CUARESMA

ESCRUTINIOS

 

1. REDDITIO

En la antigua Iglesia, la solemnidad litúrgica de hoy estaba muy particularmente dedicada a los neófitos. A la reiterada traditio de las semanas anteriores respondían ellos hoy con su redditio, o sea, la profesión, el devolver a la Iglesia lo que de ella han ido recibiendo en concepto de enseñanza. Este sagrado depósito de doctrina los catecúmenos tenían que conservarlo escrito y guardado en su corazón, evitando así toda profanación de cosa tan sagrada. Hoy, no obstante, lo exteriorizaban por vez primera y con toda solemnidad ante la asamblea de los fieles reunidos, los cuales estaban ya iniciados en los sagrados arcanos.

Los catecúmenos hacían así profesión de una nueva ley de vida que debía formar y modelar en adelante su nueva existencia de cristianos, fundada en el Bautismo. Se encuentran en el umbral de esta nueva vida divina, les falta muy poco para el Bautismo, y están dispuestos a saltar las fronteras para comenzar, más allá del límite puesto por el pecado y salvado por la cruz de Cristo, a vivir de esta nueva vida según la ley de Dios. (...) Y esta ley de Dios, que estaba escrita en sus corazones, les viene repetida en la epístola, tomada del Levítico y que hacía resonar al oído de su corazón el trueno del Sinaí, haciendo que penetrase en lo más íntimo de su ser. En esta lectura lo que impresiona no son tanto los preceptos en sí como el testimonio que Dios da de sí mismo por seis veces, subrayando cada vez las órdenes que da: Ego Dominus!, Ego Dominus Deus vester!, "¡Yo, Yo soy Yahvé, vuestro Dios!" (Lv 19, 2. 12. 14. 16. 18. 25.). Es la poderosa expresión de la unicidad de Dios y de sus reivindicaciones absolutas. Ahora se erige en todo su poder, para volver a tomar posesión de una nueva parte de la vida, de una porción mayor de la creación, obra de sus manos, pero arrancada a El por el pecado. Como en la traditio del miércoles de la tercera semana de Cuaresma, arde y resuena otra vez el temor de Dios en los corazones de aquellos que están franqueando el paso.

EMILIANA LOHR
EL AÑO DEL SEÑOR. EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962,  Pág. 424 ss.

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2. TRADITIO: MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

¡Cierra tu puerta! Con estas palabras concluía el comentario a la Misa de ayer. Hoy, ya desde el amanecer, oímos la antífona del Benedictus de laudes que nos exhorta, hablando el mismo Cristo por boca de su Iglesia: "¡Oíd y comprended la tradición!" (Mt 15, 10). Esto confiere al día de hoy un programa radicalmente distinto del de ayer. Hoy se nos habla de una traditio, una tradición o, por mejor traducirlo, una entrega. Pues "tradere" -de trans y dare-, es transmitir, desasirse de algo de modo que vaya a parar por completo a manos del que lo recibe. Así, el tradere de hoy parece en la mayor contradicción con el claudere de ayer y, sin embargo, ambos son un mandato del Señor, una ley que da a su iglesia: "¡Claude, cierra!".. "¡Trade, entrega!".

De hecho, empero, no implica contradicción alguna. Claude significa que cierre la puerta para que no entren los infieles, los impíos, los blasfemos; "no déis las cosas santas a los perros y no echéis a los puercos vuestras perlas" (Mt 7, 6). Mientras que trade significa que entregue a sus hijos, los que ella misma ha recibido del Señor: "Yo he recibido del Señor lo que os transmito" (1Co/11/23), dice el Apóstol.

Ya los cultos mistéricos de los gentiles conocían tales claudere y tradere. Se cerraban para preservarse de los no iniciados en el misterio, y no tan sólo cerraban las puertas de sus templos, sino incluso las de su corazón, esto es, los labios. Por otra parte, sólo se abrían estas puertas a los iniciados para entregarles y transmitirles los secretos de su arcano y sus prácticas. Los iniciados, en nuestra santa Iglesia católica son los bautizados. A ellos es a quienes se transmite lo que la Iglesia ha recibido de Dios por medio de Jesucristo, esto es, la Sagrada Escritura, la tradición oral de la fe, los Sacramentos y los misterios de la santa misa. En la antigüedad, la Iglesia era tan severa y rigurosa en el claude, que a los fieles no se les iniciaba en los misterios más profundos hasta después del Bautismo; a los catecúmenos sólo se les instruía en la fe y en las Escrituras.

