LIBERACIÓN, CONTENIDO FUNDAMENTAL DEL DECÁLOGO

a) El prólogo :LBC/MDTS:

Las reflexiones hechas acerca del tema de la libertad son importantes para comprender adecuadamente el Decálogo. Esto resulta particularmente claro en el prólogo del mismo: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha liberado de la esclavitud de Egipto» (Ex/20/02; Dt/05/06). El texto del Decálogo comienza invariablemente con el recuerdo de la acción liberadora y salvífica de Dios con ocasión de la salida de Egipto.

Una correcta comprensión de los mandamientos deberá alimentarse de la experiencia del Dios que salva continuamente. La autorrevelación de Dios es el fundamento de todos y cada uno de los mandamientos. Sólo en su relación con el recuerdo del Éxodo cobra el Decálogo todo su sentido; y sólo a partir de esta relación se hace manifiesto que los mandamientos no son leyes coactivas o mandatos de un Dios despótico y dominante, sino normas de vida. Si se omite el prólogo, se descabeza literalmente el Decálogo o, si se prefiere, se le priva de sus cimientos.

Por desgracia, el prólogo, que es esencial para comprender todo el Decálogo, ha sido ignorado durante siglos por la pedagogía moral, hasta el punto de que se propició una moral legal que se limitaba exclusivamente a señalar las exigencias de Dios con respecto a los hombres. Ejemplo de ello son innumerables catecismos, guías para la confesión y multitud de tratados de teología moral; el segundo tomo de la obra de Heribert Jone, por ejemplo, está construido sobre el esquema del Decálogo, pero no se aporta en él ni un solo pensamiento teológico; lo único que aparece es el estilo de los códices legales. De semejante moral legal tenían que distanciarse, forzosamente, muchas personas. Para impedirlo, se ha llegado muchas veces a prescindir por completo del Decálogo en la pedagogía religiosa. Después de tantos siglos de deformación del Decálogo, parecía imposible recuperar de nuevo sus valores fundamentales.

Afortunadamente, ha ido produciéndose un cambio de perspectiva, en virtud del cual se ha vuelto a descubrir y recalcar la relación entre ethos y fe. Sólo acentuando esta relación se puede superar la concepción legalista del Decálogo, tan errónea como profundamente enraizada en las gentes. La pedagogía moral que aquí presentamos intenta apoyar la orientación de ese cambio y devolver al Decálogo la importancia que le corresponde dentro de la Sagrada Escritura.

b) El Decálogo en su conjunto

Para expresar adecuadamente la importancia de este texto hemos de decir que el Decálogo es una invitación al perfeccionamiento de la libertad donada por Dios. Los hombres liberados por Yahvé deben convertirse, en nombre de Dios y por el poder del don recibido, en sujetos de su propio destino, hasta lo más hondo de su propia configuración personal.

En el campo de la educación ética no debemos, pues negarnos a priori a hablar de los mandamientos. La cuestión está en cómo hacerlo. Cuando las exigencias éticas se expresan como consecuencias de la donación de la libertad por parte de Yahvé y cuando, al mismo tiempo, se ve en ellas el carácter estable de la original iniciativa de Dios, entonces los mandamientos pueden ayudar eficazmente, frente a la debilidad del hombre y su inclinación al pecado, a realizar el bien.

El comportamiento que se espera del pueblo de Israel es una consecuencia de la verificación del Éxodo, de que la liberación se ha hecho realidad y, por eso mismo, es también expresión de agradecimiento por la acción de Yahvé. El pueblo debe comportarse en correspondencia a la gesta realizada por Yahvé, es decir, debe decidirse siempre a favor de la vida y de la libertad. Refiriéndose a las tradiciones hasídicas, Erich Zenger sintetiza así su contenido esencial: Dios ha sacado a Israel del fango; ahora los liberados deben pensar en sacar del fango a otros, en colaboración con Dios o «en nombre de Dios».

