Naturalismo
EnciCato
El naturalismo no es tanto un sistema especial cuanto un punto de vista o
tendencia común a un gran número de sistemas religiosos y filosóficos; no tanto
un cuerpo bien definido de doctrinas positivas y negativas cuanto una actitud o
espíritu que se difunde e influye en muchas doctrinas. Como implica su nombre,
esta tendencia consiste esencialmente en considerar la naturaleza como la única
fuente original y fundamental de todo lo que existe, y en intentar explicar todo
en términos de naturaleza. O los límites de la naturaleza son también los
límites de la realidad existente, o al menos su causa primera, si se encuentra
necesaria su existencia, no tiene nada que ver con la obra de los agentes
naturales. Todos los acontecimientos, por tanto, encuentran su explicación
adecuada en la propia naturaleza. Pero como los términos naturaleza y natural se
utilizan en más de un sentido, el término naturalismo está también lejos de
tener un significado fijo.
. (I) Si se entiende naturaleza en el sentido restringido de naturaleza física o
material, naturalismo será la tendencia a considerar el universo material como
la única realidad, a reducir todas las leyes a uniformidades mecánicas y a negar
el dualismo de espíritu y materia. Los procesos mentales y morales no serían más
que manifestaciones de la materia rigurosamente gobernadas por sus leyes.
. (II) El dualismo de mente y materia puede admitirse, pero sólo como dualismo
de modos o apariencias de la misma sustancia idéntica. La naturaleza incluye
múltiples fenómenos y un sustrato común de los fenómenos, pero para su
desarrollo actual y para su explicación última, no requiere ningún principio
distinto de sí misma. En este supuesto, el naturalismo niega la existencia de
una causa trascendente del mundo y se esfuerza en explicar todos los procesos
mediante la revelación de potencias esenciales al universo bajo leyes que son
necesarias y eternas.
. (III) Finalmente, si la existencia de una Primera Causa trascendente, o Dios
personal, se admite como la única explicación satisfactoria del mundo, el
naturalismo sostiene que las leyes que gobiernan la actividad y desarrollo de
los seres racionales e irracionales nunca se ven estorbadas por ello. Niega la
posibilidad, o al menos el hecho, de cualquier intervención transitoria de Dios
en la naturaleza, y de cualquier revelación y orden sobrenatural permanente para
el hombre.
Estas tres formas no se excluyen entre sí; lo que la tercera niega la primera y
la segunda, a fortiori, también lo niegan; todas coinciden en rechazar cualquier
explicación que recurra a causas exteriores a la naturaleza. Las razones de esta
negación – esto es, los puntos de vista filosóficos en los que se basa—y, en
consecuencia, la extensión en que las explicaciones internas a la propia
naturaleza se tienen por suficientes, varían en gran medida y constituyen las
diferencias esenciales entre estas tres tendencias.
I. Naturalismo Materialista
El naturalismo materialista afirma que la materia es la única realidad, y que
todas las leyes del universo son reductibles a leyes mecánicas. Qué teoría se
pueda sostener en relación con la esencia de la materia importa poco aquí. Si la
materia se considera continua o como compuesta de átomos distantes unos de
otros, siendo exclusivamente extensión o también como dotada de un principio
interno de actividad, siendo sólo un agregado de centros de energía sin
extensión real alguna (ver ATOMISMO; DINAMISMO; MECANICISMO), la actitud del
naturalismo es la misma. Sostiene que todas las realidades del mundo, incluyendo
los procesos de conciencia desde los más inferiores a los superiores, no son más
que manifestaciones de lo que llamamos materia, y obedecen a las mismas leyes
necesarias. Mientras que algunos pueden limitar su explicación materialista a la
propia naturaleza, y admitir la existencia de un Creador del mundo, o al menos
dejar esta cuestión abierta, la tendencia general del materialismo es al ateísmo
y al naturalismo exclusivo. Los primitivos filósofos griegos se esforzaron en
reducir la naturaleza a la unidad señalando un elemento primordial del que todas
las cosas estarían compuestas. Sus ideas eran, al menos implícitamente, más
animistas o hilozoístas que materialistas, y la vaga función formativa atribuida
al Nous, o principio racional, por Anaxágoras no fue más que una excepción al
naturalismo predominante. El mecanicismo puro se desarrolló por los atomistas (Demócrito,
Epicuro, Lucrecio), y la propia alma fue considerada como compuesta átomos
especiales, más sutiles. En la Era Cristiana el materialismo en su forma
exclusiva está representado especialmente por la escuela francesa de la segunda
mitad del Siglo XVIII y la escuela alemana de la segunda mitad del Siglo XIX.
