EL CIELO EN CUANTO VIDA CON CRISTO

SCHMAUS


IMPORTANCIA DE LA UNIÓN CON CRISTO 
La existencia del cristiano está caracterizada por el hecho de que 
vive "en Cristo" y Cristo vive "en él". La "in-existencia" de Cristo en el 
hombre y la del hombre en Cristo no significa la presencia espacial, 
sino la presencia dinámica de Cristo. El justo es dominado por Cristo; 
vive bajo el poder y la acción de Cristo muerto y glorificado. El hombre 
tiene conciencia de su unión con Cristo por la fe y no porque la vea. 
Cristo está cerca de él, pero él no lo ve. 
La vida del cielo consiste, en cambio, en que el unido a Cristo 
contempla al Señor inmediatamente y es directamente consciente de 
su unión con El. El justo, en el cielo, contempla la faz de Cristo que 
fue antes la ley de su vida, con quien bebió el cáliz de la pasión, a 
quien se entregó obediente y confiado sin verlo cara a cara. En el 
cielo se cumple esa enorme esperanza. Podemos comparar la fuerza 
real de este hecho, a lo que para nosotros representa el primer 
encuentro con una persona a quien amamos desde hace mucho sin 
conocerla y que llena y supera todas nuestras esperanzas. Cristo no 
es sólo indicador del camino de la salvación; es el contenido de ella. 
La proximidad de una persona puede significar para nosotros 
iluminación y color. Cristo es mucho más de lo que un hombre puede 
ser para otro; es completamente distinto de todos los demás porque 
en El vuelve el Padre hacia nosotros sus ojos amorosos; puede, por 
tanto, llenar todas las esperanzas del amor y satisfacer las mayores 
exigencias del espíritu. No hay peligro de que desilusione a quien se 
une a El. 

TESTIMONIO DE LA ESCRITURA 
1. Visión de conjunto.
Según la Escritura, la comunidad con Cristo es la suma de plenitud 
y felicidad, y la lejanía de El, el extremo de la desventura. Donde El 
está, está el paraíso (Lc. 23, 43). La última oración del diácono 
Esteban es la petición de ser recibido en la comunidad de vida con el 
Señor (Act. 7, 59). Estar en el cielo significa estar con Cristo (lo. 14, 
3); El es Vida, Pan y Verdad. Los pecadores, en cambio, tendrán que 
oir: "no os conozco" (Mt, 7, 23; 25, 12; Lc. 13, 25), es decir, no quiero 
saber nada de vosotros. El infiel no consiste en no vivir con Cristo. La 
salvación y desgracia de los hombres se realiza en las palabras del 
Señor: "venid consigo" y "apartaos de mí"'.
Estar siempre con el Señor es para San Pablo la más alta meta del 
anhelo (I Thess. 4, 17; 2 Thess. 2, 1; Rom. 6, 23- Phil. 4 19; Col. 3, 
2-4). La venida del Señor significa para el hombre la plenitud de la 
salvación (Col. 3, 4). San Pablo llama a la unión con Cristo en esta 
vida existir-en-Cristo, mientras que a la unión con El en la otra vida la 
llama existir-con-Cristo (Phil. 1, 23 I Thess. 4, 18; 5, 10; 11 Cor. 13, 4). 

