Manuscritos
EnciCato
Todo libro escrito a mano en un material flexible con la intención de colocarlo
en una biblioteca, recibe el nombre de manuscrito. Debemos, por tanto, dejar de
lado en el estudio de los manuscritos: 1) los libros grabados en piedra o
ladrillo (biblioteca de Asurbanipal en Nínive; documentos grabados descubiertos
en Cnosos o Faestos, en Creta); 2) todos los documentos públicos (diplomas,
títulos, etc.), cuyo estudio es propio de los diplomáticos. Los manuscritos se
han redactado desde la más remota antigüedad (papiros egipcios de la época
menfita) hasta el periodo de la invención de la imprenta. Sin embargo, los
manuscritos griegos se continúan realizando hasta fines del siglo XVI, y en los
monasterios del Este (Monte Athos, Siria, Mesopotamia, etc.) la copia de
manuscritos continua incluso durante el siglo XIX. En contraste, los manuscritos
más recientes de Occidente datan de finales del siglo XV.
I. MATERIALES Y FORMAS DE LOS MANUSCRITOS
Los principales materiales utilizados en la confección de los manuscritos han
sido el papiro, el pergamino y el papel. En casos excepcionales se han empleado
otros materiales (por ejemplo, los libros en lino de Etruria y Roma, uno de
cuyos ejemplares se encontró junto a una momia egipcia en el museo de Agram; los
libros en seda de China, etc.). Además, en épocas antiguas y durante la Edad
Media, se confeccionaban tablillas bañadas en cera donde los caracteres se
trazaban con un estilete, las que se usaban para escritos efímeros, cuentas,
etc.; estas tablillas se podían plegar de a dos (dípticos), o de a tres
(trípticos), etc.
El papiro (charta ægyptica) se obtenía de una planta de tallo largo que
terminaba en pequeñas espigas con forma de varillas de paraguas; este es el
Cyperus Papyrus, que crecía en los pantanos de Egipto y Abisinia (N. del T.
Abisinia es la actual Etiopía). El tallo se seccionaba en largas tiras que se
colocaban una junto a la otra. Sobre estas tiras verticales se colocaban otras
dispuestas horizontalmente; luego, después de mojarlas con agua del Nilo, se
sometían a una fuerte presión, se secaban al sol, y se frotaban con conchas
hasta volverlas firmes. Para formar un libro, primero se escribía por separado
en cada página (selides, paginæ), luego se juntaban los extremos, la orilla
izquierda de cada lámina debía adherirse a la orilla derecha de la lámina
precedente. Así se obtenía un rollo (volumen), cuyas dimensiones algunas veces
eran considerables. Algunos rollos egipcios medían 46 pies de largo (N. del T:
para convertir pies en metros multiplicar por 0,30) por 10 pulgadas de ancho (N.
del T. 1 pulgada equivale a 2.54 cm.) y el gran papiro Harris (Museo Británico)
es de 141 pies de largo. El borde final de la última página se fijaba a un
cilindro de madera o hueso (omphalos, umbilicus), el que otorgaba mayor
consistencia al rollo. Una vez pautada la página, la escritura se realizaba con
una caña afilada en la cara que contenía las tiras dispuestas horizontalmente.
De ser utilizado casi exclusivamente en Egipto, el uso del papiro se difundió a
Grecia en el siglo V, luego a Roma y todo Occidente. Su valor era muy elevado;
en el 407 a.C. un rollo de veinte hojas o láminas tenía un precio de veintiséis
dracmas, o cerca de cinco dólares (Corp. Insc. Attic., I, 324). Plinio el Viejo
(Hist. Nat., XIII, 11-13) proporciona un listado de los diferentes tipos según
su calidad (charta Augusta, Liviana, etc.). Egipto retuvo el monopolio de su
fabricación la que, además, pertenecía al Estado. Alejandría era el mercado
principal. En los primeros siglos de la Edad Media fue exportado a Occidente por
los “Sirios”, pero la conquista de Egipto por los árabes 8640) terminó con el
comercio. Sin embargo, se siguió utilizando para los diplomas (en Rávena hasta
el siglo X, en la cancillería papal hasta el 1057). Los árabes intentaron
cultivar la planta de papiro en Sicilia.
El pergamino (charta pergamena), confeccionado con la piel de ovejas, cabras,
terneros (vellum), asnos, etc., era utilizado por los jónicos y los asiáticos en
una época tan temprana como el siglo VI a.C. (Herodoto, V, 58); la anécdota
narrada por Plinio (Hist. Nat., XIII, 11), según la cual este fue inventado en
Pergamus, es legendaria; aparentemente, allí sólo se perfeccionó su confección.
Importado a Roma en tiempos antiguos, el pergamino sustituyó lentamente al
papiro. Fue sólo a fines del siglo III d.C que se lo prefirió al papiro para la
confección de los libros. Una vez preparado, el pergamino (membrana) se cortaba
en hojas que eran cosidas de a dos; cuatro hojas juntas formaban un libro de
ocho folios (quaternio); todos los libros formaban un codex. Antes del siglo XV
no existía la compaginación; los escritores sólo numeraban, primero los libros (signature),
luego los folios. El tamaño de las hojas variaba; la más común para los textos
literarios era la de largo cuarto. Un catálogo Urbino (siglo XV) menciona un
manuscrito tan grande que se requería de tres hombres para su traslado (Reusens,
“Paléographie”, 457); y en Estocolmo se conserva una Biblia gigantesca escrita
en piel de burro, cuyas dimensiones le han dado el nombre de “Gigas librorum”.
