ASAMBLEAS FAMILIARES

VIVIR CON CRISTO POR LA LITURGIA


LECTURA DE LA CONSTITUCIÓN SOBRE LA SAGRADA 
LITURGIA (Número 6)

«Así como Cristo fue enviado por el Padre, El a su vez envió a 
los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a 
predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de 
Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás 
y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a 
realizar la obra de salvación, que proclamaban mediante el 
sacrificio y los Sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida 
litúrgica.
Y así: por el Bautismo los hombres son injertados en el 
Ministerio Pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados 
con El, resucitan con El y reciben el espíritu de adopción de hijos, 
por el que clamamos: Padre; y se convierten así en los verdaderos 
adoradores que buscan al Padre.
Asimismo, cuantas veces comen la Cena del Señor, proclaman 
su muerte hasta que vuelva... (1 Cor. 11, 26).
Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse, para 
celebrar el Misterio Pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda 
la Escritura; celebrando la Eucaristía, en la cual se hace de nuevo 
presente la victoria y el triunfo de su muerte; y dando gracias al 
mismo tiempo a Dios por el don inefable, en Cristo Jesús, para 
alabar su gloria, por la fuerza del Espíritu Santo».

Lector: Palabra de Dios y de la Iglesia.
Asamblea: Te alabamos, Señor.

* * *


1. Introducción: Resumen de lo expuesto hasta aquí
Hace ... días dimos comienzo a las Asambleas Familiares 
Cristianas. Con cierta timidez y algo de miedo en un principio, con 
alegría y optimismo posteriormente, hemos dialogado de modo 
fraternal, acerca de temas que seguramente nos han ido 
descubriendo tesoros insospechados de nuestra fe y, no es de 
extrañar, que también en muchas personas, hasta hoy ahogadas 
por las preocupaciones terrenas, el conocimiento de Cristo a 
través de las Santas Escrituras, haya encendido la luz de una fe 
viva y operante, que las lleve a una sincera y permanente 
Conversión.
El tema que nos congrega en esta noche para dialogar es: la 
Liturgia.
Para formarnos una idea exacta de la Liturgia, hagamos un 
breve resumen de lo expuesto en nuestros primeros mensajes.
El plan primitivo de Dios, dijimos, era que los hombres tuviesen 
la felicidad temporal y eterna.
El hombre lleno de los dones de Dios, debía cumplir la voluntad 
de su Señor y Padre, y darle culto: adorarle, darle gracias y pedirle 
nuevos favores. En esta forma se establece un intercambio entre 
Dios y su criatura. Dios da sus dones y gracias al hombre para 
santificarlo y el hombre rinde culto a Dios para glorificarlo. Este 
intercambio es, por así decirlo, el objeto propio de la Liturgia.
Pero este plan de Dios, lo hemos repetido muchas veces, 
quedó frustrado por el pecado de Adán. El intercambio, la 
comunicación y el diálogo entre Dios y el hombre, entre el cielo y la 
tierra, quedó interrumpido; y truncada, por lo tanto, la Liturgia 
original.
Dios, por amor, determinó salvar al hombre, restablecer su 
diálogo con él devolviéndole la vida y la felicidad eterna.
Este designio lo realizó enviándole a su Hijo, Jesucristo, el cual 
trajo de nuevo la vida y los dones de Dios a los hombres para 
santificarlos y salvarnos. El Verbo se hizo hombre, y, en 
representación de toda la humanidad, se ofreció al Padre para 
hacer lo que no hicieron los hombres: cumplir su voluntad y darle 
la gloria que se merece y expiar por todos nuestros pecados.
Así Cristo, Dios y hombre, es el que une de nuevo a Dios con el 
hombre pecador y restablece la comunicación entre el cielo y la 
tierra.
Cristo se hace, entonces, el Mediador o sea el que está en 
medio y une los dos extremos; se hace el Pontífice, el nuevo 
puente que une la tierra y el cielo; se hace el Camino por el cual 
descienden las gracias de Dios que han de santificar a los 
hombres y las demás criaturas, y por el cual asciende la gloria que 
los hombres y las demás criaturas dan a Dios.
En una palabra, Cristo es el Sumo Sacerdote que con el 
sacrificio de Sí mismo, fue el autor de la redención humana y de la 
perfecta glorificación de Dios.

