APORTES DE LA CIENCIA
A LA COMPRENSIÓN DEL SER SEXUAL


Dr. Fernando Petroni
Sicólogo
Argentina


La ciencia, la unidad del saber científico 
La armonía entre ciencia y fe.

El hombre en participación orgánica con la totalidad de lo real, es capaz de presentarse a 
sí mismo esa realidad, es capaz de recrear en sí lo objetivo: el hombre conoce, el hombre 
lee en lo profundo de las cosas. En esta lectura contemplativa de lo existente surge la 
ciencia. Así la ciencia aparece como el proceso por el cual el hombre, partiendo de su 
encuentro cotidiano con lo real y deteniéndose ante el ser de las cosas, busca aproximarse 
a él en una línea de mayor hondura, busca alcanzar más intensamente la verdad de la 
realidad: el principio y el término de la ciencia es lo real en su singularidad y concreción. La 
ciencia no será entonces un modelo construido en y por la razón del hombre, sino el 
producto de su experiencia de la verdad, de la verdad de las cosas.
La ciencia es una y diversa. Una en tanto en cuanto siempre es un conocimiento de las 
cosas a la luz de sus causas. Esto es lo que caracteriza y no éste o aquel método, no ésta 
o aquella lógica a la cual ajustarse. Diversa, pues podemos pretender conocer lo existente 
en su perfección de ser (Ciencia primera o metafísica) o según alguna perfección formal 
(ciencias segundas o particulares,), que encuentra su fundamento último en el principio que 
le da actualidad, las ciencias segundas han de resolverse, pues, en la ciencia suprema o 
metafísica. 
Una de estas ciencias particulares es la nuestra, la psicología, ocupada en develar la 
verdad de la subjetividad humana, la verdad del sujeto humano en tanto que 
epiritu-en-carne, en y por su actividad (objeto y método)
Siendo esto la ciencia, y esta nuestra ciencia, viene a verse que no hay lugar para la 
falsa propuesta sobre la incomunicación - y hasta oposición - entre ciencia y fe. Si bien 
hemos de reconocer que razón y fe son dos órdenes diversos de conocimiento, también 
debemos aceptar que ambos confluyen en ser conocimiento de lo real. Por ello es que el 
Concilio Vaticano II se afirma:
…La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una 
forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad 
contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo 
Dios. (GS 36)
O para decirlo con palabras de Juan Pablo II: "Es cierto que la ciencia y la fe representan 
dos órdenes de conocimiento diversos, autónomos en su proceso, pero convergen 
finalmente en el descubrimiento de la realidad integral que tiene su origen en Dios" (Ad eos 
qui Conventui Romae habito de ´scientia Galilejana´interfuerunt) Y todo esto nos recuerda a 
Galileo cuando escribía que: "La Escritura Santa y la naturaleza proceden una y otra del 
verbo divino: una, en cuanto dictada por el Espíritu Santo; y la otra, como ejecutoria 
fidelísima de las órdenes de Dios" (Carta de 1613 a B. Castelli). 
Por todo ello, antes que mantenerlas aisladas, hemos de comunicar intensamente estas 
dos fuentes de conocimiento, pues de su confluencia surgen réditos inconmensurables. 
Valga como ejemplo para nuestra ciencia las esclarecedoras palabras de Juan Pablo II: 
La investigación a nivel universitario supone toda la lealtad, la seriedad y -por eso mismo- 
la libertad de investigación científica. Sólo a este precio prestáis un testimonio de la verdad, 
servís a la Iglesia y a la sociedad, merecéis la estima del mundo universitario, y esto en 
todas las ramas del saber.
