ALGUNAS MANERAS DE ROBAR, HOY
Arturo GARCÍA LUCIO
Sacerdote diocesano
Director del Secretariado Social Diocesano
San Sebastián
Prenotandos
Desde la redacción de la Revista Sal Terrae me piden elaborar un catálogo actualizado
de las diversas maneras de robar hoy, a imitación del que realizó Antonio Montero en 1955
1.
La mayoría de la gente tiende a fijarse en los comportamientos de personas concretas y
a contrastarlos con las leyes vigentes para determinar si existe robo o no. No será ésa la
orientación de mi reflexión, ya que encierra varias limitaciones que hay que superar: a)
considerar los hechos como aislados del contexto estructural en que se producen y de las
instituciones que los condicionan (estructuras de pecado, asumidas oficialmente como tales
en la reflexión moral por Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis, no. 16 y 36); b) fijarse
únicamente en los actos y no en las actitudes que los motivan y donde está la raíz última de
la moralidad; c) quedarse en la mera visión jurídica, pensando que es la que mejor traduce
la regla de moralidad... En aras de la brevedad no desarrollo ninguno de estos puntos
sistemáticamente.
La cuestión de cuándo hay «robo», aparte de su determinación jurídico-penal 2,
depende de la visión ética que se tenga sobre la vida social y sus instituciones,
particularmente en lo que se refiere a la justicia y la propiedad. Por otra parte, en este
artículo nos limitaremos al aspecto material, sin abordar otras formas más subjetivas de
robo (al estilo de «robar» la esperanza, o las ilusiones...), pero no por ello menos
importantes en sus repercusiones individuales o sociales.
Aceptar que los seres humanos tienen derecho a la propiedad no significa que ésta sea
un derecho a la posesión ilimitada de bienes, sobre todo si ello va en detrimento de las
otras personas. El concepto de propiedad varía de unas épocas y culturas a otras 3,
variación que modificará también el contenido concreto de la noción de robo.
No quiero detenerme ahora sobre las formas y métodos de adquirir jurídicamente una
propiedad (ocupación, trabajo, herencia...), ni sobre el respeto de dicha propiedad (que es
tanto el derecho de no quitar al que tiene, como el de dar a los que no tienen al menos el
mínimo histórico imprescindible para asegurarles una vida digna), pues alargaría
innecesariamente el tema. Además, hay que tener presente que a veces la legalidad
vigente puede estar encubriendo y aun fomentando inmoralidades que es preciso denunciar
desde la ética.
Desde ella debemos plantearnos la licitud de algunas leyes concretas que, favoreciendo
a determinados grupos sociales (prioritariamente los poderosos), empujan a otros a los
márgenes de la sociedad. Si la ley engendra o tolera la discriminación de personas,
debemos cuestionar la moralidad de dicha ley. Quizá no haya fuerza legal suficiente para
abolirla, pero sí se podrá hacer la denuncia profética de su orientación discriminadora, de
su alejamiento objetivo de las prioridades axiológicas de una buena sociedad humana. No
debemos olvidar que detrás de todos los análisis existen personas, rostros concretos que
sufren sus consecuencias.
Estamos inmersos en sociedades donde «reina» el neoliberalismo, una concepción de
la vida humana en la que los individuos aislados deben gozar de plena libertad y donde la
«economía» adquiere el rango de valor final absoluto: con una racionalidad que descubre
las «leyes» de su actividad y las independiza de cualquier otra norma. El individuo,
siguiendo los dictados de su propio interés económico (conseguir el máximo beneficio),
inserta su actividad en un supuesto «orden natural» económico, hecho de competencia
insolidaria y de intercambio de intereses particulares, donde una «mano invisible»
(reguladora neutra del mercado) sería expresión de la providencia divina. Sin embargo, esta
concepción legitimadora del egoísmo encierra una gran falacia, justificadora de un
desorden real, y la metáfora es inapropiada para expresar el funcionamiento real del
sistema, ya que dentro de éste se da una grave injusticia: el agravamiento de la
desigualdad social, tanto dentro de cada país como internacionalmente. Al bien común no
se le sirve mejor buscando cada cual su propio interés privado, pues ello significa dar carta
de naturaleza a la violencia individual y social.
