Dogma
EnciCato
DEFINICIÓN
La palabra dogma (del griego dokein) se usa a veces, en los escritos de los
autores clásicos antiguos, para significar una opinión o lo que parece verdadero
a una persona; otras veces, para señalar una doctrina o posición filosófica,
especialmente si se trata de las peculiares doctrinas de una escuela particular
de filósofos (Cfr. Cic. Ac. II,9). A veces también se refiere a un decreto u
ordenanza pública, un dogma poieisthai. En la Sagrada Escritura se usa, en
algunos casos, con el sentido de decreto o edicto de la autoridad civil, como en
Lc 2,1: “Sucedió que por aquellos días salió un edicto [edictum, dogma] de César
Augusto”. (Cfr, Hch 17,7; Est 3,3). En otros, con sentido de norma de la ley
mosaica, como es el caso de Ef 2,15: “Anulando en la carne la Ley de los
mandamientos con sus preceptos” (dogmasin). Y también se aplica a los decretos u
órdenes del Concilio Apostólico de Jerusalén: “Conforme iban pasando por las
ciudades, les iban entregando, para que las observasen, las decisiones (dogmata)
tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén” (Hech 16,4). Entre los
Padres más antiguos se acostumbraba nombrar dogmas a las doctrinas y preceptos
morales enseñados o promulgados por el Salvador o por los Apóstoles. Y en
ocasiones se hacía una distinción entre dogmas divinos, apostólicos y
eclesiásticos, según que la doctrina en cuestión hubiese sido enseñada por
Cristo o los Apóstoles, o que hubiese sido transmitida a los fieles por la
Iglesia.
Pero, siguiendo una larga tradición, actualmente entendemos por dogma una verdad
que pertenece al campo de la fe o de la moral, que ha sido revelada por Dios,
transmitida desde los Apóstoles ya a través de la Escritura, ya de la Tradición,
y propuesta por la Iglesia para su aceptación por parte de los fieles.
Brevemente, “dogma” puede ser definido como una verdad revelada definida por la
Iglesia. Las revelaciones privadas no constituyen dogmas, y algunos teólogos
incluso limitan la palabra definida a doctrinas definidas solemnemente por el
Papa o por un concilio general, mientras que una verdad revelada se convierte en
dogma aún cuando sea propuesta por la Iglesia por medio de su magisterio
ordinario o su oficio de enseñar. El concepto de dogma, entonces, abarca una
doble relación: con la revelación divina y con la enseñanza autorizada de la
Iglesia (Cfr. Nos. 85-95 del Catecismo de la Iglesia católica, N.T.).
Las tres clases de verdades reveladas. Los teólogos distinguen tres clases de
verdades reveladas: verdades reveladas formal y explícitamente; verdades
reveladas formal pero sólo implícitamente; y verdades reveladas sólo
virtualmente.
Se dice que una verdad es revelada formalmente cuando quien revela pretende
transmitir ese mensaje directamente a través de su propio lenguaje, para
garantizarlo por la autoridad de su palabra. La revelación es formal y explícita
cuando se transmite en términos claros y específicos. Es formal pero implícita
cuando el lenguaje no es tan claro y deben utilizarse cuidadosamente las reglas
de interpretación para determinar su significado. Y una verdad se llama sólo
virtualmente revelada cuando no está garantizada por la palabra de quien
transmite pero se puede deducir de algo que sí ha sido formalmente revelado.
Ahora bien, las verdades reveladas formal y explícitamente por Dios son
indudablemente dogmas en sentido estricto cuando la Iglesia las propone o
define. Tales son, por ejemplo, los artículos del Credo de los Apóstoles. De
igual modo son dogmas en sentido estricto las verdades reveladas por Dios
formalmente, pero en forma implícita. Ejemplo de ellas son las doctrinas de la
transubstanciación, de la infalibilidad papal, de la Inmaculada Concepción,
algunas enseñanzas de la Iglesia acerca del Salvador, los sacramentos, etc. Toda
doctrina definida por la Iglesia como algo contenido en la revelación se debe
aceptar como algo formalmente revelado, implícita o explícitamente. Y es un
dogma de fe que la Iglesia es infalible al definir esas dos clases de verdades
reveladas. El rechazo deliberado de alguna de ellas constituye pecado de
herejía. Hay varias opiniones acerca de las verdades reveladas virtualmente. Y
ello deriva de la diversidad de posturas respecto al objeto material de la fe
(Véase Fe). Baste decir aquí que, según algunos teólogos, las verdades reveladas
virtualmente pertenecen al objeto material de la fe y solamente se convierten en
dogmas en sentido estricto cuando la Iglesia las define o propone como tales.
