LA RELIGIÓN EN UN NUEVO CONTEXTO

José Alegre Aragüés

Hablamos, con frecuencia, de los cambios que se están dando en el mundo y cómo influyen en distintos ámbitos de la actividad y la cultura.

Uno de éstos, interesante y preocupante, con mucha atención por parte de los medios editoriales y la prensa por su reaparición como fenómeno social, es el religioso.

Con asombro constatan algunos las distintas facetas que muestra, en este fin de siglo y de milenio, lo religioso. Ese mundo complejo y plural en sus motivaciones y expresiones que parecía destinado a reductos minoritarios o, incluso, a su desaparición, según los vaticinios más radicales de la ilustración racionalista y científica, pero que vuelve a mostrar su fuerza en ambientes ricos y pobres, en sociedades avanzadas tecnológicamente y en sociedades de corte tradicional, con manifestaciones en la vida personal. en grupos y a nivel de masas.

¿Qué contexto acompaña a esta reaparición, en qué formas se presenta lo religioso y qué consecuencias tiene para nosotros, creyentes, en nuestra presentación y en las formas de celebrarlo?

A estas preguntas pretendo dedicar estas lineas de reflexión como aportación a una mayor sensibilidad en la Iglesia y en la sociedad.

El contexto

Hasta hace poco el mundo lo dividían dos ideologías, fundamentalmente, que mostraban su poder haciéndose presentes en todo y condicionando cualquier tipo de relación y de cosmovisión. La división Este-Oeste era su expresión más patente, pero no la única, porque la división Norte-Sur, aunque esencialmente económica, guardaba relación con la anterior. Hemos dejado atrás esa bipolaridad o «diarquía» para pasar a un mundo con muchos centros. Ya no son los sistemas ideológicos las mejores ofertas del mercado. Ahora se habla más de modelos culturales con sus correspondientes modelos económicos y políticos: modelo económico japonés, americano,... Que tienen una mayor cercanía y responden más a la historia cultural de cada zona, porque son adaptaciones del sistema a su propia idiosincrasia además de despertar menos recelos y mayor respeto a su propia dinámica. ¿Quién hubiera pensado en la «colaboración» con China para encontrar su propio modelo de paso a la economía de mercado?

Modelo propio pero sistema único. Aquí radica la clave de comprensión de un mundo, que, superadas las visiones antagónicas y encontrado un modo único de dar respuesta a los problemas, camina entre la uniformidad de las dificultades, retos y objetivos que son comunes y la pluralidad de respuestas desde la propia identidad que ya no es ideológica ni, por tanto, política o económica, sino que es...

¿Cuál es nuestra identidad?

Esta pregunta está en la base de algunos acontecimientos de nuestro tiempo y explica la sensación de desorientación que se apodera de un mundo falto de referencias globales e incapaz de abordar su futuro desde un sistema de pensamiento que dé marco teórico y haga encajar las piezas en un cuadro general.

Un cierto sentido de vacío racionalista se extiende y se manifiesta en las nuevas tendencias que aparecen a nivel político, social y económico, donde la falta de criterios generales se suple con la pretensión de respuestas inmediatas a problemas cotidianos y coyunturales procurando evitar el enfrentamiento y la oposición popular. Para ello se recurre a las encuestas de opinión que marcan las tendencias y los cauces de las decisiones legislativas y políticas. Es el positivismo jurídico dominado por la sociología analítica.

Dicho de otro modo, se toman decisiones según su grado de aceptación por parte de la sociedad, de forma que la responsabilidad de gestión no descansa tanto sobre las ideas sino sobre la presión que los grupos sociales son capaces de ejercer, principalmente la presión electoral, originando la conversión de la estructura política en una estructura de poder para mantenerse en él o para conseguirlo.

Por el desarrollo de los medios de comunicación los problemas se universalizan y se les da respuestas desde todos los extremos del globo que están motivadas por el interés o por los sentimientos: Al reto de las nuevas tecnologías los mercados se abren a la competencia y se plasman acuerdos: Gatt, UE, Mercosur. Los conflictos se abordan en común, los viajes espaciales intercambien tripulaciones, las cuestiones ecológicas nos afectan a todos y en todas partes se adoptan tomas de postura por muy distante que esté el lugar reivindicado.

