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SISTEMAS DE PARTIDOS

 

I.  Concepto

 

Se entiende por sistema de partidos el conjunto de partidos en un determinado Estado y los elementos que caracterizan su estructura: cantidad de partidos, las relaciones entre sí, tanto respecto a la magnitud de ellos como a sus fuerzas relacionales y en tercer lugar, las ubicaciones respectivas, ideológicas y estratégicas, como elementos para determinar las formas de interacción; las relaciones con el medio circundante, con la base social y el sistema político. Conforme a esta definición, el análisis del sistema de partidos se concentra principalmente en tres ámbitos: su génesis, su estructura y su función o capacidad funcional. Se trata de explicar la configuración de los diferentes sistemas de partidos desde una óptica genética, desde factores institucionales y de otra índole que influyen en ella, y desde criterios de conformidad de los sistemas de partidos con objetivos principales, como por ej. resolver problemas de gobernabilidad, de consolidación de la democracia o problemas de políticas públicas, p. ej. problemas sociales. La complejidad del fenómeno de los partidos políticos condujo al desarrollo de esquemas y tipologías cada vez más sofisticadas con el fin de facilitar el acceso a esta realidad.

 

II. Tipología de los sistemas de partidos

 

Los primeros intentos de determinación de los factores influyentes o incluso causantes de los sistemas de partidos se centraron en la cantidad de partidos (sistema de partido único, bipartidismo, multipartidismo) como explanandum y enfatizaron el rol del sistema electoral en la formación del formato partidista (Duverger 1957). Así, se vinculó el bipartidismo con el sistema de pluralidad (inglesa), mientras que el pluripartidismo fue visto como efecto de la representación proporcional (véase “sistemas electorales”). Siguiendo esta línea reduccionista de análisis se ha afirmado que existe una conexión entre fragmentación (multipartidismo) y polarización, lo que ha llevado a determinar los efectos de los sistemas de partidos en el sentido que el multipartidismo polarizado contribuye a la crisis y la inestabilidad del sistema democrático (Sartori 1966).

 

Posteriormente se sustituyó el criterio de la cantidad de partidos por elementos cualitativos. La Palombara/Weiner (1966) propusieron una clasificación según el criterio de competitividad (competitivo vs. no‑competitivo), tomando en cuenta también la diferenciación entre ideológica y pragmática. Ambos autores distinguieron los sistemas competitivos en cuatro subtipos: 1. alternante‑ideológico; 2. alternante‑pragmático; 3. hegemónico‑ideológico; y 4. hegemónico‑ pragmático.

 

Sartori (1976), por su parte, combinó la tipología numérica con criterios de competición e interacción entre los partidos políticos tomando en cuenta también el aspecto dinámico, la posible transformación de un determinado sistema de partido en otro. De este modo, los formatos partidistas se insertan a lo largo de un continuo que comprende (con los ejemplos que daba Sartori; actualizados): 1. el sistema de partido único (la Ex-Unión Soviética); 2. el sistema de partido hegemónico (México, antes de las reformas de los años 90); 3. el sistema de partido predominante (India en tiempos de las mayorías absolutas del Congress Party, Japón en los suyos del Partido Democrático-Liberal); 4. el bipartidismo (Estados Unidos, Gran Bretaña); 5. el pluralismo moderado (Países Bajos, Suiza, Bélgica, República Federal de Alemania) y 6. el pluralismo polarizado (Chile hasta 1973, Italia hasta 1993, Finlandia). Más allá de estos tipos existe una situación de atomización de partidos políticos.

 

En la actualidad, la tipología de Sartori es la más utilizada. Se ha recogido, sobre todo por su distinción entre un pluralismo moderado (con competencia centrípeta) y un multipartidismo extremo y polarizado (con competencia centrífuga). En sentido estricto, el pluralismo moderado representa a una propiedad de un sistema político de la cual depende decisivamente el buen funcionamiento de las instituciones, independientemente del tipo de sistema político (parlamentario o presidencial). Por otra parte, las propias investigaciones de Sartori (junto con Sani 1984) han demostrado que fragmentación y polarización son fenómenos distintos que no aparecen necesariamente en forma simultánea. La distancia ideológica entre los partidos políticos puede ser mayor en un bipartidismo que en un multipartidismo, de modo que el grado de fragmentación no es predictivo para la viabilidad o capacidad funcional de un sistema de partidos.

 

La relación es compleja y susceptible de un estudio individualizado: Suiza es un buen ejemplo de fragmentación con moderación. Reducir el grado de fragmentación de un sistema de partidos puede aumentar la polarización política, como demuestra el caso de Chile en la época de Allende (Nohlen 1987).

 

De todos modos, la tipología más detallada de Sartori que ha tenido mayor difusión junto con una revisión de las relaciones entre los elementos cualitativos (fragmentación y polarización) constituye un marco analítico útil para la comprensión de la estructura de los sistemas de partidos y sus transformaciones, por ejemplo, del multipartidismo moderado a uno polarizado y viceversa. Por un lado, la teoría de Sartori es una revisión crítica de Duverger; por otro lado, trata de renovar y vigorizar la teoría de Duverger en el supuesto que los sistemas electorales son los elementos de mayor relieve para estructurar y transformar los sistemas de partidos (Sartori 1986). No escapa, entonces, al determinismo institucionalista.