Para otros, esas verdades no pertenecen al objeto material de la fe divina, ni
se convierten en dogmas, estrictamente hablando, por el hecho de ser definidas o
propuestas, mas pueden ser llamadas dogmas mediatamente divinas, o
eclesiásticas. En la hipótesis de que las conclusiones virtualmente reveladas no
pertenezcan al objeto material de la fe, no se ha definido aún si la Iglesia es
infalible al definirlas. Sin embargo, en torno a esas verdades, la doctrina de
la Iglesia es teológicamente cierta y no puede ser negada legalmente, de modo
que aunque la negación de un dogma eclesiástico no sea formalmente una herejía,
sí significaría el quebrantamiento de un vínculo de fe y acarrearía la expulsión
de la Iglesia por un decreto de anatema o de excomunión.
DIVISIONES
Las divisiones del dogma son prácticamente las mismas que las de la fe. Los
dogmas pueden ser (1) generales o especiales; (2) materiales o formales; (3)
puros o mixtos; (4) simbólicos o no simbólicos; (5) y pueden diferir según sus
diversos grados de necesidad.
(1) Los dogmas generales forman parte de la revelación destinada a toda la
humanidad y transmitida por los Apóstoles. Los especiales son aquellos que son
revelados en forma privada. Estos últimos, en sentido estricto, no constituyen
verdaderos dogmas, puesto que no son verdades reveladas a través de los
Apóstoles, ni son definidos o propuestos por la Iglesia para ser aceptados
universalmente por los fieles.
(2) Son dogmas materiales (o divinos, por si mismos, dogmas in se) aquellos que,
sin tomar en consideración si son o no definidos por la Iglesia, se aceptan
simplemente como revelados. Dogma formal (o católico, “en relación con
nosotros”, quoad nos) es aquel que puede ser reconocido como revelado y
definido. Lo mismo que en el caso de los dogmas especiales, los materiales no
pueden ser llamados dogmas en el sentido estricto de la palabra.
(3) Dogma puro es el que únicamente puede ser conocido a través de la
revelación, como es el caso de la Trinidad, la Encarnación, etc. Dogma mixto es
aquel que puede conocerse ya por la revelación ya por el razonamiento
filosófico, como la existencia y los atributos de Dios. Ambas clases de dogma
son tales estrictamente hablando, pues se pueden considerar revelados y
definidos.
(4) Los dogmas contenidos en los símbolos o credos de la Iglesia son llamados
simbólicos; los demás son no simbólicos. De ahí que todos los artículos del
Credo de los Apóstoles sean verdaderos dogmas, pero no todos los dogmas pueden
ser técnicamente llamados artículos de fe, aunque así se les conozca
ordinariamente.
(5) Finalmente, hay dogmas a los cuales es indispensable adherirse por la fe
como condición necesaria para salvarse, mientras que en otros tal adhesión sólo
se hace necesaria por un precepto divino. Unos dogmas deben ser conocidos y
creídos explícitamente, mientras que para otros basta una adhesión implícita.
CARÁCTER OBJETIVO DE LA VERDAD DOGMÁTICA;
ACEPTACIÓN INTELECTUAL DEL DOGMA
Siendo el dogma una verdad revelada, su carácter intelectual y su realidad
objetiva dependen del carácter intelectual y la realidad objetiva de la
revelación divina. De modo que aplicaremos aquí al dogma las mismas conclusiones
que se desarrollan, con mayor profundidad, en el artículo sobre revelación.
¿Debe reconocerse el dogma simplemente como una verdad revelada por Dios?.
