«NO MATARÁS»

QUINTO MANDAMIENTO

Estas dos palabras («no matarás») son la reproducción textual de lo que los dos Decálogos veterotestamentarios dicen sobre el tema. Y lo mismo ocurrirá con los tres mandamientos siguientes (/Ex/20/13-16; /Dt/05/17-20).

Las tres fórmulas más concisas del Decálogo son: «No matarás. No cometerás adulterio. No robarás» (Ex 20, 13-15). Y toda la investigación realizada sobre el tema indica que son los elementos más antiguos de todos los contenidos en el Decálogo. Es conveniente, pues, ver la relación recíproca de estos tres mandamientos desde su intención fundamental (y bajo una perspectiva antropológica). A. Auer -basándose en el trabajo del psicoterapeuta Schultz-Henke- observa que todos ellos, cada uno a su manera, salvaguardan un bien fundamental de la comunidad humana contra la disolución o el desenfreno, tan consustanciales al hombre. Estos tres mandamientos tratan de impedir, respectivamente, la destrucción de la vida por parte de las «tendencias agresivas», la destrucción del matrimonio por parte de los deseos desordenados o las «tendencias libidinosas», y la destrucción de la propiedad por parte de la codicia o las «tendencias rapaces». E indica Auer la íntima relación existente entre estas tres tendencias destructoras y los tres «consejos-evangélicos». Contra el peligro siempre agudo de que el hombre destruya también a su prójimo como consecuencia del desorden producido por estas tres tendencias, se alzan a modo de signo -y signo de caridad para muchos- los votos de obediencia (contra la destrucción por medio de la arbitrariedad), celibato y pobreza.

El quinto mandamiento es tal vez, de todo el Decálogo, el que goza hoy de mayor y más generalizado reconocimiento político y social. Y lo cierto es que es esgrimido frente a una extraordinaria diversidad de situaciones y problemas, tales como la tortura y la pena de muerte; la guerra y la objeción de conciencia frente al servicio militar; el suicidio y la eutanasia; la energía nuclear y la destrucción del medio ambiente; el peligro letal de las drogas, el alcohol y la nicotina; el aborto; el conflicto norte-sur; la sociedad basada en el rendimiento y la competitividad... y un largo etcétera.

Resulta en verdad extraño el que haya a veces quienes, por una parte, se declaran vehementemente en contra de la guerra, el rearme y la pena de muerte y, por otra parte, aboguen y se manifiesten en favor de la interrupción del embarazo y la muerte libremente elegida. Acusan de inconsecuentes a los enemigos del aborto y de la llamada «eutanasia» porque, en lugar de defender la conservación de la vida en el centro mismo del existir humano, la defienden únicamente en los límites. Pero el mismo reproche de inconsecuencia puede hacerse en el sentido opuesto. Los distintos ámbitos conflictivos en los que está en juego la vida humana no pueden separarse unos de otros, y menos aún ponerlos en mutua oposición.

Por supuesto que, en un principio, el quinto mandamiento no contemplaba todos los aspectos que hemos mencionado. Una gran parte de sus actuales aplicaciones sacan al mandamiento, por así decirlo, de su contexto original. Por eso es sumamente importante distinguir entre sentido original, profundización histórica y concreción actual, a fin de que el espíritu del mandamiento no se pierda en excesivas generalidades y se vuelva ineficaz.

a) El sentido original

El mandamiento apunta, en primer lugar, contra la posibilidad de tomarse la justicia por propia mano. A nadie le está permitido verter sangre humana por su propia cuenta para hacer prevalecer presuntos derechos. El mandamiento se opone, pues, a que se asesine en secreto a los hombres y se les entierre después. Precisamente este hecho, que muchas veces sólo puede ser descubierto con grandes dificultades por la justicia, debe ser calificado con toda energía como pecado. Y el mandamiento subraya: Quien asesina de este modo, atenta contra la dignidad -defendida por Dios- del prójimo, que es fiel imagen del propio Dios. Dicho de otro modo: Al pueblo, como sociedad de derecho, se le urge con este mandamiento a procurar la existencia de un ordenamiento justo, a fin de que quede garantizada la protección jurídica de la vida humana y se sancione su violación con la mayor severidad posible: «Quien vertiere sangre de hombre verá por otro hombre su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre» (Gn 9, 6). Hoy día cuesta mucho entender que la infracción de este mandamiento deba castigarse con un nuevo derramamiento de sangre. Pero ahí precisamente se manifiesta la enorme seriedad original de este mandamiento.