2. Qué es la Liturgia
Esta obra tan grande de glorificación de Dios y santificación de 
los hombres, Cristo la continúa y la prolonga en su Iglesia, sobre 
todo por medio de la Liturgia.
La Liturgia es, según lo anteriormente expuesto, el culto público 
que nuestro Redentor, como Cabeza de la Iglesia, tributa a Dios. 
Es el culto que rinde la Comunidad de los fieles a su Cabeza, 
Jesucristo, y por medio de El, al Padre Eterno. Es, en una palabra, 
el ejercicio del sacerdocio de Cristo. (Hb. 7, 21; Const. de Liturgia, 
núm. 7.)
En ella, dice el Concilio Vaticano II, los signos sensibles 
significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del 
hombre; y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza 
y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. (Const. de Liturgia, 
núm. 7.)
La Liturgia es, por tanto, la continuación de la Historia de 
Salvación, no ya escrita en los Libros, sino viva y real en las 
celebraciones litúrgicas. La Santa Misa, los Sacramentos, las 
oraciones de la Iglesia, son Liturgia. Toda la vida de la Iglesia es la 
participación de la vida de Cristo. Pero esta vida la recibe a 
torrentes, de manera particular, en las celebraciones de los 
misterios litúrgicos, que son los momentos de máxima plenitud vital 
de la Iglesia, «sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía» 
donde se da de un modo eminente el encuentro entre Dios y los 
hombres. Los fieles reunidos en Asamblea para celebrar la 
Eucaristía son la imagen más perfecta de lo que es la Iglesia: 
muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del 
Espíritu Santo.

3. Eucaristía y Día del Señor
Esta unidad tiene su completa realización y su más viva 
expresión el domingo, día del Señor, día de nuestra Pascua 
semanal, día lleno de vida y alegría en que conmemoramos la 
Pascua de Cristo.
En este día y de modo especial en la gran Asamblea Cristiana, 
que es la Misa, Cristo se hace presente por su palabra, por la 
Eucaristía y por la irradiación de la caridad.

a) El Señor viene a su Pueblo a través de su Palabra. Es El 
quien habla en las lecturas y en la predicación. «La proclamación 
de la Palabra en la Liturgia es la acción de Cristo que habla a su 
Iglesia», dice el Concilio en su Constitución sobre la Liturgia, núm. 
7.
La Iglesia ha querido siempre rodear de una especie de culto el 
Libro que contiene las lecturas bíblicas, y nos invita a adherirnos a 
esa Palabra santa, y a hacer un acto de fe y adoración al Señor 
que nos habla a través de ella, respondiendo en alta voz «Te 
alabamos, Señor».

b) Cristo se hace presente en la Asamblea dominical por la 
Eucaristía, que es el sacrificio de Cristo por todos los hombres. 
Nosotros participamos en el sacrificio de Cristo, ofreciéndonos por 
entero junto a El, y recibiendo su Cuerpo y su Sangre en la 
Comunión, que es el signo supremo de la venida y de la presencia 
del Señor en su Iglesia, y el encuentro personal del hombre con 
Jesús.

c) En la Misa del Domingo nos unimos a Cristo, pero también 
entre nosotros mismos por la Caridad. No hay más que un Pan, y 
todos nosotros no formamos más que un Cuerpo, porque todos 
participamos de ese único Pan. Comulgando del Cuerpo inmolado 
de Cristo, sacrificio de amor, se nos envía (Misa-Misión), también a 
nosotros a sacrificarnos por nuestros hermanos, a amar a 
nuestros hermanos, principalmente a los abandonados, con el 
mismo amor con que, en este sacramento, nos ama el Padre y su 
Hijo Jesucristo.
¡No hay Misa ni acción litúrgica sin esta irradiación de caridad!
«Seguid el camino del amor, a imitación de Cristo que os ha 
amado y se ha entregado por vosotros». (Ef. 5, 2).