La página se pautaba a punta seca, de forma tan profunda que la marca era
visible por la otra cara. Los pergaminos se escribían por ambos lados (opistographs).
Durante la Edad Media el pergamino se volvió raro y costoso, por lo que era
costumbre en algunos monasterios rascar o lavar el texto anterior y reemplazarlo
por la nueva escritura. Estos manuscritos borrados se denominan palimpsestos.
Con ayuda de reactivos químicos se ha logrado hacer reaparecer la escritura
antigua, descubriendo así textos perdidos (Codex Vaticanus 5757 contiene, bajo
un texto de San Agustín, “La República” de Cicerón; recuperado por el Cardenal
Mai). Los manuscritos tratados de esta forma están incompletos o mutilados;
nunca se ha recuperado una obra completa en un palimpsesto. Finalmente, cosiendo
juntas las franjas de pergamino, se confeccionaban rollo (rotuli) similares a
aquellos de papiro (por ejemplo, el Pentateuco Hebreo de Bruselas, siglo IX, en
cincuenta y siete pieles cosidas, de cuarenta yardas de largo [N. del T. una
yarda equivale a 0,91 metros]; el “Rollo de los Muertos”, usados por los grupos
de oración para los difuntos en las abadías; rollos administrativos y
financieros usados especialmente en Inglaterra para transmitir los decretos del
Parlamento, etc.).
Se dice que el papel lo inventó en China en el 105 d.C. alguien llamado Tsai-Louen
(Chavannes, “Journ. Asiatique”, 1905, 1). Se han encontrado ejemplares de papel
del siglo IV d.C. en el Turkestán Oriental (expediciones de Stein y Sven Hedin).
Los árabes aprendieron a confeccionar el papel después de la toma de Samarcanda
(704), y lo introdujeron en Bagdad (795) y en Damasco (charta damascena). En
Europa ya se conocía desde finales del siglo XI, y en esta época fue utilizado
en la cancillería normanda en Sicilia; en el siglo XII comenzó a usarse para los
manuscritos. En ese entonces ya se vendía en manos y resmas (en árabe razmah), y
en el siglo XIII surgen las filigranas o marcas de agua. De acuerdo a análisis
químicos, el papel de la Edad Media se confeccionaba con cáñamo o trapos de
lino. El tipo de papel “charta Bombycina” proviene de la fábrica árabe de
Bombyce, entre Antioch y Alepo. El copista de la Edad Media utilizaba
principalmente tinta negra, incaustum, formada por una mezcla de nuez de agalla
y vitrolo. La tinta roja se reservaba, ya desde tiempos remotos, para los
títulos. Las tintas de oro y plata se utilizaban en manuscritos de lujo (véase
EVANGELIARIA). El método de encuadernación de códices ha cambiado poco desde los
tiempos antiguos. Estos libros estaban cocidos con tendones de buey en grupos de
cinco o seis por el lomo. Estos tendones (chordæ) servían para unir las tapas de
madera al volumen, las que estaban cubiertas de vitela o piel seca. Las
cubiertas de los manuscritos de lujo estaban confeccionadas en marfil o bronce,
decoradas con tallados, piedras preciosas pulidas o en bruto.
II. PAPIROS
Montfaucon (Palæographia græca, 15) confiesa que nunca vió un manuscrito en
papiro. Unos pocos se encontraban en algunos archivos, pero no fue hasta el
siglo XVIII, después del descubrimiento del papiro de Herculaneum (1752) que se
prestó atención a esta clase de documentos. El primer descubrimiento se realizó
en Egipto, en Gizeh, en 1778; luego, desde 1815, se han efectuado descubrimiento
en las tumbas, uno tras otro sin interrupción, especialmente desde 1880.
Actualmente, los papiros jeroglíficos, demóticos, griegos y latinos, están
diseminados entre las grandes bibliotecas (Turín, Roma, París, Leyden,
Estrasburgo, Berlín, Londres, etc.). Ya ha comenzado la divulgación de las
principales colecciones (como se indica más adelante), y se proyecta la edición
de un “corpus papyrorum”, que podría constituir una de las empresas eruditas más
grandes del siglo XX. La importancia de estos descubrimientos puede estimarse
considerando los principales grupos de papiros conocidos a la fecha.
(1) Papiros Egipcios
La mayoría son documentos religiosos relativos a la veneración de los difuntos y
la vida futura. Los más antiguos datan de la época de Menfis (2500-2000 a.C) los
más recientes pertenecen al periodo romano. Uno de los más famosos es el “Libro
de los Muertos”, del que se han recuperado varias copias. También se han
encontrado tratados morales y filosóficos (el papiro Prisse, en la Biblioteca
Nacional de París), así como tratados científicos, romances y cuentos, y
canciones populares.
(2) Papiros Griegos
Estos se distribuyen a lo largo de diez siglos (siglo III a.C. – siglo VII d.C.)
y contienen registros de archivos (dando una idea bastante clara de la
administración de Egipto bajo los Ptolomeos y los emperadores romanos y
bizantinos; su estudio ha dado origen a una nueva ciencia diplomática), obras
literarias (las más hermosas entre las descubiertas son las oraciones de
Hespérides, encontradas en un papiro del Museo Británico en 1847, 1858, 1891, y
en el Louvre en 1889; la “República de Atenas”, de Aristóteles, en un papiro del
Museo Británico en 1891; el “Mimes” de Herondas, poemas líricos de Bacchylides y
Timoteo; y, finalmente, en 1905, 1.300 versos de Menander en Kom Ishkaou por G.
