Historia del Matrimonio
EnciCato
La palabra matrimonio puede ser usada para denotar la acción, contrato,
formalidad, o ceremonia en la que la unión conyugal es creada, o para la unión
en sí, en su condición de permanente. En este artículo tratamos, en gran parte,
del matrimonio como condición, y de sus aspectos morales y sociales. Normalmente
es definido como la unión legítima entre marido y mujer. "Legítimo" indica la
sanción de una ley, ya sea natural, evangélica, o civil, mientras que la frase,
"marido y mujer", implica los derechos mutuos en las relaciones sexuales, de la
vida en común, y de una unión permanente. Las dos últimas características
distinguen el matrimonio del concubinato y de la fornicación, respectivamente.
La definición, sin embargo, es lo suficientemente amplia como para comprender la
poligamia y la poliandria, cuando estas uniones son permitidas por el derecho
civil; pues en tales relaciones hay tantos matrimonios como individuos del sexo
numéricamente mayor. Podemos ciertamente dudar que la promiscuidad, la condición
en la que todos los hombres de un grupo mantienen relaciones y viven
indiscriminadamente con todas las mujeres del mismo, sea llamada matrimonio. En
semejante convivencia, la relación y vida doméstica está desprovista de la
exclusividad que normalmente está asociada a la idea de una unión conyugal.
(1) Teoría de la Primitiva Promiscuidad
Todas las autoridades están de acuerdo en que en tiempos históricos la
promiscuidad era inexistente o que se daba sólo en pequeños grupos. ¿Prevaleció
en algún tipo de escala durante el periodo prehistórico de la especie? Un
considerable número de antropólogos que escribieron entre 1860 y 1890, como por
ejemplo, Bachofen, Morgan, McLennan, Lubbock, y Giraud-Teulon, declaran que éste
era el tipo de relación entre los sexos casi entre todas las personas. Esta
teoría ganó con tal rapidez gran número de adeptos, que en 1891 era, según
Westermarck, "considerada por muchos escritores como una verdad demostrada" (History
of Human Marriage, pág. 51). Apeló bastante a los que creían en la evolución
orgánica, los cuales presuponían que las costumbres sociales del hombre
primitivo, incluso las relaciones sexuales, deben de haber diferido muy poco de
los usos correspondientes entre los brutos. Ha sido ávidamente asumida por los
Socialistas Marxistas, debido a la similitud con sus teorías de la propiedad
común primitiva y del determinismo económico. Según esta última hipótesis, todas
las demás instituciones sociales están, y lo han sido siempre, determinadas por
las instituciones económicas subyacentes; por ello, en la situación original de
la propiedad común, las esposas y maridos deben de haber sido igualmente comunes
(véase Engles, "The Origin of the Family, Private Property, and the State", tr.
del alemán, Chicago, 1902). De hecho, la moda temporal que disfrutó la teoría de
la promiscuidad se debió en gran grado, aparentemente, a teorías a priori, como
las que hemos mencionado, y a su deseo de creer en ello, que a evidencias
positivas.
El único testimonio directo a su favor, lo encontramos en las fragmentarias
declaraciones de algunos escritores antiguos, como Herodoto y Estrabón, acerca
de unas pocas personas sin importancia, y en los relatos de algunos viajeros
modernos que se basan en algunas tribus primitivas de la actualidad. Ninguna de
estos testimonios muestran con claridad que las personas a quienes se refieren
practican la promiscuidad, y estos dos son muy poco para justificar la
generalización de que todas las personas vivieron originalmente en las
condiciones que ellos describen. En cuanto a evidencias indirectas en favor de
esta teoría, se basan en la inducción de algunas costumbres sociales, tales como
el trazar el parentesco a través de la madre, la prostitución religiosa, las
relaciones prematrimoniales en algunos pueblos primitivos, y por la comunidad
primitiva de bienes, (ninguna de estas condiciones ha sido universal en fase
alguna del desarrollo humano, y cada una de ellas puede ser explicadas de manera
más fácil y natural de otra manera que asumiéndola como promiscuidad. Podemos
decir que los argumentos positivos en favor de la teoría de la promiscuidad
primitiva parecen insuficientes para darle cualquier tipo de probabilidad,
mientras que los argumentos biológicos, económicos, psicológicos, e históricos
dados en su contra por muchos escritores recientes, por ejemplo Westermarck (op.
cit., iv-vi) parecen considerarlos indignos de seriedad alguna. La actitud de
los estudiosos contemporáneos es descrita de esta manera por Howard: "Las
investigaciones de algunos escritores recientes, especialmente las de Starcke y
Westermarck, si bien confirman y van más allá de las conclusiones más tempranas
de Darwin y Spencer, establecen la posibilidad que el matrimonio o unión entre
un hombre y una mujer, aunque a menudo era transitoria y la regla frecuentemente
violada, era la forma típica de unión sexual desde los comienzos de la raza
humana" (History of Matrimonial Institutions, I, pp. 90, 91).