Pero estos problemas o inquietudes universales, faltos de un sentido global, conviven con otra tendencia más fuerte: la búsqueda de respuesta a la inquietante pregunta del encabezamiento, que se manifiesta en la tendencia al localismo y a la exaltación de los sentimientos culturales propios en donde encontrar señas de identidad y de afirmación, así como agarraderos de seguridad frente al vacío ideológico y de sentido.

Los movimientos de exaltación de lo propio tienen su ritual en los nacionalismo políticos, las manifestaciones folclóricas, las liturgias colectivas de los espectáculos de masas como el deporte, o el resurgir de las tradiciones religiosas.

Los sentimientos buscan cauces y ámbitos donde aflorar y desahogarse, fuera del control racional, dando origen a la formación de grupos con un intenso lazo afectivo, como las sectas.

La inseguridad tiende a compensarse con viejas fórmulas religiosas donde un santo protector servirá de expresión a la ansiedad.

Los intereses marcarán la pauta de un nuevo sindicalismo corporativo y la xenofobia proyecta sobre los otros el miedo a un futuro incierto.

Somos testigos, pues, de una desideologización del mundo y una paralela ascensión de elementos, como los sentimientos y los intereses, al primer nivel del protagonismo social. Universalismo de los problemas y localismo de las soluciones con todo el entretejido de ancestrales sentimientos, reacciones, fobias y adhesiones. Lo local es, fundamentalmente, tradición. Pero ahora idealizada frente a un mundo uniformizante.

Las grandes promesas de la ilustración se han venido abajo y el ambiente frío y racionalista ha provocado la búsqueda de un desahogo. La ciencia como mesías salvador de la nueva religión ilustrada aporta y exhíbe conquistas capaces de atemorizar a cualquiera. Sus soluciones son, también, amenazas.

Las grandes metas utópicas se han desvanecido y los organizadores de la marcha han retirado la pancarta antes de llegar a la meta porque los corredores habían comenzado a alejarse del punto de destino.

Queriendo conocer y dominar todo, no ha sido capaz de dar o encontrar el sentido de todo.

Los limites de la ilustración

A la idea ilustrada de pensar y organizar el mundo sin Dios le sucede un mundo que recupera el mito, la fantasía, la fiesta, los ritos y lo religioso.

RL/AUMENTO: Nos hablan pronosticado un mundo sin religión o, al menos, recluida en la esfera privada, pero reaparece a nivel político y con gran fuerza social desmintiendo al movimiento ilustrado que la había encasillado y reducido a una etapa de la Historia ya superada.

Parecía imposible la reaparición de lo «supersticioso», lo mágico, lo relativo a lo sagrado y, definitivamente, lo religioso, después de la explicación racionalista y científica de todos los fenómenos naturales, cósmicos y psíquicos, como una cadena amplia y multifactorial de causas con sus correspondientes efectos, que hacía superflua la presencia de Dios y otros seres superiores para entenderlo.

La ilustración fue muy radical y bastante superficial en su crítica a la religión. Cometió el error de infravalorar el nexo de unión tan profundo entre religión y estructura profunda de la personalidad, así como la relación entre religión y cultura.

Si la religión es una superestructura de origen social, su desmonte es relativamente fácil aunque sea largo.

Si la religión es una proyección positiva de la propia realidad negativa, tiempo ha tenido el psicoanálisis para recomponer la imagen real del ser humano y ponerlo ante el espejo y descubrirse.

Si nuestra realidad es una cadena de combinaciones químicas que hacen subir los latidos del corazón o descargan adrenalina o provocan respuestas de las neuronas cerebrales para sentir las partículas que exhala una rosa.

Si «el corazón tiene razones que la razón no puede entender» pero queremos reducirlo todo a racionalismo frío y calculador, el corazón se rebela y reclama el sentimiento, la poesía, el afecto y el misterio como integrantes de una realidad global que podemos progresar en su conocimiento pero que, todavía, nos desborda.

Lo religioso, considerado por muchos como opio, se recupera ahora como expresión y grito de los pobres. Es la interioridad colectiva que saca un suspiro de aliento ante la frialdad de un mundo sin corazón y sin raíces propias. Sustrato espiritual intacto a pesar de toda la capa de materialismo cultural que le rodea.