Tal instrucción fue el origen de la traditio solemne que se verificaba en la Cuaresma. Actualmente apenas si podemos hacernos cargo de lo que era aquella traditio, porque hoy cualquier persona puede entrar libremente en una librería y adquirir un catecismo u otros libros sobre el dogma, obras litúrgicas o las más variadas ediciones de la biblia. Puede también, tanto si es creyente como incrédulo, lo mismo si está bautizado que si no lo está, enterarse cuanto guste sobre la fe y la liturgia de la Iglesia. Por eso ha sido que los fieles pierden con tanta facilidad el sentido de aquello que es "totalmente aparte", de lo que la revelación tiene de único en su género y de celestial. Los que no creen, estudian en un plano de igualdad todas las religiones y filosofías, comparando así aquella religión, la nuestra, que no admite comparación con nada.

No hay que olvidar que la religión cristiana es revelación, comunicación viva y personal de lo que en Dios está oculto eternamente, hecha mediante su Hijo encarnado. Es la revelación que un Dios personal hace de sí mismo y como tal no es comunicación de una doctrina ni de un sistema filosófico, sino de vida, la vida interna de Dios; en una palabra, es una "generación". Ya las antiguas escuelas filosóficas y la misma Academia de Platón entreveían algo de este engendrar en virtud de la palabra; el auténtico maestro, por la palabra de su doctrina se engendra un hijo en su discípulo, le comunica algo de su propia vida. En un sentido mucho más propio ya, en las religiones de misterios existía un mistagogo o iniciador de los postulantes, el cual era considerado como una verdadero padre de los iniciados... Todos estos anhelos de verdad se vieron colmados en Cristo. Cristo es, en efecto, la Palabra viviente, el Verbo del Padre por el cual han sido hechas todas las cosas. Por esta razón, cada una de las palabras que pronunciaron sus labios humanos, tiene fuerza de creación y generación. "Las palabras que yo os he hablado, dice, son espíritu y vida" (Jn 6,, 64). Y Pedro confiesa poco después, cuando ya comenzaba a ser iniciado: "Tú tienes palabras de vida (Jn 6, 69), y hemos creído y confesamos que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios" (Jn 6, 70). Aquí está la clave de todo: Cristo, su Persona, es la Palabra de Dios, es el Verbo por el que Dios se comunica, se da a los hombres, se abandona a ellos, se les trasmite en virtud de su amor infinito y sin importarle nada en qué venga a parar esta entrega. Toda la tradición cristiana depende de esta primera y única traditio, de este ponerse Dios en manos de los hombres por medio de Cristo. La tradición cristiana es comunicación de vida, es un engendrar por parte de Dios, lo mismo que era "palabra de Dios" (1 Jn 1, 1) aquella tradición primera, aquel primer mensaje de Cristo.

En la primera epístola de San Juan hallamos la incomparable expresión de lo que es la tradición cristiana en el pleno sentido de la palabra, de lo que tendría que ser: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que han palpado nuestras manos referente al Verbo de vida -pues la Vida se ha manifestado y nosotros lo hemos podido contemplar y ahora damos testimonio y os anunciamos esta Vida eterna que estaba en el Padre y se manifestó-, todo lo que hemos, pues, contemplado y oído, os la anunciamos a fin de que estéis en comunión con nosotros y la comunión de todos sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 1-3). Debemos tener siempre presente este fragmento de San Juan, si queremos llegar a comprender el carácter de la liturgia de hoy. Hoy se tenía el primer escrutinio de los catecúmenos; era empezar la transmisión de la fe a los que iban a ser bautizados. Ocho días después, en el solemne escrutinio del miércoles que sigue al domingo Lactare, esta traditio alcanzaba su punto culminante con la entrega solemne de los Evangelios, la profesión de fe y el Padrenuestro.

Pero todo esto no recibía el sello definitivo hasta la noche pascual, en la que se verificaba la iniciación en los santos misterios: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. La traditio era entonces ya llegada a su término, pues comprendía los dos elementos: la enseñanza y el sacramento. Su principio, sin embargo, había sido en la enseñanza; en esto la Iglesia siguió el ejemplo del Señor. Cristo había dado al mundo, en primer lugar, el Evangelio, un Evangelio vivo y personal, El mismo. No fue sino al fin de su vida cuando, la noche antes de su pasión, transmitió a los doce apóstoles el misterio de su sacrificio eterno.

Así pues, la Iglesia primero enseñaba a los recién convertidos la fe y la oración cristiana, la vida y el proceder cristiano y, una vez probada su fidelidad y constancia en estas cosas de menor importancia, les confiaba lo más capital, los iniciaba en los misterios y les infundía, al hacerlos cristianos, la fuerza necesaria para perseverar en la fe hasta el martirio y la muerte.

La traditio iba, por consiguiente, por grados y los escrutinios no eran sino días de examen, para ver hasta que punto la traditio iba pasando a ser vida y cosa propia en los nuevos fieles. Eran como escalones en el "camino de la vida" (Sal 15, 10; comunión), que terminaba en la noche de Pascua, en la fuente vital del Bautismo.

