ESPERANZAS HUMANAS Y SALVACIÓN EN JC

 

-Malentendidos que hay que identificar 
Acabamos de ver que el cuerpo no puede legítimamente aspirar a un separatismo que lo 
proscriba de la indisoluble unidad de la persona; por otro lado, ni el espíritu ni el cuerpo pueden 
sostener que cada cual por su parte totaliza la realidad personal: sería ésa una anexión 
indebida. 
Este doble malentendido antropológico, vuelve a encontrarse a nivel de ciertas formas de 
entender y de vivir la fe en la salvación. En la existencia y en el pensamiento de cada cristiano y 
de la Iglesia, comprobamos los desgarramientos, o por lo menos las vivísimas tensiones, 
provocadas por este malentendido.
Tensiones y desgarramientos mejor o peor asumidos: se sale de ellos con mala fortuna, ya 
sea dejándose deslizar en uno o en otro sentido, por un compromiso cojitranco, o ya mediante 
una serie de cabriolas inseguras y oportunistas entre el separatismo y la anexión. 
Los malentendidos del separatismo. SV/LIBERACIÓN-HM  Dos fórmulas 
intencionadamente caricaturescas podrían señalar esta disyunción: las liberaciones humanas 
nada tienen que ver con la salvación en Jesucristo; la salvación en Jesucristo nada tiene que 
ver con las liberaciones humanas. 
No se vaya a imaginar precipitadamente, que las únicas víctimas de este simplismo son 
algunos cristianos llamados «conservadores» o «tradicionalistas», puntillosos en lo tocante al 
carácter transcendental y sobrenatural del mensaje de salvación del Evangelio. Del lado de los 
que critican -con razones no peores- un cristianismo calafateado con la práctica cultural, los 
buenos sentimientos y las ineficaces buenas palabras, ¿no podría, a veces, encontrarse oculto 
idéntico malentendido? Para algunos de ellos, en efecto, solamente habría posibilidad o 
derecho para hablar de salvación en Jesucristo, después de haber asegurado la liberación de 
todos los hombres en el campo político y económico. 
EXPLOTACION/EU  Otra versión de este razonamiento: mientras haya 
cristianos explotadores y explotados, no puedo celebrar la eucaristía... Esta afirmación 
equivale a decir que para ser dignos y capaces de anunciar y celebrar a Jesucristo, primero 
hay que esperar a que se produzca la revolución, a que los hombres se reconcilien 
humanamente y sean fraternales, iguales y justos. 
Pero, entonces, Cristo debería haber empezado por sumarse a los zelotes que oponían 
resistencia al ejército de ocupación romana, por hacer con ellos la guerrilla y luego, tras la 
victoria política, anunciar otra salvación y otro Reino... que no hubiera estado «en medio de 
nosotros», y que fuera completamente extraño a este mundo. Ahora bien, Jesús, sin 
pronunciarse contra la estrategia zelote y sin declararse a favor de la colaboración con el 
ocupante, no fue un mesias-guerrillero; y claramente se negó a convertirse en el rey de un 
contrapoder, como algunos seguidores entusiasmados le incitaban a ser. Jesús quiere 
manifestar que el hombre, en sus profundidades, siempre vale infinitamente más que sus 
más ardorosos combates, por muy justificables que éstos sean, que en nosotros hay algo 
más fundamental, una vida que para germinar y crecer no puede aguardar a que caigan el 
Imperio Romano y los poderes opresivos. Esta vida va a poder expresarse ya, desde ahora, 
a través de las luchas humanas por la justicia, sin esperar a que desaparezcan el 
capitalismo o la hegemonía de los países desarrollados. Estamos, por lo tanto, en las 
antípodas del «separatismo»: la salvación en Jesucristo no es otra salvación, no es una 
salvación sólo para después. Lo cual no condena en bloque todas las opciones de los 
«zelotes cristianos», pero deshace precisamente el malentendido que les haría ver en sus 
proyectos una mera cuestión previa a una salvación disociada que admite espera. 