Significa la vuelta a un ámbito de defensa ante la agresión psíquica de una cultura homogeneizante y uniformadora. Es una forma de protección de las raíces culturales y nexo con el pasado propio, familiar y humano.

Pero también es afirmación de esperanza ante el sentido pragmático y carente de valores que el mundo oficial trata de imponer por el ocaso de las ideologías racionalistas. Con lo religioso reaparece la posibilidad de la sorpresa y vuelve a hacerse sitio, en la nueva cultura, la creencia en los milagros como forma de romper la cadena de causas que conducen a una determinada situación.

Cuando la genética quiere anunciarnos el futuro de nuestras enfermedades, el ser humano necesita expresar un sentido de libertad y de futuro que puede ser distinto a como nos lo anuncian los profetas de la tecno-ciencia.

Seguramente tiene razón Eugenio Trías al reconocer que la ilustración, tan importante y válida en la historia humana y cultural, ha sucumbido a las apariencias, creyendo eliminar lo sagrado y lo divino, pero no es así. «Dios sigue estando presente en el mundo».

¡Y de qué forma ha irrumpido en el mundo social y político! También en la profundidad personal está presente negándose a aceptar cualquier concepción del ser humano y reabriendo constantemente el debate en torno al sentido, la esperanza, la finitud y la culpa.

Es desde esa unión tan íntima y profunda con la estructura del ser desde donde toma fuerza para reaparecer constantemente en las raíces y sustrato de las diversas culturas. H/RELIGIOSO: No son, pues, las condiciones sociales, políticas y culturales las que generan el sentido religioso, sino al revés.

Es la estructura religiosa del ser la que aparece y se manifiesta en las distintas realidades sociales, políticas y culturales impregnándolas de su orientación y dando origen a esa simbiosis tan fuerte entre religión y cultura, de forma que la humanidad, cuando quiere volver a sus raíces en busca de su identidad, como actualmente está ocurriendo, se encuentra con su propia cultura que es religiosa y la exalta, como hecho diferenciador y afirmador del propio sentir, ante una cultura universalizante y homogeneizante que, además de extraña, se muestra agresiva por pretender eliminar la diversidad.

El hecho cultural que la ilustración moderna supuso y su crítica a la religión no se puede ignorar. Sirvió, para purificarla de tantas funciones y disfunciones que, con el tiempo, había asumido. Le hizo ser consciente de los intereses ajenos e injustos a los que había servido, de cómo fue instrumento de poder o cómo proyectó ideales humanos que promovieron sumisión e infantilismo.

Lo mismo que la crítica no destruyó la religión, tampoco se puede ignorar la ilustración y pensar que se puede volver a épocas oscuras.

Las nuevas formas religiosas

Pero la religión reaparece, incluso de forma oculta, clandestina y enmascarada, como es propio en las sociedades que se tienen por secularizadas.

Si en las sociedades tradicionales las distintas formas de religiosidad se manifestaban como tales, ahora, en las sociedades que creen haber superado lo religioso, muchos de sus miembros se adhieren a determinados valores, signos o realidades, con la misma fuerza de relación que si fueran encarnaciones de la divinidad.

La fuerza de atracción que en muchos ejercen el dinero, la nación o la propia cultura es parangonable al fanatismo religioso de otras épocas; sin que sea entendida como relación religiosa pero ejerciendo las mismas funciones.

Al ser variados los signos, variadas y múltiples son las manifestaciones de esta religiosidad politeísta, de manera que el gran reto a las religiones monoteístas no lo plantea el ateísmo, más propio de la ilustración, sino el politeísmo seductor y oculto de la nueva cultura que exalta la libertad individual, el materialismo o la subjetividad propia o de grupo. No es extraño, pues, el resurgir de numerosos grupos y movimientos con motivaciones muy distintas y difíciles de encasillar en el catálogo clásico de lo que se entiende por religión y cuyo bagaje espiritual toma elementos de diferentes tradiciones religiosas sin someterse a un solo credo ni a la disciplina de una sola institución.