Puesto que la materia es la única realidad, cualquier cosa que tenga lugar en el
mundo es el resultado de causas materiales y debe ser explicado por antecedentes
físicos sin teología alguna. La vida no es más que un complejo problema de
física y química; la conciencia es una propiedad de la materia; el pensamiento
racional se reduce a sensación, y la voluntad a instinto. La mente es un
acompañamiento impotente o epifenómeno de ciertas formas o agrupaciones de la
materia, y, aunque fuera suprimida del todo, el mundo entero procedería
exactamente del mismo modo. El hombre es un autómata consciente cuya entera
actividad, mental tanto como fisiológica, está determinada por antecedentes
materiales. Lo que llamamos persona humana no es más que una fase transitoria de
la especial organización de elementos materiales que da origen a resultados
mentales especiales, y no hace falta decir que en tal sistema no hay lugar para
la libertad, la responsabilidad, o la inmortalidad personal.
II. Panteísmo
El panteísmo en sus diversas formas afirma que Dios, la Primera realidad, el
Fundamento del Mundo, o el Absoluto, no es trascendente y personal, sino
inmanente al mundo, y que los fenómenos de la naturaleza son sólo
manifestaciones de esta única sustancia común. Para los estoicos, es la razón
inmanente, el alma del mundo, que comunica por todas partes actividad y vida.
Según Escoto Eriúgena, “Dios es la esencia de todas las cosas, pues sólo Él es
verdaderamente” (De divisione naturae, III); la naturaleza incluye la totalidad
de los seres y se
divide en:
Naturaleza increada y creadora, esto es, Dios como origen de todas las cosas,
incognoscible incluso a Sí mismo;
Naturaleza creada y creadora, esto es, Dios como conteniendo los modelos y tipos
de todas las cosas;
Naturaleza creada y no creada, esto es, el mundo de los fenómenos en el espacio
y el tiempo, todos los cuales son participaciones del Ser Divino y también
teofanías o manifestaciones de Dios;
Naturaleza ni creada ni creadora, esto es, Dios como fin de todas las cosas a
quien vuelven últimamente.
Giordano Bruno también profesa que Dios y la naturaleza son idénticos, y que el
mundo de los fenómenos no es más que la manifestación de la sustancia divina que
obra en la naturaleza y la anima. Según Spinoza, Dios es la única sustancia que
se revela a sí misma a través de atributos, dos de los cuales, extensión y
pensamiento, nos son conocidos. Estos atributos se manifiestan a través de un
cierto número de modos que son las determinaciones finitas de la sustancia
infinita. Como sustancia absoluta, Dios es natura naturans; en cuanto se
manifiesta a través de los diversos modos de fenómenos, es natura naturata. Hoy
día el monismo reproduce esencialmente las mismas teorías. La mente no se reduce
a una propiedad, o epifenómeno, de la materia, sino que ambas, materia y mente,
son como paralelas; proceden juntas como fenómenos o aspectos de la misma última
realidad. ¿Qué es la realidad? Para algunos, explícita o implícitamente, es
concebida más bien como material, y entonces volvemos a caer en el materialismo;
para otros se sostiene que está más próxima a la mente que a la materia, y de
ahí resultan diversos sistemas y tendencias idealistas; por otros, finalmente,
se declara que es desconocida e incognoscible, y así el naturalismo monista se
acerca estrechamente al Agnosticismo.