¿Qué tiene que ver este espíritu del capitalismo con una concepción cristiana de la
persona y de la sociedad? Más bien, creo que están en oposición radical. Basta con que
recordemos ciertos textos evangélicos o paulinos (a manera de ejemplo, podemos leer I Tm
6,6-10).
Cierto es que los tiempos han cambiado y que actualmente vivimos en unas sociedades
más dinámicas y con muchas más posibilidades de generar y poseer bienes; pero
inmediatamente surgen las preguntas acerca de la orientación global de la existencia
personal y de la realidad de miseria y explotación de la mayoría de la humanidad para que
un sector minoritario —al que pertenecemos— pueda vivir mucho mejor.
LADRÓN/QUIÉN-ES: Diciendo las cosas claramente, ladrón es, entre otras cosas, quien
se enriquece y engorda con la pobreza, el paro, la indigencia... de otros; más aún, el no-dar
es ya una injusticia cuando hay pobres carentes de lo necesario; el no compartir es un robo
al pobre. Ésta es una postura que mantiene la reflexión cristiana desde sus inicios hasta la
actualidad 4.
En nuestros días, y desde una mentalidad individualista y pragmática, esta visión de las
cosas se considera propia de una sociedad anclada en una economía estática y de
subsistencia, inservible para el dinamismo funcional generador de riqueza. Y así no se
tendrá en cuenta o se aceptará como mal menor, la contaminación ambiental que arruina la
salud de las personas, la degradación de la naturaleza, el agotamiento de recursos
naturales no renovables... Comportamientos así pueden ser valorados como robo de la
riqueza de una comunidad con vistas a un enriquecimiento particular; y a quienes se
enriquecen destruyendo esos bienes comunes, desposeyendo a sus legítimos titulares, no
debemos dudar en darles el calificativo de ladrones.
Lo cierto es que el origen de un buen número de estas acciones solemos verlo en la
actitud egoísta e irresponsable del productor, distribuidor o vendedor individual. Es común
afirmar que alguien «se hace el tonto» o «se pasa de listo» para medrar a cuenta del
vecino. La filosofía popular habla de «dar gato por liebre», «hacer el agosto» (aunque sea
en pleno invierno) o «hacer una chapuza a precio de profesional»... como expresiones de
esa actitud irresponsable o asocial del individuo o colectivo que realiza un fraude. Sin
embargo, hay causas institucionales (sobre todo la mentalidad económica neo-liberal) que
producen o, al menos, fomentan esos frandes y que cuentan con el «visto bueno» la
desidia o el descontrol de la Administración.
Algunas maneras de robar
Paso directamente a esbozar algunas formas actuales (otras aparecen en el resto de los
artículos de este número), no aceptables desde la ética, de adquirir el dominio sobre
bienes. Digo «no aceptables desde la etica» porque algunas de ellas no están
contempladas o penalizadas jurídicamente, bien porque el título jurídico de propiedad y de
dominio no garantiza de por sí la licitud moral de la apropiación, o incluso porque en
determinadas ocasiones son motivo de admiración y envidia por parte de algunas personas
cuyo ideal de vida gira en torno al hecho de disponer de mucho dinero o del poder con el
que se consigue el dinero.
No todas las actitudes y acciones tienen la misma importancia, y sería injusto
considerarlas todas ellas como expresión de un mismo deseo de avaricia o egoísmo. No
voy a fijarme en aquellos casos que son comportamientos con una incidencia social mínima,
aunque estén bastante extendidos (la típica picaresca), y de los que ya se habla
suficientemente en los medios de comunicación. No acepto eso de «si tú estuvieras en su
lugar, harías lo mismo». porque depende de la conciencia personal de cada cual. Más bien
me intereso por esas operaciones de gran alcance, promovidas por intereses particulares
en perjuicio de terceros y del conjunto de la sociedad, de las que no se suele hablar
socialmente más que cuando han sobrepasado con creces los límites legales. Tampoco voy
a detenerme, por suficientemente conocidos, en los grandes escándalos de los últimos
años —con aditamentos politico-partidistas (Juan Guerra, Naseiro, Filesa, Roldán,
tragaperras...) o principalmente económicos (M. Conde, M. Rubio, J. de la Rosa, P.
Salanueva, Ibercorp, C. Mestre...), algunos de los cuales (el caso del aceite de la colza, por
ejemplo) han tenido como consecuencia más grave la pérdida de miles de vidas humanas.
