CATECUMENADO 40 
MDT-10


NO SE PUEDE SERVIR A DIOS Y AL DINERO


OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir que la justicia del evangelio conduce no sólo a no robar y no codiciar, sino también a dar y compartir 

101. El afán de posesión de bienes materiales, un pozo sin fondo 
Hay quienes ponen toda su confianza y seguridad en la posesión de 
bienes materiales; pero quienes se mueven por el amor a Dios y al 
prójimo se sienten más felices y más seguros cuando comparten sus 
bienes con el prójimo. No esperan la felicidad de la acumulación de 
riquezas. Su deseo es darse a los demás, hacer el bien. Nuestra cultura 
económica tiende a incapacitarnos para pensar... Es éste un problema 
particularmente grave de nuestro tiempo. El afán de encontrar la 
seguridad en la posesión de bienes es un pozo sin fondo, que deja al 
hombre siempre insatisfecho. No se sacia. Pretende poseerlo todo y 
poseerlo siempre. ¡Un imposible! (149). 

102. «No codiciarás los bienes ajenos»: décimo mandamiento 
Ante el deseo del hombre de poseer cada vez más, sin ocuparse de 
los otros, el Antiguo Testamento presenta el mandamiento del Decálogo 
que dice: «No codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su 
buey o su asno: nada que sea de tu prójimo» (Dt 5, 21) (150). 

103. Distintas formas de robo, inspiradas por la codicia 
MDT-07
Numerosos pasajes de la Escritura denuncian los atentados contra el 
prójimo, inspirados por la codicia. La codicia conduce a distintas formas 
de robo. Así, lleva al comerciante a falsear las balanzas, a especular y a 
hacer dinero de todo (Am 8, 5-6; Si 26, 29; 27, 1-2); al rico a hacer 
extorsiones y acaparar propiedades (Am 5, 12; Is 5, 8; Mi 2, 2), a explotar 
a los pobres (Ne 5, 1-5; 2 R 4, 1; Am 2, 6), incluso negando el salario 
merecido (Jr 22, 13); al jefe y al juez a exigir cohechos (Is 33, 15; Mi 3, 1 
1; Pr 28, 16), a violar el derecho (Is 1, 23; 5, 23; Mi 7, 3) (151). 

104. La codicia, opuesta al amor del prójimo CODICIA/A-H La codicia 
es directamente opuesta al amor del prójimo y, sobre todo, de los 
pobres, a los que la ley debe proteger (Ex 20, 17; 22, 24; Dt 24, 10-21). 
Mientras que Yahvé prescribe: «No endurezcas tu corazón» (Dt 15, 7), el 
codicioso es un hombre que tiene el alma seca (Si 14, 8-9), pues no 
tiene compasión (27,1). Los jefes codiciosos, cautivados por su interés, 
como lobos que desgarran su presa, recurren incluso a la violencia para 
aumentar sus ganancias (Ha 2,9; Jr 22,17) y afirmar su voluntad de 
dominio (Ez 22, 27) (152). 

105. "No robarás": séptimo mandamiento" 
Según este desarrollo bíblico, la codicia de los bienes ajenos del 
décimo mandamiento conduce a la transgresión del séptimo, que dice: 
«No robarás» (Dt 5,19). Hay formas enmascaradas de robar. Es mal 
adquirida, en efecto, la riqueza que acaba por excluir de los bienes de la 
tierra a la masa de los hombres, reservándolos a algunos privilegios (Is 
5, 8; Jr 5, 27-28) (153). 

106. «Revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres" 
«Vosotros revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres. El 
pobre desnudo gime en tu puerta, y ni le miras siquiera. Es un hombre 
desnudo quien te implora y tú sólo te preocupas de los mármoles con 
que cubrirás tus pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo obtiene: es 
un hombre que busca pan y tus caballos mascan el oro bajo sus dientes. 
Te gozas en los adornos preciosos, mientras otros no tienen que comer. 
¡Qué juicio más severo te estás preparando, oh rico! El pueblo tiene 
hambre y tú cierras los graneros, el pueblo implora y tú exhíbes tus 
joyas. ¡Desgraciado quien tiene facultades para librar a tantas vidas de 
la pobreza y no quiere! Las vidas de todo un pueblo habrían podido 
salvar las piedras de tu anillo» (·Ambrosio-SAN, Libro de Nabuthe, PL 
14, 1394) (154). 