(2) Poliandria y Poligamia
Una desviación de la forma típica de unión secular que, sin embargo, también es
llamada matrimonio, es la poliandria, la unión de una mujer con varios hombres
al mismo tiempo. Ha sido practicada en varios momentos por un número
considerable de personas o tribus. Existió entre los antiguos bretones y árabes,
los habitantes de las Islas Canarias, los aborígenes de América, los hotentotes,
los habitantes de la India, Ceilán, Tíbet, Malabar, y Nueva Zelanda. En la gran
mayoría de estos casos, la poliandria fue una forma excepcional de unión
conyugal. La monogamia e incluso la poligamia eran mucho más frecuentes. Parece
ser que el mayor número de uniones poliandras fueron las llamadas fraternas; es
decir, los esposos de un grupo conyugal eran todos hermanos. Frecuentemente, si
no lo era generalmente, el primer marido tenía mayores derechos conyugales y
domésticos que los otros, siendo, de hecho, el marido principal. Los otros sólo
eran maridos en un sentido secundario y limitado. Ambos casos muestran que
incluso en los comparativamente pocos casos en que se daba la poliandria, ésta
era ablandada en dirección a la monogamia; la esposa no pertenecía a varios
hombres totalmente independientes, sino a un grupo unido por los lazos más
íntimos de la sangre; ella se casaba con una familia en vez de con una persona.
Y el hecho de que uno de sus consortes poseía mayores privilegios matrimoniales,
muestra que ella tenía sólo un marido en el sentido pleno de la palabra. Algunos
escritores, por ejemplo McLennan (Studies in Ancient History, pp.112, sq.) han
afirmado que el levirato, la costumbre que obligaba al hermano de un marido
difunto ha casarse con su viuda, tuvo su origen en la poliandria. Pero el
levirato puede ser explicado sin este tipo de hipótesis. En muchos casos
simplemente indicaba que la esposa, al ser propiedad del marido, era heredada
por su más cercano heredero, es decir, su hermano; en otros casos, como entre
los antiguos hebreos, era con el fin evidente de continuar con el nombre,
familia, e individualidades del difunto marido. Si el levirato señalara en todos
los casos a una condición anterior de poliandria, esta última debió de haber
sido mucho más común de lo que muestran las evidencias directas. Se sabe con
certeza que el levirato existió entre los habitantes de Nueva Caledonia, los
indios piel roja, los mongoles, afganos, hindúes, hebreos, y abisinios; pero en
ninguno de estos pueblos encontramos rastros de poliandria. Las causas
principales de poliandria eran la escasez de mujeres, debido al infanticidio de
las mismas y a la apropiación de muchas mujeres por parte de muchos jefes
polígamos y los poderosos de la tribu, y a la escasez de comida que hacía
imposible que cada miembro masculino de una familia mantenga a una esposa.
Incluso hoy la poliandria no es totalmente desconocida. Se encuentra en alguna
magnitud en el Tíbet, en las Islas Aleutianas, entre los hotentotes, y los
cosacos de Zaporogian.
