Gentileza
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para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
¿ESCUELA
DEL AMOR MÍSTICO?
R.P.
Dom Bernardo Olivera
Abad General de la OCSO
1.
Finalidad de nuestra vida cisterciense
Deseo
que la primera palabra en este Congreso sea dada a Bernardo, no yo, sino el
Abad de Claraval. He aquí como
expresa el claravalense la vocación de los monjes y monjas:
También
hay en la Iglesia un lecho donde descansa (quiescitur) el Esposo, y estimo ser
los claustros y monasterios, en donde apaciblemente (quiete) se vive excento
de los cuidados del siglo y solicitudes de la vida (Bernardo,
SC 46:2).
Y
esta doctrina es común a todos nuestros Padres de la primera hora.
Cambiarán las imágenes o el lenguaje, pero el contenido es el mismo.
Escuchemos a Guillermo de San Thierry y a Isaad de la Estrella.
A
los demás toca servir a Dios; a vosotros,
uniros a El. A los demás
pertenece creer en Dios, tener noticia de El, amarle y adorarle; a vosotros,
saborearle, entenderle, conocerle, gozarle (Guillermo, Ep fra
5).
El
gozo, el amor, la delectación y la suavidad, la visión, la luz, la gloria,
es lo que Dios exige de nosotros, aquello para lo cual Dios nos hizo. El orden y la religión verdadera es hacer aquello para lo
cual fuimos hechos. Contemplemos
lo que es la belleza suprema, deleitémonos en lo que es la dulzura suprema,
luchemos vehementemente contra lo que se opone a ello. Que todas nuestras actividades, el trabajo como el reposo, la
palabra como el silencio, estén orientados a este fin
(Isaac, Sermón 25:7).
Pero
podemos preguntarnos si esta doctrina sigue hoy día vigente y en actualidad.
No hay duda que es así, pero con realismo y bemoles.
Dejo la palabra a mis predecesores en el servicio de Abad General.
Nos exhortaba D. Gabriel Sortais:
Quisiera
obtener de Dios la gracia de poder persuadir a todos los miembros de la Orden
que ellos han sido llamados a llevar una vida contemplativa. Nosotros, Cistercienses, encontramos todo precisamente en
esto. Por medio de la contemplación
glorificamos a Dios, por de ella nos santificamos, por ella ayudamos a Jesús
salvar las almas (D.
Gabriel Sortais, Carta circular,
8-12-51; Cf. Carta circular,
16-06-61).
Se
darán cuenta que D. Gabriel pide la gracia de poder persuadir a todos los
miembros de la Orden respecto al sentido de nuestra vocación. Claro indicio de que, al menos en la práctica, no todos
estaban persuadidos. Nos habla
ahora D. Ignacio Gillet.
Con
frecuencia se pregunta al Abad general: ‘¿Hay verdaderos contemplativos en
la Orden? ¿Son muchos?’ Me
parece que se debe responder con una doble respuesta contradictoria en
apariencia: sí, hay en la Orden verdaderos contemplativos, y más de lo que
se cree; pero ciertamente también hay muchos menos de los que podría
esperarse. Hay más de los que se piensa (...) Quien, a pesar de la oscuridad, persevera con fe en esta búsqueda
es un verdadero contemplativo. En
este sentido, hay muchos en la Orden (...)
Probablemente somos tan poco contemplativos por falta de renuncia (...)
y es esto mismo lo que multiplica en las comunidades los ‘contemplativos a
medias’
(D. Ignacio Gillet, Carta circular, 6-01-70; Cf. Cartas circulares de 1971 y
1972).
D.
Ambrosio Southey nos invitaba en los últimos años a edificar
el aspecto contemplativo de nuestra vida. (Carta circular de 1980,
Conferencia de apertura del Capítulo General de 1980).
Volvió a retomar este tema desde otra perspectiva en una conferencia
al Capítulo General de 1984, decía en ese entonces:
Si hay pocos hombres de oración profunda es porque hay pocos dispuestos
a buscar a Dios por este camino: hacer frente a la realidad de nosotros mismos
y de Dios. Y en la práctica
concreta, nos decía, este camino consiste en: superar nuestro egoismo, aceptar una auténtica soledad y encontrar
nuestra identidad en Cristo.
En
consecuencia, a nivel del discurso y de lo proclamado, hoy al igual que ayer,
podemos decir:
Nuestra
vida está enteramente orientada hacia la experiencia del Dios vivo
(CG 69, DVC).