La Iglesia tenía interés en que los recién convertidos comprendiesen de esta suerte la instrucción que precedía al Bautismo. Por eso, hoy, en el primer escrutinio, les exhorta: "¡Oíd y comprended la tradición!" Entendedla, comprendedla como palabra de vida divina que cae en vosotros cual semilla y engendra un primer germen de vida celestial, la cual va a nacer del todo en el seno maternal de las aguas bautismales. El íntimo convencimiento de que cada palabra de santa tradición es vida divina y engendradora de esta vida, se expresa paladinamente en todos los cánticos de la Misa. Los salmos del introito, del ofertorio y de la comunión son claras acciones de gracias por la misericordia de Dios, que con amor vivificador, Pneuma y Verbo, Espíritu y Palabra de Dios, toca al difunto y lo vuelve a la vida. "Pero yo -habla el salmista en contraposición a los adoradores de los ídolos- esperaré en Dios, me gozaré en sus misericordias y me alegraré. ¡Señor, Tú has visto mi humildad!" (Sal 30, 7-8; introito), "¡Haz que sean conmigo tus misericordias! Pues tu compasión es llena de amor" (Sal 108, 21; ofertorio). "Me has mostrado el camino de la vida, ¡tu rostro me colmará de alegría!" (Sal 15, 10; comunión).

En cambio, la epístola y el gradual que la siguen, aparecen con un carácter totalmente diverso (Ex 20, 12-24 y Sal 6, 3-4). Antes se leía en este lugar la lección de Ezequiel del miércoles próximo.

Esta lección parece mucho más adecuada. Sin embargo, la lección de hoy, tomada del Éxodo, tiene su sentido, y muy profundo, encuadrada dentro del marco de la Misa presente. Precisamente debido a dicha lección, el mensaje de vida de la Misa de hoy adquiere un acento mucho más penetrante. Habla también de la tradición, de la gran tradición del Antiguo Testamento, es decir, de la entrega de los diez mandamientos en el Sinaí. Esta entrega es la que el Señor, en el Evangelio, recuerda a los fariseos. Les dice: "Oíd y comprended lo que os ha sido dado" (Mt 15, 1-20).

Esta tradición también fue un comienzo de vida. Así lo juzga la Iglesia hoy cuando lee dichas palabras. Los mandamientos del Sinaí iban a ser el inicio de la revelación de Dios; el "temor de Dios" (Ex 20, 20; epístola), primero debía caer en "almas y oídos incircuncisos" (Hch 7, 51) y hacerlos así capaces de recibir la revelación cristiana, más elevada, de la misericordia y del amor divino.

Igual que la humanidad entera, pues, todo hombre que deja el paganismo y se convierte del servicio de los dioses y del pecado, tiene que prepararse lentamente para la recepción de la altísima tradición cristiana. De aquí que no carezca de importancia el recuerdo de la entrega de los mandamientos del Antiguo Testamento; sí, era importante para aquellos que optaban a la iniciación en los misterios de la religión cristiana. Porque tan sólo el que ya está iniciado en los mandamientos de Dios, puede recibir la iniciación en los divinos misterios; es la misteriosa conjunción de temor y amor, de moral y mística, de vida y mandamientos, conjunción que la Iglesia no cesa de indicarnos, muy en especial en este tiempo de Cuaresma.

El "temor de Dios" abre "la senda de la vida". "Si quieres tener la vida eterna, guarda los mandamientos"(Ritual Romano; Bautismo de Adultos), dice la Iglesia hoy a los neófitos. Únicamente por el cumplimiento de los mandamientos se llega a las cimas de la santa tradición, donde reina el amor como exclusivo mandamiento. Referente a eso canta la Iglesia: "Tus mandamientos no tiene limite alguno" (Sal 118, 96). Este único y gran mandamiento, que el Hijo recibe del corazón del Padre, en la ciencia y felicidad mutuas de la intimidad divina, representa hoy para la Iglesia la cumbre de la perfección, la suma de toda su tradición, el "camino de la vida", que anuncia entusiásticamente el salmo de la comunión por el que "los corazones corren con inefable dulzura" (Regla de S. Benito. Prólogo); es el camino de Cristo, por el que Él sube todos los días, a la vista de su Iglesia, en la presencia real del misterio de su muerte y resurrección.

Es el camino que hace El recorrer a la Iglesia a una consigo, asociada místicamente a su sacrificio, por la obediencia hasta la muerte, hasta llegar a la vida divina con el Padre. El sentido de la Misa de los escrutinios, en la Iglesia de hoy día, no es otro que el de volvernos a poner sobre este camino, recomendándonos el "temor de Dios", cuando el pecado nos había desviado de él. Esto quiere inculcarnos hoy la Iglesia, ahora que ya no tiene catecúmenos que instruir. Notemos, además, que la epístola de hoy, en la que aparentemente no domina nada más que el temor de Dios y en la que no se adivina sino tan sólo un inicio de la "tradición" y del camino de la vida, con todo, alude discretamente a las cimas místicas a las que dicho camino apunta. En efecto, dícese en ella: "Levantaréis un altar de tierra, sobre el cual me vais a ofrecer holocaustos y hostias pacíficas" (Ex/20/24; epístola).

