Odio
EnciCato
El odio en general es una intensa repulsión que una persona le dispensa a otra,
o a alguna cualidad que se identifica con el objeto de nuestro disgusto. Los
teólogos mencionan dos aspectos distintos de este tipo de pasión:
El primero de estos dos aspectos (odium abominationis , o sentir repugnancia
intensa) se refiere a una sensación de desagrado mayúsculo que se centra
principalmente en los atributos que posee una persona y únicamente de manera
secundaria en la persona misma.
El segundo aspecto (odium inimicitiae, hostilidad o enemistad) apunta
directamente a la persona. Quien experimenta este tipo de aversión por alguien
se complace en una actitud que busca señalar todo lo que de malo o desagradable
pueda encontrarse en ese ser, objeto de su pasión. Quien es hostil a otro,
siente una satisfacción feroz al desacreditar a quien se odia, y desea que el
destino de esa persona resulte adverso, ya sea en lo general o en un aspecto
especifico.
La hostilidad es una falta de caridad, que es siempre pecaminosa y puede llegar
a ser grave. El primer aspecto del odio, sin embargo, que más bien implica
desaprobar lo que es malo, no siempre es un pecado e incluso puede llegar a ser
una virtud cuando lo que nos repugna es una falta en contra de la ley moral. En
este caso, no sólo puedo reprobar lo que es malo, sino que debería de hacerlo.
Más aún, uno puede, sin temor a pecar, detestar el mal y a quien lo infringe a
otros. Por ejemplo, no constituiría una falta el pedir en oración por la muerte
de un miserable que se dedicara a acosar ferozmente a cristianos inocentes. Es
claro que este celo aparente no puede servir de excusa para alimentar algún tipo
de rencor injustificado hacia algo o alguien.
No debemos considerarnos en pecado aún cuando el motivo de nuestro disgusto
fuese personal y surgiese como una reacción al daño que otros nos hubieran
causado, a menos que además de indignación cediéramos a una aversión
injustificada debido al dolor que hubiéramos experimentado. Una reacción
desproporcionada es lo que puede hacer la diferencia entre cometer una falta
grave o venial.
Cuando por un alcance inconcebible de maldad humana, el objeto de nuestro odio
sea Dios mismo, entonces sí que la magnitud de la falta puede considerarse como
espantosamente grave. Si se trata de un sentimiento de enemistad (odium
inimicitiae) lo que mueve al pecador a odiar a Dios, en su Persona, es decir, a
renegar de las cualidades divinas precisamente por ser propias de Dios, entonces
tenemos ante nosotros que en la jerarquía de lo que consideramos pecaminoso, hay
una falta muy grave. De hecho, una actitud semejante a la que acabamos de
describir es considerada como diabólica. Aquí, la voluntad humana se desprende
inmediatamente de Dios; en otras circunstancias de pecado, lo anterior sólo
sucede a consecuencia de, o por mediación de alguna criatura que se ha apartado
de Dios.
Para tener certeza sobre la condición de nuestras faltas, al consultar las
enseñanzas de Santo Tomás (II-II:24:12) y de los teólogos, encontramos que todo
pecado mortal implica la falta de caridad sobrenatural, y conlleva un tipo, ya
sea virtual o interpretativo de odio hacia Dios. Sin embargo, como la
misericordia de Dios es infinita, estos problemas pueden llevarse a la
confesión.
JOSEPH F. DELANY
Transcrito por Randy Heinz, sfo
Traducción: Cecilia Nieto B., México.