La postura básica de agradecimiento debe fomentarse sin cesar, pues sólo así podrá evitarse la falsa interpretación legalista.

El tema principal de los diez mandamientos puede expresarse como sigue: invitación al creyente a colaborar en la acción salvadora que el propio Dios ha iniciado, a fin de que todos los hombres, como imágenes perfectas de Dios que son, conserven sus derechos y puedan vivir como hombres libres. «Cada mandamiento del Decálogo recorre, paso a paso y de modo ejemplar, aquellos campos en los que la intención liberadora de Dios se ve especialmente amenazada, en los que el hombre, de diversos modos, está más expuesto a retornar a la esclavitud». Es cierto que no constituyen un sistema completo de enseñanza moral, pero sí que marcan puntos significativos en los que la libertad donada por Dios es especialmente vulnerable.

La relación llena de confianza con el Dios salvador y liberador hace que el creyente se vuelva hacia su prójimo del mismo generoso modo en que previamente lo hizo Yahvé hacia su pueblo esclavizado. Los creyentes no sólo tienen que respetar los derechos, la libertad y el desarrollo de los demás, sino que también han de ayudar activamente a que se hagan realidad. E.Zenger lo formula así: «Como documento original de la libertad donada y hecha posible por Dios, el Decálogo bíblico invita a participar en la historia de la liberación que Dios puso en marcha mediante el Exodo de Israel de Egipto y el Éxodo de Jesús del poder de la muerte y del pecado».

No basta únicamente, por tanto, con no hacer el mal. El creyente está llamado, además, «a establecer unas relaciones coherentes con el Éxodo divino» en las que, por ejemplo, nadie sea asesinado, ni siquiera perjudicado en sus derechos. Se trata de realizar aquella sociedad que Yahvé creó a través del Éxodo y de la alianza con su pueblo. Los mandamientos poseen esencialmente un sentido: el de apoyar la afirmación de la vida que brota de Dios y «proteger zonas concretas de la vida con respecto a los abusos y arbitrariedades humanas».

c) En palabras más sencillas...

En palabras más sencillas, la pauta fundamental del Decálogo que hemos marcado hasta aquí puede explicarse con un mínimo de supuestos que nos ayuden a comprender los diez mandamientos como normas para el amor y la libertad. Podrían definirse como «normas de uso» para establecer una relación adecuada con el mundo, consigo mismo, con el prójimo y con Dios.

Todos los complicados aparatos que hoy día se compran y se venden van acompañados de sus respectivos «manuales de instrucciones», de modo que quien no lee éste antes de poner en marcha el aparato es, como mínimo, un inconsciente; puede estropearlo y perder el derecho a todo tipo de reclamación; e incluso puede, al no atender a las instrucciones, provocar en el aparato daños irreparables.

El Decálogo contiene esencialmente unas normas de uso para el comportamiento en este mundo. También aquí es importante la frase: «Por favor, antes de utilizarlo, léanse atentamente las instrucciones». Antes de entrar en la vida y asumir responsabilidades hay que leer estas normas de uso, para saber adónde conducen y qué es lo que hay que tener en cuenta para evitar que se rompa; de lo contrario, corren peligro la alegría, la libertad y la humanidad. Se corre el riesgo de destruirse uno a sí mismo, a los demás y al mundo que nos acoge.

-Acentos perjudiciales en la interpretación del Decálogo

En la interpretación actual del Decálogo hay que tener en cuenta el uso que de él ha hecho la tradición. Al desligarle de ciertos acentos pasados podrá verse con más claridad la fecundidad de los nuevos planteamientos.

La utilización pedagógico-religiosa del Decálogo se remonta muy atrás en la tradición. Mientras que el Nuevo Testamento, como ya hemos visto, alude con frecuencia al Decálogo (cfr. Mt 5, 17-19; Rom 13, 8-10), en los primeros siglos de la Iglesia pasó evidentemente a un segundo plano, seguramente por la necesidad que sentían los primeros cristianos de marcar sus diferencias con los judíos. Desde San Agustín, el Decálogo ocupa un lugar importante en la instrucción cristiana. En la Edad Media, en la época de la Reforma y hasta nuestros días (cfr. p. ej. muchos de los nuevos catecismos), desempeña por lo general un papel importante a la hora de concretar el mandamiento principal.

