La enseñanza de la Iglesia Católica sobre la educación sexual según Familiaris Consortio 37

Por Adolfo Castañeda,  Escoge la Vida Boletín No. 60

 

Al tratar el tema de la educación sexual, inmediatamente nos encontramos con una primera dificultad: la del uso que se le da al término “educación sexual”. Para las organizaciones antivida, enseñar educación sexual significa darle a la juventud una información sexual gráfica y desprovista de valores morales, con un lenguaje y una metodología que no respetan la modestia natural de los niños ni la autoridad de sus padres.  A esta educación sexual le podemos llamar “educación sexual hedonista”, para distinguirla de una positiva y prudente educación sexual, que los padres, en el momento oportuno, deben darle a sus hijos1.

Para las personas que respetan la vida y la familia, enseñar educación sexual significa formar en los valores inherentes a la sexualidad humana, que son la transmisión de la vida y la expresión del amor conyugal y cuyo objetivo es que los jóvenes respeten dichos valores por medio de la virtud de la castidad. Sin embargo, a algunos en el movimiento a favor de la vida y la familia, no les gusta este término de “educación sexual” y prefieren usar otros, como “educación en el amor” o “educación para la castidad”, etc., términos que parecen ser más adecuados. Por otro lado, algunos como el mismo Santo Padre, Juan Pablo II, han usado el término “educación sexual” para referirse a una prudente y correcta formación de los valores inherentes a la sexualidad(2). De manera que estamos en libertad de usar dicho término, siempre y cuando se distinga claramente su significado del que le dan los grupos antivida. De esta forma se evitarán lamentables confusiones.

El punto que queda por aclarar, sin embargo, y que quizás constituya un tema de división entre las mismas personas provida, es si aun una educación sexual prudente se puede ofrecer a un grupo de niños o jóvenes, mixto o no, especialmente en el ámbito de un colegio católico.  ¿Qué dice la Iglesia sobre este punto?

En 1981 fue publicada la exhortación apostólica de Juan Pablo II, Familiaris consortio sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual. El número 37 de ese documento trata sobre la educación sexual.  Lo primero que nos enseña el Papa aquí es que la educación sexual debe ser situada en el contexto de una educación para el amor, dada por los padres de forma delicada: “La educación para el amor como don de sí constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada”3. Es decir, los padres deben usar un lenguaje y un modo de comunicación que respete la modestia natural de sus hijos, y que no se convierta en una ocasión más de incitación al pecado, sino que resulte en un correcto aprecio del don de la sexualidad humana y de la castidad. “En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace respetar el ‘significado esponsal’ del cuerpo”4.

Lo segundo que nos enseña el Vicario de Cristo es que, “La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos”5. La escuela, y más aún la que es católica, no puede nunca imponerles a los alumnos un programa educativo, especialmente en materia de sexualidad, con el cual los padres no estén de acuerdo y sobre el cual no tengan control. Por eso el Papa continúa diciendo: “En este sentido la Iglesia afirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres”6. La ley de la subsidiaridad significa aquí que la escuela no debe ni suplantar ni absorber la labor educativa de los padres hacia sus hijos, sino ayudarlos en dicha labor. Esto obedece a la enseñanza de la Iglesia que dice: “Puesto que los padres han dado la vida a sus hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos”7.

En su encíclica Divini illius magistri de 1929, sobre la educación cristiana de la juventud, el Papa Pío XI les reserva a los padres la delicada tarea de una prudente educación sexual, en la cual se incluya una respetuosa referencia a las partes íntimas del cuerpo humano: “En este delicadísimo asunto, si, atendidas todas las circunstancias, se hace necesaria alguna instrucción individual, en tiempo oportuno, dada por quien ha recibido de Dios la misión educativa y la gracia de estado, hay que observar todas las cautelas, sabidísimas en la educación cristiana tradicional”8. En la frase “quien ha recibido de Dios la misión educativa y la gracia de estado”, el Papa Pío XI se refiere a los padres. Esto se corrobora por lo que él mismo dice a continuación:

“Importa...sumamente, que el buen padre, mientras hable con su hijo de materia tan lúbrica, esté muy sobre aviso, y no descienda a particularidades y a los diversos modos con que esta hidra infernal [es decir, el vicio de la lujuria], envenena tan gran parte del mundo a fin de que no suceda que en vez de apagar este fuego, lo excite y lo reactive imprudentemente en el pecho del sencillo y tierno niño”9.

Obsérvese además que esta prudente educación sexual, dada por los padres , debe ser impartida, dice esta encíclica, de modo “individual y en tiempo oportuno”. El contexto de una clase, por lo tanto, no es el ámbito adecuado para tan delicada materia, que por su intimidad y fragilidad, debe ser reservada a la familia, debido a que la relación entre padres e hijos constituye, por designio de Dios, el único ámbito moral y sociológicamente adecuado para tan delicada formación. Los padres son los que mejor conocen las necesidades personales de sus hijos, así como el modo y momento adecuados para responder a sus preguntas o adelantarse a las situaciones, sin ir más allá de lo necesario, según la edad y comprensión del niño.