107. La propiedad-privada no constituye para nadie un derecho 
incondicional y absoluto: 
El Papa ·Pablo-VI dice en la encíclica Populorum Progressio, tras 
hacer referencia al pasaje bíblico de 1 Jn 3, 17: «Sabido es con qué 
firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de 
los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: «No es 
parte de tus bienes -así dice San Ambrosio- lo que tú das al pobre; lo 
que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de 
todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no 
solamente para los ricos.» Y también: «... la propiedad privada no 
constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay 
ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la 
propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario. En una 
palabra: el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con 
detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los 
Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos» (PP 23) (155). 

108. POBREZA/RIQUEZA: No es posible servir a 
Dios y al dinero. «¡Ay de vosotros los ricos!» 
El Evangelio es muy duro en relación con las riquezas. El «¡ay de 
vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo!» (Lc 6, 
24)"suena a condenación severa. El Evangelio del Reino anuncia el don 
total de Dios; para recibirlo hay que darlo todo; para adquirir la perla 
preciosa, el tesoro único hay que venderlo todo (Mt 13, 45-46), pues no 
se puede servir a dos señores (Mt 6,24). El dinero es un amo implacable: 
ahoga la palabra del Evangelio (Mt 13, 22); hace olvidar lo esencial, la 
soberanía de Dios (Lc 12, 15-21); detiene en el camino del Evangelio a 
los corazones mejor dispuestos (Mt 19, 21 -22). El rico que tiene en este 
mundo sus bienes (Lc 16, 25) y su consuelo (6, 24) no puede entrar en 
el Reino; sería más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja (Mt 
19, 23-24). Sólo los pobres son capaces de acoger la buena nueva (Is 
61,1; Lc 4,18; 1,53): He aquí el camino que Jesús propone a sus 
seguidores: «El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser 
discípulo mío» (Lc 14, 33). El que sirve a Dios, da su dinero a los pobres; 
el que sirve al dinero, lo guarda para apoyarse en él. La distancia entre 
el Decálogo y el Evangelio es aquí muy marcada (156). 

109. No sólo «no robarás», sino que, además, compartirás 
No sólo «no robarás», sino que además darás. Renunciar a la riqueza 
no es necesariamente dejar de ser propietario. Incluso entre los 
allegados a Jesús hubo algunas personas acomodadas, y un hombre 
rico de Arimatea fue el que recibió en su tumba el cuerpo de Jesús (Mt 
27,57). El evangelio no quiere que se deshaga uno de su fortuna como 
de un peso molesto; lo que pide es que la comparta con los pobres (Mt 
19,21; Lc 12,33; 19,8); haciéndose amigos con el dinero injusto pueden 
también los ricos esperar que Dios les abra el difícil camino de la 
salvación (Lc 16, 9) Como a Zaqueo (Lc 19,8), Jesús pide a todos un 
signo (suficientemente claro y variable según los casos) de que el 
verdadero dios de cada uno no es el dinero. Muchos, no obstante, son 
invitados a dejarlo todo (Mt 19,21; Lc 12,33). Lo escandaloso no es que 
haya un rico Epulón y un pobre Lázaro, sino que Lázaro quiera 
alimentarse con las migajas que caen de la mesa del rico y no se le dé 
nada (Lc 16, 21) (157). 

110. Quien posee, es bueno cuando da 
San Juan Crisóstomo nos exhorta a ser generosos y a menospreciar 
las riquezas: «¿Cómo puede ser bueno el que posee riqueza? No puede 
así afirmarse eso, sino que es bueno cuando da a los otros. Es bueno 
cuando no tiene, cuando se la da a los otros, entonces es bueno. 
Mientras guarda, no puede ser bueno. Ahora bien, ¿cómo puede ser 
bueno algo que, retenido, muestra que somos malos y, desechado, 
buenos? Luego lo que nos hace parecer buenos no es el tener, sino el 
no tener riquezas. Luego la riqueza no es un bien. Y si pudiendo tomarla 
la dejas, entonces te muestras bueno» (Homilía Xll, 3 y 4, PG 62, 562) 
(158). 

111. El Nuevo Testamento, tiempo del don. Cuando se ha recibido 
mucho de Dios, todo cálculo resulta escandaloso 
El Nuevo Testamento, poniendo plenamente de 
relieve la generosidad de Dios, trastornó las perspectivas humanas. Es 
verdaderamente el tiempo del don (Jn 4,10; Rm 5,7ss). El don a los 
demás adquiere así un significado y una amplitud jamás conocida. La 
codicia que se opone a la actitud de dar debe combatirse siempre. Ahora 
debe ser superada ya la máxima «doy para que me des» (Lc 14,12ss). 
Cuando se ha recibido tanto de Dios, todo cálculo y toda estrechez de 
corazón resultan escandalosos. «Da a quien te pida» (Mt 5,42). «Habéis 
recibido gratis, dad gratis» (Mt 10,8). El cristiano está llamado a 
considerar todo como riquezas de las que sólo es administrador y que le 
han sido confiadas para el servicio de los demás (1 P 4,10-11). La 
generosidad con los demás es también una gracia, fruto del amor que 
procede de Dios (159). 