Lefevre), y documentos religiosos (fragmentos de evangelios, algunos de los
cuales permanecen sin identificación, poemas religiosos, himnos, tratados
edificantes, etc., por ejemplo: el Salterio griego del Museo Británico, del
siglo III d.C., que es uno de los manuscritos bíblicos más antiguos que
conocemos; la “Logia” de Jesús, divulgada por Grenfell y Hunt; un himno en honor
de la Santísima Trinidad similar el “Te Deum”, descubierto en un papiro en el
siglo VI, etc.).
(3) Papiros Latinos
Estos son escasos, tanto en Herculano como en Egipto, y sólo poseemos
fragmentos. Un papiro de Rávena, datado del 551 (Biblioteca de Nápoles) está en
escritura ostrogoda (catálogo de papiros latinos en Traube, “Biblioth. Ecole des
Chartes”, LXIV, 455).
Principales Colecciones
Louvre (Brunet de Presle, "Not. et ext. des MSS.", XVIII), Turin (ed. Peyron,
1826-27); Leyden (ed. Leemans, 1843); Museo Británico (ed. Kenyon, 1898);
Flinders Petrie (ed. Mahaffy, Dublin, 1893-94); Universidad de California (Tebtunis
Papyrus, ed. Grenfell y Hunt, Londres y New York, 1902); Berlín (Berlín,
1895-98); Archiduque Renier (ed. Wessely, Vienna, 1895); Estrasburgo (ed. Keil,
1902); Excavaciones Oxyrhyncos (Grenfell y Hunt, Londres, desde 1898); Th.
Reinach (París, 1905).
III. LA CONFECCION DE MANUSCRITOS
En los tiempos antiguos los copistas de manuscritos eran trabajadores libres o
esclavos. Atenas, que fue un gran centro de bibliotecas antes que Alejandría,
tenía sus Bibliographos, copistas, que también eran bibliotecarios. En Roma,
Pompinius Atticus pensó competir con los vendedores de libros usando esclavos
educados, en su mayor parte griegos, para que copiaran manuscritos que luego
serían vendidos. Algunos libreros eran copistas, calígrafos, e incluso pintores,
que servían a las grandes bibliotecas fundadas por los emperadores, las que
contaban con salas para los copistas; en el 372 Valens añadió cuatro copistas
griegos y tres latinos a los de Constantinopla (Theod. Code, XIV, ix, 2). El
edicto de Diocesano fijando los precios máximos, estableció el salario mensual
del librarius en cincuenta denarii (Corp. Inscript. Latin, III (2) 831).
Desafortunadamente, excepto por los papiros egipcios, ninguna de las obras
copiadas en los tiempos antiguos ha llegado hasta nosotros, y los manuscritos
más antiguos que conocemos datan sólo de comienzos del siglo IV. Los copistas de
este siglo, muchos de los cuales eran sacerdotes cristianos, al parecer
desplegaron una gran actividad. Mediante la transcripción en pergamino de las
obras escritas hasta ese momento en papiro y en peligro de ser destruidas (Acacio
y Euzoïus en Cesárea; cf. San Jerónimo, “Epist.”, cxli) se aseguraron la
preservación de la literatura antigua, y prepararon la labor de los copistas de
la Edad Media. Los manuscritos más antiguos y más preciados de nuestra colección
provienen de esta época. Manuscritos Bíblicos: Código Sinaítico, un manuscrito
griego del siglo IV descubierto por Tischendorf en el monasterio de Santa
Catalina del Sinaí (1844-59), ahora en San Petesburgo; Código Alejandrino, una
Biblia griega realizada en Alejandría a principios del siglo V, ahora en el
Museo Británico; Código Ephraemi Rescriptus, un palimpsesto de la Biblioteca
Nacional de París que contiene fragmentos de un Nuevo Testamento escrito en el
siglo V; Biblia Latina de Quedlinburg, siglo IV, en la Biblioteca de Berlín;
fragmentos de la Biblia Latina Cotton (Brit. Mus.), siglo V. Autores profanos:
los siete manuscritos de Virgilio en letra capital [el más famoso es el del
Vaticano (Lat. 3225), siglo IV]; la “Iliada” de la Biblioteca Ambrosiana, siglo
V; el Terencio del Vaticano (Lat. 3226) en letra capital, siglo V; el
“Calendario” de Philocalus, escrito el 354, conocido sólo por copias modernas (Bruselas,
Viena, etc.).
Las invasiones bárbaras de los siglos V y VI trajeron consigo la destrucción de
las bibliotecas y la dispersión de los libros. Sin embargo, en medio de la
barbare, se mantuvieron algunos refugios privilegiados en los que continuó la
copia de libros. Es a estos copistas de la Edad Media que la modernidad debe la
preservación de los Libros Sangrados, y también la de los tesoros de la
antigüedad clásica; ellos, ciertamente, salvaron la civilización. Los
principales centros de copiado fueron: Constantinopla, donde se mantuvieron la
biblioteca y los colegios; los monasterios de Oriente y Occidente, donde la
copia de libros era considerada una de las tareas esenciales de la vida
monástica; las sinagogas y escuelas de los judíos, a los que debemos los
manuscritos hebreos de la Biblia, el más antiguo de los cuales data sólo del
siglo IX (Museo Británico, MSS. Orient, 4445, siglo IX; Código Babilónico de San
Petesburgo, copiado el 916); las escuelas musulmanas (Medressehs), provistas de
grandes bibliotecas (la de Córdoba contaba con 400.000 volúmenes) y salas de
copiado, en las que se transcribía no sólo el Corán, sino también obras
teológicas y traducciones árabes de autores griegos (Aristóteles, Ptolomeo,
Hipócrates, etc.). El trabajo más importante, sin duda, fue realizado por los
monasterios; su historia es paralela a la historia de la transmisión de los
textos sagrados y profanos de la antigüedad.