Esta frase profética la comprendían los catecúmenos cuando la tradición que hoy comenzaba recibía su punto final en la noche pascual con la iniciación en los misterios. Reconocían, y también hoy nosotros, que la plenitud de todos los mandamientos y el término de la ley se encuentra en Cristo. Cristo, sobre un "altar de tierra", o sea, sobre su cuerpo humano, ha ofrecido a Dios el holocausto de la obediencia perfecta, dándose sin reservas al Padre, llevado de su amor. Y lo ha hecho para reconciliarnos con el Padre, cosa que nosotros no habríamos podido jamás conseguir. Por tanto, para quien recibe, lleno del temor de Dios, la santa tradición, este inicio le implica ya el término: el misterio.

EMILIANA LOHR
EL AÑO DEL SEÑOR. EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962,  Pág. 330 ss.

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3. TRADITIO

-Las "tradiciones"

Durante la celebración de estos domingos y de las semanas de Cuaresma, la Iglesia organizará progresivamente lo que se denominó "tradición del símbolo, tradición del Padrenuestro, tradición de los evangelios". Se trataba de celebraciones en las que se instruía a los catecúmenos acerca del credo, del Padrenuestro y de los evangelios, leyéndoles los textos y comentándoselos. El actual ritual de adultos ha recogido este uso simplificándolo. Es interesante dar aquí los textos de estas celebraciones antiguas.

-Tradición del símbolo

"Aquí empieza la introducción al Símbolo a intención de los "elegidos". Antes de recitar el Símbolo, hacer la presente exposición: Queridos hijos, vais a recibir los signos sacramentales del bautismo y a ser regenerados como nuevas criaturas del Espíritu Santo. Acoged de todo corazón la fe que os va a justificar, vosotros que creéis. Transformada el alma por una verdadera conversión, acercaos a Dios que ilumina nuestras almas. Recibid el sacramento del Símbolo evangélico. Está inspirado por el Señor e instituido por los Apóstoles. Son unas fórmulas breves, pero contienen grandes misterios. Porque el Espíritu Santo, que es quien las inspiró a los Jefes de la Iglesia en un lenguaje así y con esa concisión, ha establecido esta carta de la fe que nos salva. Y así, lo que debéis creer y profesar siempre, no podrá ni escapar a vuestra inteligencia ni abrumar vuestra memoria. Aplicad, pues, vuestro espíritu al estudio de este Símbolo, y esto que os transmitimos tal como nosotros lo recibimos, inscribidlo no en cualquier materia corruptible sino en las páginas de vuestro corazón. Este es el motivo por el que la confesión de fe que habéis recibido empieza con este exordio.

Cuando un ayudante, que ha puesto la mano sobre la cabeza del catecúmeno, termina de cantar el símbolo, el sacerdote prosigue: Este es el resumen de nuestra fe, queridos hijos, éstas las fórmulas del Símbolo. No son fruto del lenguaje de la sabiduría humana, sino que están dispuestas según una doctrina infalible. Que no haya nadie incapaz, que nadie sea inepto para entenderlas y guardarlas. Allí se declara el igual poder de Dios Padre y de Dios Hijo. Se atestigua que el Hijo único de Dios nació, según la carne, de la Virgen María y del Espíritu Santo. Se proclama su crucifixión, su sepultura y su resurrección al tercer día. Se reconoce que subió a los cielos y que está sentado a la derecha de la majestad del Padre. Se anuncia que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Se admite que el Espíritu Santo es inseparable en la misma divinidad que el Padre y el Hijo. Se enseña, en fin, la convocatoria que hace la Iglesia, la remisión de los pecados y la resurrección de la carne.

Y así, queridos míos, del viejo hombre que erais, veos ahora recreados en hombre nuevo; de carnales, en espirituales; de terrestres, en celestes. Con fe firme y segura creed que la resurrección realizada en Cristo ha de cumplirse también en todos nosotros y que acaecerá a todo el cuerpo lo que ha acontecido ya en la cabeza. En efecto, el sacramente del bautismo que vais a recibir prefigura esta esperanza. Porque en él se celebra una muerte y una resurrección. Se despoja uno del hombre viejo para revestirse del nuevo. Es un pecador el que entra en el agua, un justificado el que sale de ella. Se rechaza al que nos condujo a la muerte, se recibe a quien nos ha restablecido en la vida, aquel cuya gracia os concede ser hijos de Dios, dados a la luz no por voluntad del hombre, sino engendrados por el poder del Espíritu Santo. Este es el motivo por el que debéis aficionaros a esta plenitud expresada de forma tan concisa. Así podréis en todo tiempo utilizar el apoyo de esta confesión. Porque el poder de tales armas es siempre invencible, útil para el buen servicio de Cristo contra todas las astucias del enemigo. Que el demonio, que no cesa de tentar al hombre, os encuentre siempre defendidos por este Símbolo. De esta forma, después de haber vencido al adversario al que renunciáis, protegidos por el mismo a quien confesáis, conservaréis hasta el fin, intacta y sin mancha, la gracia del Señor. Y así, en aquel de quien recibís el perdón de vuestros pecados, poseeréis la gloria de la resurrección.