Pero hay que añadir algo más cuando se trata del hombre, del dominio de las ciencias 
humanas. Si bien es justo aprovechar la aportación de las diversas metodologías, no basta 
en absoluto con exigir una, ni siquiera con realizar una síntesis con varias de ellas, para 
determinar en profundidad lo que es el hombre. El cristiano no puede dejarse encerrar 
dentro de los presupuestos de estas metodologías, puesto que no es ingenuo. Sabe que 
debe superar la perspectiva puramente natural; su fe es la luz bajo la cual trabaja y el eje 
que guía su investigación. En otras palabras, una universidad católica no es sólo un campo 
de investigaciones religiosas abierto a todos los aires. Implica, en sus profesores, una 
antropología esclarecida por la fe, coherente con al fe y de modo particular con la creación 
y la Redención de Cristo. En medio de las aproximaciones actuales, que llevan demasiado 
a menudo a una reducción del hombre, los cristianos tienen que desempeñar un papel 
original en el seno mismo de la investigación y de la enseñanza, precisamente porque 
rechazan cualquier visión parcial del hombre. (Discurso a la Federación internacional de 
universidades Católicas, 24, feb.,79) 
Tal es la fecundidad de la confluencia entre razón y fe, entre ciencia y fe, como bien nos 
enseña Juan Pablo II, hasta nos ayuda a superar los tan conocidos reduccionismos que se 
han operado también en nuestra ciencia psicológica, de los que tantos hemos de lamentar 
sus consecuencias ya en el orden pastoral como en el social y hasta cultural.
Creemos oportuno recordar estos hallazgos alcanzados a lo largo del progreso de la 
ciencia, ya que no son pocos los desaciertos que encontramos entre algunos científicos 
católicos, que creen encontrar conflictos entre su racionalidad y su fe. 
En rigor no son los datos apuntados por ninguna ciencia los que pudieran confrontarse 
con las verdades de la fe, sino ciertas ideologías desde las cuales se interpreta o "lee" 
dichos datos; ideologías éstas que "a priori" del quehacer científico, ya han divorciado de 
manera racional los dos órdenes mencionados: El de la razón y la fe.
Insistimos, entonces, que esa ruptura sólo se evita confiando la unidad del ser, tanto del 
ser cognoscente como del ser conocido. En efecto, tanto la fe como la razón, hablan del 
mismo ser, aunque, repetimos, en dos órdenes distintos.
Insistir en ello es conveniente ya que, como bien sabemos, todo lo que venimos haciendo 
de la ciencia en general y de la psicología en particular, no son afirmaciones compartidas 
por todos. Sin hacer una larga historia, y limitándonos a los últimos siglos, parece que 
muchos hombres en su afán de autonomía han decidido liberarse hasta de la realidad y así, 
después de una etapa de mitificación de la razón humana en la que ésta se instituyó como 
medida de todas las causas, hoy se ha llegado a que muchos epistemólogos consideran a 
la ciencia como un puro saber hipotético, como modelos más o menos estáticos y 
libremente escogidos según el exclusivo criterio de su operacionalidad. 
Obviamente, la psicología no pudo quedar fuera de este derrotero en el que ya no se 
parte de la experiencia inteligente de lo real, sino en el que se intenta infructuosamente ir 
de las ideas a las cosas. Esto produjo, como primer resultado sistemático, el Homo Dúplex 
cartesiano en el que materia y espíritu, cuerpo y mente, sensación y razón son reinos 
incomunicables para siempre.
Y que lo dividido y accidentalmente unido, sea fuente de duplicación y hasta de 
multiplicación, no es cosa de extrañar. Los efectos son siempre proporcionales a sus 
causas. Así como división tras división, el Homo Duplex engendró casi infinitos rostros (o 
modelos), todos ellos caracterizados por la duplicidad. Esta es su impronta. Pero de este 
modo, la imagen del hombre, va siendo, cada vez, más desfigurada y muy poco es lo que 
va quedando del sujeto humano, otrora enaltecido hasta el grado de considerarlo 
autónomo.
De todo esto resulta que hoy en día los planteos más habituales en la psicología son los 
que Erwin W. Straus ha categorizado tan excelentemente como de un monismo y medio la 
cosa "real" y su sombra. Con esta expresión sin par, se refiere a aquellas propuestas en las 
que el lugar de lo "real" ha sido y es ocupado por los más variados visitantes tales como el 
sistema nervioso, el inconsciente, las relaciones de producción y etc., etc. de quienes lo 
que propiamente distingue y eleva al hombre de entre todo lo existente no sería sino efecto, 
producto o reflejo epifenomenal: su sombra.
