Uso
de los Números en la Iglesia
EnciCato
Ningún lector atento del Antiguo Testamento puede dejar de notar un cierto
carácter sacro que parece asignarse a ciertos números específicos, por ejemplo,
siete, cuarenta, doce, etc. No sólo la recurrencia frecuente de estos números
sino su uso ritual o ceremonial, lo que resulta tan significativo. Consideremos,
por ejemplo, el juramento de Abraham (Gen., xxi, 28 sqq.) después de separar
(para el sacrificio) siete corderos hembra, sobre todo cuando recordamos la
relación etimológica entre el término nishba, prestar un juramento, con el
término sheba, (siete). Indicios del mismo uso místico de los números se
encuentran también con frecuencia en la superficie del Nuevo Testamento, sobre
todo en el Apocalipsis. Un autor tan antiguo como San Ireneo (Haer., V, xxx) no
vacila en explicar el número de la bestia 666 (Apoc., xiii, 18) con el término "Lateinos"
dado que el valor numérico de las letras (griegas) que lo componen da el mismo
total (30+1+330+5+10+50+70+200=666); mientras que algunos críticos sobrios de
nuestra época se inclinan por resolver el misterio con base en los mismos
principios cambiando simplemente el término Latinus por las palabras Nero Caesar,
escritas en caracteres hebreos, que dan el mismo resultado. Bajo el término
"Simbolismo" se dirá algo acerca de el origen último del significado místico
asignado a los números. Baste anotar aquí que aunque los Padres han condenado
repetidamente el uso mágico de los números que descendió de las fuentes
babilónicas hasta las épocas pitagóricas gnósticas de su tiempo, y aunque
denunciaron cualquier sistema de filosofía basado en fundamentos exclusivamente
numéricos, consideraron casi unánimemente los números de la Sagrada Escritura
como algo con pleno significado místico y consideraron la interpretación de
estos significados místicos como una rama importante de la exégesis. Para
ilustrar el grado de precaución con el que procedieron, basta referirse a uno o
dos ejemplos notables. San Ireneo (Haer., I, viii, 5 y 12, y II, xxxiv, 4)
analiza a fondo la interpretación numérica gnóstica del santo nombre de Jesús,
como el equivalente a 888, y sostiene que al escribir el nombre en caracteres
hebreos se requiere una interpretación totalmente distinta. Una vez más, San
Ambrosio, al comentar los días de la creación y el Sabbath, sostiene, "EL número
siete es bueno, pero no lo explicamos según la doctrina de Pitágoras y de otros
filósofos, sino según la manifestación y la división de la gracia del Espíritu;
puesto que el profeta Isaías ha enumerado los principales dones del Espíritu
Santo como siete" (Carta a Horontianus). Igualmente, San Agustín, en su
respuesta a Ticonio, el donatista, observa que, "Si Ticonio hubiera dicho que
estas reglas místicas revelaban algunos de los aspectos oscuros de la ley, en
lugar de decir que revelaban todos los misterios de la misma, habría dicho la
verdad" (De Doctrina Christiana, III, xlii). Pueden citarse muchos pasajes de
San Crisóstomo y otros Padres que indican la misma precaución y la misma
renuencia de los grandes maestros cristianos de los primeros siglos de enfatizar
este reconocimiento del significado místico de los números hasta grados
extremos.
