La Teología de los Santos Lugares según San León Magno

 

 

Igino Greco sdb

 

 

El Papa San León el Grande (440-461) escribía una larga carta a Juvenal, patriarca de Jerusalén, en la que se mezclaban la alegría y la tristeza.

La alegría, por la vuelta de Juvenal a su sede de la que había sido expulsado como consecuencia de las disputas que en Palestina siguieron al concilio de Calcedonia (451). En el Concilio de Calcedonia se condenó la herejía monofisista que confesaba una sola naturaleza en Cristo. La tristeza, porque Juvenal no había defendido la verdadera fe como debiera haberlo hecho un obispo, guardián de la fe apostólica, y porque los litigios fueron provocados, en buena parte, por el comportamiento ambicioso y equívoco del Patriarca. Por esta carta papal, escrita el 3 de febrero de 454, conocemos el pensamiento de San León sobre la importancia de los Santos Lugares en la defensa de la fe y en la santificación personal. He aquí algunos extractos de ella:

 

“Si ningún obispo debe ignorar lo que debe predicar, el menos excusable es, entre todos los que no conocen la fe, el cristiano habitante de Jerusalén. Porque no son solamente las palabras de las Sagradas Escrituras sino también los testimonios de los Santos Lugares los que enseñan a penetrar en la fuerza íntima del Evangelio... La inteligencia no tiene necesidad de esforzarse allí donde se impone la visión directa... Allí (en los Santos Lugares) parece que el Señor habla todavía de viva voz a todos los que vacilan. Les dice: ¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se elevan dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, soy, yo, tocadme y sabed que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lc 24, 38-39).

 

Estos pensamientos del Papa, si eran útiles para todo cristiano, lo eran más para los que no creían en la realidad de la naturaleza humana del Verbo, verdad teológica negada por Juvenal. San León se dirige a este lejano interlocutor con el fin de mostrarle que se beneficie de los Santos Lugares en donde él vive, con el fin de que tenga la valentía de vivir de esta verdad y de enseñarla. Con este fin el Papa habla de los acontecimientos más importantes de la vida humana del Salvador que acaecieron en Tierra Santa: el nacimiento en Belén,  el crecimiento en Nazaret, la pasión, muerte, resurrección y  ascensión en Jerusalén.

 

El Papa escribe al Patriarca: “Hermano muy querido, debes servirte de las bases indiscutibles de la fe católica, garantizar la

Gruta de la Anunciación donde se encarnó el Verbo de Dios (Nazaret)

predicación de los evangelios gracias a las pruebas directas que te ofrecen los Santos Lugares en los que vives. Junto a ti está Belén en  donde se realizó el luminoso alumbramiento de Jesús, nacido de la Virgen, de la raza de David. Allí fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre, no habiendo lugar para él en la hospedería. Fue cerca de ti donde fue aclamado por los ángeles, adorado por los magos, buscado por Herodes quien mató a numerosos niños”.

Y añadía el Papa: “Junto a ti está el lugar (Nazaret) donde pasó su infancia, donde desarrolló su adolescencia y donde llegó a la estatura del hombre adulto, teniendo, un desarrollo corporal normal, según su naturaleza humana. Estaba sujeto a las necesidades de alimentación, de sueño y de descanso. No estaba exento de lágrimas de compasión, ni de miedos y temores.

El que por su condición divina hizo grandes milagros debidos a su potencia y el que por su condición de esclavo sufrió la despiadada crueldad de la pasión es UNA sola y la misma persona. La cruz te lo recuerda sin cesar, la piedra del sepulcro te lo proclama, ese sepulcro en donde el Señor ha descansado en su naturaleza humana, pero en donde ha resucitado por su naturaleza divina”. “Cuando subes al monte de los Olivos para venerar el lugar de la Ascensión ¿no te parece oír la voz de los ángeles que dicen a los discípulos asombrados, cuando el Señor se eleva a los cielos: “Galileos, porqué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo, vendrá como habéis visto marcharse (Hech 1,11). La realidad de la cruz confirma la realidad de la naturaleza humana de Cristo. Quien fue crucificado con un cuerpo semejante al nuestro, es el mismo que ha nacido con un cuerpo semejante al nuestro. Su humanidad, exenta de pecado, no hubiera podido sufrir la muerte si no hubiera sido semejante a la nuestra.

 

Finalmente el Papa, previniendo que sus argumentos basados en los lugares de Tierra Santa no fueran suficientemente sólidos para convencer al Patriarca de Jerusalén, le invita a recordar todo lo que había aprendido a lo largo de los 30 años de su largo pontificado: los testimonios de las Sagradas Escrituras, la tradición de los Padres y sobre todo la famosa carta del Papa a Flaviano, Patriarca de Constantinopla. El Papa concluye afirmando su fe en lo que afirman estos documentos y estos testimonios, es decir, que “es necesario excluir que la divinidad haya podido sufrir en tanto que Dios o que la asunción de nuestra naturaleza humana haya sido falsa.”

 

Para el Papa San León el Grande la utilidad de los Santos Lugares es la de conocer-admirar. Son las etapas del circuito del amor. Más se ama y más se desea conocer a quien se ama. Más se conoce y más se admira y ama.

 

 

Este artículo es gentileza de la Revista Tierra Santa