Ciencia y la Iglesia
EnciCato
Las palabras "ciencia" e "Iglesia" se entienden aquí en el siguiente sentido: la
Ciencia no se toma en el sentido estricto de las ciencias naturales, sino en el
general dado a la palabra por Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Aristóteles
define la ciencia como un conocimiento seguro y evidente, obtenido a partir de
demostraciones. Esto es idéntico a la definición de ciencia de Santo Tomás como
el conocimiento de las cosas a partir de sus causas. En este sentido la ciencia
comprende todo el currículo de estudios universitarios. La Iglesia, en conexión
con la ciencia, significa teóricamente cualquier Iglesia que clama tener
autoridad en asuntos de doctrina y enseñanza: sin embargo, prácticamente sólo la
Iglesia Católica está en cuestión, por cuenta de su universalidad y su reclamo
de poder para ejercer esta autoridad. La relación entre ambas se trata aquí bajo
los encabezados CIENCIA e IGLESIA.
Sinopsis:
A. CIENCIA
I. Puntos de Contacto Entre la Ciencia y la Fe:
Filosofía;
Historia;
Ley;
Medicina;
Ciencias.
II. Libertad Legítima:
Investigación y enseñanza;
Limitaciones (lógicas, físicas, éticas)
III. Libertad Ilimitada:
No existe;
Licencia;
Consecuencias (Ateísmo, Subjetivismo, Anarquismo.)
B. IGLESIA
I. Puntos de Vista Opuestos:
León XLII;
Virchow;
Historia.
II. El cuerpo de enseñanza y la ecclesia discens:
Distinción;
Premisas de la fe;
Contenido de la fe;
Peligros en contra de la fe.
III. Los portadores del oficio de la enseñanza:
Magisterio infalible;
Otros tribunales;
Galileo.
IV. La Ciencia de la Fe:
Caso paralelo;
Teología;
Progreso;
Objeciones (misterios, duda metódica.)
V. Conflictos:
El obstáculo de la Fe;
La dignidad de la ciencia;
Testimonio histórico;
Concilio Vaticano.
A. CIENCIA
La ciencia es considerada desde tres puntos de vista: contacto con la fe,
libertad legítima, libertad ilegítima.
I. Puntos de Contacto entre la Ciencia y la Fe
Estos están principalmente confinados a las ciencias filosóficas e históricas.
No ocurren en la teología, pues es la ciencia misma de la fe en sí. Los puntos
de contacto de las varias ciencias con la fe pueden agruparse como sigue:
(1) En las ciencias filosóficas: --la existencia de Dios y Sus cualidades:
--unidad, personalidad, infinita eternidad; Dios, la finalidad del hombre y de
todas las cosas creadas; libertad de voluntad humana, la ley natural.
(2) En las ciencias históricas y lingüísticas: la unidad histórica de la raza
humana y del idioma original; la historia de los patriarcas, de los israelitas,
y de su creencia mesiánica; la historia de Cristo y de Su Iglesia; la
autenticidad de los Libros Sagrados; la historia de los dogmas, de los cismas,
de herejías; hagiografía.
(3) En la ciencia de la ética y la ley: --el origen del derecho y el deber (el
positivismo realista de Comte y el positivismo subjetivo de John Stuart Mill);
la autoridad de los gobiernos civiles (el "Contrato social" de Rousseau y la
"Crítica de la Razón Pura" de Kant); el contrato matrimonial, su unidad y
permanencia; los derechos y deberes naturales de padres e hijos; propiedad
personal; libertad religiosa (separación de religión y estado, tolerancia.)
(4) Las ciencias médicas y biológicas han ocasionado serias discusiones en
cuanto a la existencia del alma humana, su espiritualidad e inmortalidad, su
diferencia del principio vital en los animales; la unidad fisiológica del
hombre; la justificación de la prevención y la extinción de la vida humana. Sin
embargo, en realidad todas estas cuestiones están fuera del dominio de la
medicina.
(5) En las ciencias naturales, especialmente la filosofía natural, los puntos de
contacto son: --la creación del mundo y del hombre (doctrinas materialistas, la
eternidad de la materia, la necesidad absoluta de leyes naturales, la
imposibilidad de los milagros, el origen Darviniano del hombre); el Diluvio, su
existencia y universalidad etnográfica. Las ciencias matemáticas y
experimentales, también conocidas como ciencias exactas, no tienen contacto
alguno con la fe, aunque en algún tiempo, se creyó erróneamente que el sistema
geocéntrico estaba contenido en la Biblia. El fenómeno celeste mencionado en la
Escritura, como la estrella de los magos, el eclipse solar durante la luna llena
de Pascua, la caída de estrellas del cielo como precursores del Juicio Final,
son todos de tipo milagroso y más allá de las leyes de la naturaleza.
II. Libertad Legítima
La libertad legítima es necesaria tanto para la ciencia como para cualquier
desarrollo humano. Las únicas cuestiones son éstas: ¿qué es libertad legítima, y
cuáles son sus limitaciones?
(1) La ciencia comprende dos funciones: investigación y enseñanza.
(a) El objeto de la investigación científica es prácticamente de extensión
indefinida y nunca puede ser agotada por la mente humana. En este campo existe
más libertad de la que jamás haya sido pretendida. Comparado con su campo, el
progreso de la ciencia es aparentemente pequeño, tanto así, que el mayor
progreso parece consistir en el conocimiento de lo poco que sabemos. Esta fue la
conclusión a la que llegó Sócrates, Newton, Humboldt y muchos otros. Los
instrumentos mismos enseñan esta lección: mientras más profundo desciende el
microscopio dentro de los secretos de la naturaleza y mientras mayor la potencia
telescópica surca los cielos, más vasto parece el océano de verdades no
descubiertas. Esto debe tenerse en mente, cuando el progreso de la ciencia es
tan fuertemente proclamado. Nunca ha habido un progreso general de todas las
ciencias; siempre fue progreso en algunas ramas, con frecuencia a costa de
otras. En nuestros días las ciencias naturales, médicas e históricas avanzan
rápidamente en comparación con el pasado; al mismo tiempo las ciencias
filosóficas caen tan rápidamente desde las primeras eras. La ciencia de la ley
debe su fundación al mundo antiguo. Algunas de las ciencias teológicas
alcanzaron su altura en la primera parte de la Edad Media, otros hacia los
inicios del siglo diecisiete.
(b) Por enseñanza se entiende aquí toda difusión de conocimiento, de palabra o
escrito, en la escuela o museos, en público o privado. El progreso y la libertad
necesarias para ello son deseados tanto en la enseñanza como en la
investigación. Existe libertad doctrinal, libertad pedagógica y libertad
profesional. La libertad doctrinal se refiere a la doctrina misma que enseña; la
libertad pedagógica, la manera en la cual se difunde la ciencia entre los
estudiantes el público en general; libertad profesional, las personas que llevan
a cabo la enseñanza. La ciencia reclama libertad de enseñanza en todos estos
aspectos.
(2) Debe verse si existen limitaciones para investigar y enseñar y cuáles son
estas limitaciones. Todas las cosas en este mundo pueden ser consideradas desde
un triple punto de vista: desde la lógica, la física y la ética. Aplicados a la
ciencia, descubrimos limitaciones en todas estas tres.
(a) Lógicamente la ciencia es limitada por la verdad, la cual pertenece a su
esencia misma. El conocimiento de las cosas no puede tenerse a partir de sus
causas, a menos que el conocimiento sea verdadero. El falso conocimiento no
puede derivarse de la causa de las cosas; tiene su origen en algún origen falso.
Si la ciencia alguna vez ha tenido que elegir entre la verdad y la libertad (un
caso no del todo imaginario), debe en toda circunstancia decidirse por la
verdad, bajo pena de auto-aniquilación. En tanto el caso sea teórico, no existe
diferencia de opinión. Sin embargo en la práctica, es casi imposible reconciliar
sentimientos en conflicto. Cuando, en 1901, una silla vacante en la Universidad
de Estrasburgo iba a ser ocupado por un historiador católico, Mommsen publicó
una protesta, en la cual declaraba: "Un sentido de degradación está penetrando
en los círculos universitarios alemanes". En esa ocasión acuñó el término "voraussetzungslos",
y clamaba que la investigación científica debía ser "sin presuposiciones". El
mismo clamor fue de Harnack (1908) cuando exigía "libertad sin fronteras para la
investigación y el conocimiento". La demanda fue formulada en forma un poco más
precisa por el congreso de los académicos en Jena (1908.) Su reclamo para la
ciencia fue "libertad desde todo punto de vista ajeno a los métodos
científicos".
En ésta última fórmula el reclamo tiene un significado legítimo, a saber, que
los puntos de vista no científicos no deben influir en los resultados de la
ciencia. Sin embargo, en el significado de Mommsem y Harnack el reclamo es
ilógico en dos sentidos. Primero, no puede haber "ciencia sin presuposiciones".
Todo científico debe aceptar ciertas verdades dictadas por el sentido común,
entre otras, la verdad de su propia existencia y de un mundo fuera de él;
después, debe aceptar que él puede reconocer el mundo externo a través de los
sentidos, que un poder de razonamiento se le da a él para entender las
impresiones recibidas, y una voluntad libre de restricción física. Como
filósofo, reflexiona sobre estas verdades y las explica con métodos científicos,
pero nunca las comprobará todas sin involucrarse a sí mismo en círculos
viciosos. Cualquiera que sea la ciencia que elija, debe construir sobre
presuposiciones naturales o filosóficas sobre las cuales descansa su vida como
hombre. El hecho es que toda ciencia positiva pide prestado de la filosofía un
número de principios establecidos.
Así que ahí quedan las premisas generales. Ellas mismas demostrarán lo ilógico
del reclamo de "ciencia sin presuposiciones". Pero esto no es todo. Cada ciencia
tiene sus propias presuposiciones o axiomas, distintas de sus propias
conclusiones, al igual que todo edificio tiene sus cimientos, distintos de sus
muros y techo. No sólo eso, sino que las varias ramas de cualquier ciencia
especial tienen sus propias presuposiciones. La geometría de Euclides está
basada en tres tipos de presuposiciones. Él las llama definiciones, postulados y
nociones comunes. Éstos últimos fueron llamados axiomas por Proclus. Para
mostrar la diferencia entre las hipótesis y el resultado no se puede elegir
mejor ejemplo que el quinto postulado del primer libro de Euclides. El postulado
dice: "Cuando dos líneas rectas interceptan con una tercera de tal manera que
hacen los ángulos interiores adyacentes en un lado menos que dos ángulos rectos,
las dos líneas, indefinidamente prolongadas, interceptarán en los lados de esos
ángulos menores." Por un error de Proclus (quinto siglo) el postulado fue
cambiado en una proposición. Se hicieron innumerables intentos para probar la
supuesta proposición, hasta que se reconoció el error, apenas hace un siglo. El
quinto postulado, o axioma de paralelos, como es frecuentemente llamado, probó
ser una verdadera hipótesis, distinta de todas las otras presuposiciones. Se ha
construido geometría no-euclidiana por un simple cambio del quinto postulado.