Pero donde mayor función desempeñó el Decálogo fue en las guías para la confesión. Claro que, por lo general (y así sigue ocurriendo en nuestros días), sin hacer constar su estrecha relación con el prólogo. En la instrucción catequética se fue destacando cada vez más, con el transcurso del tiempo, el tono «señorial» de las órdenes y amenazas en el manejo que se hacía del Decálogo. Los diez mandamientos aparecían, pues, no como una llamada al perfeccionamiento de la libertad donada por Dios, sino como una colección de órdenes amenazadoras tendentes a proteger el «orden» establecido por Dios. Cuando hagamos la interpretación del cuarto mandamiento veremos este aspecto con toda nitidez. Sobre todo desde finales del siglo XVIII, y basándose en las ideas fundamentales de la Ilustración, se acentuó mucho la idea de que el Señorío de Dios había ordenado perfectamente todas las cosas. Y de ahí se fue descendiendo a todos los sectores de la vida en todos los órdenes: la Iglesia, el Estado, la sociedad... Rechazar el «orden establecido» por Dios en las relaciones sociales y económicas significaba, pues, tanto como rechazar al propio Dios.

ATEISMO/MDTS:Frente a semejante planteamiento, los pobres y los desposeídos tenían forzosamente que verse en la necesidad de «eliminar» a Dios si deseaban que cambiara la situación en beneficio de la mayoría de los hombres. Fue este un proceso en el que se manifestó la acción realmente desoladora y trágica a que puede dar lugar el hecho de acentuar indebidamente las normas. Los pobres, que querían defender y hacer que se tuvieran en cuenta sus derechos humanos, creyeron que tenían que rebelarse contra Dios para poder cambiar de algún modo el «orden» injusto. El ateísmo de los pobres, visto desde la pauta fundamental que marca el Decálogo, es una auténtica paradoja, porque el Dios de la Biblia se muestra, ante todo, como abogado de los pobres. Pero ese ateísmo constituye una protesta permanente contra los gobernantes y los poderosos que se las ingenian para poner hasta el propio Decálogo al servicio de sus intereses.

Si no se elimina esta deformación, jamás podremos recuperar la dimensión original, inequívocamente liberadora, del Decálogo ni ofrecerle posibilidad alguna de que ejerza su más genuino influjo. (Págs. 65-70)

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-Una reciente interpretación judía MDTS/JUDAISMO:

El librito de Schalom ·Ben-Chorin-S «Las Tablas de la Alianza. Las Diez Palabras del Sinaí» pretende aportar su contribución al diálogo cristiano- judío, que se ha convertido para él en preocupación central de su vida. Dicho libro aclara cosas ya conocidas que, sin embargo, aparecen a una nueva luz desde la perspectiva de la religiosidad judía. Ben-Chorin explica, en primer lugar, que la Biblia no habla de «Diez mandamientos», sino que habla siempre de «Diez Palabras», que se entienden como palabras de salvación y que hay que ver como parte integrante de la ley, no como algo aislado de ella. Tres son los aspectos principales que señala:

1. La alianza liberadora con Yahvé

En conformidad con la tradición judía, dice Ben-Chorin que la liberación de Egipto, realizada sin orden ni concierto, habría llevado a la anarquía y que, sólo con la revelación del Decálogo, «habría adquirido el Éxodo su propio sentido y orientación»: en el establecimiento y en el código de la Alianza se habría convertido la inestable unión tribal en «reino de sacerdotes y pueblo santo» (Ex 19, 6). Esto no es cierto, evidentemente, desde el punto de vista histórico -y el autor también lo sabe, por cierto-, sino sólo desde un punto de vista temático. El Dios «que se ha manifestado como liberador de la esclavitud» es, al mismo tiempo, el garante, para todo el futuro, de la realización de las promesas.