(1) Cristianismo Oriental
Desde los inicios mismos del monaquismo egipcio se instalaron salas de copia en
los monasterios, como se muestra en la crónica copta en papiro estudiada por
Strzygowski ("Eine Alexandrinische Weltchronik", Viena, 1905). En Palestina,
Siria, Etiopía y Armenia, en monasterios melchitas, jacobitas o nestorianos, la
copia de manuscritos era muy apreciada. Conocemos el nombre de un escriba,
Emmanuel, del monasterio de Qartamin en el Tigris, que copió setenta manuscritos
(uno de ellos el Berlin Nestorian Evangeliarium; Sachau, 304, siglo X). En el
colegio nestoriano de Nisibis los estudiantes copiaban las Sagradas Escrituras,
cuyo texto se les explicaba a continuación. Ciertamente, la Biblia era copiada
en forma preferente, de aquí los numerosos manuscritos Bíblicos, ya sean sirios
(texto del “Peshitto” conservado en Milán, fines del siglo V), coptos
(fragmentos descubiertos por Maspero en Akhim; véase "Journal Asiatique", 1892,
126), armenios (Evangelio en letra capital, Instituto Lazarev en Moscú, de fecha
887; la Biblia completa más antigua pertenece al siglo XII), etíopes, etc.
Comentarios de la Sagrada Escritura, libros litúrgicos, traducciones de los
Padres griegos, tratados teológicos o ascéticos, y algunas crónicas universales,
constituyen la mayoría de estos manuscritos, de los que se excluyen los
escritores clásicos.
(2) Iglesia Griega
En los monasterios griegos San Basilio también recomendaba la copia de
manuscritos, y su tratado “Sobre la utilidad de leer autores profanos” entrega
bastantes pruebas de que, junto con los textos religiosos, los monjes basilios
otorgaban un lugar importante a la copia de autores clásicos. Que un gran número
de textos hayan desaparecido no es culpa de los monjes, sino de la costumbre de
los eruditos bizantinos de realizar "Excerpta" de los autores principales,
dejando luego de lado los originales (por ejemplo, Enciclopedia de Constantine
Porphyrogenitus, en la biblioteca de Photius. Véase Krumbacher, "Gesch. der
Syzant. litter.", p. 505). Las guerras, y principalmente la toma de
Constantinopla el 1204, trajeron consigo la destrucción de un gran número de
bibliotecas. El trabajo de los copistas bizantinos de los siglos VI al XV fue
considerable; y para convencernos de ello basta con repasar la lista de tres mil
nombres de copistas conocidos, recopilada por Maria Vogel y Gardthausen a partir
de manuscritos griegos ("Beihefte zum Zentralblatt für Bibliothekwesen", XXXIII,
Leipzig, 1909). Se advierte que la gran mayoría de copistas son monjes; al final
del manuscrito, frecuentemente colocaban su firma y el nombre de su monasterio.
Algunos de ellos, por humildad, preservaron su anonimato: Graphe tis; oide theos
(“¿Quién escribió esto? Dios sabe”). Otros, por el contrario, indicaron a la
posteridad la rapidez con la que completaron su tarea. El escriba Theophilus
escribió en treinta días el Evangelio de San Juan (985). Un manuscrito de San
Basilio comenzado en Pentecostés (28 de Mayo) del 1105 fue terminado el 8 de
Agosto del mismo año. Junto con los monjes había algunos copistas seculares,
conocidos como notarii, tabularii, entre ellos un recaudador de impuestos del
sigo XI (Montfaucon, "Palæog. gr.", 511), un juez de la Morea (Cod. paris, gr.
2005, escrito en Mistra el 1447), e incluso emperadores. Teodosio II (408-450)
se ganó el sobrenombre de “Calígrafo” (Codinus ed. of Bonn, 151) y Juan V
Cantacuzenus, habiéndose retirado el año 1355 a un monasterio, copió
manuscritos. Entre los copistas también se menciona al Patriarca Methodius
(843-847) quién, en una semana, copió siete salterios para las siete semanas de
cuaresma.
Los monasterios de Constantinopla se mantuvieron como los principales centros de
copiado de manuscritos. De ellos, probablemente, procede en el siglo VI el
hermoso Evangelio en pergamino púrpura con letras de oro (véase, MANUSCRITOS,
ILUMINADOS). En el siglo IX la reforma de Studite estuvo acompañada de un
verdadero renacimiento de la caligrafía. San Platón, tío y maestro de Teodoro de
Studion, y el mismo Teodoro, copiaron muchos libros, y sus biógrafos alaban la
belleza de su escritura. Teodoro instaló un scriptorium en Studion, a cuya
cabeza estaba un “protocalígrafo” encargado de preparar el pergamino y
distribuir a cada uno su tarea. En Cuaresma los copistas estaban dispensados de
la recitación del Salterio, pero en la sala de trabajo regía una rigurosa
disciplina. Una mancha en un manuscrito, un error en la copia, eran severamente
castigados. Todos los monasterios que figuran bajo la influencia de Studion
adoptaron este método de copia; todos tenían sus bibliotecas y sus salas de
copiado. En el siglo XI San Christodoulos, otro reformador monástico, fundador
del Convento de San Juan de Patmos, ordenó que todos los monjes “hábiles en el
arte de escribir deben, con autorización del hegoumenos hacer uso de los
talentos que les han sido dados por naturaleza”. Se ha conservado un catálogo de
la biblioteca de Patmos, de fecha 1201; comprende doscientos sesenta y siete
manuscritos en pergamino, y sesenta y tres en papel. La mayoría son obras
religiosas, entre ellos doce Evangeliarios, nueve Salterios, y muchas vidas de
santos. Entre los diecisiete manuscritos profanos hay obras de medicina y
gramática, las “Antigüedades” de Josefo, las “Categorías” de Aristóteles, etc.