La poligamia (muchos matrimonios) o más correctamente, la poliginia (muchas
esposas) ha sido, y todavía es bastante más común que la poliandria. Existió
entre la mayoría de pueblos antiguos conocidos en la historia, y se da en la
actualidad en algunas naciones civilizadas, así como en la mayoría de tribus
primitivas. Los únicos grupos importantes de la antigüedad que han tenido
pequeño o ningún rastro de ella, han sido los griegos y los romanos. No
obstante, el concubinato, que puede ser considerado como una forma más alta de
poligamia o por lo menos como lo más parecido a la monogamia, fue durante muchos
siglos reconocido por las costumbres e incluso por las leyes de estas dos
naciones (véase Concubinato). Hoy en día, esta costumbre se sigue dando
especialmente entre quines están bajo la influencia del mahometismo, como por
ejemplo, en Arabia, Turquía, y algunos en la India. Entre las razas primitivas,
se da principalmente en el África. Sin embargo, la poligamia se ha extendido
sólo de manera territorial, y nunca ha sido practicada por más que una pequeña
minoría. Incluso en los lugares que ha sido prohibida por la costumbre o el
derecho civil, la inmensa mayoría de la población era monógama. Las razones son
obvias: no hay suficientes mujeres para que cada hombre tenga varias esposas, ni
la mayoría de hombres están en capacidad de mantener más de una. Por ello, los
matrimonios polígamos se dan mayormente entre los reyes, jefes, los poderosos, y
los ricos de la comunidad; y parece que normalmente se daba bajo la forma de
bigamia. Es más, las uniones polígamas son, como regla, modificadas en la
dirección de la monogamia, ya que una de las esposas, normalmente la primera,
ocupa un lugar más elevado en la casa que las otras, o una de ellas es la
favorita, y tiene grandes privilegios en sus relaciones y trato con el marido
común. Entre las causas principales de la poligamia tenemos:
La relativa escasez de varones, a veces por causa de las numerosas y
devastadoras guerras, y a veces por un exceso de nacimientos de mujeres; la
renuencia del marido a permanecer continente cuando las relaciones con su esposa
son indeseables o imposibles; y los deseos lujuriosos. Otra causa, o más
propiamente una condición, es un cierto grado de avance económico de una
persona, y una cierta cantidad de riqueza acumulada por algunos individuos. En
las sociedades más humildes la poligamia es casi desconocida, ya que la caza o
pesca son los medios principales de sustento, y el trabajo de las mujeres no
tiene valor que tienen cuando las esposas pueden trabajar cuidando los rebaños,
cultivando el campo, o realizando trabajos manuales. Antes de que se llegase a
la época pastoral pocos podían darse el lujo de mantener varias mujeres. Pero,
cuando, se dio cierta acumulación de riqueza, la poligamia se empezó a dar entre
los más adinerados, y entre aquellos que podían aprovechar el trabajo de sus
esposas. Podemos concluir que esta práctica ha sido más frecuente en algunos
pueblos salvajes y bárbaros no tan antiguos entre los más antiguos; incluso, en
épocas más antiguas, se tendía hacia cierto tipo de monogamia.
Ahora podemos resumir la situación histórica sobre las formas de unión sexual y
de matrimonio usando las palabras de una de las autoridades vivientes más
capaces en este campo de investigación:
No es en lo absoluto imposible que, en algunos pueblos, la relación entre los
sexos haya podido ser casi promiscua. Pero no existen evidencias genuinas para
declarar que la promiscuidad estuvo presente de forma generalizada en una etapa
de la historia de la humanidad… aunque la poligamia se ha dado entre la mayoría
de los pueblos existentes, y la poliandria en algunos, la monogamia es por lejos
la forma más común de matrimonio humano. Lo fue así entre nuestros antepasados,
de quienes tenemos ciertos conocimientos directos. La monogamia es la forma más
reconocida y permitida. La gran mayoría de personas es, por lo regular,
monógamo, y las demás formas de matrimonio normalmente son modificadas hacia la
monogamia. Podemos sin duda alguna afirmar que, si el avance de la humanidad
sigue siendo como hasta ahora; si, por consiguiente, los motivos a los que la
monogamia en las sociedades más avanzadas debe su origen continúan operando con
una fuerza constantemente creciente; si, sobre todo, el altruismo aumenta y el
sentimiento de amor se vuelve más refinado y más exclusivamente dirigió hacia
uno, las leyes de la monogamia no podrán nunca ser modificadas, pero deberán
vivirse de una manera más estricta de cómo se ha venido haciendo hasta ahora (Westermarch,
op.cit., pp. 133, 459,510).
La experiencia de la especie, particularmente en su movimiento hacia el progreso
de la civilización, ha aprobado la monogamia por la simple razón que la
monogamia está en armonía con los elementos esenciales e inmutables de la
naturaleza humana. Tomando la palabra natural en su sentido pleno, podemos
afirmar que la monogamia es la única forma natural de matrimonio. Mientras la
promiscuidad responde a ciertas pasiones elementales y satisface temporalmente
ciertas necesidades superficiales, se opone a nuestro instinto paternal, el
bienestar de los niños y de la especie, y a la irresistible fuerza de los celos
y de la preferencia individual tanto de los hombres como de las mujeres.
