guido y Rey de Chipre. El cambio en el curso de la cruzada a Constantinopla
lo obligó a terminar una tregua con los musulmanes. Amalrico murió en 1205.
Dejó a una sola hija, Melisenda, quien se casó con Bohemundo IV, Príncipe de
Antioquía. Sin embargo, fue a María, hija de Isabela y Conrado de Monferrato, a
quien los barones le dieron su preferencia, y le solicitaron al Rey de Francia
que le proporcionara un marido.
Felipe Augusto por consiguiente eligió a Juan de Brienne (1210-1225), quien dudó
por largo tiempo antes de aceptar y no llegó a Palestina hasta 1210, obteniendo
antes del papa una considerable cantidad de dinero como préstamo. Dirigió la
Cruzada de Egipto en 1218 y, después de su derrota, vino a occidente a pedir
ayuda. Hermann von Salza, el Gran Maestre de los Caballeros Teutónicos, le
aconsejó dar en matrimonio al Emperador Federico II a su única hija, Isabela
(Yolanda).
En 1225, Enrique de Malta, Almirante de Sicilia, llegó en busca de la joven
princesa a san Juan de Acre y el 9 de noviembre ella se casó con Federico II en
Brindisi. Inmediatamente después de la ceremonia, el emperador declaró que su
suegro debería renunciar al título de Rey de Jerusalén, y él mismo lo adoptó en
todos sus actos. Después de la muerte de Isabela, de quien tuvo un hijo,
Conrado, Federico II intentó tomar posesión de su reino y cumplir su voto de
cruzado, cuya ejecución había pospuesto por mucho tiempo, y desembarcó en san
Juan de Acre (septiembre de 1228), excomulgado por el papa y sin el favor de sus
nuevos súbditos. Por medio de un tratado firmado con el Sultán de Egipto,
Federico recuperó Jerusalén y el 18 de marzo de 1229, sin ningún tipo de
ceremonia religiosa, asumió la corona real en la iglesia del Santo Sepulcro.
Habiendo confiado la regencia a Balian d’Ibelin, Señor de Sidón, regresó a
Europa. Para fortalecer su poder en el Este envió a san Juan de Acre a Ricardo
Filagieri, mariscal del Imperio, a quien nombró baile (guardián) del reino. El
nuevo regente combatió la influencia de los ibelinos y trató de asegurar la
posesión de la isla de Chipre, pero fue conquistado y tuvo que contentarse con
colocar una guarnición imperial en Tiro (1232).
En 1243 Conrado, hijo de Federico II, alcanzó la mayoría de edad, la corte de
barones declaró que la regencia del emperador debería terminar, e invitaron al
legítimo rey a venir en persona y ejercer sus derechos. Alicia de Champagne,
Reina de Chipre e hija del Rey Enrique I, reclamó la regencia bajo la base de
ser la pariente más cercana de Isabela de Brienne; y le fue conferida a ella y a
su segundo esposo Rafael, Conde de Soissons, la guarnición imperial, sitiado en
Tiro, siendo forzado a capitular.
A la muerte de Alicia (1244) su hijo Enrique de Lusignan, Rey de Chipre, asumió
la regencia pero, en el mes de septiembre de 1244, una tropa de kharizmianos se
apoderó de Jerusalén, al tiempo que los mongoles amenazaban Antioquía. Después
de su Cruzada de Egipto, san Luis desembarcó en san Juan de Acre (1250) y
permaneció cuatro años en Palestina, poniendo las fortalezas del reino en un
estado de defensa y esforzándose por reconciliar a los barones divididos. Sin
embargo, en el momento justo en que los estados cristianos estaban amenazados
por los mongoles y los mamelucos de Egipto, las luchas internas estaban en su
apogeo.