Los malentendidos de la anexión. 
Aquí, el mundo profano y sus tareas humanas absorben y disuelven la realidad del Reino 
de Dios: tal es al menos la primera forma del anexionismo. So pretexto de librarse del 
malentendido de la separación, se equipara el crecimiento de la salvación a los progresos 
de orden terreno, cosa que hace pensar en la reducción de la persona exclusivamente a su 
cuerpo: ahora bien, sabemos sin embargo, que un cuerpo espléndido o una musculatura 
atlética no van automáticamente parejos con la valía y el desarrollo de la persona. Esta 
anexión del Reino por el mundo profano es una forma de secularismo, del que más arriba 
apuntamos que negaba la verdadera y legítima secularidad de las tareas terrenas puesto 
que tendía indebidamente a sacralizarlas erigiéndolas en absolutas. 
Y he aquí el malentendido contrario y gemelo suyo: la anexión de la historia profana por 
el Reino de Dios. La consistencia de las realidades políticas, económicas y técnicas se 
echa a perder entonces, y se diluye en la visión de una salvación sobrenatural y de su 
Reino. Esta inclusión de lo «sobrenatural», esta menospreciativa sumersión de las tareas 
históricas del hombre en una salvación intemporal, se ha aliado con las distintas formas de 
teocracia y de clericalismo. 

Denominador común de todos estos malentendidos. SV/REDUCCIONES:
En todos estos desaciertos, se trata de una tendencia reductora: reducción de la 
salvación a nuestros trabajos y combates terrenos, o reducción de la salvación a una 
mediocre espiritualidad de la conversión intimista. En numerosos casos se comprueba la 
oportunidad de la zumba de Serge Bonnet, autor del folleto titulado «Cada uno por un 
lado»: «Ayer, su reducción del mundo a lo religioso era odiosa. Se creen que han 
cambiado, por el celo que ahora ponen en reducirlo a lo económico y a lo político». 
¿Sorprenderé al preguntarme si los partidarios de estas confusiones, aparentemente 
contrarias, no pecan de un modo semejante por colusión con el poder? Nuestros cristianos 
tradicionalistas que consideran una liquidación del mensaje de salvación el urgir sus 
incidencias sociales, son sospechosos de complicidad con las distintas formas del poder 
político o económico actualmente establecido. Sus adversarios corren asimismo el riesgo 
de merecer el reproche de colusión con los contrapoderes, organizados o informales, del 
proyecto revolucionario. Idéntica amalgama político- religiosa vuelve a encontrarse en los 
sacerdotes o religiosos metidos en partidos, en los prelados políticos o los papas militares, 
por un lado, y por otro, en los actuales instigadores de un neoclericalismo de izquierda.
Por lo demás, los que siempre lucharon contra las ingerencias de la Iglesia no se 
equivocan en eso, y uno de ellos podía escribir en un periódico muy serio: «se necesita una 
ceguera singular para no advertir, detrás de las vehemencias de los sacerdotes 
extremistas, el viejo instinto dominador de la Iglesia» (1). 
Finalmente, puede señalarse una falta de vigor, una debilidad e incluso una impotencia 
intelectual por ambas partes; las agitaciones y excitaciones gesticulantes no deben 
engañarnos al respecto. Impotencia para sujetar los dos extremos de la cadena, para 
abarcar con una misma afirmación las dos líneas, «vertical» y «horizontal», de la salvación 
cristiana. Se necesita cierta robustez de espíritu para sostener a la vez estas dos 
aserciones estrechamente complementarias: 
-Jesús nos salva abriéndonos al verdadero Dios mediante su proceder de hijo; destruye 
nuestras imágenes erróneas de un Dios lejano, enigmático y opresivo. No son nuestras 
empresas humanas las que salvan la humanidad. 
-El hombre Jesús de Nazaret resucitado hace surgir y existir una humanidad nueva, libre, 
reintegrada al fin a su verdadero rostro. Esta humanidad, de la que El es el prototipo, ha de 
constituirse en el tiempo con nuestros esfuerzos y luchas a los que su gracia suscita y 
fecunda desde dentro. Consiguientemente, nunca se celebrará demasiado el valor de la 
historia y la importancia de los trabajos humanos de liberación. 
Por más que estas dos afirmaciones puedan parecernos contrarias -en realidad son 
interdependientes- el recuerdo de la advertencia pascaliana se impone por su actualidad y 
por su peso de imperecedero sentido común: «Si alguna vez hay un tiempo en el que se 
debe hacer profesión de los dos contrarios, ese tiempo es cuando se reprocha la omisión 
de uno de ellos» (2).

