LA CREACIÓN: UNA DEPENDENCIA PARA LA LIBERTAD

PIERRE GANNE

Introducción

Hace tiempo que observadores atentos han reparado en que muchos cristianos parecen haber perdido el sentido de la Creación; que no saben con certeza lo que creen cuando dicen: el Creador, el Padre creador, la Creación, por no hablar de la creatividad. El resultado es que su fe está como sin brújula, y de ahí, puede pensarse, ese pulular de «problemas» inútiles y a veces descabellados.

Por poner un ejemplo, entre otros muchos, se ve a personas terriblemente serias -aunque parecen no estar sobradas de buen sentido ni de humor- preguntarse si Dios está «arriba» o «abajo»; «en las alturas», «en los cielos», o «en las profundidades» (¡en compañía sin duda de psicoanalistas!); otros quieren saber con el mismo anhelo, si Dios está «a la izquierda» o «a la derecha»; y dentro de eso, si está «detrás» (reaccionario) o «delante» (progresista) .

¿Por qué no pensar, por el contrario, que Dios es el «que da a todos la vida, el aliento y todo», porque «en él tenemos la vida, el movimiento y el ser.»? Si comprendiéramos, por poco que fuera, que existimos «en Dios», nos veríamos libres, sin duda, de cuestiones inútiles, o por lo menos las plantearíamos con una cierta sonrisa.

Sin la creación, es decir, si Cristo no revela al Dios-Vivo, «al Padre Creador del cielo y de la tierra», el cristianismo entero se deshace, se descompone y se rompe en piezas sueltas. Pierde su fuerza unificante y aquella formidable coherencia que es el mejor indicio de la vida y de la verdad. Se convierte en in-significante; es «la letra que mata», y su cadáver convoca la disección de los curiosos y la erudición de los necrófagos. «La túnica sin costura» ha quedado hecha jirones, no le falta ni un hilo, pero ya no existe túnica.

Una vez perdido el eje de la Creación, todos los «misterios» de Cristo -Encarnación, Redención, Resurrección, a la vez que la Iglesia y los Sacramentos- pierden su sentido fundamental. Entonces es necesario a cualquier precio «desmitologizar». Bien. Es verdad que «la letra» plantea problemas. Pero habría que asegurarse bien de haber entendido correctamente «la letra» que se critica, sin olvidar asimismo sanear nuestra cabeza y nuestro espíritu, ¡que no están de más en el taller de las mitologías! Durante el camino descubriremos tal vez que sólo la verdadera fe en Dios vivo Creador «desmitologiza» radicalmente. Otros antes de nosotros, muchos otros, han hecho la misma experiencia y han visto desplomarse todos los ídolos, no sin caer en la cuenta de que eran ellos mismos los que los habían fabricado, a veces con laboriosa y conmovedora sinceridad.

RL/IDEOLOGIA IDEOLOGIA/RELIGION: Hay una temible consecuencia: una vez perdido el sentido de la Creación, el cristianismo se convierte inevitablemente en una ideología. Es una inmensa ruina de donde cada uno puede sacar los materiales con que hacer, por ejemplo, el forro espiritual, «la superestructura» de su opción política. «La sal vuelta insípida» se convierte en un abono del que las ideologías políticas toman la savia necesaria para «sacralizarse» y adquirir ese pequeño aire de «religiones seculares» con que imponerse a las «almas femeninas», que decía san Francisco de Sales. ¿Necesitamos probar que es esto lo que está pasando? Levantemos los ojos y miremos en torno nuestro. En nosotros.

Por eso, la pregunta primordial, la decisiva, se plantea por sí misma: ¿Qué significa creador, creación, criatura? ¿Cuál es el verdadero sentido de esta afirmación? (...) Lo más grave es que nosotros ya hemos respondido a la pregunta o más bien se ha respondido por nosotros, en lugar nuestro. Influencias, tradiciones familiares y sociales, filosofías o ideologías, todo ese «medio» en el que estamos inmersos desde nuestro nacimiento, nos ha impregnado y embebido de sus «ideas recibidas». Nos ha impuesto un lenguaje. Quizás incluso lo creemos sinceramente nuestro. ¡Por supuesto, sabemos lo que es Dios y Dios Creador!, sobre todo si somos cristianos o al menos personas-informadas. En realidad, estamos «prevenidos», atiborrados de «prejuicios».

Es preciso apartar obstáculos, liberar el propio espíritu para acceder, un poco por lo menos, a una respuesta personal. Porque en definitiva eres tú el que debe responder a la pregunta de qué eres. Nadie puede hacerlo en tu lugar, aun cuando ese otro te preste una ayuda apreciable, indispensable tal vez. Responder con los demás no te dispensa de responder por ti mismo. La fe no es la ideología del grupo.

FE/PERSONAL: «Por más que hayáis oído decir que esto o lo otro es la norma de vuestra creencia, no deberíais creer nada sin poneros en la situación de que jamás lo hubierais oído. El consentimiento de vosotros mismos y la voz constante de vuestra razón, y no de los otros, es lo que debe haceros creer» (·Pascal-B, Pensamientos, IV, 260). En otras palabras: nuestra pista de búsqueda conduce hasta el umbral del conocimiento del Dios vivo, el «Padre creador del Cielo y de la Tierra». Nadie puede forzarnos a franquear ese umbral, por la sencilla razón de que el conocimiento de Dios no es separable de la opción y del compromiso de nuestra libertad.

Para seguir una buena pista

Ya de entrada, es indispensable sospechar y hacer una crítica del lenguaje corriente, si no queremos caer en la trampa de nuestros esquemas (1) mentales. Los términos empleados al hablar de la Creación tienen trampa, nuestras formas de interpretar la relación entre Dios y el hombre deben purificarse incesantemente. Si no sometemos a revisión un determinado número de representaciones corrientes y de expresiones hechas, si no sospechamos de ciertas formulaciones, nunca podremos entender y vivir lo que significan las expresiones: «Crear», «Creador», «Ser creado», y nos encontraremos dando vueltas en medio de una lógica abstracta, prisioneros de falsos dilemas, remitidos del fatalismo al ateísmo, del animismo al racionalismo, a no ser que, si se suma la pereza, adoptemos la determinación de vivir en la incoherencia.