En la prohibición del asesinato se hace particularmente evidente, al mismo tiempo, la diferencia entre el hombre y el animal. La tendencia tan connatural al hombre, a solucionar por sí mismo las cosas de manera instintiva debe verse compensada por la libertad moral y -cuando ésta no fuere suficiente- por la coacción legal. Naturalmente, han cambiado de manera considerable -ya en la propia Biblia- los modos concretos de ejercerse dicha coacción legal.

VENGANZA/ISRAEL:Por de pronto, en Israel estaba plenamente tolerada la venganza. En el caso de un asesinato, por ejemplo, los parientes de la víctima estaban autorizados a hacer expiar el crimen (cfr. Num 27, 10s.; Jue 8, 18-21; 2 Sam 14, 7-11). Pero, para que la venganza no fuera inmoderada, se limitó mediante el principio -que posteriormente habría de ser muchas veces mal entendido- del «ojo por ojo y diente por diente» (Ex 21, 24; cfr. en el Nuevo Testamento Mt 5, 38-42) ...¡y nada más! Así pues, la expresión bíblica, que hoy se cita alegremente como símbolo de una incontrolada sed de venganza, lo que en verdad pretende ser es una auténtica defensa contra la escalada de actos de venganza.

b) Ulteriores desplazamientos de enfoque

Con el tiempo, sin embargo, la venganza se restringió en Israel. A medida que se iba desarrollando un ordenamiento legal, la venganza se iba subordinando al control por parte de la autoridad (cfr. Ex 21, 18-25; Dt 19, 15-21). Se permitía al culpable acogerse a sagrado («refugiarse en el altar»: cfr. Ex 21, 14) o pedir refugio en las «ciudades de asilo» (Num 35, 25). Posteriormente se observa una evolución en la prescripción (Dt 24, 16) de que la venganza únicamente debe recaer sobre el culpable, no sobre los miembros de su familia. Y más tarde aún se dice: «No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvé» (Lev 19, 18). «Mía es la venganza» (Dt 32, 35; cfr. Rom 12, 19; Hebr 10, 30).

Con todo, el principio estipulado desde un comienzo puede formularse del siguiente modo: «Dado que Yahvé es el Creador de toda vida, toda vida tiene derecho a ser protegida por la colectividad». Lo que con el tiempo se va perfeccionando es la concreción de este principio. Y así las prescripciones legales protegen cada vez más cuidadosamente la vida. Para los profetas, el «matar» -además de su significado original- puede también referirse al hecho de explotar económicamente a una persona de manera desmedida o de oprimirla social y legalmente y reducir sus posibilidades vitales. Los profetas califican constantemente tal actitud con el riguroso y acusador término de «homicidio» (Os 4, 2; Is 1, 15.17 et al.). Extraordinariamente drástico se muestra el profeta Miqueas a este respecto llegando a incluir entre los caníbales a los ricos que explotan a los pobres: «Cuando la carne de mi pueblo hayan devorado, hayan arrancado la piel de encima de ellos y quebrado sus huesos, cuando los despedacen como carne en la caldera, como vianda dentro de una olla... » (/Mi/03/03; cfr. todo el capítulo).

En el Nuevo Testamento, por último, se profundiza aún más el quinto mandamiento. Subraya Jesús que la manifestación externa de la enemistad muchas veces no es sino la última explosión de un odio largamente contenido: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal» (Mt 5, 21s.). La profundización del mandamiento seguirá efectuándose en la tradición escrita, como lo muestran numerosas manifestaciones de los Padres de la Iglesia. Y el propio Lutero prosigue esta línea cuando dice: «Si dejas que se marche desnudo alguien a quien podrías haber vestido eres tú quien le dejas morir de frío»; si no das de comer al hambriento, le estás matando. Sin embargo, tampoco en este terreno ha conseguido imponerse fácilmente el mensaje bíblico de liberación, pues una y otra vez ha sido enmascarado y desfigurado.

