APRENDER A PENSAR
Pensar, ponderar: pondus, peso, gravedad
"¡Aprended a reflexionar más y más, a pensar! Los estudios que
hacéis deben ser un momento privilegiado de aprendizaje para la vida
del espíritu ¡Desenmascarad los slogans, los falsos valores, los
espejismos, los caminos sin salida!" (JUAN PABLO II, en Mensaje a los
jóvenes de Francia, 1-VI-1980)
¿Acaso los humanos no estamos pensando siempre? El Papa
parece indicar que no tanto como creemos. Pensar, ponderar,
pondus. "Pensar" sugiere algo de peso: gravedad, consistencia,
seriedad, sólidez. ¿Qué es lo más grave que sucede hoy en día? Lo
más grave que hoy sucede es que no sucede el pensar. Julián Marías
ha advertido que esta sociedad peca de omisión en el pensamiento.
Esta crisis, aunque parcial, se manifiesta también en los hábitos del
ciudadano medio: pocos leen un artículo de periódico que desarrolle
algún tema de pensamiento; esto es frecuente incluso entre personas
que tienen enmarcado un título universitario.
LA VERDAD SUPLANTADA POR IDEOLOGIAS
VERDAD/IDEOLOGIA: El pensamiento acerca de la verdad de las cosas ha sido sustituido por ideologías
que hacen agua apenas nacen. De otra parte, lo que parece interesar mas en la actualidad es no el pensamiento sino lo que alguien ha
llamado con humor y acierto, "sensamiento". Se presta mucha atención a lo que "se siente", si se siente mucho o se siente poco, si
lo siento o si no lo siento. Es un modo de vivir sobre fundamentos inconsistentes e inestables; un modo de discurrir un tanto irracional,
porque procede de vacíos del alma y se desarrolla en la epidermis de la existencia, o en los espacios etéreos de la ficción o del formalismo
verbal y la logomaquia.
No se piensa en lo que hay y en lo que son en el fondo las cosas.
No se piensa por ejemplo si esto o aquello es "medio" o "fin". Se
renuncia a proseguir aquella tarea emprendida con tanto entusiasmo
cuando éramos niños: averiguar hasta el œltimo porqué de las cosas.
¿No es cierto -como escribió José María Albareda- que "hay algo en
las cosas que las convierte en cautivadora estancia del pensar"? Sin
embargo, lo que dijo San Anselmo, que "sólo unos pocos piensan en
la verdad de las cosas", parece ser una constante histórica.
Quizá suceda porque debemos "aprender a pensar" y no se enseña
suficientemente, cuando ambas cosas constituyen un importante
deber. En frase de Alejandro LLano, «pensar, enseñar a pensar,
aprender a pensar, es la triple obligación de la inteligencia». Se trata
sin duda de una obligación estrictamente moral, pues la razón es la
facultad que Dios nos ha dado para descubrir el bien y regir toda
nuestra conducta.
¿Por qué a menudo hay miedo a pensar, miedo a la luz y a la
libertad del pensador auténtico? Quizá porque cualquier rayo de luz
nos guía hacia el sol, y no siempre el hombre se encuentra dispuesto
a interesarse por la fuente de la luz y de la vida que puede saciar su
más profunda sed.
EN QUE CONSISTE PENSAR BIEN
PENSAR-BIEN/QUE-ES: «El pensar bien -dice Jaime Balmes, con
acierto- consiste, o en conocer la verdad, o en dirigir el entendimiento
por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las
cosas...
«Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad,
es decir, la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza,
o con profundidad aparente, si el pensamiento no est conforme con la
realidad?
«El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero
no más de lo que hay. Ciertos hombres tienen talento para ver mucho
en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada
de lo que hay. Una noticia, una ocurrencia cualquiera, les suministran
abundante materia para discurrir con profusión, formando, como
suele decirse, castillos en el aire. Estos suelen ser grandes
proyectistas y charlatanes.
"Otros adolecen del defecto contrario; ven bien, pero poco; el
objeto no se les ofrece sino por un lado; si este desaparece, ya no
ven nada. Estos se inclinan a ser sentenciosos y aferrados en sus
temas. Se parecen a los que no han salido nunca de su país: fuera
del horizonte a que están acostumbrados, se imaginan que no hay
más mundo.
Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; le
mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea.