Un vocabulario sospechoso

¿Nunca hemos hablado u oído hablar, por ejemplo, del plan de Dios «sobre» el mundo, o del designio de Dios sobre el hombre? ¿Y no encontramos tales expresiones sobradamente inquietantes? Un plan, un proyecto «sobre», evoca un universo prefabricado, hostil a nuestra libertad. Y si la libertad fuera que el plan de Dios es el hombre mismo, el mundo del hombre, su libertad creadora, ¿no quedaría todo modificado? ¿No os habéis sorprendido nunca de considerar la Creación como una «intervención» de Dios en el mundo? Y semejante «intervención» ¿no nos remite a un ser mítico? La aparición de la vida no necesita para nada de la existencia de un ser «sobrenatural» en el sentido en que algunos sabios emplean este término. La llegada del hombre «se explica» ( ? ), sin que sea preciso recurrir a no sé qué manipulación divina, y cuando Jacques Monod identifica religión y animismo, no reproduce, desde luego, las características de la fe cristiana, pero sí expresa una manera muy común de vivir nuestra relación con respecto al Creador. En efecto, ¿no somos animistas cuando nos imaginamos la Creación de Dios como una especie de papirotazo inicial, una pulsación de la divinidad poniendo en marcha eI mecanismo hace millones de años?

¿No pensamos espontáneamente, quizás, que la Creación tuvo lugar «al principio», en los comienzos de la historia, y que es algo que se refiere nada más a un remoto pasado? Ahora bien, si la Creación no fuese más que un gesto del pasado, el objetivo de este libro no tendría sino un interés arqueológico, o podría, todo lo más, alimentar una cierta curiosidad o sustentar unos mitos concernientes a los orígenes. De todos modos, tales perspectivas nada tendrían que ver ni con nuestra vida ni con nuestra fe. Y Dios, ¿sería verdaderamente el Creador, o más bien una especie de gran mecánico, el relojero de Voltaire que, por lo demás, habría montado mal el reloj dejando granos de arena en los engranajes? Finalmente, si relegamos el acto creador al principio de la historia, ¿no quiere eso decir que vivimos en un mundo absolutamente terminado, en un tiempo en el que ya no ocurre nada? Todo estaría completado desde el primer impulso. Nada nuevo nacería ya bajo el sol.

La Creación es actual CREACION/HOY Tenemos, por lo tanto, que abandonar un determinado número de imágenes. Según veremos, la Creación recubre la totalidad del tiempo, el pasado, el presente, el futuro. La Creación se lleva a cabo hoy. No está terminada. La humanidad es una génesis, es decir, un crecimiento permanente. Hoy es día de Creación. El tiempo engendra algo nuevo. Además, si se quisiera considerar la CreaCIón como una realidad acabada, habría más bien que volverse hacia el futuro para entenderla, porque nuestra historia, la historia de la humanidad es análoga al desarrollo de un film: se comprende, no deteniéndose en una imagen, sino conociendo el desarrollo total. Hoy no estamos todavía creados, la humanidad no se ha mostrado aún en su plenitud.

La Creación es el hombre

¿La Creación es únicamente la naturaleza, el mundo, las montañas? Entonces solamente se podrían contemplar las maravillas de Dios en el gran libro de la Creación, durante una excursión, ante un bello paisaje, al salir el sol. De hecho, la Creación de que hablan el Credo y la Biblia, ¿no es ante todo el hombre, las obras del hombre, más que el marco en que éste se desenvuelve? En el capítulo primero del Génesis, el escenario de los primeros días es un montaje para hacer que aparezca «la imagen de Dios», el hombre, razón de ser de la Creación (2).

Puesto que vivimos en un mundo no acabado, el sentido de nuestros actos no está determinado, su significado no está fijado de antemano. Podemos inventar: Dios se propone a nuestra libertad y la historia está hecha de nuestras aceptaciones y nuestros rechazos. Los signos de Dios no son señales que haya que descubrir y descifrar. En los acontecimientos sólo intentamos discernir en qué cosas solicita Dios nuestra iniciativa. Pero es la libertad humana la que es creadora de sentido. En una marea, en un temblor de tierra que engulle a miles de personas, yo veo, en primer término, un fenómeno físico del que una técnica más perfeccionada hubiera podido prevenir o atajar ciertos efectos. Descubro a continuación un hecho político, en cuanto que debería movilizar determinadas solidaridades, a la vez que pone de manifiesto la inconcebible ausencia de medios para una ayuda rápida y eficaz. Nada de todo ello es automáticamente signo de Dios, y el análisis de una situación nos coloca siempre ante alternativas. Los acontecimientos pueden resultar signos de Dios -no lo son necesariamente- en la medida en que a través de ellos nos vemos llamados a crear una historia humana.

Brevemente: la Creación de Dios no se sobreañade a la acción del hombre para dar a ésta un significado suplementario. Aun en ese caso, no habría que forzar demasiado el sentido de expresiones corrientes como: «Dios es el sentido del Mundo». «Cristo da sentido a nuestra acción». Tal como aparecen, estas fórmulas son peligrosas y ambiguas. Cabe, en efecto, preguntarse si no ocultan una mitología inconsciente que nos haría olvidar que el hombre es capaz de dar sentido a sus actos. Si fuera de otro modo, su libertad no estaría comprometida y permanecería predeterminada por una especie de destino. Un sentido para el hombre no es, en absoluto, un significado ya acabado, sino precisamente una creación que él mismo tiene la capacidad de hacer surgir.