VINCENT AYEL
¿QUÉ SIGNIFICA SALVACION CRISTIANA?
SAL TERRAE Col. ALCANCE, 15. SANTANDER-1980.Págs. 139-145

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1) Gilbert COMTE. En «Le Monde» del 13 de julio de 1971. 
2) Blaise PASCAL. Pensamientos, nº 865.
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9.-Fecundidad de la mutua interpelación en el seno de un diálogo continuo 
La fe en la salvación que sólo viene de Cristo, previene los avances inciertos y arduos de 
las conquistas de liberación y de desarrollo emprendidas por el hombre, contra los 
estimulantes de la ilusión lo mismo que contra la resignación desmovilizadora. 
Recíprocamente, los planes del hombre en lucha contra las injusticias y las alienaciones de 
todas las clases deben garantizar nuestras representaciones de la salvación contra 
irrealismos demasiado cómodos. Este intercambio de servicios requiere que se entable y 
desarrolle un diálogo, que se acepte plenamente una mutua interpelación dentro de una 
vigilancia respetuosa y sin brecha. Y, el primer lugar de este diálogo verificador ha de ser el 
corazón de cada creyente. 

Las esperanzas humanas 
preguntan a la salvación cristiana 
El creyente y las Iglesias advierten una permanente interpelación en la justa y urgente 
preocupación por liberar a los oprimidos y por construir un mundo más humano, y en la 
rabiosa esperanza de alcanzarlo mediante las búsquedas y las energías concertadas en el 
plano político nacional y mundial. 

El escollo del pesimismo jansenizante. PESIMISMO-VITAL
Esa interpelación debe apartarnos de un pesimismo jansenizante en nuestro modo de 
considerar el hombre y el mundo. Ciertamente, el pecado causa estragos en todos 
nosotros, sin excepción, y de él sólo nos libera Cristo. ¿Por qué empeñarse, entonces, en 
sacar de ahí una justificación de esa triste insistencia sobre la miseria del hombre y sobre 
su incapacidad para hacer algo que sea válido? Para el creyente, no se trata de negar los 
hechos: los esfuerzos humanos chocan con fracasos, hay matanzas y represalias... Pero 
los hombres, alentados por la esperanza de la libertad y de la felicidad en esta vida, 
merecen algo mejor que la utilización de sus decepciones por una apologética, un poco 
corta, del tipo de: «¡ya ve usted cómo el hombre no puede arreglárselas él solo!; ya ve que 
necesita que otro (Jesús ) lo salve, y que su atolladero debería llevarlo a renunciar a sus 
orgullosos proyectos...» 
No falta del todo verdad en tales afirmaciones. Pero la auscultación de las esperanzas 
tenaces de una humanidad doliente, debería incitarnos a hablar en forma un poco más 
decorosa y psicológicamente más verdadera. Por otra parte, la exactitud doctrinal saldría 
ganando, al mismo tiempo. ¿Están todas nuestras catequesis y nuestras predicaciones 
libres de esa aberración, indigna de Dios y despectiva para el hombre, que consiste en 
aprovechar los fracasos y las miserias de los demás para encaminarlos a Cristo mediante el 
chantaje, y en utilizar a Dios para taponar los boquetes de nuestras insuficiencias? 