La conversación y los escritos de esos hombres privilegiados se
distinguen por su claridad, precisión y exactitud. En cada palabra
encontráis una idea, y esta idea veis que corresponde a la realidad
de las cosas. Os ilustran, os convencen, os dejan plenamente
satisfechos; decís con entero entendimiento: "sí, es verdad, tiene
razón". Para seguirlos en sus discursos no necesitáis esforzaros;
parece que andáis por un camino llano, y que el que habla sólo se
ocupa de haceros notar con oportunidad los objetos que encontráis a
vuestro paso. Si explican una materia difícil y abstrusa, también os
ahorran mucho tiempo y fatiga (...)
"Echase pues de ver que el arte de pensar bien no interesa
solamente a los filósofos, sino también a las gentes más sencillas. El
entendimiento es un don precioso que nos ha otorgado el Criador, es
la luz que se nos ha dado para guiarnos en nuestras acciones; y claro
es que uno de los primeros cuidados que debe ocupar al hombre es
tener bien arreglada esta luz. Si ella falta nos quedamos a oscuras,
andamos a tientas; y por este motivo es necesario no dejarla que se
apague. No debemos tener el entendimiento en inacción con peligro
de que se ponga obtuso y estúpido; y por otra parte, cuando nos
proponemos ejercitarle y avivarle, conviene que su luz sea buena
para que no nos deslumbre, bien dirigida para que no nos extravíe"
Es obvio que una de las más importantes facetas de la educación
-si no la que más- es la del pensamiento, pues al intelecto toca regir
la conducta humana toda, llevarla a buen fin, a buen puerto, al Fin
final que da sentido a todo el existir.
Uno de los grandes males de nuestra sociedad es, precisamente,
que vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar
qué sucede a nuestro alrededor. Los pensadores antiguos siempre
insistían en que el comienzo de la sabiduría es el asombro ante el
mundo y lo que en él acontece; maravillarse y preguntarse: ?cómo es
posible que eso suceda?
Por ejemplo, en nuestro mundo siguen ocurriendo cosas poco
humanas, y pasamos de largo ante ellas, porque nos hemos
acostumbrado, como si fueran normales, cuando con frecuencia son
perjudiciales y empobrecedoras. No nos hemos parado a pensar. Una
tarea importante de los padres y educadores es fomentar una actitud
crítica ante lo que se ha establecido como uso corriente en la
sociedad.
SECUENCIA DE ACTUALIDAD: INDIVIDUALISMO, RELATIVISMO,
PERMISIVISMO, CONFORMISMO.
Hablando con la gente, muchas veces la primera impresión que se
obtiene es la de que est poseída de una actitud "hipercrítica" ante los
valores: todos quedan en tela de juicio, relativizados o sentenciados
para el baúl de los recuerdos...
En estos asuntos se suele juzgar sin la disciplina mental, de la que,
en cambio, no se dispensa nadie que quiera realizar alguna labor
científica. Se suelen juzgar las cuestiones fundamentales de la
existencia desde una postura muy individualista: "yo no quiero
depender de nadie en mis juicios; los demás no tienen nada que
aportarme". Ahora bien, esto es reducir la Humanidad a una sucesión
de Robinsones. Lo cual es absolutamente contrario a la evidencia
histórica. La verdad y el conocimiento se incrementan, la ciencia
avanza, la técnica progresa. Y si esto es posible, lo es porque esa
verdad es comunicable, porque hay verdad y valores firmes. El
relativismo consiste, aproximadamente, en decir que la verdad no es
un "descubrimiento", sino una "fabricación" del hombre. Se pretende
que cada época histórica y cada persona se construya su visión del
mundo, su moral, sus valores, según criterios propios e
intransferibles: lo que es válido para mí no lo es para los demás. Y
esto se extiende a todos los terrenos, desde el comportamiento ético
hasta las creencias religiosas. Lo que ocurre es que el relativismo no
soluciona los problemas humanos; más bien los complica
injustamente. Al romper todas las dependencias, el hombre queda
solo, tanto en la teoría como en la práctica. Sobreviene el cansancio y
la desorientación.
El relativismo desemboca en el permisivismo. Todo se tiene por
moralmente posible, bueno o indiferente. No admite que se pueda
decir: "esto es moralmente bueno y esto es malo". Ahora bien, el
permisivismo se gasta. Cuando se ha experimentado todo, sin ningún
freno ético, sobreviene la desorientación, el hastío, la experiencia de
la frustración. Se quisiera regresar al hogar, pero la vida transcurre
en la sociedad urbana de modo tan acelerado... ¡No hay tiempo para
la reflexión!