El hombre puede y debe crear el múltiple lenguaje de su obrar: su lenguaje económico, su lenguaje político, su lenguaje moral, su lenguaje cultural, incluso su lenguaje religioso (3). En otras palabras, el hombre crea su propio medio humano de civilización y de cultura, y no es hombre más que si es autónomo, consciente y responsable de los fines y de los medios de su obrar.

En este nivel, la cuestión del Dios Creador no se plantea; el ejercicio de la libertad es «ausencia de Dios». No digo «negación de Dios», ya que si la libertad concreta se convierte en negación de Dios, la cuestión está mal planteada y tendremos que entender por qué el ateísmo, a partir de esta cuestión mal planteada, se hace posible, inevitable incluso.

Ante todo es preciso, pues, examinar dónde y cómo se plantea el problema del Creador. No es en el plano de la iniciativa humana, sino a un nivel propiamente existencial. Si el problema de la Creación se plantease al nivel de nuestro actuar, Dios entraría en colisión con nuestra libertad, y ello querría decir que se trata de una cuestión entre otras, una cuestión facultativa que puede dejarse en suspenso. No sería la cuestión fundamental. En realidad, la cuestión de la Creación es la cuestión del radical significado de nuestra existencia como tal, cuestión a la que siempre damos una respuesta en el plano del obrar inmediato, aun cuando no seamos conscientes de ello.

Una distinción fundamental
Esta distinción entre obrar inmediato y existencia es una distinción capital; bástenos de momento subrayar que no se trata de una separación entre dos comportamientos yuxtapuestos del ser humano, sino de una distinción metódica y dialéctica que sugiere dos consideraciones importantes.

1. Para un ateo, el obrar humano sin referencia a Dios, no es insensato. Un ateo puede tener una vida moral auténtica; sus decisiones y sus iniciativas no resultan absurdas porque niegue la existencia de Dios. Su libertad es creadora de sentido, fuente de significado. Pero es notable que si el obrar humano no les parece insensato, no les sucede lo mismo en lo referente a la existencia humana, la cual a menudo es considerada absurda. Esta es la postura adoptada y formulada explícitamente por algunos contemporáneos. Piénsese, por ejemplo, en Camus o en Sartre. Tendremos que preguntarnos cómo se llega a tal postura: un obrar humano sensato y significante sobre el fondo negro de una existencia absurda.

2. Los cristianos, por su parte, se hallan en plena confusión, toda vez que piden al Evangelio soluciones a los problemas de su obrar inmediato. De hecho, si reflexionamos sobre esto, cuando un ateo rechaza un Evangelio en el que estarían predadas unas soluciones, y cuando, por su parte, el cristiano pide a ese mismo Evangelio la respuesta a sus dificultades prácticas, uno y otro se forjan del Creador una concepción idéntica: un Dios concurrencial que falsea el juego de la libertad, «interviniendo» en el nivel del obrar inmediato.

La diferencia entre el ateo y este tipo de creyente, reside en su comportamiento ante ese Dios: uno lo rechaza y otro lo acepta. Pero si verdaderamente el Creador es un rival del hombre, el rechazo es una postura más sana que la aceptación. Queda por saber si la Palabra de Dios es un lenguaje acabado y si la libertad no puede afirmarse más que negando al Creador.

Así pues, en estas páginas, la creación no se refiere a la aparición de los seres en la historia, sino al significado radical de lo que es, ha sido y será. Tal cuestión surge a partir de la existencia humana, no del obrar inmediato. ¿Cuál es el sentido de la vida y de la muerte, el sentido, aquí y ahora, de lo que somos? En otras palabras, somos creados, es decir, no hallamos en nosotros solos el sentido de nuestra existencia. Nosotros no logramos formular el significado fundamental, «el sentido ultimo» de las dependencias existenciales que se imponen a todo hombre, así como de los enigmas cuya presencia no puede evitar. Ser creado es ser dependiente. La Creación es incluso una dependencia total en el pasado, el presente y el futuro. Esta fórmula ha dado ocasión a numerosos contrasentidos, en particular a muchos rechazos de Dios. Y sin embargo, es esta abrupta definición la que debemos mantener; no disimula la dificultad.

¿Puede el hombre ser a la vez libre y dependiente? ¿De qué naturaleza es la dependencia con respecto al Dios Creador? Esta pregunta fundamental que nos plantean con urgencia los ateísmos contemporáneos, es el centro de nuestra investigación. Págs. 006-021

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(1) Esquema: manera de ser, forma de pensar.

(2) Este punto se desarrollará ampliamente mas adelante, cap. 5.

(3) Lenguaje: no sólo la palabra hablada, los discursos, sino también el lenguaje humano que son las institu- ciones y las estructuras en que se expresa el ser. humano (derecho, economía, constituciones, morales, dogmas, ritos, etc.). ................

El hombre está hecho para crear H/CREADOR/TRABAJO
En efecto, el hombre no es hombre y no adquiere su categoría de humano más que en la medida, por modesta que sea, en que él mismo es creador; de lo contrario, es un animal domesticado y sometido.

Esta exigencia de creatividad que se manifiesta un poco por todas partes, en nuestros días especialmente en el plano cultural y político, no es una floritura; es la condición indispensable para llegar a ser hombre. Cuando la creación cesa, en cualquier sector de la actividad humana, los hombres degeneran y se deshumanizan. Así, el trabajo en el que no interviene ninguna posibilidad creadora, no es un trabajo humano. Si todo está impuesto, si el trabajador no tiene ninguna iniciativa, su trabajo es alienante; a diario vivimos esto. Asimismo, si nos limitamos a repetir fórmulas hechas, si únicamente nos hacemos eco de lo que se dice o se piensa (?) en el grupo al que pertenecemos, nuestro espíritu deja de ser creador, hablamos para no decir nada, «somos» hablados y nos asemejamos a esos personajes del teatro de Ionesco que no se reconocen. Los términos entonces ya no expresan una palabra humana, no hacen referencia a una palabra creadora, y no es simple casualidad que el movimiento de mayo del 68 se viviera e interpretara como una «toma de palabra» (1).