Los abusos de la apologética de la necesidad. 
NECESIDAD/DESEO 
Esta apologética, basada en las «necesidades» del hombre, implica graves 
ambigüedades a las que nuestros contemporáneos se han hecho sensibles por los análisis 
de la psicología profunda. Es preciso substituirla por una catequesis del «deseo»; un deseo 
que caracteriza al humano, en tanto que las «necesidades» nos son comunes con todos los 
animales, un deseo que nunca se sacia, cuando lo propio de las necesidades es que 
pueden quedar satisfechas... Una catequesis del deseo no intentará pillar con cepos la 
desgracia humana, ni aprovecharse de las dolorosas contrariedades del adolescente o del 
adulto para solapadamente forzarlos a aceptar a Jesucristo. Aspirará a despertar a los 
hombres al sentido de la gratuidad del amor y de la fe, al dinamismo del proyecto humano 
fundamental, a la apertura de una relación de hijo liberado con el Dios de Jesucristo, quien 
sólo encuentra su gloria, según el dicho de san Ireneo, en el pleno éxito del mundo y de los 
hombres que están vivos. El creyente es muy dueño de encontrar impertinente, en cierto 
modo, y fuera de lugar la «Carta abierta a Dios», escrita por el agnóstico Robert Escarpit; el 
catequista avisado hará bien no rechazando demasiado pronto, en la cita que de dicha 
carta voy a ofrecer, una interpelación dirigida a ciertos modos de presentar la salvación que 
hacen de ella una mera prótesis ortopédica: 
«Frecuentemente se me ha dicho que si un día me encontrara en una de esas atroces e 
inaguantables situaciones en que la condición humana nos coloca a veces -sean, por otra 
parte, fruto de vuestro ingenio, producto de la casualidad o resultado de alguna 
combinación de fuerza que ni Vos ni yo sospechamos- si no quería perder la razón antes 
que la vida, no me quedaba otro recuerdo que creer en Vos y confesar vuestra 
omnipotencia. 
Es muy posible. Incluso probable. Es igualmente probable que, si un accidente me priva 
de una pierna, no tengo más remedio, para no perder el equilibrio, que procurarme otra 
artificial y apoyarme en ella como si fuera verdadera. 
Esta concepción ortopédica de la divinidad no deja de tener su fuerza, y la concedo la 
misma estima que a la concepción anestesiante según la cual creer en Vos ayuda a morir. 
Se trata de algo más que de estima. La necesidad que a veces, tengo de Vos es 
diferente. He pasado por el trance de ver la muerte bastante cerca, y, partiendo de mi 
modesta experiencia, creo que puedo imaginar lo que es la congoja. Tengo la impresión de 
que, llegado el momento, podré salir del trance exclusivamente por mí mismo, mal, pero 
exclusivamente por mí mismo. Me sucede que de pronto siento sobre mí, con alegría, el 
peso de un cielo vacío» (1). 
Los vestigios de la magia pagana. 
El dinamismo de las búsquedas humanas y de los movimientos de transformación de la 
sociedad, nos llama a purificar de todo rastro sutil de magia pagana nuestras catequesis 
sobre la salvación y la imagen que nos formemos de su eficacia. No es cuestión de olvidar 
por un momento, que la salvación sólo puede ser obra de Dios en Jesucristo: no son 
nuestras obras las que nos justifican, es Dios, que nos ama primero y se compromete con 
el mundo, con su pueblo y con cada uno de nosotros; nuestros compromisos más decididos 
no son otra cosa que compromisos-respuesta. Pero Jesús no nos ama «en nuestra 
ausencia» ni nos salva poniendo en cortocircuito nuestra libertad responsable. Nos respeta 
en nuestra libertad haciéndonos vencedores del pecado, en la fe. La gracia de la salvación 
no es magia en nuestras manos; su eficacia no tiene nada de automatismo, pues no 
depende del orden de las cosas, sino del de las relaciones inter-personales. La redención 
hace decisivamente vencible el pecado, pero no vencido todavía en sus manifestaciones 
históricas: hasta que llegue la parusía, se requieren nuestros combates, que no son vanos 
simulacros. 
CREACION/LIBERTAD  POSEER/BUSCAR
¿Nos habría libertado Cristo para después hacer de nosotros unas marionetas? «Si, 
pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn 8, 36). «Para ser libres nos 
libertó Cristo» (Ga 5, 1 ) . El hecho de que el éxito de la salvación no sea más evidente en 
nuestro mundo, y que parezca que Dios calla en medio de los desórdenes de la historia y 
en el abatimiento de las innumerables víctimas de la injusticia y de la violencia, es la 
onerosa garantía de la libertad de nuestra fe. Este silencio y este misterio de Dios no son, 
por su parte, perversa coquetería, sino testimonio de su infinito respeto a la libertad 
responsable del hombre. «Dios crea al hombre como el mar hace los continentes: 
retirándose», decía más o menos el poeta Holderlin. Dios quiere que verdaderamente 
existamos, es decir, que estemos siempre buscando: nos prefiere buscadores a poseedores 
de evidencias anestesiantes; nos prefiere libremente inventivos y en busca de verdad y de 
felicidad, a instalados en certidumbres de primera hora demasiado relajantes. Puede 
aplicarse a la salvación lo que Pablo VI decía a propósito del Dios oculto: 
«Aquí se plantea una importante cuestión que forma parte de la economía religiosa para 
quien busca a Dios por las vías del conocimiento natural, no menos que para el que lo 
busca por las de la fe y de la gracia. Preguntan con ingenuidad y audacia: «¿Por qué Dios 
está oculto? ¿Por qué permanece misteriosamente silencioso? ¡Qué de cuestiones graves 
salen al paso a nuestro espíritu curioso, que lleva mal que Dios tarde y que ignore sus 
designios! (...) Dios se oculta para que se le busque. El tiempo en que se revela en la 
historia y en las almas, no coincide con los cálculos humanos; la forma como se revela no 
encaja con las formas de nuestro lenguaje terreno...» (1). 