Queridos míos, ya conocéis este Símbolo de la fe católica que acaba de ser proclamado ante vosotros. Ahora id, mantened la enseñanza que habéis recibido, sin cambiarla en una sola palabra. Porque poderosa es la misericordia del Señor; que ella guíe vuestra carrera hacia la fe bautismal. Y a nosotros, que os transmitimos los misterios, que nos haga llegar con vosotros al Reino del Cielo. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. (_Sacr-Gel. pp 48-51, nn. 310-316).

-Tradición del Padrenuestro:PATER

"Introducción a la oración del Señor. El diácono dirige una monición a los elegidos, como más arriba. Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, entre otras instrucciones salvadoras, dejó a sus discípulos que le preguntaban cómo debían orar, esta fórmula de oración que la presente lectura acaba de haceros conocer mejor. Escuchad ahora con amor cómo enseña a sus discípulos a orar a Dios Padre Todopoderoso: "En cuanto a ti, cuando ores retírate a tu habitación y a puerta cerrada ora a tu Padre". La palabra habitación que usa, no designa un lugar escondido, sino que recuerda que los secretos de nuestro corazón no son accesibles más que a él ss1o. Adorar a Dios a puerta cerrada significa cerrar nuestro corazón como con una llave; hablar a Dios con boca cerrada, hacerlo con un alma pura. Nuestro Dios presta atención a la fe, no a las palabras. Que con la llave de la fe nuestro corazón quede, pues, cerrado a las traiciones del enemigo y abierto a Dios solo, del que sabe cada uno que es templo; así, el que habita en nuestros corazones nos asistirá él mismo en nuestras oraciones. Cristo nuestro Señor, Palabra de Dios y Sabiduría de Dios nos enseñó, pues, esta oración para orarla de esa manera.

Después de ésto, el sacerdote comenta el Padrenuestro:

Padre nuestro que estás en los cielos. Es este un grito de libertad, lleno de confianza. Por lo tanto, según estas palabras, tenéis que llevar una vida tal que podáis ser hijos de Dios y hermanos de Cristo. En efecto, ¿con qué temeridad se permite llamar a Dios Padre suyo el que se aparta de su voluntad? Por eso, queridos míos, mostraos dignos de la adopción divina, porque está escrito: "A cuantos creyeron en el, les dio el poder de ser hijos de Dios".

Santificado sea tu nombre. Esto no significa que Dios sea santificado por nuestras oraciones, el que es siempre santo. Sino que pedimos que su nombre sea santificado en nosotros para que, santificados en su bautismo, perseveremos en lo que hemos empezado a ser.

Que venga tu reino. En efecto, ¿cuándo no reina infinitamente nuestro Dios, cuyo reino es inmortal? Pero cuando decimos: "Que venga tu reino" es nuestro reino el que pedimos que venga, reino prometido por Dios, adquirido por la sangre y la pasión de Cristo.

Hágase tu voluntad. Es decir, que se cumpla tu voluntad en esto: que lo que tú quieres en el cielo podamos nosotros, habitantes de la tierra, cumplirlo de forma irreprochable.

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Debemos aquí entenderlo del alimento espiritual. Cristo, efectivamente, es nuestro pan, él que ha dicho: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo". Lo llamamos de cada día porque debemos pedir siempre ser preservados del pecado para ser dignos de los alimentos del cielo.

Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Con este precepto se nos indica que no podemos merecer el perdón de nuestros pecados si primero no perdonamos a los que nos han ofendido. Como dice el Señor en el Evangelio: "Si vosotros no perdonáis sus pecados a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras faltas".

Y no nos dejes caer en tentación. Es decir, no permitas que seamos inducidos a ella por el tentador, el autor de la corrupción. La Escritura dice, en efecto: "Dios no induce al mal". Es el diablo el que es tentador; y para triunfar de él ha dicho d Señor: "Velad y orad para no caer en la tentación".