En los monasterios localizados en los extremos del mundo helénico se realizan
los mismos trabajos. La colonia monástica de Sinaí, que ha existido desde el
siglo IV, formó una biblioteca admirable, de la que los restos actuales (1.220
manuscritos) dan sólo una pálida idea. En la Italia bizantina de los siglos X al
XII, los monjes basilios también cultivaban la caligrafía en Grottaferrata; en
St. Salvatore, Messina; en Stilo, Calabria; en el monasterio de Cassola, cerca
de Otranto; en St. Elias, Carbone; y especialmente en el de Patir, en Rossano,
fundado en el siglo XI por San Bartolomeo, quién compró libros en Constantinopla
y copió varios manuscritos. La biblioteca de Rossano fue una de las fuentes de
la que se obtuvieron los manuscritos de la biblioteca del Vaticano. Además,
desde fines del siglo X, los grandes monasterios del Monte Athos, la gran laura
de San Atanasio, Vatopedi, Esphigmenou, etc., se convirtieron en importantes
centros para la copia de manuscritos. Sin hablar de los tesoros de la literatura
sacra y profana que aún se conservan allí, no hay ninguna biblioteca de
manuscritos griegos que no cuente con ejemplares de su trabajo. Finalmente, los
monasterios fundados en los países eslavos, en Rusia, Bulgaria, Serbia, bajo el
modelo de los conventos griegos, también tenían salas de copia, en las que se
traducían al idioma eslavo, con la ayuda del alfabeto inventado en el siglo IX
por San Cirilo, las Sagradas Escrituras y las obras más importantes de la
literatura eclesiástica de los griegos. Es también en estas salas monásticas de
estudio donde se copiaron los primeros monumentos de la literatura nacional de
los eslavos, como las “Crónicas de Nestor”, la “Canción de Igor”, etc.
(3) El Occidente
El trabajo de los copistas occidentales comienza con San Jerónimo (340-420)
quién, en la soledad de Chalcis y luego en su monasterio de Belén, copió libros
y recomendó este ejercicio como uno de los más propios de la vida monástica (Ep.
cxxiii). Al mismo tiempo, San Martín de Tours introdujo este precepto en su
monasterio. La copia de manuscritos aparece como uno de los trabajos de todos
los fundadores de instituciones monásticas, de San Honorato y San Capresius en
Lérins, de Casiano en san Víctor de Marsella, de San Patricio en los monasterios
de Irlanda, de Casiodoro en sus monasterios de Scyllacium (Squillace). En su
tratado "De Institutione divinarum litterarum" (543-545) Casiodoro entrega una
descripción de su biblioteca, con sus nueve armaria para manuscritos de la
Biblia; también describe la sala de copiado, el scriptorium, regido por el
antiquarius. El mismo dio el ejemplo, copiando las Escrituras, y creía que “cada
palabra del Salvador escrita por el copista es una derrota infringida a Satanás”
("De Institut.", I, 30). San Benedicto también consideraba meritorio el trabajo
de los copistas. En el siglo VI existían salas de copia en todos los monasterios
de Occidente.
Desde los tiempos de Dámaso, los papas han contado con una biblioteca, la que
seguramente estaba provista con una sala de copia. Los misioneros que dejaron
Roma para evangelizar a los germanos, como agustino el año 597, llevaban consigo
manuscritos que reproducirían en los monasterios que fundaran. En el siglo VII
Benedict Biscop realizó cuatro viajes a Roma y de allí trajo numerosos
manuscritos; en el 682 fundó el monasterio de Jarrow, que se convirtió en uno de
los principales centros intelectuales de Inglaterra. Teodoro de tarso (668-680)
realizó una obra similar cuando reorganizó la Iglesia Anglo-Sajona. El primer
periodo de actividad monástica (siglos VI-VII) está representado en nuestras
bibliotecas por gran número de manuscritos Bíblicos, muchos de los cuales
provienen de Irlanda ("Liber Armachanus" de Dublín), Inglaterra ("Codex
Amiatinus" de Florencia, copiado en Wearmouth bajo Wilfredo, y ofrecido al papa
el 716; "Harley Evangeliary", Brit. Mus., siglo VII), algunos de España
("Palimpsesto de León", archivos de la Catedral, siglo VII). Finalmente, la
biblioteca de la Universidad de Upsala posee el "Codex Argenteus", en pergamino
púrpura, escrito en el siglo V, que contiene la Biblia de Ulphilas, la primera
traducción de las sagradas Escrituras a lengua germana.