112. Cada cual dé según el dictamen de su corazón. Dios ama al que 
da con alegría 
«El que siembra escasamente, dice Pablo a los Corintios, 
escasamente cosecha, y el que siembra a manos llenas a manos llenas 
cosecha. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala 
gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es 
Dios para colmaros de toda gracia a fin de que teniendo siempre y en 
todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra buena. 
Como dice la Escritura: Repartió a manos llenas; dio a los pobres, su 
justicia permanece eternamente. Aquel que provee de simiente al 
sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra 
sementera y aumentará los frutos de vuestra justicia. Sois ricos en todo 
para toda largueza, la cual provocará por nuestro medio acciones de 
gracias a Dios» (2 Co 9, 6-11) (160). 

113. ¡Bienaventurados los pobres! Vuestro es el Reino de Dios 
Al comenzar Jesús su predicación inaugural con la bienaventuranza de 
los pobres: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de 
Dios» (Lc 6, 20; Mt 5, 3), quiere hacer que se reconozca en ellos a los 
privilegiados del Reino que anuncia (St 2, 5). Como lo cantaba María, la 
humilde sierva del Señor (Lc 1,46-55), ha llegado ya la hora en que se 
van a realizar las promesas de otros tiempos: «Los pobres comerán y 
quedarán saciados» (Sal 21,27), son convidados a la mesa de Dios (Cfr. 
Lc 14,21). Jesús aparece así como el Mesías de los pobres (Is 61,1; Lc 
4,18; Mt 11,5). En realidad, fueron sobre todo los humillados los que 
acudieron a Jesús (Mt 11,25; Jn 7,48-49) (161). 

114. Amarás dando, compartiendo 
Todo esto sólo puede ser comprendido por el hombre nuevo. Este 
nace de Dios y descubre el valor real de las cosas. Sin ese renacer, las 
riquezas se vuelven en manos del hombre frutos de iniquidad (Lc 16,9), y 
el vender los bienes y darlos a los pobres no sirve de mucho: «Aunque 
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no 
tengo caridad, nada me aprovecha» (1 Co 13,3). Toda la acción que no 
termine en el amor está viciada de raíz: Amarás dando (162). 

115. Destino universal de los bienes 
Según la enseñanza de la Iglesia, «Dios ha destinado la tierra y cuanto 
ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En 
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma 
equitativa bajo la guía de la justicia y con la compañía de la caridad» (GS 
69). Aunque los hombres tienen derecho a poseer bienes y a disponer 
de ellos libremente, dentro de alguna de las formas de la propiedad 
privada, jamás deben perder de vista el destino universal de los bienes 
que poseen. "Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas 
exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino 
también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él 
solamente, sino también a los demás" (GS 69). Por ello, «quien se halla 
en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza 
ajena lo necesario para sí» (GS 69). 
Según la doctrina de los Padres y doctores de la Iglesia todos estamos 
obligados a ayudar a los pobres y no sólo con los bienes superfluos, sino 
también con los bienes que consideramos como necesarios para 
nosotros: «Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, 
lo matas (Cfr. Gratiani, Decretum c. 21 dist 86)» (GS 69). Se ha de 
ayudar a los pobres, tanto a los individuos como a los pueblos pobres, 
de modo que ellos lleguen a ser capaces de ayudarse a sí mismos y de 
lograr por su propia actividad responsable el desarrollo económico y 
social. Una de las formas de contribuir hoy a la más justa distribución de 
los bienes y servicios es procurando que se promulguen leyes fiscales 
justas y pagando los impuestos (163). 

