DIOS Y EL MAL

 

1. D/MAL MAL/D:

¿No parecen estar en contradicción con la afirmación bíblica de que Dios es amor los numerosos y graves males que existen en el mundo? ¿Se puede seguir creyendo que Dios es amor si se tienen en cuenta los tormentos que ha tenido que soportar el hombre en el transcurso de la Historia? Esta pregunta implica un misterio impenetrable. Es una carga pesada para la fe en Dios del hombre consciente. El problema en cuestión no puede ser resuelto por la razón humana. Esto es lo que demuestra la historia de la Filosofía, que considera como uno de sus principales temas el problema del mal. Por mucho que se pueda contribuir a esclarecer este enigma, en definitiva no puede resolverle plenamente. Esta convicción ha sido la causa de opiniones radicales. La desesperación producida por el problema del mal ha conducido a algunos a negar la existencia de Dios (ateísmo moderno, materialismo histórico); a otros, a la negación del mal (Filosofía de la India).

La Revelación neotestamentaria confirma que los numerosos porqués y paraqués no encuentran respuesta satisfactoria en las especulaciones de la razón. San Juan ve que el libro de la Historia está sellado por siete sellos y que nadie puede abrirlos.

Al mismo tiempo ve que existe una respuesta. Esta no viene de la tierra, sino del cielo. Por eso sólo los bienaventurados pueden comprenderla (Apoc. 5). Mientras el hombre vive sobre la tierra no puede entender la respuesta que Dios da. Pero puédela aceptar y afirmar mediante la fe en Cristo, y puede esperar con seguridad que en el futuro eterno le será revelado el oscuro misterio del dolor. Más aún: el testimonio de San Juan en el Apocalipsis nos permite deducir que el conocimiento futuro del misterio del dolor no sólo hará desaparecer los sufrimientos y tristeza que nos produce la existencia del dolor mundial, sino que además hará surgir en nosotros sentimientos de agradecimiento y alabanza. Esperando con confianza que llegará el día que nos sera revelado el sentido del dolor impuesto al mundo y a la Historia humana, podemos soportar su pesada carga, sin tener que incurrir en la desesperación y sin embotarnos.

Lo que la Revelación nos enseña sobre el mal, puede resumirse de la siguiente manera:

1. Dios no puede querer de ninguna manera el mal moral, el pecado (dogma). Tridentinum, sesión 6, canon 6; D. 816; Ps. 5, 5; Prov. 7, 29; lac. 1, 13.

Pero, al no impedir el pecado, por respetar el gran bien que es la libertad humana, Dios puede permitir el mal, puesto que su sabiduría y poder pueden convertir el pecado en fuente de bienes y valores (felix culpa). Aún más, precisamente el pecado destructor del mundo y del propio yo humano, induce a Dios, como lo demuestra la historia de la Redención, a mostrar de una manera más eficiente su amor redentor, convirtiéndose para el hombre en posibilidad de una salvación superior.

2. Dios no puede querer el dolor (mal de pena, mal natural) en cuanto tal, sino sólo como medio para obtener fines superiores. De por sí el dolor pertenece a la Creación, ésta lo introduce en el orden de las cosas, en las relaciones de inferioridad y superioridad, en la necesidad de que unas cosas sirvan a las otras, en la caducidad. Pero Dios lo eliminó de la Creación gracias a una intervención especial. En el paraíso se realizaba sin tensiones y con toda naturalidad la subordinación de cada una de las criaturas a las exigencias de la totalidad, al servicio mutuo que se prestan unas criaturas a las otras. Dios dispuso, sobre todo, que el hombre no tuviese que sufrir el dolor de la muerte.

Este orden dispuesto por Dios fue destruido por la rebelión del hombre contra Dios. En definitiva, todos los males se derivan del pecado original, cuyas consecuencias todos tenemos que soportar. Mientras los hombres permanecieron unidos con Dios, reinó en el mundo la paz divina. El dolor sobrevino en el momento preciso en que los hombres intentaron separarse de Dios para obtener una vida autocrática e independiente de Dios, cuando quisieron apartarse de la cercanía de Dios, yendo a parar al puente que se tiende entre Dios y la nada, llegando necesariamente a la cercanía del no-ser. Así se convirtió el dolor en la expresión de la vecindad de la nada, de la lejanía de Dios, de la vida. El dolor se convirti6 en un juicio con que Dios condena el pecado. El hombre libre, y no Dios, es quien ha creado el mal.