Si la vida terrena está caracterizada por el hecho de que el hombre 
es dominado por Cristo, la llegada de Cristo en la muerte es la 
realización del perfecto dominio de Cristo. Este dominio significa 
superioridad sobre la muerte y el pecado, sobre el dolor y la 
caducidad, plenitud y hartura de verdad y de amor. Quien está 
dominado por Cristo logra también sobreponerse a la angustia y al 
dolor, a la caducidad y a la muerte; se convierte también en 
dominador. La vida celestial significa participación en el señorío de 
Cristo. Los justos son los co-dominadores con Cristo (2 Tim. 2, 12). 
Serán señores al participar del señorío de Cristo, cuya esencia es 
caracterizada en la Escritura con la palabra "Kyrios", con la enfática 
denominación "el Señor".
Como la muerte, que es el enemigo del hombre, es a la vez el 
tránsito hacia esa plena comunidad con Cristo, San Pablo la saluda 
como a un amigo. Desde la cárcel de Roma escribe a los Filipenses 
que lo que espera es que Cristo sea glorificado como siempre en su 
cuerpo por la vida o por la muerte. "Que para mí la vida es Cristo, y la 
muerte, ganancia. Y aunque el vivir en la carne es para mí fruto de 
apostolado, todavía no sé qué elegir. Por ambas partes me siento 
apretado, pues de un lado deseo morir para estar con Cristo, que es 
mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más 
necesario para vosotros" (/Flp/01/21-24). 
El hombre que encuentra a Cristo cara a cara se da cuenta de que 
Cristo le da todo lo que anhela su corazón; en El encuentra la imagen 
del hombre perfecto, porque su ser humano está configurado por su 
persona divina y glorificado por la gloria de Dios. El es la imagen que 
el hombre busca en la tierra sin encontrarla. El justo vive en Cristo la 
experiencia de que lo terreno eran las sombras cuya realidad es 
Cristo (Col. 2, 17). Cristo es la verdadera vida, el verdadero pan, la 
verdadera luz, el verdadero camino (Jn 14, 6). También en su vida de 
peregrinación pudo saber que Cristo es la Vida, el Pan, la Luz, la 
Verdad y el Camino, pero en esta vida no pueden ser directamente 
experimentadas estas funciones de Cristo. El justo, en cambio, 
reconocerá inmediatamente que Cristo es el Pan y la Vida, la Luz, la 
Verdad y el Camino. 