RL/DESPERTAR: La religiosidad institucionalizada en una sola iglesia choca con estas tendencias eclécticas que acogen, en una mezcla sin rigor crítico, lo mágico, lo sagrado y lo esotérico y que, en definitiva, son manifestaciones de un despertar religioso que trata de combatir la inseguridad, la incertidumbre, el vacío de sentido y el desencanto.

El fenómeno de las sectas es una manifestación de este fenómeno religioso más general que oscila entre la manipulación de la conciencia y la despersonalización de sus miembros hasta la religiosidad de consumo o «a la carta»' que toma elementos de una y otra corriente para construir un credo adaptado a los propios gustos o inquietudes.

Como también son signos claros del sentido religioso las manifestaciones rituales y los lugares donde tienen lugar. Nuevos templos a los que el hombre de nuestro tiempo se dirige para pedir, celebrar y sacrificar a los nuevos dioses: dinero, consumo, belleza-imagen, ídolos de masas, etc.

¡Con cuánto respeto y reverencia se acude a los bancos, en solicitud de ayuda y solución! Su arquitectura derrocha magnificencia y poder, anunciando en la lejanía la cobertura que extienden y la dependencia que generan.

¡Qué esplendor el de las farmacias, institutos de belleza y centros deportivos donde cultivar la devoción por el cuidado del cuerpo, la estética exterior y la propia imagen con los sacrificios correspondientes que lo hagan posible!

¡Cómo deslumbran los grandes almacenes, auténticos centros de peregrinación a donde las multitudes corren en busca de productos, gangas o entretenimiento!

¡Qué poder el de la televisión, capaz de absorber nuestra atención horas y horas a través de una imagen distorsionadora de la realidad, evasiva por tanto, generadora de dependencias, adicciones, sumisión, pero capaz de proyectar en unos personajes idealizados, maquillados, el ansia de nuestro deseo frustrado en la realidad cotidiana!

¡Qué ritos, qué liturgia, la de los estadios y conciertos, donde el espectador, ritualmente unido a otros miles, levanta sus brazos, canta al unísono los himnos de un subconsciente que pide salir y expresarse sin los controles de la racionalidad y disciplina productiva!

¡Cuánta veneración por la naturaleza, diosa madre, tan maltratada por los hijos emancipados de la ilustración desarrollista y tan idolatrada por quienes actualmente no dudan en sacrificarle la presión del desarrollo demográfico de los pobres del mundo! Sobre el fondo del individualismo pragmático, reaparece la figura del no-practicante, es decir, el fenómeno sociológico de la persona que se declara creyente y religiosa sin mostrar adhesión global a una institución ni asistir ordinariamente a sus celebraciones compartiendo, además, teorías y prácticas ajenas y hasta contradictorias con su fe.

Uno puede ser cristiano sin acudir a las celebraciones de su iglesia pero si, en cambio, participar de una sesión de espiritismo, hacer meditación zen y profesar la fe en la reencarnación al mismo tiempo que poner en duda la persistencia más allá de la muerte.

En religión, como en política, se ha generalizado un cierto escepticismo que desconfía de las grandes organizaciones institucionales y lleva a cada uno a vivir su dimensión, sensibilidad e inquietud religiosa de la forma más asequible a su lógica mental y a sus posibilidades de acción.

Más movidos por sentimientos que por convicciones e ideas sistematizadas, nuestros contemporáneos reaccionan mejor a una llamada puntual de solidaridad y responder a un problema concreto que a dar una respuesta permanente de solidaridad organizada y estable.

Nuestros contemporáneos prefieren dar varios miles de pesetas como forma de ayuda a una cuestión de necesidad urgente que les plantee una ONG, que comprometerse con mil pesetas al año para dar base financiera a esa misma ONG.

Esto hace que la religiosidad se difumine y diluya porque da la sensación de perder adeptos a nivel de grandes religiones, a la vez que, por su cuenta, las personas mantienen su inquietud a la que dan forma espontánea y ecléctica.

¿Va a perder la humanidad el peso y la referencia de las grandes religiones? ¿Puede cada uno hacer con la religiosidad lo que quiera? ¿Si ya no podemos hablar de la única verdadera, porque en todas hay verdad, da igual cualquiera de ellas?