Mientras la poliandria satisfizo en alguna medida las necesidades temporales y
excepcionales que se dieron por la escasez de comida o de mujeres, encuentra una
barrera insuperable en los celos masculinos, en el sentido masculino de la
propiedad, y se opone directamente al bienestar de la esposa, y es fatal para la
fecundidad de la especie. Si bien la poligamia ha prevalecido entre muchos
pueblos y por tan largo periodo de la historia, hasta poder sugerir que es en
algún sentido natural, y si bien parece proporcionar una cierta satisfacción al
cada vez más fuerte y frecuente deseo masculino, choca con la igualdad numérica
de los sexos, con los celos, el sentido de propiedad, igualdad, dignidad y
bienestar de la mujer, y con los mejores intereses de la prole.
En todas aquellas regiones en que la poligamia ha existido o todavía existe, la
posición social de la mujer es sumamente baja; ella es considerada como una
propiedad del varón, no como su compañero; su vida, invariablemente, está llena
de grandes sufrimientos, y sus calidades morales, espirituales, e intelectuales
son casi totalmente ignorados. Además, el varón es en el sentido más pleno de la
palabra, naturalmente monógamo. Sus facultades morales, espirituales, y
estéticas sólo pueden desarrollarse de manera normal cuando sus relaciones
sexuales se limitan a una mujer, viviendo en común y en la unión duradera dadas
por la monogamia. El bienestar de los hijos, y, por consiguiente, de la especie,
obviamente exige la atención y cuidado de ambos como pareja, y no de forma
dividida. Cuando hablamos de lo natural en toda institución social,
necesariamente tomamos como norma, no la naturaleza en un sentido superficial o
unilateral, o en su estado salvaje, o como puede darse en unos individuos o en
una sola generación, sino que la consideramos de manera adecuada, en todas sus
necesidades y capacidades, presente en todas las generaciones del presente y
futuras, y tal como aparece en aquellas tendencias que la guían hacia su
desarrollo más pleno. El veredicto de la experiencia y el llamado a un refuerzo
de lo natural, por consiguiente, la enseñanza cristiana de la unidad del
matrimonio. Además, el progreso de la humanidad hacia la monogamia, así como
hacia una más pura monogamia, durante los últimos dos mil años, se debe más a la
influencia del cristianismo que a todas las demás fuerzas combinadas. El
cristianismo no sólo ha abolido o disminuido la poliandria y la poligamia entre
los pueblos salvajes y bárbaros que ha convertido, sino que también ha
preservado a Europa de la civilización polígama del mahometismo, ha protegido el
ideal de la monogamia ante la mirada de los personajes más ilustrados, y ha dado
al mundo la concepción más plena de la igualdad que debe existir entre el varón
y la mujer que conforman una pareja matrimonial. También, su influencia a favor
de la monogamia la ha extendido, y continúa extendiéndola, más allá de los
confines de los países que se llaman a sí mismos cristianos.
(3) Desviaciones del Matrimonio
Nuestro tratado sobre las diferentes formas de matrimonio quedaría incompleto
sin una referencia a aquellas prácticas que de alguna u otra manera existen, y
que son además una trasgresión del matrimonio. El libertinaje sexual que es casi
semejante a la promiscuidad parece haber prevalecido entre algunos pueblos o
tribus. En algunos pueblos primitivos la mujer, especialmente las solteras,
practicaban la prostitución como acto religioso. Algunas tribus, tanto antiguas
como relativamente modernas, han mantenido la costumbre de entregar a la recién
casada a los parientes e invitados del novio. Las relaciones sexuales
prematrimoniales han estado prohibidas en algunos pueblos primitivos. En algunas
tribus salvajes el marido permitía a sus invitados tener relaciones sexuales con
su esposa, o la alquilaba. Se conocen ciertas culturas no civilizadas que tenían
la costumbre de realizar matrimonios de prueba, matrimonios que sólo
comprometían a la pareja sólo cuando les nacía un hijo, y matrimonios que
obligaban a la pareja sólo durante algunos días de la semana. Si bien la
practica generalizada de lo que se conoce como el jus primae noctis no tiene
ninguna base histórica, y hoy en día se admite que fue una invención de los
enciclopedistas, en algunas ocasiones, se les exigió a las siervas someterse a
su señor antes de tener relaciones sexuales con sus maridos (Schmidt, Karl, "Jus
Primae Noctis, a historical examination"). Las jóvenes japonesas solteras de las
clases más pobres frecuentemente pasaban parte de su juventud como prostitutas,
con el consentimiento de sus padres y aprobación de la opinión pública.
