LA CULTURA ADICTA

 

José Luis Graña Gómez
Conductas-adictivas
Madrid 1994. 783 páginas


1. LBT/ESCLAVITUD  CULTURA-ADICTA
Las toxicomanías han de estudiarse en el marco más amplio de la. 
«conductas adictivas». En ellas la libertad muestra sus paradojas. «El 
hombre es el ser que manifiesta su libertad eligiendo sus 
esclavitudes», escribió ·Sartre. El libro que comento, escrito por trece 
especialistas, expone la teoría, evaluación y tratamiento de distintas 
adicciones: drogodependencias, alcoholismo, tabaquismo y 
juego-patológico. Incluye también la obesidad, una innovación 
discutible, pero interesante. 
La conducta adictiva es, ante todo, compulsión. El sujeto se siente 
arrastrado a ejecutar un acto. Que el acto consista en tomar una 
sustancia es secundario. Lo esencial es que funcione como reforzador 
inmediato: se experimenta como un premio que incita a repetir la 
acción, a pesar de sus posibles consecuencias negativas. 
H/DEPENDIENTE El sujeto acaba por ser dependiente de ese 
comportamiento, al que concede propiedades casi mágicas: es su 
único recurso para superar ciertos problemas. Depende del alcohol 
para afrontar las relaciones personales y vencer los miedos, de la 
cocaína para afirmar su personalidad, de los bombones para 
amortiguar la angustia o de la televisión para soportar la monotonía. 

Los autores explican las adicciones apelando al condicionamiento 
clásico y operante. En sentido amplio utilizan un neoconductismo 
atemperado por la psicología cognitiva. Una conducta adictiva se 
adquiere y prolonga porque produce un efecto gratificante, o porque 
elimina fenómenos negativos, como la angustia o el síndrome de 
abstinencia o el aburrimiento. Al principio, los refuerzos positivos, 
placenteros, son los más poderosos, pero conforme avanza la 
adicción, sobre todo en las drogodependencias, el principal objetivo 
es escapar del malestar. Se inicia el círculo infernal de la «tolerancia»: 
el organismo tolera cada vez más sustancia por lo que hay que 
aumentar la dosis para producir los mismos efectos. El día se 
convierte en un inquieto caminar en busca de la droga. 
Son asuntos de extrema complejidad. En recientes revisiones se 
recogen hasta 43 teorías psicológicas diferentes para explicar el 
abuso de drogas, y más de 250 terapias distintas para tratar la 
dependencia del alcohol. En ciencia, esta proliferación de opiniones 
demuestra que no se han alcanzado resultados universalmente 
admitidos. 
Todas las conductas adictivas tienen las mismas raíces: 
disponibilidad ambiental, vulnerabilidad personal y aprendizaje social. 
Los autores se ocupan sobre todo del aprendizaje y la modificación de 
las conductas. Dedican menos atención a los mecanismos 
psicológicos que convierten una experiencia aislada en un hábito, y un 
hábito en una conducta adictiva. 
Graña y sus colaboradores señalan algunos factores de la 
personalidad-adicta que me interesa retener: bajo concepto de sí 
mismo, dificultad para mantener el esfuerzo, e incapacidad para 
soportar la monotonía, lo que le lleva a buscar incesantemente 
nuevos estímulos. Necesita disfrutar pronto de los resultados de una 
acción, o, para decirlo técnicamente, no sabe aplazar el reforzamiento 
positivo. Lo quiere todo, aquí y ahora. Las conductas adictivas son 
estrategias de «apuntalamiento» de un Yo-frágil, como ha estudiado 
Castilla del Pino en su «Introducción a la Psiquiatría». 
Estos rasgos de la personalidad adicta merecen un comentario, 
porque pertenecen al patrón general de nuestra forma de vida. Llamo 
cultura adicta a la que propicia o favorece las adicciones, explícita o 
implícitamente. La lucha contra las drogodependencias no tiene 
éxito, porque la sociedad lanza mensajes contradictorios: prohíbe la 
droga, pero estimula la existencia de personalidades adictas. No lo 
hace de una manera expresa y tal vez no tenga conciencia de 
hacerlo, pero la inteligencia humana es una fantástica máquina de 
captar parecidos y guía por ellos el comportamiento. Aunque no 
sepa expresarlo, un adolescente encontrará con facilidad las 
analogías entre la cultura del pelotazo y la del «bakalao». En ambos 
casos, se trata de llegar al «momento consumatorio» (triunfo, 
sentimiento de poder, excitación, orgasmo o lo que sea) por una vía 
rápida y poco costosa. Se hace cortocircuitando las rutas lentas, que 
son las que tienen en cuenta la totalidad de lo real. Los atajos 
vertiginosos prescinden, por supuesto, de los demás. La 
especulación furiosa, la trampa, la violencia o la droga son 
manifestaciones diferentes de una misma estructura profunda. 
La cultura adicta favorece y premia la solución fácil de los 
problemas. Los adolescentes aprenden de sus padres a solucionar 
los problemas con el alcohol, los tranquilizantes, la actividad frenética 
o la pasividad televisiva. Por desgracia esas sedicentes soluciones 
son meros espejismos. Ayudan a soportar situaciones sin necesidad 
de afrontarlas. Hay una conformidad decepcionada que considera 
más fácil cambiar el estado de ánimo que de enderezar el destino. 
Hay, naturalmente, adicciones graves y leves. Es evidente que la 
ética no se ocupa de problemas médicos ni psico(pato)lógicos. Se 
interesa por las personalidades adictas, porque todas las 
«dependencias» alteran la libertad y ponen en precario nuestra 
creación ética. El orbe ético, el de la vida humana digna, no es una 
realidad consolidada. Los derechos sólo se mantienen mientras los 
mantenemos. Exigen un esfuerzo continuado y cualquier abandono 
nos devuelve a la selva. Por eso hemos de mantenernos despiertos 
y libres. La cultura adicta nos hace dependientes, esto es, 
claudicantes. 