¿Pueden aceptarse los dogmas como verdades objetivas, destinadas a ser
entendidas por el entendimiento humano?. ¿Debemos creerlas con nuestra razón?.
¿Debemos admitir la distinción entre dogmas fundamentales y no fundamentales?
(1)Los racionalistas niegan la existencia de la revelación divina sobrenatural
y, por ende, de los dogmas religiosos. Cierta escuela mística enseñó que lo que
Cristo inauguró en el mundo fue una “nueva vida”. La teoría modernista merece un
tratamiento aparte, dada la condenación que la Iglesia ha hecho de ella. Hay
varias posiciones entre los modernistas. Aparentemente, algunos de ellos no
niegan todo valor intelectual al dogma (Cf. Le Roy, “Dogme et Critique”). El
dogma y la revelación- afirman- se expresan en términos de acción. De ese modo,
cuando se dice que el Hijo de Dios “descendió de los cielos”, los teólogos no
quieren decir con ello que Él bajó del modo como bajan los cuerpos o como se
dice que los ángeles se desplazan de un sitio a otro, sino que intentan expresar
la unión hipostática en términos de acción. Cuando profesamos nuestra fe en Dios
Padre- según Le Roy- lo que decimos es que debemos actuar ante Dios como si
fuéramos sus hijos, pero que ni la paternidad de Dios, ni los demás dogmas de la
fe, como la Encarnación, la Trinidad, la Resurrección, etc., forman una idea en
la mente. Según otros modernistas, Dios no ha revelado nada a la mente humana.
Ellos opinan que la revelación comenzó siendo una forma de conciencia del bien y
el mal, y que la evolución o desarrollo de la revelación no consiste sino en el
desarrollo del sentido religioso, el cual alcanzó su punto más alto, hasta el
momento, en el moderno Estado liberal y democrático. Consecuentemente, siguiendo
la lógica de esos autores, los dogmas de fe, considerados como dogmas, no tienen
ningún significado para la razón, ni es necesario que creamos en ellos
racionalmente. Podemos rechazarlos; basta que los utilicemos como guía para
nuestra conducta. (Vease, Modernismo). En contra de esta doctrina, la Iglesia
enseña que Dios ha hecho revelaciones a la mente humana. Existen,
indudablemente, atributos divinos relativos y algunos de los dogmas de fe pueden
ser expresados usando simbolismos de acción, pero también presentan a la mente
un significado distinto de la acción. La paternidad de Dios puede implicar que
debemos actuar ante Él como hijos ante su padre, pero igualmente trae a la mente
conceptos analógicos de nuestro Dios y Creador. Hay también verdades, como la
Trinidad, la Resurrección de Cristo, su Ascensión, etc., que constituyen hechos
absolutamente objetivos y que pueden ser creídos aún si sus consecuencias
prácticas pudiesen ser ignoradas o minusvalorizadas. Los dogmas de la Iglesia,
tales como la existencia de Dios, la Trinidad, la Encarnación y la Resurrección,
los sacramentos, el juicio futuro, etc., tienen una realidad objetiva y son
hechos tan reales y verdaderos como el hecho de que Augusto fue Emperador de
Roma, o que George Washington fue presidente de los Estados Unidos.
(2) Procediendo abstractivamente a partir de la definición de la Iglesia, una
vez que nuestra mente ha aceptado que Él nos habla, quedamos obligados a dar a
Dios el honor de nuestro asentimiento a la verdad revelada. Incluso los ateos
admiten, hipotéticamente, que, si existiese un ser infinito distinto del mundo,
deberíamos brindarle el honor de creer su divina palabra.
(3) Consecuentemente no es válido distinguir entre verdades reveladas
fundamentales y no fundamentales para insinuar que hay verdades que, aunque se
reconozcan como reveladas por Dios, pueden ser legalmente rechazadas. Sin
embargo, si bien implícitamente debemos creer toda verdad sustentada por la
Palabra de Dios, sí somos libres de admitir que hay verdades más importantes que
otras, y que algunas de ellas exigen ser conocidas explícitamente, mientras que
otras sólo requieren una fe implícita.