El concubinato, la práctica de formar una especie de unión duradera con una
mujer que no es la esposa, o una unión similar entre una pareja de solteros, ha
prevalecido en alguna forma entre la mayoría de los pueblos, incluso entre
algunos que habían llegado a un alto grado de civilización, como los griegos y
romanos (para conocer más detalles sobre las declaraciones anteriores, véase
Westermarck, op, cit., passim). En una palabra, la fornicación y el adulterio
han sido bastante comunes en todas las épocas de la historia del mundo y entre
casi todas las civilizaciones, para inquietud de los moralistas, estadistas, y
sociólogos. Debido al crecimiento de las ciudades, el cambio en las relaciones
entre los sexos en la vida social e industrial, el decaimiento de la religión, y
el relajo del control paterno, estos males han aumentado bastante en los últimos
cien años. La magnitud que la prostitución y las enfermedades venéreas están
socavando la salud mental, moral y física de las naciones, es en sí mismo una
prueba rotunda de que las elevadas y estrictas normas de pureza que proclama la
Iglesia católica, tanto dentro como fuera de las relaciones matrimoniales,
constituyen el único resguardo adecuado para la sociedad.
(4) El divorcio
Es una modificación de la monogamia y se opone tanto a su espíritu como la
poliandria, la poligamia y el adulterio. De hecho, requiere que la pareja espere
cierto tiempo o contingencia antes de romper la unidad del matrimonio, pero es
de hecho una violación de la monogamia, de la unión perdurable de marido y
mujer. Aunque es practicada en casi todos los pueblos, ya sean salvajes o
civilizados. Los únicos pueblos que aparentemente nunca lo han practicado o
reconocido formalmente, son los habitantes de las Islas Andamán, algunas de
Papúa-Nueva Guinea, algunas tribus del Archipiélago Índico, y los veddas de
Ceilán. Entre la mayoría de pueblos no civilizados parece ser que las uniones
matrimoniales que duraban hasta la muerte eran una práctica poco común. Resulta
cierto afirmar que en la mayoría de pueblos no civilizados el marido estaba
autorizado a divorciarse de su esposa en el momento en que lo deseaba. Una gran
mayoría de los más desarrollados pueblos que estaban fuera del influjo del
cristianismo restringían el derecho de divorcio al marido, aunque las razones
para poder realizarlo, eran, por lo general, no tan numerosos como entre los
pueblos no civilizados. Sin embargo, cuando estos países adoptaron la religión
católica, el divorcio fue muy pronto abolido, y continuó siéndolo mientras el
Estado reconocía oficialmente la religión. Los primeros emperadores cristianos,
como Constantino, Teodosio y Justiniano, legalizaron esta costumbre, pero, antes
del décimo siglo las enseñanzas católicas sobre la indisolubilidad del
matrimonio ya se habían incluido en la legislación civil de los países católicos
(véase Divorcio). Las Iglesias Orientales separadas de Roma, entre ellas la
Iglesia Ortodoxa griega, y todas las sectas protestantes, permiten el divorcio
en distintos grados, y esta práctica prevalece en los países en los que estas
Iglesias ejercen una considerable influencia. En algunos países no-católicos el
divorcio es sumamente fácil de conseguir y escandalosamente frecuente. Entre
1890 y 1900 los divorcios realizados en los Estados Unidos promediaron 73 por
cada 100,000 habitantes por año. Esta proporción era dos veces mayor que la de
cualquier otra nación Occidental. La proporción en Suiza era de 32; en Francia,
23; en Sajonia, 29; y en la mayoría de países europeos, menos de 15. Hasta
ahora, según nos informan las estadísticas, sólo un país en el mundo, a saber,
Japón, tenía una mayor proporción que los Estados Unidos, con una proporción de
215 por cada 100,000 habitantes del Reino Florido. En la mayoría de los países
civilizados la proporción de divorcios está aumentando, de manera lenta en
algunos, y muy rápidamente en otros. Proporcionalmente a la población, hoy en
día, en los Estados Unidos se han realizado aproximadamente dos y medio
divorcios más que los que se realizaron hace cuarenta años.
