CATECUMENADO 57

 

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir la presencia de Cristo en medio de la enfermedad: 
   El carga con nuestras enfermedades (Mt 8, 17). 
* En virtud de ello, el creyente evangeliza desde su enfermedad. 

112. Cristo, en medio de la enfermedad 
Cristo se encuentra con el creyente también en medio de su 
enfermedad. La enfermedad supone una situación dura y crítica, en la 
que es puesta a prueba la misma fe: «¿Por qué, Señor...?». El 
sacramento de la Unción de los Enfermos significa y actualiza un rasgo 
esencial de la Iglesia: el de ser la comunidad llena de esperanza que 
triunfa incluso del aparente fracaso definitivo: la muerte (133). 

113. La enfermedad, desgarro de sí, ruptura de la unidad personal 
La enfermedad es una situación dura y crítica. Estar enfermo es estar 
en un mundo diferente. Al verse invadida por la enfermedad, la persona 
humana experimenta una especie de elemento hostil, que le hostiga 
obsesivamente, que le ataca violentando sus tendencias, sus gustos, su 
voluntad. Es un acontecimiento que se le impone a uno mismo, sin 
haberlo deseado. La fatiga, la fiebre, el embotamiento, el dolor físico... 
invaden como intrusos el organismo corporal. La enfermedad bloquea al 
hombre a pesar suyo, invade la conciencia sin su consentimiento, domina 
y esclaviza la voluntad, amenaza con destruir todo lo que se tiene e, 
incluso, lo que uno es. El enfermo siente la tentación de considerar su 
cuerpo como un obstáculo, como un objeto exterior independiente y 
enemigo. La enfermedad conduce a un desgarro de sí, a una ruptura de 
la unidad personal: «mi cuerpo está contra mi». La enfermedad provoca 
también una crisis de comunicación (134). 

114. Crisis, de la comunicación con los demás 
El sufrimiento obliga al enfermo a prestarse a sí mismo una atención 
tan exclusiva, que disloca sus relaciones con los demás. Se siente como 
si fuera el único en sufrir. Este repliegue sobre sí mismo se ve acentuado 
por el hecho de encontrarse limitado a un horizonte cada vez más 
estrecho. El enfermo ha de permanecer en una habitación, ha de 
guardar cama: sólo le son posibles unos movimientos y unos pocos 
gestos. En último extremo, deberá ser ayudado para comer, cambiarse, 
para satisfacer sus necesidades más elementales. Se siente en una 
situación de dependencia que modifica profundamente el modo como 
vivía antes su relación con los otros. Esta experiencia de dependencia es 
la más inmediatamente penosa: sufre por percibirse como una carga 
para los demás, por hallarse siempre en el lugar del que recibe. Por otra 
parte, la duración de la enfermedad origina el espaciamiento de las 
visitas. El enfermo renunciará pronto a retener a aquellos con quienes la 
comunicación ya no parece posible (135). 

115. El enfermo palpa su propia fragilidad 
La enfermedad conduce a una comprensión más profunda de uno 
mismo como ser contingente. El enfermo palpa la fragilidad de su ser que 
él creía hasta ahora firme y seguro. Su cuerpo amenazado le descubre la 
existencia de la contingencia; la cual se ve aún acentuada por la 
aparición brusca de la idea de la muerte, que la curación no conseguiría 
más que retrasar. La enfermedad manifiesta a la muerte como un destino 
inevitable (136). 

116. ¿Por qué...? 
En medio del desconcierto que acompaña al dolor y a la enfermedad 
surge frecuentemente la tentación de rebeldía frente a Dios: «¿Qué he 
hecho yo?, ¿por qué a mí?, ¿por qué Dios me manda esto?»... En los 
casos más extremos se producen reacciones semejantes a la de Job: 
«¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? 
¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? 
Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de 
la tierra, que se alzan mausoleos; o como los nobles, que amontonan oro 
y plata en sus palacios. Ahora sería un aborto enterrado, una criatura 
que no llegó a ver la luz» (Jb 3, 11-16) (137). 

