EL MAGISTERIO DEL UNIVERSO

Leonardo Boff

Dios nos enseña a través de dos libros: por el libro de la creación y por el libro de las Escrituras inspiradas. Todas las tradiciones de los pueblos testimonian las lecciones que el universo creado nos ofrece. Un universo que viene cargado de mensajes. Los espíritus atentos pueden aprender de él sabiduría y grandes virtudes.

Las ciencias de la Tierra y la cosmología contemporánea nos presentan una imagen singular del universo. Esa imagen nos ayuda a captar lo que podríamos llamar el magisterio infalible del universo, invitándonos a ser más humildes, más sabidos y más espirituales.

En primer lugar importa entender que el universo no es tanto el conjunto de todas las cosas existentes cuanto la comunión de todos los sujetos coexistentes, sujetos que son considerados así porque tienen historia, información, interioridad y espiritualidad. El universo es un inmenso sistema de relaciones de todos con todos en todos los momentos y en todos los lugares, una red de interretrorrelaciones, constituyendo la sinfonía universal.

En segundo lugar debemos considerar que el cosmos no es estático, sino dinámico. Está en evolución y en expansión. No está acabado, sino todavía por hacerse. Se encuentra en génesis. Por eso no debemos hablar de cosmos sino de cosmogénesis, no de hombre sino de antropogénesis. Cosmos y hombre constituyen sistemas abiertos, llenos de virtualidades que pueden realizarse. Cuanto más avanza la evolución muestra más diferenciaciones y realiza más altos niveles de complejidad, de orden y de conciencia.

Vamos a ofrecer solamente tres vertebraciones de esta nueva perspectiva cosmogénica que nos ayudan a escuchar la palabra del magisterio cósmico: la relación/religación, la diversidad/complejidad, y la interioridad/espiritualidad.

1. La relación/religación: dinámica fundamental del cosmos

Desde el primer momento tras la explosión y la implosión inicial por el big bang, actúa el principio cosmogénico de la auto-organización. Se crean, desde el primer principio, relaciones entre los protones originarios. Desde ahí emergen más y más redes de relaciones involucrando a todos. Es decir, surgen conjuntos constituidos de partes interrelacionadas entre sí, que originan sistemas y totalidades en la forma de campos energéticos, ecosistemas con sus subsistemas y con sus representantes inertes» (galaxias, estrellas, planetas, suelos, continentes, etc.) y vivos (animales, plantas, seres autoconscientes). Son emergencias de un mismo y único proceso cosmogénico de billones y billones de años que crea diversidades dentro de una gran unidad sistémica. Todas las fuerzas conspiran para que emerjan seres más y más relacionados entre sí y con sus ambientes adecuados. Nadie está fuera de esta trama de relaciones. La ley suprema es la solidaridad entre todos los seres. Somos todos interdependientes y necesitamos unos de los otros. Todos habitamos el universo como un evento de comunión. Estamos todos ligados y religados formando el universo. La actitud que captó esta realidad relacional se llama religión que se deriva de religación. La religión ve a Dios como aquella suma realidad que todo liga y religa, constituyendo un solo cosmos y una única creación. La religión no solamente liga a Dios a su creación, sino que busca religar también las personas entre sí y con todo su entorno terrenal y cósmico.

A nivel del análisis, Dios en la creación es captado como fuerza creativa y auto-organizativa del universo. Esta fuerza es representada por la moderna cosmología como un abismo omninutridor que funciona desde hace quince mil millones de años y en cada momento. No se trata de un lugar físico sino de un poder que genera y absorbe toda existencia cuando desaparece. Es un océano invisible de posibilidades y virtualidades. Si todas las cosas del universo se evaporasen, nos dice el gran cosmólogo Brian Swimme (The hidden Heart of the Cosmos, Orbis Books 1966, 100), restaría solamente un infinito de puro poder generativo. Cada cosa está esencialmente fundada en este abismo omninutridor que produce las partículas elementales y las energías originarias que sustentan la materia, los seres vivos, los seres humanos y todo el universo.

2. Diversidad y complejidad, el caso generativo

El proceso cosmogénico tiende a crear más y más diferencias. Cuanto más diferencias y diversidades en la realidad más emerge la complejidad. La complejidad significa la dinámica de las partes y del todo que buscan armonización. La armonía no es un dato inicial. El dato inicial es la instabilidad y la ruptura de la armonía (como en el momento de la explosión del big bang) que crea más diferenciaciones y así la posibilidad de órdenes más altas con armonizaciones más ricas. El caos y el desorden son generativos porque generan diversidades y formas armónicas diferentes.

Eso nos ayuda a iluminar el problema del mal. En la perspectiva cosmogénica y dinámica el mal es la condición originaria, de la cual la fuerza creadora y el abismo omninutridor hacen emerger los seres más diversos, todos provisionalmente incompletos, pero todos enredados en la necesidad intrínseca de pasar por varios estadios hasta llegar a su plenitud. Pecado es rechazar esta dinámica, es no querer crecer y resistir a los ofrecimientos de más orden y más vida.

3. Interioridad/ espiritualidad: el alma secreta del universo

Cuanto más complejo se presenta el cosmos y cada ser dentro de él más espiritualidad e interioridad posee. Es decir, posee una manera singular de organizarse, el establecer las relaciones y hacerse presente a los demás.