Sea lo que sea últimamente, la naturaleza es sustancialmente una; no requiere
nada fuera de sí misma, sino que encuentra en sí misma su explicación adecuada.
O la mente humana es incapaz de cualquier conocimiento referente a la cuestión
de los orígenes, o esta cuestión es en sí misma insignificante, puesto que
ambos, la naturaleza y sus procesos de desarrollo, son eternos. Los cambios
simultáneos y sucesivos que ocurren en el mundo resultan necesariamente de las
leyes esenciales de la naturaleza, pues la naturaleza es infinitamente rica en
potencialidades cuya progresiva actualización constituye el proceso sin fin de
lo inorgánico, lo orgánico, y la evolución mental. La evolución y diferenciación
de la única sustancia según sus propias leyes y sin la actuación directora de
una inteligencia trascendente es uno de los presupuestos básicos del naturalismo
monista y agnóstico. No es posible ver cómo puede esta forma de naturalismo
escapar lógicamente de las consecuencias del naturalismo materialista. Lo
sobrenatural es imposible; en ningún supuesto puede haber libertad o
responsabilidad; el hombre no es más que una manifestación o modo especial de la
sustancia común, que incluye en sí misma el doble aspecto de la materia y la
conciencia. Además, puesto que Dios, o más bien, “lo divino”, como dicen
algunos, va a encontrarse en la naturaleza con la que se identifica, la religión
puede reducirse sólo a ciertos sentimientos de admiración, respeto, reverencia,
temor, etc., causados en el hombre por la consideración de la naturaleza, de sus
leyes, bellezas, energías, y misterios. Así entre los sentimientos que
pertenecen a la “religión natural”, Haeckel menciona “el asombro con el que
contemplamos el cielo estrellado y la vida microscópica en una gota de agua, el
temor reverencial con el que seguimos la maravillosa obra de la energía en el
funcionamiento de la materia, la reverencia con la que aprehendemos el dominio
universal de la ley de la sustancia a través de todo el universo” (“Die
Welträthsel”, Bonn, 1899, V,xviii,396-97; tr. Mc Cabe, Nueva York, 1900,344).
III. Primera Causa Trascendente del Universo
Para aquellos que admiten la existencia de una Primera Causa trascendente del
universo, el naturalismo consiste esencialmente en una abusiva limitación de la
actividad de Dios en el mundo. Dios es sólo Creador, no Providencia; no puede, o
no desea, interferir en el curso natural de los acontecimientos, o nunca lo hizo
así, o, al menos, el hecho de que lo haya hecho alguna vez no puede ser
establecido. Incluso si el alma del hombre se considera espiritual e inmortal, y
si, entre las actividades humanas, algunas se consideran exentas del
determinismo de los agentes físicos y se reconocen libres, todo esto es dentro
de la naturaleza, que incluye las leyes que gobiernan los espíritus tanto como
las que gobiernan la materia. Pero estas leyes son suficientes para justificar
todo cuanto sucede en el mundo de la materia o de la mente. Esta forma de
naturalismo se encuentra en estrecha relación con el racionalismo y el deísmo.