Nuestra
Orden es un Instituto monástico íntegramente ordenado a la contemplación (Cst.2).
Reconocemos,
no obstante, que hay un largo trecho del dicho al hecho.
Esto explica porque desde el inicio de mi abadiato he invitado a todos
los miembros de la Orden a dar un nuevo paso en el camino de la renovación.
Y una nota clave y fundamental de la misma es la: Orientación
hacia el Misterio guiados por los místicos cistercienses.
2.
Lugar de la experiencia en la vida
cisterciense
Pero,
¿qué decimos cuando hablamos de experiencia del Dios vivo?
Los cistercienses de hoy estamos de acuerdo en que la
experiencia es una noción fundamental en la doctrina de los primeros Padres.
La razón de esto es muy sencilla: toda nuestra espiritualidad está
basada en el amor. Con frecuencia
nuestros autores espirituales nos invitan a la experiencia.
Pero
hay un cántico que por su singular sublimidad y dulzura supera
justificadamente a todos los que hemos mencionado y a cualquier otro, lo
llamaría con todo derecho: Cantar de los Cantares (...)
Se trata de un Cantar que sólo puede enseñarlo la unción y sólo
puede aprenderlo la experiencia. El
que goce de esta experiencia, lo identificará enseguida.
El que no la tenga, que arda en deseos de poseerla, y no tanto para
conocerla como para experimentarla (Bernardo,
SC 1:11).
Y
no sólo nos invitan, hasta nos enseñan a orar pidiendo la gracia de
experienciar hondamente el misterio del amor.
Suene,
pues, oh Jesús, tu voz en mis oídos, para que mi corazón aprenda a amarte,
para que te ame mi mente, para que te amen las mismas entrañas de mi alma.
Adhiérase a ti en apretado
abrazo lo más íntimo de mi corazón; a ti, mi único y sólo verdadero bien,
mi dulce y deleitable alegría (...) Te
suplico, Señor, que descienda a mi alma una partecita siquiera de esa tu gran
suavidad, para que con ella se torne dulce el pan de su desolada amargura.
Guste de antemano algún pequeño sorbo de aquello que anhela, de
aquello que ansía, de aquello por lo que suspira en esta su peregrinación.
Pruébelo para que le dé hambre; bébalo para que de ello sienta sed,
pues los que te coman tendrán todavía hambre y los que te beban aún tendrán
sed (Elredo, Spec I,1:2-3).
El
uso más frecuente del término y la experiencia espiritual más corriente, en
la doctrina de Bernardo y Elredo, consiste en la experiencia de la búsqueda
de Dios y del progreso espiritual. Se
trata, en otras palabras, de la experiencia del amor en el camino hacia Dios a
través de diferentes etapas o grados. Esta
experiencia del amor, en su manifestación más clara y fuerte, consiste en el
libre consentimiento a la voluntad divina: Busca
al Verbo a fin de consentir, es El quien te da la gracia del consentimiento (Bernardo,
SC 85:1).
Obviamente
que nuestros Padres no ignoran la experiencia propiamente mística aunque no
siempre distinguen el carácter más o menos extraordinario de ella.
Utilizan una amplia terminología y simbología para hablar de la
misma.
-Bernardo:
reposo, sábado, éxtasis, visitas,
rapto, besos, unión, matrimonio, unidad de espíritu, deificación...
-Guillermo:
reposo, ocio, sábado, éxtasis,
visitas, teofanías, iluminaciones, unción, banquete, besos, unión, unidad,
abrazo, accubitus, unidad de espíritu...
-Elredo:
visitas, reposo, elevación, sábado...
-Guerrico:
unidad de espiritu...
-Isaac
de la Estrella: ocio, unión, nube luminosa...
-Gilberto
de Hoyland: reposo, sábado, unión...
Para
nuestros autores, la experiencia ascética (esfuerzo y ejercicio para vivir en
el amor) y la experiencia mística
son dos realidades conjuntas en un único proceso sobrenatural hacia Dios.
3.
La experiencia mística en la vida cisterciense
Digamos
una palabra sobre la experiencia mistica en nuestra vida monástica
cisterciense. Dado que el término
“mística” goza hoy día de una inmerecida ambigüedad habrá que hacer un
esfuerzo de esclarecimiento. Pretendo,
al menos, aclarar en qué sentido lo estoy usando aquí y hoy.
3.1.