Todo esto prueba que no existe geometría sin presuposiciones. Y en forma
similar, no existe álgebra sin presuposiciones. La ley parte de la existencia de
las familias y de su tendencia natural a asociarse para el bienestar común. La
medicina toma el cuerpo humano como organismo viviente, sujeto a desviarse, y la
existencia de remedios, antes de construir su ciencia. La historia supone que es
testimonio humano es, bajo ciertas condiciones, una fuente confiable de
conocimiento, antes de iniciar sus investigaciones. Del mismo modo, las ciencias
lingüísticas, dan por hecho que los idiomas humanos no están construidos en
forma arbitraria, sino que evolucionaron en forma lógica a partir de una
variedad de circunstancias. La teología toma de la filosofía un número de
verdades, tales como la existencia de Dios, la posibilidad de los milagros, y
otros. De hecho, una ciencia toma prestadas sus presuposiciones de los
resultados de otras ciencias, una división de labor necesaria por las
limitaciones de todo lo humano. Por ello, el reclamo de "ciencia sin
presuposiciones" es doblemente ilógico, a menos que presuposición signifique una
hipótesis que puede ser probada falsa o ajena a la ciencia particular en
cuestión. La libertad de la ciencia por lo tanto, tiene sus limitaciones desde
el punto de vista de la lógica.
(b) Desde el punto de vista físico la ciencia requiere medios materiales. Los
edificios, los talentos y las bibliotecas son necesarios para todas las ramas de
la ciencia, tanto en la investigación como en la enseñanza. Las ciencias médicas
y naturales requieren medios extraordinarios, tales como laboratorios, museos e
instrumentos. Los requerimientos materiales siempre han impuesto limitaciones en
la investigación y enseñanza científica. Por otro lado, las peticiones de
libertad de parte dela ciencia han sido generosamente contestadas. Entre los
siglos doce y catorce se fundaron aproximadamente cuarenta universidades en
Europa, en parte por iniciativa privada, en parte por príncipes o papas, en la
mayoría de los casos por los esfuerzos combinados de ambos junto con los
miembros de la universidad. Entre las universidades auto-originadas puede
mencionarse Bolonia, París, Oxford y Cambridge. Con la ayuda de príncipes, se
erigieron universidades en Palencia, Nápoles, Salamanca, Sevilla y Sena. De las
universidades fundadas por papas mencionamos sólo Roma, Pisa, Ferrara, Toulouse,
Valladolid, Heidelberg, Colonia y Erfurt. La mayoría de las universidades
antiguas, como Coimbra, Florencia, Praga, Viena, Cracovia, Alcalá, Upsala,
Lovania, Leipzig, Rostock, Tübingen y muchas otras, deben su origen a los
esfuerzos sumados de príncipes y papas. Las fundaciones consistieron
principalmente de cartas que otorgaban derechos civiles y autorizaban grados
científicos, en la mayoría de los casos también contribuciones y dones
materiales. Los papas aplicaron beneficios eclesiásticos a muchas de las
cátedras sin otra obligación que la de enseñar ciencia. Naturalmente, los
fundadores retenían una cierta autoridad e influencia sobre las escuelas. En
general, las antiguas universidades gozaron en todas partes de la misma libertad
que tienen en Inglaterra hoy en día. Después de la Reforma los gobiernos de
Europa continental hicieron las universidades de sus propios territorios,
instituciones del Estado, pagando a los profesores como empleados del gobierno,
en ocasiones prescribiendo libros de texto, métodos de enseñanza y aún
doctrinas. Aunque en el siglo diecinueve, los gobiernos fueron obligados a
relajar su supervisión, aún mantienen el monopolio del establecimiento de
universidades y de la designación de profesores. Su influencia sobre el progreso
de la ciencia es inequívoca; qué tanto esto puede beneficiar a la ciencia, no
necesita decidirse aquí. Con la creciente influencia del Estado, el de la
Iglesia ha disminuido, en la mayoría de las universidades, hasta la total
extinción. En las pocas universidades europeas en las cuales aún se permite la
existencia de la facultad de teología Católica, la supervisión de la Iglesia
sobre su propia ciencia se ha reducido a un mero veto. La necesidad de eximir a
los profesores del voto contra la herejía Modernista es una ilustración del
caso. Gracias a la libertad de enseñanza en los Estados Unidos de América,
existen además de las universidades públicas de los diferentes estados, un
número de instituciones fundadas por la iniciativa privada. Debido a la fuerte
ayuda que reciben las tendencias anticristianas y ateas a través de la
influencia de las universidades, las iniciativas privadas de escuelas que
defienden la verdad de la Revelación no son muy recomendables.
(c) Las limitaciones de la ciencia desde el punto de vista ético son en dos
sentidos. La acción directa de la ciencia sobre la ética se entiende con
facilidad; la reacción de la ética sobre la ciencia es igual de cierta. Y tanto
la acción como la reacción crean limitaciones para la ciencia. La actividad del
hombre es guiada por dos facultades espirituales, el entendimiento y la
voluntad. Del entendimiento deriva la luz, de la voluntad deriva la firmeza.
Naturalmente el entendimiento precede a la voluntad y por ello la influencia de
la ciencia sobre la ética. Esta influencia viene a ser un factor importante en
el bienestar de la raza humana por razón de que no está confinado al científico
en sus propias investigaciones, sino que alcanza a las masas a través de las
varias formas de enseñanza de palabra y por escrito. Si uno debe juzgar
rectamente en este asunto, deben tenerse en cuenta dos principios generales.
Primero, para el hombre la ética es más importante que la ciencia. Aquellos que
creen en la revelación, saben que los Mandamientos son el criterio por el cual
serán juzgados los hombres (Mateo, xxv, 35-46); y aquellos que ven sólo tan
lejos como la luz de razón natural les permite, saben a partir de la historia
que la felicidad de los pueblos y naciones consiste más bien en la rectitud
moral que en el progreso científico. La conclusión es que de haber conflicto
entre la ciencia y la ética, debe prevalecer la ética. Ahora bien, no puede
haber tal conflicto excepto en dos casos: cuando la investigación científica
lleva al error, y cuando la enseñanza de la ciencia, aún si verdadera, se aplica
contra máximas educativas sólidas. Para ver que estas excepciones no son
imaginarias, uno sólo necesita dar un vistazo a los puntos de contacto entre la
ciencia y la fe, bajo el punto A. Todos ellos indican conflictos reales. La
enseñanza no pedagógica es tristemente ilustrada por el reciente movimiento en
Alemania hacia la instrucción prematura y aún pública acerca de las relaciones
sexuales, lo que provocó una reacción de parte de las autoridades civiles.
Eso es en cuanto a la acción directa de la ciencia sobre la ética. El caso no
debe ser reversible, en otras palabras, la ética no debe influir sobre la
ciencia, excepto en la estimulación de la investigación y la enseñanza. Sin
embargo, no sólo los individuos sino facultades enteras de científicos han sido
sujetos a esa debilidad humana expresada en el adagio: Stat pro rations
voluntas. Como lo expresó Cícero: "El hombre juzga mucho más frecuentemente
influenciado por odio o amor o codicia... o alguna agitación mental, que por la
verdad, o un mandamiento, o la ley" (De oratore, II, xlii.) Si Cícero está en lo
cierto, entonces la libertad del conocimiento, tan altamente valorada y tan
fuertemente exigida, es pervertida por el hombre en un doble sentido. Primero,
llevan la libertad de la voluntad a juicio. El amor, odio, deseos, son pasiones
o actos de la voluntad, mientras que los juicios se forman por el entendimiento,
una facultad enteramente falta de libre elección. Segundo, privan al
entendimiento de la necesaria indiferencia y equilibrio, y lo obligan a
inclinarse a un lado, ya sea el lado de la verdad o el de la falsedad. Si los
hombres de ciencia, quienes exigen libertad, pertenecen a la clase descrito por
Cícero, entonces su idea de libertad está totalmente confundida y pervertida.
Puede contestarse que la declaración de Cícero se aplicaba a asuntos de la vida
diaria, más que a las búsquedas de la ciencia. Esto es perfectamente cierto en
cuanto a la ciencia, y probablemente es cierto en cuando al objeto formal de
toda ciencia. Aún cuando consideramos los primeros postulados que las ciencias
toman de la filosofía, nos acercamos mucho a la vida diaria. Los hombres de
ciencia escuchan acerca de Cristo y saben de la carta magna de Su reino,
proclamada en la montaña (Lucas, vi.) Hace observaciones agudas sobre la vida
diaria. Podría descartarse, si Cristo mismo no hubiese reclamado poder supremo
en el cielo y sobre la tierra, y si no hubiese profetizado Su segunda venida,
para juzgar a vivos y muertos.
Aquí es donde entra el amor y el odio de Cícero. Es bastante seguro decir: no
existe lugar en el mundo civilizado donde Cristo no sea amado y odiado. Aquellos
que están dispuestos a tomar el camino angosto y escarpado hacia Su reino
aceptan los testimonios a Su misión Divina aceptan los testimonios de Su Divina
misión con imparcialidad; otros que prefieren una forma de vida más fácil y
amplia intentan persuadirse a sí mismos que los reclamos de Cristo son
infundados. Pues, además de aquellos que ya sea rechazan Sus reclamos a través
de prejuicios heredados o adquiridos, o los tratan con indiferencia, un gran
número de hombres intentan fortalecer su posición anticristiana por medio de
formas científicas. Sabiendo que la Divinidad de Cristo puede ser probada por
los milagros a los cuales apeló como testimonios de Su Padre, formulan el
axioma: "Los milagros son imposibles". Sin embargo, viendo la inconsistencia de
la fórmula en tanto hay un Creador del mundo, están obligados al siguiente
postulado: "No existe el Creador". Viendo de nuevo que la existencia del Creador
puede ser probada por la existencia del mundo, y convincentemente a través de un
número de argumentos, requieren de nuevos axiomas. Primero tratan el origen de
la materia como algo demasiado remoto para determinar su causa, y argumentan
que: "La materia es eterna". Por una razón similar el origen de la vida se
explica por el postulado arbitrario de "generación espontánea". Entonces debe
disponerse de la sabiduría y el orden desplegados en los cielos estrellados y en
la flora y fauna de la tierra. Decir en palabras simples "Todo el orden en el
mundo es casual" sería ofensivo para el sentido común. El axioma entonces es
investido en lenguaje más científico, es decir: "Desde la eternidad el mundo ha
pasado a través de un número infinito de formas, y sólo los más aptos
sobrevivieron".
La subestructura de la ciencia anticristiana tiene aún un punto débil: el alma
humana no proviene de la eternidad y sus facultades espirituales no apuntan a un
creador espiritual. La fabricación de axiomas, una vez iniciada, tiene que
concluir en: "El alma humana no es esencialmente diferente del principio vital
del animal". Esta conclusión se recomienda a sí misma como especialmente fuerte
contra lo que teme la voluntad: el animal no es inmortal, y por ello tampoco lo
es el alma humana; consecuentemente cualquier juicio que pueda venir después, no
tendrá efecto. El fin de la fabricación es amargo. El hombre es un orangután
altamente desarrollado. Existe aún un obstáculo en las Sagradas Escrituras,
antiguas y nuevas. El Antiguo Testamento narra la creación del hombre, su caída,
la promesa de un Redentor; contiene profecías de un Mesías que parecen cumplirse
en Cristo y en Su Iglesia. El Nuevo Testamento prueba el cumplimiento de las
promesas y presenta un Ser sobrehumano, que ofreció Su vida para la expiación
del pecado y declara Su Divinidad por Su propia Resurrección; le da la
constitución y primera historia de Su Iglesia, y promete su existencia hasta la
consumación del mundo. A la luz de la ciencia anticristiana no se puede permitir
esto. Unos cuantos postulados más o menos no dañarían a la ciencia en este
punto. La literatura hebrea es puesta a la par de aquella de Persia o China, la
historia del paraíso es relegada al reino de las leyendas, la autenticidad de
los libros es rechazada, se señalan las contradicciones en el contenido, y el
sentido obvio es distorsionado. Los axiomas utilizados para aniquilar las
Sagradas Escrituras tienen la ventaja de la plausibilidad sobre aquellos
utilizados contra el Creador. Están cubiertos de una masa de erudición tomada de
las ciencias lingüísticas e históricas.