Muchos dolores son producidos por los pecados personales, los cuales, a su vez, se derivan del pecado original. Pero sería falso creer que todos los dolores son consecuencia de pecados personales, o afirmar que este o el otro dolor es una pena impuesta por pecados determinados. Cristo rechaza este modo de pensar (/Jn/09/02-04).

Nosotros no podemos decir con seguridad por qué Dios ha permitido el pecado, a pesar de conocer los dolores que habrían de agobiar a la Humanidad a consecuencia del pecado. Pero se puede presumir que ante los ojos de Dios la libertad del hombre es un bien de tal categoría (algo como participación en su señorío), que no ha querido privar de él a la criatura, a pesar de que implica el peligro del abuso.

Conviene observar, además, que para el amor y omnipotencia de Dios también el dolor es un instrumento de redención y bendición. Esto se manifiesta en la muerte de Cristo. En los tormentos horrorosos de la crucifixión se revela la abisal malicia del pecado. Pero la muerte de Cristo, al quebrantar el poderío intrínseco del pecado, el camino de la Cruz se revela al mismo tiempo como el camino del amor divino. Desde que el amor de Dios se ha manifestado de esta manera, ya no hay motivo alguno para que el hombre desespere del amor de Dios. Como la vida de los cristianos es una vida de unión con Cristo, todos los cristianos tienen que hacer suya la suerte de Cristo. Los sufrimientos del hombre redimido son una participación en los tormentos, dolores y bendiciones de Cristo. La redención de los hombres no se ha verificado de tal manera que Cristo con su muerte haya abierto las puertas del cielo, de modo que todos puedan entrar fácilmente en el Paraíso por un sendero delicioso. El sentido de la Redención es el siguiente: el poderío redentor de los sufrimientos de Cristo repercute en el dolor y en las penas de cada una de las vidas humanas. Mientras duren las formas deficientes de este mundo en que Cristo tuvo que morir, tienen que resonar en el cuerpo de Cristo el misterio del dolor y del miedo soportados por la Cabeza. En los dolores del hombre que vive unido a Cristo, permanece presente hasta el fin de los tiempos el misterio de la Cruz de Cristo. El dolor es, pues, un signo de la unión con Cristo, que vive en la gloria del Padre, pero como el Crucificado, el que ha pasado por las penalidades de la Cruz. Los que están unidos con Él se hallan en un estado de crucifixión mientras viven en las formas deficientes de este mundo. El cuerpo místico de| Cristo tendrá que llevar la cruz hasta que Cristo, que es su Cabeza, aparezca en su gloria (véase /1Co/04/07-13; /1Co/06/03-10).

En el que se entrega al amor revelado en la Cruz, el dolor no le produce desesperación, sino sentimientos de alabanza, adoración, pesar y arrepentimiento (véase Apoc. 5).