c) Para una concreción actual

Los muchos y difíciles interrogantes y problemas que se plantean hoy en torno al tema de la «defensa de la vida» evidencian con toda claridad las limitaciones de la pedagogía de la religión, la cual no puede por sí sola efectuar la necesaria elaboración argumentativa ni solucionar los problemas concretos, dado que hay que contar con otra serie de innumerables conocimientos procedentes de las ciencias humanas, de la filosofía del derecho, etc., para llegar a unas soluciones convincentes y esmeradas en los numerosos y difíciles casos-límite. Esta tarea sigue estando encomendada a la teología moral, la cual, por su parte, concede una especial importancia, sin embargo, a la enseñanza de la religión.

La pedagogía de la religión puede ofrecer, ante todo, «parénesis», es decir, un recuerdo de lo que ya ha sido percibido y reconocido como justo y auténtico. Esto no debería en absoluto menospreciarse como si careciera de importancia. Porque, para la humanización de la sociedad, debería ser muy significativo el hecho de que al menos esté suficientemente clara la orientación que hay que dar a la defensa de la vida humana, según la voluntad de Dios. De este modo, el recuerdo del sentido original de la prohibición de matar puede alentar a tomar una enérgica postura en contra de las graves violaciones de los derechos humanos que tienen lugar tanto en Occidente (el caso, por ejemplo, de diversos Estados sudamericanos) como en muchos de los países del Este y en otras partes. En 1979, monseñor Adriano Hipólito, obispo de Noya Iguaçú, cerca de Río Janeiro, refería que en el plazo de medio año el llamado «Escuadrón de la Muerte» había secuestrado en el minúsculo territorio de su diócesis a más de 300 personas, a las que después había asesinado vilmente, mutilado y arrojado en cualquier vertedero. El obispo consideraba su deber, a pesar del riesgo que ello suponía para su vida, protestar enérgicamente contra esta práctica. Y protestas parecidas por parte de la Iglesia no se producen únicamente en los países latinoamericanos. No poco se habría conseguido ya si nuestra sociedad fuera claramente consciente de que también se puede matar a las personas privándolas de sus posibilidades de subsistencia. Y al respecto hemos de hacer algunas indicaciones:

Los obstáculos a las posibilidades de subsistencia de los demás

HAMBRE/MDT-05:Tal vez el problema básico de nuestra actual sociedad mundial pueda formularse del siguiente modo: ¿Está nuestra economía mundial seria y efectivamente interesada en promover las posibilidades de subsistencia de todos los hombres?; o, por el contrario, ¿no se regirá, en realidad, por el egoísmo de los países ricos, que viven a costa de los países pobres, reduciendo sistemáticamente las posibilidades de subsistencia de éstos con su particular modo de planificar la economía mundial? Si sucede esto último, entonces -y desde la perspectiva profética- nosotros somos asesinos. Esta dura palabra, desafortunadamente, no puede ser dulcificada. Sería incluso de desear que nuestra Iglesia, allí donde sea necesario, recuperara el vigor del lenguaje profético (pues lo cierto es que, en su mayor parte, la Iglesia parece excesivamente domesticada, lo cual no es precisamente alentador ni estimulante).

ASESINAR/QUÉ-ES:En último término, asesinar es todo aquello que signifique menoscabar las condiciones existenciales de otra persona, aun cuando esto no se haga de mala fe, sino inconscientemente; pero es que en este terreno la negligencia no es excusable. Nuestro consumo de carne, por ejemplo, aumenta constantemente. Pero necesitamos importar grandes cantidades de piensos para alimentar al ganado. La organización para la ayuda a la infancia, «Terre des hommes», muestra cuán negligentemente actuamos, en este sentido, con respecto a la vida de los demás:

-«Del Perú, donde la mayoría de los habitantes padecen una grave carencia proteínica, la República Federal Alemana importó en 1977 piensos (sin contar los cereales) por valor de 43 millones de marcos; y además, 2,8 millones de marcos en pesca y conservas de pescado».

-«De la India, donde la desnutrición y el hambre son un mal crónico, la República Federal importó en el mismo año piensos (sin contar los cereales) por valor de 53 millones de marcos».

