«NO ABUSARÁS DEL NOMBRE DE YAHVÉ, TU DIOS»

2.° Mandamiento

A esta prohibición se añade, en el libro del Éxodo, la siguiente explicación: «porque el Señor no deja sin castigo a los que abusan de su nombre» (Ex 20, 7). En el libro del Deuteronomio, este mandamiento se reduce a prohibir el perjurio: «No cometerás perjurio en el nombre de Yahvé, tu Dios, porque el Señor no deja sin castigo a los que cometen perjurio en su nombre» (/Dt/05/11; cfr. también /Lv/19/12).

a) La intención original

El nombre veterotestamentario de Dios «Yahvé», se diferencia fundamentalmente de todos los modos de nombrar a Dios en el contexto geográfico del Antiguo Testamento, donde se le llama, por ejemplo, «Baal», que significa «cónyuge masculino», esposo (de la femenina y fecunda Tierra), con lo que se expresa claramente la peculiaridad que le compete. Al pueblo de Israel, por el contrario, se le revela su Dios como «Yo soy». E. Zenger traduce el nombre de Yahvé por medio de cuatro circunloquios que se complementan recíprocamente: YAHVE/NOMBRE: -«yo estoy con vosotros de tal modo que siempre podáis contar conmigo...» (fidelidad);

-«yo estoy con vosotros de tal modo que tengáis que contar conmigo cuando y como yo quiera...» (inmanipulabilidad);

-«yo estoy con vosotros de tal modo que únicamente vosotros debéis contar conmigo como el que puede estar cerca para salvaros» (exclusividad);

-«yo estoy con vosotros de tal modo que mi cercanía no conoce fronteras espaciales, temporales o institucionales» (ilimitación).

De este modo se comprende por qué en el pueblo de Israel se estima como un precioso regalo la revelación del nombre de Dios. Tratar con respeto el nombre de Dios y cuidar de no utilizarlo a la ligera y, consiguientemente de no abusar de él, es algo que se toma muy en serio; hasta el punto de que, aunque en los textos bíblicos se consigna el nombre revelado, por lo general, tanto en el lenguaje hablado como en el escrito se recurre a respetuosos circunloquios. «En lugar del nombre de Dios se utilizan denominaciones tales como 'el Santo, alabado sea', 'el Todomisericordioso', 'el bendito Nombre'...- e incluso se le denomina 'el Lugar' (ya que Dios es el lugar del mundo, no el mundo el lugar de Dios)».

La prohibición de abusar del nombre de Dios se orienta ante todo, en su sentido original, a combatir a la magia, tan frecuente en el mundo oriental de entonces. Porque se pensaba que, mediante el empleo de fórmulas mágicas, podía conocerse el verdadero nombre de la divinidad; y se creía además que, mencionando dicho nombre, se podían obtener los favores de la tal divinidad.

La misma prohibición, por otra parte, va también y muy especialmente, contra el hecho de invocar a Dios como testigo de la veracidad de un falso testimonio (Dt 5. ll; Lev 19, 12, Hech 5, 3).

b) Ulteriores acentos 

Con el fin de evitar en lo posible pronunciar el nombre de Dios, Jesús se adaptó considerablemente al uso linguístico judío. En el evangelio de Mateo, en lugar de «Reino de Dios», aparece constantemente la expresión «Reino de los cielos». Pero yo me pregunto si la expresión «Abba» que emplea Jesús, tal como aparece en el evangelio de Marcos (14, 36) y en las cartas a los Romanos (8, 15) y a los Gálatas (4, 6), no habría que entenderla también como una forma de protestar contra un exagerado respeto por el nombre de Dios. Porque semejante respeto no fomenta el amor, sino el distanciamiento y quizá hasta el temor y la alienación. Jesús manifestaría una especial osadía al no limitarse a decir «Dios mío» sino incluso «Abba - querido padre». Lo cual es una forma de intensificar el «Dios con nosotros», mediante la cual Jesús anima a cuantos deseen adentrarse en la relación que él mantiene con Dios, a dirigirse a éste del mismo modo que él lo hace: llamándole «Padre».

Pero tampoco habría que ver aquí una oposición entre el Nuevo Testamento y el judaísmo. Porque entre las denominaciones que se emplean en el judaísmo en lugar del tetragrama/JHWH (Yahvé), está la expresión de «Padre nuestro». Así comienza, más o menos, la famosa letanía del rabino Akiba: «Avinu malkejnu - padre nuestro, rey nuestro».