En 1257, Enrique de Lusignan había muerto, algunos de los barones reconocieron a
la Reina Plaisance regente en nombre de su hijo Hugo II, mientras otros le daban
su apoyo a ningún otro que a Conradino, nieto de Federico II. Más aún, la guerra
civil había estallado en Acre entre los genoveses y los venecianos, entre los
hospitalarios y los templarios, y el 31 de julio de 1258, los venecianos
destruyeron la flota genovesa anclada frente a Acre. El Sultán mameluco Bibars,
“el Ballestero” (El-Bundukdáree), recomenzó la conquista de Siria sin encontrar
ninguna resistencia y, en 1268, las últimas ciudades cristianas, Trípoli, Sidón
y Acre fueron aisladas una de otra.
El Rey Hugo II de Lusignan había muerto en 1267, y su sucesión estaba en disputa
por su sobrino, Hugo III, quien ya era Rey de Chipre, y María de Antioquía cuyo
abuelo materno era Amalrico de Lusignan. En 1269 los barones reconocieron a Hugo
III, pero el nuevo rey, incapaz de controlar la escasa disciplina de sus
súbditos, se retiró a Chipre después de nombrar a Balián d’Ibelin regente del
reino (1276). Pero en 1277, María de Antioquía vendió sus derechos a Carlos de
Anjou, Rey de Nápoles, quien, pensando en someter el Este, envió una guarnición
bajo el comando de Rogelio de san Severino, a ocupar Acre.
Después del siciliano Verspers (1282), el cual arruinó los proyectos de Carlos
de Anjou, los habitantes de Acre expulsaron a su senescal y proclamaron a
Enrique II de Chipre (15 de agosto de 1286) como su rey. Pero al mismo tiempo
los remanentes de las posesiones cristianas fueron duramente acosados por los
mamelucos. El 5 de abril de 1291, el Sultán Malek-Aschraf apareció ante san Juan
de Acre y, a pesar del coraje de sus defensores, la ciudad fue tomada por asalto
el 28 de mayo. El Reino de Jerusalén dejó de existir, y ninguna de las
expediciones del siglo catorce tuvo éxito en reestablecerlo.
El título de Rey de Jerusalén continuó usándose en un espíritu de rivalidad: por
los Reyes de Chipre pertenecientes a la Casa de Lusignan; y las dos Casas de
Anjou, las cuales reclamaban mantener sus derechos de María de Antioquía. En
1459, Carlota, hija de Juan III, Rey de Chipre, se casó con Luis de Saboya,
Conde de Ginebra, y en 1485 cedió sus derechos sobre Jerusalén a su sobrino
Carlos de Saboya; de ahí, desde esa época hasta 1870, el título de Rey de
Jerusalén fue ostentado por los príncipes de la Casa de Saboya.
2. Instituciones y Civilización
Hacia la mitad del siglo doce, cuando el Reino de Jerusalén poseía sus
dimensiones más grandes, comprendía toda la costa de Siria desde Beirut al norte
hasta Rafia al sur. En el noreste su territorio, limitado por el distrito del
Líbano, el cual lo separaba del principado musulmán de Damasco, tenía a duras
penas unas pocas leguas de ancho; en el sureste se extendía más allá del Mar
Muerto y el Jordán, tan lejos como el desierto de Arabia e incluía además el
puerto de Ayla, en el Mar Rojo. En el norte el Condado de Trípoli estaba bajo el
dominio del Rey de Jerusalén. Pero en el interior del reino el poder del rey
estaba entorpecido por numerosos obstáculos, y la soberanía pertenecía menos al
rey que a un cuerpo de feudatarios cuyo poder estaba centralizado en la Alta
Corte, compuesta por vasallos. Su autoridad gobernaba incluso la sucesión al
trono, en caso de disputa entre dos miembros de la familia real; tenía el poder
de dictar leyes o “decretos”, y a su iniciativa se debe la compilación de los
“Decretos de Jerusalén”, equivocadamente atribuidas a Godofredo de Bouillon. El
rey tomaba un juramento en presencia de esta corte y no tenía derecho a
confiscar ningún feudo a menos que estuviera de acuerdo con un dictamen de dicha
asamblea. Además, si el rey violaba sus juramentos, los jurados proclamaban
formalmente el derecho de los señores feudales para resistir. La Alta Corte,
presidida por el condestable o el mariscal, se reunía únicamente cuando era
convocada por el rey; en asuntos judiciales constituía el tribunal supremo y sus
juicios no eran apelables: "Nulle chose faite par court n'en doit estre desfaite"
(Decretos, I, clxxvii). Una “Corte de los Burgueses”, organizada en el siglo
doce, tenía una jurisdicción análoga sobre los ciudadanos y podía sentenciar al
exilio o aún condenar a muerte. En los grandes feudos cortes mixtas de
caballeros y ciudadanos tenían un control similar independiente del señor
feudal. Aún dentro de estos límites el rey era incapaz de obligar a los vasallos