-«Más de 400.000 niños mueren cada año en el Brasil por causa, directa o indirectamente, del hambre. Especialmente elevada es la mortalidad infantil en el Nordeste del país, donde inmensos campos de caña de azúcar están esquilmando las tierras más fértiles; de ese azúcar, y con la ayuda alemana, se obtiene el metanol, con el que, a pesar de la crisis petrolífera, pueden correr y correr los Volkswagen fabricados en Brasil... Sin embargo, 400.000 niños carecen de lo más imprescindible, y la mayoría de ellos mueren antes de haber aprendido a andar».

A. Auer declara: «No podemos seguir tolerando que mil millones de personas padezcan de desnutrición; que entre el 20 y el 25 por 100 de los niños mueran antes de cumplir los cinco años. No podemos conformarnos con el hecho de que entre nosotros haya una cama de hospital por cada 100 habitantes, mientras en Etiopía la proporción es de 1:30.000; o que entre nosotros haya un médico por cada 500 personas, mientras en Etiopía son 62.000 el número de personas por médico. Hemos de reconocer, en el espíritu del quinto mandamiento, que la humanidad es un todo y que a esa humanidad en su totalidad le pertenecen los bienes de este mundo... Desperdiciamos tanta grasa que nos vemos obligados a instalar unos especiales dispositivos desengrasantes en los sistemas de desagüe, siendo así que, mediante una racionalización de su uso, no sólo podríamos resolver el problema de la desnutrición en el Tercer Mundo sino que además redundaría en beneficio de nuestra propia salud». Sin embargo, para ser del todo justos, hemos de añadir lo siguiente:

1. No sólo se da la contraposición entre sociedades industriales ricas y países pobres en vías de desarrollo; casi todos los países subdesarrollados son, al mismo tiempo, internamente explotados por una minoría prepotente. Y aunque esto no pueda en absoluto servirnos de excusa, sí hay que tenerlo en cuenta a la hora de considerar detenidamente el asunto.

2. Con el duro calificativo de «asesino» se corre el peligro de originar sentimientos de culpabilidad si al mismo tiempo no se ofrecen vías de solución. Lo cual puede producir un efecto frustrante y paralizador en muchas personas perfectamente intencionadas.

3. La mortífera reducción de las posibilidades de subsistencia de los demás no se da únicamente en el terreno de las relaciones entre el Primero y el Tercer Mundo, sino que también en nuestra propia sociedad -que reacciona proporcionada y cuidadosamente a las diversas formas de necesidad, mediante una amplia política social- existe una espantosa y despiadada lucha competitiva, que comienza ya en la escuela y que da lugar a la existencia de grupos marginados, de los cuales se ocupó detalladamente el sínodo interdiocesano de la República Federal Alemana en su declaración «La Iglesia en la moderna sociedad eficacista». La expresión «grupos marginados» se refiere a la enorme cantidad de personas que, a pesar de pertenecer a ellos, apenas son conscientes de la verdadera situación: cuanto más perfeccionista, exigente y agotador sea nuestro sistema social, tanto mayor será el número de personas que, incapaces de soportar esa tensión, se vean arrojadas a los «márgenes». Muchos de estos grupos -a diferencia, tal vez, de los trabajadores y sus sindicatos- no disponen de capacidad alguna de presión ni pueden amenazar con disminuir el rendimiento, por lo que es muy poco lo que pueden conseguir.

Pero los obstáculos a las posibilidades de subsistencia de los demás no se refieren únicamente a los miembros de los «grupos marginados», sino que además se alzan allí donde alguien, de manera inconsiderada, obtiene su felicidad, su riqueza o su éxito a costa de otra persona.

El quinto mandamiento no sólo prohíbe asesinar literalmente, sino también las «formas encubiertas de asesinato», entre las que podrían citarse la destrucción de la buena fama de un semejante o una forma excesivamente hiriente de criticarle que le haga desconfiar de sí mismo. Nuestro propio lenguaje cotidiano desvela, en esas «frases asesinas» que algunos suelen emplear alegremente en el trato mutuo, la acción destructora de esta nuestra sociedad de la eficacia: «Voy a acabar con él...»; «para mí, ese tipo está acabado...».