Y sin embargo, pensar es necesario. Más que el navegar, más que
el vivir... Hay que no conformarse con explicaciones tópicas o
convencionales. El lenguaje tiene buena parte de la culpa. Cuando se
lee poco y se piensa poco, se habla mal, con escaso número de
palabras. Si falta vocabulario, las explicaciones resultan pobres; todo
es "guay", "bestial", "oye, tío"... Son modas o modos de hablar, pero
pueden esconder un universo mental angosto, reducido a cuatro
adjetivos vacíos. Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el
diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de
tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que
hacen los demás. La conversación, la tertulia, el "debate" sereno
sobre un tema de interés, son ejercicios que pueden realizarse de
alguna manera en familia, y fomentan el razonamiento, la capacidad
racional del hombre.
Hay una cierta agresión contra esa capacidad de pensar: es la
aceleración, la prisa, el mundo audiovisual, las modas, la mala
persuasión publicitaria... Todo esto pone en peligro la facultad que
tiene el hombre de regirse por su pensamiento, que es su más alta
capacidad, lo mejor que tiene, lo que nunca se agota ni aburre:
siempre se puede seguir pensando y descubrir nuevas verdades.
·Orozco-Antonio
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EL PLACER DE PENSAR
(EN EL PAIS DE LOS NOUSITAS)
VI. EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS
18 abril 1999
La cristalina superficie del remanso verde se quebró de pronto y
surgió entre la espuma el torso de Alcibíades; con un gesto brusco
echo atrás su cabellera rubia a la vez que sacudía del rostro el agua
fresquísima del río. Héctor, en la orilla, no sufrió sorpresa alguna.
Conocía las súbitas emergencias de su amigo tras largo buceo. Sólo
le molestó la salpicadura en las páginas del libro que estaba leyendo,
sobre una roca en forma de cómoda tumbona.
-¿No te animas, Héctor? ¡Está deliciosa! Viene de los hielos de las
altas cumbres...
-¡Ah, no! Prefiero esperar la entrada del verano. Entonces
conocerás mi fuerza bajo el agua.
-¿Qué estás leyendo con tanta fruición?
-Un libro de Ramón Llull, Raimundo Lulio, para los
castellanoparlantes.
-¿Quién es ese señor tan interesante?
-Un caballero del siglo XIII, que escribió en catalán este libro titulado
«El libro de las maravillas».
-¡Oh!, debe de ser maravilloso...
-Sí que lo es.
-¿Y de qué maravillas se trata?
-Trata de una leyenda. La de un hombre llamado Félix que se
maravillaba de que las gentes de este mundo conociesen y amasen
tan poco a Dios, siendo así que este mundo había sido dado a los
hombres a fin de que por ellos fuese conocido y amado.
-Maravilloso...; querrá decir "asombroso", ¿no?
-Seguramente.
-Y qué más.
-Que cuando estaba a punto de morir, encomendó a su hijo,
también llamado Félix, la tarea de ir recorriendo el mundo
maravillándose de que fuesen tan pocos los hombres que se
mantenían fieles al fin para el que Dios los crió. «Vete por el mundo y
maravíllate», le dijo... Obedeció Félix "junior" y no cesaba de
maravillarse; iba de maravilla en maravilla, de asombro en asombro.
Así llegó a una abadía muy noble, donde fue amablemente acogido.
Allí enfermó y murió en plena juventud.
-¡Qué lástima!
-Sí, pero no murió sin antes haber contado sus maravillosas
peregrinaciones a los monjes. Y ante su lecho de muerte, uno de ellos
se puso de rodillas y con lágrimas en los ojos pidió al abad que le
asignase el "oficio de maravillarse", vacante por la temprana muerte
del incansable peregrino. El abad y los monjes estatuyeron que
perdurablemente hubiese en el monasterio aquel oficio y que a quien
en suerte cupiese, hubiese por nombre Félix...
-¡Maravilloso, Héctor! Voy a profundizar en el asunto.
Alcibíades desapareció de nuevo bajo el agua límpia, aterrorizando
truchas y otros peces que por allí rondaban. Desde la pétrea
tumbona, podían seguirse todos sus movimientos. Héctor sonrío y
volvió a zambullirse en El libro de las maravillas .
Antonio Orozco