116. Las diversas formas de propiedad privada 
Todos los hombres tienen derecho a acceder a la propiedad y a otras 
formas de dominio privado de los bienes; y la sociedad tiene el deber de 
favorecer las circunstancias y fomentar los medios para que este 
derecho se convierta en realidad. Cuando la Iglesia defiende este 
derecho de propiedad privada piensa, sobre todo, en el derecho de 
aquellos que no poseen. 
«La propiedad, como las demás formas de dominio privado sobre los 
bienes exteriores, contribuye a la expresión de la persona y le ofrece 
ocasión de ejercer su función responsable en la sociedad y en la 
economía. Es por ello muy importante fomentar el acceso de todos, 
individuos y comunidades, a algún dominio sobre los bienes externos. 
La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos 
aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la 
autonomía personal y familiar y deben ser considerados como ampliación 
de la libertad humana. Por último, al estimular el ejercicio de la tarea y de 
la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades 
civiles. 
Las formas de dominio o propiedad son hoy diversas y se diversifican 
cada día más. Todas ellas, sin embargo, continúan siendo elemento de 
seguridad no despreciable aun contando con los fondos sociales, 
derechos y servicios procurados por la sociedad. Esto debe afirmarse no 
sólo de las propiedades materiales, sino también de los bienes 
inmateriales, como la capacidad profesional. 
El derecho de propiedad privada no es incompatible con las diversas 
formas de propiedad pública existentes» (GS 71). 
Por razones de bien común la autoridad pública tiene el derecho de 
decidir la expropiación forzosa de determinados bienes, supuesta la 
compensación adecuada. Por lo demás, toca a la autoridad pública 
«impedir que se abuse de la propiedad privada en contra del bien 
común» (GS 71) (164). 

117. El valor del trabajo humano. El deber y el derecho al trabajo.
Remuneración del trabajo TRABAJO/DIGNIDAD
Para respetar los derechos de las personas sobre los bienes 
materiales se ha de tener en cuenta que entre los distintos elementos de 
la actividad económica el más importante de todos es el trabajo. El 
trabajo humano es una expresión de la persona humana y tiene por ello 
un valor singular. «El trabajo humano que se ejerce en la producción y 
en el comercio o en los servicios es muy superior a los restantes 
elementos de la vida económica, pues estos últimos no tienen otro papel 
que el de instrumentos. 
Pues el trabajo humano, autónomo o dirigido, procede inmediatamente 
de la persona, la cual marca con su impronta la materia sobre la que 
trabaja y la somete a su voluntad. Es para el trabajador y para su familia 
el medio ordinario de subsistencia; por él el hombre se une a sus 
hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y 
cooperar al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. 
Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se 
asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una 
dignidad sobresaliente laborando con sus propias manos en Nazaret. De 
aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así como 
el derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, 
según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan 
encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente. Por último, la 
remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su 
familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, 
teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, 
así como las condiciones de la empresa y el bien común. 
La actividad económica es de ordinario fruto del trabajo asociado de 
los hombres; por ello es injusto e inhumano organizarlo con daño de 
algunos trabajadores» (GS 67) (165). 

118. La participación de los trabajadores en las decisiones 
económicas 
En relación con los derechos de las personas sobre los bienes 
materiales tiene hoy especial importancia el derecho de los trabajadores 
a participar en las decisiones de la empresa y en general en las 
decisiones de política económica: 
«En las empresas económicas son personas las que se asocian, es 
decir, hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Por ello, 
teniendo en cuenta las funciones de cada uno, propietarios, 
administradores, técnicos, trabajadores, y quedando a salvo la unidad 
necesaria en la dirección, se ha de promover la activa participación de 
todos en la gestión de la empresa según formas que habrá que 
determinar con acierto. Con todo, como en muchos casos no es a nivel 
de empresa, sino en niveles institucionales superiores, donde se toman 
las decisiones económicas y sociales de las que dependen el porvenir de 
los trabajadores y de sus hijos, deben los trabajadores participar también 
en semejantes decisiones por sí mismos o por medio de representantes 
libremente elegidos» (GS 68) (166). 

119. El derecho de asociación de los trabajadores 
Para que sean convenientemente respetados los derechos de los 
trabajadores es necesario que los trabajadores se asocien. El derecho a 
la asociación es un derecho fundamental. 
«Entre los derechos fundamentales de la persona humana debe 
contarse el derecho de los obreros a fundar libremente asociaciones que 
representen auténticamente al trabajador y puedan colaborar en la recta 
ordenación de la vida económica, así como también el derecho de 
participar libremente en las actividades de las asociaciones sin riesgo de 
represalias. Por medio de esta ordenada participación, que está unida al 
progreso en la formación económica y social, crecerá más y más entre 
todos el sentido de responsabilidad propia, el cual les llevará a sentirse 
colaboradores, según sus medios y aptitudes propias, en la tarea total 
del desarrollo económico y social y del logro del bien común universal» 
(GS 68) (167). 

120. El derecho a la huelga 
Un aspecto importante de la defensa de los derechos de los 
trabajadores es la huelga: 
«En caso de conflictos económico-sociales hay que esforzarse por 
encontrarles soluciones pacíficas. Aunque se ha de recurrir siempre 
primero a un sincero diálogo entre las partes, sin embargo, en la 
situación presente, la huelga puede seguir siendo medio necesario, 
aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las 
aspiraciones justas de los trabajadores. Búsquense, con todo, cuanto 
antes, caminos para negociar y para reanudar el diálogo conciliatorio» 
(GS 68) (168). 

