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PROGRAMAS POLÍTICOS

 

 

Las organizaciones políticas tienen un papel protagónico en la praxis social debido a que toda su actividad gira en torno a los asuntos de interés general, materializándose así su presencia política. Al respecto, cabe señalar que la forma fundamental en que se pone de manifiesto la razón de ser de la acción política, es en la propia finalidad que persigue.

 

La finalidad en cuanto concepción, precede a la actividad. Es decir que el objeto es trascendente: aparece como causa, porque genera la acción; aparece como medio, porque promueve las funciones específicas de la acción; y se presenta como efecto, en tanto deviene como resultado de la acción. En consecuencia, la finalidad es vista en sus tres momentos: causa, medio y término.

 

La caracterización precedente indica que el objeto de toda actividad debe hallarse con base en tres factores: primero, los factores que promueven la actividad, es decir quién o quiénes y por qué se deciden a crear la materia de empresa; segundo, los factores mecánicos y orgánicos que desarrollan la actividad, es decir, la forma en que está organizada ésta y; tercero, los factores del ámbito de realización de la acción, esto es, circunscribir el lugar y el momento en que se realiza la actividad.

 

El campo de realización de estos elementos no puede ser otro que el Estado y la sociedad. En efecto, todas las organizaciones políticas surgen y existen teniendo como presupuesto su intervención en la vida política, por tanto sus fines están dirigidos a dar solución a los problemas del Estado y de la sociedad. De ahí que no haya organización política cuya existencia y funcionamiento no esté orientada hacia la conquista del poder público; esto se pone de manifiesto tan pronto se observa la forma como cada organización política encara e interpreta los problemas de su medio, la forma como plantea y fundamenta la solución a esos problemas y la manera en que ésta es acogida por la población.

 

Esta labor de intervención de las organizaciones políticas da lugar, primero, a una tarea ya sea de toma de posición ideológica, o en todo caso de develamiento del estado de conciencia de los ciudadanos. Segundo, a la formulación racional y sistematizada de esas aspiraciones y posiciones. Es entonces cuando nos encontramos frente a lo que se denomina programa político.

 

El programa político representa el compendio de objetivos o fines específicos que se propone realizar la organización política al asumir el gobierno, o que exige que se realice a quienes ejercen el gobierno. El programa constituye, entonces, la base de acción que unifica a los miembros de una organización política en sus aspiraciones fundamentales; que son heterogéneas por la diversidad de demandas, pero, a su vez, con una forma homogénea relativa al carácter político de los distintos planteamientos.

 

Ahora bien, se entiende que un programa político sin una sólida fundamentación teórico-práctica que la sustente, tendría una escasa acogida por parte de la sociedad; porque, como ya se ha señalado, un programa político está dirigido fundamentalmente a la población y, en consecuencia, es ésta la llamada a pronunciarse sobre su valor, ya sea afirmativa o negativamente en el acto electoral. Así, las organizaciones políticas cumplen un rol activo a través de la interpretación e incorporación de las demandas e intereses de la población en las promesas de campaña electoral, que son expresión de las ofertas de su programa político.

 

De otro lado, los programas políticos en tanto exposición escueta y fría de los hechos a ejecutarse, no tienen la fuerza suficiente para imponerse por sí en la conciencia cívica de los hombres; en la medida que los ciudadanos se inclinan generalmente en razón de los fundamentos que respaldan a un programa, en atención a las fuentes que determinan su convencimiento, y con base en las normas y principios que forman la conciencia.

 

 No obstante en la actual crisis socio-política (crisis de las ideologías y de los partidos políticos), un programa político no se muestra ya como fuente de decisión y creencias, sino como simple pauta de orientación, en vista de que las campañas electorales se basan en el “marketing político”. En nuestros días, éste se ha tornado en sinónimo de primacía de la imagen, al ponderarse lo visual sobre lo inteligible, trayendo como consecuencia que el electorado se limite a un ver sin entender, anulando los conceptos y atrofiando su capacidad de comprensión y decisión electoral.

 

En ese sentido, la personalización de los procesos electorales contemporáneos se pone de manifiesto, en la importancia que adquieren los rostros en la “política en imágenes”, pues ésta se fundamenta en la exhibición de candidatos subordinando los programas y el debate políticos. La televisión condiciona fuertemente la campaña electoral, ya sea en la elección de los candidatos, bien en su modo de plantear la batalla electoral o en la forma de ayudar a ganar al vencedor; de ahí que un “marketing político” mal planteado haga que las elecciones se transformen en un espectáculo en el que lo relevante es el espectáculo mismo, y no la información de los programas políticos en su esencia, quedando ésta como un residuo en el proceso de formación de la voluntad ciudadana, debido a que los ciudadanos creen en lo que se ve en la pantalla y que aparece como lo real y verdadero.

 

 Sin embargo, un “marketing político” bien llevado debe partir de la definición de los objetivos y los programas políticos para poder influir adecuadamente en el comportamiento del ciudadano, respetando en todo momento las reglas generales de: a) coherencia (cada decisión debe correlacionarse con las otras), b) examen sistemático de las campañas anteriores (redefinición que excluya la repetición), c) diferenciación mínima (opciones que diferencien al candidato por lo menos en un punto específico), y d) máxima seguridad (no plantear una estrategia que pueda poner en peligro al candidato).

 

Sólo de esta manera se podrá evitar que los ciudadanos se conviertan en un objeto más de la publicidad política que se genera, asegurando así que como electores con derecho a ser informados pluralistamente, puedan elegir de manera racional y libre el mejor programa político que se presente.

 

Bibliografía:

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Bobbio, Norberto y Nicola Matteucci: Diccionario de Política. Tomo I, Siglo Veintiuno Editores, México D.F, 1985.

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De Esteban, Jorge y otros: El proceso electoral, la razón de las elecciones, estructura del proceso electoral, los sistemas electorales comparados, el caso español, entre la ley de reforma política y la ley electoral: Análisis del referéndum de 1976, Editorial Politeia, Madrid, 1977.

Maarek, Philippe: Marketing Político y Comunicación, Paidós Ibérica S.A., Barcelona, 1997.

Sartori, Giovanni: Homo Videns. La Sociedad Teledirigida. Taurus, Buenos Aires, 1998.

Solazabal Echeverría, Juan: Una Visión Institucional del Proceso Electoral. En: Revista Española de Derecho Constitucional, N° 39. Madrid, setiembre-diciembre 1993.

 

César Rodrigo LANDA ARROYO