¿Cómo entender entonces la enseñanza de Familiaris consortio 37 de que la educación sexual debe realizarse bajo el control de los padres, tanto en casa como en la escuela? En primer lugar, esta enseñanza no debe entenderse como una puerta abierta a la educación sexual de temas de carácter íntimo en el ámbito de una clase. Sería absurdo pensar que una exhortación apostólica como Familiaris consortio fuera a ir en contra de una prohibición de Pío XI, que se encuentra en un documento de mayor autoridad magisterial, como lo es su encíclica Divini illius magistri.  La referencia a la escuela, por parte de Juan Pablo II, se refiere a la cooperación que ésta debe darle a los padres en tan delicada tarea, y nunca a su sustitución, como ya se indicó anteriormente al explicar el principio de subsidiaridad aplicado a la escuela en relación con los padres.

Pero, ¿a qué cooperación se refiere? En primer lugar, tratándose de la escuela católica, ésta tiene el deber de enseñar la moral sexual, como parte integral de la enseñanza religiosa, así como las virtudes morales y la solidez de carácter. De esta forma la escuela católica estaría ayudando a los padres a cumplir el mensaje de Familiaris consortio cuando dice: “Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable de la sexualidad humana. Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del placer y un estímulo que lleva a per10.

En segundo lugar, la escuela católica también debe ayudar a los padres propiciando el diálogo y la cooperación entre padres y maestros. De esta forma los maestros pueden ayudar a los padres, sobre todo cuando sus hijos tienen necesidades especiales. Es muy importante que los maestros promuevan entre sus alumnos la importancia de una buena relación con sus padres. Después de todo, a nivel emocional, la mejor arma de un joven contra la promiscuidad es el amor de sus padres. “Es necesario que los padres cooperen estrechamente con los maestros de las escuelas...; los profesores, a su vez..., han de trabajar muy unidos con los padres, a quienes deben escuchar de buen grado, y cuyas asociaciones o reuniones deben organizarse y ser muy apreciadas”11.

En este contexto, la autoridad de la escuela católica, sobre todo la autoridad eclesiástica (por ejemplo, el párroco, en el caso de una escuela parroquial), puede ayudar mucho a los padres que lo necesiten, proporcionándoles una adecuada formación religiosa y moral (el nuevo catecismo sería indispensable en esto) e información en materia sexual (sobre las enfermedades de transmisión sexual, los daños de los anticonceptivos, etc.), para que los padres a su vez, según su discreción, estén mejor preparados a la hora de educar a sus hijos en esta materia tan delicada.

En tercer lugar, la escuela católica o la parroquia pueden organizar, en cooperación con los padres y bajo el control de éstos, seminarios o jornadas educativas extracurriculares sobre el respeto a la vida y la castidad para jóvenes de secundaria en adelante. Por medio de charlas, presentaciones en vídeos, etc., en este tipo de actividades se pueden enseñar los valores del auténtico amor humano, sobre todo la amistad, la familia, el matrimonio y la vocación religiosa. Al mismo tiempo y de forma prudente, es decir, utilizando un lenguage respetuoso y sin entrar en detalles ni exposiciones gráficas sobre órganos o funciones sexuales, se puede incluir una denuncia del mito de las “relaciones sexuales sin riesgo”, alertando de forma general sobre los peligros de las enfermedades de transmisión sexual y los daños e ineficacia de los anticonceptivos y el preservativo. De la misma forma se les puede mostrar a los estudiantes la belleza de la transmisión de la vida. Sin embargo, el objetivo más importante en todo esto es que los jóvenes conozcan la doctrina moral de la Iglesia sobre la sexualidad humana, sobre por qué las relaciones sexuales fuera del matrimonio constituyen materia de pecado grave y por qué el matrimonio es el único contexto adecuado para las relaciones sexuales.

Dejando a los padres la información sobre cuestiones más íntimas para ser tratadas en casa con sus hijos, la escuela puede, a través de estas actividades, prestar una gran ayuda a los padres y a sus hijos en la difícil pero importante tarea de la educación sexual, o mejor aún, de la educación en el auténtico amor humano y en la castidad12

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Citas

 

 

1 Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimun educationis, sobre la educación cristiana de la juventud, número 1, 28 de octubre de 1965. De ahora en adelante citada como GE, seguida del número correspondiente.  2 Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, número 37, 22 de noviembre de 1981. De ahora en adelante citada como FC, seguida del número correspondiente.

3 Ibíd.

4 Ibíd.

5 Ibíd.

6 Ibíd.

7 GE 3.

8 Pío XI, Encíclica Divini illius magistri, sobre la educación cristiana de la juventud, número 20, 31 de diciembre de 1929.  9 Ibíd.

10 FC 37.

11 Código de Derecho Canónico, canon 796, artículo 2, 25 de enero de 1983.

12 Cuando utilizamos los términos “educación para el amor” o “educación para la castidad” no nos estamos refiriendo a ciertos programas que se están utilizando hoy en día en no pocas escuelas católicas en los EE.UU.  y que utilizan estos mismos términos, pero que lamentablemente adolecen de por lo menos algunos de los problemas mencionados en este artículo.  Si desea más información sobre estos dañinos programas consulte el artículo “La influencia de Kinsey en las escuelas católicas de los EE.UU.”, publicado en Escoge la Vida de enero-febrero de 1995. Los términos “educación para el amor” o “educación para la castidad” deben entenderse según la enseñanza de la Iglesia, la cual hemos explicado aquí.