Sentido
del término mística
Etimológicamente,
los términos “ misterio” y “mística” se relacionan con myein (griego), cuyo significado es: cerrar (los ojos o labios), de
aquí los adjetivos: oculto, secreto.
En
los casi dos mil años de historia cristiana encontramos un triple uso del término
mística-místico; podemos así hablar de un uso objetivo, objetivo-subjetivo
y subjetivo.
-Objetivo:
preponderante en los cuatro primeros siglos.
-Lo
oculto (mystikos o mystérion)
se encuentra y revela en:
-La
Escritura: sentido místico o
cristológico (Orígenes).
-La
Liturgia:
-Bautismo:
regeneración mística en Cristo (S. Nilo; Eusebio).
-Eucaristía:
pan y sacrificio místicos de Cristo (Const. Apostólica)
-Objetivo-subjetivo:
preponderantte en el siglo XII
-La
revelación no es considerada como una serie de verdades externas a la persona
sino como vida que transforma y plenifica a la persona pues sacia los deseos más
profundos del corazón humano.
-La
experiencia personal quedaba siempre sometida a la objetividad del dato
revelado: Sigue el dictamen de la fe y no el de tu propia experiencia, pues sólo
mediante la fe alcanzas lo que está más allá de la razón (Bernardo, Quad
5:5; SC 76:6).
-La
mística es así un realidad de gracia que acompaña toda la vida del creyente
transformándolo de claridad en luz y de braza en fuego.
-Subjetivo: preponderante a partir del siglo XV.
-Común: Vivencia profunda del Misterio o encuentro con Él.
-Propio: Experiencia personal del Misterio (afección y consciencia
de presencia y comunicación), por conocimiento y amor, gracias a un influjo
especial de Dios.
-Elementos:
-Acción
divina habilitante.
-Nueva
luz de conocimiento y fuego de amor.
-Pasividad
activa.
-Inmediatez
mediada.
-Intuición
de la Presencia
-Unión
y comunicación recíproca.
3.2.
Sentido del término místico
De
todo lo precedente se desprende que los místicos son aquellos que entrando en
el Misterio van siendo transformados por El.
En este sentido, todo los bautizados y bautizadas son místicos y místicas.
Pero esto no significa que todo bautizado tenga una experiencia mística
“refleja”, por lo general su experiencia mística es “latente” y sin
forma a nivel de la consciencia y de la afectividad.
Afinando
más el discurso, podemos decir que los místicos
son aquellos que han experienciado la revelación del Misterio, gracias a un
misterioso influjo divino, por medio del conocimiento y el amor, la luz y el
fuego. La experiencia del
Misterio, siempre unida al esfuerzo ascético, transforma éticamente al místico,
y lo hace uno con Dios en el mutuo amor o consentimiento de voluntades (Cf.
Bernardo, SC 71:5-9; 81-85).
El
místico y la mística no son personas especiales, experimentan las mismas
realidades que cualquier otro cristiano, aunque lo experimentan de una forma
distinta. La gracia de Dios obra en ellos, al igual que en cualquier otro,
pero ellos saben que la gracia obra.
Se
puede constatar que muchas veces el inicio de una vida ascética ha estado
motivado por gracias místicas. Otras
veces, la perseverancia en la ascesis es sostenida por esporádicos destellos
místicos. A veces, finalmente, la mística corona el largo peregrinar
del asceta.
Nuestros Padres del Císter no son sólo místicos sino también
“mistagogos”, es decir: pedagogos que nos inician e introducen en el
Misterio de Dios: avanzan para que nosotros avancemos, comparten la
experiencia cuando ésta es útil a los demas, y hasta están dispuestos a
sacrificar el propio “ocio y quietud” a fin de preparar exhortaciones
motivantes que ayude a otros a caminar (Cf.
Bernardo, SC 23:2; 57:5; 51:3).
3.2.
Nuestra experiencia mística
Respecto
a la experiencia mística en nuestros monasterios podemos decir lo que se dice
en Galicia sobre las brujas: ¡no existen, pero las hay!
Se trata básicamente de la experiencia del Misterio en cuanto “afectación y conscientización”
del mismo en la propia vida personal. Estas
experiencias pueden referirse tanto al Misterio de la vida íntima del Dios
Triunidad, cuanto al Misterio de su voluntad salvífica en la historia
cotidiana propia o ajena.