-La salvación cristiana pregunta 
al espíritu humano 
¿Por qué iba a ser la esperanza humana la única en negarse a la interpelación? Su 
solidez, apertura y dinamismo sólo beneficio pueden extraer de las preguntas no capciosas 
hechas por el creyente. 

Los riesgos de la ingenuidad del optimismo-humanista 
Como el pesimismo jansenizante, tampoco el optimismo plácido podría calificar una 
estrategia de la acción eficaz. Se ensalzarán las capacidades humanas y las virtudes del 
progreso. Se añadirá, si se cree, que Dios es el iniciador de las energías de esos hombres 
creadores, y que sus conquistas son la obra continuada de Dios. ¡Y todo esto es verdad! 
Pero a condición de no incurrir en la ingenuidad, enmascarando esta verdad fundamental 
con el disfraz de una especie de seguridad psicológica, y llevándola en el sentido de una 
suficiencia humanista. 
«Porque si, a cierto nivel de ser y de hacer, el hombre asume para lo sucesivo su propio 
pilotaje histórico, y, si en un determinado plano de relaciones políticas y sociales, no debe 
esperar a que venga de otra parte una liberación de las injusticias y de las opresiones 
humanas, sería tomarse a sí mismo por Dios creer que de ese modo llegará a vencer el 
límite congénito de su existencia. El sacrificio de las generaciones actuales sería el humus 
sobre el que florecería la felicidad total de una humanidad reconciliada al fin consigo 
misma, tan efímeramente satisfecha mañana, como hoy cada floración de cerezos o cada 
nidada de pájaros» (Alain BIROU). 

La fe en una salvación cristiana que no es la mera prolongación de las capacidades y de 
los logros humanos, preserva a la esperanza terrena de la reclusión en sí misma o, dicho 
de otro modo, de la estrechez y de la ingenuidad. El Dios de Jesucristo es, ciertamente, un 
Dios «para» el hombre, pero no para el hombre de la temporalidad cerrada afincado en su 
suficiencia excesivamente corta. La fe en la salvación satisface nuestras esperanzas 
humanas, pero empezando por ensancharlas, por hacer saltar la mezquindad de su 
formato, -y ese ensanchamiento puede ser doloroso-... Dios salvador es «para» el hombre 
tal y como éste está llamado a llegar a ser en la filiación divina. Eso es la conversión: el 
consentimiento en una espera de lo inesperado... 