Un uso respetuoso del nombre de Dios no tiene, pues, por qué ser distante, sino que puede ir unido a un sentimiento de enorme cercanía. De ahí precisamente procede la ternura que se trasluce en el empleo del posesivo: «Yo soy tu Dios, el que te libera». Y por eso la respuesta del hombre puede ser: Dios mío. Quien llega una vez a comprender el sentido de estos adjetivos posesivos tiene ante sí algo sumamente valioso. Se cuenta en la vida de San Francisco de Asís que éste pasó toda una noche balbuciendo únicamente la frase «Mi Dios y mi todo».

A lo largo de la tradición pedagógico-moral, este segundo mandamiento iría convirtiéndose en el receptáculo de todo lo que tuviera que ver con el respeto a lo sagrado. En relación con este mandamiento se pondría también -junto con el problema de la invocación de los nombres sagrados y la prohibición de la blasfemia- el tema del respeto hacia todo lo que está consagrado a Dios. En este sentido, el juramento -que para Jesús constituye fundamentalmente, y de modo general, un asunto muy grave (cfr. Mt 5, 34.37)- se presentó como una forma especial de venerar el nombre de Dios. Lo cual ciertamente puede hallar alguna base en la literalidad del texto de Dt 5, 11; pero con ello se difumina la verdadera intención del segundo mandamiento. Esa impresión de «cajón de sastre» se acentúa aún más cuando, en conexión con todo ello, también el voto o la promesa se considera como una forma de venerar a Dios. Indudablemente, todo ello tiene fundamento si se considera aisladamente; pero falta el necesario aliento inspirador para una consideración semejante de todo el conjunto. Si se entiende el mandamiento como si únicamente se tratara de evitar o prohibir la mención inconsiderada del nombre de Dios o la blasfemia, fácilmente puede degenerar en una norma un tanto cicatera y alicorta. En este sentido habla Lutero, y de un modo incluso despectivo, de «pecadillos», de bagatelas, de quedarse en la periferia de la realidad. Y no le falta del todo razón. Si sólo se ven estos aspectos, apenas puede apreciarse la relación con el motivo del Éxodo.

c) Concreción actual

Si se pretende que el poder de la fe, que inspira el proceder moral, alcance su plena validez en este mandamiento, ha de quedar muy claro que el tal mandamiento a lo que se opone, en el espíritu de la libertad, es a una falsa invocación del nombre de Dios. El mal uso del nombre de Dios pretende dañar la vida y la libertad de los hombres en nombre de Dios, lo cual puede tener lugar de muy diversas maneras. En nombre de Dios se han producido guerras espantosas y se han dictado sentencias terribles. Piénsese, por ejemplo, en las crucifixiones, las cazas de brujas y las matanzas de judíos. De este modo, a lo largo de la historia se ha ensuciado de mil modos el nombre de Dios.

El hombre ha abusado una y otra vez del nombre de Dios, utilizándolo como pretexto para encubrir sus propios y poco piadosos intereses. Así, por ejemplo, ha sido invocado para designar como deseadas por Dios las diferencias existentes entre esclavos y libres, o entre ricos y pobres.

Tampoco puede eximirse a la Iglesia de haber abusado del nombre de Dios, sino que, por el contrario, tiene una especial predisposición a hacerlo, pues tiende con demasiada facilidad a «equipararse a sí misma, su obrar y su actitud en la historia y en el presente con la voluntad de Dios», así como a pronunciar su propia palabra como si de la Palabra de Dios se tratase.

Pero también se dan múltiples abusos del nombre de Dios en el comportamiento individual de los cristianos con respecto al mismo Dios. La tendencia a abusar de Dios como si fuera el ejecutor de los propios deseos de uno se hace sentir constantemente, y no precisamente en último término, en la práctica de la oración. A medida que mis súplicas y deseos se convierten en «órdenes», se manifiestan las tendencias mágicas. El incumplimiento de los propios deseos es, para muchos, motivo para lanzar reproches a Dios. De este modo, el hombre se comporta «como un ser primitivo que maltrata o arroja lejos de sí a su fetiche cuando no ha ocurrido lo que deseaba o esperaba de él».

NOMBRE/SANTIFICAR: Utilizar correctamente el nombre de Dios significa: abogar, en su nombre y en el poder de su nombre, por la dignidad del hombre, imagen fiel de Dios. Invocar el nombre de Dios significa: referirse a él como garante de la vida y de la libertad. Santifica el nombre de Dios el que, desde esta perspectiva, aspira a reconocer y cumplir la voluntad de Dios. Por eso están tan íntimamente relacionadas las dos peticiones del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre; hágase tu voluntad». 

ADOLF EXELER
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 1983.Págs. 107-111