Nuestros contemporáneos, especialmente las generaciones más jóvenes, reivindican su derecho a la creatividad con andanadas a veces violentas, cuyos resultados además, no siempre ven. Los más lúcidos adquieren conciencia de que en la sociedad todo se halla organizado de forma que llega a imponerse un determinado lenguaje, y en consecuencia les es prácticamente imposible proferir una palabra creadora. Pero si el hombre no crea su propio lenguaje, ¿cómo puede dar de verdad su palabra? Incapaz de dar una respuesta que sea de verdad la suya y que le comprometa auténticamente, es irresponsable, ya no es hombre.

La raíz de los ateísmos ATEISMO/RAIZ

Esta exigencia de responsabilidad está precisamente en el origen de diversas formas contemporáneas de ateísmo que hoy día no recaen en primer término y principalmente sobre la existencia o inexistencia de Dios, sino sobre la relación Creador criatura. En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, ·Marx-KARL opone claramente a la idea de un Dios-Creador la de una humanidad responsable de sí misma.

«Un ser cualquiera no es independiente a sus propios ojos más que cuando se basta a sí mismo, y no se basta a sí mismo más que en caso de no deber su existencia más que a sí mismo. Un hombre que vive por la gracia de otro hombre, se considera como un ser dependiente. Pero yo vivo totalmente por gracia de otro cuando no sólo le debo la conservación de mi vida, sino cuando él ha creado mi vida, cuando es su fuente; mi vida tiene por necesidad tal fuente fuera de mí, si esa vida no es mi propia creación.»

De hecho, no se ve a la primera cómo la dependencia es compatible con la libertad, y se entiende por qué algunos ateísmos, que precisamente son una reivindicación de la responsabilidad, chocan con esta dificultad.

Si el creyente tiene un sentimiento menos vivo de esta dificultad, mala señal: puede ser que ya no perciba la relación entre su fe y su libertad. De todas formas y de modo general, no existen cuestiones o «problemas» para el hombre más que a nivel de su libertad. Si el hombre no fuese libre o «llamado a la libertad», no tendría ni más ni menos problemas que el animal.

La cuestión será, pues, entender cómo y por qué la libertad humana depende absolutamente de Dios creador, y entender que esta dependencia, lejos de ir contra la libertad, permite a ésta, por el contrario, fundamentarse y entenderse con verdad. En efecto, mientras no aparece en su verdad la relación Creador-Creación, no nos las vemos con problemas de teología sino de patología, en este caso de patología de la libertad.

ATEISMO/LIBERTAD: En nuestro desarrollo llegaremos indudablemente a reconocer que una mala inteligencia de la fe engendra esta patología, de suerte que los ateísmos no pueden afirmar la libertad del hombre más que por contraposición a una pervertida concepción de la libertad en la fe. Ese es su aspecto sano. Como ha reconocido el Vaticano II, la fe cristiana mal vivida y mal entendida es el terreno abonado de los ateísmos que son ininteligibles fuera de esta referencia histórica. Por eso, los cristianos no podemos tomar la jofaina de Poncio Pilato y lavarnos las manos; somos responsables de la verdad de nuestra fe y, por su parte, responsables de los ateísmos. Y así, la cuestión que los ateos nos plantean puede y debe ser la ocasión de un progreso decisivo hacia una mejor inteligencia de la fe en beneficio de todos, creyentes y ateos. ..................

(1) Cfr. el libro de Michel de CERTEAU: La prise de la parole, Desclee De Brouwer. (GANNE-PIERRE.Págs. 25-28) ........................................................................

La experiencia del pueblo hebreo

ISRAEL/CREACION-LBC:

La Biblia nos transmite una experiencia extraordinaria, al hacernos revivir la manera en que la Creación fue progresivamente descubierta en el seno de la historia de un pueblo. Nos muestra cómo los hombres han adquirido conciencia de no ser objetos prefabricados, ni esclavos sometidos a un amo, y menos aún autómatas dominados por un sordo y mudo destino, o sujetos de una ley ciega, sino que habían sido creados «a imagen de Dios, según su semejanza», que, por lo tanto, habían sido creados creadores. Nos es preciso reproducir por nuestra propia cuenta este descubrimiento, incorporar las intuiciones de los grandes Profetas y entrar en el dinamismo de la fe de Israel y del Evangelio. Pero para ello, sería un error de método empezar la lectura de la Biblia por los primeros capítulos del Génesis. Tal como están, esas páginas tienen el peligro de orientarnos por una falsa pista.

La Biblia, como el Credo, empieza por la Creación, pero de hecho, en la conciencia del pueblo, la Creación fue descubierta tardíamente, tras una larga maduración y toda una serie de progresos que debemos reproducir. Una conciencia concreta no parte de los orígenes, sino que se remonta a ellos. El orden de exposición es inverso al orden de invención.

La exposición podría compararse con un plano de Estado mayor que presenta el conjunto de las rutas de una región, pero que no indica el itinerario seguido. La exposición adquiere inevitablemente la forma de una doctrina, de una enseñanza, formuladas en un contexto cultural dado, según un lenguaje determinado. Y ese lenguaje recibido, que traduce una experiencia, se convierte en letra muerta, una letra que mata, si no es reinventado y reasumido dentro del dinamismo que lo ha hecho surgir. Descubrir el orden de invención consistirá, pues, en volver a hallar en un lenguaje recibido -y que no puede menos de serlo- la génesis y la lógica de una fe.

La fe de Israel no fue desde la doctrina a la vida, sino de la vida a la doctrina, y la experiencia inicial -la experiencia fundante- fue la liberación de la esclavitud de Egipto. El Credo más antiguo es un acto de fe en Dios-Liberador.