Mas líbranos del mal. Dice esto por la palabra del Apóstol: "Vosotros no sabéis lo que es necesario pedir en vuestras oraciones". Tenemos que orar al único Dios Todopoderoso de tal forma que él se digne concedernos en su misericordia combatir todo aquello de lo que la debilidad humana no tiene la fuerza de guardarse ni de apartarse. El, Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Dios, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Del mismo modo, el diácono proclama: Permaneced en orden y en silencio. Escuchad atentamente: Habéis oído, queridos, los santos misterios de la oración del Señor. Ahora vais a marcharos; renovadlos en vuestros corazones a fin de que, perfectos en Cristo, podáis solicitar y obtener la misericordia de Dios. El Señor nuestro Dios tiene el poder de llevaros, a vosotros que corréis hacia la fe, hasta el baño del agua de la regeneración, y de hacernos llegar al reino del cielo a nosotros que os hemos transmitido el misterio de la fe católica. El, que vive y reina con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos" (Sacr. Gel., pp. 5l-53, nn. 319-328).

El ritual actual propone unas lecturas; cada tradición acaba con dos oraciones:


Al final de la tradición del símbolo:

Señor, invocamos tu constante benevolencia,
tú que eres fuente de luz y de verdad
en favor de tus siervos NN.
Purifícalos y santifícalos; concédeles el verdadero conocimiento,
una esperanza sin desfallecimientos
y una doctrina santa
para que sean dignos de acercarse
a la gracia del bautismo.

Si queremos recordar el tema de las dos lecturas de la misa -renovación mediante el agua bautismal para quien sigue los mandatos del Señor-, si nos tomamos la molestia de volver a leer el evangelio, y particularmente el final de la perícopa, quedaremos sorprendidos de la unidad que existe entre esta misa y la Tradición del Símbolo. El final del evangelio es particularmente sugestivo; encontrando al ciego de nacimiento a quien él había curado y que había sido expulsado de la Sinagoga, Jesús le dice: "¿Tú crees en el Hijo del hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Le has visto, el que está hablando contigo, ése es. El entonces dijo: Creo, Señor". (Jn. 9, 35-38).

Se habrá notado el interrogatorio de Cristo y su afirmación: "Le has visto". Evidentemente, hay correspondencia entre la misa y el escrutinio de la "apertura" de los sentidos a la luz. Jesús había dicho al principio de este evangelio: "Yo soy la luz del mundo" (Jn. 9, 5) (7). Los catecúmenos ven despuntar esta luz y se encaminan hacia la plena iluminación.

La Tradición de la Oración dominical parece haber tenido lugar el sábado de la 4ª semana de Cuaresma. Las lecturas de este sábado llevan a esta conclusión. El nuevo ritual del bautismo de adultos ha recogido el uso de esta tradición del Padrenuestro adaptándola a nuestros tiempos. Hay una liturgia de la Palabra que precede al ritual de la "tradición" misma del Padrenuestro. Después, el diácono lee el evangelio de San Mateo (6,9-13) en el que Cristo enseña el Padrenuestro. Viene a continuación una homilía que explica la importancia y el significado de esta oración. Se concluye con una oración precedida de una monición:


Dios todopoderoso y eterno,
que fecundas incesantemente a tu Iglesia
con una generación nueva
aumenta la fe y el conocimiento de nuestros elegidos:
que, renacidos en las fuentes bautismales,
sean asociados al número de tus hijos de adopción
(Sacr. GEL., p. 66, nº 409).

-Tradición de los evangelios

 

Es una tradición más tardía que se hacía como sigue en la época del sacramentario Gelasiano: "Aquí comienza la exposición de los Evangelios a los elegidos para la apertura de los oídos.

Se acercan primero, viniendo de la Sacristía, cuatro diáconos llevando los cuatro Evangelios. Les preceden dos ciriales y dos turiferarios. Dejan los evangelios sobre los cuatro ángulos del altar. Antes de la lectura, hecha por uno de los diáconos, el sacerdote la prepara así: Queridos hijos, en el momento de abriros los Evangelios, es decir, la gesta divina, es preciso que os comuniquemos sucesivamente lo que es el Evangelio, de dónde viene, de quién son las palabras que en ellos se encuentran, por qué son cuatro los que han referido estos hechos y quiénes son esos cuatro que designó el Espíritu Santo, según lo había anunciado el profeta. Sin una exposición doctrinal, podría ocurrir que dejáramos alguna extrañeza en vuestros espíritus; y puesto que habéis venido para "abrir los oídos", no conviene que vuestro entendimiento quede embotado.

Evangelio, en sentido propio, quiere decir "buena noticia", es decir, la noticia de Jesucristo nuestro Señor. "Evangelio" viene de que éste anuncia y revela la venida en la carne de aquel que hablaba por los profetas, según está escrito: "Yo que hablaba, heme aquí". En el momento de explicar brevemente lo que es el Evangelio y cuáles son los cuatro que el profeta presentó antaño, asignemos su respectivo nombre a cada uno de los símbolos. El profeta Ezequiel dice, en efecto: "En cuanto a la forma de sus caras, era una cara de Hombre, y los cuatro tenían cara de León a la derecha, y los cuatro tenían cara de Toro y cara de Águila a su izquierda" (Ez. 1,10). Sin duda alguna, son los cuatro Evangelistas quienes tienen estas figuras. En cuanto a los nombres de los que escribieron los Evangelios, son: Mateo, Marcos, Lucas, Juan.