Un cristiano, una comunidad cristiana vale lo que vale su 
Domingo. Cada semana se convierte de nuevo al Señor, que se 
hace presente en medio de la Comunidad por la celebración del 
Misterio Pascual, y da testimonio al mundo de que Jesús ha 
resucitado.
Unidos como Pueblo de elegidos, por la Liturgia estamos 
viviendo con Cristo, nuestro jefe, nuestra Cabeza; por El y en 
unión del Espíritu Santo tributamos a Dios Padre la alabanza que 
le debemos.
Y en esta forma «pregustamos y tomamos parte en aquella 
liturgia celestial, que se celebra en la Santa Ciudad de Jerusalén, 
hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está 
sentado a la diestra de Dios, como ministro del santuario y del 
tabernáculo verdadero». (Const. Liturg. núm. 8). Allí con gozo 
inefable alabaremos a Dios eternamente.


DIALOGO DEL OCTAVO MENSAJE 

OBJETIVO
Que todos adquieran conciencia de que deben participar 
activamente en las ceremonias litúrgicas, que son el centro de la 
vida cristiana.

INTRODUCCIÓN
Cuando San Lucas describió la Iglesia primitiva en los Hechos 
de los Apóstoles, hizo notar simplemente esto: «La muchedumbre 
de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma» 
(Hechos, 4, 32).
Un alma unánime, ese era el rasgo característico de las 
primeras comunidades cristianas. El Pueblo de Dios, redimido por 
la sangre de Cristo, era un pueblo unánime.
Los cristianos de hoy todavía son este Pueblo de Dios. Pero la 
nota dominante de sus asambleas litúrgicas, ¿es acaso la 
unanimidad?
La impresión que dan nuestras Misas dominicales y la 
asistencia a la liturgia de los Sacramentos es más bien de 
dispersión, de individualismo.
Demos algunos hechos: entradas y salidas continuas, 
aglomeración en las puertas; unos están sentados, otros de 
rodillas; una señora cuchichea su rosario, a su lado un señor se 
aburre y bosteza; algunos tienen libro, otros una revista. Suena la 
campanilla, unos se arrodillan, otros se levantan. El sacerdote 
trata de establecer el diálogo con los fieles pero escasas personas 
le responden y rara vez al unísono... El canto comunitario resulta 
desmayado. En una palabra, la participación deja mucho que 
desear.
Todo esto procede en el fondo de un grave desconocimiento de 
la Misa, así como de la grandeza de la liturgia. Hoy vamos a 
dialogar precisamente sobre eso.

PARA EL DIALOGO
(Procure el Animador que todos los circunstantes intervengan.)

1.-¿Cómo se perpetúa en el mundo la Redención de Cristo?
2~¿Las devociones, los ejercicios piadosos, por ejemplo el 
rosario, el viacrucis, las procesiones, etc., son liturgia?
3~¿Por qué decimos que la Misa es el centro de la vida 
cristiana?
4.-¿En qué forma podemos prolongar, en la vida cotidiana, la 
Santa Misa? O mejor: ¿Cómo podemos vivir la Misa?
5.-¿Qué importancia damos a las lecturas de la Biblia en la 
Misa; y a la predicación del Sacerdote? ¿Qué podemos hacer al 
respecto?

RESPUESTAS QUE PUEDEN ORIENTAR Al, ANIMADOR

1.-La redención del mundo se prolonga y se perpetúa por 
medio de la Iglesia, a través de la Liturgia, que es el culto público 
que Jesucristo, como Cabeza de la Iglesia, tributa a Dios; y el culto 
que la comunidad de los fieles rinde a su Cabeza Cristo; y por 
medio de El, al Padre eterno. La Liturgia es el ejercicio del 
sacerdocio de Cristo por parte suya y nuestra.