Una experiencia de liberación

«Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, poderosa y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Clamamos entonces a Yahvé Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahve nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel.» (Deuteronomio 26,5-9.)

En otro sitio encontramos una confesión de fe análoga:

«Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: «¿Qué son estos dictámenes, estos preceptos y estas normas que Yahvé nuestro Dios os ha prescrito?», dirás a tu hijo: «Eramos esclavos de Faraón en Egipto, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahvé realizó a nuestros propios ojos señales y prodigios grandes y terribles en Egipto, contra Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí para conducirnos y entregarnos la tierra que había prometido bajo juramento a nuestros padres». (Deuteronomio 6,20-23.)

Así pues, en una experiencia de liberación humana es donde podremos, como los hebreos, encontrar al Dios-Vivo. No podremos recitar nuestro Credo de verdad más que si, en medio de nuestra situación reaI, somos capaces de reproducir esta experiencia del Éxodo, como han hecho por ejemplo los Profetas de Israel en circunstancias dramáticas.

Hacia mediados del siglo VI, los israelitas son deportados a Babilonia durante unos cincuenta años. La nueva generación nacida en el exilio, lejos de la tierra de sus antepasados, se pregunta si todo lo que les han dicho sus padres es verdad. Ya no hay templo ni fiestas. Los Israelitas en cautividad no sólo soportan una dura esclavitud, sino que políticamente se encuentran borrados de la historia y la tentación de la desesperación es grande. ¿No ha abandonado Dios a su pueblo? ¿No son vanas las promesas de Yahvé y la Alianza concertada con Moisés no está destruida? Desaliento, resignación, escepticismo, y además burla por parte de los paganos. La religión babilónica es floreciente, las brillantes procesiones tienen el peligro de seducir a los tibios; la astrología y la idolatría sustituyen a la fe en Dios vivo que es con toda verdad un Dios escondido: es el momento de afirmarlo.

En este contexto, los Profetas aparecen como «los mantenedores de la Alianza»: «No, Dios no ha abandonado a su pueblo. El es fiel a su promesa, su palabra es inquebrantable como una roca. Volverá a florecer el desierto, la liberación se acerca, la fuerza liberadora de Dios es siempre igual de poderosa». Israel, prisionero en Egipto, hacia el año 1250 tuvo ya una experiencia de liberación. Han pasado siete siglos desde Moisés. Pero el recuerdo de esa epopeya permanece vivo en la memoria colectiva, y para darse ánimos de nuevo y reavivar la esperanza, volvían a contarse los grandes hechos del Éxodo. Lo que Dios hizo volverá a hacerlo, una vez más saldremos adelante y no será una simple repetición del pasado: será algo nuevo, una alianza nueva, un éxodo nuevo.

El mensaje del segundo Isaias

Uno de los momentos culminantes de esta toma de conciencia es la predicación del segundo Isaías, en tiempos en los que las campañas de Ciro que sacuden ya al universo, debieron de llamar también la atención de los deportados (540). En esta perspectiva es como hay que entender el anuncio de un nuevo éxodo.

«En el desierto abrid camino a Yahvé, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios» (Isaías 40,3).

«Los humildes y los pobres buscan agua, pero no hay nada. La lengua se les secó de sed. Yo, Yahvé, les responderé. Yo, Dios de Israel, no los desampararé. Abriré sobre los calveros arroyos y en medio de las barrancas manantiales. Convertiré el desierto en lagunas y la tierra árida en hontanar de aguas. Pondré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivares. Pondré en la estepa el enebro, el olmo y el ciprés a una, de modo que todos vean y sepan, adviertan y consideren que la mano de Yahvé ha hecho eso, el Santo de Israel lo ha creado». (Isaías 41,17-21.)

«¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis? Sí, pongo en el desierto un camino, senderos en el páramo. Las bestias del campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues pondré agua en el desierto para dar de beber a mi pueblo elegido. El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas.» (Isaías 43,18-21.)

Lo que es verdaderamente digno de atención y que debemos redescubrir es esa conjunción entre la fe en Dios-Creador y la experiencia de una liberación humana. En un mismo movimiento descubre Israel que esa fuerza liberadora es tal, que no puede sino ser única y por lo tanto universal. Isaías ironiza acerca de los ídolos impotentes. No hay más que un solo Dios; y al mismo tiempo, la afirmación del Dios único tiene como consecuencia descubrir que la Alianza desborda las fronteras de Israel: los increyentes, los paganos, también ellos se hallan en situación de Alianza, tienen una vocación a la Alianza. Un Dios único es el Dios de todos sin excepción. «¿No soy yo Yahvé? No hay otro dios, fuera de mí. Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mí. Volveos a mí y seréis salvados, gentes de toda la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro.» (Isaías 45,21-22.)

De este modo, el amor de Dios que Israel experimenta, no conoce fronteras. Volvía el recuerdo de la Alianza suscrita con Moisés en el Sinaí. Desde luego, aquel fue un período maravilloso, el tiempo de los desposorios, el tiempo de los milagros, del maná y de las codornices en el desierto. Tales acontecimientos de liberación se celebraban en las liturgias, sobre todo en la de Pascua, y muchos salmos cantaban estas maravillas.

Pero antes del Éxodo, ¿qué había ocurrido? La memoria de los pueblos se remonta hasta la noche de los tiempos. Hacia el año 2000, Abraham vivió también una experiencia de liberación. «Deja tu país, tu familia, tu casa. Y Abraham baja a Egipto y de allí parte y sube hasta el Negueb.»

Esta migración se interpreta a la luz del Éxodo y del Destierro como un signo de la presencia de Dios, y se pacta la Alianza con Abraham (Génesis 15).

¿Y antes de Abraham?