ALIANZA/GRATUIDAD:Sólo esta unión o alianza puede hacer de un pueblo miserable una sociedad de hombres libres. En las leyendas de otros pueblos los patriarcas son presentados como seres grandiosos porque, por ejemplo, proceden directamente de los dioses. El pueblo de Israel, por el contrario, aparece retratado en la Biblia sin ningún tipo de gloria o grandiosidad: es una multitud de esclavos «desvanecidos entre sí, temerosos, sin confianza real en Dios salvador ni en su enviado, Moisés». Sin embargo, al elegir a los más débiles y miserables -cosa que las narraciones acentúan sin ningún tono heroico- se está afirmando teológicamente que «la elección no se debe a los méritos de los elegidos, sino al amor y a la gracia de Dios, que actúan libre y gratuitamente», y a la especial preferencia de Dios por los pobres y oprimidos. Esta forma de acentuar el carácter «problemático» de Israel debería, según Ben-Chorin, «permanecer siempre en primer plano, en contraposición a la falsa interpretación que trata de ver en la elección una especie de hipervaloración nacionalista».

2. La actualización siempre nueva de las Diez Palabras

Ben-Chorin pone de relieve cómo se manifiesta el esfuerzo por conseguir una actualización constantemente renovada. En primer lugar, se manifiesta en el culto. En el rito de la fiesta de la Pascua, como es sabido, se insiste: «Que en cada generación el hombre se considere como si él mismo hubiera salido de Egipto». Constantemente se insinúa el carácter de contemporaneidad del acontecimiento de la liberación. A este respecto afirma Ben-Chorin: «La historia de la salvación se experimenta continuamente como presente. Para la sensibilidad judía, la salida de Egipto no es un acontecimiento de la prehistoria o de la historia antigua, sino la actualidad inmediata».

También para la conciencia cristiana es importante ver el misterio central de su fe, el misterio pascual, desde esta misma perspectiva del Éxodo.

Pero la actualización significa, al mismo tiempo, un perfeccionamiento cada vez más intenso. Ben-Chorin remite aquí a Jer 31, 31-34. Y es de resaltar cómo esos términos de «nueva alianza» y «nueva ley», que los cristianos consideramos nuestros y solemos usar en contraposición a la «antigua alianza» y a la «antigua ley», es decir, en contraposición al Decálogo, él los entiende como una unidad escatológica. El Decálogo pertenece, por así decirlo, a la escatología «presente», referido a la actualidad, mientras que la promesa de la «nueva alianza» pertenece, en Jer 31, y debido a su carácter de perfección, a la escatología futura, todavía pendiente para los cristianos. Precisamente para la dinámica de la fe cristiana sería muy importante ver juntas ambas escatologías, la presente y la futura: la época actual es sólo el comienzo, pero está abierta al perfeccionamiento escatológico. En este punto podría darse una importante concordancia entre la fe de los judíos y la de los cristianos.

La actualización del Decálogo la lleva Ben-Chorin hasta nuestros días. Es especialmente impresionante el apéndice titulado «La insurrección contra los Diez mandamientos», que, según muestra con todo detalle, se habría producido durante el Tercer Reich. Ben-Chorin evoca una afirmación del novelista judío Joseph Roth: «Como no se pueden suprimir los Diez mandamientos, los nazis se vengan terriblemente en los judíos. Porque, mientras los Diez mandamientos no se borren de la mente humana, ni siquiera un nazi puede ser tan bestia que incluso carezca de mala conciencia».