2.-Las devociones y los ejercicios piadosos, como el rosario, el 
viacrucis, las procesiones, etc., no son Liturgia. El Concilio, sin 
embargo, a este respecto se expresa así: «Se recomiendan 
encarecidamente los ejercicios piadosos al pueblo cristiano, con tal 
que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia» 
(Const Liturgia, núm. 13).
«Pero toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo 
Sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada 
por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo 
grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (Const. 
Liturgia, núm. 7).

3.-La Misa no es un acto marginal, sino el centro de la vida 
cristiana, porque es el Sacrificio de Cristo y gracias a él tenemos 
abierto el camino a una vida nueva, que nunca acaba.
«Del Sacrificio Eucarístico, sobre todo, mana hacia nosotros la 
gracia, como de su fuente», dice el Concilio Vaticano II (Const 
Liturgia, núm. 10).
Además la Misa es e! Sacrificio de la Iglesia; es decir, de Cristo 
y de los cristianos. En la Misa debemos ofrecernos al Padre, 
unidos a Cristo; comprometernos a cumplir su voluntad, como lo 
hizo Cristo.

4.-La Misa se puede y debe prolongar en la vida cotidiana:
a) Cumpliendo la voluntad de Dios.
b) Cumpliendo nuestros deberes de estado: familiares, sociales, 
profesionales.
Nuestra vida, como la de Cristo, debe ser una entrega continua, 
que tenga por centro la Misa; en tal forma que, al salir del templo, 
después de haber participado en el Sacrificio de Cristo, vivamos 
cristianamente.

5.-Por lo general, tanto las lecturas, como la predicación del 
Sacerdote, las oímos distraídamente; y aún más, todavía se ve a 
alguno que, cuando el sacerdote va a hacer la Homilía, se sale al 
atrio a charlar con los amigos o a fumarse un cigarrillo, y cuando 
continúa la Misa vuelve a entrar.

CONCLUSIONES
(Hacer que los asistentes saquen conclusiones prácticas. El 
Animador puede concretar algunas, por ejemplo):
-Promover la participación activa en las ceremonias.
-Dialogar con el sacerdote para llevarle nuestras inquietudes 
acerca de la Misa, de la predicación, de los Sacramentos, etc.
-Colaborar en la formación de lectores y monitores.
-Prestar apoyo a todas las iniciativas, que tiendan al esplendor 
del culto.
-Cantar y responder con entusiasmo en la Misa.
-Hacer lo posible para comulgar devotamente en todas las 
Misas a que se asista...

CANTO 57. GLORIA, GLORIA, ALELUYA (Popular)

Gloria, gloria, aleluya (ter), 
en nombre del Señor.

1. Cuando sientas que tu hermano 
necesita de tu amor,
no le cierres tus entrañas 
ni el calor del corazón.
Busca pronto en tu recuerdo 
la palabra del Señor: 
Mi Ley es el amor.

2. Cristo dijo que quien llora 
su consuelo encontrará 
quien es pobre, quien es limpio 
será libre y tendrá paz.
Rompe pronto tus cadenas, 
eres libre de verdad: 
empieza a caminar.

3. Si el camino se hace largo, 
si te cansas bajo el sol, 
si en tus campos no ha nacido 
ni la más pequeña flor, 
toma mi mano y cantemos 
unidos por el amor: 
en nombre del Señor.

ORACIÓN
Animador: Oremos:
Oh Dios, que bajo un Sacramento admirable, 
nos dejaste el memorial de tu Pasión; 
te pedimos Señor, nos concedas 
celebrar de tal manera 
los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, 
que sintamos constantemente en nosotros 
el fruto de tu Redención 
y haz que, al ofrecerte 
el devoto obsequio de nuestra piedad, 
cumplamos el deber de una digna reparación, 
acción de gracias y alabanza al Padre Celestial.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Asamblea: Amén.

CESPLAM-1. Págs. 68-76