2. Particularidades. 
a) Vamos a intentar explicar en particular la significación de Cristo 
para la vida eterna expresada en las imágenes dichas. Cristo es el 
pan, el verdadero y propio pan (véanse las explicaciones de Tillmann 
y sobre todo de Bultmann sobre lo. 6, 1 y sigs., y además el 
comentario de Josef Schmid a Mc. 6, 32-44, a 8, 1-9, a Lc. 9, 10-17, a 
Mt. 14, 15-21 y 14, 32-39). El pan terreno sirve para la conservación y 
seguridad de la vida terrena. Sólo puede cumplir esta función 
transitoriamente, de forma que hay que comer pan continuamente 
para no morir. Pero incluso el mejor pan terreno no puede alimentar 
para siempre la vida ni puede evitar para siempre la muerte. Incluso la 
vida mejor alimentada cae alguna vez en la muerte. El pan terreno 
sólo puede dar vida perecedera y de modo transitorio. Pero sobre 
todo ni siquiera el pan más alimenticio puede calmar la más íntima y 
profunda hambre del hombre, el hambre del corazón y del espíritu. 
H/DESEOS: AUTOSUFICIENCIA: El hombre puede engañar 
ese hambre, pero no puede saturarla definitivamente con nada 
terreno. De ello procede su eterno desasosiego y por eso se precipita 
de unas cosas a otras y persigue hacendoso y activo lo que parece 
prometer su saturación. Tiene que experimentar que todos los 
intentos de encontrar saturación en lo terreno fracasan. La vida 
humana está caracterizada por un hambre continua. Durante la vida 
de peregrinación el hombre sólo puede vivir en el modo del anhelo. 
Entonces da Cristo la promesa de que lo que promete y no puede 
cumplir el pan terreno lo puede conceder El, la vida eterna. Cristo se 
llama a sí mismo el pan inmortal para la vida inmortal. Invita a llegar a 
El a los hambrientos y sedientos, prometiéndoles refrigerio. 
(/Mt/05/06; /Mt/11/28; /Jn/07/37; /Jn/04/14; /Jn/06/35.) Los 
saturados, los autosuficientes, los satisfechos de sí mismo no serán 
invitados por El, porque creen que no necesitan pan. 
No sólo explicó con palabras esta su significación para los hombres, 
sino que la representó en símbolos. Invitó a comer a las turbas que lo 
seguían y las alimentó pródigamente (/Mt/08/01-09). Aquella comida 
sirvió, en primer lugar, para saturar su cuerpo. Pero ésta no era la 
última ni la principal intención de Cristo. De otro modo el 
acontecimiento no habría sido más que un incidente insignificante en 
la historia humana. Y ¿qué significación puede tener el hecho de que 
una vez fueran invitados a comer unos miles, cuando continuamente 
están muriendo de hambre millones y millones de hombres? Aquel 
acontecimiento tuvo una importancia que trasciende ampliamente la 
superación de la momentánea necesidad. La saturación de aquella 
tarde era imagen de otra saturación eterna. El pan repartido entonces 
era imagen de otro pan que no se hace ni puede ser preparado por 
hombre, sino que llega del cielo y sólo puede ser concedido por Dios. 
En aquella hora vespertina se descorrió por un momento el telón que 
separa lo terreno y ultraterreno, de forma que pareció que el hambre 
insatisfecha y continua era por un momento superada por un estado 
de saturación. 
PAN/EU:EU/PAN:En el mundo que resuena de los gemidos de los 
hambrientos se necesita una fuerte garantía de que algún día llegará 
una época de plena saturación, cuando al hombre no le parecerán 
charlatanería las palabras dichas sobre este tema. Por eso Cristo no 
se contenta con las palabras, sino que añade una acción simbólica. 
Por eso no se contenta con una acción única, sino que repite el 
símbolo (/Mt/15/32-39; /Mc/08/01-09; /Mt/14/13-21; /Mc/06/32-44; 
/Lc/09/10-17; /Jn/06/01-14). Los hambrientos y sedientos no deben 
desesperarse, sino que deben esperar el milagro del pan del Señor y 
creer que su promesa de que un día calmará el hambre es fidedigna. 
Una vez se necesitó tal manifestación del futuro. "Una vez 
necesitamos el milagro, ciegos de nosotros." Esa vez única tiene quo 
bastar. Los cestos que pudieron llenarse con el pan sobrante 
después de la comida son signos de que Cristo no da alimento 
escaso, sino sobreabundante. 
Lo que representó simbólicamente en aquella invitación lo realizó 
provisionalmente en la Eucaristía. En ella se ofrece a los suyos como 
pan inmortal para la vida inmortal. En todo banquete recibe el hombre 
el amor de Dios creador. Pero en la Eucaristía recibe corporalmente el 
amor aparecido en Cristo. Pero también en la Eucaristía se regala el 
Señor a los suyos sólo entre los velos del signo. Sin embargo, esta 
entrega está ordenada a la entrega en que se dará a los suyos 
manifiestamente, cuando descubra su rostro. El banquete eucarístico 
hace a los hombres capaces del banquete celestial. Allí se entregará 
Cristo en un acto continuo de ofrecimiento de forma que los hombres 
podrán recibirlo continuamente. Continuamente serán refrigerados 
por El. De El recibirán vida imperecedera eternamente floreciente e 
inmarchita. El banquete celestial del pan celeste calmará 
perfectamente el hambre del hombre. Cristo concederá a los hombres 
en aquella forma de vida lo que el pan terreno no puede darles. Se lo 
concederá de modo perfecto. Por eso todo pan terreno es símbolo del 
Señor y todo banquete terreno es preludio del banquete celeste y 
toda preparación terrena del pan demostración de la preparación del 
pan celeste por Cristo. 
El encuentro con Cristo en el modo celestial de existencia no es un 
acontecimiento único y en seguida acabado, sino continuo y 
duradero. Por eso el refrigerio de ello derivado es un acontecimiento 
continuo. Por eso en el cielo ocurre continuamente un banquete, ya 
que el Señor se regala continuamente a los suyos y ellos lo reciben 
ininterrumpidamente. Por eso los celestiales están siempre saturados 
y a la vez abiertos sin pausa al torrente del amor. 