JOSE ANTONIO MARINA
ABC/CULTURAL

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2.CONSUMO/DROGA 
El consumismo, verdadero opio segregado por el sistema, es la 
droga más perniciosa de nuestro tiempo, porque no sólo está 
legalizada, sino alentada y patrocinada por la política económica de 
los países desarrollados. Es la adormidera que tranquiliza las 
conciencias y las hace impermeables a toda ética, es el alucinógeno 
que transporta a paraísos indescriptibles, es el analgésico que 
insensibiliza ante la pobreza y la injusticia de los demás, es un 
estimulante que acelera el ritmo y acrecienta el afán de consumir cada 
vez más. Produce adición.
Los adictos al consumo sólo aspiran a ganar dinero, para comprar 
más cosas, para tener más cosas.... Pero, en el fondo son pobres, 
son los más pobres, los más necesitados. Pues siempre tendrán más 
necesidades que dinero para satisfacerlas. Es el alma del sistema: 
multiplicar el hambre, para producir más pan, con tal que siempre 
haya más hambre que pan.

EUCARISTÍA 1992/09

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3. 
El hombre de nuestro tiempo siente profundamente la opresión y 
manipulación de que se le hace objeto en todos los niveles de la vida. 
Rebeliones e impugnaciones, evasiones y nostalgias, incoformismo... 
todo parece indicar que algo nuevo emerge de las profundidades del 
ser humano. El hombre busca desesperadamente volver a 
encontrarse consigo mismo y poder comunicarse libremente con los 
otros, con el enteramente OTRO. Pero he aquí que nuevas ideologías 
y filosofías rechazan toda trascendencia, hasta presentar como 
trasnochadas y fuera de tono la oración, la relación con el otro. Por 
eso no es extraño que el hombre -la víctima, siempre la víctima- 
busque el camino de la droga hacia una seudotrascendencia: la 
evasión.
El consumo de drogas crece en proporciones alarmantes. En vano 
se persigue el tráfico de drogas. Cada día son más eficaces las 
redadas de traficantes y la confiscación de tóxicos. Sin embargo, el 
número de drogadictos crece, ¿por qué? Un joven toxicómano 
norteamericano lo dijo gráficamente: la droga es sólo la parte visible 
de un iceberg. Las otras nueve décimas partes permanecen ocultas 
sirviendo de sustento a esa parte amenazadora y fea que emerge del 
océano. Pues bien, ahí en esas profundidades desconocidas hay una 
fuerte dosis de soledad y de angustia, de inconformismo, de rechazo y 
desprecio hacia una sociedad que no gusta y que no es buena. Es 
significativo que la gran mayoría de drogadictos se dé entre la 
población más joven: En Francia, el 87 por 100 de los drogadictos son 
menores de 30 años. Pero es más significativo todavía que en ese 
mismo país el 80 por 100 de los jóvenes drogados proviene de 
familias desunidas. Y más dolorosos, si cabe, es que los jóvenes se 
quejen de falta de ideales en la vida, en una vida que sólo ofrece 
riqueza, placer, bienestar, confort. Tampoco les gusta una vida llena 
de hipocresía y subterfugios. "Después de todo -decía uno- la droga 
no mata más ni mejor que el alcohol, la televisión o la carrera por el 
dinero, que son libres. Sólo que el alcohol y la TV no impiden al 
hombre producir y consumir: al contrario.
Mientras que la droga nos quita el deseo de participar en el sistema 
y puede hasta ponernos en su contra. Por eso nos quieren curar, 
pero a condición de recuperarnos para el sistema. Bien escasas son 
las personas dispuestas a escuchar lo que tenemos que decir. 
Sencillamente se nos rechaza."

EUCARISTÍA 1972/31

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