Jesús y la teología de Israel

John Pawlikowski
 
Capítulo 2
Cristología contemporánea y judaísmo: una propuesta constructiva a la luz del judaísmo farisaico

I. Afirmaciones sobre el cumplimiento en el Nuevo Testamento

En una conferencia ofrecida durante un encuentro cristiano-judío en Filadelfia hace algunos años, el biblista W.D. Davies dijo algo muy significativo: sostuvo que si bien el Nuevo Testamento definitivamente describe a Jesús como cumplimiento de algunas profecías mesiánicas judías, nunca sugiere que haya cumplido todas esas profecías. Este es ciertamente un pensamiento valioso. Contribuye en mucho a descartar las pretensiones de algunos cristianos del pasado y del presente, en el sentido de que el cristianismo, a través de Jesús, sería el total cumplimiento del judaísmo, de modo que el judaísmo post-pascual sólo quedaría como una cáscara vacía.

Sin embargo, la afirmación de Davies deja todavía muchos problemas sin resolver. En primer lugar, ubica a un eminente estudioso del Nuevo Testamento, que además contribuyó grandemente al nuevo replanteo de la Iglesia sobre el judaísmo, en esa escuela de pensamiento que claramente atribuye ideas de cumplimiento a los redactores de los evangelios. Esto significa que en cualquier discusión sobre cristología y judaísmo debemos partir del datum de que nuestra tradición bíblica cristiana realmente afirma, al menos en algunas partes, que el acontecimiento de Cristo llevó a cumplimiento importantes aspectos de la promesa hecha al pueblo de Israel, aun si ese cumplimiento no es tan profundo como solía pintarlo la Iglesia. Si partimos de esta reivindicación de cumplimiento, nos enfrentamos a otra dificultad. ¿Cómo sostendremos esta idea si queremos crear un espacio teológico significativo para el judaísmo y reforzar los lazos permanentes que existen entre judíos y cristianos después del acontecimiento de Cristo, según el espíritu de las últimas enseñanzas oficiales católicas? Tenemos varias opciones. Podríamos recurrir al enfoque de Romanos 9-11, como hacían los primeros pioneros del diálogo cristiano-judío, y decir simplemente que el judaísmo conserva un significado teológico desde el punto de vista cristiano, aunque no podamos hacer armonizar esta aseveración con las pretendidas reivindicaciones de cumplimiento de los evangelios. O podríamos tratar de individualizar los aspectos de la visión mesiánica judía que Jesús realizó, y señalar aquellos aspectos del judaísmo que aún esperan su cumplimiento en la gloria. Estos últimos aspectos serían entonces la raison d’être del judaísmo en la era común. Este enfoque podría tener algunas posibilidades, pero también es inadecuado. Mostraría a un judaísmo que sigue vivo tras el acontecimiento de Cristo, pero nada más que eso.

Como ninguno de los dos caminos descriptos me parece satisfactorio, y como me inscribo francamente en el número cada vez mayor de teólogos cristianos que, como vimos en el primer capítulo, rechazan las reivindicaciones cristianas excesivas de total cumplimiento en Cristo, me veo obligado a tomar una posición algo diferente. Mi postura tiene mucho en común con la de varios teólogos de la doble alianza que presenté anteriormente, en especial Clemens Thoma y Franz Mussner. Acepto como dato el aserto de que los primeros estratos del Nuevo Testamento describen a Jesús como consumación de muchas de las principales reivindicaciones mesiánicas de las Escrituras hebreas. Cualquier intento de promover en la actualidad una nueva teología constructiva de las relaciones cristiano-judías, que no empiece por reconocer y elaborar esta real tensión, fracasará inevitablemente. El punto que quiero destacar, y que definitivamente va más allá de las afirmaciones de W. D. Davies, es que los textos más tardíos del Nuevo Testamento lentamente van dejando atrás algunas de esas reivindicaciones de cumplimiento como bases de los enunciados cristianos. Este cambio es de hecho bastante sutil, como necesariamente debe ser. Un movimiento frágil, todavía en desarrollo, no hace un cambio público abrupto sin poner en serio riesgo su misma existencia. Los dirigentes de la Iglesia primitiva seguramente eran conscientes de esa realidad sociológica. Diremos más sobre el tema a lo largo de este capítulo. Es obvio, sin embargo, que el Nuevo Testamento nos plantea un dilema: decidir entre la cristología del cumplimiento que dominó ampliamente los evangelios sinópticos y la cristología de la conciencia, lo que Mussner llamó “cristología del Hijo”, basada en la Encarnación, que aparece en forma tan prominente en los últimos escritos paulinos y en el evangelio de Juan.

Una solución a este conflicto, y la elección de una de las dos cristologías fundamentales como base de la expresión de fe cristiana en nuestro tiempo, sólo puede alcanzarse -y subrayo enfáticamente sólo- si estamos dispuestos a adoptar ciertos principios metodológicos en el manejo de materiales neotestamentarios. El primero es aceptar que no todas las partes del Nuevo Testamento tienen igual valor para el presente. Aplicado al problema que hemos planteado, ese principio nos permitiría decir que la más tardía cristología de la conciencia debería ser el punto de partida para la expresión cristológica actual, y no la cristología de cumplimiento mesiánico que predominaba entre los sinópticos. Este principio fue empleado por varios especialistas en Nuevo Testamento, entre ellos Raymond Brown: en La comunidad del discípulo amado lo aplicó a algunos textos francamente antisemitas de Juan (por ejemplo, aquellos en los que equipara a los judíos con las fuerzas de la oscuridad) que, a su juicio, el cristianismo contemporáneo ya no puede seguir proclamando como kerygma auténtico.

El segundo principio es el concepto de que la revelación es dinámica y no estática, y que continúa desarrollándose a medida que la Iglesia avanza en la construcción del reino en comunidad con el pueblo judío, a través de su participación en el curso de la historia humana. Este principio nos permite decir que la cristología de la conciencia debería ser la base de la cristología contemporánea no sólo porque es producto de una reflexión apostólica más madura que el entusiasmo inical de la fe, sino sobre todo porque la historia ulterior mostró lo inadecuado de toda reivindicación de cumplimiento. Es evidente que resultó inadecuado a causa de la incesante presencia del mal y del sufrimiento, como lo señaló Rosemary Ruether, y por la tenaz vitalidad del pueblo de Israel a pesar de acontecimientos tales como el Holocausto nazi. A menos que los cristianos estén dispuestos a asumir un concepto dinámico de la revelación, habrá pocas esperanzas de superar el predominio de la cristología de cumplimiento mesiánico en las Iglesias, con las consecuencias desastrosas que eso tuvo en nuestra imagen del judaísmo y nuestra relación concreta con los judíos.



John Pawlikowski, Jesus and the Theology of Israel,
Wilmington, Delaware, USA, Michael Glazier, 1989.

(Traducción del inglés: Silvia Kot)