b) J/V:Con la promesa del pan está estrechamente relacionada la 
promesa de la vida. En ella se dirige Cristo al hambre de vida de los 
hombres. La palabra vida es una palabra mágica que fascina a 
cualquiera. El hombre tiene hambre y sed de vida, y de vida creciente 
(Tillmann y Bultmann sobre lo. 14, 6). Sin embargo, el hambre de vida 
no puede ser saturada en la tierra, ni por riquezas, ni por el trabajo y 
el éxito, ni por el placer y la alegría, ni por el amor terreno o la 
profesión, ni por el dinero o los negocios. Pues el corazón humano es 
insaciable. Tendría que desesperar, si sólo existieran las posibilidades 
de vida de esta tierra. Y en esta situación clama Cristo: "Conservad 
vuestras grandes exigencias, aunque no puedan ser satisfechas por 
nada terreno. Yo las satisfaré. Pues Yo soy la verdadera y propia 
vida." Todo lo que llamamos vida no es más que reflejo de la vida que 
nos sale al paso en Cristo. Pues en El nos sale al paso una vida 
abundante y segura. Estas dos propiedades faltan a la vida creada, 
que es pobre y perecedera. A diferencia de ella, la vida que Cristo ha 
recibido del Padre y que en consecuencia lleva en sí mismo 
(/Jn/05/26) es una vida de plenitud y de fuerza. Cristo es propiamente 
la riqueza absoluta de vida y el poder indestructible de existencia. La 
caducidad no tiene acceso posible a esta vida de plenitud y 
seguridad. De esta vida se ha hecho partícipe el cristiano (lo. 3, 15. 
36). San Juan y San Pablo dan testimonio de ello en innumerables 
textos. La liturgia habla incansablemente de esa vida. Para 
convencerse de ellos hay que leer los textos de las celebraciones 
eucarísticas o la liturgia del sábado santo. Pero esta vida está oculta 
durante la época de peregrinación. Ahora parece que es débil (Col. 3, 
3). Pero es más fuerte que la muerte. Quien participa de esta vida 
sigue viviendo después de la muerte. La muerte ayudará incluso a su 
última irrupción. 
Sólo mediante la unión con Cristo alcanza el hombre esta vida 
indestructible. Cristo es la vid desde la que fluye la vida a los 
sarmientos (lo. 15, 1 y sigs.). La vid es el árbol de la vida. Cristo es el 
origen de la verdadera y auténtica vida. El mito sueña con un árbol de 
la vida. Lo que sueña el mito es en Cristo realidad. El mundo no 
puede satisfacer los anhelos de vida del hombre. Sólo Cristo puede 
dar vida inmortal, porque en El apareció en el mundo la vida de Dios 
(Bultmann). Cristo satura, por tanto, el hambre de vida de quien se 
une a El en la forma celestial de existencia. La forma celestial de 
existencia significa que la vida abundante e inmortal de Cristo llena el 
yo humano. 