EL DOGMA Y LA IGLESIA
Las verdades reveladas no adquieren su carácter formal de dogmas hasta que son
definidas o propuestas por la Iglesia. En tiempos recientes se ha sentido cierta
hostilidad hacia la religión dogmática, considerada como un cuerpo de verdades
definidas por la Iglesia. Tal hostilidad se acentúa cuando se considera que es
el Papa quien las define. La teoría del dogma tratada aquí presupone la
aceptación de la doctrina de la infalibilidad del oficio de enseñar de la
Iglesia y del Pontífice Romano. Es evidentemente necesario, por tanto, hacer
notar algunos puntos: (1) lo razonable de la definición del dogma; (2) la
inmutabilidad del dogma; (3) la necesidad de la fe en el dogma para salvaguardar
la unidad de la Iglesia; (4) las inconsistencias que se le adjudican a la
definición del dogma.
(1)Contrario a la teoría de la interpretación de la Escritura basada en el
criterio individual, los católicos consideramos como algo totalmente inaceptable
la postura de que Dios reveló al mundo un conjunto de verdades pero que no
designó oficialmente a ningún maestro para interpretarlas, ni a ningún juez
autorizado para resolver controversias al respecto. Esto es tan ilógico como
pensar en una legislatura civil que hiciera leyes para todos y cediera a cada
individuo el derecho y la obligación de interpretarlas y de dirimir
controversias de acuerdo a su criterio particular. La Iglesia y el Sumo
Pontífice han sido revestidos por Dios con el privilegio de la infalibilidad
para poder llevar a cabo su función como maestros universales en las esferas de
la fe y de lo moral (Cfr. Nos. 889-892 y 2035 del Catecismo de la Iglesia
Católica, N.T.). Esta necesidad lógica constituye un argumento irrefutable de
que los dogmas definidos y enseñados por la Iglesia son las verdades contenidas
en la revelación divina.
(2) Los dogmas de la Iglesia son inmutables. Los modernistas sostienen que los
dogmas religiosos, como tales, no tienen ningún significado intelectual; que
nadie está obligado a creerlos racionalmente; que pueden ser falsos; que basta
que los utilicemos como guías de acción; que deberán modificarse cuando el
espíritu de la época los haga obsoletos; cuando pierdan su valor como reglas
para una vida religiosa liberal. Pero según la doctrina católica la revelación
divina se dirige a la mente humana y expresa verdades genuinas y objetivas y,
consecuentemente, los dogmas son verdades divinas inmutables. Son verdades
perennemente inmutables que Augusto fue emperador de Roma y que George
Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos. La fe católica
sostiene que, del mismo modo, existen y existirán verdades eternamente
inmutables como las que afirman que hay tres personas en Dios, que Cristo murió
por nosotros, que resucitó de entre los muertos, que fundó la Iglesia, que
instituyó los sacramentos. Podemos distinguir entre las verdades en si mismas y
el lenguaje en el que estas se expresan. Puede ser que el significado pleno de
ciertas verdades reveladas emerja sólo paulatinamente, pero la verdad permanece
siempre. Puede variar el lenguaje, o puede ser que éste sea usado con diferente
significado, pero siempre se podrá llegar a saber qué sentido se les dio en el
pasado a las palabras.
(3) Nuestra fe en las verdades reveladas no debe estar condicionada a su
definición por la Iglesia. Basta que sepamos que Dios las reveló. La necesidad
de creerlas una vez que han sido definidas o propuestas por la Iglesia se aplica
a nuestra preservación del vínculo de la fe. (Véase Herejía).
(4) Por último, y contrario a lo que a se afirma en ocasiones, los católicos no
admiten que los dogmas son creaciones arbitrarias de la autoridad eclesiástica.
Tampoco admiten que el número de los dogmas se pueda incrementar al gusto, ni
que sean instrumentos de subyugación de los ignorantes, ni que se conviertan en
obstáculos para la conversión de algunos. Mas no se puede dar solución
satisfactoria a esos cuestionamientos sin hacer referencia a asuntos más
fundamentales. Las definiciones dogmáticas serían arbitrarias si no existiese,
como una institución divina, el oficio infalible del magisterio eclesiástico.