Espíritu significa esencialmente capacidad de relación y de creación de unidad. Esta capacidad existe desde el primer momento de la creación. Cuando los dos primeros protones se relacionaron, constituyeron la primera unidad primordial. Ahí ya emergió el espíritu. En la medida en que se va realizando el proceso cósmico se van concretando también grados más densos y altos de unidad hasta la complejísima unidad que es el espíritu humano. El espíritu, por tanto, alcanza el nivel cósmico. Esto significa que todos los seres son expresiones del espíritu. Poseen por esto interioridad: una manera propia de ser, de sintetizar las relaciones, de expresar el sentido del universo. El espíritu antes de estar plenamente en el ser humano estaba en el universo. Solamente porque estaba ahí, ha podido emerger en el modo humano.

4. El magisterio cósmico; una invitación a la sinergia

Los seres humanos en el cuadro de la cultura actual vivimos exiliados. Hemos perdido nuestra conexión con el cosmos, tratamos a la Tierra como si fuera puramente un repositorio de recursos para nuestra utilización, no respetamos la alteridad de los demás seres. Nos olvidamos de que entramos en escena cuando ya el 99,98% de la historia del universo se había cumplido. Somos los últimos en llegar y tratamos sin veneración a los demás hermanos y hermanas cósmicos, olvidando que tienen más ancestralidad que nosotros y que por eso merecen respeto y escucha. Todos los seres hablan por la historia que tienen inscrita en su ser, fruto de un sinnúmero de relaciones. Hemos perdido la capacidad de escucharlos. Hablamos tan alto que solamente nuestra voz se hace oír.

Importa volver a la patria común, la Tierra, y recuperar la fraternidad cósmica. La Tierra es la Gran Madre, Pacha Mama, Gaia, superorganismo vivo que nos genera, alimenta y acoge en la vida y en la muerte. Nosotros somos la Tierra que camina, que piensa, que ama y que venera. Así como la vida es resultado de la historia de la Tierra, nosotros somos resultado de la historia de la vida. Somos la conciencia de la biosfera terrenal, el momento en que la Tierra se transfigura en lenguaje y en celebración.

Debemos aprender del universo, que es un sistema abierto, a estar también siempre abiertos y atentos para lo nuevo que puede irrumpir. Debemos estar abiertos hacia adelante, acoger los cambios que nos proyectan hacia arriba. El universo sabe transformar el caos y el desorden en motivo para interacciones creativas y para gastar caminos nuevos y más fecundos. Debemos aprender a trabajar nuestras crisis y nuestros fracasos. Son el humus que propician ascensiones más humanizadoras.

El universo es cooperativo porque todos los seres son interdependientes entre sí. La ley orientadora en la evolución de los seres vivos no es la sobrevivencia del más fuerte (si así fuera los dinosaurios estarían aún entre nosotros), sino la sinergia, la capacidad de ser simbiótico, es decir, la capacidad de relacionarse con todos en vista del equilibrio dinámico que crea espacio para todos. El propósito de la vida no reside en la pura y sencilla sobrevivencia, sino en la realización de las potencialidades presentes en el universo y que quieren expresarse.

Hay que aprender del universo la convivencia con todas las diversidades, en una verdadera biocracia y democracia cósmica. Esto nos obliga ser humildes y fraternos, a renunciar a toda arrogancia que nos pone por encima de las criaturas y no junto a ellas, como hermanos y hermanas. Cuanto más realizamos el nudo de relaciones que somos, más oyentes nos hacemos del cosmos que es la trama más sofisticada y compleja que existe de relación y de comunión de todos con todos. Más integrados y enriquecidos nos hacemos.

Es de fundamental importancia entender a todos los seres, especialmente a los vivientes» como sujetos y no como objetos. Ellos son portadores de espíritu y de mensaje. Tienen una sacralidad fundamental que impone límites a nuestra voluntad de dominación. Estamos en la misma familia planetaria. Tienen derecho a existir porque todo lo que existe y vive merece continuar existiendo y viviendo. Si los tratamos como sujetos, dialogamos con ellos, escuchamos lo que nos tienen que decir, los amamos, veneramos y respetamos. Alimentamos compasión por aquellos que sufren y procuramos sanarlos. Si los tratamos como objetos, como lo hace nuestra cultura industrialista, los desrespetamos y rompemos con ellos la ley más universal que es de la solidaridad de todos con todos. Entonces las vacas y los cerdos, confinados y mantenidos con todos los nutrientes, pero fuera de su ecosistema natural, son degradados a fábricas de carne. Nos revelamos sin compasión, crueles y sin piedad. No nos importan los sufrimientos que les imponemos.

Por fin, el universo nos remite continuamente a su Creador. Contiene en su dinámica evolutiva, en su armonía, en su apertura al inesperado del futuro, en su inmensa diversidad y complejidad un mensaje espiritual de belleza, de irradiación y de sentido planificador que puede ser captado por el ser humano. La misión del ser humano es de poder escuchar los miles de ecos que vienen de esta gran Voz, celebrar su grandeza y unirse a la canción de alabanza que todas las cosas hacen a su Creador. El ser humano es llamado a ser sinfónico y a reconocer al Maestro de esta orquesta cósmica, Dios, vivificador y atractor del todo.

En la escucha del magisterio del cosmos el ser humano se hace él mismo más cósmico y por eso, menos amenazado y más confraternizado con todos en la incomensurable casa del Padre y Madre de bondad. Solamente él puede realizar lo que testimoniaba el místico poeta inglés William Blake: ver el mundo en un grano de arena, el cielo en una flor silvestre, contener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora». En esta capacidad muestra toda su grandeza, realiza su misión y encuentra su felicidad.

Boff-Leonardo