3. El ensanchamiento del horizonte

Sigue afirmándose hoy que la fe judía acentúa exclusivamente el hecho de la elección de su pueblo. Sin embargo, en la tradición judía el Decálogo es visto como algo referido a todos los pueblos. En el profeta Amós viene a decirse: ¿acaso creéis que sois el único pueblo? También a los filisteos los creé yo (cfr. Am 9, 7). E Isaías (19, 19-25) profetiza la conversión a Yahvé de Egipto y de Asur, es decir, de los enemigos más acérrimos de Israel.

Invirtiendo la situación del Éxodo, Yahvé se convierte en liberador de los egipcios oprimidos (v. 20), llegando incluso a llamarlos «mi pueblo» (v. 25). Aquel día se reconciliarán -bajo la bendición de Yahvé- los enemigos ancestrales de Israel: egipcios y asirios. «El Señor los bendecirá diciendo: 'Bendito sea mi pueblo, Egipto, la obra de mis manos, Asur, y mi heredad, Israel'».

Egipto es tratado pues, con un apelativo que propiamente correspondería sólo a Israel: «mi pueblo». Se produce aquí una «inversión de valores» que únicamente los judíos, que a lo largo de su historia no han dejado de padecer las vejaciones de sus enemigos, pueden entender en toda su importancia. Y precisamente hoy adquiere esta perspectiva una actualidad dramática: piénsese en las relaciones de Israel con Egipto y los demás países árabes.

Ben-Chorin agarra este toro por los cuernos y afronta un problema que en la pedagogía religiosa cristiana ha constituido siempre una enorme dificultad y que precisamente en la situación actual, en la que tan evidente y urgente es la búsqueda de una solidaridad universal, constituye un fuerte impedimento para comprender la motivación de fondo del Éxodo. Y surge una y otra vez la pregunta: ¿Qué pasa con los egipcios? ¿Por qué tienen que morir sus primogénitos? ¿Cómo pueden creer sus madres en ese Yahvé? La solución consistente en afirmar que en aquel temprano estadio de su desarrollo el Antiguo Testamento aún no había podido llegar a una valoración expresa del ser humano individual, como es hoy el caso, tal vez sea una solución objetivamente cierta, pero no es en absoluto convincente.

La misma -y conocidísima- contraposición entre el particularismo (del A. T.) y el universalismo (del N. T.) no deja de ser problemática; porque ya desde el principio se expresa en el Antiguo Testamento la orientación universal, como puede verse, por ejemplo, en la promesa hecha a Abrahán: «En ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn 22, 18). Y en un momento clave de la liberación, al llegar al Sinaí (Ex 19, 5), se dice: «vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra».

Aquí puede ser especialmente útil recordar que lo que la Biblia nos presenta es el testimonio de unas experiencias vividas. Israel experimentó su liberación de tal forma que no tuvo más remedio que pensar que Dios se había puesto en contra de los poderosos y del lado de los pobres, los avasallados y los condenados a muerte. Sólo con el paso del tiempo llegó a comprender Israel que a ese Dios también le preocupa la liberación de los demás de sus respectivas formas de esclavitud. Con ello, sin embargo, no se menoscaba la idea original, que en la actual situación se expresaría diciendo que Dios siempre será parcial y siempre tomará partido por los pobres y los débiles.

Esta orientación universal de la salvación ofrecida a los hombres la hace suya, con relación al Decálogo, un antiguo «midrash» judío que, en forma de leyenda dice: «En los setenta idiomas de los pueblos se promulgó el Decálogo, y las distintas naciones fueron invitadas a aceptar la ley de Dios», pero la rechazaron, en cada caso por diferentes motivos. Las tribus guerreras negaron el quinto mandamiento, que insiste en el respeto a la vida; las tribus dedicadas a la rapiña negaron el séptimo mandamiento, que se preocupa de defender la propiedad; las tribus licenciosas negaron el sexto mandamiento, porque significa una limitación de la sexualidad. «Sólo Israel aceptó la voluntad de Dios». Partiendo de este texto, explica Ben-Chorin: El Decálogo fue promulgado en el monte Sinaí, un lugar geográfico que -con independencia del problema histórico- es de una gran importancia teológica. La Biblia, pues, también contiene una «teología de la geografía». Dado que el monte Sinaí no se encuentra en la tierra sagrada, sino en la tierra de nadie del desierto, esta referencia geográfica tiene el carácter de un dato teológico por el que se indica que esas normas están destinadas a todos los pueblos. (Págs. 77-82) ..................................................