Si, por otro lado, como aseguran los católicos, Dios ha establecido en su
Iglesia una función infalible, una definición dogmática no puede ser considerada
algo arbitrario. La misma providencia divina que protege a la Iglesia del error
la protege de una multiplicación desordenada de dogmas. Más aún, siendo las
definiciones dogmáticas actos de auténtica interpretación y promulgación del
significado de la revelación divina, difícilmente pueden considerarse como
instrumentos de subyugación, ni obstáculos a la conversión. Todo lo contrario,
la autorizada definición de la verdad y condenación del error son argumentos
sólidos que pueden llevar a la Iglesia a aquellos que buscan la verdad
sinceramente.
DOGMA Y RELIGIÓN
Se ha acusado a la Iglesia Católica a veces de que, como consecuencia de sus
dogmas, la vida religiosa de sus fieles se reduce a creencias meramente
especulativas y a formalidades sacramentales externas. Es una acusación extraña
que nace de prejuicios o de falta de conocimiento de la vida de la Iglesia.
Definitivamente, la vida en las instituciones conventuales o monásticas no es
simple formalidad externa. Las prácticas religiosas externas de los seglares
católicos, tales como la oración pública, la confesión, la comunión, etc.,
exigen un cuidadoso auto examen interno, autodisciplina, y varios otros actos de
religión interna. Y bástenos observar la vida cívica de los católicos, sus
acciones de filantropía, sus escuelas y hospitales, orfanatos, sus
organizaciones de caridad, etc., para convencernos de que la religión dogmática
no degenera en meras formalidades exteriores. En contraste con eso, en las
instituciones cristianas no católicas, a la disipación de la religión dogmática
sigue invariablemente la descomposición de la vida cristiana sobrenatural. Si
llegase a desaparecer el sistema dogmático de la Iglesia Católica, con su cabeza
infalible, ningún sistema basado en el criterio particular podría impedir que el
mundo retornara al seguimiento de los ideales paganos. Ciertamente el dogma no
es ni el principio único ni el fin único de la vida católica. Si el católico
sirve a Dios, honra a la Trinidad, ama a Cristo, obedece a la Iglesia, frecuenta
los sacramentos, participa en la Misa y cumple los mandamientos es porque cree
racionalmente en Dios, en la Trinidad, en la divinidad de Cristo, en la Iglesia,
en los sacramentos y en el sacrificio de la Misa, en la obligación de cumplir
los mandamientos. Es más, cree que todas esos contenidos constituyen verdades
objetivas e inmutables.
DOGMA Y CIENCIA
A pesar de lo anterior, se objeta que el dogma limita la investigación,
antagoniza la independencia de pensamiento e imposibilita la teología
científica. Podemos pensar que esta objeción es planteada por protestantes o por
no creyentes. Consideremos la objeción desde los dos puntos de vista (La lectura
de la encíclica Fides et Ratio de S.S. Juan Pablo II, será de gran provecho en
este punto, N.T.).
(1)Los católicos reconocen en el dogma una influencia que va más allá de la
investigación científica y de la libertad de pensamiento. Los protestantes
también profesan adherirse a ciertas creencias dogmáticas supuestamente opuestas
a la investigación científica y en conflicto con los descubrimientos de la
ciencia moderna. Antiguas dificultades relativas a la existencia de Dios, o a su
demostrabilidad, al dogma de la creación, los milagros, el alma humana, y la
religión sobrenatural han sido vestidas con nuevos ropajes y promovidas por
escuelas científicas contemporáneas a partir de los más recientes
descubrimientos de la Geología, la Paleontología, Biología, Astronomía, Anatomía
Comparativa y Fisiología. Mas los protestantes, al igual que los católicos,
profesan creer en Dios, en la creación, en el alma, en la Encarnación, en la
posibilidad de los milagros. También sostienen ellos que no hay conflicto entre
las conclusiones genuinas de la ciencia y los dogmas bien entendidos de la
religión cristiana. De ahí que los protestantes no puedan lógicamente quejarse
de que los dogmas católicos impiden el desarrollo científico. Pero sí se insiste
en que, en el sistema de la Iglesia Católica, las creencias no admiten criterios
individuales y que detrás de los dogmas de la Iglesia está la sombra pesada de
su episcopado. Ciertamente, los católicos saben que la autoridad eclesiástica
está detrás de la fe dogmática, pero ello de ninguna manera ata su libertad
intelectual. En todo caso, simplemente les hace preguntarse acerca de la
constitución de la Iglesia. Los católicos encuentran difícil creer que Dios haya
revelado a la humanidad un conjunto de verdades y que no haya establecido una
autoridad viva para que interpretara, enseñara y salvaguardara ese cuerpo de
doctrina, y para que decidiera en casos de controversia. La autoridad del
episcopado, en unión con el Supremo Pontífice, para controlar la actividad
intelectual es correlativa a su autoridad para enseñar la verdad sobrenatural.