Entramos en la prehistoria. Para expresar la universalidad de la Alianza, los autores sagrados volverán a valerse de viejos mitos, y es lo que da ocasión al ciclo de Noé. La Alianza se firma con todo el género humano, con todo lo que es viviente (Génesis 9). De esta manera, esa fuerza de liberación que se encuentra en los orígenes de la historia de los Hebreos y que creó a Israel, está en el manantial de todo lo que existe. Lo que pasó a Israel tiene un alcance universal. Y no es casualidad que el segundo Isaías relacione muy concretamente con la historia de una liberación su fe en el Creador. Yahvé es Creador en el sentido de que ha llamado a los prisioneros a una existencia libre, y de que de un pelotón de esclavos ha formado un pueblo. «Yo, Yahvé, te así de la mano, te creé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes» (Isaías 42,6).

El nexo entre creación y liberación se halla expresado en Isaías 44,24: Yahvé crea a Israel lo mismo que crea el mundo: «Así dice Yahvé, tu Liberador, el que te formó desde el seno: Yo, Yahvé, lo he hecho todo, yo solo extendí los cielos.»

En 51,9-15 el profeta hace coincidir la formación de un pueblo libre y la Creación. «¡Despierta, despierta! Fuerza de Yahvé, despierta como en los días de antaño... para que pasen los rescatados (alusión al Éxodo).

Los redimidos de Yahvé volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós penar y suspiros! (Nuevo éxodo; la vuelta de los prisioneros). ¿Quién eres tú para tener miedo? Olvidas a Yahvé que te ha creado, el que extendió los cielos y cimentó la tierra; y estás despavorido a todo lo largo del día. Pronto saldrá libre el que está en la cárcel. Yo he puesto mis palabras en tu boca y te he escondido a la sombra de mi mano, cuando extendía los cielos y cimentaba la tierra, diciendo a Sión: «Mi pueblo eres tú.» (Coincidencia entre liberación y creación.)

Esta toma de conciencia de que la Creación es una acción liberadora de Yahvé se expresa igualmente en varios salmos. Los salmos 74 y 89, por ejemplo, cantan el amor de Dios relacionando las obras de liberación y el acto creador.

Llegados a este punto, podemos ya leer y meditar las primeras páginas del Génesis sin el peligro de hacer del Creador una potencia de dominación: los relatos de la Creación son una forma de confesar que en el origen de todo se encuentra el mismo amor aquel que ha experimentado el pueblo hebreo en el curso de su historia. La humanidad entera -Adán-, no sólo el pueblo judío, es «imagen de Dios». En otras palabras, Israel es como el banco de pruebas de la humanidad. La Alianza es lo que da todo su sentido a la Creación, y la fe en el Creador es el reconocimiento de una fuerza de liberación que se remonta hasta los orígenes, coextensiva del universo.

(Págs. 62-70)

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El dios del deísmo DEISMO/QUÉ-ES:

Yendo adelante en nuestro propósito, vamos a referirnos a un «hecho cultural» que es siempre actual y que se denomina deísmo. El «deísmo» es extraño u hostil a la fe cristiana, a la que ha intentado criticar desde fuera, no sin una enorme carga pasional que en gran medida explican las circunstancias históricas de su aparición y desarrollo. El deísmo, en efecto, cuyo apogeo se sitúa en el siglo XVIII, es una reacción contra el cristianismo tal como lo habían marcado las vicisitudes de la historia y el pecado de los cristianos. En descargo de los deístas, de los «filósofos», hay que señalar con toda justicia, que ellos luchaban contra un cristianismo desfigurado por las guerras de religión, para no citar más que uno de los males que le habían debilitado profundamente. Los deístas buscaban un Dios capaz de hacer la unidad de los hombres razonables; un Dios que pudiera ser universalmente reconocido, en nombre del cual los hombres no pudieran degollarse unos a otros, asesinarse mutuamente. Para llevar a cabo esta intención, había que conservar del cristianismo lo esencial, eliminar cuanto había supuesto causa permanente de querellas y divisiones, de herejías y condenas, de desgarros y guerras, de encarcelamientos, torturas y hogueras. En una palabra, había que purificar al cristianismo de cuanto en él era germen y fermento de intolerancia.

La intención de los «filósofos» era loable, pero de su método lo menos que se puede decir es que estaba falto de discernimiento; es un método que muchas veces consiste en «tirar el bebé con el agua del baño». Intentaron «purificar el cristianismo de todos sus dogmas originales», que eran a su parecer la causa principal de los cismas entre cristianos. Todos los «misterios» propiamente evangélicos -Trinidad, Encarnación, Redención, Resurrección- fueron rechazados como «irracionales» e incapaces de fundamentar la unidad de los espíritus. Pero, desde luego, se pretendía, salvo excepciones, conservar como mínimo la noción de Dios Creador y la inmortalidad del alma, que fundamentan la dignidad del hombre. De esta reducción de la fe cristiana a una «religión natural» (en circunstancias, totalmente artificial), resultó una cierta concepción de Dios Creador que todavía hoy obtiene la aprobación de muchas personas, aun cristianas. La influencia masiva y difusa del deísmo difícilmente puede ser medida.

He ahí, pues, un Dios Creador que no es Padre, Hijo, Espíritu, que no se ha revelado plenamente en Jesucristo. A modo de contraste y de contraprueba, vamos a ver lo que en este nuevo contexto viene a ser la relación de la criatura con el Creador. Es menos importante exponer aquí una historia, por lo demás compleja, que captar una cierta lógica, a la que muchos cristianos han sido arrastrados sin ellos saberlo. Ese «Dios» residuo de la reducción «racional», una vez eliminados los «misterios» ininteligibles y embarazosos, ¿qué es?

Es «el Ser Supremo», «el Autor de la Naturaleza», «el Dios de la Razón» y de la conciencia. Parece sencillo y capaz de fundamentar si no una religión, sí al menos una «religiosidad» despojada, en la que todos los hombres sinceros podrían encontrarse. Es el Dios del que hablan y a quien se dirigen Juan Jacobo Rousseau y «el Vicario Saboyano» (Emilio, Libro IV).

