TRABAJAR POR EL SEÑOR

            Jamás en la historia de la Iglesia ha habido tantos grupos, asociaciones o movimientos como ahora. Los hay de todas las clases y para todos los gustos.

            Esto no ha sucedido por mera coincidencia del azar o por un juego de carambolas. Al contrario, en este torbellino de actividades, se mueve el Espíritu Santo que inspira, ilumina, da fuerza, impulsa  y guía.

            Él lleva suavemente a cada una de las asociaciones a realizar una misión de la que se pueden beneficiar cuantos hombres vengan en contacto con ellas.

            Como la savia en las plantas, el Espíritu Santo trabaja por dentro. Sólo cuando los miembros del grupo viven su presencia, el conjunto funciona y su razón de ser tiene sentido. Sin Él todo es letra muerta. Nadie puede hacer nada "si no está revestido del poder de lo alto" (Lucas 24,49).

            Un sacerdote americano, el Padre James Keller, tenía algo que decir para que los grupos funcionasen bien. Aquí tienes algunas de sus recomendaciones.

            Antes de dar tu nombre a cualquier organización tienes que pensar si de verdad merecen tu interés y si vas a ser capaz de llevar a cabo los deberes que te imponga. Dar tu nombre para después no ir es una insensatez. Sé cauto en elegir, pero recuerda siempre que el mundo está esperando que hagas algo por él.

            Es de locos dar tu nombre a muchos grupos. La razón es sencilla: No vas a hacer nada en ninguno de ellos. Da tu nombre donde puedas hacer algo positivo para ti, para el grupo y para la sociedad que te rodea.

            Una vez que hayas dado tu nombre, cumple con tus nuevas obligaciones. Tú no eres del grupo, eres el grupo mismo. Lo que hagas, no hagas y cómo lo hagas va a afectar al conjunto positiva o negativamente. No seas lastre ni un cero a la izquierda.

            El grupo te ofrece la posibilidad de trabajar por Dios y las almas con más amplitud y eficacia. Vas a estar en contacto con personas que, como tú, también aman a Dios y quieren trabajar por Él. Es una oportunidad de apostolado excelente y una ayuda muy buena para tu propia santificación. Por todo esto tienes que estar agradecido al Señor.

            Sé fiel a las reuniones y toma parte activa en ellas según tus aptitudes. No vayas porque va tu amigo o para hacer bulto o para que se vea que has ido, sino por la responsabilidad que has asumido dando tu nombre.

            Tal vez te encarguen algún trabajo, más o menos sencillo o importante. Hazlo bien y muestra agradecimiento por la tarea que se te ha encomendado. Tómalo como un servicio a Dios que ve dentro de ti y te lo agradece. Estás trabajando nada menos que para el Señor.

            Tienes que promover siempre la mayor armonía entre tus compañeros. La murmuración, el chismorreo, la envidia y caras largas dividen a las personas, desalientan a los mejores, debilitan al grupo y no tardarán en acabar con él.

            A veces  viene el desaliento por querer solucionar, con tu manera de pensar y según los medios que tú crees mejores, los deslices y dificultades que encuentras en el camino, manteniéndote en un estado de reserva hacia los demás. La sinceridad y la confianza te ayudarán a resolver estos problemas.

            Cuando hables, sé siempre positivo. No resaltes diferencias ni formes grupos de presión para cambiarlo todo o conseguir fines particulares que se desvíen del propósito para el que se creó el grupo. Decía San Pablo: "Cuidado, que si os seguís mordiendo y devorando unos a otros, os vais a destrozar mutuamente" (Gálatas 5,15).

            En tus intervenciones no impongas tus ideas. Preséntalas por si pueden ser aceptadas y ponte frenos. No arrolles ni abrumes. Por el contrario, muestra tu agrado cuando alguien dice cosas que están bien. Anima a todos. Alaba toda propuesta buena y aplaude cuando se haya conseguido un objetivo. Que se note que sabes apreciar lo que hacen los demás.

            Está muy bien que hables, propongas y lances nuevas ideas. Es parte de tu trabajo en el grupo. Imagínate si nadie dijese nada. Pero sé también el que se moja. No vas a cambiar el mundo hablando, sino haciendo. Ya nos lo decía San Juan: "Hijos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad" (1ª Juan 3,18).

            Compuestos como están de hombres y mujeres, los grupos tienen la tendencia de perder vista de sus objetivos, cargarse de aspectos que no vienen al caso o hasta de caer en las manos de quienes ni hacen ni dejan hacer, por no mencionar a las personas  decididamente resueltas a revolverlo todo por unos gramos de popularidad.

            Defiende siempre la unidad por que en la unidad está el Espíritu.

            Hasta aquí el Padre Keller.

            Es bueno recordar una última advertencia que daba a sus parroquianos:

            "El demonio parece decir: No vayas a las reuniones. Si vas, llega lo más tarde posible.
            Si hace mal tiempo, no vayas. Una vez allí, critica lo que se hace".