1. Desde los presupuestos económicos liberales
- Hablar y defender a ultranza el «mercado libre», pero desde posiciones dominantes,
sobre todo respecto de aquellos productos indispensables para la vida o la producción, a
los que se va a poner el precio que interese, sabiendo que quienes más lo defienden son
los más fuertes en ese contexto y pueden imponer sus condiciones leoninas a los que
necesitan sus productos. Muchos son los ámbitos en que se da esta situación, pero merece
la pena destacar, por su generalidad, el comportamiento de las instituciones financieras
cuando, por ejemplo, fijan intereses abusivos a los «descubiertos» (han llegado a superar
el 20%, aunque ahora ya se les ha puesto un límite menor) en comparación con la
retribución que dan a esa misma cuenta (no llega al 1%). También en el ámbito del
neoliberalismo se dice que hay que «flexibilizar y evitar rigideces», aplicando esta razón al
mundo del trabajo (contratos laborales temporales, facilidad de despido...) y del gasto social
(disminución de subsidios laborales, congelación de pensiones...), pero sin actuar con el
mismo criterio con respecto a las rigideces que provienen de la acumulación capitalista en
empresas transnacionales o en monopolios bancarios, pues, aunque existan bastantes, los
más grandes y fuertes coordinan su comportamiento.
- Utilizar los sentimientos o los graves problemas como coartada psicológica para
beneficios particulares. Así, por ejemplo, el empresariado neoliberal no tiene el empleo
como un objetivo principal de su actuación, utilizándolo continuamente de comodín, sin
embargo, para fundamentar las medidas más reaccionarias 5. La amenaza del paro sirve de
coartada para justificar que los salarios reales se incrementen muy poco o nada, lo cual
lleva a aumentar unos beneficios que no servirán para crear más empleo, sino a veces para
reducirlo. Es decir, embolsarse los beneficios resultantes de la disminución relativa del
costo del trabajo, sin preocuparse de restituirlos en forma de nuevos puestos de trabajo.
Este mismo argumento se utiliza también para abogar por el desmantelamiento del sistema
público de protección social, favoreciendo al gran capital.
- Descargar sobre el conjunto de la población los costes de producción (control y
depuración de residuos tóxicos o contaminantes...) que debieran ser asumidos por las
empresas concretas (los «costes sociales»), pero que, al ser pagados por todos, les
proporcionan un beneficio extra. Mayor importancia tienen las consecuencias de la politica
de reconversión, en la que, utilizando la presión de su tamaño e incidencia social, se han
gastado del dinero de todos cerca de 2 billones de pesetas para paliar la «crisis» bancaria
(no obtener suficiente beneficio,) posibilitando su concentración y obteniendo así
excedentes de más del 15C% del capital desembolsado.
- Campañas publicitarias engañosas que, al incitar compulsivamente al consumo del
producto, permiten poner un precio desproporcionado a su coste de producción. Productos,
por otra parte, que, pasado el primer furor, se abandonan, porque realmente no interesan.
- En esta situación de crisis económica se buscan salidas aumentando la inversión
(privada y pública), lo cual requiere ahorro; pero ¿quién se apropia de lo ahorrado'? Gran
parte de la capitalización de grandes y medianas empresas se ha realizado por medio de
transferencias de recursos públicos que provienen, en su gran mayoría, del ahorro forzoso
del sector popular.
2. Comportamiento de diferentes agentes económicos
* Volcarse en una economía de tipo especulativo, donde cada uno está ocupado en sus
intereses particulares de enriquecimiento, aunque ello ponga en crisis a los demás. Si
especulando se obtienen más ingresos monetarios que produciendo, es fácil caer en lo
primero, sin que importe llevar a la quiebra el tejido industrial y la posibilidad de vida digna
para muchos. Los ejemplos de esta realidad los tenemos muy cercanos y en distintos
modelos. Hay un artículo en este número dedicado a su análisis. Señalo simplemente
algunos por su importancia, sin emitir juicio ético alguno sobre sus personas: a) el
especulador monetario estadounidense Voros y su capacidad de generar el desequilibrio
del sistema monetario internacional, amenazando sobre todo el sistema monetario europeo
y dificultando la unión monetaria europea; b) el intermediario financiero japonés Yasuo
Hamanaka, que ha causado a la empresa para la que trabaja, la Sumitomo Corporation, a
través de la especulación internacional del cobre, unas pérdidas de 230.000 millones de
pesetas; c) por no hablar de los ejemplos más «nuestros» y tan sutilmente «confusos»
como Mario Conde, Mariano Rubio, Javier de la Rosa... y otros más. La sociedad, tal como
se refleja en los medios de comunicación social, es muy permisiva para quien especula y
gana, al que incluso se llega a admirar durante el tiempo que dura su auge.