A fines del siglo VII y durante el siglo VIII la Galia se volvió cada vez más
bárbara; los monasterios fueron destruidos o saqueados, la cultura desapareció,
y cuando Carlomagno asumió la reorganización de Europa, se dirigió a los países
en los que la cultura aún florecía en los monasterios, a Inglaterra, Irlanda,
Lombardia. El renacimiento Carolingio, como se ha llamado a este movimiento,
tiene como principio el establecimiento de salas de copiado tanto en la corte
imperial como en los monasterios. Uno de los promotores más activos de este
movimiento fue Alcuin (735-804) quién, después de haber dirigido la biblioteca y
la escuela de York, se convirtió en el año 793 en el Abad de San Martín de
Tours. Allí fundó una escuela de caligrafía que produjo los más bellos
manuscritos de la época Carolingia. Varios ejemplares distribuidos por
Carlomagno entre diversos monasterios del imperio se convirtieron en los modelos
que fueron imitados en todo lugar, incluso en Saxony, donde los nuevos
monasterios fundados por Carlomagno se convirtieron en los primeros centros de
la cultura germánica. M.L. Delisle (Mém. de l'Acad. des Inscript., XXXII, 1)
compiló una lista de veinticinco manuscritos que procedían de esta escuela de
Tours (Biblia de Carlos el Calvo, París, Bib. Nat., Lat. No. 1; Biblia de Alcuin,
Brit. Mus., 10546; manuscritos de Quedlinburg sobre la vida de San Martín;
Sacramentarios de Metz y Tours de la Bibliothèque Nationale de París, etc.).
Entre las obras procedentes del scriptorium imperial, adjunto al Colegio
Palatino, se menciona el Evangeliario copiado para Carlomagno por el monje
Godescalc en 781 (ahora en la Bibliothèque Nationale), y el Salterio de Dagulf,
presentado a Adriano I (ahora en la Biblioteca Imperial de Viena). Otros
scriptoria importantes fueron los formados en Orléans por el Obispo Teodulfo
(donde se produjeron las dos bellas Biblias que se guardan ahora en el Tesoro de
la Catedral de Puy Amand, donde el copista Hucbald aportó dieciocho volúmenes a
la biblioteca); en St. Gall, bajo los Superiores Grimaldus (841-872) y Hardmut
(872-883), dando origen a una completa Biblia en nueve volúmenes; se conocen
diez manuscritos Bíblicos escritos o corregidos por Hardmut. En St. Gall y en
muchos otros monasterios está muy marcada la influencia de los monjes irlandeses
(manuscritos de Tours, Würzburg, Berna, Bobbio, etc.). Además de los numerosos
manuscritos Bíblicos, entre los trabajos de la época Carolingia se encuentran
muchos manuscritos de autores clásicos. Hardmut copió a Josefo, Justino,
Martianus Capella, Orosius, Isidoro de Sevilla; uno de los más bellos
manuscritos de la escuela de Tours es el Virgilio de la biblioteca de Berna,
copiado por el diácono Bernon. Muchos de estos trabajos fueron, incluso,
traducidos al idioma del pueblo: en St. Gall se tradujeron al irlandés a Galeno
e Hipócrates, y a fines del siglo IX el Rey Alfredo (849-900) tradujo al inglés
las obras de Boethius, Orosius, Beda, etc. En esta época, muchos monasterios
poseían bibliotecas de considerable tamaño; cuando en el 906 los monjes de
Novalaise (cerca de Susa) huyeron ante los sarracenos, llevaron a Turín una
biblioteca de seis mil manuscritos.
El periodo de los siglos XI y XII puede considerarse como la era dorada de la
escritura monástica de manuscritos. En cada monasterio existía un salón
especial, denominado “scriptorium”, reservado para las tareas de los copistas.
En el antiguo plano de St. Gall, esta se muestra al lado de la iglesia. En los
monasterios benedictinos existía una norma benedictina especial para este salón
(Ducange, Glossar. mediæ et inf. latin.", s.v. Scriptorium). En ella reinaba
absoluto silencio. A la cabeza del scriptorium, el bibliothecarius distribuía
las tareas y, una vez copiados, los manuscritos eran cuidadosamente revisados
por los correctores. En las escuelas se permitía a los alumnos, como un honor,
copiar manuscritos (por ejemplo, en Fleury-sur-Loire). En todos los lugares,
aparentemente los monjes se entregaban con gran afán a la labor que estaba
considerada como uno de los trabajos más edificantes de la vida monástica. En St.
Evroult (Normandía) hubo un monje que fue salvo porque el número de letras que
copió igualó el número de sus pecados (Ordericus Vitalis, III, 3). En el
“explicit” con que finalizaba el libro, a menudo el escriba colocaba su nombre y
la fecha en que realizó la escritura “para la salvación de su alma”, y se
encomendaba a sí mismo a las oraciones de los lectores. La división de las
tareas aún no estaba completamente establecida, y había monjes que eran tanto
escribas como iluminadores (Ord. Vital., III, 7). La Biblia se mantenía como el
libro preferentemente copiado. La Biblia se copiaba completa (bibliotheca) o en
parte (Pentateuco, el Salterio, Evangelios y Epístolas, Evangeliaria, en que los
Evangelios seguían el orden de las fiestas). Luego venían los comentarios a las
escrituras, los libros litúrgicos, los Padres de la Iglesia, obras de teología
dogmática o moral, crónicas, anales, vidas de los santos, historias de la
iglesia o monasterios y, finalmente, autores profanos, cuyo estudio nunca se
dejó completamente. Un gran número de ellos se encuentra entre los manuscritos
de la biblioteca de Cluny. En St. Denis incluso se copiaron manuscritos griegos
(Paris, Bib. Nation., gr. 375, copiado en 1033). Las órdenes religiosas más
recientes, Cistercianos, Cartujos, etc., manifestaron el mismo celo que los
Benedictinos en la copia de manuscritos.
Entonces, a comienzos del siglo XIII, la labor de los copistas comenzó a
secularizarse. En las universidades, como la de París, había un gran número de
seglares que se ganaban la vida mediante la copia; en el año 1275 los copistas
de París fueron admitidos como agentes de la universidad; en el 1292 encontramos
en París veinticuatro libreros que copiaban manuscritos, o los hacían copiar.
