Chiflando y aplaudiendo
Autor: Rafael Ibáñez |
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Fuente: fluvium |
18/06/02 |
Aquí
queremos hablar de cómo han de ser las relaciones que anteceden al matrimonio,
para que alcancen su verdadero fin –no demasiado lejano: la constitución de
una familia edificada sobre la fidelidad de un amor conyugal abierto a la vida.
Lo propio del amor humano
Uno de los más prestigiosos psiquiatras contemporáneos, Victor Frankl, en su
obra Psicoanálisis y existencialismo, afirma: hasta en el amor entre los sexos
no es lo corporal, lo sexual, un factor primario, un fin en sí, sino
simplemente un medio de expresión. El amor puede existir sustancialmente, aun
sin necesidad de eso. Donde sea posible lo querrá y lo buscará; pero, cuando
se imponga la renuncia, el amor no se enfriará ni se extinguirá (...) El amor
auténtico no necesita, en sí, de lo corporal ni para despertar ni para
realizarse, pero se sirve de ello para ambas cosas.
El hombre es un compuesto de alma espiritual y cuerpo, para quien de veras ame,
la relación física, sexual, no es sino un medio de expresión de lo que
constituye el verdadero amor, es decir, de la relación espiritual... (H. Vitae).
El amor no exige ni arrebata lo propio del otro
Aplazando la satisfacción del impulso sexual se logra algo muy esencial: la
profundización en la dimensión espiritual del amor, que es la que está
llamada a permanecer por encima de todos los avatares físicos o psíquicos que
una larga vida puede deparar.
El sacrificio que supone la continencia enseña a amar con el alma, con la mente
y con la voluntad, que es lo más perfecto y digno que hay en el hombre. Este
sacrificio es la primera gran donación que se debe a la persona amada, la
primera manifestación de un amor verdaderamente personal.
A veces uno de los novios –con más frecuencia él– exige del otro la
entrega corporal como prueba del amor. Ahora bien, un amor que exige pruebas está
pronunciando su propio veredicto, dice J. Fischer. Lo propio del amor es dar, no
tomar o poseer.
Amor es sacrificio –escribía Pemán–, y para ser feliz hay que saber mirar
las flores sin arrancarlas. ¿Qué sucede si son arrancadas? Que al poco tiempo
se encuentra en las manos una flor ajada, marchita, sin misterio y sin encanto,
sin aroma y sin color, apolillada.
Los actos truncados o monstruosos
Respecto a los actos que naturalmente llaman a la plena relación sexual, no se
puede realizar aquello cuya natural consecuencia sea precisamente lo que se
trata de evitar. Yo no puedo tirar una piedra enorme contra un cristal si no
quiero romperlo, y si la tiro, por más que proclame que no quería romper el
cristal, lo quise.
En muchas cosas de la vida, el qué depende del cómo o del cuándo. El cómo y
el cuándo a menudo modifican el qué, y lo transforman profundamente.
El discurrir del río por su cauce es plácido y fecundo. Cuando se sale de ahí,
más que río es una potencia desmesurada, un monstruo cruel, que arrasa cuanto
encuentra a su paso. El agua es saludable según cómo se encuentre. Si está
contaminada, una gota puede bastar para llevar al cementerio.
Luego no será fácil cambiar
En la conducta humana, lo que hacemos, depende en buena parte del cómo y cuándo
lo hacemos. Concretamente, si es usada la genitalidad en el contexto que le es
propio, al servicio del amor auténtico, ordenado a la vida, entonces no sólo
es algo bueno, sino que hasta puede ser santo.
Los que buscan el goce físico antes del matrimonio se dejan casi
inevitablemente arrastrar hasta centrar en él sus sentimientos y llegan así al
matrimonio, viendo ante todo en el otro un instrumento de placer que el
matrimonio permite siempre utilizar a voluntad. Cambiar de visión después del
matrimonio resulta muy difícil.
La búsqueda del goce sexual antes del matrimonio inclina el espíritu a no ver
en ello más que una satisfacción personal y natural en sí, con lo cual se le
hace a uno mismo difícil ligarla al conjunto de la vida (Lecreq).
Lo que la recta razón concluye y la experiencia enseña
Un informe de la Union Internationel des Organismes Familiaux (München), decía
lo siguiente: Las relaciones sexuales completas, y también las caricias que
producen el orgasmo, ejercen una fascinación en los enamorados que les impide
normalmente comprobar y apreciar con exactitud los demás elementos de la armonía
matrimonial, en especial los psíquicos y los espirituales. De ello se desprende
frecuentemente el desengaño después de la boda, que es tanto más grave cuanto
que los factores despreciados apenas pueden recuperarse después. Por el
contrario, cuando la adaptación psíquica y espiritual se produce con plena
conciencia, la base es más sólida y la experiencia sexual dentro del
matrimonio se enriquece y se rejuvenece cada vez más.
Las experiencias sexuales prematrimoniales, lejos de ayudar al amor, lo
deforman. El que llega al matrimonio sin aportar a él la integridad de su
impulso emocional es como un corredor que se hiere en el pie antes de alinearse
para la carrera. No hay pues medio de prepararse al matrimonio por experiencias
carnales... Por eso no debe extrañar ni escandalizar que los casados tengan que
comenzar por un aprendizaje, pasen por un período de tanteos y que su
comportamiento sea a veces torpe. Es inevitable y hay que decir y repetir con
insistencia que el aprendizaje del matrimonio es imposible antes del matrimonio.
Hay que decirlo y repetirlo, porque se intenta sin cesar eludirlo (Lecreq).
La donación corporal humana sólo tiene sentido como donación de la persona
La peculiar estructura biológica manifiesta con deslumbrante claridad que la
relación genital está intrínsecamente ordenada a la procreación. Incluso en
el caso de matrimonios estériles; en éstos sucede algo semejante a la ceguera:
los ojos no pueden ver, pero en todo caso, la razón de ser del ojo es la vista;
toda su estructura y contexto está ordenado intrínsecamente a la visión.
Como se trata de procreación humana, conlleva la educación de los hijos que
resulten concebidos. Y, la dignidad de la persona humana, exige que lo sean en
el seno de una verdadera familia, es decir, con garantía de estabilidad y
posibilidades de educación adecuada, lo cual sólo se cumple en el matrimonio
indisoluble.
En efecto, en el trato entre personas, dar la mano no es lo mismo que dar la
pezuña: dar la mano es un acontecimiento espiritual; es dar algo del espíritu,
la amistad, la comprensión, quizá el perdón, la lealtad, etcétera. La mano
no es simplemente un trozo de carne, de huesos, nervios, venas y uñas. Dar la
mano es dar algo del núcleo personal. Por lo mismo, la entrega total del
cuerpo, es también entrega total de la persona, lo cual sólo tiene sentido en
el matrimonio.
Precisamente por esa significación espiritual y la finalidad del acto conyugal,
ordenada al amor y la vida, la misma unión resulta ilegítima y contraria a la
naturaleza del acto fuera del ámbito de la unión matrimonial indisoluble. La
plena unión sexual significa, en efecto, el hacerse una sola carne.
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