Pero todavía no hemos visto todo. El mayor obstáculo a la ciencia anticristiana
es la Iglesia, quien arguye origen Divino, autoridad para enseñar la verdad
infalible, mantiene la inspiración de la Escritura, y confía en su propia
existencia hasta el fin del mundo. Con ella, la ciencia no puede jugar como con
la filosofía o la literatura. Ella es una institución viviente blandiendo su
espectro sobre toda la población del mundo. Tiene todas las armas de la ciencia
a su disposición, y miembros devotos a ella, en corazón y alma. Para otorgarle
los mismos derechos en terrenos científicos sería desastroso para la "ciencia
sin presuposiciones". La mera creación de nuevos axiomas no parece ser eficiente
contra una organización viviente. Los axiomas tendrían que ser proclamados
fuertemente, y mantenidos vivos, y finalmente puestos en vigor por una oposición
organizada, en algunos casos aún con poder gubernamental. Los libros, periódicos
y salas de conferencias anuncian un solo texto, entonado en todas las notas, el
gran axioma: que la Iglesia es esencialmente no científica, pues descansa sobre
presuposiciones inciertas, y que sus científicos nunca pueden ser verdaderos
hombres de ciencia. El reclamo de degradación de Mommsen sobre la designación de
un historiador católico en Estrasburgo (1901) tuvo fuerte eco en la mayoría de
las universidades alemanas. Y sin embargo, era cuestión de sólo una quinta parte
de católicos entre setenta y dos profesores; y esto en una universidad en
Alsacia-Lorena, un territorio casi enteramente católico. Prevalecen proporciones
similares en la mayoría de las universidades. Todos los axiomas de ciencia
anticristiana mencionados anteriormente son totalmente arbitrarios y falsos.
Ninguno de ellos puede ser respaldado por razones sólidas; por el contrario, se
ha demostrado que cada uno de ellos es falso. Con ello la ciencia anticristiana
se ha rodeado a sí misma de un número de intereses limítrofes determinadas sobre
bases científicas, y así ha limitado su propia libertad para progresar; la
"ciencia sin presuposiciones" se enreda en sus propios axiomas, por ninguna otra
razón que su aversión hacia Cristo. Por otro lado, el científico que acepta la
enseñanza de Cristo no necesita basarse en un solo postulado arbitrario. Si es
filósofo, inicia a partir de las premisas dictadas por la razón. Reconoce en el
mundo que le rodea la revelación natural de un Creador, y por deducciones
lógicas concluye de la contingencia de las cosas creadas al Ser No-creado. El
mismo razonamiento le hace comprender la espiritualidad e inmortalidad del alma.
De la suma de ambos resultados concluye más allá en las obligaciones morales y
la existencia de una ley natural. Así preparado, puede comenzar cualquier
investigación científica sin necesidad de levantar límites de interés con el fin
de justificar sus prejuicios. Si desea ir más allá y poner su fe sobre una base
científica, puede tomar los libros, llamados Sagradas Escrituras, como punto de
partida, aplicar crítica metódica a su autenticidad, y encontrarlos tan
confiables como cualquier otro registro histórico. Su contenido, profecías y
milagros le convencen de la Divinidad de Cristo, y del testimonio de Cristo
acepta toda la Revelación sobrenatural. Ha construido la ciencia de su fe sin
otra cosa que premisas científicas. Por ello la ciencia del cristiano es la
única que da libertad en la investigación y el progreso; sus fronteras no son
otras que el empalizado de la verdad. Por el contrario, la ciencia anticristiana
es esclava de su propia ética preconcebida.
III. Libertad Ilimitada
La exigencia de libertad ilimitada en la ciencia es irrazonable e injusta,
debido a que lleva al desorden y la rebelión.
(1) En el mundo no existe la libertad ilimitada, y la transgresión de los
límites de la libertad siempre lleva a la maldad. El hombre mismo no es
absolutamente libre, ni desea libertad sin fronteras. La libertad no es la mayor
bendición ni el último fin del hombre; le es concedido como un medio para
alcanzar su fin. Dentro de su propia mente, el hombre se siente ligado a la
verdad. A su alrededor, ve toda la naturaleza sometida a leyes y hasta teme a
las perturbaciones en su curso normal. En toda su actividad sale adelante mejor
permaneciendo dentro de la ley establecida para él. Los juicios son mejores
cuando se forman de acuerdo con las reglas de la lógica. Las máquinas e
instrumentos son los mejores cuando se les permite la menor cantidad de
libertad. La interrelación social es más fácil dentro de reglas de
comportamiento apropiado. Ampliar estas fronteras no lleva a una más alta
perfección. Las opiniones son libres sólo donde no se puede alcanzar la
certidumbre; las teorías científicas son libres mientras se basen en
probabilidades. Los más libres de pensamiento son los ignorantes. En pocas
palabras, mientras más libertad de opinión, menos ciencia. En forma similar, un
tren de ferrocarril con libertad en más de una línea es desastroso, una nave sin
control del timón está condenada. Una nación que desprecia su código legal, que
relaja la administración de justicia, que deja de lado las estrictas leyes de
propiedad, que no protege a su propia industria, que no garantiza la propiedad y
la seguridad pública y privada está en declive. La libertad ilimitada lleva a la
barbarie, y se puede encontrar el enfoque más parecido en la vida salvaje en
Australia.
(2) Lo que la ciencia anticristiana pide es libertad desordenada. Las fronteras
enumeradas en el párrafo anterior circunscriben el reino lógico, físico y ético
del hombre. Siempre que pisa fuera de él, cae en el error, el infortunio, el
desorden. Ahora bien, ¿a qué reino pertenece la ciencia? La definición de
Aristóteles la coloca en el reino lógico. ¿Y qué hay de la libertad de la
ciencia? Dentro el hombre, el reino lógico es la facultad intelectual, y fuera
de él, es el reino de la verdad. Sin embargo ninguno es libre. La libertad del
hombre está en la voluntad, no en el entendimiento. La verdad es eterna y
absoluta. Por lo que la petición de libertad sin límites para la ciencia no
tiene lugar en el reino lógico; evidentemente, no se trata de física; por lo que
debe pertenecer al reino ético; no es un llamado a la verdad, es una petición
con propósito. El propósito puede inferirse de lo que ha sido dicho en el punto
II. Puede resumirse diciendo que es rebelión tanto contra la revelación
sobrenatural como la natural. La posición anterior es la principal pero no puede
sostenerse en forma congruente sin la última. La rebelión no es una palabra
demasiado fuerte. Si Dios desea revelarse a Sí mismo en cualquier forma, el
hombre está obligado a aceptar la revelación, y ningún axioma le relevará del
deber. Paulsen y Wundt al oponerse a la revelación natural apelan al postulado
de "causalidad natural cerrada", donde "cerrada" significa la exclusión del
Creador. A la revelación sobrenatural Kant la llamó "una restricción dogmática",
la cual según él, puede tener valor educativo para los pequeños al llenarles de
temores piadosos. Wundt le secunda llamando al Catolicismo la religión de la
restricción, y Paulsen alaba a Kant como "el redentor del peso insoportable".
Todas estas expresiones descansan en la suposición de que en la ciencia no hay
lugar para un Creador, ni para un Redentor. Se han hecho muchos intentos de
poner el axioma sobre una base científica; pero sigue siendo una premisa
supuesta, una "convicción constante", como la llama Harnack.
(3) Que las expresiones "libertad desordenada" y "rebelión" son claras a partir
de las consecuencias de la ciencia anticristiana.
(a) La ciencia anticristiana lleva al Ateísmo. Cuando la ciencia repudia el
reclamo de Cristo como Hijo de Dios, necesariamente repudia al Padre que le
envió, y al Espíritu Santo quien procede de ambos. La inferencia lógica no
encuentra favor con los partidarios de esa ciencia. En 1892, cuando se estaban
discutiendo las leyes escolares en el Reichstag alemán, el canciller Caprivi
tuvo el valor de decir: "El punto en cuestión es cristiandad o ateísmo... lo
esencial en el hombre es su relación con Dios". El clamor de la parte "liberal"
de la Casa mostró que el canciller había tocado un punto sensible. Ya que el
repudio del Creador es claramente un abuso de la libertad y una infracción de la
ley natural, la ciencia, por todos los medios, tiene que salvar las apariencias
por medio de palabras que científicamente tienen sentido. Primero llama a las
dos divisiones de espíritus Monismo y Dualismo. Los científicos alemanes hasta
han formado la "Coalición de Monistas", argumentando que no hay distinción real
entre el mundo y Dios. Cuando su sistema enfatiza al mundo, es Materialismo;
cuando acentúa la Divinidad es Panteísmo. El Monismo sólo es un término más
suave para ambos. La pura palabra "ateísmo" parece ser demasiado ofensiva. Los
Naturalistas ingleses la reemplazaron hace mucho tiempo con palabras de mejor
apariencia, tales como Deísmo y Agnosticismo. Toland, Tindal, Bolingbroke,
Shaftesbury, del siglo dieciocho, tuvieron la satisfacción de mudar la Deidad
tan lejos del mundo que no podía tener ninguna influencia en él. Sin embargo,
"Deidad" todavía tenía un aroma demasiado religioso e implicaba una tosca
incongruencia. Para Huxley y otros científicos del siglo diecinueve el
"agnosticismo", que sonaba bien, tenía apariencia más digna. Sin embargo, frente
a la ley natural, que obliga al hombre a conocer y servir a su Creador,
argumentar la ignorancia de Dios es tanta rebelión contra Él como cerrarle fuera
del mundo.
Todos estos y otros técnicos y frases con tacto cubren al mismo Ateísmo crudo y
confiesan basarse, sin excepción, sobre una colección de postulados arbitrarios.
Por el contrario, el Dualismo, no tiene necesidad de postulados, excepto
aquellos dictados por el sentido común. Alguna razón considera en la creación,
como el reflejo de un espejo, al Creador, y con ello pueden referir los
fenómenos naturales a su causa final. Mientras que la ciencia requiere sólo de
conocimiento de causas intermedias, el conocimiento de las cosas por su última
causa eleva a la ciencia a su más alto grado, o sabiduría, como la llama Santo
Tomás. Por esto la coherencia y la congruencia lógicas son encontradas siempre y
exclusivamente en la doctrina dualista. Es inútil esperar que el abismo entre la
filosofía lógica de los Dualistas y las "convicciones constantes" de los
Monistas pueden construir puentes por medio de discusiones. Esto fue bien
ilustrado cuando el Padre Wasmann ofreció una conferencia en Berlín (1907) sobre
la teoría de la Evolución y fue opuesto por Plate y otros diez oradores. El
resultado de la discusión fue que cada uno, Plate y Wasmann, pusieron por
escrito sus respectivos puntos de vista, uno sus axiomas y el otro su filosofía,
y lo que es más, que Plate rechazaba que Wasmann tenía derecho a ser considerado
científico por lo que él llamaba presuposiciones cristianas de Wasmann.