Es
imposible hacer un mapa de la variedad de experiencias místicas. No
obstante, la historia de la espiritualidad cristiana y la lectura de tantos
autores místicos, nos permite hacer algunas distinciones y hablar así de
experiencia mística:
-Substancial: contemplación infusa, conocimiento amoroso, luz cálida,
llama luminosa, presencia oculta...
-Enfasis
en el conocimiento: via afirmativa o kataphática
(S. Ignacio, Ejercicios).
-Enfasis
en el amor: via negativa o apophática
(S. Juan de la Cruz, Noche Oscura).
*Notar:
se trata de dos énfasis diferentes y no de oposición, muchas veces son
complementarios entre sí.
-Ordinaria: presencias y ausencias, consolaciones y desolaciones,
deseo y amor...
-Accidental: variedad de fenómenos, tales como éxtasis, raptos,
visiones, locuciones, revelaciones, toques...
-Apostólica: experiencia de acción conjunta con Cristo que salva en
la historia...
-Cósmica: encuentro con Dios a través de la naturaleza...
-Interpersonal: revelación de Cristo en el servicio al prójimo,
Cristo presente en el amor de amistad...
Obviamente
que cada uno de estos tipos de experiencias místicas puede darse en una
escala infinita de intensidades o grados.
Importa también afirmar que la experiencia mística substancial y
ordinaria se ubican en el desarrollo normal de la vida de gracia y crecimiento
de las virtudes teologales. El
fundamento último de toda experiencia mística es Dios-Amor que nos ama salvándonos
para hacernos felices. Y aunque
somos “capax Dei”, estas experiencias no son el fruto de ningún tipo de
habilidad simplemente humana, sino fruto de la gratuidad divina.
Agrego estas otras observaciones, fruto de haber observado y de
observar.
-La
capacidad de “experienciar” varía según las personas y circunstancias.
-Acontecen
muchas veces sin que medien causas conocidas y apropiadas.
-Tienen
como fin inmediato la reorientación o la motivación de nuestra conducta.
-Juegan
un papel clave en la conversión permanente de nuestras vidas.
-Son
favorecidas por un clima de fe, esperanza y caridad perseverantes y
prácticas.
-Suelen
acompañarnos a lo largo de todo nuestro itinerario espiritual.
-Pueden
estabilizarse dando lugar a estados latentes o más o menos manifiestos.
En
el marco propio de nuestra conversatio
(modo de vida) cisterciense, las “experiencias del Místerio” más
comunes, tanto ayer cuanto hoy, parecen ser las experiencias de: dulcedo
et suavitas, compunctio, desiderium,
alternatio, unitas spiritus.
4.
La mística cisterciense del deseo
Juzgo
oportuno decir algunas palabras sobre la mística del deseo.
Las digo en el contexto de nuestro mundo occidental y nord-atlántico
actual.
Más concretamente, en el marco de una sociedad fuertemente marcada
por el fenómeno “postmoderno”. Destaco
sólo dos notas del mismo, una, para aprender una lección, otra, para ofrecer
una alternativa.
-Valorización de la experiencia mística: La fe, en cuanto
“obsequio razonable” tiene imperiosa necesidad de la intuición y
experiencia como camino de acceso a Dios.
El así llamado “pensamiento débil” nos recuerda una gran verdad:
ante el Misterio todo nuestro saber es ignorancia y nuestro discurso balbuceo. El teólogo ha de aprender y ha de enseñar a pensar y a
sentir de un modo creyente.
-El demonio del consumismo: Si
al hombre moderno lo obsesionaba la
producción, al postmoderno lo acicatea el consumismo. Los
“supermercados” de nuestras ciudades nos crean necesidades y nos ofrecen
una variedad infinita de objetos seductores y consumibles.
La publicidad se encarga de despertar nuestros deseos. Así, quien empieza consumiendo concluye consumido.
La sociedad de consumo, contra toda apariencia, no es una sociedad de
abundancia sino de carencias, cuanto más se consume más se aleja la
felicidad (¡y la abundancia!). Quizás el ángel de la mística del deseo
puede ser más atractivo, como alternativa, que el demonio del consumismo.
El
lenguaje tradicional del deseo en clave contemplativa o mística encuentra su
apoyo en la Escritura santa. Los
salmos nos han enseñado durante siglos que: Como
jadea (Vg: desiderat) la cierva
tras las corrientes de agua, así jadea (Vg: desiderat) mi alma, en pos de ti,
mi Dios (Sal
42-43: 2). Y el profeta Daniel
fue ilustrado con luz divina pues era vir
desideriorum (Dn.9:22-23). Es
precisamente Daniel quien fue considerado en la tradición como un signo del
estado de vida (ordo) de aquellos que se dedican
exclusivamente a Dios (soli Deo
vacans) en la penitencia y
continencia (Bernardo, Abb 1).