c) J/LUZ:A la palabra de la vida se une la palabra de la luz. Cristo 
es la verdadera luz. Como tal vino al mundo, para ahuyentar la noche 
de las tinieblas y del error, de la incredulidad y del pecado 
(/Jn/01/01-09; /Jn/03/19 y sigs., /Jn/08/12; ll Cor. 4, 4, Hebr. 6, 4 10, 
22). Toda luz terrena es imagen de la luz que es Cristo. La luz ilumina, 
es la iluminación del mundo. Cuando el mundo está iluminado el 
hombre puede orientarse. Ve los caminos y las metas. Ve también las 
dificultades y peligros del camino. Sin embargo, toda la luz de la tierra 
no puede ahuyentar la oscuridad para siempre. Es demasiado débil 
para ello. Continuamente dominan las tinieblas. Incluso el sol más 
claro no puede más que ahuyentar la oscuridad por unas horas. Pero 
sobre todo sólo puede ofrecer al hombre la orientación que necesita 
para moverse corporalmente dentro del mundo. Pero no puede dar la 
iluminación que el hombre necesita para entenderse a sí mismo, para 
comprender los caminos del espíritu y del corazón y sus propios fines. 
Pero precisamente eso es lo que anhela el yo humano. Para esa 
iluminación necesita otro sol. Le es concedido al hombre por el 
conocimiento y por el amor. Pero el conocimiento terreno sólo puede 
dar al hombre una comprensión de sí mismo dentro de los límites del 
mundo. También éste puede ser grande y hacerlo feliz. Pero mientras 
persevere en esa exclusiva comprensión de sí mismo, mientras sólo 
tenga esperanzas terrenas está apresado en el círculo de la 
existencia terrena. Por muy amplia y poderosa que sea, el hombre la 
siente como prisión, de forma que mientras vive únicamente coma 
creyente en el mundo existe en una consciente e inconsciente 
angustia y desesperación (E. Spranger, Welttrommigkeit, 1942). Para 
existir verdadera y auténticamente necesita puertas y ventanas que 
se abran más allá del mundo. Sólo Cristo puede conceder tal cosa, 
porque ha bajado a la historia humana desde una realidad que es 
distinta de la realidad del mundo y porque en su resurrección y 
ascensión y en su vuelta al Padre ha roto el círculo de lo terreno 
hacia Dios. Por El adquiere el hombre la verdadera y última 
comprensión de sí mismo. Cristo es, por tanto, la verdadera luz del 
hombre. Puede calmar la sed humana de luz. Sólo El lo puede. Pues 
en El irrumpió en las tinieblas de la historia humana la luz, que es Dios 
(Sal. 17, 29; 66, 2; 118, 135). 
Cristo es la luz para los hombres incluso en los días de 
peregrinación. Continuamente es aludida en la liturgia la luz. 
Jubilosamente es cantada en la liturgia del Sábado Santo. El cirio 
pascual es un símbolo de Cristo. AI bendecirlo canta el diácono (Ver 
Pregón Pascual).
BAU/ILUMINACION: Los que viven en la luz que es Cristo son en verdad los iluminados. (El bautismo se llamaba antiguamente "iluminación"; véase, por ejemplo, Justino Mártir, Apología I, 6 y sig.). Cristo les abre los ojos del corazón. Sin El el hombre es ciego. En la curación de ciegos se expresa simbólicamente que Cristo es el que trae la luz. Para los iluminados por El no volverá a ponerse el sol. Durante toda la vida terrena el cristiano es un iluminado (I Thess. 5, 5; Eph. 5, 8. 9; 11 Cor. 6, 14; Col. 1, 12). Pero a los mundanos y a veces incluso a sí mismo se parecerá un loco, porque construye sobre lo invisible y no puede ver las ventajas 
terrenas con los medios del mundano. En la otra vida sabrá que es el 
verdadero prudente y que el mundo, en cambio, que se creyó sabio, 
fue un utopista y un loco. (Hebr. 11, 1; l Cor. 1, 18-31). Se cumplió lo 
que San Pablo escribe a los corintios (2 Cor. 4, 6): "Porque Dios, que 
dijo: "Brille la luz del seno de las tinieblas", es el que ha hecho brillar 
la luz en nuestros corazones para que demos a conocer la ciencia de 
la gloria de Dios en el rostro de Cristo." Véase también, Sab. 2, 12-23. 