(b) Después de la exclusión de Dios, existe la necesidad de un ídolo; la
necesidad se origina en la naturaleza humana. Todas las naciones de la
antigüedad tenían sus ídolos, aún los israelitas, cuando en ocasiones se
rebelaban contra los Profetas. La forma de los ídolos varía con el progreso. Los
salvajes los hacían de madera, los paganos civilizados de plata y oro, y nuestra
era letrada los hace de sistemas filosóficos. Kant no trazó las últimas
consecuencias a partir de su "autonomía de razón"; fue hecho por Fichte,
Schelling y Hegel. Este Idealismo se desarrolló en Subjetivismo en el más amplio
sentido de la palabra, a saber, en la completa emancipación de la mente y
voluntad humana de Dios. El ídolo es el Ego humano. Las consecuencias son que la
verdad y la justicia pierden su carácter eterno y se tornan conceptos relativos;
el hombre cambia con las eras, y con él sus propias creaciones; lo que él llama
verdad y derecho en un siglo, puede llegar a ser falso y equívoco en el
siguiente. En cuanto a la verdad tenemos la declaración explícita de Paulsen, de
que "no hay filosofía eternamente válida". En cuanto a la justicia, Hartmann
define la autonomía de Kant en las siguientes palabras: "Significa nada más ni
nada menos que esto, que en asuntos morales Yo soy el más alto tribunal sin
apelaciones". La religión, que forma la parte principal de la justicia, viene a
ser de la misma forma un asunto de inclinación subjetiva. Harnack llama al
sometimiento a la doctrina de otros, traición a la religión personal; y
Nietzsche defiende a su ídolo llamando vergüenza de la humanidad a la
cristiandad. El axioma es pronunciado en forma más dignificada por Pfeiderer
(1907.) Dice, "En la ciencia de la historia, la aparición sobre la tierra de un
ser sobrehumano no puede ser considerado". Quizá es formulado en forma más
general por Paulen (1908): "Apagar el interruptor de lo sobrenatural del mundo
histórico y natural". Sin embargo, todos estos axiomas subjetivos son sólo
formas más o menos científicas del postulado Straussiano puro (1835): "Ya no
somos cristianos".
(c) Estamos siendo confrontados aquí por dos hechos que requieren la mayor
consideración. Por un lado, las universidades gubernamentales de casi todos los
países en Europa y muchas universidades estadounidenses excluyen toda relación
con Dios y prácticamente favorecen el postulado ateo antes mencionado; y por
otro lado, estos son los mismos postulados resumidos por Pío X bajo el nombre de
"modernismo". Por ello el reclamo de las universidades del Estado contra la
Encíclica "Pascendi" de 1907. Para empezar con el primero, el desenfreno de la
verdad subjetiva es la cuna misma de las teorías anarquistas y la rebelión
contra la enseñanza de Cristo terminará con las condiciones del paganismo griego
y romano. Como no nos concierne aquí la relación entre la ciencia y el Estado,
debe bastar ahora mostrar cómo comienza a sonar la alarma. Parece ser asunto de
curso, y sin embargo suena poco usual, cuando el Conde Apponyi como ministro de
educación y culto en Hungría, en ocasión de una promoción académica, recomienda
a los maestros de ciencia una mayor conciencia moral. Más notable es la
advertencia de Virchow en la reunión de científicos en Munich (1877) contra la
enseñanza de puntos de vista y especulaciones personales como verdades
establecidas, y en particular, contra reemplazar los dogmas de la Iglesia por
una religión de evolución.
El estado moral de un joven creciendo bajo tal enseñanza podría anticiparse a
partir de la historia del paganismo. No obstante, se reservó a nuestra era
anticristiana justificar la inmoralidad con apariencia de ciencia. Se ha
formulado y hecho circular en revistas y reuniones que una vida pura y moral es
perjudicial desde el punto de vista de la medicina. La facultad médica de la
Universidad de Christiania encontró que era necesario declarar toda la aserción
como falsa, y afirmar positivamente que "no sabemos que haya daño o debilidad
debida a la castidad". La misma protesta fue expresada por el Dr. Raoult en las
palabras: "No existe cosa alguna llamada patología de la continencia"; y por el
Dr. Vidal (vea más adelante) en la afirmación de que los mandamientos de Dios
son legítimos desde el punto de vista de la medicina, y que su observancia no
sólo es posible sino provechosa. Pueden mencionarse advertencias tales como
éstas que anticipan efectos; pero también podemos oír otras que prueban los
efectos ya existentes. Tal fue el voto unánime de la Conferencia Internacional
para la protección de la Salud y la Moral llevada a cabo en Bruselas
(Septiembre, 1902): "Debe enseñarse a los hombres jóvenes que las virtudes de
castidad y continencia no sólo no son perjudiciales sino son de lo más loables
desde un punto de vista puramente médico y de higiene". Los efectos en las
instituciones educativas deben haber sido aterradores antes de que las
autoridades científicas se atrevieran a levantar el velo por medio de
advertencias públicas. Éstas fueron dadas por el Dr. Fleury (1899) en cuanto a
los colegas franceses, y fueron repetidas por el Dr. Fournier (1905) y el Dr.
Francotte (1907.) Aún más sonoras fueron las advertencias de Paulsen, Förster, y
especialmente del eminente Dr. Gruber en cuanto a la grymnasia y las
universidades alemanas. El Dr. Desplats (ver bibliografía) insiste que con el
fin de impedir la corriente que está llevándose a los franceses hacia la
irremediable decadencia, es necesario reaccionar contra la doctrina y la
práctica del neo-paganismo. No es de extrañar que las doctrinas licenciosas han
encontrado camino desde los libros hacia las publicaciones y pasado de los
educados a los iletrados. Sosnosky, una autoridad en literatura, compara la
epidemia moral actual con la de la Roma pagana y la de la Revolución Francesa, y
protesta, desde un punto de vista meramente natural, contra la hipocresía del
animalismo crudo encubierto con pretexto del arte y de la ciencia (ver
Allgemeine Zeitung, No. 3, 21 de enero de 1911.).
Lo que el Estado ya sea no hará o no se atreverá a hacer, la Iglesia hace
siempre, manteniendo a los hombres conscientes del objeto o fin de su existencia
y este fin no es la ciencia. El catecismo lo señala bajo tres encabezados: el
conocimiento de Dios; la observancia de Sus mandamientos; y el uso de Su gracia.
La intención de Dios es que el conocimiento de la naturaleza sea un medio
subordinado a este fin. Y es por esa misma razón que nunca puede haber conflicto
entre la ciencia y nuestro destino final. La Iglesia no enseña las ciencias
naturales, pero ayuda a que sus principios se atribuyan a la sabiduría, primero
al advertir contra el error y luego señalando hacia la causa final de todas las
cosas. Cuando la ciencia reclama contra el oficio de guiar de la Iglesia, es
comparable a un sistema de navegación sin ninguna dirección fuera de la nave
misma y las aguas que la rodean. El objeto formal de cada ciencia en particular
es ciertamente diferente a la fe al igual que el timón de un buque es diferente
del conocimiento de las estrellas; pero la exclusión de todas las luces guía más
allá de las oleadas de opiniones e hipótesis científicas es enteramente
arbitraria, imprudente y desastrosa
B. LA IGLESIA
En su relación con la ciencia la Iglesia puede ser mejor entendida por una
división del sujeto en las siguientes partes: Puntos de vista opuestos;
distinción entre el cuerpo de enseñanza y la ecclesia discens; los portadores
del oficio de enseñanza; la ciencia de la fe; conflictos aparentes.
I. Puntos de vista opuestos
Sobre la relación de la Iglesia con la ciencia existen dos puntos de vista
irreconciliables:
(1) León XIII en su Carta Apostólica del 22 de enero de 1899, llama la atención
a los católicos para tener en mente los peligros inminentes en el tiempo
presente, y los especifica como una confusión entre el desorden y la libertad,
como una pasión por decir y ultrajar lo que uno desee, como el hábito de pensar
o imprimir sin restricción. Las sombras lanzadas por estos peligros sobre las
mentes de los hombres, dice él, son tan profundas que hacen ahora más que nunca
el ejercicio del oficio de la enseñanza de la autoridad Apostólica. El papa
fortalece sus palabras con la autoridad del Concilio Vaticano, el cual afirma fe
Divina para todas las cosas propuestas por la Iglesia, ya sea en decisión
solemne o por el magisterium ordinario universal.
(2) No así aquellos fuera de la Iglesia. Para ellos la restricción espiritual
del pensamiento, habla, escritura es un remanente de los tiempos en los cuales
la ciencia estaba en grilletes, una reliquia de la Era Obscura. Virchow, al
discutir la designación de los profesores de teología Protestante en Bonn y en
Marburgo por el Gobierno Prusiano, hizo la siguiente declaración en la Cámara (6
de marzo de 1896): "Si se considera que le incumbe a las facultades teológicas
conservar e interpretar un cierto depósito de las llamadas verdades y
revelaciones Divinas, entonces no encajan en el marco de las universidades, son
contrarias a la maquinaria científica que allí prevalece." Y continúa: "Los
Reformadores del siglo dieciséis han sido reemplazados hoy por la libre crítica
científica; en forma congruente, en lugar de detenerse ante las facultades
teológicas, deben abolirlas, y los problemas que siempre surgen por una cierta
clase de hombres que se dicen portadores de la verdad Divina, se habrán
desvanecido" (reportado por Hertling, ver más adelante, página 49 y
subsecuentes.) Tal es la voz general de aquellos que se ubican fuera de
cualquier credo. Existen otros que desean adherirse a ciertos artículos de fe
establecidos ya sea por un congreso de Reformadores, o por un soberano, o por el
Parlamento. Aunque ampliamente en desacuerdo entre ellos en cuanto a los Libros
inspirados, la Divinidad de Cristo, y aún la existencia de la Revelación, todos
están de acuerdo en considerar al papado una usurpación, y la obediencia
Católica en asuntos de fe y moralidad, obscuridad y esclavitud espiritual.
(3) Estos puntos de vista en conflicto han existido desde la cuna misma de la
cristiandad, y permanecerán hasta el fin del mundo. San Ambrosio (397) al hablar
de los sabios del mundo (sapientes mundi) dice: "Desviándose de la fe, están
implicados en la oscuridad de la ceguera perpetua, aunque tienen ante sí el día
de Cristo y la luz de la Iglesia; mientras no ven nada, abren sus bocas como si
lo supieran todo, ansiosos por cosas vanas y negados a las cosas eternas" (Hexaemeron,
V, xxiv, 86, en P. L., XIV, 240.) Aquellos que aceptan la enseñanza de Cristo
siempre han formado la porción menor de la humanidad, y la masa del rebaño
pequeño no está formado por los ricos o los poderosos o los sabios del mundo.
Sostienen que la Iglesia es una institución Divina, dotada del triple poder del
sacerdocio, enseñanza y gobierno; por esto su sumisión, firmeza y unión en
asuntos de fe en todo el mundo. Aquellos que se mantienen aparte y ven en la
Iglesia nada excepto una institución humana, al igual que el viejo Imperio
Romano, por ejemplo, pueden ser congruentes al condenar la posición Católica; al
mismo tiempo no pueden evitar ver una congruencia aún mayor en al punto de vista
Católico. Para someter el entendimiento propio a una doctrina supuestamente
Divina y que garantiza ser infalible es indudablemente más congruente que
aceptar los postulados prevalecientes de la ciencia, o las doctrinas nacionales,
o una opinión pública que pasa. Se les debe permitir a los católicos interpretar
a favor propio lo que la Escritura dice en cuanto a la luz de la fe, la
obscuridad del error y la libertad de la verdad.