Colegios, como los de la Sorbona, contaban también con salas de copia. Por otra
parte, a finales del siglo XIII la copia de manuscritos cesó en la mayoría de
los monasterios. Aún cuando todavía había monjes que eran copistas, como Giles
de Mauleon, quién copió las “Horas” de la reina Jeanne de Burgundy (1317) en St.
Denis, la copia y la iluminación de manuscritos se convirtió en un oficio
lucrativo. En este momento, los reyes y los príncipes comenzaron a desarrollar
el gusto por los libros y por formar bibliotecas; la de St. Luis fue una de las
primeras. En los siglos XIV y XV estos aficionados contrataban multitud de
copistas. Desde entonces, fueron ellos quienes dirigieron el movimiento de la
producción de manuscritos. Los más famosos fueron el Papa Juan XXII (1316-34),
Benedicto XII (1334-42); el poeta Petrarca (1304-74), a quien no le gustaba
comprar manuscritos en los conventos y formó una escuela de copistas para contar
con textos confiables; Carlos V, Rey de Francia (1364-1380), quién reunió en el
Louvre una biblioteca de mil doscientos volúmenes; el príncipe francés Jean,
Duque de Berry, un precursor de los bibliófilos modernos (1340-1416); Luis,
Duque de Orléans (1371-1401) y su hijo Carlos de Orléans (m. 1467), los duques
de Burgundy, los reyes de Nápoles, y Matías Corvinus. Dignos de mención son,
también, Ricardo de Bury, canciller de Inglaterra, Louis de Bruges (m. 1492) y
el Cardenal Georges d’Amboise (1460-1510).
Las salas de copia de perfeccionaron, y Trithemius, Abad de Spanheim
(1462-1513), autor de "De laude scriptorum manualium", muestra la bien
establecida división del trabajo en un estudio (preparación y pulido del
pergamino, escritura normal, títulos en tinta roja, iluminación, correcciones,
revisión; cada tarea se otorgaba a un especialista). Entre las copias que
siempre estaban representadas se encuentran manuscritos religiosos, Biblias,
Salterios, Horas, vidas de los santos; pero un lugar cada vez más importante se
otorga a los autores antiguos y a las obras de la literatura nacional. En el
siglo XV llegó a Italia una gran cantidad de refugiados griegos que huían de los
turcos, y copiaron los manuscritos que traían consigo para enriquecer las
bibliotecas de los coleccionistas. Algunos de ellos estaban al servicio del
Cardenal Bessarion (m. 1472) quién, después de recolectar quinientos manuscritos
griegos, los donó a la República de Venecia. Incluso después de la invención de
la imprenta, los copistas griegos continuaban trabajando, y sus nombres se
encuentran en los más bellos manuscritos griegos de nuestras bibliotecas; por
ejemplo, Constantino Lascaris (1434-1501), quién vivió largo tiempo en Messina;
Juan Lascaris (1445-1535), quién llegó a Francia bajo Carlos VIII; Constantino
Palæocappa, previamente un monje de Athos, que entró al servicio del Cardenal de
Lorraine; Juan de Otranto, el más hábil copista del siglo XVI.
Pero la copia de manuscritos se había detenido mucho antes, debido a la
invención de la imprenta. Los copistas que trabajaron laboriosamente por siglos
han completado su tarea, legando al mundo moderno las obras antiguas sacras y
profanas.
IV. UBICACIÓN ACTUAL DE LOS MANUSCRITOS
Salvo por algunas excepciones, cada vez más escasas, los manuscritos copiados
durante la Edad Media se encuentran actualmente guardados en las grandes
bibliotecas públicas. Las colecciones privadas formadas desde el siglo XVI (Cotton,
Bodley, Cristina de Suecia, Peiresc, Gaignières, Colbert, etc.) se han unido,
con el tiempo, a estos grandes depósitos. La supresión de un gran número de
monasterios (Inglaterra y Alemania en el siglo XVI, Francia en 1790) hace más
importantes estos depósitos de manuscritos, y los principales de ellos son:
· Italia: Roma, Biblioteca Vaticana, fundada por Nicolás V (1447-55), que
sucesivamente ha adquirido los manuscritos del Elector Palatino (donados por
Tilly a Gregorio XV), del Duque de Urbino (1655), de Cristina de Suecia, de las
casas de Capioni y Ottoboni; en 1856 añadió las colecciones del Cardenal Mai, y
en 1891 la de la biblioteca Borghese; 45.000 manuscritos (Códice Vaticani, y
según su origen particular, Palatini, Urbinates, etc.). Florencia: Biblioteca
Laurenciana, antigua colección de los Medici; 9.693 manuscritos, en su mayoría
de autores clásicos griegos y latinos (Códice Laurentiani); Biblioteca Nacional
(antiguamente de los Uffizi), fundada en 1860, 20.028 manuscritos. Venecia:
Biblioteca Marcian (colección de Petrarca, 1362, de Bessarion, 1468, etc.),
12.096 manuscritos (Códice Marciani). Verona: Biblioteca del Capítulo, 1.114
manuscritos. Milán: Biblioteca Ambrosiana, fundada en 1609 por el Cardenal
Federigo Borromeo, 8.400 manuscritos (Códice Ambrosiani). Turín: Biblioteca
Nacional, fundada en 1720, colección de los Duques de Savoya. En Enero de 1904
un incendio destruyó muchos de sus 3.979 manuscritos, muchos de ellos de primer
orden (Códice Taurienses). Nápoles: Biblioteca Nacional (antigua colección de la
familia Borbón), 7.990 manuscritos.