121. Comunidad de corazones y comunidad de bienes 
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, en la descripción que se 
hace de la vida de la comunidad primitiva (Hch 2, 42-45; 4, 32-35), se 
nos presenta como un valor genuinamente cristiano la comunidad de 
bienes que alcanza «a cada uno según sus necesidades». Con esto no 
se anula el derecho de propiedad privada, pero sí se insinúa cuál es el 
ideal de vida más conforme con el Evangelio. Lo fundamental es la 
comunidad de corazones, fundada en Jesucristo. La fe común en 
Jesucristo, la unión con Cristo por el Bautismo y por la Eucaristía, exigen 
una caridad fraterna en virtud de la cual se reconozca a todos la igual 
dignidad de hijos de Dios, y reine entre todos un amor profundo. 
Esta comunión espiritual debe expresarse también en la tendencia a la 
comunidad de bienes en el orden material. La colecta en favor de los 
santos, que San Pablo propone a la comunidad de Corinto (Cfr. 2 Co 8 y 
9), no supone una venta de los bienes para repartir su precio y 
consumirlo, pero sí exige poner los propios bienes al servicio de las 
necesidades de la comunidad. Es una de las consecuencias de nuestra 
condición de miembros del cuerpo de Cristo (1 Co 12, 26). Este espíritu 
evangélico en el mundo actual debe manifestarse especialmente en la 
realización de la justa distribución de bienes y servicios, en la eliminación 
de las desigualdades injustas, en la atención especial a los más 
necesitados, y en la solidaridad y amor mutuo entre los miembros de la 
sociedad. La vida cristiana implica comunidad de corazones y tiende a 
crear una efectiva comunidad de bienes (169). 

122. Una generosidad, según la cual los hombres seremos juzgados 
La verdadera riqueza no es la que se posee, sino la que se da, pues 
este don atrae la generosidad de Dios, une al que da y al que recibe y 
da al mismo rico la ocasión de experimentar que hay «más dicha en dar 
que en recibir» (hch 20, 35). Dar de comer al hambriento, de beber al 
sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, atender al enfermo, 
ocuparse del prisionero... son obras de misericordia, según las cuales 
cada uno de los hombres será juzgado (Mt 25, 31-46). Estos actos 
humanitarios, aparentemente de orden temporal, realizan la máxima 
dimensión religiosa: la relación personal e inmediata con Cristo, camino 
único para llegar a Dios (170). 
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TEMA 40-1

OBJETIVO: 
DESCUBRIR QUE EL EVANGELIO CONDUCE 
NO SOLO A NO ROBAR Y NO CODICIAR, 
SINO TAMBIÉN A COMPARTIR 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Información: personas, hechos, problemas. 
* Presentación del tema 40 en sus puntos clave. 
* Diálogo: diversas implicaciones del mensaje de Jesús. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Un pozo sin fondo: la codicia. 
* Diversas formas de robo: 
- negar el salario merecido; 
- violar el derecho; 
- acaparar propiedades, especular; 
- falsear las balanzas (...). 

* No robarás (Dt 5,19) ni codiciarás lo ajeno (5,21). 
* La propiedad privada, no algo absoluto. 
* Compartirás (Lc 12,33; 19.8). 
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TEMA 40-2

OBJETIVO: 
DESCUBRIR QUE EL EVANGELIO CONDUCE A COMPARTIR: 
COMUNICACIÓN DE BIENES 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo, plan y documento de la reunión: 
«Comunicaci6n de bienes:
el mensaje de Jesús y la experiencia comunitaria primitiva» (PC 
1,6.3). 
* Lectura personal y comentario: lo más importante. 
O bien: exposición y diálogo. 
* Oración comunitaria. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* El mensaje de Jesús. 
* La experiencia comunitaria primitiva. 
* De cara a la praxis: 
- actitudes de fondo; 
- orientaciones prácticas. 
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TEMA 40-3 

OBJETIVO: 
ABORDAR EL PROBLEMA DE LA COMUNICACIÓN DE BIENES 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión: 
Compartimos los bienes (PC-1, 7.11). 
* Diálogo y revisión. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* Compartimos los bienes: 
- todo en común; 
- los sueldos en común; 
- con cuota fija; 
- de forma progresiva; 
- ante los problemas que surgen; 
- conforme a conciencia; 
- con alegría; 
- con discreción; 
- con discernimiento; 
- por obligación; 
- forzados (...); 
- no compartimos.