II. El Cuerpo de Enseñanza y la Ecclesia Discens
Los cuerpos de enseñanza y de escucha de la Iglesia de Cristo son llamados
técnicamente "ecclesia docens" y "ecclesia discens".
(1) La distinción entre el cuerpo de enseñanza de la Iglesia y del cuerpo de
oyentes fue hecha por su Fundador en el mandamiento: "Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes" (Mateo, xxviii, 19); "quien a vosotros os
escucha, a mí me escucha" (Lucas, x, 16.) La misma división es ilustrada por San
Pablo en la comparación entre el cuerpo humano y el cuerpo místico de Cristo:
"Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído?" (I Cor., xii, 17.) El
oficio de la enseñanza fue comunicado a la Iglesia junto con la dignidad del
sacerdocio y la autoridad de gobierno. El triple poder descansa en San Pedro y
los Apóstoles y sus sucesores legales. El oficio Divino de la enseñanza no es
impartir convicción científica, sino dar una declaración autoritativa, y la
respuesta a ello de parte de los oyentes, no es ciencia sino fe. La Iglesia
puede aún emplear su poder regulador para apoyar su enseñanza. Todo esto es
ejemplificado en los primeros siglos cristianos. Los Doce Apóstoles no tenían
tratos con las escuelas de Atenas, Alejandría o Roma. San Pablo, quien fue
llamado más tarde, probablemente fue el único estudiado entre ellos; y aún él
mismo profesa que sus enseñanzas no tienen las palabras persuasivas de la
sabiduría humana (1 Cor., ii, 4.) Utilizó su poder contra Himeneo y Alejandro,
quien en cuanto a la fe había naufragado (1 Tim., i, 20), y exhortaba a Timoteo
a utilizar la misma autoridad contra aquellos que no tenían defensa contra una
doctrina sólida (II Tim., iv, 3.) El Apóstol San Juan culpaba a varios obispos
del Asia Menor por no remover a los falsos maestros (Apoc., ii, 14-20.).
(2) La división de la Iglesia en dos cuerpos, uno que enseña y otro que escucha,
no excluye a la ciencia del segundo más de lo que la incluye en el primero. El
convenir en la fe es un acto racional; antes de que pueda hacerse, debe
conocerse con certeza que existe un Dios, que Dios ha hablado, y lo que Él ha
dicho. Los Apóstoles, los primeros Padres, concilios y papas son testigos de
ello (Pesch, ver más adelante, páginas 18-22.) San Pedro desea que los fieles
estén siempre preparados para satisfacer a todos los que pregunten una razón de
la esperanza que está en ellos (1 Pedro, iii, 15.) San Agustín pregunta: "¿Quién
no ve que el conocimiento precede a la fe? Nadie cree a menos que conozca qué
creer". La siguiente es la declaración del Concilio Vaticano (Ses. III, de fide,
cap. 3): "Para considerar razonable el servicio de nuestra fe, Dios ha unido a
las acciones interiores del Espíritu Santo pruebas externas de Su revelación:
hechos Divinos, especialmente milagros, y profecías, las cuales son testigos
parlantes de Su infinito poder y sabiduría, testimonios infalibles de revelación
Divina que se adaptan al entendimiento de todos". Inocencio XI condenó
explícitamente la opinión de que la mera probabilidad en el conocimiento de la
revelación es suficiente para convenir la fe en forma sobrenatural. Pío IX exige
que la razón humana indague concienzudamente los hechos de la revelación Divina,
para asegurarse que Dios ha hablado, con el fin de servirle razonablemente,
según el Apóstol. En el conocimiento de las premisas de la fe, el hombre tiene
que progresar en edad y educación. El niño no puede convenir en forma
sobrenatural a la fe por lo que los padres o maestros dicen, hasta que su mente
esté lo suficientemente desarrollada para asegurarse de la existencia y
contenido de la revelación Divina. De nuevo, el conocimiento que pueda bastar a
un niño puede no bastar a un hombre. Debe aplicar sus facultades mentales e
interesarse en los fundamentos de su fe. La prudencia de su mente debe igualar a
la sencillez de su voluntad. El profesor Heis acostumbraba tener el catecismo
sobre su escritorio junto a los libros científicos. El progreso del conocimiento
es especialmente loable en padres, maestros, estudiantes y sobre todo en los
profesores de la ciencia teológica y en los dignatarios eclesiásticos. Bajo sus
métodos científicos las premisas de la fe han llegado a ser una rama especial de
la teología, llamada apologética.
(3) El contenido de la fe debe ser penetrado en la medida que lo permitan las
facultades mentales y la gracia Divina. La Revelación señala el destino eterno,
muestra el camino, y da los significados; previene contra la perdición eterna,
ayuda en la tentación y protege de la maldad. Sin el conocimiento no hay
interés, y la consecuencia es el olvido del propósito principal de la vida. Por
ello el deber de todos los hombres es escuchar a Dios, meditar en Sus palabras,
y entenderlas. Los más elevados actos de misericordia y caridad enseñan al
ignorante y corrigen al errado. El estudio de la verdad revelada y la
propagación de palabra y por escrito del conocimiento fue así adquirido y
practicado en la Iglesia en todos los tiempos y por todas las clases. Debido a
este estudio el depósito Divino de la fe ha crecido en un sistema científico el
cual no es igualado en claridad y firmeza de estructura por otras ramas del
conocimiento. A partir del marco de ese sistema sobresale el relieve de los
misterios profundos, sin duda más allá de la comprensión humana, pero bien
definidos en significado y protegidos contra objeciones. Sin embargo, debe
recordarse que los divinos y doctores, como tales, no constituyen el cuerpo de
enseñanza de la Iglesia; todos pertenecen a la "Ecclesia discens". La teología
como sistema científico, con propuestas, argumentos y objeciones, no es el
objeto directo de la "Ecclesia docens". Lo deja a los especialistas, con toda
forma de estímulo y dirección.
(4) Los peligros contra la fe. Ya que la fe, como fundamento de vida eterna, es
una virtud sobrenatural, al igual que todas las demás virtudes está expuesta a
la tentación. Algunas dificultades son inherentes en el depósito de la fe, otras
surgen del exterior. Una verdad revelada puede parecer ininteligible a la mente,
al igual que los misterios, o repulsivo a la voluntad como si connotaran
preceptos no bienvenidos. Las tentaciones del exterior pueden ser la constante
hostilidad del mundo hacia la Iglesia, la discriminación contra los católicos,
la falsificación de la historia, la literatura anticristiana e infiel, los
escándalos internos, y las deserciones de la Iglesia.
Por su derecho exclusivo y positivo para enseñar a todas las naciones lo que
Cristo ha ordenado a los Apóstoles (Mat., xxviii, 19-20), la Iglesia asimismo
deriva necesariamente el derecho a defenderse. Para proteger a su rebaño contra
los peligros de la fe emplea toda la autoridad de su poder reinante con sus
subdivisiones legislativas, judiciales y administrativas. Por este poder ella
regula la designación y remoción de los maestros religiosos, la admisión o
prohibición de doctrinas religiosas, y aún los métodos de enseñanza, de palabra
o por escrito.
III. Los Portadores del Oficio de Enseñanza
Éstos son el papa y los obispos, como sucesores de San Pedro y los Apóstoles. La
promesa de asistencia Divina fue dada junto con el mandato de enseñanza; por lo
tanto descansa en los mismos sujetos, pero está restringida a los actos
oficiales, a la exclusión de actos privados, en cuanto al depósito de la fe.
(1) La actividad oficial de la enseñanza puede ser ejercida ya sea en el
magisterium ordinario o diario, o por decisiones solemnes ocasionales. Lo
primero sucede ininterrumpidamente; lo segundo ocurre en casos de gran peligro,
especialmente por crecientes herejías. La promesa de asistencia Divina protege
la integridad de la doctrina "todos los días, aún hasta la consumación del
mundo" (Mat., xxviii, 20.) A partir de la naturaleza de ello, sucede que los
obispos en lo individual pueden caer en el error, debido a que se tienen
disposiciones amplias cuando todo el cuerpo de enseñanza de la Iglesia y del
pastor supremo en particular está protegido por la Providencia. La "Ecclesia
docens", como un todo, nunca puede caer en el error en asuntos de fe o
moralidad, ya sea que su enseñanza sea ordinaria o solemne; ni puede el papa
proclamar doctrinas falsas en su capacidad de pastor supremo de la Iglesia
universal. Sin esta prerrogativa, la cual se conoce como Infalibilidad (véase)
la promesa Divina de ayuda sería una falacia. Al derecho de enseñanza de parte
de la "Ecclesia docens" corresponde en forma natural la obligación de escuchar
de parte de la "Ecclesia discens". Escuchar tiene el sentido de someter el
entendimiento, y es de naturaleza dual, según la enseñanza es, o no, llevada a
cabo bajo la garantía de infalibilidad. La sumisión anterior se llama convenir a
la fe, la posterior aceptación de obediencia religiosa.
(2) Someter el entendimiento a otra que no sea la autoridad Divina puede parecer
objetable, pero sucede en la práctica, tanto en la ciencia como en la vida
diaria, en cientos de formas. En cuanto a la Iglesia, el sometimiento del
entendimiento, es especialmente adecuado, sin importar si habla con autoridad
infalible o administrativa, en otras palabras, si la sumisión es de fe o de
obediencia. Aún desde el punto de vista humano su autoridad es excepcionalmente
elevada e imparcial. Las cartas pastorales de los obispos, catecismos diocesanos
en particular, decretos de sínodos provinciales, decisiones de Congregaciones
Romanas y muchos actos oficiales del papa, pertenecen a la enseñanza que
descansa en forma directa sólo sobre la autoridad reinante, sin la prerrogativa
de infalibilidad, y tienen la misma obligatoriedad sobre la Iglesia universal.
En cada diócesis la autoridad oficial en asuntos de fe y moralidad es el obispo.
Sin su consentimiento (o el de otra autoridad más elevada), ningún profesor de
teología, catequista o predicador puede ejercer su función oficial, y ninguna
publicación que toca asuntos de fe y moralidad se permite dentro de la diócesis.
La aprobación de los maestros se conoce como misión canónica, mientras que la
aprobación o rechazo de libros se llama censura (véase.) Por encima de los
tribunales diocesanos están las Congregaciones Romanas (véase) a las cuales
ciertos asuntos están reservados y a las cuales se puede apelar. La ciencia, en
particular, puede tener contacto con la Congregación de Ritos, el cual examina
los milagros propuestos como fundamento para las beatificaciones y
canonizaciones. Con mayor frecuencia es la Congregación del Índice la que
examina oficialmente y decide el peligro para la fe y la moralidad de libros (no
personas) denunciados o bajo sospecha, y el Santo Oficio de la Inquisición, el
cual decide cuestiones de ortodoxia, con el papa mismo como prefecto. Todas las
autoridades eclesiásticas, mencionadas en este párrafo, participan, ya sea en
forma oficial o por delegación, en los poderes legislativos, judiciales y
ejecutivos de la Iglesia, apoyando sus funciones. Falta decir que sus decisiones
son dotadas con la prerrogativa de infalibilidad, cuando el papa las aprueba, no
en forma ordinaria, como por ejemplo cuando actúa como prefecto de una
Congregación, sino en forma solemne, o ex cathedra, con la obligación de
aceptación por toda la Iglesia.