- El Estado ve necesario (o se le presiona para ello) asegurar al empresario unas
expectativas consolidadas de beneficio suficiente, de manera que se estimule su interés por
invertir. Este crecimiento de la tasa de beneficio se logra por el aumento de los ingresos
(ventas, subvenciones y exenciones fiscales) y, sobre todo, recortando los gastos,
principalmente los de la mano de obra (salarios y cotizaciones sociales). Los empresarios
se apropian de unos excedentes obtenidos en su mayoría por el sacrificio en el nivel de
vida de capas muy numerosas de la población y que, según la ética cristiana, no les
corresponden en su totalidad, sino que deben distribuirse entre todos los que han
contribuido a generarlos (los trabajadores, los usuarios y la Administración). Se hace
ineludible revisar los ordenamientos jurídicos para determinar la licitud de los «beneficios»
desproporcionados al servicio prestado, de las «fortunas» construidas sobre la nada, de la
«autofinanciación» de inversiones con un capital logrado por el ahorro forzoso de los
trabajadores, a los que se pagaba unos salarios bajísimos...
- Las centrales sindicales u otros grupos de presión de los asalariados, sobre todo en la
medida en que el no ejercicio de sus profesiones paraliza una parte importante de la vida
económica o social (pilotos de las líneas aéreas, maquinistas de RENFE, médicos, notarios,
interventores oficiales de cuentas...). Aprovechándose de esa circunstancia, conseguirán
que las leyes les adjudiquen unos ingresos muy superiores a lo lícitamente admisible.
- La especulación del suelo o el cambio de calificación de terrenos, presionando a los
ayuntamientos con el fin de obtener plusvalías, aunque ello signifique, en connivencia con
los intereses de algunos promotores de viviendas, que éstas tengan un precio elevadisimo
que imposibilita a mucha gente tener un hogar digno, o que la hipoteca para muchos años.
Llama la atención el hecho de que la casi totalidad de las nuevas grandes fortunas
provengan o tengan algo que ver con el negocio inmobiliario.
- En el campo de las profesiones liberales colegiadas, el abuso de honorarios por ciertas
tareas (certificaciones, permisos...) que obligatoriamente hay que realizar en lugares
determinados (colegios profesionales), sin que en verdad añadan nada necesario.
- En el ámbito de la sanidad, el comportamiento de ciertos profesionales, por ejemplo
médicos, que recetan aquellos productos de los que obtienen mayor comisión por parte del
fabricante («tarugo», en su jerga), o que recomiendan innecesariamente consultas
particulares a otro doctor con el que están en relación y del que cobran parte de sus
honorarios («dicotonomía»).
- Los «hackers», o virtuosos de la informática, que utilizan sus conocimientos para
delinquir, amparándose en la falta de legislación. Su pasatiempo favorito consiste en
manipular las redes informáticas de los bancos y de las grandes instituciones, consiguiendo
información secreta que se vende a la competencia, o en modificar los asientos contables.
3. En lo referente al Sector Público
- El fraude a Hacienda, no pagando los impuestos que en justicia son debidos para que
pueda realizarse una mejor distribución de los bienes que, en principio, pertenecen a todos.
Se tiende a pensar que los impuestos no son más que la contribución de cada uno al
mantenimiento del aparato público; pero hay que convencerse de que la Administración
Pública (si realmente busca cumplir su misión principal) es uno de los medios mejores para
lograr una redistribución de la renta más justa. El Estado, a través de los impuestos (si es
que cumplen los mínimos éticos), no arrebata algo que pertenece al individuo, sino que,
además de atender los costos de los servicios encomendados, le detrae al ciudadano una
parte que no es suya, sino del necesitado.