Sin duda, es Creador, es «Viviente». Sin duda también, es «alguien», es «personal»: se le puede invocar, rezar, alabar. Pero si se pregunta con exactitud quién es, cómo puede crear, cuáles son las relaciones que los hombres, sus criaturas, pueden mantener con él, no sólo con toda sinceridad, sino con verdad, se descubren una serie de ambigüedades que esta teología, que quería ser la simplicidad misma, oculta. En primer lugar, la Trinidad: una vez excluida, ¿qué queda de la «personalidad» de Dios? ¿Es «una persona»? ¿Es unipersonal (¡como el hombre «unidimensional»!)? Preguntas inútiles, nos dicen, puras especulaciones. Tal vez. Pero una relación vivida no es «especulativa», y tarde o temprano la cuestión de su «verdad» tendrá que plantearse. Si se rechaza el ateísmo y el panteísmo, incompatibles con el deísmo mismo, no se ve cómo evitar la definición de Dios (¿atribuida a Chateaubriand?): «El gran Solitario del Universo, el Eterno Célibe de los Mundos».

Si no nos contentamos con afirmar la existencia de Dios Creador en virtud de la inercia adquirida gracias a la tradición cristiana, y si nos esforzamos por vivir sinceramente la relación de criatura que nos une a ese Dios, no tardaremos en darnos cuenta, más o menos confusamente, de que nuestras actitudes serán bastante inquietantes para nuestra salud espiritual.

¿Preguntas sin respuesta?

En efecto, acaba uno por plantearse, implícitamente al menos, ciertas cuestiones embarazosas. Ese «Dios» unipersonal, monolítico, cerrado sobre sí mismo «solitario» y «célibe» (!), ¿no es el Egoísmo, o al menos el Egotismo, llevados al absoluto? ¿Un «Yo supremo» aislado en su eternidad? Ese «Dios», ¿puede crear? Admitámoslo: ¿no es «el Autor de la Naturaleza»? Pero en ese caso, lo que es difícil de ver es el sentido de la Creación y la verdad de las relaciones entre sus criaturas y El. ¿Por qué «el Gran Solitario» ha creado? ¿Por necesidad y para poblar su soledad? ¿Por una exigencia y como «sin quererlo expresamente? ¿Por capricho y arbitrariedad? ¿Para tener súbditos o cortesanos que reconozcan la majestad del Monarca absoluto?

Lo que es inquietante es que la palabra «Amor» carece de sentido en él, en su soledad absoluta. Uno se pregunta cómo ese «Dios» podría suscitar un «universo personal», un conjunto de relaciones reales de una simpatía, de una amistad, de un amor, y de un afecto que se extiendan sobre millones de seres. ¿Cómo sería en él la idea de un mundo semejante? En él no existen relaciones. Ahora bien, crear es, como todo el mundo presiente, dar de sí mismo, de lo más íntimo del propio ser, exponer la propia persona. ¿Cómo podría dar algo que él no es en absoluto? Consecuentemente, sus criaturas, por poco que sean capaces de relaciones, de intercambios, de amistad y de amor, apenas tardarán en sentirse «mejores que su Dios».

Repitámoslo, no se trata de especulaciones, de teorías, de metafísica o de un tema de discusión para ratos libres o de cultura, en caso de que a uno le guste. Está en juego algo completamente distinto. A toda persona le llega el emerger de la tarea diaria, del vago «sentimiento religioso» que en ella dormita, de los hábitos y rutinas religiosos en que se encuentra sumergido, de las ideologías que proporcionan un alimento a punto para su espíritu y que ocupan el lugar de «convicciones». Entonces se pregunta. Sabe perfectamente que la referencia a Dios Creador le alcanza en lo más íntimo y personal de sí mismo. Si no se resigna más o menos negligentemente a la política del avestruz, ¿qué relación tendrá conciencia de vivir con «el gran Solitario del Universo»? ¿Cómo comportarse ante ese Bloque supremo, impenetrable, su «Creador»? ¿De quién depende esa persona en todo su ser? Si no se limita a pensar, si intenta vivir esta dependencia «en espíritu y en verdad», ¿cómo lo conseguirá?

¿Cómo orar a ese Dios? ¿Qué alianza es posible con él? ¿Qué intimidad? ¿Cómo imaginar su mirada sobre mí («el ojo estaba en la tumba y miraba a Caín») y su amor? Si el fiel le pregunta a Dios: ¿Por qué me has creado, cuál es la verdad de la existencia que tú me has dado?, ese dios nada responde: es mudo, más todavía que amor, lo que falta en él es palabra. No cabe «revelación», «Palabra de Dios» dirigida al hombre. ¿Qué podría, además, decirnos «el gran Solitario» sino que está solo? Y sin embargo, en la teología deísta existe una especie de «Palabra de Dios». Es la conciencia moral, la Voz de la conciencia. La ley moral en el fondo de nuestros corazones. «¡Conciencia! ¡Conciencia!, instinto divino, inmortal y celeste voz; guía segura de un ser ignorante y limitado, inteligente y libre; juez infalible del bien y del mal, que hace al hombre semejante a Dios: tú eres quien constituye la excelencia de su naturaleza y la moralidad de sus acciones» (·Rousseau-JJ, Emilio, Libro IV).

Un cristianismo descompuesto

Dios es el gran «legislador», autor y garante de todas las leyes, de las físicas y de las morales que aseguran el orden del mundo. Es el Dios del «Orden», de todos los órdenes, pero en primer lugar de lo que justamente se denominará «el Orden moral». Henos aquí al principio de una aventura inmensa: la aparición, o por lo menos la recrudescencia del moralismo, del legalismo. Si el Creador es ante todo la Ley suprema (2), las relaciones con «el Amor de la Naturaleza» serán relaciones de espíritu legalista, jurídico, con exhortaciones y sanciones en apoyo suyo. El Legislador vendrá a ser «el Ideal» supremo.