(3) A los hombres de ciencia los tribunales Romanos del Índice y de la
Inquisición son mejor conocidas por su relación con el nombre de Galileo
(véase.) Este parece ser un buen momento para hablar sobre la actitud de los
científicos no católicos contra el caso. Puede demostrarse desde un triple punto
de vista que no siempre está relacionado con mantener los principios de la
ciencia.
(a) El error involucrado en la condenación de Galileo se utiliza como argumento
contra el derecho de los tribunales a existir. Esto es ilógico y parcial. El
error fue puramente accidental, al igual que los errores de la justicia en las
cortes criminales resultan de errores accidentales similares. Si el argumento no
se puede sostener en esto, mucho menos en lo anterior. El error fue una opinión
universal tenazmente defendida por los Reformadores del siglo dieciséis. Además,
es prácticamente la única decisión errónea de su tipo entre los cientos emitidos
por los tribunales Romanos en el transcurso de los siglos.
(b) Lo que se objeta en el caso Galileo no es tanto el hecho histórico del
disparate, sino el argumento permanente de la Iglesia de ser, por derecho
Divino, el guardián de la escritura; es el principio por el cual ella se adhiere
al sentido literal de la Sagrada Escritura, en tanto el contexto o la naturaleza
del caso no sugiera una interpretación metafórica. Dado que las evidencias que
convencieron a Copérnico, Kepler y Galileo debieron también convencer a los
teólogos de ese tiempo, éstos cometieron un desatino. Sin embargo, no debe ser
esto continuamente señalado en contra de la Iglesia. Los desatinos oficiales de
los altos tribunales son continua y fácilmente perdonados, cuando son cometidos
en el ejercicio de un derecho reconocido. Nadie condena la administración de
justicia cuando un caso en disputa, en el curso de las apelaciones, es revertido
dos o tres veces, aunque cada reversión hace que se registre un desatino
jurídico. Por ello, lo que se condena en el caso Galileo, debe ser el derecho
mismo, esto es, el reclamo y el principio antes mencionado. Sin embargo, es
evidente que no son en forma alguna peculiares del caso Galileo; son tan
antiguas como la Iglesia; han sido aplicadas en nuestros propios días, por
ejemplo, en el Syllabus de Pío IX (1864), en el Concilio Vaticano I (1870) y
recientemente en la Encíclica "Pascendi" de Pío X (1907); y serán aplicadas en
el futuro. Para atacar el reclamo de la Iglesia como guardián de la Escritura,
no existe necesidad aparente de repasar una y otra vez el incidente Galileo.
Tampoco el procedimiento legal contra Galileo es en forma alguna peculiar a su
caso. Los historiadores juzgan por las leyes establecidas en el siglo diecisiete
y lo encuentran extrañamente leve. ¿Qué es entonces lo que evita que descanse la
controversia Galileo? Es difícil ver otro motivo en la agitación sino la poca
disposición para aceptar el reclamo de la Iglesia para interpretar las
Escrituras.
(c) La amplia literatura de Galileo muestra una notable diferencia entre los
puntos de vista opuestos. Entre los católicos se da poca importancia al caso,
simplemente porque los católicos sabían, antes y después, que las Congregaciones
Romanas pueden errar, y sólo se preguntan qué otros errores no han sido
registrados en la historia. Entre los demás, la simpatía mostrada hacia Galileo
no es fácilmente comprensible desde el punto de vista científico. Todo el
proceso fue un asunto totalmente interno de la Iglesia: Galileo compareció
frente a sus superiores legales; por un tiempo desobedeció, pero al final se
sometió a su condenación. El carácter que demostró en el asunto no parece causar
la admiración que se le tiene. ¿Qué es entonces, lo que hace que los demás
sientan tanta simpatía por Galileo, sino su desobediencia hacia el mandato de
1616? Esto es lo que parece ocurrir, a juzgar por las alabanzas hacia sus
diálogos "inmortales".
IV. La Ciencia de la Fe
Aún cuando la fe no es ciencia, existe una ciencia de la fe. El conocimiento
adquirido por la fe, por un lado, descansa en la ciencia, y por otro lado se
presta a métodos científicos.
(1) La fe es en muchas formas un caso paralelo a la historia. Aunque el
conocimiento histórico no es directamente científico, existe una ciencia de la
historia. Las indagaciones científicas preceden al conocimiento histórico, y los
resultados de la investigación histórica son tratados con métodos científicos.
Todo lo que conocemos acerca de la historia lo conocemos por la autoridad del
testimonio. Pertenece a la ciencia de la historia investigar la existencia y
confiabilidad de las fuentes y la transmisión sin falsificación de su testimonio
hacia nosotros. Tampoco eso lo es todo. La ciencia de la historia acomodará la
cadena de hechos descubiertos, no sólo cronológicamente, sino con una
perspectiva de causalidad. Explicará el por qué y el cómo en el surgimiento y
caída de hombres, ciudades, naciones.
(2) La ciencia de la fe es la teología.- El testimonio humano es sustituido aquí
por la autoridad Divina. Las premisas de fe han sido elaboradas en un sistema
científico llamado apologética. Las verdades Divinamente reveladas han sido
estudiadas en líneas históricas, filosóficas, y lingüísticas; han sido
analizadas, definidas y clasificadas; han sido trazadas las líneas fronterizas
entre la fe y la ciencia y se han establecido los puntos de contacto; se han
aplicado objeciones metódicas y soluciones; y le han refutado lógicamente los
ataques del exterior. Los resultados de todos estos estudios se han incorporado
en un número de ramas científicas, tales como las ciencias Bíblicas, con sus
subdivisiones de crítica histórica, hermenéutica teórica y exégesis práctica;
luego la dogmática y la teología moral, con sus consecuencias en ley canónica y
subramas, --patología, historia de dogmas, arqueología, arte-historia. Los
hombres que representaron estas ciencias son los Padres Griegos y Latinos y los
Doctores de la Iglesia, entre ellos los fundadores de la teología Escolástica,
sin dejar de mencionar a las más recientes celebridades entre los clérigos
asiduos y seculares. Puede encontrarse amplia literatura en la edición de Migne
de los Padres y en "Nomenclator" de Hurter. Aquí se encuentra abierto a la
investigación eminentemente científica el más amplio campo. Si la ciencia es el
conocimiento de las cosas a partir de sus causas, la teología es el más elevado
grado de la ciencia, ya que rastrea su conocimiento a la causa última de todas
las cosas. Ciencia de este tipo es lo que Santo Tomás define como sabiduría.
(3) Que no se diga que no existe progreso en la ciencia de la fe. La teología
dogmática puede parecer como la más rígida de las ramas, y aún ahí encontramos,
con el tiempo, un entendimiento más profundo, definiciones más precisas, pruebas
más sólidas, mejores clasificaciones, conocimiento más profundo de los dogmas en
su mutua relación e historia. La ley canónica no sólo se ha mantenido a flote,
sino que ha ido más allá que la ley civil, sobre todo en sus fundamentos
científicos. El progreso en las disciplinas Bíblicas, históricas y pastorales es
tan obvio que sólo se requiere mencionarlo. La respuesta a la cuestión de que no
debiese existir progreso en la religión de la Iglesia de Cristo, se remonta
hasta el siglo quinto y fue dada por San Vicente de Lerins en las siguientes
palabras: "Ciertamente debe permitirse el progreso, y tanto como el que pueda
darse... pero de tal modo que pueda haber un progreso real en la fe, no una
alteración de la misma." En cuanto a alteraciones da la siguiente explicación:
"Es peculiaridad del progreso que una cosa se desarrolle en sí misma; y
peculiaridad del cambio, que una cosa se altere de lo que es a otra cosa" (Commonitorium,
1, 23; vea P.L., L.) El Concilio Vaticano estableció la misma diferencia entre
evolución y cambio: "Si alguien dice que es posible que, con el progreso de la
ciencia, pueden las doctrinas propuestas por la Iglesia tener algún sentido,
diferente de aquel que la Iglesia ha entendido y entiende, será un anatema" (Ses.,
III, can. iv, de fide et ratione, 1, can. 3.) La ciencia que es cambiada no es
desarrollada, sino abandonada, asimismo ocurre con la fe. El verdadero
desarrollo es presentado en la parábola de la semilla de mostaza que crece en
árbol, sin destruir la conexión orgánica entre la raíz y las ramas más pequeñas.
(4) El carácter científico de la teología ha sido llamado en cuestión sobre las
siguientes bases:
(a) Se dice que los misterios son ajenos a la ciencia humana, por dos razones:
se basan exclusivamente en la revelación Divina, una fuente ajena a la ciencia;
y segundo, no pueden sujetarse a métodos científicos. La objeción tiene algo a
su favor. Los misterios, llamados adecuadamente en tal forma, son verdades
esencialmente más allá de los poderes naturales de cualquier intelecto creado, y
jamás pueden conocerse excepto por revelación sobrenatural. Sin embargo la
objeción es sólo aparente. En lo que toca a la fuente de conocimiento, la
ciencia debe buscar con ahínco la verdad y asimismo darle la bienvenida, sin
importar de dónde provenga. Debe estimar la fuente del conocimiento como más
elevada a medida que aporte mayor certeza. La ciencia tiene a aceptar la
Creación Divina como su fuente; ¿por qué debe ser excluida la Revelación Divina
de su dominio? Las ciencias naturales pueden confinarse a sí mismas a la
primera, pero la segunda en ninguna forma es ajena a las ciencias históricas y
filosóficas, menos aún a la teología. La afirmación de que los misterios están
más allá de la investigación científica es demasiado general. Primero, su
existencia puede ser comprobada científicamente; segundo, pueden ser analizados
y comparados con otros conceptos científicos; por último, aportan consecuencias
científicas que no pueden accederse de otra manera. Si la objeción tuviera
alguna fuerza real, se aplicaría en forma similar a los misterios que son
llamados erróneamente de tal forma, por ejemplo, a verdades naturales que nunca
conoceremos en esta vida. Toda ciencia está llena de ellos, y son la razón misma
por la cual los científicos más conocedores se consideran los más ignorantes.
Las fuentes de su conocimiento parecen estar siempre cerradas, y los métodos
científicos no pueden abrirlas. Si esto puede ser una objeción al carácter
científico de una rama, entonces deberán ser canceladas de la lista de ciencias
la historia, la ley, la medicina, la física y la química.
(b) Se dice que la investigación científica es imposible, cuando no puede
cuestionarse una propuesta, siendo limitada por el consenso de los Padres y los
Doctores y la vigilante autoridad de la Iglesia. Una sencilla distinción entre
la duda interior y la duda metódica eliminará esta dificultad. La duda metódica
se aplica en forma tan amplia en la teología que puede decirse que es esencial
para los métodos Escolásticos. Y basta para la investigación imparcial. Esto ha
sido comprobado por el notorio hecho de que todas las pruebas científicas que
tenemos ahora para el sistema de Copérnico, sin excepción, han sido
proporcionadas por hombres que nunca podrían haber tenido una duda interior
sobre su verdad. El divino católico ve en la doctrina tradicional de la Iglesia
una luz que lleva con gran seguridad a través de las preguntas fundamentales de
su ciencia, donde la razón humana por sí sola puede perderse en un laberinto de
inventos, conjeturas, hipótesis. Otras dificultades tocantes a la ciencia en
general serán mencionadas en la siguiente sección.