b) Sobre las dos tablas MDTS/DOS-TABLAS En la imaginería artística -tanto en los cuadros de Marc Chagall como en los púlpitos barrocos y en las vidrieras- suelen representarse los mandamientos divididos en dos tablas, de forma que -según la numeración católico/luterana- los tres primeros mandamientos aparecen en la primera de ellas, y todos los demás en la segunda. Pero tampoco hay en la Biblia indicación alguna a este respecto.

Los mandamientos no fueron numerados en ninguno de los textos del Antiguo Testamento (Ex 20 y Dt 5). Efectivamente, en otros pasajes (por ejemplo Ex 24, 12; 32, 15; 34, 1) se habla de dos tablas; y en otros distintos (por ejemplo Ex 34, 28; Dt 4, 13; 10, 4) se habla de las «diez palabras». Pero en ninguna parte se dice cómo hay que dividir esas diez palabras en ambas tablas.

Como razón de tal división suele aducirse que los tres primeros mandamientos hacen referencia a la relación del hombre con Dios, mientras que los demás se refieren a las relaciones de los hombres entre sí. De hecho, la existencia de las dos tablas puede interpretarse en este sentido:

1. Yahvé te ha liberado de la esclavitud de los falsos dioses; por eso, en lo sucesivo no tendrás más dioses falsos, ya que te llevarían de nuevo a la esclavitud. Así pues, ¡procura estar sobre aviso! (mandamientos 1 al 3).

2. Yahvé ha creado para ti un Derecho, a fin de que puedas vivir en libertad. Por eso también tú debes crear un Derecho para los demás y darles la posibilidad de vivir en libertad y no dañar sus posibilidades de vida y de libertad (mandamientos 4 al 10).

Hay que advertir, sin embargo, del peligro que supone una radical separación entre ambas tablas. Porque es característico del Decálogo el que la actitud ante el prójimo esté tan relacionada con la actitud ante Dios que habría que hablar de un auténtico entrelazamiento intrínseco. A este respecto explica A. Deissler: «Este 'entrelazamiento' radical y central es uno de los mayores signos diferenciadores de la 'religión de la revelación' bíblica frente a las 'religiones de los pueblos', en las que el ethos también tiene su valor religioso, naturalmente, pero no pertenece al núcleo y, consiguientemente, a la expresión constitutiva esencial de la religión».

D/PROJIMO/RELACION:En la religión de Yahvé, el ethos relativo al prójimo es un componente constitutivo (¡no consecutivo!) de la Alianza. Por eso, en el concepto bíblico, la piedad religiosa no se reduce únicamente a la práctica del culto, sino que incluye además la dedicación al prójimo. Esto lo subraya tanto el Antiguo Testamento (por ej. Is 1, 10-17) como el Nuevo Testamento. Pablo, al hablar del «verdadero culto a Dios» (Rom 12, 1), está aludiendo al comportamiento cotidiano, especialmente con relación al prójimo. La carta de Santiago habla del «culto intachable a Dios» (Sant 1, 27) y se refiere con ello a la preocupación por los huérfanos y las viudas que se hallan en necesidad.

Refiriéndose especialmente a las llamadas «Tablas de la Ley», explica E. Zenger: «El servicio a Yahvé y el servicio a los hombres están tan íntimamente ligados que no puede darse el uno sin el otro. La seriedad y la vitalidad del amor a Dios se manifiestan en el comportamiento con el prójimo. Y el amor al prójimo tiene su fundamento y su más ilimitada medida en el amor a Dios. Esto es lo verdaderamente nuevo de los Diez mandamientos, frente a las innumerables prescripciones particulares que en otro tiempo se le habían dictado al Israel veterotestamentario. En el texto de los Diez mandamientos no sólo quedan paradigmáticamente asumidas todas esas infinitas prescripciones, sino que se vinculan de modo inseparable la actitud ante Dios y la actitud ante el prójimo. Podría incluso afirmarse que los derechos humanos se convierten así en derechos divinos».