117. La enfermedad, un mal que debe ser combatido 
Como la pobreza y la miseria, la enfermedad es un mal que debe ser 
combatido. Es malo estar malo. Por ello entra dentro del plan salvador de 
Dios el que el hombre luche ardientemente contra cualquier enfermedad 
y busque solícitamente la salud. Los médicos y todos los que de algún 
modo tienen relación con el enfermo han de hacer, intentar y disponer 
todo lo que consideren provechoso para aliviar el espíritu y el cuerpo de 
los que sufren; al comportarse así, cumplen con aquella palabra de 
Cristo que mandaba visitar a los enfermos, queriendo indicar que era el 
hombre completo el que se confiaba a sus visitas para que le ayudaran 
en su vigor físico y le confortaran en su espíritu (cfr. Ritual de la Unción 
[RU], 3 y 4) (138). 

118. Jesús vence al mal en todas sus manifestaciones 
Los Evangelios muestran claramente el cuidado corporal y espiritual 
con que el Señor atendió a los enfermos: «recorría toda Galilea 
enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, 
curando las enfermedades y dolencias del Pueblo» (Mt 4, 23). El 
encomienda a sus discípulos que procedan del mismo modo: «Id y 
proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, 
resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis 
recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10, 7-8). Jesús se presenta en el mundo 
como quien vence al mal en todas sus manifestaciones: la enfermedad, 
el pecado, la muerte (139). 

119. Los milagros de curación, signos de esperanza 
Jesús ve en la enfermedad un mal del que sufren los hombres, una 
consecuencia del pecado, un signo del poder de Satán. Las curaciones 
que Jesús realiza significan, a la vez, su triunfo sobre Satán y la 
presencia del Reino de Dios entre nosotros (cfr. Mt 11, 5). Si bien la 
enfermedad aún no desaparece del mundo, no obstante la fuerza divina 
que finalmente la vencerá está desde ahora en acción. Jesús ante todos 
los enfermos que le dicen su confianza (Mc 1, 40; Mt 8, 2-6), manifiesta 
una sola exigencia: que crean, pues todo es posible a la fe (Mt 9, 28; Mc 
5, 36; 9, 23). Los milagros de curación confirman la esperanza a la que 
toda la humanidad está llamada, esperanza que no será confundida 
(140). 

120. El sacramento de la Unción de los Enfermos 
Junto a las curaciones que tiene a bien realizar, Jesús deja para la 
humanidad sufriente por la enfermedad el sacramento de la Unción. 
Esbozado ya en el evangelio de Marcos (6, 13) y proclamado en la carta 
de Santiago, fue celebrado siempre por la Iglesia en favor de sus 
miembros a los que unge y por los que ora, invocando el nombre del 
Señor para que los alivie y los salve. «¿Está enfermo alguno de 
vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, 
después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fe 
salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado, lo 
perdonará» (/St/05/14-15) (141). 

121. Tradición de la Iglesia en Oriente y Occidente 
Pablo Vl, en la Constitución Apostólica sobre el sacramento de la 
Unción de los Enfermos, incluye esta breve historia del mismo:
«Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran, desde 
tiempos antiguos, en la Tradición de la Iglesia, especialmente en la 
litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente. En este sentido, se 
pueden recordar de manera particular la carta de nuestro predecesor 
Inocencio I a Decenio, Obispo de Gubbio, y el texto de la venerable 
oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: «Envía, Señor, tu 
Espíritu Santo Paráclito», que fue introducido en la Plegaria Eucarística y 
se conserva aún en el Pontifical Romano.» 
«A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición 
litúrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes 
del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el Santo Oleo y se 
fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las unciones con la 
oración, tal como se encuentran en los libros rituales de las diversas 
Iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Romana prevaleció desde el Medievo 
la costumbre de ungir a los enfermos en los órganos de los sentidos, 
usando la fórmula: "Por esta santa unción y por su bondadosa 
misericordia te perdone el Señor todos los pecados que has cometido", 
adaptada a cada uno de los sentidos» (142). 

122. Concilios de Florencia, Trento y Vaticano II 
"La doctrina acerca de la Santa Unción se expone también en los 
documentos de los Concilios Ecuménicos, a saber, el Concilio de 
Florencia y, sobre todo el de Trento y el Vaticano II (SC 73; cfr. DS 1324; 
1694-1700; 1716-1719) (143). 

123. Renovación de Pablo Vl 
Asimismo, Pablo Vl, para que se adapte mejor a las condiciones de los 
tiempos actuales, establece para el Rito Latino cuanto sigue: El 
Sacramento de la Unción de los Enfermos se administra a los 
gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite 
de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro 
aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras. «Por esta 
santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la 
gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la 
salvación y te conforte en tu enfermedad» (RU 143 y 221) (144). 

