Giordano Bruno
EnciCato
Filósofo italiano, nació en Nola en Campania en el reino de Nápoles en 1548;
murió en Roma en 1600. A los once años fue a Nápoles a estudiar “humanidades,
lógica y dialéctica” y cuatro años después, entró a la orden de Santo Domingo,
renunciando a su nombre terreno de Filippo y tomando el de Giordano. Hizo su
noviciado en Nápoles y continuo estudiando allí. En 1572 fue ordenado sacerdote.
Parece, sin embargo, que aún como novicio, atrajo la atención por la
originalidad de sus ideas y por su abierto criticismo a las doctrinas teológicas
aceptadas. Luego de su ordenación las cosas llegaron a un punto que, en 1576,
fue formalmente acusado de herejía. Así pues fue a Roma, pero, aparentemente, no
enmendó su manera de hablar sobre los misterios de la fe, por lo que las
acusaciones en su contra se renovaron en el convento de la Minerva. Luego de
unos meses de su llegada huyó de la ciudad y renunció a toda lealtad para con su
orden.
Desde este momento, la historia de su vida es un constante vagar de un país a
otro y de su vano intento de encontrar la paz. Anduvo por varias ciudades
italianas y en 1579 fue a Génova donde parece que adoptó el calvinismo, aunque
posteriormente, ante el tribunal eclesiástico en Venecia, negó consistentemente
haberse unido a la Iglesia Reformada. Sea como fuere, fue excomulgado por el
Concilio Calvinista debido a su actitud irrespetuosa hacia los líderes de esa
iglesia y fue obligado a abandonar la ciudad. De ahí fue a Toulouse, Lyon y (en
1581) a París.
En Lyon completó su “Clavis Magna,” o “Gran Llave” del arte de recordar. En
París publicó muchos trabajos que desarrollaron su arte del entrenamiento de la
memoria y reveló la doble influencia de Raimundo Lully y los neo-platónicos. En
1582 publicó un trabajo característico, “Il candelaio,” o “El Portador de la
Antorcha,” una sátira en la cual exhibe en un grado superlativo el falso gusto,
entonces en boga, de los humanistas, muchos de los cuales confundían la
obscenidad con el humor. Mientras en París daba pláticas públicas sobre
filosofía, bajo los auspicios, al parecer, del Colegio de Cambrai, el precursor
de El Colegio de Francia.
En 1583 pasó a Inglaterra y, al menos por un tiempo, gozó del favor de la reina
Isabel y de la amistad de Sir Philip Sydney. A éste último ultimo dedicó el más
amargo de sus ataques a la Iglesia Católica, “La Expulsión de la Bestia
Triunfante,” publicado en 1584. Visitó Oxford y, al rehusársele el privilegio de
dar clases ahí, publicó (1584), su “Cena del Miércoles de Ceniza,” en la cual
atacó a los catedráticos de Oxford, diciendo que sabían más sobre cerveza que
sobre griego. En 1585 regresó a Francia y durante el año que pasó en París esta
vez, hizo varios intentos de reconciliarse con la Iglesia, todos los cuales
fallaron debido a que se rehusaba a aceptar la condición impuesta, que era que
debía regresar a su orden.
En Alemania, a donde fue en 1587, mostró el mismo espíritu de autosuficiencia
insolente que en Oxford. En Helmstadt fue excomulgado por los luteranos. Después
de alguna actividad literaria en Frankfort, se dirigió, en 1591 a Venecia, a
invitación de Mocenigo, quien profesaba estar interesado en su método de
entrenamiento de la memoria. Incapaz de obtener de Bruno el secreto de su “magia
natural,” Mocenigo lo denunció a la Inquisición. Bruno fue arrestado y, en su
juicio ante los inquisidores venecianos, primero se refugió en el principio de
la “verdad doble”, diciendo que los errores imputados a él, le eran sostenidos
“como un filósofo y no como un cristiano honesto;” después, sin embargo,
solemnemente abjuró de todos sus errores y dudas con respecto a la doctrina y
práctica católicas (Berti, Docum., XII, 22 y XII, 45). En este punto la
Inquisición de Roma intervino y solicitó su extradición. Después de algunas
dudas, las autoridades venecianas estuvieron de acuerdo y en febrero de 1593,
Bruno fue enviado a Roma y durante seis años estuvo en la prisión de la
Inquisición. Los historiadores han fallado en descubrir la razón de esta larga
demora por parte de las autoridades romanas. En la primavera de 1599, el juicio
se inició ante una comisión de la Inquisición de Roma y, después de que al
acusado se le hubieron otorgado varias oportunidades de retractarse de sus
errores, fue finalmente condenado (enero de 1600), entregado al brazo secular (8
de febrero) y quemado en la estaca en el Campo dei Fiori en Roma (17 de
febrero). Bruno no fue condenado por su defensa del sistema copernicano de
astronomía, ni por su doctrina de la pluralidad de los mundos habitados, sino
por sus errores teológicos, entre los cuales estaban: que Cristo no era Dios,
sino meramente un inusualmente hábil mago, que el Espíritu Santo es el alma del
mundo, que el demonio seria salvado, etc.
