No es algo alejado de la realidad, no es algo inmaterial. La vida espiritual es dejar cabida a Dios en nuestra vida. Es dejarse guiar por el Espíritu. En la persona donde hay un lugar importante para Dios, ahí hay espiritualidad cristiana.
Es la persona que se deja guiar por el Espíritu Santo, o sea, por Dios. Las líneas fundamentales de la espiritualidad cristiana se pueden resumir en estas palabras del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lc 9, 23).
El evangelio nos invita a una renuncia interior y exterior; pero no todos los cristianos estamos llamados a hacer dicha renuncia en igual intensidad. Dice el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium en los números 40 y 42: “Todos los fieles, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre”.
No. Todas las personas estamos llamados a seguir a Jesús desde nuestro estado concreto de vida, pero no de la misma manera. Hay que distinguir dos elementos fundamentales:
Algunos cristianos están llamados a seguir por el Señor a seguir de una manera radical su mandato de renuncia total y efectiva. Es el caso de las personas que han recibido la vocación a la vida religiosa: monjas, monjes, religiosos, religiosas... El mismo Jesús dio a entender esto claramente, sobre todo con relación a la castidad perfecta: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. (Mt 19,11).
Todos los cristianos estamos llamados desde nuestra vida concreta a tener un seguimiento de Jesús de tipe afectivo, o sea, estar compartiendo lo que tenemos con los más pobres y necesitados e incluso estar dispuestos al abandono total de familia, riquezas, etc… si este abandono nos fuera pedido por Dios. Jesús mismo llamó felices a los que poseen el espíritu de pobreza (Mt 5, 3). Este espíritu de pobreza significa tener una actitud real de desprendimiento a todo lo que no sea Dios. Cuando estamos demasiado apegados a las cosas, cuando ponemos toda nuestra confianza en ellas más que en Dios; cuando nos quedamos en las personas y nos olvidamos de Dios, entonces es cuando nos estamos alejando del camino.
Los cristianos estamos invitados al renunciamiento de nosotros mismos para lograr un mejor seguimiento de Cristo. Es como un globo que para poder volar a lo más alto tiene que desprenderse de mucho lastre... Cuanto mayor y más completo es el negarse a sí mismo, más perfecto será el sígueme.
Todo el seguimiento de Cristo se traduce en dos aspectos fundamentales:
Amar a Dios sobre todas las cosas : Esto significa vivir conformes a la voluntad de Dios en tu vida, aceptar con alegría su voluntad a ejemplo de Jesús.
Amar al Prójimo: Descubrir en cada persona un hermano. La verdadera espiritualidad cristiana es aquella que nos hace tener un corazón misericordioso para con los demás. Nos hace capaces de ayudar y de comprometernos de una manera efectiva con los pobres y necesitados.
En el evangelio de san Juan encontramos que nos dice que hay dos tipos de personas: las carnales y las espirituales, o sea, las personas que se dejan guiar por criterios de la carne y los que se dejan guiar por el Espíritu Santo. Para san Juan las características de la persona espiritual son:
Nacer de nuevo : Quien se bautiza renace a una vida nueva que viene del Espíritu de Dios. Quien nace de nuevo no puede dar fruto si no está unido a Jesús de una manera muy íntima.
La Eucaristía como alimento : Quien ha nacido de nuevo según el Espíritu, necesita de un alimento espirtual que es la Eucaristía. Este alimento fortalece toda su vida y le da valor para continuar adelante en su caminar de cristiano.
Dejarse habitar por la Trinidad : Cuando una criatura nueva se alimenta de la Eucaristía y va creciendo en su vida de seguimiento, va experimentando que en su vida cada día aparece más presente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La unión de la vida espiritual con los demás es a través del amor al prójimo: En varias ocasiones Jesús nos recordó el mandamiento del amor hacia los otros e incluso nos dijo: “Un nuevo mandamiento les doy: que se amen los unos a los otros como yo les he amado, así también ámense mutuamente. En esto conocerán todos que son mis discípulos: si se aman los unos a los otros”. (Jn 13, 34-35).