Las satisfacciones ambiguas de nuestras necesidades.
REVOLUCION/FRACASO La historia de la salvación interroga a todos los movimientos 
liberadores. Les hace saber que les amenaza una corrupción. «Es muy corriente recurrir al 
Éxodo, que es efectivamente un caso-tipo de liberación, en la Biblia. Pero con frecuencia se 
olvidan de que el Éxodo desemboca al fin... en una nueva opresión: la de la realeza 
israelita; después, sobrevino la deportación a Babilonia, la opresión por los seléucidas. El 
Antiguo Testamento es sobre todo la historia de liberaciones fracasadas» (2). 
Hoy más que ayer sabemos por experiencia que, si el progreso técnico ayuda 
poderosamente a satisfacer las necesidades del hombre consumidor, también lleva consigo 
la opresión y la explotación; que los movimientos de liberación social y política 
frecuentemente dan cita a nuevos tipos de servidumbre; que el crecimiento económico de 
una determinada región del globo contribuye a hundir a otras en el subdesarrollo, y vuelve 
a sus inmediatos beneficiarios un poco más egoístas o degradadores de la naturaleza, etc. 
Con clarividencia advertía Georges Friedmann que en las sociedades industriales llamadas 
avanzadas -en contraste cada vez mayor con las del Tercer Mundo- se acentúa un 
dramático desequilibrio entre la posesión de enormes medios técnicos y la falta de 
conciencia de los fines a los que convendría aplicar tales medios (3). 
El primer servicio que el anuncio de la salvación puede rendir al mundo secularizado y al 
hombre en busca de liberación, es quizás recordar que «toda empresa de liberación supone 
una antropología. Para un cristiano, esa empresa debe aspirar a desarrollar al hombre en 
su vocación integral tal y como es revelada en Jesucristo. Limitada únicamente a los 
condicionamientos económicos, sociales o culturales, desembocaría en una liberación 
truncada, de consecuencias nefastas. La liberación de la miseria por el aumento de la 
producción y de los cambios económicos, puede conducir a la idolatría del dinero y a una 
nueva servidumbre. El advenimiento de un mundo técnico nos libera de la ignorancia y de 
la enfermedad, de una pasividad nefasta y de la pobreza, pero corre el riesgo de producir 
un hombre desacralizado, reducido a una abundancia cuyo sentido ignoran» (4). 

El hombre, superior a sus obras y a sus expectativas. 
Nuestras mayores apetencias humanas son demasiado pequeñas todavía para definirnos 
por entero; el poder de hacer, ni se basta ya a sí mismo ni nos basta a nosotros. Menciono 
dos ejemplos, al azar, en esta aventura humana: vemos, cada vez con mayor claridad, que 
si el hombre ha conquistado el automóvil y la energía nuclear, todavía le queda por 
aprender el servirse de ambas cosas colectivamente y que está en peligro de quedar 
condenado a la parálisis o a perecer a manos de su invención. Si toda esperanza teologal 
se halla implicada en nuestros distintos combates de hombres terrenales, ningún proyecto 
humano ni objetivo alguno de organización de la sociedad, pueden satisfacer por completo 
las verdaderas apetencias del hombre. Una vez colmadas sus necesidades, el hombre 
siempre pide «además la felicidad», según el título de la obra de un brillante cronista 
científico de la televisión (5). 
¿Quién protegerá. pues, al hombre frente a la religión del automóvil o a los delirios de la 
abundancia, sino el absoluto de Jesucristo que nos brinda una salvación más alta que se 
convierte en una misión? También puede uno alienarse realmente en el lirismo religioso de 
las luchas nominalmente liberadoras. No es en modo alguno ascetismo desalentador 
interpelarse a sí mismo para saber si declaraciones y empresas alcanzan de verdad la 
profundidad última del hombre al que hay que liberar... 
P/LIBERACIÓN: «El misterio del hombre no se revela más que en el misterio del Hijo de 
Dios hecho hombre. Jesús de Nazaret revela al hombre lo que éste está llamado a hacerse, 
hijo en el Hijo (...). La experiencia universal de la humanidad atestigua que, si hay 
estructuras políticas, económicas, sociales o familiares alienantes, en el corazón del 
hombre hay una fuente más profunda de alienación sin la cual, por otra parte, no existirían 
estructuras alienantes. Esa fuente es el pecado, la idolatría del tener, del prestigio y del 
porvenir. Solamente Cristo, por la acción del Espíritu Santo, libera de este pecado. Siempre 
hay una conversión que hacer...» (6). 