A los trabajos de Bruno ya mencionados, se deben añadir los siguientes: “Della
causa, principio ed uno;” “Dell’ infinito universo e dei mondi"; "De Compendiosâ
Architecturâ"; "De Triplici Minimo"; "De Monade, Numero et Figurâ." En éstos, el
nolano expone un sistema de filosofía en el cual los principales elementos son
el neo-platonismo, monismo materialista, misticismo racionalista (a la manera de
Raimundo Lully) y el concepto naturalista de la unidad del mundo material
(inspirado por la astronomía copernicana). Su actitud hacia Aristóteles queda
bien ilustrada por su reiterada asersión de que la filosofía natural del
estagirita está viciada por la predominancia de la dialéctica sobre el modo
matemático de concebir los fenómenos naturales. Hacia los escolásticos en
general, sentía un abierto desprecio; exceptuaba, sin embargo, a Alberto el
Grande y Santo Tomás, por quienes sentía un profundo respeto. Deseó reformar la
filosofía aristotélica y sin embargo, se opuso amargamente a sus contemporáneos
Ramus y Patrizzi, cuyos esfuerzos iban dirigidos al mismo objetivo. Estaba
familiarizado, si bien solo superficialmente, con los escritos de los filósofos
presocráticos griegos y con los trabajos de los neoplatonistas, especialmente
los libros falsamente atribuidos a Iamblico y Plotino. De los neoplatonistas,
derivó la tendencia a su pensamiento monista. De los presocráticos tomó la
interpretación materialista del Único. De la doctrina copernicana, la cual
atrajo mucha atención en el siglo en que vivió, aprendió a identificar el Único
material con el universo visible, infinito y heliocéntrico.
Como consecuencia, su sistema de pensamiento es un panteísmo materialista
incoherente. Dios y el mundo son uno; material y espíritu, cuerpo y alma, son
dos fases de la misma sustancia; el universo es infinito; más allá del mundo
visible hay un número infinito de otros mundos, cada uno de los cuales está
habitado; este globo terráqueo tiene un alma; de hecho, todas y cada una de las
partes de él, tanto los minerales, como las plantas y los animales, tienen alma;
todo está hecho de los mismos elementos (no distingue entre materia terrenal y
celestial); todas las almas son similares (la trasmigración, por lo tanto, no es
imposible). Este punto unitario de vista es la justificación de la “magia
natural” de Bruno. Sin duda, el intento de establecer una continuidad científica
entre todos los fenómenos de la naturaleza es una manifestación importante del
espíritu moderno y es interesante, especialmente tomando en cuenta de su
aparición en el momento en que el punto de vista medieval estaba siendo
abandonado. Y uno puede entender de inmediato como fue que el esfuerzo de Bruno
para establecer un concepto unitario de la naturaleza obtuvo la admiración de
hombres como Spinoza, Jacobi y Hegel. Por otra parte, las exageraciones, las
limitaciones y los errores positivos de su sistema científico; su intolerancia
aún hacia aquéllos quienes estaban trabajando por las mismas reformas que el
buscaba; las falsas analogías, fantásticas alegorías y razonamientos sofistas
que su fervor emocional siempre traicionó, han justificado, a los ojos de
muchos, el nombramiento que de él hizo Bayle como “el caballero errante de la
filosofía.” Su punto de vista hacia la verdad religiosa fue el de un
racionalista. Personalmente nunca pudo sentir la significancia vital de la
Cristiandad como sistema religioso. No fue un Inquisidor Romano, sino un Divino
Protestante, quien dijo que él fue “un hombre de gran capacidad, con
conocimiento infinito, pero sin rastro de religión.”
Obras completas de Bruno por Tocco, Opere latine di G. B. (Florencia, 1889);
Opere inedite (Nápoles, 1891); (Leipzig, 1829, 1830). McIntyre, Giordano Bruno (London
and New York, 1903); Frith, Life of G. B. (London and Boston, 1887); Adamson in
Development of Modern Philosophy (London, 1903), II, 23-44; Höffding, Hist. of
Modern Philosophy, tr. Meyer (London, 1900), I, 110 sqq.; Stöckl, Gesch. der
Phil. des Mittelalters (Mainz, 1866), III, 106 sqq.; Turner, Hist. of Phil.
(Boston, 1903), 429 sqq.
WILLIAM TURNER
Transcrito por Fr. Paul-Dominique Masiclat, O.P.
Traducido por Antonio Hernández Baca