Necesidad de redescubrir el patrimonio cultural latinoamericano y de mantener una 
distancia crítica frente a las propuestas culturales vigentes, desde nuestra identidad 
católica
" La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, 
como lo fue también en otras épocas" (EN 20).
Esta ruptura se produce en América Latina por la irrupción violenta durante los últimos 
doscientos años de lo que Su Santidad Juan Pablo II ha dado en llamar "La cultura 
autónoma".
La "cultura-autónoma", proyecto verdaderamente revolucionario que tiene origen en el 
pensamiento iluminista del "siglo de las luces", posee como finalidad explícita, la 
desvinculación del hombre de lo trascendente y, en nombre de la madurez de la 
humanidad, la independiza de su Creador.
Este proyecto de ruptura de vínculos entre el hombre y Dios se lleva a cabo en todos los 
órdenes del existir humano, esto es, en todos los ámbitos de la cultura; por ejemplo, en la 
ciencia mediante metodologías que pretenden erradicar la verdad del horizonte de la 
racionalidad humana, en la ética mediante disolventes artilugios con los que se intenta 
cegar ante la bondad del ser, en las artes, exaltando lo desarmónico e informe para 
desterrar la belleza.
Esta violenta tarea de secularización reinante, pero casi nunca explícitamente anunciada, 
afecta aún la relación cognoscitiva y amorosa del hombre con su prójimo, consigo mismo y 
con el cosmos, desvinculándolo del corazón de los seres.
La idea fuerza desde la que se efectúa la justificación de la acción de demolición del 
verdadero patrimonio cultural es la de "La modernidad", arrebatándole a la Iglesia católica la 
verdad histórica de ser la auténtica originadora de un proceso de renacimiento de la fe y la 
cultura en la Europa del siglo XIV, anterior a la rebelión luterana (VII Simposio Anual I 
Encuentro internacional, "Cultura y fe" Lic. Alberto J. Fariña Videla: "La identidad del Nuevo 
Mundo: su nacimiento, crisis y futuro". Fundación Arché, Bs As. 1986.)
La Evangelización de América Latina fue una obra profundamente imbuída de este 
florecimiento católico, que llega con todo su esplendor, y ofrece con generosidad su 
entusiasta síntesis entre fe y cultura, entre lo pasado y lo presente, entre lo tradicional y lo 
moderno, entre lo natural y lo sobrenatural. 
Sin duda alguna, como en toda obra humana de tal envergadura, podemos hallar en ella 
muchos errores, muchas imprudencias, muchas injusticias, pero la grandeza de esta tarea 
consiste, en haber llegado sin mezquindad alguna a esta nueva tierra una nueva visión del 
hombre y su destino. Visión ésta que le permitió una y otra vez enmendar más de una 
desviación cometida. 
Los católicos americanos de este último siglo y medio, desconocemos generalmente este 
legado cultural, pues ha sido reemplazado por un falseamiento histórico, lo que explica 
tanto nuestro desconcierto cuanto nuestro "sentimiento de inferioridad".
Consecuencias del primado de la "cultura autónoma" en el ámbito de la 
psico-antropología de la sexualidad. 
Casi generalmente las psico-antropologías de mayor difusión parten de visiones 
reduccionistas de la realidad humana. O sea, una dimensión del hombre es tomada como 
explicativa de la totalidad del ser y el resto como su epifenómeno.
No son pocos los reduccionistas sexuales que creen ver en esta dimensión del hombre el 
fundamento y única energía del movimiento humano.
Estos reduccionismos sexuales pueden ser biológicos, como en el conductivismo y 
neoconductismo; psicológicos, como en el psicoanálisis freudiano; políticos, como en 
Marcuse; etc.
Si es cierto que con Sigmund Freud comienza el estudio y revalorización de la 
sexualidad, tal estudio ha sido tenido por los fundamentos psico-antropológicos de los que 
partía aquel pensador, a saber: una visión individualista, mecanicista, determinista, 
represiva y adaptacionista.
Esto ha producido como consecuencia un "clima" cultural que se apoya en: 

-La abolición del primado de lo intelectual en el hombre. 