V. Conflictos
Los conflictos entre la ciencia y la Iglesia no son reales. Todos se basan en
afirmaciones como éstas: La fe es un obstáculo para la investigación; la fe es
contraria a la dignidad de la ciencia; la fe es desacreditada por la historia.
Basándonos en las respuestas a los principios explicados anteriormente, podemos
dispersar los fantasmas en la siguiente forma.
(1) Se dice que un creyente nunca puede ser científico; su mente está limitada
por la autoridad, y en caso de conflicto debe contradecir a la ciencia.
(a) La afirmación es congruente con la suposición de que la fe es un invento
humano. Sin embargo, el creyente basa la fe en la Revelación Divina, y la
ciencia en la Creación. Ambos tienen su fuente común en Dios, la Verdad Eterna.
Los puntos principales de contacto entre ambas se enumeran anteriormente en la
sección A (I), y sólo ahí puede haber la cuestión de conflictos. Se demuestra en
el mismo lugar (II) que cada uno de los supuestos conflictos, sin excepción, se
basa en axiomas arbitrarios. En lo que concierne a los hechos científicos, el
creyente está seguro de que, hasta ahora, ninguno de ellos contradice una
definición infalible. En caso de una aparente diferencia entre la fe y la
ciencia, toma la siguiente posición lógica: Cuando una perspectiva religiosa se
contradice por un hecho científico bien establecido, entonces deben examinarse
nuevamente las fuentes de revelación, y se encontrará que dejan abierta la
cuestión. Cuando un dogma claramente definido contradice una aceptación
científica, esto último debe ser revisado, y se encontrará que es prematuro.
Cuando ambas afirmaciones que se contradicen, la religiosa y la científica, son
sólo teorías prevalecientes, se estimulará la investigación en ambas
direcciones, hasta que una de las teorías pruebe ser infundada. El conflicto
sobre el sistema heliocéntrico pertenecía, hablando teóricamente, al primer
caso, y el Darwinismo, en su forma burda, al segundo; sin embargo, en la
práctica, las cuestiones en disputa generalmente acaban siendo el tercer caso, y
así fue en realidad en el caso del sistema heliocéntrico en el tiempo de
Copérnico, Kepler y Galileo.
(b) Es cierto que el creyente es menos libre en su conocimiento que el no
creyente, pero sólo porque sabe más. El no creyente tiene una fuente de
conocimiento, el creyente tiene dos. En lugar de cerrar su mente contra la
vertiente sobrenatural del conocimiento por medio de postulados arbitrarios, el
hombre debería agradecer a su Creador por cada gramo de conocimiento, y,
ansiando la verdad, beber de ambas vertientes que bajan del cielo. Por ello es
que un hijo cristiano bien instruido sabe más acerca de las verdades importantes
que Kant, Herbert Spencer o Huxley. Los científicos creyentes no desean ser
libre pensadores al igual que las personas respetables no desean ser vagabundos.
(2) Se dice que la ciega aceptación de los dogmas y la sumisión a la autoridad
no científica es contraria a la dignidad de la ciencia; por ello el conflicto
entre la Iglesia y la ciencia. La respuesta es como sigue:
(a) La dignidad de la ciencia consiste en buscar y encontrar la verdad. Lo que
lastima a la dignidad de la ciencia es el error, las teorías ficticias, los
postulados arbitrarios. Ninguna de estos calificativos se encuentra en la fe. Se
garantiza la verdad infalible, y el asentimiento se basa en premisas que no son
aceptadas ciegamente sino probadas por la razón, si se desea, con los métodos
más científicos. Las premisas indignas de ser llamadas ciencia son como las
siguientes: "El error sólo puede ser eliminado por la ciencia y la verdad
científica" (Lipps, 1908); o "La ciencia es la única autoridad" (Masaryk.)
Asimismo, es indigno de la ciencia la incongruencia de no ceder ante premisas
una vez que se han establecido razonablemente. Ningún científico duda en aceptar
resultados proporcionados por ramas diferentes a la suya o aún de científicos
dentro de su propia línea especializada. No obstante, muchos empequeñecen por no
aceptar la fe, aunque la existencia de la revelación está tan razonablemente
establecida como cualquier hecho histórico.
(b) Cuando se trata de la autoridad fuera de la ciencia, el científico creyente
sabe que la autoridad frente a la cual asiente a la fe es Divina. El motivo de
su fe no es la Iglesia, es Dios. En Dios ve la más elevada verdad lógica
(Sabiduría infinita), la verdad ontológica más elevada (el Ser infinito), la más
elevada verdad moral (Veracidad infinita.) Postrándose ante tal autoridad,
infinitamente más allá de la ciencia humana, es tan armonioso y basado en la
sólida razón, que la ciencia debería ser la primera en decir: "Ecce ancilla
Domini". La dignidad de la ciencia está sin duda bajo la sombra de la dignidad
de la fe, pero en ninguna forma degradada.
(c) Probablemente se encuentra mayor dificultad en asentir a la obediencia
religiosa que en asentir a la fe. No se trata aquí de una autoridad infalible a
la cual se pide a la ciencia que respete, sino de uno que puede errar, al igual
que cualquier tribunal humano, aún el más alto. La frase "dignidad de la
ciencia" significa prácticamente la dignidad del hombre en su calidad de
científico. Ahora bien, ponemos ante él una alternativa: Si es miembro de la
Iglesia Católica, la sumisión a una autoridad legal, la cual sabe que ha sido
establecida por Cristo, no sólo no es para él indigno sino honroso en todos
sentidos, pues considera que la obediencia es una bendición más elevada que la
ciencia. Su caso es paralelo a aquel de ciudadano respetuoso de la ley en cuanto
a la suprema corte de justicia. El ciudadano puede apelar desde los tribunales
menores hasta los más altos, pero no se rebelará contra éstos últimos. Si está
convencido de que ha sido objeto de injusticia, preferirá el bien común del
orden pacífico a los intereses particulares, y se sentirá de lo más dignificado
como ciudadano por ello. Pero si el científico se ubica fuera de la Iglesia
Católica, probablemente se sentirá de lo más despreocupado en cuanto a su
autoridad en cuanto a sí mismo. Podría muy bien dejar que la Iglesia se ocupe de
sus propios asuntos internos.
En general, todos los científicos podrían considerar la observación hecha por
los obispos de la Provincia de Westminster en su carta pastoral conjunta de 1901
(ver más adelante): "Se ha vuelto de moda que personas que tienen poco o ningún
conocimiento de sus cuidadosos y elaborados métodos, desacrediten públicamente a
las Congregaciones Romanas en cuanto a su sistema de filtrar y probar evidencia,
y de los trabajos del Sumo Pontificio al convocar expertos, aún desde puntos
distantes de la Iglesia, para que tomen parte en sus procedimientos". En cuanto
a la Congregación del Índice en particular, su propósito es proteger a la
comunidad del veneno intelectual y moral. La prohibición de publicaciones
erróneas y peligrosas se impone por ley natural entre las autoridades de la
familia, de las comunidades civiles y religiosas; y la ciencia debería ser el
primero en el rango de colaboradores. Sólo entonces saldría a relucir su
verdadera dignidad. El científico católico ve además una ley positiva en el
ejercicio de su poder, pues se deriva del oficio Divino de enseñar a todas las
naciones. Y ve el correcto uso de este derecho desde el principio mismo de la
Iglesia, aunque la Congregación del Índice no fue fundada sino hasta 1570, y el
primer Índice Romano apareció sólo en 1559. Antes de que se inventara el arte de
la impresión, bastaba quemar unas cuantas copias de manuscritos para evitar que
se esparciera una doctrina. Así fue hecho en Efesia en presencia de San Pablo
(Hechos, xix, 19.) Se sabe que los otros Apóstoles, los Padres de la Iglesia, y
el Concilio de Nicea (325) ejercieron la misma autoridad. La enumeración de las
varias censuras, prohibiciones e índices emitidos por ciudades, universidades,
obispos, concilios provinciales y papas, a través de los siglos cristianos,
puede verse en "Der Index der Verbotenen Bücher" de Hilgers (Freiburg, 1904),
3-15.
La necesidad de restringir el permiso en toda forma de publicaciones puede
ilustrarse con los siguientes hechos. En cuanto a los libros heréticos uno puede
suponer que hombres tales como San Francisco de Sales y Balmes están a prueba de
todo peligro. Sin embargo, ellos agradecieron a Dios por haberlos protegido de
leer libros infieles y de perder la fe. El segundo confesó que no podía leer un
libro infiel sin sentir la necesidad de volver a sintonizar adecuadamente su
mente recurriendo a las Escrituras, la "Imitación de Cristo" y a Louis de
Granada. En cuanto a las producciones inmorales literarias, el flujo se ha
vuelto tan enorme y los resultados criminales tan alarmantes, que se han formado
ligas públicas de moralidad, compuestas de hombres y mujeres, incluyendo todos
los elementos conservadores y todas las denominaciones religiosas. Los peligros
políticos y sociales no son menos temidas que la infección moral. Por esta razón
es difícil que exista algún país en el mundo donde no se ejerza algún grado de
censura. Las medidas tomadas en Inglaterra, en los Países Bajos, Escandinavia,
Francia, Suiza y Alemania pueden encontrarse en el libro de Hilgers, op. cit.,
206-389. Decir que todas estas medidas de auto defensa de parte de los padres de
familia, el estado y la Iglesia están en contra de la dignidad de la ciencia
sería una afirmación muy audaz.
(3) Aquellos que sostienen que la fe ha sido desacreditada por ha historia son
los mismos que desacreditan la historia con falsedades. Debe bastar en este
espacio aludir a algunos puntos principales.
(a) Si un creyente no puede ser científico, como se afirma, entonces todos los
científicos deben haber sido no creyentes. Se hace la afirmación a pesar de su
audacia, con el fin de salvar la apariencia de congruencia. Sin embargo, el
hecho es que, hasta la Revolución Francesa, cuando Voltaire y Rosseau dedujeron
las últimas consecuencias del ateísmo, los grandes científicos hablan con gran
reverencia acerca de Dios y de Su maravillosa Creación. ¿Será necesario
mencionar a Copérnico, Kepler, Galileo, Tycho, Brahe, Newton, Huyghens, Boyle,
Haller, Mariotte, los Bernoullis, Euler, Linné y muchos otros? Ya que con
frecuencia son los defensores de los gloriosos principios de 1789 los que nunca
se cansan de traer a cuento la tragedia de Galileo, les suplicamos recuerden al
gran químico Lavoisier, quien murió en la guillotina fiel a su Iglesia, mientras
que los libre pensadores gritaban al viento: "Nous n’avous plus bedoin de
chimistes" [ver "Etudes", cxxiii (París, 1910), 834 y siguientes.] Después de la
Revolución Francesa encontramos en el volumen de Kneller (ver más adelante) los
nombres de un glorioso grupo de científicos creyentes, tomados sólo de la rama
de las ciencias naturales. Según Donat ("Die Freiheit der Wissenschaft",
Innsbruck, 1910, Pág. 251) entre los 8847 científicos enumerados en "Biographisch-Literarisches
Handwörterbuch" de Poggendorff (Leipzig, 1863) existen no menos de 862 clérigos
católicos, o casi el diez por ciento del número.