124. El signo sacramental de la Unción de los Enfermos 
El simbolismo de la unción consiste en un gesto fraternal de asistencia 
que evoca la acción de una persona atenta a la prueba por la que pasa 
el enfermo. Expresa la solicitud de la comunidad cristiana para con aquel 
que sufre. Esta solicitud misma revela el comportamiento de Cristo atento 
a la situación crítica del hombre enfermo. El sacramento remite, así, por 
una parte a la comunidad eclesial y, por otra, a la presencia eficaz de 
Cristo en medio de su Iglesia (145). 

125. Superación de la angustia, robustecimiento de la fe. El cristiano 
evangeliza desde su enfermedad: el signo de la esperanza 
«El hombre, al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia 
de Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca su ánimo, y 
sometido a la prueba, no se debilite su fe. Por eso Cristo robustece a sus 
fieles enfermos con el sacramento de la Unción fortaleciéndolos con una 
firmísima protección» (RU 5). Por la presencia eficaz del Espíritu de 
Jesús, la enfermedad pierde su carácter más duro, desesperado, 
lacerante. Como la pobreza y la muerte (1 Co 15, 55), pierde su aguijón 
para convertirse en signo evangélico de paz, de serenidad y de 
esperanza. El cristiano enfermo evangeliza desde su situación deficitaria 
y dolorosa: «los enfermos, con su testimonio, deben recordar a los 
demás el valor de las cosas esenciales y sobrenaturales y manifestar 
que la vida mortal de los hombres ha de ser redimida por el misterio de la 
muerte y resurrección de Cristo» (RU 3) (146). 

126. Dimensión comunitaria del sacramento 
Este sacramento, como los demás, tiene un carácter comunitario que, 
en la medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración. La 
enfermedad de uno de sus miembros presenta a la comunidad eclesial 
una de las grandes ocasiones para manifestarse como comunidad de 
amor. Durante la enfermedad los lazos que vinculan a unos y otros no 
sólo no se rompen, sino que adquieren un sentido nuevo y una nueva 
forma: «cuando un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12, 26). En 
ciertos casos, será factible la presencia de algunos miembros de la 
comunidad; en otros muchos, la comunidad se verá reducida a la 
presencia de la familia; incluso no faltarán ocasiones en las que se 
hallarán solos el ministro y el enfermo, en cuyo caso se hará comprender 
a este último que allí mismo está la Iglesia (cfr. RU 33; 57d; 74). La 
comunidad cristiana hará comprender al enfermo que no es un peso, que 
no es un fracasado, que no está solo, que no va hacia la nada, que Dios 
no le castiga, que Dios le perdona, que será liberado, que no hay nada 
que le pueda apartar del amor de Dios y de Cristo (cfr. Rm 8, 31-35) 
(147). 

127. El sufrimiento se torna humano, es decir, con esperanza 
Por la fe y el amor el creyente es liberado de las desgracias del 
cuerpo. Su sufrimiento se torna humano, es decir, con esperanza. Sólo 
dentro de esta perspectiva es posible comprender las audaces paradojas 
de San Pablo. No se trata de juegos de palabras, sino expresión de la 
fuerza del cristiano que triunfa por encima del sufrimiento: presionado 
por todas partes, pero no aplastado; no sabiendo qué esperar, pero no 
desesperado; perseguido, pero no abandonado; abatido, pero no 
aniquilado; tenido por moribundo y siempre vivo; por afligido y siempre 
alegre... (Cfr. 2 Co 4, 8ss; 6, 8ss) (148). 
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TEMA 57 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Relato de acontecimientos significativos, vividos desde la última 
reunión. 
* Oración inicial: Sal 39 6 41. 
* Presentación del tema 57 en sus puntos clave (pista adjunta). 
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos. 
* Oración comunitaria: Sal 77. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
1. Cristo en medio de la enfermedad. 
2. Desgarro de sí, crisis de comunicación con los demás. 
3. Es malo estar malo. 
4. Jesús vence al mal en todas sus manifestaciones. 
5. La curación, signo de esperanza. 
6. La unción de los enfermos. 
7. Una fuerza especial. 
8. El cristiano evangeliza desde su enfermedad. 
9. Dimensión comunitaria.