a cumplir con sus obligaciones feudales. Viviendo en castillos inexpugnables,
cuya arquitectura había sido perfeccionada siguiendo modelos musulmanes, los
nobles llevaban una vida prácticamente independiente. Un feudo como el de
Montreal con sus cuatro castillos de Crac, Crac de Montreal, Ahamant y Vau de
Moyse, situados entre el Mar Muerto y el Mar Rojo, formaba un estado realmente
independiente. Renaud de Chatillon, quien se convirtió en Señor de Montreal en
1174, hizo por sí mismo la guerra a los musulmanes, a quienes aterrorizó con su
patrulla en el Mar Rojo, y su política individual era opuesta a la del Rey
Balduino VI, quien era incapaz de evitar que le hiciera la guerra a Saladino.
La Iglesia, en este periodo, era también un poder independiente de los reyes, y,
con la excepción del rey, el Patriarca de Jerusalén era el personaje más
importante en el reino. Después de la Primera Cruzada una Iglesia Latina muy
poderosa se estableció en Palestina; se fundaron numerosos monasterios que
recibieron grandes donaciones de propiedad territorial en Palestina al igual que
en Europa. Algunos patriarcas, especialmente Daimberto, quien estaba enemistado
con Balduino I, también se esforzaron por fundar un poder completamente
independiente de la realeza; sin embargo, ambos poderes vivieron generalmente en
armonía. El Patriarca de Jerusalén, quien era elegido por el clero y aclamado
por el pueblo, tenía su poder confirmado por el papa, quien continuaba
ejerciendo gran autoridad en Palestina. Más aún, las órdenes religiosas de
caballería, los Hospitalarios de san Juan, organizada en 1313, los Templarios
fundada por Hugo de Payens en 1128, y los Caballeros Teutónicos creada en 1143,
formaban poderes regulares, igualmente independientes de la Iglesia y el Estado.
La mayoría lujosamente dotados, pronto se apropiaron de un incalculable número
de feudos y castillos en Palestina y en Europa. En asuntos espirituales eran
súbditos directos del papa; pero el rey no podía interferir en sus asuntos
temporales, y cada una de las tres órdenes tenía su propio ejército y ejercía el
derecho de terminar los tratados con los musulmanes.
Aunque la autoridad real estaba restringida a límites bastante estrechos por
estos diferentes poderes, no obstante tenía éxito al disponer de los recursos
adecuados para la defensa de los estados cristianos. Sus ingresos financieros
eran más considerables que aquellos de la mayoría de los príncipes europeos del
siglo doce, entre las fuentes de recursos más rentables estaban los deberes de
aduanas obligatorios en todos los puertos y de los cuales se mantenía un
registro por nativos que escribían en árabe. El rey también cobraba peaje a las
caravanas, tenía el monopolio de ciertas industrias y el derecho exclusivo de
acuñar moneda. A veces obtenía permiso de la corte de barones para cobrar
impuestos extraordinarios; y en 1182, para enfrentar la invención de Saladino
todos los ingresos, aún aquellos de la Iglesia, fueron sujetos a un impuesto del
dos por ciento. Aunque los reyes del siglo doce estaban rodeados por altos
oficiales, y mantenían una corte suficientemente grande, en la cual regía la
etiqueta bizantina, ellos dedicaban la mayor parte de sus ingresos a la defensa
de su reino. Sus vasallos debían servicio militar, ilimitado en cuanto a tiempo,
contrario a las costumbres occidentales prevalecientes, pero a cambio ellos
recibían pago. Aún más, el rey alistaba nativos o extranjeros, concediéndoles
una renta vitalicia – o feudo de soudée; una caballería ligera de turcos montada
y equipada al estilo sarraceno, arqueros maronitas del Líbano, y una infantería
armenia y siria completaban la lista de este ejército cosmopolita del cual la
fuerza efectiva era apenas de veinte mil hombres, de los cuales algunos cientos
eran caballeros. A estos recursos regulares debemos añadir las bandas de
cruzados que llegaban constantemente de Europa, pero cuya turbulencia y falta de
disciplina frecuentemente los convertía más en un estorbo que en una ayuda;
además, muchos consideraban que, una vez habiendo entrado en combate con los
musulmanes, habían cumplido sus votos y entonces regresaban a Europa, de esta
manera la lucha constante era casi imposible. Esto explica por qué el Reino de
Jerusalén durante dos siglos no pudo disputar el suelo palmo a palmo a los bien
organizados estados musulmanes formados contra él.