Un diácono proclama: Permaneced en silencio y escuchad con atención. Comienza entonces la lectura del principio del Evangelio según Mateo hasta: "Porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Terminada la lectura, el sacerdote la comenta en estos términos: Queridos hijos, para no entreteneros ya mucho tiempo, expliquemos para vosotros cuál es el porqué de la figura que cada uno lleva y por qué Mateo tiene la figura de Hombre. Es porque al principio de su libro no trata de otra cosa más que del nacimiento del Salvador en el desarrollo de su genealogía. Comienza, en efecto, así: "Genealogía de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham". Ya lo véis, no es sin razón el que se le atribuya el personaje del hombre, ya que es el nacimiento de un hombre lo que él cuenta al principio. Y no falta razón, como hemos dicho, en que se atribuya este símbolo a la persona de Mateo. Igualmente otro diácono proclama como antes: Permaneced en silencio y escuchad con atención. Lee entonces el comienzo del Evangelio según Marcos hasta: "Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo'. Y prosigue el sacerdote en estos términos: Marcos, el evangelista que lleva la figura de León, empieza por el desierto, diciendo: "Voz del que clama en el desierto". porque allí reina invencible. Encontramos múltiples ejemplos de este León, por eso esta profecía no está vacía de sentido: "Judá, Hijo mío, cachorro de León; has crecido para mí desde tu nacimiento, duerme como un león, como un pequeño león, ¿quién le hará alzar?".

Un diácono hace la misma proclamación que anteriormente. Lee el principio del Evangelio según Lucas hasta: "Preparar al Señor un pueblo perfecto". Y el sacerdote prosigue en estos términos: Lucas el evangelista lleva los rasgos del Toro, a imagen del cual fue inmolado nuestro Salvador. Al querer referir el evangelio de Cristo, Lucas ha empezado por la historia de Zacarías y de Isabel que dieron a luz a Juan Bautista en su extrema vejez. A Lucas se le compara con el Toro porque pueden verse en él dos cuernos, los dos Testamentos, y, como en estado naciente, jóvenes y vigorosas, cuatro pezuñas, los cuatro evangelios.

Un diácono hace la misma proclamación que antes. Lee el principio del Evangelio según Juan hasta: "Lleno de gracia y de verdad". Prosigue el sacerdote en estos términos: En cuanto a Juan, se parece al Águila en que busca las grandes alturas. Dice, en efecto: "Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios". David dice de la persona de Cristo: "Tu juventud se renovará como la del Águila". Se trata de la juventud de Jesucristo nuestro Señor que, resucitando de entre los muertos, sube a los cielos. Por eso, después de haberos concebido, la Iglesia que os lleva en su seno se alegra de que la celebración de su culto se oriente hacia nuevos derroteros en la condición del cristiano. Que podáis así, cuando llegue el santo día de Pascua, renaciendo mediante el baño del bautismo, recibir, como todos los santos de Cristo nuestro Señor, el don incorruptible de la filiación. El, que vive y reina por los siglos de los siglos" (Sacr. Gel., pp. 46- 48, nn. 299-309).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980, pág. 120-127

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4. ESCRUTINIOS:

Los últimos retoques desde el Vaticano II

El Vaticano Il ha devuelto a la Cuaresma sus dimensiones.

Fuera de la reconciliación de los penitentes del Jueves Santo, le ha restituido, al menos en el Ciclo A, las lecturas y el eucologio de los cinco domingos de Cuaresma tal como los conocíamos en su antigua celebración y se le ha unido, lo mismo que en el pasado, la preparación catecumenal.

La Iglesia nunca pensó que la preparación sólo intelectual y religiosa o doctrinal de sus catecúmenos pudiera bastar. Los esfuerzos de éstos por impregnarse en la enseñanza que recibían y por observar la ley moral no constituían aún más que una preparación imperfecta. Evidentemente es Dios mismo quien progresivamente debía preparar a los candidatos penetrándolos de su gracia. Los exorcismos sobre ellos practicados no tienen otra significación. Indudablemente su formulación va ligada de una manera a veces demasiado dramática a la expulsión del demonio. Pero sería erróneo considerar como centro único del exorcismo la expulsión del demonio; se trata de su fase negativa y no hace sino hacer sitio a la luz de la fe. Estas celebraciones de exorcismos se denominaban "escrutinios", que no hay que confundir con una especie de interrogatorio acerca de la idoneidad doctrinal o moral de los candidatos. El ritual pre-bautismal de los escrutinios arrastra una teología importante que en buena parte se ha recuperado en el nuevo ritual del bautismo de adultos.