-La caracterización de la apetitividad como iracionalidad pura, atribuyéndole una 
legalidad natural, autónoma de lo racional y exenta de pecado original. 
-El juzgar axiológicamente el pensamiento, por su capacidad de servir al despliegue de 
esta legalidad natural y descalificarlo en cuanto pretenda gobernarlo. 
-La sustitución lo ético por lo "normal" 

Proponemos una relectura del concepto de represión de la sexualidad , no porque está 
en sí misma, no sea realidad en las culturas latinoamericanas sino porque generalmente, es 
leído desde antropologías surgidas de experiencias históricas y presupuestos culturales 
propios del área anglo-germana y en el contexto de un identidad protestante.
Nos parece particularmente irreconciliable con la visión cristiana de la cultura, entender a 
ésta como la resultante de la represión de los instintos, hipótesis necesaria en la psicología 
freudiana.
Creemos conveniente redefinir desde nuestros puestos el concepto de sublimación de la 
sexualidad ya que no pocos veces se formula, aún en ámbitos religiosos, aceptando - por 
desconocimiento - su interpretación psicoanalista. 
De esta manera se cree ver en la vida religiosa del célibe, sacerdote o consagrada, una 
energía de origen libidinosa que será la "profunda" motivación de su vocación, y que habría 
sido desexualizada por fuerza de una "conciencia moral". Se le niega así al ser humano su 
dimensión hacia la trascendencia, original y constitutiva de su naturaleza, a la par que se 
pretende negar la masculinidad o feminidad siempre vigentes en la persona del 
consagrado.
El esquema de la represión de los instintos sexuales por parte de una conciencia moral 
opresora, ha sido extrapolado al ámbito social y es usado como instrumento de lectura de la 
realidad psicosocial, de tal manera que lo racional ( lo superior, lo jerárquico, la clase 
dominante) es visto como represivo de lo sensible (lo inferior, el gobernado, el 
proletariado).
De esta manera, aunque discrepando entre sí, en no pocos aspectos, estos dos 
esquemas interpretativos - el freudiano y el marxista - denotan un común origen en el 
racionalismo iluminista.
Por otra parte, ha surgido como alternativa a esta visión de la sexualidad, 
pretendidamente profunda, una propuesta conductista y neoconductista. Esta no ve en ella 
más que un mecanismo de restauración de equilibrios biofísicos, vaciándola de todo 
sentido, más allá de una búsqueda del equilibrio en lo biológico, y de la adaptación en lo 
social, produciendo una profunda deshumanización de la sexualidad.
Es así como, tanto las visiones de la sexualidad inspiradas en los " maestros de la 
sospecha" (Freud, Nietzche, Marx) como las originadas en los "maestros de la superficie" 
(Pavlov, Watson, etc.) coinciden en el vaciamiento de todo sentido a la conducta, 
sexualidad incluida, y en la abolición de la subjetividad fundante de toda experiencia 
humana.

Aportes para una psicología realista de la evolución de la sexualidad humana.
La comprensión de la evolución de la sexualidad humana es posible si la entendemos en 
el contexto de la evolución de la integridad de la persona.
Esta evolución, desde la concepción hasta la ancianidad, cobra su energía de la 
diferencia y tensión existente, entre la realidad de cada individuo humano y la plenitud 
personal de esa realidad.
El acortamiento de esa diferencia consiste en el hacerse hombre de cada hombre, 
tornarse persona, en el sentido de tornar en acto, aquella potencialidad inscrita en su 
naturaleza espiritual, que le ha sido dada por el Creador.
El devenir de la persona nos recuerda su condición de homo viator, que su realidad 
consiste más en un "tender hacia" que en un "haber llegado". Esta realidad de ser 
inacabada concuerda con las vivencias de incompletud presentes en todo hombre.
El término de este recorrido no está garantizado por la inercia de su naturaleza ni por la 
del cosmos, lo que le otorga el carácter dramático, propio del existir humano.