- La misma Administración Pública, en cualquiera de sus niveles, cuando malgasta el
dinero recaudado o no da los servicios adecuados a las necesidades reales. Aquí, en la
mayoría de los casos, hay que hablar de la responsabilidad de los gestores públicos por no
sentirse urgidos a un buen uso de los recursos comunes. Su despilfarro tiene mucho que
ver con las grandes cifras que se manejan (miles de millones), donde unos cuantos millones
(que no son propios) no parece que signifiquen demasiado... Puede incluso darse el caso
de que algunos de ellos «se despisten», o que se busque sacar el mayor provecho
particular de su gestión por el cobro de comisiones como pago a la concesión de contratos,
etc. Ejemplo típico de esto, entre otros muchos, es lo sucedido con los dineros invertidos en
la Exposición Universal de Sevilla de 1992 (más de 140.000 millones de pesetas de los
fondos públicos), de los que muy pocos se han recuperado y sin que gran parte del gasto
tenga posibilidad de utilizarse.
- Ciertas reprivatizaciones de bienes públicos que, muchas veces, tienen su origen en
nacionalizaciones de empresas en quiebra, las cuales, después de invertirse mucho dinero
público en su saneamiento, se «venden» por cuatro perras a determinadas personas o
grupos, especuladores o gente más o menos rica que utilizan sus influencias para
enriquecerse aún más. Se cumple aquello de «socialización de pérdidas y privatización de
beneficios», sin que se tenga presente que el Estado no es más que el
gestor-administrador de los bienes que pertenecen al conjunto de ciudadanos, y que se
debe primar el interés general sobre los particulares a la hora de pensar en privatizar su
propiedad.
- La clase política debe examinar también la licitud de sus ingresos. Además de los
fraudes motivados por la financiación de los gastos millonarios de los propios partidos
políticos, los sujetos individuales tienen muchas posibilidades de utilizar el dinero común
para beneficio propio. Por poner un ejemplo concreto: cada uno de los 626 eurodiputados
puede unir a sus sueldos oficiales (que suponen cerca de 8 millones de pesetas anuales)
hasta 2.5 millones de pesetas al mes en concepto de gastos sin justificar, debido al
descontrol contable del Parlamento Europeo. No dudo de la existencia de eurodiputados
honrados y que no hacen un uso indebido de esos fondos (otros destinan este posible
sobresueldo al partido); pero los que no tienen escrúpulos (y se sabe de unos cuantos) se
quedan con ellos para aumentar sus ya abultados ingresos. ¡Y esto cuando se sigue
pidiendo a todos austeridad para hacer frente a la crisis económica! ¿Dónde está la
ejemplaridad social a la que están obligados? Cuando, a propuesta del grupo ecologista, se
votó en la eurocámara la obligación de justificar al menos los gastos de viaje, tal moción fue
derrotada abrumadoramente, votando en contra todos los eurodiputados españoles (64 en
total).
4. Y en relación con los más pobres del Tercer Mundo
- La rapiña sobre los países más pobres a través de un comercio internacional que
favorece a los países más ricos. Hay un dato histórico patente: la acumulación de capital en
Europa se realizo, en gran parte por la explotación de las riquezas coloniales. Desde
entonces se ha seguido dando esta dependencia, aunque transformándose según
cambiaban las circunstancias. Las mayorías populares de los países del Tercer Mundo han
visto sacrificadas sus oportunidades de progreso económico en favor de las oligarquías
internas y de los poderes del imperialismo económico de las empresas transnacionales. Es
cierto que las abismales diferencias en la calidad de vida entre distintos lugares de nuestro
mundo ha golpeado algunas conciencias de las sociedades ricas, generando sentimientos
de responsabilidad ante esa realidad y dando pie a diversas iniciativas (sobre todo
colectivas) que intentan reparar (restituir) en lo posible el desequilibrio existente con
aportaciones voluntarias de todo tipo e involucrando a los organismos oficiales para que, al
menos, cumplan los acuerdos a que se comprometieron internacionalmente (0,7% del PIB;
acuerdos de Lomé...), al mismo tiempo que denuncian los mecanismos generadores de
dicha situación.
- El comportamiento de las instituciones financieras con respecto a la deuda externa de
los paises del Tercer Mundo, cuyo pago, con creces, ha sido soportado casi
exclusivamente por la población más humilde, al mismo tiempo que crecían las
desigualdades económicas y sociales en dichas poblaciones.