d) J/VERDAD:El concepto de verdad es vecino al concepto de luz. 
Cristo es la verdad, la auténtica y propia verdad. Stauffer (Theologie 
des NT, pág. 108) intenta explicar así lo significado: "Yo soy la verdad, 
dice el Logos encarnado, en /Jn/14/06. Nosotros sabemos o 
descubrimos muchas verdades. Pero aquí se habla de la verdad sin 
más. La razón prostituida vende sus verdades a cualquiera y 
complace a todas las voluntades. Pero aquí se manifiesta la verdad 
que no consiente coquetería alguna y exige decisión. Uno dice una 
verdad y su palabra vuelve vacía porque no se compromete en su 
verdad con todo su ser. Pero Cristo dice la Verdad y su palabra 
provoca una transformación, pues existe y está dispuesto a 
comprometerse por la verdad que proclama. Nosotros estamos 
maniatados e impedidos porque no queremos saber nada de la 
verdad. Cristo, en cambio, es libre y liberador porque tiene la Verdad 
y la Verdad se revela en El; y la Verdad hace libres. Cuando el 
hombre atestigua algo de la Verdad se acusa a sí mismo, porque la 
Verdad testifica contra nosotros. Pero Cristo da testimonio de la 
Verdad y la Verdad da testimonio a su favor. Nosotros sólo podemos 
hablar de la Verdad y cuando decimos algo de ella decimos más de lo 
que tenemos y somos. Pero el Verbo encarnado es la Verdad. Es más 
de lo que dice en palabras. En nuestro mundo humano siempre 
aparecen por distintas partes la verdad y la realidad, pero aquí 
verdad y realidad son una misma cosa." 
El sentido más profundo del concepto de verdad se nos manifiesta, 
sin embargo, cuando la entendemos como la realidad divina revelada 
por Cristo. La verdad (a-letheia) es la realidad de Dios desvelada, no 
oculta (Tillmann y Bultmann, Comentario a lo, 14, 6; véase también 
Quell y Bultmann, artículo Aletheia, en el Kittels Worrerbuch zum NT, I, 
233-251). Dios, que vive en luz inaccesible (I Tim. 6, 16), se nos ha 
hecho accesible en Cristo. En Cristo podemos ver y tocar al Padre (lo. 
14, 9 y sig.). Pero durante la vida terrena del Señor la realidad de 
Dios en El accesible estaba a la vez oculta. Se reveló entre velos. El 
encuentro con Cristo en el modo de existencia celestial significa que 
son descorridos todos los velos. Entonces encuentra el hombre la 
realidad de Dios, hecho accesible en Cristo, con toda su gloria 
manifiesta. Le es ofrecida por Cristo. El hombre puede acogerla en sí, 
y se llenará de ella. Así se calmará la sed humana de realidad. 
Ninguna otra cosa puede calmarla perfectamente. 
El encuentro con Cristo en el modo de existencia celestial significa, 
por tanto, la satisfacción definitiva y perfecta del hambre de pan, de 
vida, de realidad. 

3. CRISTIFORME REVESTIRSE/H-NUEVO 
H-NUEVO/REVESTIRSE: 
El cielo como configuración con Cristo. Este perfecto encuentro con 
Cristo completa también la cristiformidad del hombre celestial. El 
cristiano es configurado a imagen de Cristo. Es una imagen del Señor 
encarnado y glorificado (Rom. 8, 29). Quienes han sido bautizados en 
Cristo se revistieron de Cristo (/Ga/03/27). Se revistieron el vestido de 
su gloria. Al pecar los hombres perdieron el vestido paradisíaco de la 
inocencia, de la incorruptibilidad y de la justicia. Expresión visible de 
su interna desnudez fue el hecho de que a los primeros hombres se 
les abrieron los ojos y vieron y sintieron que estaban desnudos. 
Trataron de cubrir su desnudo cuerpo e inventarse un sustitutivo de lo 
perdido. Pero sus vestidos terrenos no pueden devolver el esplendor 
del vestido paradisíaco perdido en la caída. Pueden dar protección 
contra los peligros externos; también pueden ayudar al hombre a 
aparecer decentemente en la comunidad humana y a la vez a guardar 
su secreto personal; pueden expresar honorabilidad y honradez, pero 
no pueden concederle lo que en último término busca consciente o 
inconscientemente en todos los vestidos terrenos que lleva: el 
revestimiento con el esplendor y la gloria de Dios, con la inocencia y 
la santidad. 

BAU/VESTIDO  En el bautismo el hombre vuelve a ponerse de nuevo el vestido que llevó y perdió en otro tiempo, la radiante túnica de la gloria de Dios. El bautizado está revestido de la gloria de Cristo resucitado. Con ese vestido es un hombre nuevo (Col. 3, 9; Rom. 13, 14). Tal vestido es signo de su nuevo estado, de su pertenencia a la familia y a la casa de Dios (lo. 
14, 2), pero durante la vida terrena tal vestido es invisible. Se hará 
visible en la vida celestial. Entonces se revelará que el hombre 
perfecto lleva un vestido de gloria. Todos los vestidos terrenos son 
imagen del futuro revestimiento de gloria, que será la perfecta 
expresión de su ser. Con él será apto para la sociedad de los 
invitados al banquete de boda (/Mt/02/11), pues está totalmente 
sumergido en el esplendor de Cristo glorificado. "Todos nosotros, a 
cara descubierta, contemplamos la gloria del Señor como en un 
espejo y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, a 
medida que obra en nosotros el espíritu del Señor".

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 519-530