 

Un esquema de explicación sociológica de la configuración de los sistemas de partidos fue desarrollado por Lipset y Rokkan (1967). Estos autores en un intento de reconstruir la evolución de los sistemas de partidos en Europa establecieron cuatro tipos de fracturas socio-políticas o cleavages como resultados del proceso de construcción del Estado nacional y de industrialización. Los cuatro cleavages son: 1. fractura entre el centro y la periferia; 2. fractura entre el Estado y la Iglesia; 3. fractura entre los propietarios de la tierra y sectores comerciales‑empresariales; y 4. fractura entre propietarios de los medios de producción y prestadores de mano de obra. Lipset y Rokkan detectaron en primer lugar “que la élite, en su época, tenía varias posibilidades (choices) para formar coaliciones; en segundo término, que los contrastes decisivos entre los distintos sistemas (de partidos) emergieron antes del ingreso de los partidos a la clase obrera en la arena política, y el carácter de estos partidos de masas fue notablemente influido por la constelación de ideologías, de movimientos y de organizaciones con los cuales debían encontrarse en la contienda” (p. 35); en tercer lugar que la coalición concluida en el momento mismo de la primera movilización del grupo social fue, por regla general, permanente; y por último que los sistemas de partidos políticos, resultantes de la estructura socio política de cada país, adquirieron un carácter persistente. Es bien conocida la tesis de Lipset/Rokkan respecto a un congelamiento (freezing) de los sistemas de partidos en Europa Occidental después de haberse terminado la fase de movilización política. No obstante la aparición reciente de un nuevo cleavage (el ecológico) y de un nuevo tipo de partido político (los Verdes) que escapan de la capacidad explicativa del enfoque sociológico de los dos autores, la teoría genética de los sistemas de partidos goza de gran atractivo: corresponde a generalizaciones fundadas empíricamente, sugiere el análisis pormenorizado de cada caso particular y es muy útil para comparaciones. En la temática de los partidos sería muy sugestivo el intento de vincular en el análisis los enfoques politológicos y sociológicos. El sistema de partidos, es decir, su estructura y su relación con la sociedad, no se puede explicar recurriendo sólo a un factor, argumentando en forma lineal y determinística. La presencia de varios factores de diversa índole en su formación y evolución se verifica en un sinnúmero de estudios ya disponibles en torno al desarrollo de los sistemas de partidos en los países industrializados.

 

III.    Sistemas de partidos políticos en América Latina

 

El estudio de los sistemas de partidos en América Latina es –como el de los partidos políticos, su organización y base social y electoral– un campo de investigación no muy desarrollado. Sólo disponemos de una pequeña cantidad de estudios monográficos y casi de ningún estudio comparativo. Los escritos llamados comparativos en su gran mayoría son compilaciones que juntan estudios país por país. Salvo pocas excepciones (Sartori 1976, Nohlen 1981), en los tratados generales no se toman en cuenta los casos latinoamericanos. Tampoco sabemos mucho acerca de la utilidad de los conceptos y esquemas teóricos elaborados en base a la experiencia europea para explicar la estructura y evolución de los sistemas de partidos en América Latina. Esta carencia se refiere sobre todo a los factores genéticos de los sistemas de partidos, a su relación con la base social y con el sistema político.

 

Por otra parte, hay mucho ideologismo en lo que se sostiene en el discurso político sobre la relación entre partidos políticos y clases o sectores sociales. Y sólo recientemente a partir de la redemocratización los politólogos latinoamericanos están dando importancia a la relación entre sistemas de partidos y sistema político en el contexto de una preocupación por mejorar la gobernabilidad y consolidar la democracia. La pregunta es si hay viabilidad para la democracia representativa con una determinada estructura del sistema de partidos, de determinadas formas de interacción de los partidos políticos, de determinados patrones de comportamiento de las élites políticas y de los intereses sociales a través de sus organizaciones, etc.

 

La tipología de Sartori ofrece, a primera vista, el mejor acceso a una visión general de los sistemas de partidos en América Latina. A través de la historia de la región, se pueden encontrar todos los tipos de sistemas de partidos, desde el unipartidismo (Cuba), pasando por el tipo hegemónico (México antes de las reformas de los años 90, Nicaragua en los años 80), el bipartidismo (Uruguay hasta 1971, Colombia, Costa Rica), el multipartidismo moderado (Venezuela en los años 70, Ecuador, Perú durante los años 80), hasta el multipartidismo polarizado (Bolivia hasta 1985, El Salvador, Chile 1970‑1973).