· España: Biblioteca de El Escorial, fundada en 1575 (uno de sus principales
contenidos es la colección de Hurtado de Mendoza, formada en Venecia por el
embajador de Felipe II), 4.927 manuscritos (Códice Escorialenses).
· Francia: Biblioteca Nacional (tiene su origen en las colecciones reales
reunidas en Fontainebleau desde Francisco I, y contiene las bibliotecas de
Mazarino, Colbert, etc., y aquellas de los monasterios confiscados en 1790),
102.000 manuscritos (Códice Parisini).
· Inglaterra: Museo Británico (contiene las colecciones de Cotton, Sloane,
Harley, etc.), fundado en 1753, 55.000 manuscritos. Oxford: Biblioteca Bodleina,
fundada en 1597 por Sir Thomas Bodley, 30.000 manuscritos.
· Bélgica: Bruselas, Biblioteca Real, fundada en 1838 (su base principal es la
biblioteca de los Duques de Burgandy), 28.000 manuscritos.
· Holanda: Leyden, Biblioteca de la Universidad, fundada en 1575, 6.400
manuscritos.
· Alemania: Biblioteca Real de Berlín, 30.000 manuscritos; Universidad de
Góttingen, 6.000 manuscritos; Leipzig, Biblioteca Albertina, fundada en 1543,
4.000 manuscritos; Dresden, Biblioteca Real, 60.000 manuscritos.
· Austria: Viena, Biblioteca Imperial, fundada en 1440 (colecciones de Matías
Corvinus y del Príncipe Eugene), 27.000 manuscritos.
· Países Escandinavos: Estocolmo, Biblioteca Real, 10.435 manuscritos; Upsala,
Universidad, 13.637 manuscritos; Copenhague, Biblioteca Real, 20.000
manuscritos.
· Rusia: San Petesburgo, Biblioteca Imperial, 35.350 manuscritos; Moscú,
Biblioteca del Santo Sínodo, 513 manuscritos griegos, 1.819 manuscritos eslavos.
· Estados Unidos: Biblioteca Pública de Nueva York, fundada en 1850 (colección
Astor, 40 manuscritos, colección Lenox, 5000 manuscritos); colección Pierpont
Morgan, 115 manuscritos, miniaturas iluminadas.
· Oriente: Constantinopla, Biblioteca del Serrallo (cf. Ouspensky, Bulletin of
the Russian Archeological Institute, XII, 1907); Monasterios de Athos (13.000
manuscritos), de Smyrna, de San Juan de Patmos en Atenas; la Biblioteca del
Senado. En El Cairo, la Biblioteca del Khedive (fundada en 1870, 14.000
manuscritos árabes) y la Biblioteca Patriarcal (manuscritos griegos y coptos).
La Biblioteca del Monasterio de santa Catalina del Sinaí; las bibliotecas
patriarcales de Etschmaidzin (manuscritos armenios) y de Mossoul (manuscritos
siríacos).
Los peligros de todo tipo que amenazan a los manuscritos han llevado a gran
número de estas bibliotecas a realizar reproducciones en facsímil de sus
manuscritos más preciados. En 1905 un congreso internacional se reunió en
Bruselas para estudiar los mejores métodos de reproducción,. Esta es una gran
empresa, cuyo éxito depende del progreso de la técnica fotográfica y de la
fotografía a color. De esta forma se preservarán los trabajos de los copistas de
la Edad Media (véase BIBLIOTECAS).
Revue des bibliothèques (París, desde 1890), una revista dedicada a la
bibliografía, contiene numerosos catálogos no editados, y estudios críticos de
manuscritos; Zentralblatt für Bibliothekwesen (Leipzig, desde 1884), tratados
sobre bibliografías de publicaciones periódicas en el suplemento; GRAESEL, Fr.
tr. LAUDE, Manuel de Bibliothéconomie (París, 1897) trata de la distribución de
los materiales en los armarios de manuscritos; EHRLE (prefecto del Vaticano),
Sur la conservation et restauration des anciens MSS. in Rev. des Biblioth.
(1898), 152; OMONT, Liste des recueils de fac-similes conservés à la
Bibliothèque nationale (París, 1903); GILBERT, The National manuscripts of
Ireland (Southampton, 1874), 3 vols.; KOENNECKE, Bilderatlas der deutschen
Nationalliteratur (Marburg, 1894).
Sobre la historia de los copistas y de la producción de manuscritos:
Bibliothèque de l'Ecole des Chartes (París, desde 1839), contiene numerosos
artículos bibliográficos; LECOY DE LA MARCHE, L'art d'écrire et les calligraphes
in Revue des questions historiques (1884); DELISLE, Le Cabinet des manuscrits de
la Bib. Nat. (París, 1868-81), 3 vols. y album, un trabajo fundamentel en la
historia de las bibliotecas medievales; GARDTHAUSEN, Griechischen Schreiber des
Mittelalters under der Renaissance (Leipzig, 1909); BERGER, Histoire de la
Vulgate pendant les premiers siècles du moyen Age (Nancy, 1893); FAUCON, La
librairie des papes d'Avignon (Biblioth. Ecole Franc. de Rome, XLIII and L);
MÜNTZ, La bibliothèque du Vatican au XVe siècle (ibid., XLVIII). Gran cantidad
de información sobre los papiros se puede encontrar en Archiv für
Papyrusforschung (Leipzig, desde 1900). Véase también HOHLWEIN, La papyrologie
grècque (Louvain, 1905), Studien zur Palaeographie und papyrusurkunde (Leipzig,
desde 1901, editad por WESSELY).
LOUIS BRÉHIER
Transcrito por Bryan R. Johnson
Traducido por Sara Ward S.