Toda
la tradición monástica ha desarrollado el tema del desiderium
en íntima relación con la búsqueda de Dios,
la intentio cordis (intención-tensión)
y la vida contemplativa. San
Gregorio Magno es cabeza de tradición a este respecto; el tema es clave en
los autores cistercienses del siglo XII.
Pero,
¿qué es el deseo? San Bernardo
nos dice que el deseo es una fuerza psíquica indiferenciada que tiende hacia
la búsqueda, cada vez más apremiante y exigente, de aquello que nos falta;
el deseo expresa un sentimiento de ausencia y es un movimiento que impulsa
nuestro ser hacia el bien ausente: Todos
los seres dotados de razón, por tendencia natural, aspiran siempre a lo que
les parece mejor, y no están satisfechos si les falta algo que consideran
mejor (Dil 6:18; Cf. SC 58:2; 31:4; 32:2).
Así
entendido, el deseo es un dinamismo fundamental del alma, es el anhelo psíquico
donde puede afirmarse eventualmente el deseo de Dios.
A Dios se lo toca con el dedo del
deseo, dicen nuestros místicos (SC
28:10). Cuando el alma no
tiene nada propio ni exclusivo, sino que tiene todo en común con Dios, se la
llama esposa.
Y esta esposa que dice: Que me
bese con besos de su boca, es un alma
sedienta de Dios (SC 72).
Las
monjas cistercienses del siglo XIII ilustraron con sus propias vidas y
experiencias la doctrina espiritual de los padres cistercienses del siglo
precedente; sobre todo la doctrina de Bernardo y Guillermo respecto al alma
esposa sedienta y ardiente en deseos de amor.
Nadie
lo expresó mejor que Beatriz de Nazareth en su obra Las
Siete Maneras del Amor (que
provienen de la cima del Ser y retornan a la cumbre). Beatriz
presenta siete experiencias de amor que suelen acontecer en el contexto del
crecimiento de la vida cristiana.
La
experiencia del deseo, activo y pasivo, es clave en toda su obra.
Siguiendo la doctrina agustiniana y bernardiana, el deseo es para
Beatriz:
-Algo
constitutivo de la naturaleza humana, viene del Creador y mueve a vivir en el
estado originario en el que fue creado el ser humano:
se trata de una tendencia innata y pre-electiva del alma hacia Dios.
-Una
realidad afectiva, situada en el corazón y que mueve a la voluntad; es la
forma que toma el amor en esta vida mortal: es una fuente de energía que
capacita para orientar el alma hacia metas espirituales con simplicidad de
intensión y total generosidad.
-Es
asimismo algo escatológico pues sólo haya su cumplimiento en la vida eterna.
Nada
nos exime, excepto la premura del tiempo, de escuchar y gustar algunos textos
de nuestra mística y maestra. Ya
en la primera manera del amor Beatriz nos dice: La primera manera es un deseo enérgico proveniente del amor, que debe
reinar en el corazón mucho tiempo antes de
vencer todo obstáculo, debe obrar con fuerza y vigilancia, y crecer
con valor, mientras dure este estado. Esta
manera es un deseo que proviene de manera evidente del mismo amor: el alma
buena que quiere servir fielmente a nuestro Señor, seguirlo sin temor, y
amarlo con toda verdad, está movida por este deseo de vivir en la pureza, la
nobleza y la libertad en las cuales Dios la creó a su imagen y semejanza,
semejanza que es necesario amar y conservar por encima de todo.
En
la tercera manera del amor describe la vehemencia del deseo, como
elemento de purificación en la búsqueda de Dios: Este deseo a veces surge en el alma violentamente, ella se empeña en
querer hacerlo todo: no hay virtud donde no busque la perfección; no existe
nada que no esté dispuesta a sufrir o soportar; nada ahorra, no admite
ninguna medida en su esfuerzo. Está
dispuesta a todos los sacrificios, pronta, intrépida en la pena o en el
trabajo. Pero a pesar de todo lo
que hace queda insatisfecha. Este
es su peor dolor, no poder rendir justicia al amor según sus deseos,
encontrarse siempre en deuda con Él (...) Todo lo que falta en sus obras,
quiere suplirlo con la intención perfecta y la fuerza del deseo.