Por eso resulta significativo, desde el punto de vista pedagógico-moral, este tema que acabamos de mencionar, porque lo que en absoluto puede pretenderse es una vida libre de conflictos. Una vida auténtica exige inevitablemente estar dispuesto y ser capaz de afrontar el conflicto. Sin embargo, es importante, por ejemplo, ejercitarse en practicar la crítica de manera que el otro pueda aceptarla. Es importante procurar que las relaciones se desenvuelvan en un clima humano. Para ello habría que dar también un consejo a los jóvenes: cuando preveas que vas a entrar en una fuerte discusión, reza intensamente por tu adversario antes de la discusión y, si es posible, también durante la misma, porque de ese modo serán mayores las posibilidades de que desees lo mejor para el otro de todo corazón. Y podrás decir tanto más abiertamente lo que consideres objetivamente importante.

No se trata, pues, de evitar totalmente los conflictos porque eso sería algo imposible. Se trata de humanizarlos, de cultivar la capacidad de afrontarlos. Para lo cual hay que ser también capaz de exteriorizar sinceramente las críticas. Sinceridad que la Biblia considera sumamente esencial no sólo hacia fuera, es decir, en el sentido de tener el valor de confesar la fe (cfr.Hech 4, 13.29; 28, 31; Ef 6, 19), sino también «hacia dentro», es decir, de cara a los propios correligionarios (cfr. Gal 2, llss.; Rom 15, 15). Esto es algo que puede admirarse, por ejemplo, en monseñor Helder Cámara, el cual sabe unir perfectamente la dura crítica con la más acendrada amabilidad. Lo que mayor valor requiere es la crítica a un amigo. Por eso, con razón se ha descrito el valor cívico como el «valor frente al amigo»; pero ¡qué raro es, desdichadamente, este valor...!

En coherencia con el quinto mandamiento, no basta, pues, con denunciar públicamente las situaciones de precariedad. Más importante aún es insistir positivamente en la responsabilidad de todos por la conservación y el fomento de la vida, incluida la responsabilidad por la conservación del medio ambiente, para que no se prive a las generaciones venideras de sus posibilidades de subsistencia.

El problema de la superpoblación

La situación externa de nuestro mundo actual se caracteriza por muchas carencias: carencia de materias primas, carencia de alimentos para todos, carencia de energía, etc. De lo único que no hay carencia es de seres humanos, lo cual puede conducir a un fatídico menosprecio de la vida humana. En el Tercer Reich había «demasiados» judíos; actualmente hay «demasiadas» personas en el hemisferio Sur. Las naciones ricas intentan, por todos los medios posibles, poner freno a la explosión demográfica; y lo hacen no sólo mediante campañas en favor del control de la natalidad, sino también mediante la esterilización forzosa (a veces tan refinada que las personas afectadas ni siquiera se enteran, como ha sucedido, por ejemplo, en la India). Semejantes intentos de contener la explosión demográfica, aparte de que no son más que el tratamiento de unos síntomas, constituyen un inequívoco atropello de la dignidad humana. Desde el punto de vista de los pueblos del Tercer Mundo, el problema se plantea de un modo totalmente distinto de como lo hacemos nosotros, por lo que las campañas de limitación de nacimientos resultan poco efectivas. Y la razón determinante de este hecho consistiría en que las capas de población extremadamente pobres necesitan muchos hijos. Y esto se explica, ante todo, por tres motivos:

1. A excepción de los hijos vivos, no tienen los padres adonde acudir en caso de enfermedad o al llegarles la vejez.

2. Sólo teniendo muchos hijos pueden esperar que al menos sobreviva alguno.

3. Un gran número de hijos significa mano de obra barata, porque ya desde los ocho años pueden ayudar, mientras que los costos adicionales para su mantenimiento son mínimos.