Ante tal desconcierto, desorientación e inseguridad religiosa reaparecen los movimientos fundamentalistas que significan tanto una pretensión religiosa de afirmación y seguridad frente a la razón moderna como una reivindicación cultural desde la propia historia y tradición ante la homogeneidad de las corrientes modernas.

Oferta de seguridad y verdad incuestionable. Aportación de identidad en un credo simple y estable. Hostilidad hacia lo nuevo y lo ajeno, no en cuanto ajeno que se tolera, sino en cuanto pretende introducirse en lo mío o influir en él.

FMO/RELATIVISMO-RLSO: El fundamentalismo es, también, reacción contra una concepción descafeinada de la tolerancia que genera indiferencia e insensibilidad ante las convicciones e ideales en lugar de respeto por el otro desde la afirmación de la propia identidad que se expresa ante los otros y se manifiesta abierta a la búsqueda conjunta de la verdad.

Ante esta actitud, tan extendida, según la cual da igual lo que cada uno piense o diga. Ante el relativismo mayoritario que concede a cada uno el derecho a pensar, vivir y justificarlo todo sin comprometerse con ningún valor y entiende la libertad como posibilidad de hacer lo que se quiera, indiferente a los grandes problemas y necesidades del mundo El fundamentalismo quiere reafirmar la verdad objetiva de todos, de ahí su recurso al dogmatismo religioso, y un sistema de normas claras y simples que devuelvan un sentido de orientación uniforme frente a la desorientación y guíen el comportamiento individual y colectivo, privado y público, para superar los escándalos y corrupciones, presentes en todo el mundo.

Para ello intenta llenar el vacío ético al que ha llegado la modernidad desde sus principios de autonomía y secularización.

Pero esta labor de devolver un sentido ético la hace, precisamente, negando el carácter autónomo y secular de las sociedades y uniéndolas estrechamente al sentido religioso de la propia tradición, en donde no faltan momentos de esplendor que ofrecer como ejemplos idealizados, para preconizar la vuelta a la subordinación cultural, social y política a lo religioso.

Si la raíz del modernismo es la negación de Dios, su superación está en la afirmación de Dios.

Esto que es cierto en un sentido profundo, el fundamentalismo lo traduce en la necesidad de convertir la estructura religiosa en dirigente que marca los objetivos y los medios. Problema político muy grave si encuentra disidentes, pues fácilmente cae en el recurso a la violencia para imponerse.

Y problema religioso muy grave, también, porque se apropia, en exclusiva, la facultad de interpretar las adaptaciones a la realidad cambiante.

La interpretación, a su vez, suele ocultar el trasfondo de intereses políticos y económicos en los que se apoya y de los que una muestra son: la llamada «mayoría moral» en EE.UU., los colonos judíos en Israel o los regímenes teocráticos en el Islam.

Forman entonces un conjunto entre religión, política y economía, que haciendo cada una lo que le es propio, tejen hilos entrecruzados conformando una nueva manera de ejercer el poder donde los sentimientos religiosos sustituyen a las ideologías, decadentes y devaluadas.

Nada tiene de extraño, tras un periodo de dirigentes políticos ateos, agnósticos o silenciosos, ver aparecer una nueva clase dirigente que participa de las ceremonias religiosas de su confesión correspondiente y hace referencias a Dios en sus discursos. Lo religioso comienza, de nuevo, a estar bien visto. Con sus aspectos positivos y sus ambigüedades, reaparece una nueva sensibilidad que, lógicamente, tiene su repercusión y nos pide estar atentos para poder enlazar con ella, darle un cauce purificador y hacer que pueda manifestarse en nuestras celebraciones y catequesis.

Consecuencias para los creyentes

Ante esta nueva sensibilidad religiosa, los creyentes asistimos al eterno reto de renovar nuestra expresión del Evangelio para hacerlo más comprensible y acorde a las preocupaciones y formas del tiempo. Es la renovación cultural y generacional que siempre ha desafiado al cristianismo para hacer presente en cada momento de la historia y en cada cultura, la pregunta por Jesús que es, a su vez, la pregunta por Dios y por el ser humano. El cambio de sensibilidad y de cultura tiene, pues, unas consecuencias para nuestro diálogo pastoral y catequético y para nuestras celebraciones, frecuentadas por personas que participan del nuevo estilo.