(b) La falta de verdaderos argumentos para las tesis "de que la fe ha sido
desacreditada por la historia es suplida por falsedades. Entre las fábulas
inventadas para este propósito pueden mencionarse la condenación de la doctrina
sobre el Antípodes. Su representante (probable), Virgilius, fue acusado en Roma
(747) pero no fue condenado (Hefele, "Konziliengeschichte, III, 557.) Llegó a
ser Obispo de Salzburgo y posteriormente fue canonizado por Gregorio IX. Otra
historia es la supuesta prohibición de la anatomía del cuerpo humano por
Bonifacio VIII. Colón se reportó como excomulgado por el "Concilio" de
Salamanca. La reciente reaparición del cometa Halley ha revivido la historia de
una Bula papal emitido contra el cometa por Calixto III (1456.) La fábula fue
iniciada por Laplace, quien inventó el "conjuro", aunque intentó suavizar su
falta de veracidad omitiendo la frase en la cuarta edición de su "Essai
philosophique" (vea LAPLACE.) El ateo Arago cambió el conjuro por excomunión. El
Vicealmirante Smyth agregó el exorcismo, Robert Grant el anatema, Flammarion el
"maléfico", y finalmente John Draper la maldición. Aquí el vocabulario llegó a
su fin. Se recurrió a la poesía, burda y fina, el sarcasmo y aún a errores
astronómicos, para ilustrar el conflicto entre la ciencia y la Iglesia. Babinet
describe a los Frailes Menores, durante la Batalla de Belgrado, con crucifijo en
mano, exorcizando a un cometa que no estaba ahí; el cometa Halley había
desaparecido hacía más de una semana. Chambers (1861) honró a Callistus III con
el título del "papa tonto" por conmemorar cada año la victoria de Belgrado. Daru
habla de que permite que el papa se coloque frente al altar, con lágrimas en los
ojos y su frente cubierta de ceniza, y le reta a que mire hacia arriba para que
vea cómo el cometa continúa su curso impasible ante los conjuros. John Draper
habla de que el papa espanta al cometa con campanas ruidosas a la usanza de los
salvajes. El Dr. Dickson White compuso una letanía papal: "Líbranos buen Dios,
de todo desde el Turco hasta el cometa". En "Astronomía Popular" (1908) se dice
que el cometa permanece una semana adicional de visibilidad celeste y en la "Rivista
di Astronomía" (1909) hasta un mes más; en "The Scientific American" (1909)
aparece tres años antes. Tales ficciones y falsedades son necesarias para
demostrar los conflictos entre la Ciencia y la Iglesia (vea citas y
rectificaciones en Stein, "Calixte III et la comète de Halley", Roma, 1909;
PLATINA, BARTOLOMEO.).
(c) Como espécimen de la literatura anticatólica en esta materia podemos tomar
de la "Historia de los Conflictos entre la Religión y la Ciencia" de John W.
Draper (vea más adelante), la cual merece mención especial, no por la dificultad
que presenta, sino por su amplia circulación en varios idiomas. El autor se
coloca a sí mismo exclusivamente sobre bases filosóficas e históricas. Ninguna
de ellas es el campo de sus estudios especiales, y los muchos disparates en su
trabajo podrían perdonarse si no fuera por la audacia de su estilo y lo
superficial de su contenido. Como el libro está en el Índice, puede presentarse
un ejemplar resumido para aquellos a los que no se permite su lectura. En cuanto
al sujeto del párrafo anterior, Draper escribe: "Cuando el cometa Halley arribó
en 1456, fue tan tremenda su aparición que fue necesario que el papa mismo
interfiriera. Lo exorcizó e hizo que desapareciera de los cielos. Lo encogió
hacia los abismos del espacio, aterrorizado por las maldiciones de Callixtus III,
y ¡no se atrevió a regresar por setenta y cinco años!...Por orden del papa,
todas las campanas de las iglesias en Europa tañeron para espantarlo, se ordenó
a los fieles que agregaran cada día una oración; y como sus oraciones con tanta
frecuencia fueron marcadamente contestadas con eclipses, sequías y lluvias,
asimismo se declaró en esta ocasión que la victoria sobre el cometa se debía al
Papa". Excepto la mitad de la primera oración, de que "el cometa arribó en
1456", todas sus afirmaciones, sin excepción, son falsedades históricas. Sin
embargo, el lenguaje soez hace a uno pensar que el autor no esperaba ser tomado
en serio. El mismo tratamiento es dado a otros puntos históricos, como Giordano
Bruno, de Dominis, la Biblioteca de Alejandría. El cómo la Inquisición Española
fue incluida en el libro se entiende fácilmente a partir de su propósito; pero
el cómo se incluye bajo el título, "Conflictos entre la Religión y la Ciencia",
continúa siendo un problema lógico. El dominio de la Iglesia en la Edad Media y
su influencia en el progreso de la ciencia es un asunto que requería una forma
de pensar distinta a la de un químico o un físico. Fue asumido por uno de los
Bolllandist, Ch. De Smedt, en respuesta de Draper. Corregir a Draper en esto y
en todos los demás puntos históricos fue para él una tarea sencilla pero a la
vez repulsiva (de Smedt, ver más adelante.) Los razonamientos filosóficos de
Draper en cuanto a la libertad científica de los científicos creyentes, sobre el
derecho de la Iglesia en proclamar dogmas y exigir su aceptación, sobre la
posibilidad de los milagros, traicionan a la ignorancia total o la confusión de
principios explicada en los párrafos anteriores.
(4) Una conclusión que ajusta al capítulo de "Conflictos entre la Ciencia y la
Religión" puede encontrarse en la declaración del Concilio Vaticano (Ses. III,
de fide, c. 4): "La fe y la razón son de mutua ayuda: por medio de la bien
aplicada razón, se establecen los fundamentos de la fe, y a la luz de la fe, se
construye la Divinidad de la ciencia. La fe, por otro lado libera y evita que la
razón caiga en el error, la enriquece con conocimiento. Por tanto, la Iglesia,
lejos de obstaculizar la búsqueda de las artes y ciencias, las alienta y
promueve en muchas formas... Tampoco evita que las ciencias, cada una en su
esfera, hagan uso de sus propios principios y métodos. No obstante, aunque
reconoce la libertad que se les debe, trata de evitar que caigan en errores
contrarios a la doctrina Divina, y de que no propasen sus propios límites y
confundan asuntos que pertenecen al dominio de la fe. La doctrina de la fe que
Dios ha revelado no se antepone a la mente humana para una mayor elaboración,
como si fuera un sistema filosófico; es depósito Divino, confiado a la Esposa de
Cristo, para ser fielmente guardado e infaliblemente declarado. Por ello, el
significado una vez dado por la madre Iglesia a un dogma sagrado debe mantenerse
por siempre y no separarse so pretexto de un entendimiento más profundo. Que el
conocimiento, la ciencia y la sabiduría crezcan juntas con el curso de eras y
siglos, tanto en los individuos como en la comunidad, en cada hombre como en
toda la Iglesia, pero en la forma adecuada, esto es, en el mismo dogma, con el
mismo significado, en el mismo entendimiento".
Lo que fue promulgado en el Decreto del Concilio Vaticano I fue representado por
una mano maestra en una pared del Vaticano, hace tres siglos. En su fresco
(equivocadamente) llamado "Disputa", Rafael asignó a las artes y ciencias su
propio lugar en el Reino de Dios. Están reunidas entorno al altar, aceptan el
Evangelio de manos de los ángeles, levantan sus ojos hacia el Redentor, y de Él
al Padre y al Espíritu, rodeado por la Iglesia Triunfante, su propio fin último.
FUENTES: --SANTO TOMÁS DE AQUINO, De veritate fidei catholic contra gentiles;
HURTER, Uber die Rechte der Vernunft und des Glaubens (Innsbruck, 1863);
KLEUTGRN, Theologie der Vorzeit (Münster, 1867-74); HETTINGER, Apología, t. V,
Lecturas 21-22 (trad. inglés); Concilium Vaticanum, Const. Dei Filius, cap. 4,
con explicaciones en Collectio Lacensis, VII, 535-7; HILGERS, Der Index der
verbotenen Bücher (Freiburg, 1904); DONAT, Die Freiheit der Wissenschaft
(Innsbruck, 1910.)
Literatura de Referencia: -- DRAPER, Hist. De los Conflictos entre la Religión y
la Ciencia (Nueva York, 1873), un trabajo puesto en el Índice el 4 de septiembre
de 1876; las siguientes tres publicaciones aparecieron contra el tiraje de
Draper: DE SMEDT, L'eglise et la science in Rev. des quest. scient., I (Brussels,
1877); ORTI Y LARA, La ciencia y la divina revelación (Madrid, 1881); MIR,
Harmonia entre la ciencia y la Fe (Madrid, 1885); estos dos ensayos españoles
fueron coronados con el segundo premio (junto con otros dos de RUBIO Y ORS y
ABDÓN DE PAZ) por la Real Academia de Moral y Ciencias Políticas de Madrid. El
mismo asunto es también tratado en Civiltà cattolica, ser. X, vols. I, II, III
(1876) y vol. XI (1878), y por MENÉNDEZ Y PELAYO, Hist. de los heterodoxos
españoles (Madrid, 1880, 1888-91); ZÖCKLER, Gesch. der Beziehungen zwischen
Theologie und Naturwissenschaften, II (Frankfurt, 1877-8), 595; BRAUN, Uber
Kosmogonie vom Standpunkte christlicher Wissenschaft (Münster, 1887, 1895,
1905); ZAHM, Ciencia Católica y Científicos Católicos (Filadelfia, 1893);
BROWNSON, Fe y Ciencia (Detroit, 1895); HERTLING, Das Princip des Katholicismus
und die Wissenschaft (Freiburg, 1899); PESCH, Das kirchliche Lehramt und die
Freiheit der theologischen Wissenschaft in Stimmen, publicación no. LXXVI (Freiburg,
1900); carta pastoral conjunta por el arzobispo cardenal y los obispos de la
Provincia de Westminster en The Tablet, LXV (Londres, 1901), 8, 50; CATHREIN,
Glauben und Wissen (Freiburg, 1903); KNELLER, Das Christentum und die Vertreter
der neueren Naturwissenschaft (Freiburg, 1904), tr. KETTLE, Cristianidad y
Ciencia Moderna (San Luis, 1911); GERARD, El Antiguo Acertijo y la Más Reciente
Respuesta (Londres, 1907); FONK, Die naturwissenschaftlichen Schwierigkeiten in
der Bibel in Zeit. für kath. Theol., XXXI (1907), 401-32; con un complemento del
escritor, 750-5; PETERS, Klerikale Weltauffassung und Freie Forschung, Ein
offenes Wort an Prof. Dr. K. Menger (Viena, 1908); LEAHY, Ensayos Astronómicos
(Boston, 1910); VIDAL, Religion et médecine (Paris, 1910), -- en relación con
este libro pueden consultarse las conferencias de DESPLATS y FRANCOTTE,
ofrecidas en la Sección de medicina de la sociedad científica de Bruselas (1908
y 1907 respectivamente); SCHIAPARELLI, Astronomía del Antiguo Testamento
(Oxford, 1905); MAUNDER, La Astronomía de la Biblia (Nueva York, 1908); COHAUSZ,
Das moderne Denken (Cologne, 1911.)
J.G. HAGEN
Transcrito por Douglas J. Potter
Traducido por Lucía Lessan
Dedicado al Sagrado Corazón de Jesús