Una vez establecido por Dios, el orden de la naturaleza es incambiable, y el
hombre está dotado por la naturaleza con todo lo que requiere incluso para su
desarrollo moral y religioso. Las consecuencias son claras: los milagros, esto
es, los efectos producidos por Dios mismo que trascienden las fuerzas de la
naturaleza, deben ser rechazados. Las profecías y los así llamados
acontecimientos milagrosos o son explicables por leyes de la naturaleza
conocidas, o desconocidas hasta ahora, o si no son explicables así, su
existencia misma debe ser negada, y la creencia en su realidad atribuida a una
observación defectuosa. Puesto que, para lo moral y lo religioso, tanto como
para las verdades científicas, la razón humana es la única fuente de
conocimiento, el hecho de la Revelación divina es rechazado y los contenidos de
tal supuesta revelación sólo pueden aceptarse en tanto en cuanto son racionales;
creer en misterios es absurdo. Al no tener un destino sobrenatural, el hombre no
necesita medios sobrenaturales – ni gracia santificante como principio
permanente para dar a sus acciones valor sobrenatural, ni gracia actual para
iluminar su mente y reforzar su voluntad. La caída del hombre, los misterios de
la Encarnación y la Redención, con todas sus implicaciones y consecuencias, no
pueden encontrar sitio en un credo naturalista. Las oraciones y sacramentos
tienen sólo resultados naturales explicables sobre bases psicológicas por la
confianza que inspiran a los que los usan. Si el hombre debe tener una religión
en absoluto, es sólo la que le dicta su razón. El naturalismo se opone
directamente a la religión cristiana. Pero incluso dentro del redil del
cristianismo, entre los que admiten una revelación divina se encuentran varias
tendencias naturalistas. Tales son las de los pelagianos y semipelagianos, que
minimizan la necesidad y funciones de la gracia divina; la de Bayo, que afirma
que la elevación del hombre fue una exigencia de su naturaleza; las de varias
sectas entre los protestantes liberales, que caen en un racionalismo más o menos
radical; y las de otros que se esfuerzan en restringir en límites demasiado
estrechos la actuación divina en el universo.
IV. Consideraciones generales
De estos principios generales del naturalismo se derivan algunas consecuencias
en las ciencias ética, estética, y política. En estética el naturalismo descansa
sobre el supuesto de que el arte debe imitar a la naturaleza sin ninguna
idealización, y sin consideración alguna de las leyes de la moralidad. El
naturalismo social y político enseña que “los mejores intereses de la sociedad
pública y el progreso civil requieren que en la constitución y gobierno de la
sociedad humana no se preste a la religión más atención que si no hubiera
religión en absoluto, o al menos que no se haga distinción entre verdadera y
falsa religión” (Pío IX, Encicl. “Quanta Cura”, 8 Dic. 1864). León XIII
establece que “la profesión integral de la fe católica no es compatible en
manera alguna con las opiniones naturalistas y racionalistas, cuyo resumen y
sustancia es suprimir por completo las instituciones cristianas, y, sin atender
a los derechos de Dios, atribuir al hombre la autoridad suprema en la sociedad”
(Encicl. “Inmortale Dei”, 1 Nov. 1885). Además, como los organismos
individuales, los organismos sociales obedecen leyes fatales de desarrollo;
todos los acontecimientos son resultado necesario de complejos antecedentes, y
la tarea del historiador es registrarlos y averiguar las leyes de su sucesión,
que son tan estrictas como las de la sucesión en el mundo físico. En ética, la
vaga presunción de que la naturaleza es la guía suprema de las acciones humanas
puede aplicarse de maneras muy diferentes. Ya el principio de los estoicos,
formulado en primer lugar por Zenón, de que debemos vivir de manera consecuente
o armoniosa (to homologoumenos zen), y afirmada más explícitamente por Cleantes
como la obligación de vivir de conformidad con la naturaleza (to homologoumenos
te physiei zen) dio origen a varias interpretaciones, algunas entendiendo
exclusivamente la naturaleza como naturaleza humana, otras principalmente como
el universo entero. Además, como el hombre tiene muchas tendencias naturales,
deseos, y apetitos, se puede plantear si es moral seguirlos indiscriminadamente
todos; y cuando están en conflicto entre sí o se excluyen recíprocamente, de
forma que se ha de hacer alguna elección, ¿sobre qué base se debe dar
preferencia a algunas actividades sobre otras? Antes de los estoicos, los
cínicos, tanto en teoría como en la práctica, habían basado sus reglas de
conducta en el principio de que nada natural puede ser moralmente malo.