Pensando en nuestros interlocutores es lógico adaptar la palabra teológica al nivel de una presentación que, sin ser menos profunda, sea menos racionalista y abstracta y sí más significativa, concreta e imaginativa.

En sintonía con nuestros contemporáneos habrá que tener muy en cuenta la situación de inseguridad y los problemas generadores de angustia, así como el miedo al futuro, tan característico hoy, que reclaman su integración en la esfera de lo religioso de la que reclaman una palabra más cercana, existencial y comprensiva, aunque sea menos productiva.

El exceso de productivismo, tan característico de la moralidad racional anterior, tan propio de la nueva economía competitiva, llevó a un exceso de moralismo, pero hoy pide palabras de escucha y un nivel poético y narrativo que se eleve por encima del lenguaje conceptual, rico para las ideas pero frío para acompañar las situaciones personales. El hombre de hoy se siente necesitado de una palabra más festiva, «lúdica», que le mueva al deleite y al gozo, porque la seriedad de la vida le abruma y angustia. En ese sentido prefiere la «buena noticia» a la exigente diatriba. Busca más la esperanza que el compromiso obligatorio.

Hay un fondo de búsqueda esperando encontrar compañeros de viaje en lugar de maestros poseedores de respuestas definitivas y ya elaboradas antes de formular su inquietante pregunta. Opta por las personas más que por las teorías. Prefiere a Jesús como persona con su historia y sus hechos en lugar de la enseñanza religiosa y las complejas construcciones de la Teología.

Es una palabra más histórica, por tanto menos definitiva, pues no le preocupa la perennidad y permanencia sino el sentido próximo para un tiempo, el actual, en el que anhela afecto y aliento. Quiere una palabra que afirme el ser entrecortado y limitado de la existencia, ayudándole a encontrar su identidad profunda y la posibilidad de un horizonte que existe más allá del alcance de nuestros ojos.

El lenguaje teológico tiene ante sí un aliciente importante para el cambio en los centros de interés y en las formas de comunicación. Si el interlocutor cambia de onda habrá que buscar la nueva frecuencia en la que sintonizar y reemprender el diálogo.

El cambio no es solo en las palabras. La palabra también es gesto y liturgia. Y en ella nuestro interlocutor busca participar y encontrarse en grupos y celebraciones donde su anonimato social se sustituya con su identidad reconocida y aceptada a través de gestos y palabras de afecto y calor.

Le gusta realizar gestos expresivos de encuentro y alegría que descargan su agresividad y le introducen en un mundo simbólico donde conecta con el misterio de cada ser vivo y el nivel misterioso de la existencia.

Está más predispuesto a la liturgia de los ritos, los gesto y los símbolos si éstos captan su interés y enlazan la vida a la esperanza hasta el punto de necesitar ámbitos de celebración donde la vida sea entendida como regalo, alejada de condicionantes profesionales, de requisitos laborales, donde sea experimentada y disfrutada como vida y no como preparación para el trabajo.

En un mundo que exige mucho para trabajar y luego niega el derecho al trabajo, se requiere algo que ayude a superar el sentido de fracaso y dependencia haciéndonos entender que todos dependemos de un Dios familiar, Padre y Madre, también Hermano, compañero de fatigas y garante de un futuro incondicionado.

Entonces la liturgia se convierte en Eucaristía y la acción de gracias a este Dios vital puede abrirse a la oferta de la propia pobreza y a la búsqueda de un mundo más humano con la colaboración de todos.

Celebrar la vida y el mundo más que entenderlos. Gozar de Dios y su amistad más que condicionarlo. Esperar un cielo nuevo y una tierra nueva más que programarlos. Sentir el amor y el perdón gratuito en lugar de ganárselo. Experimentar que otros me esperan y necesitan mejor que gritar denuncias y exigir obligaciones.

Comunicar la alegría del Evangelio más que reducirlo a un programa moral.

REVISTA ARAGONESA DE TEOLOGÍA, 3
CENTRO REGIONAL DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS
DE ARAGÓN. Págs. 25-34