Concluyendo: llamada a la responsabilidad personal
Ante esta cantidad de hechos cotidianos y otros más del ámbito económico, en que
parece que todo el mundo, por principio, busca su propio interés a costa de los demás,
existen personas que piensan que intentar mantener otros criterios de actuación es «hacer
el primo», y que hay que aprender a comportarse como los demás para no «salir
perdiendo».
Y, a primera vista, podemos pensar que están en lo cierto. ¿Qué significa ser honrado,
no defraudar al «bien social», cuando se sabe que basta con dar más o menos dinero,
apoyar a ciertas personas o grupos en el poder (aunque sean manifiestamente contrarios al
bien común) para obtener unos sustanciosos beneficios monetarios'?
Se impone la necesidad conjunta de regeneración ética y acción social para salir de una
visión tan negativa. Empezando por uno mismo, pues no podemos hacer una crítica social
coherente «mientras no podamos aclarar cómo estamos inmersos como individuos
'importantes' en las estructuras generales, esto es, cómo nos aprovechamos de ello y cómo
cooperamos y transmitimos las normas más íntimas y consideradas por nosotros como
obvias —por ejemplo, las normas de producción, del consumo, de la razón estatal—, aun
cuando privada y verbalmente las rechacemos. Una crítica social que no incluya estos
mecanismos de interiorización, que por tanto no descubra y formule el capitalista que hay
en nosotros, el centinela de los campos de concentración que hay en nosotros, sino que en
lugar de esto cree enemigos en proyecciones alienantes, la tengo por una mala
propaganda política y no por una interpretación politica del evangelio» 7.
Una realidad económica como la existente, con tan graves desequilibrios, hace más
necesario subrayar la importancia de la «función social» de la propiedad, es decir, sus
deberes sociales, preconizados en la enseñanza social de la Iglesia desde su primer
documento, aunque sea con un tono claramente paternalista según la mentalidad de la
época: «Todo el que ha recibido abundancia de bienes, sean éstos del cuerpo y externos,
sean del espíritu, Ios ha recibido para el perfeccionamiento propio y, al mismo tiempo,
para que, como ministro de la Providencia divina, los emplee en beneficio de los demás»
(Rerum Novarum, 16), o en las fórmulas más claras de Juan XXIII (Mater et Magistra,
120-121), del Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, 71) o de Juan Pablo II, que acuñó la
expresión «la propiedad privada está gravada por una hipoteca social».
SAL-TERRAE 1996, 7-8. Págs. 561-571
....................
1. Antonio MONTERO, Maneras de robar, PPC, Madrid 1955.
2. Jurídicamente hablando, Ios delitos contra la propiedad comprenden al menos diez tipos diferentes (estafas.
robos, hurtos, atracos, timos...). aunque, según el informe de la Secretaria de Estado de Interior, el «robo»
sea el mayoritario (en los últimos años, aproximadamente el 66%) de los cometidos en la vía pública, en los
establecimientos comerciales, bancos y cajas de ahorro, domicilios, descampados, farmacias, gasolineras,
estancos, taxis, locales de juego...
3. Véase cómo expone el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, 69-71 ) una visión de la propiedad que
entronca con la realidad moderna, pero no se olvida de los grandes principios evangélico-patrísticos.
4. Véase. por ejemplo, Ia homilía de san Basilio sobre el texto de Lc 12,18, en R. SIERRA BRAVO. Mensaje
social de los Padres de la Iglesia, Ciudad Nueva, Madrid 1989, p. 117; o Gaudium et Spes, 69.
5. Así, en el Libro blanco sobre el papel del Estado en la Economía española, dirigido por Rafael Termes y que
se publica este año, se pide abaratar el despido y reducir el seguro del paro, ya que el «subsidio de
desempleo motiva el paro».
6. En 1913 escribía W. SOMBART su libro El burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre
económico rmoderno (Alianza. Madrid, 1972), donde, al analizar su figura, afirmaba que es precisamente la
pasión por el juego la que caracteriza el nacimiento del espíritu capitalista: pero no cualquier juego: «la
pasión por el juego en forma de especulación bursátil terminó confundiéndose con el espíritu de empresa»
(p. 61). Es decir, en el capitalismo moderno es el juego el que sustituye al riesgo. y es este segundo el que
justifica moralmente el beneficio.
7. D SÖLLE, Teología política, Sígueme, Salamanca 1977, pp. 101-103.