Algunas preguntas formuladas a la esperanza marxista.
MARXISMO/FRUSTRACION 
La presentación más esmeradamente estudiada de la gran esperanza marxista nunca 
impedirá al cristiano más simpatizante -siempre que se mantenga lúcido y libre- formular 
algunas preguntas fundamentales. Este, aun reconociendo que la auténtica esperanza 
cristiana asume lo mejor y lo esencial de la esperanza marxista, sin embargo le hará a ésta 
tres preguntas, apuntando en cada una de ellas a una insuficiencia grave de la «salvación» 
humana que se le propone: 

-En cuanto a la universalidad de esa salvación, en primer lugar. 
El marxismo tiene como horizonte la humanidad total presente y futura; pero es evidente 
que no puede otorgar un sitio, en su «salvación», a todos los que ya murieron, y, 
precisando más, a los que murieron luchando por la justicia y la felicidad. ¿No hay en esto 
una manera bastante chata de resignarse con el fracaso de esa universalidad? 

-En cuanto a la calidad de la salvación prometida. 
Si todo, en nuestra vida, tiene una dimensión política, la dimensión política no es el todo 
del hombre y de su existencia. El hombre es más rico que su mero ser social: no se reduce 
a él, puesto que es capaz de juzgarlo y de modificarlo, de lo cual da fe el propio proyecto 
marxista. Por lo tanto, la pregunta será la siguiente: ¿puede esperar el marxismo el reparto 
y la comunión a nivel de todas las riquezas de la personalidad no reducibles a lo político y a 
lo social? 

-En cuanto a la permanencia y a la solidez de esa salvación marxista. 
No se negará, en nombre del materialismo científico, la finalidad del hombre... El 
individuo, las civilizaciones, las culturas, la humanidad, todo ello es efímero y está 
supeditado a ese límite que es la muerte. ¿Por qué ha de estar definitivamente condenado 
a la nada todo cuanto el hombre intenta edificar con tanto trabajo?

Lo que incita a hacer esta triple pregunta es la fe en la vida, muerte y resurrección de 
Cristo. El marxista honrado no puede eludir fácilmente su carácter acuciante. 
Por muy generosos que sean todos nuestros sueños, no tienen el mismo valor. Por muy 
útiles que parezcan nuestras utopías para tensar el resorte de la acción y por muy 
necesarios y urgentes que sean nuestros combates, deben ser sometidos a un examen 
crítico. Para vivir plenamente, hay que aceptar morir a muchas representaciones 
espontáneas que no son suficientemente ciertas. No siempre lo que se siente es lo más 
real y lo más verdadero. «El camino de la realidad está jalonado de objetos perdidos», 
decía Freud. 
Todas esas preguntas y esas críticas sólo son honradas cuando se formulan desde 
dentro. Para tener derecho a formularlas en lo tocante a los esfuerzos de liberación 
humana, hay que participar en ellos de una o de otra forma. Con frecuencia el espectador 
es un poco ridículo cuando, desde la raya del campo o desde las gradas, grita lecciones de 
estrategia o de táctica a los que están bregando en el terreno de juego. Pero aquí se trata 
de algo que es mucho más que un juego, y los debates de la historia son infinitamente más 
graves y mortíferos. Con razón estigmatizaba Emmanuel Mounier a esos cristianos y a esos 
clérigos que se limitan a «sermonear a la historia». Dios, cuando salva, baja a la tierra a 
ocupar un sitio en la caravana de los hombres: y eso es la Encarnación. 

CONCLUSIÓN 
Como advertí al comienzo, las páginas que acaban de leerse están alineadas: me refiero 
a cierta «línea» de carácter catequístico.
El que sean resultado de una práctica, con todos sus determinantes concretos, quizás 
confiera interés a estas reflexiones; pero constituye también la confesión de sus forzosas 
limitaciones. 

1.-¿Cómo hablar de la salvación, y cómo vivirla? 
-Cristo no nos salva sin nosotros ni en ausencia nuestra: por parte de Dios, la salvación 
es gratuita pero, por nuestra parte, no se realiza sin una participación efectiva de nuestros 
compromisos libres y responsables. La vida y la muerte de Cristo dan sentido a nuestra 
vida y a nuestra muerte. La garantía de su resurrección atestigua que El es realmente el 
enviado del Padre y, a la vez, que en el fracaso humano de la cruz está la victoria de Dios. 