En este sentido, la evolución humana, consiste en el proceso por el cual el sujeto va 
apropiándose cada vez más conscientemente de su condición de persona, e integrando 
unitivamente sus dimensiones - entre ellas la sexual - hacia un crecimiento de su 
singularidad a la par de una cada vez más asumida participación orgánica con lo real.
De esta evolución, forman parte imprescindible los conflictos y las crisis, que lejos de 
significar elementos patológicos son los hitos en donde se paraliza o potencia el 
crecimiento personal. 
No consideramos apropiadas aquellas presentaciones de la evolución psicológica, que 
creen ver en el hombre, el tránsito de lo egocéntrico a lo alcocéntrico, de lo biológicamente 
determinado a lo espiritual, de lo irracional a la inteligencia, de lo inferior a lo superior; sino, 
por el contrario, sostenemos el crecimiento desde una participación implícita a una 
asumida, de una relación indiferenciada a otra diferenciada, de una oscura a una luminosa, 
de una psicológicamente impersonal a otra personal..
El hombre varón o mujer, no tiene un sexo sino que es sexuado, lo que nos lleva a 
afirmar que todo acto humano es sexuado, toda vez que en cada acto se expresa su 
condición masculina o femenina.
No solo los descubrimientos de la ciencia psicológica y biológica, sino la tradicional 
concepción de la sexualidad como dimensión constitutiva de la naturaleza humana, 
demuestran que aquella no comienza en la pubertad sino desde el origen mismo de la 
vida.
Tal como la ciencia ha verificado, no existe indiferenciación sexual en los primeros 
momentos de la vida, sino que la condición de varón mujer está presente desde la 
concepción, develándose gradual y cada vez más nítidamente. 
Así lo que las condiciones culturales (familias, sociales, etc.) condicionan la manera a 
que dicha sexualidad se expresa o manifiesta.
En síntesis, la sexualidad humana debe entenderse en el marco de una teoría de la 
participación. El punto de partida de tal evolución, consiste en una experiencia nosística 
originaria donde el yo y el tú se encuentran simbióticamente indiferenciados para el niño. A 
través de un procesual develamiento y asunción del yo (crítico en la adolescencia) se arriba 
a un nosotros maduro, donde el yo y el tú se reconocen como tales, unidos e integrados 
amorosamente en una totalidad que los trasciende. 
El proceso evolutivo desde aquella vivencia simbiótica, originaria hasta el alcance de un 
nosotros moderno, se encuentra muy matizado por las características de cada cultura o 
subcultura. Es así como, por ejemplo, en muchos sectores de Latinoamérica las 
condiciones económicas obligan a los niños a "salir a trabajar" para participar en el sustento 
de la familia. Esto afecta notablemente en la evolución psicológica, impidiéndole un 
crecimiento que sería más respetuoso de su naturaleza. A pesar de ello, creemos posible 
trazar algunas líneas que deben ser tomadas con precaución, ya que en ella influyen tanto 
contenidos culturales, como caracterológicos.
En la vida intrauterina la persona se halla en una situación de dependencia absoluta, 
dependencia ésta, que se irá utilizando gradualmente desde el nacimiento.
La aparición de su "yo" se irá haciendo cada vez más explícita mediante una relación 
dialéctica con el tú. Queremos decir que el conocimiento de sí mismo va estructurándose 
simultáneamente con el conocimiento del otro. No hay ausencia del "yo" posible sino es 
concomitante a la aprehensión del otro como otro. La psicología ha marcado desde siempre 
la importancia para el niño de ser acogido amorosamente por su madre. 
La infancia del niño es un periodo predominantemente receptivo y cuya tarea 
fundamental es el conocimiento de sí mismo. Dicho autoconocimiento se realiza desde la 
exterioridad hasta la interioridad. La creencia de su ser sexuado reviste la misma 
característica.
Es en la pubertad (10 a 13 años aproximadamente) en que se produce el "nacimiento de 
la intimidad", de su mundo interior, ausencias, emociones que son percibidas con una 
nueva actitud.
Durante la adolescencia el yo necesita autoafirmarse, periodo en que frecuentemente 
aparecen conductas de rebeldía que deben ser comprendidas por los adultos en el contexto 
de una necesidad de asegurar su yo. La sexualidad reviste las mismas características de 
afirmación personal, razón por la cual, es esperable que algunos varones asuman actitudes 
machistas, de intento de dominio a aparente desprecio por las mujeres.