Pero la práctica de querer disolver la unión matrimonial por medio de la ley, no
se reduce a los protestantes, cismáticos, y a los países paganos. También se da
con cierta magnitud en los países católicos de Europa, excepto en Italia,
Portugal, y España. América del Sur es el continente en donde menos se da. La
mayoría de los países en esta división geográfica no permiten el divorcio. Un
hecho notable para la historia del divorcio es que en aquellos países que nunca
han sido evangelizados, y aquellos que han permanecido fieles a las enseñanzas
cristianas durante un tiempo corto (por ejemplo, las regiones que cayeron bajo
el influjo mahometano) realizaron esta práctica con términos más favorables para
el marido que para la mujer. La única excepción importante a esta regla fue la
Roma pagana durante los últimos siglos de su existencia. En países modernos en
donde el divorcio es permitido, y que todavía se llaman cristianos, la mujer
tiene las mismas facilidades que el marido para poder realizarlo; pero esto se
debe indudablemente a la influencia que ejerció el cristianismo en la creación
del estado civil y social de la mujer durante el largo periodo en el que el
divorcio estaba prohibido. A la larga, el divorcio es, inevitablemente, más
perjudicial para la mujer que para el hombre. Si la mujer divorciada permanece
soltera, por lo general tiene mayores dificultades para su manutención que el
hombre divorciado; si ella es joven, las posibilidades que tiene para volver a
casarse, son, de hecho, iguales que las de un hombre divorciado que es joven;
pero si ella es mayor, la posibilidad de que encontrará un esposo conveniente es
menor que en el caso de su marido separado.
El hecho de que en los Estados Unidos más mujeres que hombres solicitan el
divorcio no prueba nada en contra las declaraciones que acabamos de dar; ya que
no sabemos si a estas mujeres les ha sido fácil conseguir otros maridos, o si su
nueva condición era mejor que la anterior. El frecuente recurso al divorcio de
las mujeres americanas es comparativamente un fenómeno reciente, e
indudablemente se debe más a la emoción, a esperanzas imaginarias, y a un uso
apresurado de la libertad recién adquirida, que para calmar y poder realizar un
adecuado estudio de las experiencias de otras mujeres divorciadas. Si la
facilidad presente con que se da el divorcio continúa cincuenta años más, las
desproporcionadas penurias de las mujeres serán tan evidentes, que lo más
probable es que el número de ellas que abusa de él, o lo aprueban, será bastante
menor de lo que es hoy.
Los males sociales de los divorcios fáciles son tan obvios que la mayoría de
americanos está, indudablemente, en favor de una política más estricta. Uno de
los males de más largo alcance debido a esto es una idea bastante deteriorada de
lo que es la fidelidad conyugal; pues cuando una persona considera la
posibilidad de volver a casarse por una cantidad de razones ligeras como algo
totalmente legal, su sentido de obligación hacia su pareja no puede ser ni muy
fuerte ni profundo. Paralelamente no puede parecer mucho peor que la pluralidad
sucesiva de relaciones sexuales. El promedio de marido y mujeres que se
divorcian por una causa trivial son menos fieles unos a otros mientras dura su
unión temporal que el promedio de parejas que no cree en el divorcio. Asimismo,
el divorcio fácil da ímpetu a las relaciones ilícitas entre solteros, ya que
tiende a destruir la conciencia que se da entre el concepto de relación sexual y
unión permanente entre un hombre con una mujer. Otro mal es el aumento del
número de matrimonios apresurados e infelices entre personas que consideran el
divorcio como una fácil solución a sus posibles errores. Además, los hijos de
parejas divorciadas se ven privados de su herencia natural, es decir, la
educación y cuidado de ambos padres en un mismo hogar, y casi siempre sufren
graves y variados daños. Finalmente, existe un daño moral. El matrimonio
indisoluble es uno de los medios más eficaces para desarrollar el autodominio y
el sacrificio mutuo. Muchos saludables inconvenientes son soportados pues no se
pueden evitar, y muchas imperfecciones de carácter y temple son corregidas
porque el marido y la mujer comprenden que sólo así es posible la felicidad
conyugal. Por otro lado, cuando el divorcio se puede obtener fácilmente, no
existe motivo suficiente por sufrir aquellas incomodidades que son tan
importantes para la autodisciplina, el desarrollo de uno mismo, y la práctica
del altruismo.