-La liberación de Cristo no es sólo un acontecimiento pretérito: es un misterio actual. En 
el mundo de hoy, el cristianismo no es otra cosa que la prolongación de Cristo y de su 
acción liberadora, y eso, muy concretamente, de forma encarnada. Para nosotros y en 
nosotros, la salvación toma cuerpo, como en María se encarnó el Verbo. 
-Esperar un paraíso futuro no es para nosotros un opio, un consuelo o una 
compensación de nuestros fracasos y de las injusticias de la vida. Es verdad que habrá 
recompensa, pero no será como nosotros la imaginamos. El Evangelio centra nuestra 
atención en el Reino que está «por venir» y que, a la vez, está «en medio de nosotros» y 
en nosotros, en forma embrionaria. A través de nuestras luchas contra las alienaciones y 
las injusticias, se realiza la salvación que viene exclusivamente de Jesucristo. Pero esta 
salvación no se identifica con nuestras luchas, aunque no pueda actualizarse fuera de 
ellas. La esperanza de la salvación siempre será una activa espera de lo inesperado. Dios 
es gozosamente sorprendente, y todas nuestras imágenes de la salvación son falsas desde 
el momento en que dejamos de considerarlas como simples aproximaciones. Y, sin 
embargo, no se nos permite ninguna actitud de pasiva expectativa: es preciso actuar en la 
historia. 

2.-Tenemos que actualizar hoy la Pascua de Cristo. La salvación: 
-lejos de surgir de nuestros esfuerzos presentes por satisfacer las necesidades 
psicológicas del individuo o los intereses de un grupo social (¡hay otros medios de 
conseguirlos que no son el recurso a la salvación de Jesucristo!), 
-o de espejear sólo en la inasequible lontananza, como una promesa de risueños 
porvenires, 
-se fundamenta, día a día, en el Acto Único de la Pascua de Jesucristo anunciada como 
una noticia, realizada una vez por todas en la historia, celebrada en la liturgia que es 
«memoria activa», y, finalmente vivida a lo largo de nuestros compromisos cuya carga 
indeclinable nos queda. 

3.-Sería efectivamente una impostura y una hipocresía, hacer de la salvación un 
tema de disertación, sin poner en ella manos a la obra. La salvación se da para vivirla. 
Ahora bien, es imposible vivir la salvación: 
-sin acción, sin compromiso histórico para hacer que se produzca su plena manifestación 
«corporal»; 
-sin contemplación de esa salvación efectuada ya en Cristo, hombre-Dios, en quien la 
primera creación se convirtió en creación segunda y definitiva. 
Sin la segunda condición, es grande el riesgo de olvidar el manantial original y decisivo 
del que mana toda energía de salvación y de liberación; corre uno el peligro de tomar por 
salvación las propias representaciones y utopías. 
Pero, sin la primera condición, se corre el riesgo, no menos funesto, de olvidar el río 
engendrado por el manantial, y de evadirse de la historia a los espacios de una 
espiritualidad egoísta. 
En ambos casos, seríamos infieles a la lógica de la encarnación redentora.

VINCENT AYEL
¿QUÉ SIGNIFICA SALVACION CRISTIANA?
SAL TERRAE Col. ALCANCE, 15. SANTANDER-1980.Págs.. 145-162

..................
(1) PABLO VI. Audiencia general del 12-12-1973.
2) Cahiers Evangile, número 6, p. 6. 
3) Georges FRIEDMANN. La Puissance et la Sagesse. Gallimard, 1970, p. 347 ss. 
4) Nota del Comité Episcopal (francés) de Misiones Extranjeras. Mayo 1974. 
5) François de CLOSETS. Le bonheur en plus. Edit. Denoël, 1974.
6) Respuesta del Consejo Permanente del episcopado francés a la «Asamblea de los cristianos críticos».
(«Documentation Catholique» del 2-12-1973). 
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