La paulatina seguridad en sí mismo le permite a los adolescentes (varones o mujeres) 
abandonar las conductas de dominio y competencia para descubrir el valor de la 
intercompenetración. Así el otro sexo ya no es oportunidad para una expansión o conquista 
sino para un encuentro interpersonal.
Esto coincide con el inicio de un periodo predominante más activo y el comienzo de los 
primeros pasos en la realización de un proyecto de vida. Generalmente entre los 22 y 25 
años (aproximadamente) se eligen las parejas y se fundan las familias mediante la función 
procreadora de la sexualidad.
En el periodo siguiente, hasta los 50 años, siempre recordando la relatividad de estas 
edades en función de distintos condicionantes, es aquel en que la persona se consolida en 
sus realizaciones. El matrimonio alcanza ya una armonía, incluso en el orden sexual, como 
en el ejercicio de la paternidad.
El periodo siguiente, se inicia con una etapa serenadora (aproximadamente entre los 50 y 
60 años) en la que el sujeto comienza a despegarse de sus obras y realizaciones, para dar 
lugar a aquellos que, más jóvenes, se encuentran en el periodo más predominante activo. 
Al finalizar este periodo, se produce una declinación misma de la actividad sexual genital, 
que había llegado a su apogeo entre los 25 y 35 años y comenzando a declinar, desde 
entonces, despaciosamente.
Por supuesto, que al ser la sexualidad, un elemento constitutivo de la naturaleza humana 
no reducible a la función reproductiva, la persona no "pierde" su sexualidad sino que ésta 
adquiere las notas características psico-biológicas de la persona en su totalidad. Por el 
contrario, si tal como definíamos antes, es la sexualidad un vehículo unitivo hacia el 
nosotros, dicha unidad puede alcanzar niveles de intensidad y profunda autenticidad 
independientemente del ejercicio de la llamada función sexual.
Esto significa que la sexualidad se encuentra originariamente motivada según un 
movimiento teleológico, y que lejos de iniciarse en impulsos o instintos ciegos, se observa 
en ella una radical apetencia de unidad, con el bien percibido desde su condición de 
persona sexuada.
De esta manera, la sexualidad está naturalmente ordenada al servicio del amor personal, 
pudiendo ser ella un ámbito propicio para su realización.
Creemos prudente evitar las críticas formuladas desde dualismos maniqueos que sitúan 
en el cuerpo el origen de dinamismos perversos e ingobernables.
Pensamos más oportuno entender los innumerables desórdenes sexuales conocidos a lo 
largo de la historia, pero inéditamente exaltados en la cultura actual, causados por la actitud 
de un "yo" que arrebata a la sexualidad, su natural tendencia al otro que lo trasciende, y 
pretende disponer al servicio de su propia exaltación.
Esto aplicaría el hecho históricamente comprobado en más de una oportunidad, de la 
conciencia de culturas racionalistas con la exaltación de los sentidos.
Dicha exaltación no es sólo deseada, sino que se torna necesaria, para poder llegar a 
estimular a un yo cerrado sobre sí mismo, y alejado de lo que trasciende.
De esta manera, la brutalidad y violencia, con la que no pocos hombres (varones o 
mujeres, jóvenes o adultos) ofrecen su cuerpo mediante estimulantes químicos o físicos, 
alucinógenos o excitantes, etc., denota una grave dificultad para afectarse ante la natural 
presencia del otro, y el intento vano de encontrar en estos sucedáneos, compensación a 
una insensibilidad que tiene origen en desórdenes psico-espirituales. 
En síntesis, y por último, educar la sexualidad humana es posible educando la persona. 
Esto significa, que la tarea consiste en ayudar al sujeto a descubrir la sexualidad, como un 
puente hacia el otro, de tal manera, que el verdadero fortalecimiento del yo (y no su 
expansión) se alcance en el encuentro con el tú, o sea en el marco del amor.

Fernando Petroni