Puede seguirse en la historia el desarrollo de esta aventura preparada desde tiempo atrás -y que además es posible relacionarla con otros contextos-: la reducción del cristianismo a un moralismo, tanto entre los «filósofos» como en el comportamiento de los cristianos. La desdicha (la dicha, más bien) es que «sólo el Amor es creador». Pero, ¿cómo podría decirse sin titubeos, de ese gran Solitario y Legislador, que «Dios es Amor», el «Agape» del Nuevo Testamento? También la noción de «caridad» se degradará de forma catastrófica. El moralismo se verá compensado en muchos cristianos por un sentimentalismo desenfrenado, sin aliento y sin virilidad, al que se bautizará como «fe» o «piedad», y por una beneficencia más o menos paternalista, despreocupada de la justicia, a la que se llamará «caridad».

La Confesión de fe del cristiano (el Credo), que es estructural y espiritualmente trinitario, caerá poco a poco en la in-significancia casi total. Efectivamente, no tiene mucho que ver con el «Dios» del deísmo. Ahora la Confesión de fe se ha como desligado de la verdad de la existencia cristiana; se ha convertido en una especie de superestructura que puede amparar, pero no inspirar la práctica moral. La Trinidad ha venido a ser, según la expresión de Claudel, «un enredo de abstracciones».

La Misa, que es participación sacramental en la vida trinitaria, que es una «acción» trinitaria no ante el gran Solitario, sino en las Relaciones vivas -Padre, Hijo, Espíritu- va a verse también amenazada por la in-significancia. Tenderá ante todo a convertirse -y tampoco es una casualidad- en una obligación jurídica semanal sumergida en una vaga magia sentimental. No es ya el dinamismo simbólico de la Alianza creadora. No se ve cómo podría expresar y alimentar la existencia, la relación revelada en la verdad con el Padre, el Hijo y el Espíritu. La Eucaristía no es entendida ya como la profecía vivida de la Creación nueva en Jesucristo resucitado, quien nos hace partícipes responsables de ella mediante el Don del Espíritu creador.

¿Fe o ideología?

En el marco de ese proceso, la Iglesia, que es esencialmente sacramental, ¿en qué va a convertirse en medio de esta anemia generalizada? Cualquiera puede suponerlo y entreverlo. Pero está claro que una vez relegada la Trinidad a la in-significancia, y oscurecida por el espiritualismo deísta y legalista la verdad de la Creación y de la Encarnación, Iglesia y fe están ya a punto para convertirse en ideología. No es extraño que pasen a ser una ideología del «Orden», un Orden que la mayoría de las veces será «establecido» más que «creador».

A este nivel inferior, «la ideología cristiana» coincide con las demás ideologías y todas se disputan el mismo terreno político. Y la política, que casi siempre ha sucumbido a la tentación pagana de «sacralizarse», ya no es entonces «cosa de la razón», opción práctica razonada de un hombre responsable de la vida y de la ciudad; tiende a convertirse en «cosa de la Iglesia», «problema» muy poco razonado para un «cristiano que se pregunta» si en cierta coyuntura no será preferible bendecir una política «de izquierda» después de haber bendecido por largo tiempo una «de derecha». Por otro lado, la ideología cristiana, como todas las ideologías, entrará en discusiones con la ciencia, en concreto con las ciencias del hombre. La ciencia incluye necesariamente una exigencia crítica. Una fe cristiana debilitada difícilmente podrá asumir la crítica científica: una ideología frágil y movediza, justificación del «Orden establecido», no puede tolerar la crítica que la carcome y tiende a destruirla.

¿No es cierto, sin embargo, que sólo el Amor Creador es radicalmente crítico? El juzga al Mundo. La fe trinitaria, que es participación en este Amor, en Jesucristo, por el Don del Espíritu, es «contestación» al mundo. Parte del corazón, de lo «Secreto» de la Creación y discierne hasta el fondo mismo de la existencia. La insipidez de la «sal de la tierra», la «de-profetización» de la existencia cristiana, la pérdida del mordiente crítico de la fe sobre el acontecer del mundo, son los síntomas de un profundo mal, difícil sin duda de diagnosticar. ¿Quién podría afirmar que la engañosa sustitución del gran Solitario por el Dios vivo no tiene ninguna importancia? «El pez se corrompe por la cabeza», dice el proverbio; lo enfermo es la cabeza del cristiano. «Israel no conoce, mi pueblo no discierne... La cabeza toda está enferma, todo el corazón doliente» (Isaías 1, 3-5). ¿Crisis de civilización? ¿Crisis de cultura? Sin duda alguna, pero sobre todo crisis de existencia humana cristiana, en su relación de dependencia y de conocimiento para con su Creador.

Nos encontramos en un ámbito patógeno. Las dependencias existenciales son una irrecusable llamada al sentido y al significado. La respuesta a esta llamada, menos sentida cada vez, se hará progresivamente más dificultosa y expuesta a toda clase de delirios y desviaciones.

ATEISMO/DEISMO: «Un deísta, se ha dicho, es una persona que no ha tenido tiempo de llegar a ateo». Hoy día, quien no tiene tiempo, es arrastrado por el tiempo. El deísmo y su «Dios» falsamente racional y espiritualmente invisible es una de las fuentes más importantes del ateísmo.

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(2) Esta concepción de la Ley es totalmente extraña a lo que la Biblia denomina la Ley, la «Thora», que es una pedagogía concreta en la Creación y para la Alianza.

PIERRE GANNE
LA CREACION: UNA DEPENDENCIA PARA LA LIBERTAD
SAL TARRAE.Col. ALCANCE 11.SANTANDER-1980, págs. 91-101