ADOLF EXELER
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 19831. Págs. 89-91


 

2. DECALOGO/LIBERACIÓN 

En las tradiciones bíblicas, la ley en general y el decálogo en particular aparecen en relación con la salida de Egipto y con la alianza del Sinaí. El decálogo, en este contexto, representa la ley fundamental de la alianza del hombre con Dios. Si una buena explicación del decálogo ha de tener en cuenta su proceso de formación, con mucha más razón debe examinar su contexto religioso.

El decálogo bíblico ha recibido su formulación definitiva en el seno de la comunidad de Israel: comunidad de personas libres, comunidad de creyentes, comunidad, en fin, que ha experimentado la potencia terrible de Dios en el momento de la liberación de Egipto y su presencia cercana en el momento de la ratificación de la alianza. Estos acontecimientos fueron decisivos para que el pueblo de Israel creyera en Yahvé, le reconociera como su Dios y aceptara su palabra y sus leyes como norma de su vida. A grandes trazos, éste sería el marco propio de la ley de Dios. Pero ¿cuál es su significado?

Esta cuestión ya se la plantearon los israelitas hace muchos siglos. Ellos le dieron una respuesta que, a mi modo de ver, sigue siendo válida para el hombre de hoy, para los cristianos del siglo xx. Su pregunta y su respuesta nos han llegado en un texto que podemos calificar de catequesis de adultos. Dice así:

Cuando te pregunte tu hijo el día de mañana diciendo: "¿Qué significan esas normas, esas leyes y decretos que os mandó Yahvé, nuestro Dios?» le responderás a tu hijo: "Éramos esclavos del faraón en Egipto y Yahvé nos sacó de allí... Y nos mandó cumplir todos estos mandamientos... para nuestro bien y para que vivamos como hasta hoy". (Dt/06/20-24)

La respuesta que el padre da a su hijo puede parecernos, al menos a primera vista, un tanto desconcertante. El hijo interroga a su padre acerca del significado de las leyes mandadas por Dios, y el padre le contesta "Éramos esclavos del faraón y Yahvé nos sacó de Egipto". Aparentemente esta respuesta no tiene nada que ver con la pregunta del hijo; sin embargo, es la clave de toda la explicación sobre los mandamientos. En la afirmación de la liberación del país de Egipto, llevada a cabo gracias a la intervención de Dios, se encierra el porqué de la observancia de los mandamientos. El mismo Señor, que ha intervenido con su poder liberador para que el pueblo de Israel pudiera escapar de Egipto, es el que ha mandado observar una serie de leyes a Israel. Ahora bien: del mismo modo que su intervención en la historia ha sido salvífica, así también las leyes que les ha mandado tienen un valor salvífico. La actuación de Dios tanto en la liberación de la esclavitud como en la donación de la ley tienen la misma finalidad: "para nuestro bien, para que vivamos como hasta hoy". Por consiguiente, la ley se ha dado al pueblo en el contexto de la liberación, en un contexto y con una finalidad histórico-salvífica: para que el pueblo viva bien, para que viva dignamente en la libertad, para que no vuelva a caer en la esclavitud. Según esto, la ley divina no ha de considerarse como un fardo pesado, como una carga impuesta desde fuera.

Vistos en sí mismos, los mandamientos de Dios no sólo son buenos, sino que contienen valores esenciales y vitales para el hombre.

F. García
LOS MANDAMIENTOS
EL QUEHACER DEL CRISTIANO
Edic. Cristiandad. MADRID 1984.Pág. 20 s.