En
la cuarta manera del amor Beatriz nos ofrece la descripción de la
primera experiencia pasiva del alma bajo el poder del amor divino, esta
experiencia no es sino una restauración de la semejanza perdida: En la cuarta manera del amor, nuestro Señor hace saborear al alma, de
vez e cuando, grandes delicias y grandes penas, de las cuales vamos a hablar
ahora. Algunas veces parece que
el amor se despierta dulcemente en el alma y se levanta esplendido para
conmover el corazón sin ninguna acción de la naturaleza humana. El corazón es excitado tan tiernamente, atraído tan
vivazmente, alcanzado tan fuertemente y abrasado por Él tan apasionamdamente,
que el alma está totalmente conquistada.
Experimenta una nueva intimidad con Dios, una iluminación del espíritu,
un maravilloso exceso de delicias, una noble libertad y una estricta necesidad
de obedecer al amor; conoce la plenitud y la sobreabundancia.
Siente que todas sus facultades pertenecen al amor, que su voluntad es
amor, se encuentra sumergida e imbuida en el amor, ella misma no es más que
amor.
A
la luz de lo que venimos diciendo podemos afirmar que la mística esponsal,
tan típica del Císter, es una mística del deseo.
Y, por otro lado, se impone decir también que sin una ascesis de los
deseos no puede haber intentio cordis,
es decir, un corazón orientado, tenso y tendido hacia Dios.
Unos
y otros, monjas, monjes, clérigos y seglares podemos preguntarnos:
¿Qué deseamos? ¿Qué
necesidades buscamos satisfacer? ¿Qué
motiva nuestras vidas? ¿Están
nuestros deseos básicos (actividad, afirmación, plenitud, armonía,
complementariedad...) ordenados hacia los deseos sociales (solidaridad,
participación, apertura social...) y éstos hacia los deseos espirituales
(libertad, igualdad, esperanza, amor, inmortalidad, absolutez...)?
Las respuestas a estas preguntas podrían dar espesor de concretez a mi
pobres discurso verbal.
5.
Conclusiones
Concluyo
con unos asertos, a modo de síntesis. Las
experiencias místicas son de importancia capital para la renovación
espiritual de la vida monástica en el seno de nuestra cultura actual. La
finalidad de estas experiencias es la unión con Dios en Cristo y con todos
los seres humanos en Él. Dicha
unión, importa decirlo, es el fin y sentido último de cualquier vida humana.
El
deseo y la fe se alimentan de Misterio. ¡Quien
persevera con los ojos fijos en la obscuridad termina contemplando a Alguien!
Quiera Dios que nunca falten en este mundo personas que vivan con
los ojos fijos en Jesús (Heb.12:2), y que proclamen con sus vidas: Hay un solo Dios y
Padre de todos, que está sobre todos (trascendencia), lo penetra todo (transparencia) y está en todos (inmanencia)
(Ef.4:6).
Al
menos, nadie puede dudar de estar invitado a la más íntima comunión de amor
con el Verbo eterno de Dios. Y
concluyo tal como comencé, dando la palabra a Bernardo, el abad de Claraval.
Toda alma, aunque esté cargada de pecados,
presa en las redes de los vicios, acechada por la seducción, cautiva en el
exilio, encarcelada en el cuerpo, pegada al fango, hundida en el barro, retenida
en los miembros, atada a las preocupaciones, dispersa por el trabajo, oprimida
por los miedos, afligida por el dolor, errante tras el error, inquieta por la
angustia, desazonada por las sospechas y extrajera en tierra hostil (...); esa
alma, repito, puede volverse sobre sí misma, a pesar de hallarse tan condenada
y desesperada, y no sólo se aliviará con la esperanza del perdón y de la
misericordia, sino que también podrá aspirar tranquila a las bodas del Verbo.
No temerá iniciar una alianza de comunión con Dios, no sentirá pudor
alguno para llevar el yugo del amor a una con el Rey de los ángeles.
¿A qué no podrá aspirar con seguridad ante él si se contempla
embellecida con su imagen y luminosa con su semejanza?
¿Porqué puede temer a la majestad, si su origen le infunde confianza?
Lo único que debe hacer es procurar conservar la nobleza de su condición con
la honestidad de vida. Es más,
esfuércese por embellecer y hermosear con el digno adorno de sus costumbres y
afectos la gloria celestial impresa en ella por sus orígenes (SC 83:1).