Todas las objeciones nombradas son válidas contra el divorcio frecuente, contra
el abuso del divorcio, pero no contra el divorcio que involucre la separación de
camas y mesa sin que signifique el derecho para contraer otro matrimonio. La
Iglesia permite una cierta separación en algunos casos, principalmente, cuando
uno de ellos ha cometido adulterio, y cuando la convivencia común sea causa de
graves daños para el alma o el cuerpo. Si un divorcio se diera por alguno de
estos dos casos, algunos declaran que sería socialmente preferible la separación
sin derecho a volver a casarse, por lo menos para el que fue inocente. Pero
sería ciertamente menos ventajoso a la sociedad que un régimen que no permita
ningún tipo de divorcio. En los lugares en que la separación es permitida,
requiere que esta sea en proporciones considerables sólo temporal, y el
bienestar de los padres e hijos se beneficiará mucho más por medio de una
reconciliación que si una de las partes formara otra unión matrimonial. Cuando
no existen esperanzas de poder realizar otro matrimonio, las posibles ofensas
que pudieran justificar una separación son menos comunes, y la separación
probablemente será buscada sin fundamentos suficientes o se obtendrá a través de
métodos fraudulentos. Es más, la experiencia nos muestra que cuando el divorcio
es permitido por algunos motivos, hay una tendencia casi irresistible a aumentar
el número de posibilidades legales, y de hacer menos estricta la administración
de esta ley. Finalmente, la prohibición absoluta del divorcio tiene ciertos
efectos morales que contribuyen de una manera fundamental y duradera al
bienestar social. La idea popular impresa en el pensamiento sobre el matrimonio,
es que es una relación exclusiva entre dos personas, y que las relaciones
sexuales que se dan en ella, normalmente requieren una unión para toda la vida.
La obligación de un autodominio, y de la subordinación de la naturaleza animal a
la naturaleza humana, a la razón y al espíritu, así como la posibilidad de
cumplir con esta obligación, es enseñada de una manera más llamativa y práctica.
La humanidad es con ello ayudada y animada ha alcanzar un plana moral más
elevado. Las enseñanzas cristianas sobre la indisolubilidad, así como de la
unidad del matrimonio, están en mejor armonía con la naturaleza de las mismas, y
con las necesidades más profundas de la civilización. "Existen abundantes
evidencias", dice Westermarck, "que el matrimonio, como un todo, se ha vuelto
más durable a medida que el ser humano ha subido a los grados más elevados de
civilización, y, que, una cierta cantidad de civilización es condición esencial
para formación de una unión de por vida" (op. cit., pág. 535). Esta declaración
nos lleva a dos generalizaciones admisibles y seguras: primera, que la
prohibición del divorcio durante muchos siglos ha sido causa y efecto de
aquellos 'más elevados grados de civilización' alcanzados: y, segunda, que la
misma política ha de ser hallada esencial en el grado más elevado de
civilización.
(5) Abstención del Matrimonio
Son pocas e insignificantes las excepciones entre los pueblos, salvajes o
civilizados, que no han aceptado la religión católica, que no consideren con
cierto desdén el celibato. Los miembros de pueblos no civilizados se casan a muy
temprana edad, y tiene una proporción menor de personas célibes que las naciones
civilizadas. Durante el último siglo la proporción de solteros ha aumentado en
los Estados Unidos y en Europa. Las causas de este cambio son, en parte,
económicas, ya que se ha hecho más difícil poder mantener una familia de acuerdo
a las normas contemporáneas de vida; en parte sociales, ya que el aumento de
placeres sociales y oportunidades han desplazado en cierto grado las
aspiraciones e intereses domésticos; y en parte morales, pues la relajada noción
de la castidad ha hecho que aumente el número de los que buscan satisfacer sus
deseos sexuales fuera del matrimonio. Desde el punto de vista de la moral social
y del bienestar social, el celibato moderno es casi un gran mal. Por otro lado,
el celibato religioso proclamado y animado por la Iglesia es socialmente
beneficioso, ya que muestra que la continencia es factible, y los religiosos con
su vida célibe ejemplifican un grado más elevado de altruismo que cualquier otro
grupo de la sociedad. La afirmación que el celibato tiende a que el estado
matrimonial parezca bajo o indigna, es contradictorio con la opinión pública y
la práctica en los países en que el celibato se considera un honor muy alto. Es
pues precisamente en esos lugares en donde por lo general las relaciones entre
los sexos son más puras (véase CELIBATO).