Sin embargo, a pesar de la organización imperfecta, la prosperidad económica del
reino latino alcanzó un extraordinario nivel de desarrollo en el siglo doce.
Para repoblar el país, Balduino I utilizó incentivos para las comunidades
cristianas que moraban más allá del Jordán; en 1182 los maronitas del Líbano se
retractaron de su herejía monotelita. La mayoría de los nativos lo hicieron y
constituyeron la influyente clase media o burgueses de las diferentes ciudades,
teniendo el derecho de poseer la tierra y una administración autónoma bajo
magistrados llamados reis. En los puertos, las ciudades italianas de Génova,
Venecia y Pisa, y las ciudades francesas de Marsella, Narbona, etc., recibieron
concesiones de casas y aún distritos independientes administrados por sus
propios cónsules. Cada una de estas colonias tenía tierras o casaux en las
afueras de la ciudad, donde se cultivaba algodón y caña de azúcar; los
mercaderes coloniales tenían el monopolio del comercio entre Europa y Oriente, y
cargaban sus barcos con costosas mercancías, especias, seda de China, piedras
preciosas, etc., que las caravanas traían del interior de Asia. Las industrias
particulares de Siria, la fabricación de materiales de seda y algodón, las
tintorerías y las fábricas de vidrio de Tiro, etc., todas ayudaban a alimentar
este comercio, al igual que los productos agrícolas. A cambio, los barcos
occidentales llevaban a Palestina productos europeos necesarios para los
colonos; dos flotillas navegaban al año desde los puertos occidentales, en
Pascua y cerca de la fiesta de san Juan, asegurando de esta manera la
comunicación entre Palestina y Europa. Gracias a este comercio, durante el siglo
doce el Reino de Jerusalén se convirtió en uno de los estados más prósperos de
la cristiandad. En los castillos, como en las ciudades, los caballeros
occidentales amaban rodearse con extraordinarios equipos y muebles escogidos,
estos últimos por lo general de fabricación árabe. En Palestina había un marcado
desarrollo conjunto de las líneas artísticas y las iglesias se erigían en los
pueblos de acuerdo con las reglas de la arquitectura romana. Aún en la
actualidad, la catedral de san Juan en Beirut, construida alrededor de 1130-1140
y transformada en mezquita, nos muestra el estilo seguido por los arquitectos de
Occidente, su estructura recuerda aquella de los monumentos de Limousin y
Lenguedoe. El marfil utilizado como encuadernación para el Salterio de Melisenda,
hi hija de Balduino II, y preservado en el Museo Británico, muestra una curiosa
decoración en la cual se combinan diseños de arte bizantino y árabe. Pero fue la
arquitectura militar la que alcanzó el mayor desarrollo y probablemente
proporcionó modelos a Occidente; todavía en la actualidad las ruinas del Crac de
los Caballeros, construido por los hospitalarios, asombra al observador por su
galería doble, sus torres masivas y pasillos elegantes. El Reino de Jerusalén,
establecido como resultado de la Primera Cruzada, fue entonces uno de los
primeros intentos de colonización hecho por los europeos.
LOUIS BRÉHIER
Transcrito po Donald J. Boon
Traducido por Mauricio Acosta Rojas