Oponiéndose a las costumbres, las convenciones, el refinamiento, y la cultura,
se esforzaban por volver al estado puro de naturaleza. De manera semejante,
Rousseau considera la organización social como un mal necesario que contribuye a
desarrollar los patrones convencionales de moralidad. El hombre, según él, es
naturalmente bueno, pero se hace depravado por la educación y el contacto con
otros hombres. Este mismo argumento de oposición entre naturaleza y cultura, y
la superioridad de la primera, es favorito en Tolstoi. Según Nietzsche, los
patrones actuales de virtud están en contra de la naturaleza, y, puesto que
favorecen a los pobres, los débiles, los que sufren, los miserables, elogiando
sentimientos tales como la caridad, la compasión, la piedad, la humildad, etc.,
son obstáculos en el camino del progreso verdadero. Para el progreso de la
humanidad y el desarrollo del “Superhombre”, es esencial volver a los patrones
primitivos y naturales de moralidad, que son energía, actividad, fuerza, y
superioridad; los más poderosos son los mejores.
Si se considera el naturalismo ético en su relación con los tres puntos de vista
filosóficos arriba explicados, a veces significa sólo el rechazo de cualquier
obligación basada en la Revelación divina, y el supuesto de que la única fuente
(de conocimiento) de lo bueno y lo malo es la razón humana. Generalmente, sin
embargo, significa la tendencia más radical a tratar la ciencia moral de la
misma forma que la ciencia natural. No hay libertad en ninguna parte, sino
necesidad absoluta en todo. Todas las acciones humanas, tanto como los
acontecimientos físicos, son el resultado necesario de antecedentes que son
ellos mismos necesarios. La ley moral, con su distinción esencial de buena y
mala conducta, es, no una norma objetiva, sino el resultado meramente subjetivo
de asociaciones e instintos desarrollados a partir de la experiencia de lo útil
y lo agradable, o de lo dañino y lo doloroso, consecuencias de ciertas acciones.
Hay, no obstante, un motivo que incita a actuar en ciertas direcciones, pero
cuya efectividad está estrictamente determinada por el grado de su intensidad en
un individuo dado comparado con la resistencia que encuentra por parte de ideas
antagónicas. Así, la ciencia ética no es normativa: no trata de leyes existentes
previamente a las acciones humanas, y a las que estas deben obedecer. Es
genética, y se esfuerza por hacer con las acciones humanas lo que la ciencia
natural hace con los fenómenos físicos, esto es, descubrir, a través de una
inferencia de los hechos de la conducta humana, las leyes a las que se ajusta de
hecho.
Es imposible establecer en detalle la actitud de la Iglesia Católica hacia los
presupuestos, las implicaciones, y las consecuencias del naturalismo. El
naturalismo es una tendencia de tan amplio y largo alcance, toca tantos puntos,
sus raíces y ramificaciones se extienden en tantas direcciones, que el lector
debe ser remitido a los tópicos afines tratados en otros artículos. En general
sólo se puede decir que el naturalismo contradice las doctrinas más vitales de
la Iglesia, que se basa esencialmente en el sobrenaturalismo. La existencia de
un Dios personal y de la Providencia divina, la espiritualidad e inmortalidad
del alma, la libertad humana y la responsabilidad, el hecho de la Revelación
divina, la existencia de un orden sobrenatural para el hombre, son otras tantas
enseñanzas fundamentales de la Iglesia, que, aun reconociendo todos los derechos
y exigencias de la naturaleza, se remontan más alto, al Autor y Supremo
Gobernante de la naturaleza.
BALFOUR, The Foundations of Belief (Nueva York, 1895); LLOYD MORGAN, Naturalism
in Monist, VI (1895-96), 76; WARD, Naturalism and Agnosticism (Nueva York,
1899); RADEMACHER, Gnade und Natur (1908); SCHAZLER, Natur und Uebernatur (Maguncia,
1865); SCHEEBEN, Natur und Gnade (Maguncia, 1861); SCHRADER, De triplici ordine,
naturali, supernaturali et prœternaturali (Viena, 1864); BALDWIN, Diction. of
Philos. and Psychol. (Nueva York y Londres, 1901); EISLER, Worterbuch der
philosophischen Begriffe. See also GRACE, MIRACLE, etc.
C.A. DUBRAY
Transcrito por Douglas J. Potter
Dedicado al sagrado Corazón de Jesús
Traducido por Francisco Vázquez