Hasta el comienzo del siglo VI se celebraban en Roma tres escrutinios dominicales que se escalonaban desde el 3.° al 5.° domingo de Cuaresma. Los cinco primeros domingos se habían organizado con vistas sobre todo al catecumenado, sin olvidar la revisión de vida para todos los cristianos. El 1er. domingo, que tenía como evangelio el de la Tentación de Cristo, estaba dedicado a la inscripción del nombre. El candidato se inscribía para la preparación catecumenal. Seguían a esta inscripción tres años de catecumenado antes de la preparación inmediata a los escrutinios de los tres domingos. Cuando, más adelante, el candidato formaba parte de una familia cristiana, sobre todo si era niño, la inscripción del nombre era, de hecho, la inscripción para la preparación al bautismo inmediato en la Noche de Pascua, que seguía a los escrutinios de los tres domingos y del sábado santo por la mañana. Puede preguntarse por qué, después de la inscripción hecha el primer domingo, no comenzaban los escrutinios inmediatamente el segundo domingo. La respuesta es sencilla. La celebración de las Cuatro Témporas se introdujo en la 1ª. semana de Cuaresma. Ahora bien, el sábado de las Cuatro Témporas, que llevaba en la celebración de la Palabra 6 Profecías, una lectura del Apóstol y el Evangelio, se celebraba en la noche del sábado al domingo. Esto viene indicado en los antiguos sacramentarios con la nota: "Dominica vacat~. En consecuencia, se trasladó al 3er. domingo el 1er. escrutinio, la primera sesión de exorcismos.

Tales exorcismos no estaban unidos a la celebración de la liturgia de la Palabra. No sólo las lecturas y las oraciones iban elegidas en función de los catecúmenos; en el interior mismo de la Oración Eucarística eran recomendados al Señor en el Hanc igitur oblationem, mientras que sus padrinos y madrinas lo eran en el Memento de los vivos.

Desde el siglo V se celebraba además la Tradición del Símbolo de la Fe. Se explicaba cada artículo y el futuro bautizado tenía que recitarlo en la celebración que se denominaba "Redditio symboli". Posteriormente, a esta "tradición" se añadió otra, la del Pater, explicado también petición por petición; y al final del siglo Vl, la de los Evangelios: cuatro diáconos empezaban la lectura seguida de un breve comentario.

El sacramentario Gelasiano, en las fórmulas de sus celebraciones de escrutinios deja ver claramente que se trata ya, las más de las veces, de bautismo de niños. Cuando esta situación se generalizó, los tres escrutinios dominicales se trasladaron a la semana y arrastraron consigo su eucologio y lecturas. Los domingos, dejados así vacíos, recibieron parcialmente las lecturas evangélicas de los días de feria ocupados en lo sucesivo por los antiguos escrutinios dominicales. Se eligieron epístolas que correspondieran al 3.°, 4.° y 5.° domingo así transformados. De esta forma se comprende cómo la fisonomía de Cuaresma se transformó claramente; fue la que hemos conocido hasta la reciente reforma del Vaticano II. "Por una especie de compensación", como los niños no eran capaces de corresponder por sí mismos activamente a lo que se realizaba en ellos, se vinieron a multiplicar los escrutinios: se doblaron y se llegó así al número de 6 escrutinios, sin contar el del sábado santo por la mañana. Progresivamente estos escrutinios vinieron a ser autónomos en relación a las misas cuaresmales. El Ordo XI testimonia ya el abandono de la estrecha solidaridad que existía entre los escrutinios y los formularios de la misa.

Hay que añadir aún una palabra acerca de la suerte del evangelio de San Juan durante la Cuaresma. Buen número de exegetas lo consideran escrito con vistas a una catequesis bautismal. Se utilizó ampliamente durante la Cuaresma, sobre todo a partir del 3er. domingo. La tradición romana nunca perdió esta tradición y la actual reforma la ha conservado celosamente.

Dado que se restablecía la liturgia de los escrutinios dominicales con vistas al bautismo de adultos, y puesto que la sucesión de lecturas para ellos previstas constituye de hecho una excelente catequesis del misterio pascual, se ha confeccionado el Ciclo A con las lecturas antiguamente utilizadas para estos domingos de Cuaresma. Este Ciclo A es obligatorio en las iglesias en que hay catecúmenos, aunque puede utilizarse cada año en las demás iglesias. Para cuando son presentados los catecúmenos, se han restituido igualmente las oraciones dichas a su intención y a la de sus padrinos y madrinas, según hemos indicado más arriba. Se ha querido, no obstante, proveer a la Cuaresma de otros dos Ciclos B y C. Son, sin duda, menos pastorales y están peor logrados; han acaparado además textos que hubieran podido útilmente figurar en las lecturas de semana, a menudo peor escogidas porque faltaba material.

(...)La Cuaresma empezaba el 1er. domingo; sólo tardíamente se adjudicó su comienzo al Miércoles de Ceniza, reservado primeramente a los penitentes públicos que serían reconciliados el Jueves Santo por la mañana.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980, pág. 70-72