3. El dolor tanto bajo la forma de muerte como bajo la forma de sufrimientos corporales y psíquicos, que son una alusión a la muerte (signos de la muerte) es una revelación de Dios. Ellos demuestran que el que vive apartado de Dios queda expuesto a la inseguridad y pobreza de la vida, experimentando en el dolor la caída, estrechez y pecaminosidad del mundo. El hombre olvidadizo, amenazado continuamente por la tentación de enamorarse de sí mismo y del mundo, necesita esta revelación constante y recuerdo. EI dolor alude, por una parte, al pasado -que condiciona cada una de las formas del presente humano-, y, por otra parte, hacia el futuro, siendo a la vez amonestación y promesa. En el dolor, mediante el cual se realiza de algún modo el juicio de Dios sobre el hombre abandonado al pecado, estando todos sometidos a ese juicio en virtud de un inescrutable designio divino, aparecen de manera análoga un anteproyecto del juicio que condenará al hombre empedernido y que expira en estado de rebelión contra Dios. Al mismo tiempo, el dolor implica la promesa de que no serán víctimas de un juicio condenatorio los que se someten a los castigos enviados por Dios, adoptando una actitud de arrepentimiento y obediencia, de penitencia y de voluntad expiatoria. Estos soportan de antemano el juicio. El que Dios permita esto es un don gratuito. El dolor es una garantía de que Dios se ocupa de los hombres, de que no les deja en su estado de perdición, antes bien, les conduce al reino de la luz y de la vida a través del valle de la muerte. El dolor es un signo de la proximidad de Dios, que es amor y desea que los hombres se salven. Podemos presumir que si Dios ha escogido el camino del dolor, lo ha hecho porque se preocupa seriamente del hombre, queriendo que éste soporte las consecuencias fatales del pecado, lo ha hecho porque considera al hombre como persona adulta, que ha de cargar con la responsabilidad de sus decisiones. Pero al convertir, mediante Cristo, el camino del dolor en camino de vida, el Dios que impone el dolor manifiesta que es puro amor. El dolor es, pues, una llamada, por medio de la cual Dios nos enseña a esperar en Él y a esperar con confianza el futuro eterno que nos ha prometido. La fe en Cristo hace al hombre capaz de tal esperanza. En efecto, la fe en Cristo comunica al hombre una nueva capacidad visual, mediante la cual contempla más allá del presente la gloria venidera. El dolor enciende, pues, en el hombre que cree en Cristo la esperanza en una gloria futura, en una perfecta realización del Reino de Dios, en una soberanía de Dios. EI dolor es un profundo y oscuro misterio iluminado por la luz de un futuro glorioso. Nos impide que consideremos la tierra como patria definitiva; mantiene viva en nosotros la inquietud y comunica dinamismo a nuestra alma. El dolor es un testimonio contra la finitud del mundo en pro de la infinitud de Dios hacia el cual estamos siempre en camino, ya lo sepamos o lo ignoremos. El dolor nos saca fuera de nuestra sujeción al mundo, de nuestro egocentrismo, de nuestro autoenamoramiento.

El dolor es, pues, un juicio en que Dios condena el pecado; pero al mismo tiempo es instrumento y signo del amor divino, en cuanto que éste tiende a conducirnos a un estado de dignidad y de grandeza, de libertad y gloria. El dolor es, por consiguiente, una gran posibilidad de salvación ofrecida al hombre. Es un instrumento con que se cincela la nobleza humana y una antesala de la alegría humana. Dios impone o permite el dolor para que, mediante él, lleguemos a ser más libres y grandes, mejores y más benignos, más ricos y profundos, más pacíficos y tranquilos. El dolor hace brotar valores que de otro modo quedarían siempre en un estado de penumbra. Descubre profundidades psíquicas que de otro modo quedarían siempre ocultas. Esto sólo lo comprende el que considera como centro de gravedad de la vida un futuro que trasciende la Historia humana entera. Para él la vida futura es ideal y norma de lo actual. El presente no significa para él más que un peregrinar hacia lo venidero.