La existencia de jueces y magistrados no amplía el ámbito de nuestras leyes
civiles; ellos son la autoridad viva para interpretar y aplicar la ley. De modo
semejante, la autoridad episcopal tiene como campo la verdad de la revelación, y
sólo prohíbe aquello que no concuerda con la totalidad de esa verdad.
(2) Al discutir la cuestión con los no creyentes, se hace notar que la ciencia
es “la observación y clasificación, o coordinación, de los datos o fenómenos
individuales de la naturaleza”. Los católicos son absolutamente libres de
emprender cualquier investigación científica en los términos planteados por esa
definición. No existe prohibición o restricción alguna para que los católicos
observen y coordinen los fenómenos de la naturaleza. Algunos científicos, sin
embargo, no se constriñen a la ciencia en los términos que ellos mismos la han
definido. Proponen teorías frecuentemente contrarias a la misma observación
experimental. Hay quien sostiene, como verdad científica, que Dios no existe;
que su existencia no es cognoscible; que el mundo no ha sido creado. No falta
quien niega, en nombre de la ciencia, que el alma exista, o que sea posible la
revelación sobrenatural. Indudablemente que tales negaciones no tienen sustento
en el método científico. El dogma católico y la autoridad eclesiástica limitan
la actividad intelectual sólo en la medida en que se considera necesario para
salvaguardar las verdades de la revelación. Si los científicos no creyentes
aplicasen también el método científico al estudiar el catolicismo, observando,
comparando, haciendo hipótesis y hasta formulando conclusiones científicas,
podrían constatar que la fe dogmática para nada interfiere con la legítima
libertad de los católicos para emprender investigaciones científicas, para
cumplir sus deberes ciudadanos o para desempeñar cualquier otra forma de
actividad que ayude al progreso y al saber. Ninguna teoría contraria al dogma
puede negar los hechos constatables de la multitud de servicios prestados por
los católicos en todas las áreas del saber y del servicio social. (Véase Fe,
Infalibilidad, Revelación, Ciencia, Verdad).
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1870-90), VII; SUAREZ, Opera Omnia: De Fide Theologicâ; DE LUGO, Pera: De fide;
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1895); GRANDERATH, Constitutiones dogmaticae Sacrosancti Ecumenici Concilii
Vaticani ex ipsis ejus actis explicatae atque illustratae (Friburgo, 1892);
SCHEEBEN, Handbuch der katholischen Dogmatik (Friburgo, 1873); SCHWANE,
Dogmengeschichte (2ª. ed., Friburgo, 1895); MAZZELLA, De Virtutibus Infusis
(Roma, 1884); BILLOT, Tractatus de Ecclesiâ Christi (Roma, 1903); IDEM, De
Virtutibus Infusis (Roma, 1905); NEWMAN, Idea of a University (Londres, 1899);
RAHNER, Dogma (En Sacramentum Mundi, Nueva York, Londres, 1968); Catecismo de la
Iglesia Católica (Librería Editrice Vaticana-Asociación de Editores del
Catecismo, Madrid, 1993).
DANIEL COGHLAN
Transcrito por Gerard Haffner
Traducido por Javier Algara Cossío