 

Sin embargo surgen algunas preguntas. ¿Ha sido realmente bipartidista el sistema uruguayo? Primero: ¿no ha existido cierta hegemonía de los Colorados a lo largo de la historia uruguaya? Y segundo: ¿no es que la bifurcación a nivel de los lemas esconde la fragmentación real, dada la inmensa cantidad de sus lemas y listas? Al otro lado del continuo, no es cierto que en Chile el multipartidismo haya perdido su carácter de moderado al reducirse la fragmentación? Justamente con el dualismo político que significó el término del multipartidismo, la polarización llegó a un grado incompatible con la prevalencia de la democracia en los años 70. En cuanto a los tipos intermedios, la clasificación de los países depende mucho de la importancia que se otorgue a los criterios de cantidad de los partidos por un lado y moderación/polarización por el otro. Se subestima generalmente la última variable, menos cuantificable pero probablemente la más significativa en relación a la gobernabilidad de un sistema político, independientemente de su tipo presidencial o parlamentario.

 

Más allá de estas variables, hay realidades que a pesar de encajar de alguna manera en la tipología propuesta, tienen características especiales que parecen ser tanto o más importantes que las que aparecen en la tipología. Nos referimos por ejemplo, al caso de Colombia (bipartidismo rotativo con representación preacordada del 50% de escaños para cada uno, independientemente de sus respectivos apoyos electorales durante la vigencia del Frente Nacional 1958‑1986) y al caso de Argentina (bipartidismo inviable entre peronismo y radicalismo, un “tripartidismo” con los militares como tercer partido anterior a los años 80).

 

Otro elemento específico de los sistemas de partidos en América Latina es su frecuente y discontinua variación en el tiempo, o sea su falta de institucionalización. Los factores que influyen en este fenómeno son numerosos, entre ellos se destacan el ciclo democracia autoritarismodemocracia, el marcado presidencialismo, la mayor volatilidad de los votos, las reubicaciones ideológicas-programáticas y el desencanto o la frustración ciudadana respecto a las gestiones de gobierno. Aún cuando hubiera cierta constancia en el sistema de partidos, ésta parece más aparente que real, pues bajo su superficie tienen lugar cambios sustanciales.

 

A partir de la redemocratización de los años 80, se puede observar una significativa tendencia hacia una estructura bipolar de la competencia en los sistemas de partidos de América Latina. Por un lado, hay muchos más casos de bipartidismo de lo que comúnmente se cree. Tomando como base empírica las últimas elecciones parlamentarias del siglo XX, el porcentaje de escaños que lograron adjudicarse los dos partidos más grandes fue del 100% en Paraguay, el 95,3% en Honduras, el 93,2% en Colombia, el 89,5% en Costa Rica, el 88,6% en la República Dominicana, el 88,5% en Guatemala. Por otro lado, donde no baja la cantidad de partidos a nivel del Parlamento en la misma forma y no se producen por lo tanto porcentajes de concentración tan altos en los dos partidos mayores, la bipolaridad se manifiesta en la formación de dos polos pluripartidistas del sistema de partidos, como en el caso de Chile y de Nicaragua, o de un polo unipartidista y otro pluripartidista como en el caso de Argentina. Incluso en sistemas de pluralismo moderado como el de Bolivia a partir de 1985, la competencia política adquiere características bipolares debido a la formación de pactos o coaliciones de gobierno en función de la toma de decisión acerca de la elección presidencial por el Congreso y la de mejorar la gobernabilidad.

 

Esta tendencia a la bipolaridad facilita la formación de mayorías parlamentarias en apoyo al presidente, siempre que la disciplina interna de los partidos o de los polos pluripartidistas lo permitan. Es importante no confundir esta tendencia con bipolarización o simplemente polarización, concepto que expresa una agudización de conflictos ideológicos. La señalada tendencia está acompañada precisamente de un mayor pragmatismo y un menor grado de polarización ideológica entre los partidos en competencia que se manifiesta en programas electorales bastante similares y la competencia con base en la cuestión de quién puede implementar mejor estas políticas.

 

Es importante señalar que la capacidad de los partidos políticos de conquistar una mayoría absoluta en el Parlamento no se restringe a estas situaciones bipolares, como demuestran los casos de Panamá y Perú. En este último caso, el régimen de Fujimori procura su mayoría, mientras que la oposición sigue atomizada. Se observan asimismo tendencias contrarias debido a cambios históricos como el de Uruguay y México, donde se han fortalecido sistemas de partidos tripolares. Sólo en el tercer intento, un presidente electo en Uruguay pudo formar una coalición para tener una mayoría institucional. Otro caso contrario a la tendencia general es el de Venezuela, donde se ha pasado de un bipartidismo a nivel del Parlamento hacia una situación de extrema volatilidad (en 1998: 166 partidos postulantes, 16 partidos con representación parlamentaria).

 

Vale llamar la atención finalmente a la crítica profunda a los partidos políticos existente en América Latina. Este fenómeno muy influido por los medios de comunicación no es objeto de estudio aquí, pero impide la mayor institucionalización del sistema de partidos, puede incluso motivar su destrucción como en el caso de Venezuela, y afectar su buen funcionamiento, independientemente de su estructura.

 

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Dieter NOHLEN