Seuse hace decir a la eterna Sabiduría: "Ante los ojos del mundo el dolor es abyección, ante mis ojos el dolor, es dignidad inconmensurable. El dolor extingue mi ira y hace al hombre merecedor de mi gracia. El dolor convierte al hombre en un ser capaz de ser amado por mí; porque el hombre que sufre se parece a mí. El dolor es un bien oculto que nadie puede pagar debidamente, y si un hombre estuviese arrodillado ante mí pidiéndome que le concediera un dolor, nunca llegaría a merecerlo. Al hombre terreno le convierte en hombre celestial. El dolor aparta al hombre del mundo y le comunica, en lugar de ello, una confianza perenne. Disminuye el número de amigos y aumenta la gracia. El hombre a quien yo entregue mi amistad tiene que haber sido negado y abandonado por todo el mundo. El dolor es el camino más seguro, y es también el más corto y recto. El que sabe lo útil que es el dolor lo debería recibir como una gracia valiosa. Hay muchos hombres que eran hijos de la muerte eterna y se habían quedado dormidos en un profundo sueño, hasta que el dolor los ha despertado y ha animado a comenzar una vida nueva. Hay muchos animales salvajes y muchos pajaritos indómitos para los cuales el dolor es una especie de jaula en que están encerrados, si tuviesen tiempo y ocasiones perderían su bienaventuranza eterna. El dolor evita caídas graves. El dolor hace que el hombre se conozca a sí mismo, que subsista en sí mismo, que sea benigno para con el prójimo. El dolor mantiene la humildad del alma y enseña la paciencia; es un guardián de la pureza y trae al hombre la corona de la felicidad eterna. Apenas habrá un hombre en quien el dolor no haya producido buenos efectos, ya sea que viva en pecado o que se halle en los principios en estado de progreso, o en el de perfección; porque el dolor purifica el hierro, acrisola el oro y es un adorno de las joyas. El dolor limpia la mancha del pecado, disminuye el purgatorio, ahuyenta las tentaciones, corrige las faltas, renueva el espíritu; trae consigo la verdadera confianza, purifica la conciencia y comunica magnanimidad. Has de saber que el dolor es una bebida saludable y una hierba más salutífera que todas las otras del paraíso. Mortifica el cuerpo, que ha de corromperse, y un alimento del alma, que ha de vivir eternamente. Mira, el alma noble se alimenta de dolores, lo mismo que las bellas rosas se alimentan del rocío de mayo. El dolor hace a los hombres prudentes y experimentados. ¿Qué sabe el hombre que no ha sufrido? El dolor es férula del amor, un azote paternal que yo tengo reservado para mis elegidos. El dolor hace que el hombre tienda hacia Dios, lo quiera o no. El que conserva la alegría en los dolores, ése saca provecho del amor y de los sufrimientos, de los amigos y de los enemigos. ¡Cuántas veces a los enemigos que rechinan los dientes les has puesto una mordaza de hierro y les has condenado a la impotencia con tu alegre alabanza y con tu manso sufrir! Yo preferiría crear dolores de la nada antes que dejar a mis amigos sin sufrimientos. Porque en los dolores se acrisolan las virtudes, se adorna el hombre, se mejora el prójimo, es alabado Dios. La paciencia en el dolor es un sacrificio vivo, es ante mi semblante un dulce perfume de noble bálsamo, es un milagro que sube hasta la presencia de las milicias celestiales. Nunca caballero alguno diestro en los torneos fue tan admirado como es admirado por las milicias celestiales el hombre que sabe sufrir. Todos los santos han probado antes el cáliz que bebe el hombre que sufre. Todos exclaman unánimemente que no tiene veneno alguno y que es una bebida saludable. Es el camino estrecho que conduce majestuosamente hasta las puertas celestiales. El dolor convierte al hombre en compañero de los mártires, conduce a la alabanza, conduce a la victoria contra todos los enemigos" (Librito de la eterna Sabiduría, cap. 13)

Hay un juicio de ·Nietzsche-F, relativo a los que le interesan sufrimientos, abandonos, enfermedades, malos tratos y desprecios, que pone de manifiesto que estas reflexiones y experiencias se fundan también en presupuestos puramente terrenos: "Deseo que no les sean desconocidos los martirios de la desconfianza en sí mismos, un profundo desprecio de sí mismos, la desgracia de los vencidos; no tengo compasión con ellos, pues sólo les deseo lo único que hoy puede poner de manifiesto si uno tiene valor o no: la capacidad de sufrir" (Wille zur Macht, lib. 4, afor. 910; Bd. der Krönerschen Taschenaurgabe, S. 139).

Cierto es que estas reflexiones no bastan para superar los sufrimientos concretos del hombre real y existente. Para ello es necesario que el hombre se entregue al amor de Dios. Viviendo en Él y de Él, llegará a adquirir una actitud de libertad ante el dolor. No huye ante el dolor con ánimo apocado, pero tampoco le convierte en culto, sino que acepta las penalidades enviadas por Dios, lo considera como prueba impuesta por Dios, se lo apropia internamente, lo acepta voluntariamente y de este modo lo supera en su interior.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 624-630

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