(6) El Matrimonio como una Ceremonia o Contrato
El acto, formalidad, o ceremonia en la que la unión matrimonial se crea, ha
diferido ampliamente en épocas diferentes y entre las diferentes civilizaciones.
Uno de las primeras y más frecuente costumbre acerca del matrimonio era la
captura de una mujer por parte de su futuro marido, normalmente de otra tribu a
la que él pertenecía. En la mayoría de los pueblos primitivos este hecho parece
haber sido considerado un medios para conseguir esposa, más que la formación
propiamente de la unión matrimonial. Luego de la captura, empezaba la
convivencia, y esta, estaba generalmente desprovista de cualquier tipo de
formalidad. La captura de esposas continuó de manera simbólica en muchos lugares
después de que esta cesara. Todavía existe en algunos pueblos no civilizados, y
en tiempos no tan lejanos se daba en algunos lugares de Europa Oriental. Después
de que esta práctica se convirtiera en algo simulado, era frecuentemente
considerado como la ceremonia en sí, o como un acompañamiento esencial del
matrimonio. La captura simbólica ha dado en gran parte pie a la costumbre de
comprar esposas, la cual prevalece hasta hoy en día en muchos pueblos no
civilizados. Esta ha adquirido varias formas. A veces la persona que deseaba una
esposa entregaba a cambio de ella a una parienta; a veces trabajaba durante un
periodo de tiempo para el padre de su futura esposa, costumbre esta frecuente
entre los antiguos hebreos; pero la más común era pagar por la novia una
cantidad de dinero o con algún bien. Así como la captura, la compra se convirtió
con el tiempo en un símbolo para significar la toma de una esposa y la formación
de la unión matrimonial. A veces, sin embargo, era meramente una ceremonia de
acompañamiento. Otras formas de ceremonias han acompañado o han constituido el
inicio de la unión matrimonial, siendo la más común la de realizar algún tipo de
celebración; todavía hoy en muchos pueblos no civilizados, los matrimonios se
realizan sin ninguna ceremonia formal.
Para muchos pueblos no civilizados, y para la mayoría de los civilizados, los
matrimonios son considerados un rito religioso o incluyen rasgos religiosos,
aunque el elemento religioso no siempre es considerado un requisito de validez
para dicha unión. El rito del matrimonio cristiano en un acto religioso del más
alto nivel, a saber, es uno de los siete sacramentos. Si bien Lutero declaró que
el matrimonio no era un sacramento sino un "acto mundano", todas las sectas
protestantes han continuado considerándolo un acto religioso, pues normalmente
lo realizan ante la presencia de un clérigo. Debido a la influencia luterana y a
la Revolución francesa, se ha instituido el matrimonio civil en casi todos los
países de Europa y de América del Norte, así como en algunos países de América
del Sur. En algunos países el matrimonio religioso es esencial para la validez
de la unión ante el derecho civil, mientras que en otros, por ejemplo en los
Estados Unidos, es sólo una de las vías por las cuales un matrimonio se puede
realizar. El matrimonio civil, no es, sin embargo, una institución de la
post-reforma, pues existió entre los antiguos peruanos, y entre los aborígenes
de América del Norte.
Ya sea visto como un estado o como un contrato, o desde el punto de vista
religioso y moral o de bienestar social, el matrimonio aparece en su más elevada
noción en las enseñanzas y prácticas de la Iglesia católica. El hecho de que
este contrato sea un sacramento imprime en la mente popular su importancia y la
santidad de la relación empezada. El hecho de que la unión sea indisoluble y
monógama promueve en su grado más alto el bienestar de los padres e hijos, y
estimula en toda la comunidad la práctica de la virtud del autodominio y del
altruismo que son esenciales para el bienestar social, físico, mental, y moral
(véase FAMILIA; DIVORCIO).
JOHN A. RYAN
Transcrito por Ginny Hoffman
Traducido por Bartolomé Santos