Se trata simplemente -considerado desde la mentalidad de los estratos más pobres de ia población- de una cuestión de supervivencia. Por eso el tema de la superpoblación compete al quinto mandamiento y no al sexto. Porque, en la medida en que se satisfagan las necesidades del Tercer Mundo y en la medida en que las personas de edad de ese Tercer Mundo no tengan ya que temer al futuro, en esa misma medida el problema se normalizará por sí solo. En el fondo, este es, consiguientemente, nuestro problema. Suele reprocharse a la Iglesia Católica el que en toda esta problemática manifieste una postura totalmente irreflexiva, consistente concretamente en sujetarse de manera demasiado rígida a la doctrina del derecho natural. Incluso se llega a afirmar que actúa, a nivel mundial, de un modo criminal. Indudablemente, puede ser cierto que en este terreno se den actitudes inflexibles; pero la postura oficial de la Iglesia Católica ante este problema no es en modo alguno, al menos exclusivamente, un asunto de estupidez o de «ergotismo», y mucho menos es parte de una ideología. En cualquier caso, la esterilización forzosa no es una solución acorde con la dignidad humana. En realidad, se trata aquí de un problema de justicia social. Por eso, no existe para nosotros motivo alguno para rebelarnos contra la explosión demográfica en el Tercer Mundo. Y esto es tanto más cierto cuanto que los habitantes de las naciones industrializadas, aunque sean muy inferiores en número a los de los países en vías de desarrollo, consumen muchos más alimentos (en términos de poder calórico), más materias primas y más energía que todos los habitantes del Tercer Mundo juntos.

La proscripción de la guerra

Este tema es especialmente instructivo desde el punto de vista de la pedagogía moral. Lochman observa que en el Antiguo Testamento, y a la sombra del Decálogo, la actitud era al principio un tanto belicosa. Pero ya en los profetas se manifiesta un creciente malestar con respecto a la guerra, de modo que cada vez va concediéndose mayor relieve al «Shalom», tanto a nivel personal como social. La visión de una situación en la que se haya suprimido fundamentalmente la guerra desempeña un relevante papel en los textos proféticos del Antiguo Testamento (cfr., por ej., Is 2, 4; 9, 6; 32, 17s.).

En su anuncio del Reino de Dios, Jesús defiende y hace realidad con su proceder el principio de la renuncia al uso de la fuerza. Sólo a partir de aquí se entiende la osadía que supone su anuncio de la soberanía de Dios, un «anti-programa» con respecto a otras formas de concebir la soberanía. En lugar de las distintas formas de oprimir y combatir a los demás, Jesús insiste en la reconciliación con el enemigo y en el esfuerzo en favor de la paz: «Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9; cfr. 5, 24).

GUERRA/BI:La historia de la ética cristiana está plagada de esfuerzos por hacer realidad efectiva el pensamiento pacifista de la Biblia. La misma doctrina de la «guerra justa», tantas veces prohibida y que hoy resulta absolutamente incomprensible para muchas personas, puede verse desde esta perspectiva. Es cierto que, en la práctica, ha sido esgrimida una y otra vez, con enorme cinismo, para legitimar luchas sumamente dudosas, basadas en la política de la fuerza, y a las cuales se apelaba para enviar a la muerte a miles de personas. Por desgracia, la Iglesia se ha dejado seducir constantemente para avalar con su autoridad estos hechos. Se ha llegado incluso, en tiempos tan recientes como los de la Primera Guerra Mundial, a efectuar una verdadera «transfiguración» teológica de la guerra. Pero la doctrina de la «guerra justa» ha de ser también entendida en el marco de la preocupación por humanizar en lo posible el inquietante fenómeno de la guerra, poner freno a sus más graves abusos y preservar un cierto grado de humanidad. Franziskus Stratmann, el gran inspirador del movimiento católico por la paz después de la Primera Guerra Mundial, resumió la referida doctrina -tratando de conciliar a un tiempo a San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria y Francisco Suárez- en diez puntos que habría que cumplir para que se pudiera hablar de «guerra justa».

A la vista de la situación actual, habría que reexaminar a fondo la doctrina tradicional acerca de la guerra justa. La tradición pacifista cristiana adquiere cada día mayor peso real. Entretanto, los organismos oficiales de la Iglesia expresan cada vez con mayor claridad su postura abiertamente contraria a la guerra. Desde esta perspectiva, el quinto mandamiento puede ser un estímulo para un constante compromiso en favor de la paz. Pero el esclarecimiento de las cuestiones que se agolpan en este sentido sigue exigiendo de nuestra parte una gran dosis de energías y de imaginación.

ADOLF EXELER
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 1983.Págs. 133-147