Por otra parte, no cabe duda de que, principalmente por influencia de los
preceptos bíblicos, aunque también, en parte, por la prevalencia de toda esta
filosofía de los números alrededor de dichos preceptos, los Padres, hasta el
tiempo de Beda, e incluso después, prestaron mucha atención al significado
sagrado y místico, no sólo de ciertos números en sí mismos sino de los totales
numéricos resultantes de las letras que conforman ciertas palabras. Uno de los
ejemplos más evidentes proviene de uno de los primeros documentos cristianos, no
incluido en el canon de las Escrituras, es decir, la llamada Epístola de
Bernabé, que, según Lightfoot, provendría de fecha tan remota como el año 70 o
79 D.C. Este documento hace referencia a Gen., xiv, 14 y xvii, 23, como una
indicación mística al nombre y a la oblación propia del Mesías por venir. "Ha de
saberse, por lo tanto", dice el autor, "Que Abraham, quien primero dispuso la
circuncisión, vio al futuro en espíritu, hasta Jesús, cuando se circuncidó,
habiendo recibido las órdenes de tres letras. Porque dice la Escritura, Y
Abraham circuncidó dieciocho y trescientos hombres de su familia. ‘¿Cuál fue
entonces el conocimiento que se le otorgó? Entiéndase que él dijo primero
dieciocho y, después de una pausa, trescientos’. En el [número] dieciocho [la
IOTA griega] significa 10, [la ETA griega] significa ocho. ‘Aquí tenéis a Jesús
(IESOUS [en griego]). Y debido a que la cruz [TAU en griego] estaba destinada a
poseer gracia, dijo también trescientos’. Por consiguiente, reveló a Jesús en
dos letras y, en la restante, a la cruz" (Ep. Bernabé, ix). Se entenderá, claro
está, que el valor numérico de las letras griegas iota y eta, las primeras
letras del Santo Nombre es 10 y 8, 18, mientras que Tau, que presenta la forma
de la cruz, significa 300. Por consiguiente, en una época en la que la Iglesia
estaba dado forma a su liturgia y cuando los maestros cristianos estaban tan
dispuestos a encontrar significados místicos subyacentes a todo lo relacionado
con los números, no cabe prácticamente ninguna duda de que debió haber un
propósito simbólico que guiara constantemente la repetición de actos y oraciones
en el ceremonial del Santo Sacrificio y, de hecho, en todo el culto público. Aún
en las fórmulas de las oraciones en sí mismas encontramos huellas inequívocas de
este tipo de simbolismo. En el Sacramentario Gregoriano (Muratori, "Liturgia
Romana Vetus," II, 364) encontramos una forma de Bendición en algunos códigos
(también se encuentra en el Misal Leófrico), asignada a la Circuncisión u Octava
de Navidad, que concluye con las siguientes palabras: "Quo sic in senarii numeri
perfectione in hoc saeculo vivatis, et in septenario inter beatorum spirituum
aginina requiescatis quatenus in octavo resurrectione renovati; jubilaei
remissione ditati, ad gaudia sine fine mansura perveniatis. Amen".
Por consiguiente, hay cierta justificación para que se lean las letanías por
grupos de tres, cinco y siete repeticiones, para el número de repeticiones del
Kyrie eleison y Christe eleison, para el número de signos de la cruz que se
trazan sobre la oblata en el canon de la Misa y para el número de unciones
utilizadas al administrar el último sacramento, o para las oraciones en la
coronación de un Rey (en al forma antigua en el llamado Egbert Pontifical, estas
oraciones fueron cuidadosamente numeradas), para los intervalos asignados a la
frecuencia con la que se deben decir misas por los muertos, para el número de
lecciones de las profecías que se leen en ciertas estaciones del año, o para las
absoluciones pronunciadas sobre los restos de los obispos y prelados, o,
también, para el número de subdiáconos que acompañan al Papa y de acólitos que
portan los candelabros delante de él; hay justificación, decimos, cuando se
asigna cierto significado místico a aquellas cosas que tal vez no hayan sido
concebidas con mucha exactitud por quienes instituyeron estas ceremonias pero
que , sin embargo, tuvieron alguna influencia en la determinación de su elección
de la razón por la cual la ceremonia debería realizarse en una determinada forma
y no en otra. (Para una explicación del signado místico comúnmente asignado al
uso de los números, véase SIMBOLISMO.)
HERBERT THURSTON
Trascrito por Fr. Rick Losch
Traducido por Rosario Camacho-Koppel
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